lunes, 28 de septiembre de 2015

Que no calle la calle*



Marcelo Colussi
mmcolussi@gmail.com, 
https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33

Terminaron ya las manifestaciones de los sábados. ¿Terminaron? ¿Eso era todo? ¿Se terminó la corrupción en el país? ¿Nos damos por contentos con ex presidente y vice entre rejas?

No hay dudas que se dio un proceso interesante: la corrupción llevó a dos altos funcionarios de gobierno a un proceso judicial. ¡Buena noticia!, sin dudas. Pero eso no significa –para nada– que terminaron los problemas del país. Más aún: si analizamos pormenorizadamente la situación podemos sacar varias conclusiones.

1. Estas movilizaciones tuvieron mucho de manipulación. ¿Por qué ahora una sociedad donde corrupción e impunidad son una constante, aparece esto que parece una cruzada religiosa contra la corrupción? ¿Por qué el embajador de Estados Unidos y el CACIF aparecen tan comprometidos en ello? ¿Cómo entender que un soldado funcional al sistema como Pérez Molina –gran actor durante la pasada guerra anticomunista– sea sacrificado? Se habla de una “revolución democrática ciudadana” ¡Cuidado! Vale hacerse una pregunta: ¿realmente fueron las movilizaciones sabatinas las que sacaron al binomio presidencial del gobierno? Meses atrás el vicepresidente estadounidense había visitado Guatemala exigiendo la continuidad de la CICIG, evitando explícitamente reunirse con Roxana Baldetti, símbolo de la corrupción y ostentación de poder. Estados Unidos necesita gobernabilidad y transparencia para su Alianza para la Prosperidad en el Triángulo Norte de Centroamérica, plan de recolonización de su patio trasero ante el avance chino en la región. Un gobierno de mafiosos que pedía un 30% de “mordida” en cada proyecto no es negocio para Washington. La CICIG cumplió a cabalidad su papel: destapó una cloaca que “indignó” a buena parte de la población. Pero veamos: se indigna y sale a la calle una clase media urbana exigiendo la renuncia de dos funcionarios corruptos, pero nunca nada se dijo de los corruptores, los verdaderos beneficiados de las prácticas mafiosas ante la SAT o con el IGGS. Sería “cambiar algo para que no cambie nada”. Presos Pérez Molina y amante, ¿terminó la corrupción? Más aún: ¿terminaron los problemas por los que muchísima gente sigue manifestado, no en la plaza con vuvuzelas, sino por reivindicaciones ancestrales y más estructurales: falta de tierra, salarios de hambre, ecocidio con las mineras, servicios públicos desastrosos, racismo, machismo? Sin negar la importancia de la corrupción, la actual “cruzada” cívica entonando el himno nacional funciona como buena cortina de humo para esos problemas estructurales.

2. La población, entendida como masa (amorfa, como la masa de la panadería, por tanto manejable) es volátil, manipulable, se mueve por sentimientos inmediatos. Fenómenos sociales como la moda o el linchamiento permite verlo con claridad (¿por qué la masa sigue ciegamente una consigna?). El pan y circo es viejo como el mundo, pero ahora, con refinadas técnicas comunicacionales (léase: cultura de la imagen, sacrosantas redes sociales, creación de estereotipos y falsas preocupaciones –hablamos más de Messi que de los salarios que cubren apenas la mitad de la canasta básica–) esa manipulación alcanza valor de ciencia, de tecnología aplicada al control social. En muy buena medida pensamos y sentimos lo que grupos de poder deciden. Estas “revoluciones democráticas”, de las que ya van varias en distintas partes del mundo, lo evidencian. ¿Por qué protestamos contra “la Baldetti” y no contra la explotación?

3. Las elecciones vinieron a completar el show. Realizada la “fiesta democrática” (¿fiesta para quién?, ¿quién gana con esto?) la gente volvió a sus casas. ¿Terminó la corrupción? ¿Terminaron los problemas estructurales? Lo que tenemos ahora para la segunda vuelta es más de lo mismo. No está Baldizón, satanizado como el “malo de la película”. ¿Son mejores los que quedaron?

4. El descontento que estuvo en la calle es real, pero no pudo pasar a más. Eso marca la ausencia de un proyecto político alternativo. Las fuerzas populares, los proyectos de cambio, la izquierda, quedaron tremendamente mermados después de la guerra (ese fue el objetivo de la represión: descabezar la protesta social). ¿Podrá articularse la indignación anticorrupción con otras demandas: campesinos, trabajadores varios, desocupados, hambreados de todo tipo, excluidos de los beneficios, pueblos indígenas?

5. De nosotros depende que todo lo anterior se mantenga y amplíe. Es decir: ¡que no calle la calle!

domingo, 20 de septiembre de 2015

Venezuela: un espejo donde mirarse*



Marcelo Colussi
Psicólogo y Licenciado en Filosofía
Investigador del IPNUSAC

Síntesis
En Venezuela se han producido cambios muy importantes en estos últimos años. En el medio de la marea neoliberal que barre el mundo, cuando la palabra “socialismo” había salido de circulación, el proceso político que comenzó a vivir el país caribeño fue una fuente de esperanza. Buena parte, por no decir la totalidad de la izquierda del mundo, miró hacia Venezuela como una luz en la tiniebla, una puerta que se abría. El preconizado “Socialismo del Siglo XXI” dejaba ver que la historia no había terminado. Hoy, muerto ya el principal artífice de ese proceso, Hugo Chávez, el proceso bolivariano está en una encrucijada. No retrocedió hasta su reversión, pero tampoco avanzó como proyecto revolucionario transformador. Analizarlo puede ser sumamente importante para quienes siguen creyendo que “otro mundo es posible”, otro mundo no regido por la lógica del capital, del mercado, de la guerra. Guatemala tiene muchas diferencias con Venezuela, pero también rasgos comunes, en tanto nación latinoamericana. En tal sentido, la revisión crítica de la situación venezolana puede darnos luces para nuestro país. 

Palabras claves
Revolución, socialismo, capitalismo, petróleo, imperialismo, renta petrolera, culto de la personalidad.

______________



El proceso abierto por la llegada al poder Ejecutivo en 1998, del teniente coronel Hugo Chávez a través de elecciones democráticas, cambió bastante el panorama en Venezuela, y en buena medida, en toda la región latinoamericana.

Debe partirse por entender que no fue una revolución popular, socialista, espontánea, como las que se dieron a lo largo del siglo XX en Rusia, China, Cuba, Vietnam o Nicaragua. En realidad fue un proceso sui generis donde un militar formado en el anticomunismo (paracaidista de los cuerpos de élite de las fuerzas armadas), sin preparación marxista, profundamente cristiano, se montó en el descontento popular que venía dándose desde 1989 con el Caracazo (primera reacción popular en toda América Latina a los planes neoliberales que se venían aplicando, violentamente reprimido por el gobierno de Carlos Andrés Pérez con una cauda nunca determinada de muertos que va de 2,000 a 10,000). Así, retomando la ira popular ante ese estado de cosas, y con un mensaje moralizante, llegó a la presidencia. 

A partir de un discurso centrado en la lucha contra la corrupción, Chávez ganó las elecciones y comenzó a construir un proyecto nacionalista. Para sorpresa de todos, aún de la misma población que lo había votado, rápidamente comenzó a hablar de un nuevo socialismo, formulando la crítica del socialismo real, ya caído para ese entonces. Fidel Castro inmediatamente le tendió una mano -o más bien aprovechó la circunstancia de encontrar un aliado latinoamericano que le ayudara a salir del “período especial”-, con lo que el discurso chavista fue tornándose más radicalizado, más “cubanizado”. Pero nunca hubo un planteo estrictamente socialista. 

En sus alocuciones -y en su práctica política- Chávez ponía en un pie de igualdad las figuras de Ernesto Guevara y de Cristo, citando indistintamente la Biblia o un texto de Plejánov. Él mismo dijo muchas veces explícitamente que no era marxista. Su plan de gobierno era una mezcla voluntarista de “buenas intenciones”, más cerca de la socialdemocracia o la caridad cristiana que de un proyecto revolucionario. Lo cierto es que las circunstancias lo fueron convirtiendo en un líder increíblemente popular, con gran arraigo dentro y fuera de su país, siendo una figura mediática como pocas veces se dio. 

