domingo, 25 de febrero de 2018

LO "POLÍTICAMENTE CORRECTO"





Como acertadamente lo dice Edilberto Aldán, hoy "un fantasma recorre nuestro diario convivir, el fantasma del lenguaje políticamente correcto".

Aunque no esté muy claro -o en absoluto claro- en qué consiste esta "corrección", existe un consenso generalizado respecto a que debemos practicarla, que debemos ser "políticamente correctos".

Empujados por esta tendencia, entonces, no podemos decir "negros" sino "gente de color"; siempre hay que hacer la referencia explícita de género y no olvidar nunca decir "bienvenidos y bienvenidas""los y las presentes", o utilizar esa jerigonza de "los y las niñ@s" "los y las niñXs". En esa línea, también, no se debe decir "discapacitados" sino "gente con capacidades especiales", hay que decir "homosexuales" y jamás mencionar "maricones"; se debe usar "tercera edad" en vez de "ancianos" -ni pensar en decir "viejos"-, referirse a los ciegos como "no videntes" y se debe evitar usar la palabra "gordo" reemplazándola por "persona con problemas de alimentación". De igual modo, es políticamente correcto hablar de "pueblos originarios" en vez de "indios", o de "trabajadoras del sexo" en vez de "prostitutas" -por supuesto decir "putas" es sacrílego-. Nunca se ha escuchado insultar a nadie diciendo "¡hijo de sexoservidora!", pero eso sería lo correcto. La palabra "sirvienta" debe ser sustituida por "colaboradora doméstica", y nunca decir "ex borracho" sino "alcohólico recuperado". Y hay que desechar el ofensivo "travesti" por "transexual".

La intención que mueve toda esta práctica sin dudas es loable; anida ahí el intento de poner en evidencia situaciones de exclusión, de discriminación, de flagrante injusticia, y su visibilización -al menos en el ámbito del lenguaje- es ya un primer paso para luchar por su erradicación. Tener un lenguaje políticamente correcto sería, siguiendo esta lógica, una manera de comenzar a luchar por un cambio. Ahora bien: ¿cambian efectivamente las cosas por un cambio en su designación?




Esto lleva a cuestionarnos, entonces, qué es la corrección política. ¿Es una manera cortés de decir las cosas? ¿Es una buena forma socialmente aceptada de presentar los hechos, con diplomacia, con tacto? ¿Es una actitud de ecuanimidad, de equidistancia para con todos? ¿Es un real intento de transformación de las injusticias?

Insistimos: puede ser un primer paso para sacar a luz ciertos problemas, para ponerlos a debate. Pero hay que tener cuidado de no caer en un puro ejercicio cosmético, en definitiva gatopardismo funcional al statu quo.

Por cierto que el lenguaje políticamente correcto tiene sus raíces en posiciones de izquierda, pero el discurso conservador puede también apropiarse de él con intereses de maquillaje. Lo importante a cambiar, además del lenguaje, fundamentalmente son las actitudes de base para con los fenómenos en cuestión, y las relaciones de poder reales que los enmarcan, en muchos casos trasuntadas en políticas públicas. Por el hecho de decir "pueblos originarios", ¿cambian efectivamente las relaciones sociales que marginan a los "inditos", a los "pinches indios", a los históricamente excluidos? ¿Mejoran su situación social las mujeres que ejercen la prostitución al ser llamadas "sexoservidoras"? ¿Cómo y en qué mejoran? Cambiar "patria" por "matria" o "fraternidad" por "sororidad", ¿equipara la situación de mujeres y varones logrando la real equidad de géneros, o nos puede conducir a atolladeros cuestionables?

Esta invasión de corrección política que vamos viviendo intenta comenzar a remediar una situación ancestral, pero también comporta el riesgo de crear un nuevo maniqueísmo -injusto y absurdo como todos- donde lo correcto (como siempre: de difícil definición, y por supuesto de mi lado) está en concordancia con el bien, y lo incorrecto políticamente (detentado, desde ya, por los otros) representa el mal. "El infierno son los otros", decía sarcásticamente Jean Paul Sartre.

