lunes, 21 de diciembre de 2015

¿Tercera Guerra Mundial?



Marcelo Colussi
mmcolussi@gmai.com
https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33

Texto de docuficción con más visos de realidad que de fantasía.

Por azares del destino el prestigioso periodista L. M., amigo mío desde la infancia, hoy día editor de la sección política de un famoso periódico neoyorkino, me hizo llegar un texto absolutamente increíble, que constituye -creo- una de las piezas más importantes para entender el mundo actual.
Al momento de compartírmelo me hizo partícipe de su terrible angustia, pues el documento de marras no era una simple noticia más, una nota interesante o un chisme jugoso. Por el contrario, se trata de una revelación espantosa, que bien podría servir como prueba irrefutable en un tribunal internacional para enjuiciar a Washington y su arrogante política imperial. El pequeño detalle es que no existe hoy en el mundo poder suficiente que pueda sentar a la gran potencia en el banquillo de los acusados.
La angustia de mi amigo se debía al dilema ético en que se encontraba (o se encuentra aún): quien se lo dio -también íntimo amigo suyo desde la época de sus aventuras estudiantiles- es actualmente parte del equipo de asesores de seguridad de la Casa Blanca. En una situación similar a la del especialista en informática Edward Snowden, quien trabajara para agencias de seguridad gubernamentales, los monstruosos secretos de Estado de los que se le hizo cómplice llegaron a un punto en que lo doblegaron. Ante esa situación, su ética se impuso, decidiendo revelar lo que sabía. O, más exactamente dicho, revelando lo que escuchó en una reunión del más alto nivel en la que, contraviniendo los protocolos de seguridad, se permitió grabar parte de lo tratado con la idea de hacerlo público, porque el asco ante el horror lo galvanizó, lo golpeó en lo más profundo de su ser.
Mi amigo L. M. no sabía qué hacer con tamaña “papa caliente” en la mano; de ahí que días atrás, simulando llegar a mi clínica por un dolor de muela -soy odontólogo-, me compartió el texto. Es la desgrabación de lo que su amigo pudo captar en esa oficina gubernamental, registrado todo con mucho temor a través de un procedimiento láser de última generación, en secreto. El texto que me acercó -y que yo ahora me permito hacer público- contiene las intervenciones de varios de los asistentes a esa junta. Estaban allí, además del presidente, varios altos funcionarios del Poder Ejecutivo y un par de poderosos banqueros (más poderosos que los funcionarios, por supuesto). Son todos varones (el patriarcado se sigue imponiendo). Lo que se podrá leer en un instante deja paralizado, estupefacto (obviamente no se dan los nombres de los participantes). 
Por una cuestión de dignidad humana, de principios éticos mínimos, decidí ahorrarle angustias y sufrimientos a mi amigo y hacer circular la revelación. Si bien él no me pidió en forma expresa guardar ningún secreto, era evidente que lo torturaba lo ocurrido en esa oficina, y moría por la ansiedad de no saber qué hacer: decirlo le podría costar la vida, y guardárselo lo mataba de otra forma. Difícil decidir, sin dudas. Opté por la sana actitud aristotélica: “amicus Plato, sed magis amica veritas”*. En otros términos: aunque soy un ciudadano americano que, directa o indirectamente se beneficia de la industria de la guerra que mi país mantiene a diario, mi conciencia no me permite mantener oculto lo que las más altas autoridades, que se supone elegimos nosotros en forma democrática, están elucubrando. Eso es, lisa y llanamente, la peor monstruosidad que pueda concebirse, algo inhumano, horrendo, contrario a los más elementales principios de la convivencia social. ¡No sé cómo gente así puede dirigir una nación y decirse cristiana! Como profesional de la salud y defensor de la vida que soy, me opongo terminantemente a la realización de estos macabros planes. 
Espero que la reproducción de esta reunión sirva para evitar un holocausto.

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R.: ¡Por supuesto, señores! No nos queda otro camino.

T: ¿Por qué no?

R.: Porque cualquier otra opción significa la derrota como país. Y además…, cualquier otra opción –no seamos tontos con esto, caballeros–, cualquier otra opción nos haría perder miles de millones de dólares. 

T.: ¿Está diciendo que sigamos viviendo de la guerra?

R.: ¡Exacto! No solo lo digo; lo afirmo con toda la fuerza, lo grito, lo hago saber a todo el mundo. ¿O no es cierto que la cuarta parte de nuestra economía, y quizá más aún, viene de la industria militar?

H.: Eso es cierto, y creo que no debemos olvidarlo nunca.

R.: Por supuesto. Creo que H. lo entiende perfectamente… Bueno, creo que todos los que estamos aquí lo entendemos así. ¿O hay alguien que se oponga?