II

Eso es, en definitiva, la llamada Revolución Bolivariana: una indefinición. Y así cursó varios años, con interesantes avances para el campo popular (mejoras en los niveles de vida a partir de una más equitativa distribución de la renta petrolera del país), pero sin tocar nunca los resortes últimos del capital. Muriendo, Chávez -que pasó a ser figura sempiterna del proceso, abriéndose forzosamente la pregunta de si puede haber socialismo basándose en el culto a la personalidad de un dirigente-, designó “sucesor”. 

Nicolás Maduro, un ex sindicalista que proviene de las filas del Partido Socialista, fue el ungido. El Partido Comunista de Venezuela acompaña todo el proceso con una posición crítica: acompaña, es parte, defiende la construcción de este experimento, sin haberse querido integrar plenamente al Partido Socialista Unido de Venezuela -el PSUV-, el cual en realidad es más una maquinaria electoral que un verdadero partido revolucionario organizado de la clase trabajadora.

Hoy día la revolución sigue en pie, aunque muy atacada (¿débil?) en sus cimientos. Puede decirse que en Venezuela hoy se libra una guerra. Pero para ser exactos, hoy por hoy se acrecienta una guerra que, en realidad, se viene librando desde hace años.

Seamos claros: la guerra en cuestión no es sólo la situación de ataque económico a la que se ve sometido el gobierno de Nicolás Maduro en este momento puntual. La guerra está desde el momento mismo en que Hugo Chávez puso en marcha un proceso en que se pretende tocar las estructuras de la sociedad. 

La actual “guerra económica” que sufre el proceso bolivariano no es sino la profundización de una lucha eterna que, siendo consecuentes con el análisis del materialismo histórico, ha existido siempre en todos estos años de intento de transformación.

La guerra que vive la Revolución Bolivariana, hasta ahora sin armas de fuego, no es muy distinta de la que padeció durante 64 años Corea del Norte, durante 50 años Cuba, durante 60 años Palestina, durante 38 años Irán. A pesar de amenazas, invasiones y una interminable batería de artilugios -en muchos casos sí con armas de fuego- esos países siguen ahí. ¿Se podrá decir lo mismo de Venezuela en el futuro? ¿Seguirá ahí? 

Vale la pena preguntarnos, con un sentido crítico y ¡constructivo!, por qué no se tomaron las precauciones elementales para librar esa guerra si se sabía que el enemigo siempre ha estado y estará ahí. En 15 años que lleva el proceso, 840 mil millones de dólares generados por la renta petrolera pareciera que no fueron suficientes para fortalecer la transformación iniciada con Hugo Chávez vivo. ¿Por qué? Un proceso que se pretende socialista sólo se puede fortalecer -dicho de otro modo: sólo se puede ganar esta guerra- con más socialismo, nunca con menos.

La lucha de clases, motor de la historia -en Venezuela y en cualquier parte del mundo- sigue estando al rojo vivo. Ahora, con estas iniciativas desestabilizadoras que está tomando la oligarquía nacional desde fines del 2014, centradas en la esfera económica, la lucha cobra mayor fuerza; pero esto, si bien tiene características particulares, no es muy distinto en esencia de todos los ataques que ha venido sufriendo la Revolución Bolivariana en su historia.

Si algo hubo en estos 15 años de proceso bolivariano fue justamente pretender sentar las bases de un nuevo modelo, de una nueva sociedad. Evidentemente eso no es fácil. Y en estos momentos -es preciso reconocerlo con valentía para seguir creyendo en la utopía y continuar dándole forma- ese proyecto debe ser revisado con carácter crítico constructivo.

III

¿Es particularmente más agresivo el ataque de la derecha ahora? ¿Hay errores propios que se están pagando? ¿Hay una combinación de ambas causas? Resulta imprescindible analizar a profundidad la situación actual -conociendo la historia que le antecede- para buscar alternativas. No hacerlo podría llegar a significar el fin de esa hermosa utopía que llamamos “socialismo del siglo XXI”. 

Y ahí debe arrancar el verdadero análisis crítico: ¿qué es este socialismo? 

Insistamos con la idea: un socialismo jaqueado sólo podrá vencer no con concesiones y titubeos, sino con más socialismo. ¿Cómo pudo reconstruirse la Unión Soviética devastada por la terrible Segunda Guerra Mundial, para llegar a ser superpotencia pocos años después? Con más socialismo. ¿Cómo pudo Cuba soportar el “período especial” una vez desaparecida la Unión Soviética? Con más socialismo. Las concesiones y titubeos no llevan por buen camino. 

No cabe ninguna duda que luego de décadas de capitalismo salvaje, extinguido el campo socialista soviético, las ideas de justicia social y lucha por un cambio revolucionario de la sociedad quedaron debilitadas. Las luchas de clases no terminaron (¿cómo podrían terminar acaso, si son lo que mueve la historia?), pero el discurso conservador dominante intentó pasar al baúl de los recuerdos todo lo que tuviera que ver con “socialismo”, “revolución obrera y campesina”, “poder popular y socialización de los medios de producción”, “lucha antiimperialista”. 

Fue la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela lo que permitió desempolvar esos anhelos. El proceso que él iniciara revitalizó esas dormidas y muy golpeadas esperanzas. La historia, por supuesto, no había terminado. El campo popular allí siguió estando, resistiendo como pudo las políticas neoliberales, diezmado, desorientado en su lucha política. 

Lo que sucedió en Venezuela sucedió igualmente en todos los puntos de Latinoamérica. En algunos países hubo respuestas que podríamos caracterizar como socialdemócratas, tibias, reformistas (Argentina con los Kirchner, Brasil con el PT, Chile con Bachelet, Uruguay con los ex tupamaros, Ecuador con Correa. Lo de Bolivia merece un capítulo aparte, porque es el punto donde más se avanzó en la respuesta socialista y popular). De todos modos, ninguno de esos planteamientos jaqueó al sistema capitalista de su nación ni al amo imperialista estadounidense. 

El caso de Venezuela es una “piedra en el zapato” para Washington dadas las enormes reservas de hidrocarburos que atesora, botín que el imperio no va a perder. Ese pareciera el elemento principal a considerar para entender la situación del país caribeño; un gobierno nacionalista que quiere manejar autónomamente sus recursos, y si a eso se suma un presidente díscolo (Hugo Chávez) que puede tratar de “diablo” en la cara al primer mandatario de la primera potencia mundial, llamando a una unidad latinoamericana con un talante al menos no capitalista, el resultado es lo que vemos: el imperio muestra los dientes.

Ahora, después de la caída del muro de Berlín y la extinción del campo socialista europeo, desde hace ya unos años los viejos ideales de socialismo volvieron a la palestra. Volvieron no sólo en Venezuela, sino que se expandieron por el continente, en muy buena medida, de la mano de este proceso que se abrió en el país caribeño, y bajo la perspectiva de un “nuevo socialismo”, el del siglo XXI. 

Pero resta por definirse qué es eso: ¿no es el socialismo clásico? ¿No es la concepción forjada un siglo y medio atrás a partir de la lectura crítica de la economía capitalista que hicieron sus fundadores?

Seamos rigurosos: ¿cuál es, en definitiva, la ideología que mueve este proceso esperanzador que se abrió en la República Bolivariana de Venezuela? ¿En qué consiste exactamente el socialismo del siglo XXI? En realidad, nunca se lo definió en sentido estricto. Si es la intención de formular una crítica a la burocracia y el verticalismo de las experiencias soviéticas: ¡bienvenido! La constatación de la realidad venezolana nos muestra que las prácticas burocráticas, verticales y corruptas no desaparecieron en su dinámica. Y lo que resulta más importante, definitorio si se quiere: la propiedad de los medios de producción (¿de quién son realmente?), nunca fue transformada en su raíz.