Como todas las formalidades, también la corrección política afronta el peligro de terminar siendo un gesto vacío, y para el caso que nos toca, peligroso. Peligroso, en cuanto puede ayudar a dar la sensación que ha cambiado la esencia de un problema, siendo que en realidad sólo cambió su nominación. La situación de las mujeres en el mundo sigue siendo de fenomenal diferencia con respecto a la de los varones, por ejemplo, aunque machaconamente pongamos la marca de género en cada palabra; claro que ese cambio de lenguaje puede implicar un cambio de actitud, pero también puede servir sólo para barnizar la realidad.

Las declaraciones políticas, las pomposas presentaciones de Naciones Unidas o lo que pueda expresar el diplomático de una potencia es siempre "políticamente correcto", pero ello no significa que sea cierto. La política -arte de gobernar, de dirigir, de moverse en la polis- difícilmente pueda ser correcta; el ejercicio del poder es eso: puesta en acto de una diferencia de poderíos, de fuerzas asimétricas. ¿Cómo, entonces, pretender corrección en algo que casi por definición no va de la mano, o incluso rehúye a la idea de lo correcto? ¿Ser políticamente correcto es no ser ofensivo? El discurso diplomático también lo es, por cierto. ¿Es eso lo que buscamos?

Téngase en cuenta que mucho, por no decir todo, lo que hoy es reivindicado como discurso "políticamente correcto", curiosamente viene impulsado por los grandes factores de poder que dominan el mundo. Todo el campo de las ONG’s y sus agencias donantes, así como los organismos crediticios internacionales (FMI, Banco Mundial, BID) se empeñan esmeradamente en mantener ese discurso de presunta corrección, financiando los esfuerzos que se enfilan por allí. Curioso, ¿verdad?

Si pretendemos no discriminar, más que insistir -por ejemplo- en el género de los adjetivos que usamos ("contentos y contentas", "todos y todas"), debemos partir de ver y hacer ver por qué hay discriminación, qué relación de poderes se juega ahí y, en todo caso, qué acciones se deben tomar para acabar con ese desbalance. El uso, o si se prefiere: el abuso, del lenguaje políticamente correcto, puede recordarnos aquel dicho: "de lo sublime a lo ridículo sólo hay un paso" pues, como sucedió en alguna oficina ante el robo continuado de materiales de trabajo (papeles, lápices, etc.), alguien muy molesto escribió: "¡no seamos cacos, por favor!", ante lo cual, por ¿equidad de género?, alguna mano anónima agregó: "¡ni cacas!"

Si el enemigo de clase, si la clase dominante, si quienes siguen explotando y diezmando a la clase trabajadora internacional (sean varones o mujeres, blancos o negros, heterosexuales u homosexuales, o LGTBIQ) se esfuerza tanto en mantener esa "corrección" ("¡pongan “equidad de género” por todas partes", nos exigía un funcionario de Naciones Unidas a los técnicos que estábamos preparando un proyecto de desarrollo, "si no, el financista no suelta los dólares"!"), eso debería llamarnos la atención.


martes, 20 de febrero de 2018

Estados Unidos: país de Rambos




Marcelo Colussi

Rápida, potente, personalizable, adaptable, confiable y precisa

Calificación dada por la Asociación Nacional del Rifle al fusil semiautomático AR-15


Acaba de suceder otra masacre a manos de civiles en Estados Unidos, la tierra de la “libertad” y la “democracia”. ¿Por qué?

