Desconozco el origen del dicho: “Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma tendrá que ir a la montaña”. Supongo que quiere expresar la necesidad de hacer un esfuerzo propio cuando a los humanos no nos salen las cosas o éstas no se dan por sí mismas. No renunciar al objetivo o a nuestros sueños, no quedar en la pasividad, sino por el contrario, ponernos en marcha hasta lograr nuestras metas. Pero en El Salvador, tal vez por no haber hecho bien nuestras tareas, por no haber caminado hasta la montaña, esta vez, literalmente, la montaña se nos vino encima.
Volvió a pasar. Ya había ocurrido en 1982 con el deslave del volcán de San Salvador. Se repitió más recientemente en el de Santa Ana. El pasado fin de semana se dio en el Chichontepec. Mañana podría ser de nuevo un desplome del Picacho sobre la ciudad capital. Además, hoy como ayer, posiblemente igual mañana, acompañando la tragedia central un sinnúmero de pequeños deslaves, avalanchas, derrumbes, desbordamientos e inundaciones, que tornan una parte del territorio en escenario de luto y destrucción, en un espectáculo dantesco.
¿Qué tan natural es el desastre natural? Mucho tiene que ver, desde luego, la mano del hombre. Con lo que hemos hecho o dejamos de hacer. En la antigua China cuando había grandes catástrofes se decía que el emperador había perdido “el favor del cielo”. Era considerado “hijo del cielo”, mediador semi-divino entre el principio cósmico que rige el universo y el mundo de los hombres regido por leyes humanas y decisiones imperiales. Tenía que procurar el equilibrio, regirse por el tao eterno, procurar la armonía entre cielo y tierra, armonizar la vida social con el entorno natural. La catástrofe anunciaba que estos equilibrios se habían roto, que el poder se había apartado del camino del tao, que no había sido previsor para evitar, prevenir o mitigar el fenómeno natural y sus consecuencias. Por tanto era válido derrocar al emperador y sustituirlo por otro que demostrara con su triunfo ser merecedor del favor celestial, obediente del mandato del cielo.
Un estado fuerte y eficiente. Una sociedad organizada y consciente. Siguen siendo los principios centrales, basados en la antigua sabiduría que inspira, todavía hoy, la actitud china ante los desastres naturales. Años atrás se dieron la meta de plantar un arbolito por habitante. A principios de este año anunciaron haber casi duplicado el objetivo de reforestación: alcanzaron la cifra de dos mil quinientos millones de nuevos árboles sembrados. Ante el reto de evitar tormentas de arena sobre la capital durante el desarrollo de los Juegos Olímpicos, agosto de 2008, formaron barreras naturales de bosque, haciendo retroceder el desierto y conteniendo el avance de las nubes de arena.
Un estado consciente y organizado. Una sociedad fuerte y eficiente. Cuba: pese al atraso típico de todo país latinoamericano, herencia no deseada del imperio español, pese a la vulnerabilidad caribeña de ser lugar de paso de varios huracanes devastadores por temporada, casi nunca hay víctimas mortales ante tales eventos. Pero los cubanos han llegado a movilizar millón y medio de habitantes – más del 10% de la población total – sacarlos fuera de la región en peligro, atenderlos en albergues alejados, garantizar la seguridad de sus pertenencias. La devastación material puede ser enorme, pero raramente hay muertos.
Por tanto, el subdesarrollo o la pobreza del país no son excusa. Hay que trabajar para que en un mediano o largo plazo también nosotros seamos ejemplo para el mundo, modelo de prevención y mitigación. Dejar de convertirnos, reiterada y periódicamente, en la noticia negra de los titulares internacionales: aplastados nuevamente por la fuerza de la naturaleza, pero también por la debilidad de la sociedad y del estado. Mostramos capacidad al momento de la solidaridad, generoso corazón y compasión con el damnificado; demasiada incapacidad sin embargo al momento de regresar a la cotidianeidad, a la inercia de un modelo de desarrollo depredador e inconsciente, obsesionado por la ganancia y el lucro, que rompe la telaraña fina de equilibrio ambiental y regeneración natural.
Como país tercermundista que somos pareciera que todo o casi todo está por hacer. En el fondo es una ventaja frente al norte próspero y desarrollado, donde la gente nace en un mundo donde presiente que ya todo está hecho. Donde las personas a menudo no encuentran su lugar, un sentido a sus vidas, una razón para existencias mediocres y alienadas por el consumismo y el aburrimiento. Aquí es al revés, no hay chance para aburrirse pues el país hierve de historia y la nación está preñada de lo nuevo, a punto de nacer. Hay tanto por hacer, que cualquier iniciativa es un aporte, todo compromiso una amarra para el diario vivir, cada acción un motivo para la fiesta y la alegría, para la risa que acompaña incluso los golpes o fracasos cotidianos. La vida es a veces simple supervivencia heroica, en afanes compartidos y por ello mismo forjadores de espíritu comunitario, fraterno, humano.
Pero a veces, en momentos tenebrosos tal parece que la impresión es la contraria: el país no está a medio hacer, sino a medio deshacer. Se nos escapa de entre los dedos, como arena de mar, se derrumba todo y sólo queda marcharse, migrar, escapar de la patria que, cual madre desnaturalizada, nos abandona a la intemperie, con fío y hambre. Son ocasiones en que cobra sentido el cuento de Mahoma y la montaña.
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