El economista venezolano Manuel Sutherland hizo notar que, 
según las Cuentas Nacionales, explicitadas por el Banco Central de Venezuela (BCV), el PIB privado (el porcentaje de la actividad económica del país en manos directas del empresariado) corresponde al 71% del total (año 2010). En el año de 1999 el PIB privado era de 68%. Es decir que, a pesar de las nacionalizaciones, el PIB sigue siendo mayoritariamente privado, y comparado con países que nada tienen que ver con el comunismo –como Suecia, Francia e Italia, donde el PIB es mayoritariamente público (estatal)–, el Estado venezolano no tiene en sus manos (salvo el petróleo) ningún resorte económico importante de la economía (Sutherland, 2013).  

En otros términos: el proceso de transformación que se vive tiene como soporte ideológico una mezcla algo ambigua de socialdemocracia, voluntarismo, caridad cristiana y, por allí, algunos chispazos inspirados en el materialismo histórico. No hay dudas que algo está pasando, por eso la derecha (nacional e internacional) reacciona airadamente. 

No hay duda que las clases populares, subalternas -el “pobrerío” en sentido amplio, para decirlo con un término quizá no marxista- hoy día se sienten protagonistas de su propia historia. El poder popular, al menos en parte, comienza a ser un hecho: los “negros de los barrios” ahora entran triunfantes al Teatro Teresa Carreño, otrora un ícono de la oligarquía vernácula. Y donde quiera que se vaya está instalado el discurso popular. 

En un país “acostumbrado” por décadas al espectáculo mediático de la democracia (se votaba y se cambiaba el partido gobernante con una alternancia casi ensayada, pero no más), ahora esa misma población discute sus asuntos en asambleas comunitarias; una sociedad acostumbrada a la banalidad y a los concursos de belleza femenina, ahora pide cerrar los canales televisivos golpistas (como pasó con Globovisión) y formar milicias populares armadas para defender su revolución. 

He ahí los gérmenes de lo que, si se potencia, puede ser una verdadera transformación. Pero los resortes últimos de la sociedad, la propiedad de los medios de producción, siguen en manos de una de las clases enfrentadas a muerte con los productores reales de la riqueza: ¡continúan siendo de la burguesía! Si eso no cambia, el manejo estatal del petróleo no alcanza para crear esa nueva sociedad que se desea, la sociedad socialista. La “guerra económica” actualmente vivida tiene su origen en esa dinámica, en esa contradicción de base no superada todavía. 

En relación a esto se preguntaba el Ministro del Poder Popular para la Cultura, Reinaldo Iturriza: 
Respecto del gobierno, de nuestra responsabilidad, de la necesidad de reconocer nuestras incapacidades, cabría esperarse un ejercicio (…) [para ir] identificando lo que hemos hecho y lo que hemos dejado de hacer (…). Identificar, por ejemplo, cuándo y cómo permitimos que una “nueva clase” creciera al amparo de la revolución, y cuándo y cómo ella misma terminó siendo un obstáculo para liberarnos de las amarras de la economía rentista. Cómo y cuándo, por acción u omisión, contribuimos a crear las condiciones para la aparición del fenómeno del cadivismo*.

Por supuesto que dentro de las filas bolivarianas hay voces críticas. Quizá no todas las que debiera, pero las hay. En algunos, al menos, existe la intención de preguntarse seriamente qué se hizo mal. Porque, siendo realmente revolucionarios, no puede pensarse que todos, absolutamente todos los problemas son consecuencia del accionar del enemigo. La CIA existe y complota, sin dudas; pero el campo bolivariano -e incluso el intocable comandante Chávez- pueden cometer errores. ¿No debería ser la crítica continua un elemento que supere al burocrático y anquilosado socialismo soviético?

IV

Estas líneas en modo alguno pretenden ser una “receta” para corregir errores, pero sí un honesto y transparente aporte para tratar de entender un poco más lo que está pasando con la actual “guerra económica”, que podría terminar frenando y haciendo caer el proceso. 

¿Es sólo la derecha la causante? Por supuesto que la guerra estuvo desde el primer día en que Chávez mostró que era algo más que un militar golpista (igual que una amplia mayoría de militares latinoamericanos). Hablar de “socialismo” después de la Guerra Fría y del triunfo omnímodo del gran capital era una herejía. En Venezuela se comenzó a hablar. Y se comenzó, quizá con tibieza, a tratar de construirlo.

Ahí comenzaron los primeros problemas: la derecha reaccionó (así como sigue reaccionando ahora, por eso el golpe de Estado contra Chávez en el 2002, los sabotajes petroleros, los paramilitares, las guarimbas** y toda la parafernalia de acciones que podrán venir en el futuro inmediato). 

Pero la revolución nunca tuvo claro (y parece que no lo tiene tampoco ahora) qué es eso del socialismo del siglo XXI. Que el enemigo de clase reaccione es lo esperable (¿por qué no habría de hacerlo?, pues la “guerra” no comenzó con el mercado negro, la especulación y el desabastecimiento actuales: la guerra es la lucha de clases, siempre presente desde que hay sociedades con propiedad privada). La otra parte del problema está del lado del movimiento bolivariano: ¿hacia dónde se quiere ir realmente?

Si esto no está precisamente definido, será difícil cuando no imposible, seguir caminando. El proyecto económico de la revolución es algo incierto, confuso incluso: ¿es socialista? ¿Es socialdemócrata? ¿Capitalista con rostro humano? ¿Control obrero de la producción o asistencialismo gubernamental? 

Alguna vez el presidente Chávez ponderó lo que él llamó “Método Chaz-Az de resolución de conflictos”, en alusión a una negociación que él mismo, en persona, mantuvo con el hacendado Carlos Azpurúa con motivo de la nacionalización de su propiedad ganadera en 2005. Negociación dentro de los márgenes de la empresa privada, con la garantía de un gigante político como Chávez, al que, pareciera, nada se le podía cuestionar, y mucho menos ahora, erigido ya en figura casi mítica (después de su muerte comenzó a llamársele “Comandante Supremo”). Pero para un planteo socialista, ¿es posible, o más aún: es deseable un proyecto de esas características, de resolución amistosa de conflictos? ¿Diálogo con el enemigo? Es para pensarlo. ¿Qué puede salir de ahí?

Esa indefinición, este cuestionable modelo asentado finalmente sólo en las espaldas del Comandante que decidía todo, no es sostenible. Alguna vez Fidel Castro, acompañando al presidente Chávez en una gira dentro de Venezuela y viendo cómo éste se ocupaba de resolver todos y cada uno de los detalles que cada ciudadano se acercaba a plantearle, le dijo sabiamente: “Chico, ¡no puedes ser el alcalde del país!”. 

Quizá es hora de comenzar a cuestionar críticamente mucho de lo hecho hasta ahora. El culto a la personalidad nunca es aconsejable. ¿No era eso, entre otras cosas, lo que se debía superar en relación al burocratizado socialismo soviético? 

V

Digámoslo claramente: en los 15 años de proceso bolivariano no hubo una clara política económica socialista. Se podría alegar que no era posible, por razones político-coyunturales, levantar banderas del socialismo clásico hoy. En un mundo globalizado por los grandes capitales y con Washington a la cabeza, sin campo socialista como reaseguro, tal como lo tuvo Cuba en su momento, es imposible.

Puede ser, pero ello abre la pregunta respecto a qué se ha estado construyendo estos años. Lo cual lleva a conclusiones inexorables: 1) la economía, y el Estado que la administra, siguen siendo capitalistas. Y, no menos importante, 2) no se salió del rentismo petrolero. He ahí un cuello de botella ineludible. Superar eso es la clave para ganar la “guerra económica”. O, dicho de otro modo, para profundizar, de una buena vez por todas, la revolución y construir el socialismo.

El rentismo petrolero constituye, quizá, el principal nudo gordiano. Valga retomar y profundizar la tesis de Juan Pablo Pérez Alfonso (padre de la OPEP, como se le conoce): “El petróleo hay que sacarlo de la economía, porque su presencia interfiere toda la actividad económica y lo peor, obnubila las conciencias, destruye al individuo” (Moraria: 2015). 