Ya no sorprende a nadie la comisión de una nueva matanza con algún arma de fuego realizada por un civil estadounidense, que luego se suicida o cae muerto por la policía. Las últimas décadas del siglo pasado ya ofrecían ese trágico panorama (el 1 de agosto de 1966 Joseph Whitman, un ex marine de 25 años, disparó contra estudiantes de la Universidad de Texas, en Austin, matando a 18 personas), pero paulatinamente el terror fue incrementándose, haciéndose casi “normal” al día de hoy: el 18 de julio de 1984 James Oliver Huberty abrió fuego en un restaurante McDonald's de California matando a 21 personas; el 16 de octubre de 1991 George Hennard, de 25 años, estrelló su vehículo contra una cafetería en Texas, saliendo luego de su camioneta disparando contra los clientes matando a 23 personas; el 2 julio de 1993 un hombre armado con dos armas semiautomáticas, un revólver y una bolsa con cientos de proyectiles mató en San Francisco a 9 personas y luego se suicidó; el 20 de abril de 1999 dos estudiantes adolescentes, Eric Harris y Dylan Klebold, armados con un fusil de asalto, dos escopetas y un revólver, mataron a 13 personas e hirieron a 23 en la escuela de Columbine, en Littleton, estado de Colorado, antes de suicidarse; el 16 de abril de 2007 el estudiante surcoreano Cho Seung Hui se suicidó luego de matar a 32 estudiantes y profesores en la Universidad Politécnica de Virginia; el 5 diciembre de 2007 un hombre de 20 años, en un centro comercial de Omaha, estado de Nebraska, mató con arma de fuego a 8 personas; el 3 de abril de 2009 un hombre armado entró en un centro de atención a inmigrantes y refugiados en Binghamton, estado de Nueva York, y mató a 13 personas para luego suicidarse; el 5 de noviembre de 2009 en la base militar de Fort Hood, estado de Texas, una balacera dejó 13 muertos y 12 heridos, siendo el autor de la matanza Nidal Malik Hasan, un comandante y psiquiatra de religión musulmana, condenado a muerte en agosto de 2013; el 7 agosto de 2011 en Copley Township, en el noreste de Ohio, un hombre con arma de fuego mató a 7 personas, antes de ser abatido por la policía; el 12 de octubre de 2011 en una peluquería en Seal Beach, California, 8 personas murieron y otra resultó gravemente herida cuando un hombre armado entró al establecimiento y comenzó a disparar a mansalva; el 2 abril de 2012 en un tiroteo en una universidad privada en Oakland, estado de California, murieron 7 personas y 3 más resultaron heridas; el 20 julio de 2012 12 personas perdieron la vida y 52 resultaron heridas en un tiroteo en un cine en la localidad de Aurora, cerca de Denver, estado de Colorado; el 14 de diciembre de 2012, Adam Lanza, de 20 años, entró a la escuela Sandy Hook, en Newtown, Connecticut, y disparando terminó con la vida de 20 niños y 6 adultos, suicidándose finalmente; el 16 de setiembre de 2013 Aaron Alexis, ex reservista del Ejército, de 34 años, mató a 12 personas hiriendo a otras 14 al asaltar el Mando de Operaciones de la Armada en Washington (a cinco kilómetros de la Casa Blanca y dos kilómetros del Capitolio), muriendo en el ataque; el 2 de abril de 2014 Iván López, veterano de la guerra de Iraq, abrió fuego contra sus compañeros de filas en la base militar de Fort Hood, dejando 3 muertos y 15 heridos, perdiendo la vida en el ataque; el 18 de junio de 2015 en una iglesia de la comunidad afroamericana en Charleston, Carolina del Sur, un joven supremacista blanco disparó contra personas que leían la Biblia matando a 9 de ellas, incluido un senador estatal; el 1 de octubre de 2015 Chris Harper Mercer, de 26 años, mató a 10 estudiantes en la Universidad de Umpqua, Oregon, muriendo luego en un intercambio de disparos con la policía; el 2 de diciembre de 2015 14 personas perdieron la vida y 20 resultaron heridas luego de un tiroteo en un centro de servicios sociales de la ciudad de San Bernardino, California, en un ataque cometido por un matrimonio que murió horas después en un intercambio de disparos con la policía a varios kilómetros del lugar del ataque; el 12 de junio de 2016 murieron 49 personas y 53 resultaron heridas en un ataque con arma de fuego a un club de homosexuales en Orlando, Florida; el 1 de octubre de 2017 58 personas murieron en un tiroteo registrado durante un concierto frente al hotel casino Mandalay Bay en Las Vegas; el 5 de noviembre de 2017 27 personas murieron y 20 resultaron heridas en un iglesia bautista de Texas como resultado de un tiroteo iniciado por una persona no identificada; y el más reciente, el 14 de febrero del 2018 (¡día del cariño!) Nikolas Cruz, de 19 años, mató a 17 personas con un fusil semiautomático AR-15 en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas High School, en Parkland, estado de Florida.