En Venezuela toda actividad económica productiva choca con el petróleo, el dios todopoderoso que todo lo puede, sin coto ni medida. La renta petrolera no se debe repartir: se debe dejar guardada igual que estaba cuando era petróleo. 

Pérez Alfonso decía que el petróleo es como una alcancía de la cual sólo se puede sacar, pero no se le puede meter. Hay que sacar sólo lo indispensable. A lo que se saca hay que darle utilidad como ahorro, no como gasto público ni menos como incentivo de la economía. La economía debe ser altamente productiva, no rentista; debe defenderse por sus propios medios, por sus propios mecanismos, por su propio dinamismo y no por la muleta de la renta petrolera. 

Existe en Venezuela una economía ficticia, por cuanto todo, absolutamente todo está subsidiado. La construcción del socialismo, en tanto modelo de una sociedad de justicia donde todos producen y todos igualitariamente reciben una parte de esa riqueza social, no puede basarse en una dispendiosa chequera que subsidia todo, tal como vino haciendo el proceso bolivariano estos años. 

Los noruegos siguieron las recomendaciones de Pérez Alfonso y son la economía más fuerte de Europa, sin las angustias de los demás países de la Unión Europea, con reservas por 900 mil millones de dólares. ¿Por qué no hizo lo mismo la Revolución Bolivariana?

El analista económico Claudio Katz (2006), citando a Modesto Guerrero, dijo con precisión: “En Venezuela no faltan dólares. Lo que está en juego es el destino de la renta petrolera”. Expresado de otro modo: en el país no faltan recursos, de ningún modo. La cuestión está en cómo se reparte esa renta. 

Históricamente la riqueza generada por la producción quedó mayormente en manos de la clase dirigente: una burocracia petrolera y el empresariado nacional (agrícola, industrial, de servicios), o retornaba a las casas matrices de las corporaciones multinacionales que operan en territorio venezolano. Muy buena parte de esa renta iba destinada a un consumo en cierta forma irracional, suntuario: “está barato, ¡deme dos!”. 

Con el proceso bolivariano ello no cambió sustancialmente, pero sí en parte la forma en que se repartía, por cuanto comenzó a llegar algo más a los desposeídos de siempre. Por eso la derecha reaccionó (por razones más viscerales, ideológicas, que económicas). De todos modos, los mecanismos últimos de la economía (la propiedad de los medios productivos) no se expropiaron. Y lo mismo pasó con el sistema financiero.

Sucede hoy que ese sistema, el capital bancario, es el que más se beneficia del ingreso petrolero y de la producción general del país. Las divisas con que cuenta Venezuela terminan pasando por el sistema financiero privado, que es el que finalmente marca el ritmo de la economía. En tanto el Estado siga en esa dependencia, está atado de pies y manos. 

El asistencialismo que permitió la renta petrolera en estos últimos años (“Chávez me regaló la casa” es el ejemplo arquetípico) no construye socialismo. La dádiva no es socialista, así como la llamada cooperación internacional (USAID, Unión Europea, JICA, etc.) no coopera más que con quien la da. 

Por otro lado, ese asistencialismo descansa en una dadivosa chequera, pero no en un genuino crecimiento económico. ¡Así no se puede construir la sociedad socialista! La derecha puede hacer la guerra porque tiene servida en bandeja las facilidades con qué hacerla. 

Citando una vez más a Sutherland: 
Lo que sucede en la República Bolivariana de Venezuela es la fuga de capitales, la fuga de dólares fundamentalmente; eso se da junto o a través de la importación fraudulenta con el control de cambios. En Venezuela, desde el 2003 al 2013 se han fugado más de 150 mil millones de dólares; eso equivale al 50% del PIB y hace que la moneda venezolana siga perdiendo valor, se deprecie y lamentablemente el gobierno no ha estatizado el comercio exterior (que es lo que como marxistas proponemos, la estatización de la banca y del comercio exterior) sino que ha respondido haciendo emisiones monetarias inorgánicas, es decir, imprimiendo más dinero, presionando sobre los precios y que haya inflación (Sutherland, 2013).  

Con todas esas medidas, que no son socialistas, quien se perjudica finalmente es la gran masa de asalariados, el “pobrerío” de siempre. 

Por otro lado, la edificación de una sociedad nueva, con dignidad para todos, sostenible y respetuosa del medio ambiente, no se puede hacer sobre la base de la monoproducción, de la venta de petróleo, quedando el país en dependencia casi absoluta de la industria y la tecnología extranjeras, incluida también la seguridad alimentaria. 

Ello es una bomba de tiempo con la que, de ningún modo, es posible edificar una nueva sociedad alternativa. Si aún persiste una extendida cultura consumista y el ícono nacional continúan siendo las reinas de belleza con implantes de silicona (¡hasta hubo un intento de crear una Misión para dotar de pechos plásticos a las mujeres que no podían pagarlos!), eso descansa en la cultura rentista desarrollada por casi un siglo. Construir algo alternativo sobre un “socialismo petrolero”, como se llegó a decir, abre más interrogantes que las soluciones que aporta. 

La “guerra económica” actual existe, como parte de un ataque constante que sufre el país, y de ningún modo se le puede restar importancia a las estrategias de desestabilización que hay tras ella. 

Basten palabras de James Clapper, Director Nacional de Inteligencia de Estados Unidos en su Informe sobre Venezuela / 2012, para graficarlo de modo más que elocuente: “Explotar la alta inflación del país, la carencia de alimentos, la escasez de energía y los galopantes índices de delincuencia.” (Lanz Rodríguez:2015)

No hay dudas que se deben poner las barbas en remojo. La experiencia de Chile, en 1973, es un patético recordatorio de lo que podría esperarle a la Revolución Bolivariana. 

Se produjo la angustia de la escasez, el país estaba sacudido por oleadas de rumores contradictorios que alertaban a la población sobre los productos que iban a faltar y la gente compraba lo que hubiera, sin medida, para prevenir el futuro. Se paraban en las colas sin saber lo que se estaba vendiendo, sólo para no dejar pasar la oportunidad de comprar algo, aunque no lo necesitaran. Surgieron profesionales de las colas, que por una suma razonable guardaban el puesto a otros, los vendedores de golosinas que aprovechaban el tumulto para colocar sus chucherías y los que alquilaban mantas para las largas colas nocturnas. Se desató el mercado negro. (Allende, I. en TeleSur:2015)

Así describe Isabel Allende la crisis preparatoria del golpe de Estado de Pinochet / CIA en su país. Cuatro décadas después, lo que sucede en Venezuela es casi un calco de aquel escenario.

La guerra está abierta, es candente y urge tomar medidas para frenarla. De ello depende el destino de la revolución en esta coyuntura. Pero también es imprescindible ver, pensando a futuro, que es consecuencia de no controlar las palancas últimas del país. 

Una “revolución bonita”, no violenta, amparada en un ¿método? como el “Chaz-Az”, abre enormes interrogantes. ¿Hasta cuándo se podrán seguir manteniendo los programas asistenciales? ¿Qué pasará ahora con la baja de los precios internacionales del crudo, manipulados por las potencias occidentales del Consenso de Washington justamente para desestabilizar a Venezuela (junto a Rusia e Irán)? 

Ahora que el desabastecimiento y el mercado negro campean, sin llegar todavía a ser el Chile del último período de Salvador Allende, pero recordándolo, es urgente retomar aquella imagen que nos legara Rosa Luxemburgo en 1918 cuando analizaba la revolución bolchevique: 

No se puede mantener el “justo medio” en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo. (Luxemburgo:1918)

En síntesis: el socialismo sólo puede mejorarse con ¡más y mejor socialismo!

Bibliografía

Borón, Atilio (2004 a) "La izquierda latinoamericana a comienzos del siglo XXI: nuevas realidades y urgentes desafíos"; Material disponible en www.rebelion.org. Visitado el 4/10/14.

Borón, Atilio (2004 b) "Actualidad del '¿Qué hacer?'"; Material disponible en: www.rebelion.org. Visitado el 25/11/14.