Explicar esta casi interminable lista de masacres, que cada vez más frecuentemente enlutan a familias estadounidenses, simplemente por “desequilibrados mentales” que en algún momento entran en acción, queda corto.




Sin dudas quien puede cometer estos “actos locos”, demenciales, desde todo punto de vista “insanos” en términos psicológicos, son personas con severos trastornos psíquicos. Pero para entender en su cabalidad el fenómeno hay que introducir dos elementos más: 1) el sentir nacional de Estados Unidos como potencia impune con su “destino manifiesto” de conducir al resto de la humanidad, y 2) la industria de las armas, la principal dentro de su economía, y vital en su cultura cotidiana.

Si es cierto que quienes cometen esos actos “locos” son, justamente, personas “locas” (psicóticos, en términos estrictos, delirantes), sus delirios hay que entenderlos en el ámbito de la cultura donde aparecen. Los delirios no son azarosos, antojadizos: comportan una lógica, tienen sentido, mantienen algún anudamiento con la realidad. En el Medioevo europeo los locos deliraban con apariciones de vírgenes, hablaban con el demonio y se movían en lo que la media cultural imponía (la Santa Inquisición persiguiendo brujas por todos lados). En el siglo XX –época de viajes espaciales– los locos deliran con platos voladores y marcianos. En un país como Estados Unidos, sus locos deliran con su imaginario dominante, con su representación icónica por excelencia: Rambo, un killer que “se las puede con todas”, el “muchachito” hollywoodense que, como se puede ver en alguna sátira burlona, de un solo disparo mata a diez “malos” (indios, comunistas, o ahora: musulmanes).

Un país de Rambos

En el imaginario cotidiano de cualquier ciudadano estadounidense, desde hace ya más de un siglo, está la idea de “ganador absoluto”. Nadie se les opone, y su impunidad es proverbial. Rambo, ese veterano de la guerra de Vietnam prácticamente invencible, “hombre de acero”, “macho” por antonomasia, es el representante más acabado de esa fantasía.

En Estados Unidos la guerra, sin dudas repudiada por muchos, sigue siendo un eje fundamental en torno al cual gira buena parte de la sociedad, su economía, su política, su cultura. Por eso mismo, apoyada por una amplia mayoría (¿por qué ganaría la presidencia un supremacista blanco, machista y guerrerista como Donald Trump si no?) Es el único país del mundo que prácticamente ha participado en todas las guerras habidas en los siglos XX y XXI; posee las fuerzas armadas más grandes del planeta, y los gastos militares de su presupuesto son colosales: de hecho, la mitad de todos los gastos mundiales invertidos en ese ámbito. País que no dudó en usar armas atómicas contra población civil no combatiente (las dos innecesarias bombas en Japón sobre el final de la Segunda Guerra Mundial), que ha desarrollado los más pérfidos y sanguinarios métodos de guerra, utilizándolos de hecho y enseñándolos a sus ejércitos subordinados (de Latinoamérica especialmente), poseedor de alrededor de 700 bases militares diseminadas por toda la geografía planetaria, su agresividad es monumental.