Caballero, M. (1988) "La Internacional Comunista y la revolución latinoamericana", Caracas: Editorial Nueva Sociedad.

Colussi, M. (compilador) (S/F) "Sembrando utopía. Crisis del capitalismo y refundación de la humanidad". Edición digital en Revista Albedrío. Material disponible en: http://www.albedrio.org/htm/documentos/vvaaSembrandoutopia.pdf. Visitado el 2/6/15 

Iturriza, R. (2015) "Guerra económica: novedades en el frente" Material disponible en https://elotrosaberypoder.wordpress.com/2015/01/20/guerra-economica-novedades-en-el-frente/. Visitado el 11/4/15

Katz, C. (2006) "El porvenir del socialismo". Caracas: Monte Ávila Editores. 

Lanz Rodríguez, C. (2015). "Desabastecimiento programado: motor principal de la estrategia rollback". Material disponible en http://www.aporrea.org/contraloria/a201655.html. Visitado el 27/1/15.

Luxemburgo, R. (1918) "La revolución rusa". Edición digital disponible en http://www.tiemposcanallas.com/la-revolucion-rusa-rosa-luxemburgo-1918/. Visitado el 6/4/15

Moraria, L. (2014) "La guerrilla de La Azulita. (Leyenda y realidad). Circunstancias históricas de la lucha social en Venezuela y su trascendencia en la llamada Revolución Bolivariana (1958-2013)". Caracas: Ediciones Leonardo Moraria.

Rodríguez Elizondo, J. (1990) "La crisis de las izquierdas en América Latina". Caracas: Editorial Nueva Sociedad. 

Sutherland, M. (2013) "La burguesía en Venezuela: Especulación, poca industria y escasas empresas en manos del Estado". Material disponible en http://www.irteen.net/la-burguesia-en-venezuela-especulacion-poca-industria-y-escasas-empresas-en-manos-del-estado-por-manuel-sutherland/. Visitado el 25/7/15.

TeleSur (2015). Citando a Allende, I: "La guerra económica se repite". Material disponible en: http://www.telesurtv.net/analisis/Venezuela-y-Chile-La-Guerra-Economica-se-repite-20150127-0014.html. Visitado el 5/2/15.

Varios autores (1999) "Fin del capitalismo global. El nuevo proyecto histórico". México: Editorial Txalaparta.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Guatemala: ¿ahora por qué protestar?



Marcelo Colussi
mmcolussi@gmail.com,
https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33

“La actual Fiscal General Thelma Aldana, de derecha, mandó presos muchos más funcionarios de gobierno que la anterior Fiscal, Claudia Paz, de izquierda, que no pudo terminar con la impunidad. ¿Llamativo, no? ¿Habrá agenda oculta en todo esto?”

Post leído en una red social 

En Guatemala por espacio de cuatro meses se vivió una situación inédita: una población que estaba acostumbrada al silencio, a la apatía política y a la falta de protesta, pareció despertar. Durante cuatro meses ininterrumpidamente se pidieron medidas de cambio en la esfera política: renuncia del presidente y la vicepresidenta, cese de la corrupción en la esfera gubernamental, reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos, aplazamiento de las elecciones generales del 6 de septiembre para buscar nuevas condiciones en la arena política; y hubo peticiones que fueron más lejos aún, pues se llegó a plantear una Asamblea Constituyente para la refundación del Estado. 

Según se quiera ver el fenómeno, puede sacarse la conclusión que esas movilizaciones fueron un gran avance para la sociedad. O, visto de otra forma, constituyeron parte de un montaje muy bien orquestado, abriendo la real posibilidad de cambios profundos, aunque en realidad no existen las condiciones efectivas para que los mismos puedan llevarse a cabo en lo inmediato.

Los cuatro meses de movilizaciones, en cuyo desarrollo se tuvo en principio la renuncia y detención de la ex vicepresidenta Roxana Baldetti, concluyeron con la dimisión y posterior captura del entonces presidente de la república, el general Otto Pérez Molina. Inmediatamente a este hecho se sucedieron las elecciones, con resultados bastante inesperados por cierto. Hasta el sábado anterior a las elecciones hubo gente movilizada en la plaza, frente al Palacio Nacional. A partir de los comicios, cesan las movilizaciones. La pregunta inmediata es en relación al efecto de toda esa movilización. ¿Se terminaron? ¿Se las puede continuar? Y en tal caso, ¿para qué?

De todo esto pueden sacarse varias conclusiones:

1. Movilizaciones: entre loespontáneo y el plan urdido

Sin dudas las movilizaciones de estos meses fueron masivas. El motivo disparador fue la denuncia presentada por la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala –CICIG– junto al Ministerio Público (con información aparentemente proporcionada por servicios de inteligencia de Estados Unidos) en relación al ilícito de defraudación aduanera conocido como caso La Línea, y luego el desfalco en el Seguro Social. Hacer públicos estos hechos constituyó una bomba que levantó la indignación de buena parte de la sociedad. 

Pero aquí hay que introducir una consideración (¿abogado del diablo?): ¿quién se indignó? Como apareció escrito en alguno de los agudos afiches que poblaron las demostraciones sabatinas en el Parque Central de la ciudad capital: “A los empresarios, Otto Pérez los indigna, pero el Comandante Tito Arias no”. Debe puntualizarse esto –y con ello ya se puede empezar a entender lo formulado como título del presente parágrafo– en relación al talante general que animó la “indignación” contra la corrupción.

Al mismo tiempo que se destapan estos casos de corrupción, en el país había otras movilizaciones, mucho menos mediáticas, mucho menos entronizadas como el “despertar ciudadano” que vino de la mano con las concentraciones sabatinas, sus vuvuzelas y el himno nacional entonado “con fervor patriótico” en cada movilización. Desde siempre, pese a las actuales apatía política y falta de organización popular (diezmada sangrientamente durante la guerra), continúan protestas contra numerosas temáticas en la Guatemala profunda: protestas contra toda la industria extractiva depredadora (la minería a cielo abierto, las hidroeléctricas, la monoproducción para agrocombustibles que quita tierras a la producción de alimentos), reivindicaciones varias, actos de protesta, huelgas de hambre. Junto a eso nunca se silenciaron del todo las protestas campesinas por condiciones más dignas de vida, por tierra y acceso al crédito, por los satisfactores elementales, siendo eso hoy día el foco de resistencia popular quizá más dinámico. Ni tampoco salieron de escena –aunque no ocuparan los titulares de los principales medios– las reivindicaciones por mejoras salariales de los trabajadores rurales y urbanos, las protestas por la carestía de la vida en relación a los salarios básicos, la lucha de los estudiantes de secundaria y de algunos sectores de la universidad pública por mejores condiciones educativas, las protestas de ciertos gremios por reivindicaciones puntuales. 

En otros términos: la protesta social nunca se terminó, aunque no fuera la noticia “de moda”, con cortes de caminos, plantones frente a organismos de gobierno y peticiones nunca cumplidas por las autoridades. Llamativo fue que de buenas a primeras, en un país marcado absolutamente por la corrupción como práctica cultural normalizada, surgiera esta actual cruzada anti-corrupción, casi con un valor de empresa ética. 

El destape formulado por CICIG y Ministerio Público sirvió para “indignar” a vastos sectores de clase media urbana. El efecto fue muy bueno en tanto inicio de toma de conciencia política de estos estamentos adormecidos, pero rápidamente pudo constatarse que ahí había agenda oculta. El foco de atención pasó a ser la “maldita, pérfida y atroz corrupción” que, como plaga bíblica, destruye la sociedad guatemalteca. Se dejaron de lado así, de un plumazo, los factores de injusticia estructural por los que se inició una guerra monstruosa para la década de los ’60 del siglo pasado, y que al día de hoy siguen sin resolverse, por lo que continúan las protestas, los bloqueos de caminos y todas las formas de lucha que arriba se mencionaban.

La lucha frontal contra la corrupción pasó a ser –o eso intentó al menos el proyecto dominante en cuestión– el nuevo “caballo de batalla” en la lucha de poderes que se libró. Los sectores históricamente postergados, olvidados y reprimidos (trabajadores varios, movimiento campesino, sub-ocupados y desocupados, amas de casa, estudiantes, pobrerío en general), si bien tienen mucho que decir también de la corrupción, no vieron ahí el principalísimo problema en cuestión. La indignación ciudadana que se prendió –por cierto muy válida– fue la de la clase media. Y ahí radica lo importante a destacar: esa “lucha” parece obedecer más a un proyecto de Washington que a una situación política propia del país.

Sin dudas la corrupción es dañina. De acuerdo a un estudio del Instituto Centroamericano de Ciencias Fiscales –ICEFI– y la organización no gubernamental Acción Ciudadana, entre 1998 y 2013 se “esfumaron” del presupuesto nacional 31,000 millones de quetzales (4,000 mil millones de dólares) en concepto de corrupción. Ese monto representa la quinta parte de la suma de las cantidades aprobadas en los últimos 15 años en los presupuestos nacionales para la inversión en obras públicas (157 mil 699 millones de quetzales), según calculan ambas organizaciones. Pero la raíz de los problemas no radica sólo en esos desvíos (crímenes a todas luces, sin dudas) sino en el acceso a la riqueza producida como sociedad. La gran mayoría de la población tiene una pequeñísima participación en el pastel de bienes y servicios que constituye la riqueza nacional, mientras unos cuantos grupos de poder se reparten la enorme cantidad restante. 

La cruzada anti-corrupción en marcha, refrendada muy mediática, casi peliculescamente por la Embajada de Estados Unidos, tenía como objetivo limpiar un poco la cara de impresentables (las mafias enquistadas en el aparato de Estado), preparando condiciones para la implementación de la “Alianza para la prosperidad”, un plan de recolonización del área centroamericana para blindarla en varios sentidos: para frenar su perfil de exportadora de indocumentados hacia suelo estadounidense, para frenar su perfil de principal bodega y ruta de tránsito de buena parte de la droga que llega al territorio del norte, y para asegurar la región como intocable traspatio de la gran potencia en la lucha hegemónica contra los nuevos retos mundiales dados por China y Rusia. 

En síntesis: se preparó todo, al modo de las “democrática y cívicas” revoluciones de colores donde la estrategia de Washington ya funcionó exitosamente (en algunos países de Europa del Este, o en la Primavera Árabe), para sacar un gobierno mal visto y molesto para el proyecto regional de la Casa Blanca. Las movilizaciones sabatinas, que tenían mucho de “fiesta” y no tanto de movimiento político como las protestas campesinas y de trabajadores existentes con anterioridad, podrían haber avanzado hacia una radicalización de la lucha popular. Pero, de momento al menos, las condiciones no estuvieron dadas. Si se quiere creer que fueron ellas las que lograron sacar a Baldetti y a Pérez Molina, se está analizando muy parcialmente la situación: fueron parte –imprescindible– del montaje necesario, pero el proyecto de roll back (reversión) del binomio del Ejecutivo guatemalteco ya estaba escrito desde hacía un año atrás. 

2. Elecciones: más de lo mismo

De todos modos, si bien la agenda estaba trazada, como pasa en los procesos políticos, o humanos en general, no todo se puede predecir/manipular. El proyecto apuntaba a sacar “malos de la película” dejando todo lo demás intacto. Tal como dijo el ahora ex presidente, Otto Pérez Molina en algunas declaraciones cuando ya estaba ligado a proceso judicial: “Si hay una Línea-1 [funcionarios de gobierno corruptos], también hay una Línea-2 [empresarios corruptores]”. Ese es el núcleo del asunto. 

La CICIG en alguna ocasión “amenazó” con dar a conocer los nombres de esos corruptores, pero eso no sucedió, y fuera de un empresario maquilero de origen oriental, de poca monta en términos políticos y mediáticos, nadie de esta Línea-2 fue detenido, ni siquiera mencionado, y muy probablemente el montaje acabe con el sacrificio de estos, por ahora, “malos de la película”. Otto Pérez Molina, hombre funcional al sistema (al empresariado guatemalteco y a la geoestrategia estadounidense cuando fue fundamental actor de la guerra contrainsurgente –el Comandante Tito Arias–), cae ahora preso, junto con su amante y ex vicepresidenta. ¿Se repite lo de Arnoldo Noriega en Panamá? ¿Juego bien calculado, con unos meses en prisión y luego disfrute de los millones embolsados? 

De momento su encarcelamiento –junto con el de Roxana Baldetti– tiene ribetes de culebrón del peor gusto. De hecho, sirvió para terminar con el clima de movilización que existía hasta antes de las elecciones, y para hacer que las mismas se lleven a cabo dentro de la “normalidad” esperada.

El sistema se sabe defender y retroalimentar. Si en algún momento pareció que la protesta popular se podía ir de las manos al proyecto de derecha de “limpieza de cara” y encarcelamiento de un par de símbolos, la llegada de las elecciones (cuestionadas, realizadas bajo las mismas condiciones que se ponían en cuestión por amañadas e ilegítimas) desactivó todo ese calor cívico, esa sana rebeldía que iba creciendo. Las elecciones se hicieron, y la preconizada “fiesta democrática” llenó una vez más el espacio mediático.

La democracia, en tanto “gobierno del pueblo, gobierno de todos”, difícilmente existe en algunos puntos del globo. Lo que sí está absolutamente claro es que estas formaciones que se presentan como “la democracia” y que se dan en los países pobres y dependientes del Sur del mundo, son una farsa. Según puede constatarse empíricamente, en Guatemala hace ya tres décadas que “el pueblo” manda, que “el pueblo elige” a sus representantes a través del acto eleccionario. ¿Es eso la democracia?

¡Tremenda mentira! Nos encaminamos ya hacia la octava administración surgida de las urnas luego de los años de generalato y las causas históricas y estructurales que encendieron la guerra más de 50 años atrás no han cambiado prácticamente un milímetro. Estas democracias representativas, donde la población (en muchos casos acarreada, comprada, engañada, vilmente manipulada) deposita un voto (decir que “elige” sus autoridades es un exceso), no tienen como objetivo real modificar nada en las condiciones concretas de vida de las grandes mayorías. Son, en definitiva, una forma de mantener el statu quo. Dicho de otro modo: cambiar algo (la administración de turno) para que nada cambie.

De todos modos, con estas elecciones del 6 de septiembre se tuvieron sorpresas que vale la pena analizar. El candidato Manuel Baldizón, no alineado con los poderes tradicionales (CACIF) ni con la Embajada de Washington, quien parecía en un momento el claro ganador, apenas llegó a ocupar el tercer lugar. Es sabido que el empresariado tradicional mantiene una lucha de poderes con las mafias ascendentes (nuevos ricos, enriquecidos a la sombra del Estado contrainsurgente de las últimas décadas, ligados a las cúpulas militares). Baldizón, de hecho, representa los intereses de esos sectores emergentes. Y como no se sienta a dialogar con los poderes tradicionales, la derecha le terminó bajando el dedo. 

Más aún, el embajador estadounidense Todd Robinson –verdadero poder político en el país, como todo embajador de la gran potencia del norte– ya lo había anticipado meses atrás, cuando comenzaban las movilizaciones: difícilmente Baldizón pudiera ganar las elecciones. Y efectivamente: no ganó.

¿Quién ganó? “El pueblo” o “la democracia”, como pomposamente suele decirse una vez terminados los comicios, seguro que no. El pueblo de a pie, los campesinos, los trabajadores, los desocupados y sub-ocupados, la juventud sin mayores expectativas, el “pobretariado” dominante (para usar una certera expresión de Frei Betto) aunque concurrieron a las urnas, no ganaron nada sino la repetición, una vez más, de un acto ritualizado que sólo ofrece “más de lo mismo”. O, en todo caso (conclusión a tomar muy con pinzas, porque el volumen del ganador de la primera vuelta: Jimmy Morales, no fue especialmente grande): no se pasó de la sensación de no votar por “los mismos corruptos de siempre”.