En el medio de esa violencia generalizada, sus locos reproducen en sus delirios lo que es moneda común en su cotidianeidad. Para evidenciar esa violencia, la cubana revista digital Cubadebate hizo un seguimiento de hechos violentos cotidianos en el país, ofreciéndose este patético panorama.

·       96 estadounidenses son asesinados con armas como promedio cada día.
·       13.000 estadounidenses mueren cada año como promedio por homicidios con armas de fuego.
·       2 personas son heridas por cada 1 asesinada.
·       7 niños y adolescentes son asesinados como promedio cada día por armas de fuego.
·       50 mujeres son asesinadas a tiros por sus parejas como promedio cada mes.
·       13 veces más probabilidades tienen los hombres negros de ser tiroteados y asesinados que los hombres blancos.
·       5 veces más riesgo tiene una mujer de ser asesinada en un episodio de violencia doméstica cuando en su hogar hay presencia de armas de fuego.
·       2.333 homicidios por armas de fuego más hubo en los primeros doscientos días de 2017 que en el 2014; una cifra que crece cada año.
·       42% de las armas en poder de civiles en el mundo están en manos de estadounidenses, a pesar de que ese país sólo tiene el 4,4% de la población mundial.
·       1.606 asesinatos masivos por armas de fuego han tenido lugar desde el asesinato de 20 niños y 6 adultos, en diciembre de 2012, en Sandy Hook Elementary School in Newtown, Connecticut, hasta febrero de 2018. En ellos han muerto al menos 1829 personas y 6447 han resultado heridas. El promedio es de más de un tiroteo masivo por día.
·       7.142 incidentes violentos con armas han ocurrido desde el 1 de enero al 19 de febrero de 2018.
·       1.977 son los muertos en esos incidentes.
·       3.424 personas has resultado heridas.
·       34 de los incidentes han sido asesinatos masivos

Una tremenda violencia doméstica define el american way of live, sin dudas.

La industria militar manda

El llamado complejo militar-industrial es la rama comercial más pujante de toda la economía estadounidense. Su influencia política es enorme; de hecho, es quien fija la estrategia nacional de política externa (léase: empresas como Lockheed Martin, Boeing, Northrop Grumman, Raytheon, General Dynamics, Honeywell, Halliburton, BAE System). Según datos confiables, en su cabildeo con las esferas del poder político este complejo gasta no menos de 100 millones de dólares al año, con lo que consigue establecer siempre sus negocios por sobre cualquier otra prioridad nacional. Y su negocio es… ¡la guerra!, es decir ¡¡la muerte!!

Hay que consumir armas, muchas armas, muchísimas. Entiéndase aquí por “armas” desde una pistola hasta un portaviones con energía nuclear con infinidad de aviones supersónicos dotados de las más letales bombas inteligentes. De ahí que los pedidos de renovación de armamento que le llegan a ese poderoso complejo militar-industrial no se terminan nunca, ya sea para sus propias fuerzas armadas o para los países que les adquieren equipos (tanques de guerra, aviones, barcos, cañones, misiles, minas y un interminable etcétera). Por otro lado, en lo interno, también los ciudadanos estadounidenses comunes (como los que cometen todas estas masacres a las que nos referimos) compran muchas armas, muchísimas.

Por lo pronto se calcula que en el país existen 319 millones de armas en poder de población civil; de ellas, 114 millones son pistolas, 110 millones son rifles y 86 millones son escopetas. La industria que produce esas mercancías mueve 43.000 millones de dólares al año. Ahí también se inscriben fusiles automáticos, como el AR-15, versión civil del militar M-16, (30 tiros por minuto), producido por Colt's Manufacturing Company, el arma más empleada en las masacres que nos ocupan. Valga decir que se lo adquiere con toda facilidad en cualquier tienda o supermercado por 475 dólares (un Iphone 7 cuesta 769 dólares). De acuerdo a la Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, se reconoce el derecho de todo ciudadano a poseer y portar armas de fuego, protegiendo así la “libertad”. La Asociación Nacional del Rifle (la asociación civil más vieja del país, con más de cinco millones de miembros) vela por la posesión de armas de fuego (gastando alrededor de 8 millones de dólares al año en cabildeo para lograr sus propósitos).