Proceso complejo, contradictorio incluso: después de semanas de movilización con aire político, se vota por la “no-política”, según se puso de moda decir ahora. Es decir: se votó por la imagen de alguien “no contaminado” con los peores vicios de los políticos profesionales de siempre, los que siguen en el Poder Legislativo, los que seguirán manejando en muy buena medida las palancas del Estado (nacional o municipal). 

Ahora bien: el candidato ganador de la primera vuelta, más allá de esta supuesta cara de “no quemado” con los vicios ya conocidos, no ofrece mejores perspectivas que los ya conocidos. Más aún: no se sabe con exactitud qué ofrece, porque no hay propuesta concreta. Sólo se sabe que tiene el respaldo de sectores militares de línea dura, lo cual ya es mucho decir. Pero siendo más rigurosos en el análisis: ¿qué candidato puede ofrecer reales perspectivas de mejoramiento sustancial en un país donde la asimetría entre ricos y pobres es de las más altas del mundo, y donde la ideología de la Guerra Fría aún no ha desaparecido?

La otra contendiente para la segunda vuelta, Sandra Torres, ahora limpia de su presunto pasado guerrilleril (buscó un acaudalado empresario de los capitales tradicionales como compañero de fórmula) puede ofrecer programas asistencialistas con un sesgo de beneficencia. Más allá del peligro del clientelismo, está claro que esas no son verdaderas salidas para el campo popular, que sigue siendo el convidado de piedra en todo esto. 

El 30% de abstencionismo, el 5% de voto nulo y otro 5% de voto en blanco, más allá de la pompa con que el Tribunal Supremo Electoral presenta las cosas, marcan que la población no espera mucho de este sistema político. 

3. La población es manipulada (guerra de cuarta generación)

La gran masa, aquí como en cualquier punto del planeta, es cada vez más producto de una refinada manipulación.

Años atrás los métodos para “controlar” a las masas que utilizaban los grupos de poder, además de los distractores de siempre (el “pan y circo” es tan viejo como el mundo), consistían en la represión abierta. Los gobiernos militares que se sucedieron casi sin solución de continuidad durante todo el siglo XX (en Guatemala y en el resto de Latinoamérica) no tenían otro objetivo que ese: evitar el “avance comunista” (eufemismo por decir: que la lucha de clases no termine derrotando a los propietarios actuales a favor del pueblo trabajador). Hoy las cosas no han cambiado mucho, aunque ya no asistamos a golpes de Estado cruento, sangrientos y con tanques de guerra en la calle. Las tecnologías de control se han superado. Asistimos así a lo que los estrategas estadounidenses llaman “guerra de cuarta generación”.

El “pan y circo” contemporáneo alcanza ribetes inimaginables. Esto que más arriba se mencionaba como “revoluciones de colores”, estos movimientos cívicos presuntamente espontáneos que con métodos no violentos (cantando el himno nacional y haciendo sonar cornetas en la plaza) quitan el poder a personajes indeseables (¡exactamente lo que pasó en Guatemala!) no son tan espontáneos: son parte de las estrategias de geodominación que pone a circular Washington. La “democracia” que así se alienta –igual para todos los países del mundo, sean ricos o pobres– es la democracia representativa. Se dijo, incluso, que la CICIG es un globo de ensayo para futuras intervenciones similares en el resto de América Latina, tomando la corrupción como un eje aglutinante que puede servir para preconizar “democracias serias”, sin mafias ni impresentables en el poder, con lo que se preserva magistralmente la roca dura del sistema: la empresa privada. Con la presente jugada, se refuerza el estereotipo que “estamos mal por culpa de los políticos”. Y definitivamente, la cuestión es más compleja que eso. No importa el político de turno, pues las cosas de base no se alteran.

Como se apuntó más arriba en relación a un afiche: indigna que se toque la propiedad privada (por eso no se perdona a un presidente ladrón, ladrón de fondos públicos para el caso), pero no se perdona que el “pobretariado” atente contra esa propiedad (pidiendo aumento de sueldo, por ejemplo). Por eso el actual presidiario ex presidente es juzgado por su rapiña, pero no por haber defendido esa propiedad privada a capa y espada cuando dirigía las campañas de tierra arrasada en la guerra anticomunista de décadas pasadas. ¿Qué defiende esta democracia formal sino el mercado?

Pregúntese el lector cómo se llama el diputado que lo representa en su circunscripción. ¿Lo sabe? ¿Cuántas veces lo contactó en la legislatura anterior para conocer su punto de vista, o fue convocado a un Cabildo abierto con otros pobladores para tratar temas de interés común? Pues bien: ¡eso es la democracia que nos rige! Lo importante –para quienes la dirigen, claro– es que el mercado siga funcionando (léase: empresa privada lucrativa). De ahí que la población debe ser instruida en ese tipo de democracia, y después de cada elección (aunque sea amañada como la que acaba de pasar, con diputados y alcaldes plagados de prácticas corruptas, mafiosas, más cerca de Al Capone que de un servidor público) se cante con estridencia que “la libertad y el voto popular se impusieron”. 

El salario básico (que la mitad de los trabajadores de la ciudad y el 80% de los trabajadores rurales ni siquiera cobran), que ya de por sí es bajísimo (cubre apenas la mitad de la canasta básica), ¿cambia después de cada elección? ¿Cambia la tenencia de la tierra? ¿Y los servicios públicos mejoran? Pareciera que esto de votar cada cuatro años (o ser llevado a votar, acarreado, con compra de votos y toda práctica corrupta que se pueda imaginar) no influye en la calidad de vida real de la población.

Pero a la gente se le intenta hacer creer que “eligió”, que es el “poder soberano” de la nación, en tanto emite su voto. La comparación con el fantasma de la no-democracia nunca falta (ayer Cuba, hoy Venezuela, presuntos ejemplos del desastre social personificado). 

Un teórico de estas manipulaciones, el polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinsky, lo dijo con claridad hace años, en 1968:“En la sociedad tecnotrónica el rumbo, al parecer, lo marcará la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que caerán fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotarán de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón”. Definitivamente asistimos a esas estrategias: manipulación de emociones (la corrupción toca fibras íntimas, llama a reacciones emocionales) para controlar la razón. Las campañas políticas de los candidatos, al igual que la promoción de cualquier producto comercial, no son sino eso: una venta bien maquillada de emociones baratas, de manipulación de sentimientos, de aprovechamiento de los miedos más irracionales. ¿Cómo votar por la “no-política” en medio de un interesante despertar político? Decir que “la gente es tonta” y por eso actúa como lo hace, además de ser despectivo y altanero, es erróneo. La gente no es tonta… ¡sino manipulable! Es más fácil pensar con cabeza ajena que hacer el esfuerzo crítico de pensar más allá de las apariencias. Las actuales tecnologías de la información y la comunicación (televisión, internet, redes sociales) apelan de un modo descomunal a este principio: “¡no piense y mire la pantalla!”. Las consecuencias son harto elocuentes. 

4. Faltanpropuestas reales de transformación, no hay fuerzas de izquierda

No hay dudas que la movilización de la población en estos meses, aunque pudo ser provocada y tuvo un inicio de indignación clasemediera contra el “malo de la película” de turno sin ir más lejos (renuncia de la pareja “satánica” de presidente y vice, sin apuntar a las razones estructurales de fondo), abrió nuevas posibilidades.

Hay que ser cautos en este análisis: si buena parte de las marchas sabatinas tenían en su origen una manipulación fríamente pensada, abrieron también un escenario que no estaba en el guión. Algunos de esos sectores clasemedieros indignados, en alguna medida se fueron radicalizando. En el medio de esas protestas anti-corrupción aparecieron voces que pedían ir más allá: terminar con el sistema político corrupto, atacar no sólo a La Línea-1 sino a sus verdaderos beneficiarios: la clase empresarial, los corruptores. Yendo más lejos en la protesta, se pidió la postergación de las elecciones en las actuales condiciones, con las mafias enquistadas en el Estado y como financistas de buena parte de los partidos políticos. Y se llegó a pedir una Asamblea Constituyente para pensar en la reformulación del Estado. Dicho de otro modo: un profundo cambio en las relaciones de poder.