Dicho de otro modo: cualquiera en este país puede comprar un arma de fuego de altísimo poder y matar a mansalva a civiles. Eso es lo que cada vez sucede más frecuentemente, y sin dudas seguirá sucediendo, porque 1) la fantasía de sentirse Rambos no está en vías de desaparecer y 2) el negocio de las armas no da señales de agotamiento.

La combinación de esos explosivos factores siempre podrá encontrar un delirante que realmente se crea dueño de algún “destino manifiesto”, que se sienta ese personaje peliculesco, pudiendo adquirir el arma mortal en la esquina de su casa. La historia que sigue ya parece estar contada.

viernes, 9 de febrero de 2018

Imperialismo estadounidense: manotazos de ahogado por el petróleo




Marcelo Colussi

Así como los gobiernos de los Estados Unidos necesitan las empresas petroleras para garantizar el combustible necesario para su capacidad de guerra global, las compañías petroleras necesitan de sus gobiernos y su poder militar para asegurar el control de yacimientos de petróleo en todo el mundo y las rutas de transporte

James Paul, Informe del Global Policy Forum.


Para el capitalismo de Estados Unidos es imprescindible el petróleo. El oro negro es su savia vital. Todo su derrochador e insostenible american way of live se basa en el consumo inmisericorde de petróleo. Por lo pronto es el país del mundo que más hidrocarburos traga diariamente: 20 millones de barriles diarios. Quien le sigue, la República Popular China, llega apenas a la mitad de esa cifra: unos 10 millones de barriles diarios. Entre su inconmensurable parque industrial, la monumental cantidad de vehículos particulares y medios masivos de transporte que movilizan a su población y el gigantesco aparato militar de que dispone (más su reserva estratégica, calculada en 700 millones de barriles), su sed de este elemento es insaciable.



El negocio del petróleo es, de hecho, uno de los más grandes del orbe: el segundo tras la industria militar (35 mil dólares por segundo gastados en armas). Las compañías petroleras estadounidenses, todas privadas, están entre las más enormes del planeta: mega-monstruos de acción global como la Exxon-Mobil (cuarta compañía a nivel mundial), la Chevron-Texaco, la Conoco-Phillips, la Amoco, la Bush Energy, la Oxy, y otras algo menores (Koch Industries, Apache Corporation, PBF Energy, Alon USA), todas tienen facturaciones multimillonarias, y en buena medida son las que fijan la política exterior de Washington.

Podría decirse que la historia de Estados Unidos es la historia del petróleo, del que está en su subsuelo (60% de su consumo diario) y del que está en el subsuelo de otros países, pero que la clase dirigente de esa nación parece seguir considerando propio, con la pequeña diferencia –o “detalle molesto”– que no cae dentro de sus fronteras. ¿Por qué la geopolítica de la Casa Blanca pone tanto énfasis en Medio Oriente y el Golfo Pérsico, o más recientemente –desde la Revolución Bolivariana en adelante– en Venezuela? Porque ahí están las reservas de oro negro más grandes del mundo. Y porque, aunque no están en su propio subsuelo, las considera propias.

Dos son las causas por las que la política imperial de Washington se construye con olor a petróleo (y a armas: su complejo militar-industrial es el primer negocio de su economía). Por un lado, porque necesita seguir manteniendo la provisión de oro negro como oxígeno indispensable para su sistema económico capitalista (su parque industrial, todo el enorme campo de la petroquímica, el mundo del automotor, los transportes en general –aéreos, terrestres, marítimos–, su aparato militar, la carrera espacial… todo depende, directa o indirectamente, del petróleo). Asegurando el acceso a petróleo (40% de su consumo viene del exterior) mantiene su estándar de vida y, fundamentalmente, no permite que caigan las megaempresas petroleras que manejan ese fabuloso negocio.

Dato significativo: el actual Secretario de Estado, Rex Tillerson, fue anteriormente Director Ejecutivo de la mega-petrolera Exxon-Mobil, así como la ex Secretaria, Condoleezza Rice, fue antes una encumbrada directiva de la petrolera Chevron. ¿Qué significa eso? Que la alta política de la Casa Blanca no distingue mayormente entre funcionario público tomador de decisiones y personal jerárquico de sus corporaciones globales; en realidad, son prácticamente lo mismo. ¿Quién dirige a quién?


Pero por otro lado –y esto hoy día es de capital importancia–, el negocio del petróleo, al menos hasta la fecha, se ha manejado en dólares. Esa moneda, impuesta por el imperialismo estadounidense, es la que rige las petro-transacciones internacionales. Cuando algunos países (Irán, Irak, Corea del Norte) manifestaron su alejamiento de la zona dólar para pasar a otras monedas (euro, rublo, yuan, yen, cesta combinada de divisas) en su comercio internacional, fueron declarados miembros del “eje del mal”, supuestamente por apoyar al siempre impreciso y nunca bien definido “terrorismo”. Está claro: Washington tiembla (¡y tiembla mucho!) cuando ve que su moneda puede perder valor. O, dicho en otros términos, cuando ve que su reinado puede empezar a caer.

Para la geoestrategia de la Casa Blanca perder la hegemonía del dólar para las transacciones petroleras marca el principio del fin de su supremacía. Es por eso que quiere asegurarse a toda costa las reservas petroleras mundiales (al menos la mayor cantidad) para no verse sujeta a un comercio donde no es Washington el que pone las condiciones.

¿Para qué salió el 1° de febrero el Secretario de Estado Rex Tillerson a una gira de una semana por países “amigos” de la región latinoamericana (México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica, todos con gobiernos de ultra derecha, neoliberales y completamente alineados con las políticas del amo del Norte)? Supuestamente para “promover un hemisferio seguro, próspero, con seguridad energética y democrático”. ¿Qué significa eso?

Preparar las condiciones para garantizar “su” seguridad energética, la de su país, la del american way of life que debe seguir teniendo la población estadounidense para no dañar la economía de sus grandes corporaciones. Es decir: recuperar las enormes reservas petrolíferas de Venezuela (las más grandes del mundo) para tener asegurada una provisión de oro negro a largo plazo (más de 200 años), pudiendo así seguir fijando los precios en dólar.

De las cinco petroleras más grandes del orbe actualmente (la estatal Saudi Aramco, de Arabia Saudita, la estatal National Iranian Oil Company –NIOC–, de Irán, la estatal China National Petroleum Corporation –CNPC–, de la República Popular China, la privada Exxon-Mobil, de Estados Unidos, y la estatal Petróleos de Venezuela –PDVSA–, de Venezuela), ya son varias las que se están escapando del primado del dólar: los iraníes, los chinos y los venezolanos están pasando a fijar sus transacciones en otras divisas. Obviamente, la clase dirigente estadounidense tiembla.

Por lo pronto China, segundo consumidor mundial de petróleo y gran potencia económico-industrial-financiera, comenzó a establecer los contratos a futuro de oro negro en petro-yuanes, debidamente respaldados en oro, y ya no en dólares. Eso se vincula con el lanzamiento que hará Rusia el próximo 5 de marzo del cripto-rublo (constituyendo ese país la mayor reserva petrolera fuera de la OPEP, también con ingentes reservas en oro), más la entrada en vigencia el 20 de febrero de la cripto-moneda Petro, en Venezuela, desvinculándose todos de la zona-dólar, al igual que también lo hace Irán.