Ahora, visto tranquilamente, es claro que el pedido tenía una buena intención, pero en las condiciones actuales del campo popular y de su correlación de fuerzas políticas, no podía prosperar. De hecho, no prosperó. El encarcelamiento del presidente y la realización de las elecciones, en este momento vinieron a enfriar el estado de movilización. 

En todo caso, se cumplió a cabalidad el guión estratégico de la “revolución de colores”, se sacó de en medio a un símbolo de la corrupción (como era el binomio del Ejecutivo), se puso a prueba la estrategia de una comisión contra la corrupción y su funcionalidad para el sistema (gatopardismo: cambiar algo para que no cambie nada), se le cerró el camino a un político díscolo no alineado con las fuerzas tradicionales como es Manuel Baldizón, se le dio un mensaje fuerte a los sectores mafiosos que siguen ligados al Estado en relación a quién manda aquí –sectores, de todos modos, que no desaparecieron ni van a hacerlo– y se mandó a la población movilizada en las plazas a votar para cumplir una vez más con la presunta “fiesta cívica”. La cabeza rodando de Pérez Molina unos días antes de los comicios completó el cuadro, tranquilizando así las aguas.

Pero las aguas, por supuesto, siguen borrascosas. Por más que se intente tranquilizarlas (¿para eso las “revoluciones de colores”?), hay corrientes turbulentas en lo profundo. De hecho: nunca dejaron de estar agitadas, pese a la “lavada de cara” que se pretende con este combate contra la corrupción. Los motivos por los que hace unos meses atrás la población rural protestaba –por ejemplo: la lucha contra las mineras–, no desaparecieron. Más aún: los motivos profundos por los que protestar, por los que hubo una Primavera Democrática en 1944 y se encendió la prolongada guerra interna hacia los años ’60 del siglo XX, no han desaparecido. Hoy por hoy, producto de la inmensa represión de décadas atrás (200,000 muertos, 45,000 desaparecidos y un terror instalado que no se ha esfumado del todo aún), más políticas neoliberales que hicieron retroceder vergonzosamente históricas conquistas populares, ante todo ello la clase trabajadora y las fuerzas de izquierda están alicaídas.

Eso no significa que las aguas se tranquilizaran. Significa, más patéticamente, que las protestas se desactivaron, se ensordecieron, se criminalizaron. Esas protestas históricas por mejores condiciones de trabajo y de vida de la inmensa mayoría de la población, con la actual jugada se reemplazaron por una “indignación” contra la corrupción. Como dice el epígrafe de este texto: ¡ahí hay agenda oculta! En la elección pasada, cuando ganara Pérez Molina, el fantasma azuzado era la violencia delincuencial, las maras; el mensaje funcionó. Hoy es la corrupción. ¿Queda claro cómo funciona eso de la guerra de cuarta generación?

Ese descontento que salió a la calle en la ciudad de Guatemala, y luego en muchas cabeceras departamentales, no pasó de momento a más. La respuesta a ello: porque no hay fuerzas alternativas, de izquierda, que puedan liderar políticamente ese malestar. 

Hoy día las propuestas políticas de izquierda, o dicho de otro modo: las propuestas transformadoras que puedan anidar en el campo popular, estás desarticuladas, producto de toda la historia mencionada, y de la formidable lucha ideológica que libra día a día la derecha, nacional e internacional. La izquierda que se presenta a elecciones, penosamente queda cooptada por las reglas de juego del sistema, teniendo un caudal electoral irrelevante. El neoliberalismo campea triunfante. La historia no terminó, como había proclamado triunfal Francis Fukuyama tras la caída del Muro de Berlín, pero propinó un gran golpe a las ideas de cambio social del que aún es difícil reponerse.

De todos modos, aunque no hayan aparecido propuestas concretas que logren ir más allá de las vuvuzelas y el himno nacional, es preciso reconocer que se abrieron escenarios nuevos, impensables cinco meses atrás. Las protestas históricas (por tierra, por mejoras salariales, por dignificación de las condiciones de vida, contra el machismo, la lucha contra el racismo) pueden –¡y deben!– articularse con este nuevo descontento urbano, donde confluye de todo un poco, hasta incluso jóvenes de universidades privadas. Quizá sea ampuloso llamarlo “despertar ciudadano”; pero sin dudas, hay nuevas posibilidades abiertas. 

Todo ello lleva a la última conclusión, y sin dudas la más importante.

5. ¡Hay por qué seguir protestando!

No es cierto que el país “entró en una nueva era de civismo”, de democracia, de ciudadanía responsable. Ese es el discurso mediático que la derecha impone. Con esta masiva salida de población a las calles en las ciudades, poco ha cambiado en la estructura profunda de la sociedad. Esa es la cruel realidad. Tenemos un ex presidente y una ex presidenta presos, junto a otros funcionarios también entre rejas. Pero no está ahí el cambio real. Lo que ha sucedido y resulta verdaderamente importante es que se abrió una perspectiva novedosa, inédita un corto tiempo atrás.

La población ha perdido el miedo. Eso es sumamente importante, marca un cambio. Guatemala, no hay que confundirse, sigue siendo un país tremendamente injusto, desigual, con profundos problemas que se arrastran desde siglos. Eso no cambió, ni puede cambiar, porque una Fiscal General (¿presionada por la Embajada de Estados Unidos?) o una instancia internacional como la CICIG han denunciado unos cuantos ilícitos. Nadie puede negar que esas denuncias, estos nuevos aires anti-corrupción que ahora corren, ver a altos funcionarios presos por los desfalcos cometidos, aunque no constituyan un cambio en lo profundo, son alentadores. Son, por supuesto, una buena noticia. Pero lo esperanzador que se nos abre en estos momentos es la rebeldía, el inconformismo, la pérdida de la apatía que comienzan a darse. Ahí está el germen de un auténtico cambio. Lo importante, en ese sentido, es lograr que el calor de meses atrás no se disipe. 

Se terminaron las marchas de los sábados; ya pasó la primera vuelta electoral y ahora “la democracia” (léase: el sistema de libre mercado de un país dependiente y agroexportador) pareciera dirigirse hacia la segunda vuelta el próximo 25 de octubre para elegir “civilizadamente” la nueva administración que regirá los destinos nacionales por cuatro años. En el medio de todo ese libreto bien organizado quedan muchas, muchísimas razones para seguir saliendo a la calle (y articulando esas protestas con otras que siguen estando, aunque no ocupen las carteleras). ¿Por qué protestar entonces?

El sistema electoral y los partidos políticos siguen regidos por la misma Ley que permite y fomenta la corrupción. 
La corrupción sigue siendo un mal endémico en la estructura, que no desaparece porque algunas funcionarios hoy estén presos (la Línea-2 sigue existiendo, no olvidarlo).
La impunidad es el pan nuestro de cada día en el ejercicio de cualquier forma de poder.
La pobreza del 54% de la población que sobrevive con 2 dólares diarios no ha terminado.
El salario básico –que cobra apenas la mitad de los trabajadores en relación de dependencia– sigue siendo famélico, pues cubre apenas la mitad de la canasta básica.
El Estado sigue teniendo la segunda carga fiscal más baja del continente americano.
La tierra cultivable continúa monopolizada por un pequeño grupo de propietarios, mientras la gran mayoría de campesinos no tiene tierra, o tiene parcelas minúsculas que no permiten ir más allá de pobres economías de subsistencia.
Los servicios públicos siguen siendo deficientes.
La empresa privada, más allá de su preconizada eficiencia, es eficiente para ganar dinero, sin reparar en explotación y costos ambientales.
El racismo visceral que marca toda la historia no ha desaparecido.
El machismo patriarcal, que es una cultura metida a sangre y fuego, aún persiste casi intocable.
La población desesperada sigue saliendo en masa (huyendo) como inmigrante irregular en búsqueda del sueño americano.
A la población se la sigue engañando continuamente con sucesivos y nuevos espejitos de colores.

En otros términos: sobran motivos por los que seguir en pie de lucha. Como se dijo por ahí: ¡Que la calle no calle!