La “seguridad energética” perseguida por Estados Unidos, machaconamente remarcada por el Secretario de Estado Rex Tillerson en su gira, no es otra cosa sino el intento (desesperado intento) de retomar las reservas energéticas de Venezuela (petróleo y gas, y eventualmente otros minerales estratégicos, pero en lo fundamental: el petróleo), que desde la Revolución Bolivariana han pasado a ser administradas por el propio Estado, con un proyecto nacional y popular con talante socialista.

De ese modo, ver perder PDVSA es inadmisible para la lógica imperial (que es la lógica de su clase dominante, y para el caso, de las grandes corporaciones petroleras). En otros términos, la gira del Secretario Tillerson busca crear un grupo regional alineado absolutamente con Washington –el Arcomepe: Argentina, Colombia, México, Perú– con el que pedir (y llevar a cabo) la intervención “humanitaria” en Venezuela. Todo lo cual hace más que evidente que en Venezuela no hay “narcodictadura asesina”, como pretende el envenenado discurso dominante promovido desde la Casa Blanca y sus usinas mediáticas: ¡hay mucho petróleo! ¡Hay una compañía petrolera estatal que ahora, desde la llegada de Chávez a la presidencia y la edificación de la Revolución Bolivariana, distribuye la renta que ese negocio da, de una manera más equitativa, popular, beneficiando a los sectores históricamente marginados! PDVSA, con el actual proceso político en curso, dejó de ser una filial estadounidense para pasar a ser una verdadera empresa venezolana con honda proyección social.

La idea del gobierno estadounidense es que el petro-secretario “ministro de colonias”, de gira por “ese pueblito que está al sur del Río Bravo llamado Latinoamérica”, pueda crear las condiciones para poder hacer de la Exxon-Mobil, hoy día la cuarta compañía petrolera del globo, la primera, recuperando la venezolana PDVSA.

El continuo acecho que ha tenido la Revolución Bolivariana durante toda su existencia se explica por eso: por tener las reservas de hidrocarburos más grandes del mundo. El lanzamiento de estas cripto-monedas por parte de otras potencias mundiales como China y Rusia y su abandono del dólar, encendieron peligrosamente las alarmas en Estados Unidos. Lo que pueda venir ahora para Venezuela no es muy simpático precisamente: si todo lo que se intentó hasta el momento para detener la Revolución Bolivariana –ayer con Hugo Chávez a la cabeza, hoy con Nicolás Maduro– no funcionó, en el momento actual, con el golpe que pueden significar estas medidas anti-dólar, el peligro para la hegemonía estadounidense se redobla. Y los animales heridos, lo sabemos, son los más peligrosos, porque lanzan los manotazos más letales, por una pura cuestión de sobrevivencia.

El imperio norteamericano no ha caído ni está pronto a agonizar, pero da muestras de honda preocupación. Y en esas condiciones, puede hacer cualquier cosa para mantener su hegemonía. La idea de una guerra nuclear limitada da vuelta por muchas cabezas de ideólogos de Estados Unidos. Podrá ser un absurdo disparate en términos humanitarios, pero la desesperación puede llevar a cualquier insensatez, a cualquier imprudencia. Lo que puedan pergeñar para la República Bolivariana de Venezuela es incierto, aunque todo indica que, producto de la actual gira de Tillerson, es muy probable que se organicen países que “intervengan” para rescatar a la población de la “crisis humanitaria”.

Si habrá luego “acciones para salvar a la población de la sanguinaria dictadura madurista” no está claro aún, pero todo indica que eso es posible (quizá intervención de la OEA, o de la ONU, con fuerzas multilaterales lideradas por Estados Unidos). De ahí que debe condenarse con la más categórica energía todo intento injerencista. Venezuela es un país independiente, libre y soberano, y su petróleo y recursos naturales son de los venezolanos, de nadie más.