T.: Yo tendría mis reservas, caballeros. No es que me oponga al negocio de las armas, si buena parte de mis inversiones van por ahí. Y les agradezco infinitamente a ustedes, como políticos, que me hagan rendir ese capital. ¡Por supuesto que la guerra es negocio!; de eso no me quejo. La duda que me queda es eso de una nueva guerra mundial.

S.: Lo mismo digo. Nadie se opone, mi querido R., a seguir con los planes bélicos. Creo que todos los que estamos en este salón de eso vivimos. ¡Y no vivimos mal, por cierto! Pero una guerra mundial con energía nuclear…, no sé, tengo mis dudas. 

R.: Entiendo sus temores, señores. Pero esto no es una improvisación. Hace años que venimos trabajando muy concienzudamente en esto. ¿Verdad M.? Ahora M. nos va a mostrar una presentación con datos concretos para hacerles ver los pro y contras. Pero créanme que son más los beneficios que las pérdidas.

H.: En realidad no es que me preocupe que vayan a morir unos cuantos milloncitos de personas en esto. Incluso si son de los nuestros, ciudadanos americanos. Ya sabemos que para eso tenemos a los negros y a los hispanos. O, al menos, así fue hasta ahora en todas las guerras que hemos armado. Obviamente nuestros hijos no van al frente, ni siquiera manejan aviones ni barcos: negros, hispanos o avispas* pobres son los que ponemos por delante. Pero lo que ahora se está planteando es otra cosa: ¿cómo defendernos de un misil nuclear que caiga en nuestro territorio?

T.: Exacto: ese es el problema. ¿Podemos evitar que nos llegue la energía nuclear?

R.: El secreto está en la forma que lo hacemos. Recuerden que quien pega primero pega dos veces. Además…, esta guerra que buscamos tiene sus bemoles.

H.: ¿Y cómo hacerlo en este caso?

R.: Señores: ¡veamos los beneficios!, no los problemas secundarios.

A.: Si me permiten, quiero tomar la palabra. Venía escuchando la discusión y no quería participar para ver por dónde iban las cosas. Veo, mis amigos, que tienen muchas dudas en el campo bélico. Pues bien: para despejarlas es que estamos nosotros, los buenos militares. Somos profesionales de la guerra, es decir: de la muerte de otros. Si de cuidar sus inversiones se trata, para eso estamos. Y con toda convicción, con el más hondo patriotismo, en nombre de nuestros más sagrados principios como hombres de bien, siguiendo los pasos de Washington, de Lincoln, de Jefferson, les puedo asegurar que está todo bien calculado: ¡no podemos perder la guerra!

H.: De acuerdo, general. Lo felicito por sus convicciones y ese innegable amor a la patria que manifiesta. Pero más allá de declaraciones emotivas, lo que necesitamos son pruebas irrefutables. Si algo hizo grande a nuestro país no fueron las declamaciones sino la practicidad. En concreto: ¿cómo ganar una guerra nuclear si nuestros enemigos también tienen armas atómicas?

Z.: No soy un especialista en operaciones militares. Soy simplemente el presidente de la nación, abogado de profesión. Pero puedo decir algo al respecto de todo esto, caballeros: hace ya un buen tiempo que venimos preparando la operación. Como dijo el general A.: no podemos perder la guerra, porque está matemáticamente calculado que así sea. Y además, esto creo es lo fundamental, tenemos que ver esto en términos políticos, que es otra forma de decir: verlo económicamente, en clave de costo-beneficio. 

S.: Explíquese, presidente.

Z.: Pues bien: la guerra, contrario a esa visión apocalíptica que piensa que se va a terminar el mundo, trae más beneficios que otra cosa. Al menos para nosotros.

T.: ¿Y si nos caen bombas atómicas sobre nuestras cabezas?

R.: ¡No nos van a caer!, porque la cuestión no es destruir de una vez a los chinos y a los rusos. Si les disparamos directamente a ellos, por supuesto que vamos a conseguir que ellos nos devuelvan el golpe. ¡Y ellos tienen armas peligrosas!, lo sabemos. La nueva guerra mundial podrá usar armas atómicas…, pero sólo en forma limitada. Y por supuesto no el territorio chino o ruso. De lo que se trata es de acorralar al enemigo, dejarlo sin respiración, hacer que se rinda. La destrucción directa es imposible.

H.: ¿Por qué sería imposible?

Z.: Porque ellos tienen tantas bombas como nosotros, y si se lanzan todas, no queda nada. Ustedes sabrán, señores, que la energía nuclear concentrada en la superficie del planeta sirve para destruir el mundo 7 a 8 veces. Por tanto, si se dispararan todos los misiles -cosa absoluta y técnicamente imposible, cosa que jamás va a ocurrir- la onda expansiva que se produciría llegaría a Plutón, destruyendo la Luna y Marte, y dañando severamente a Júpiter. Obviamente, no es eso lo que queremos. 

T.: ¿Qué queremos exactamente con la guerra entonces?

R.: No hay que andarse con miramientos. En estas cosas no valen las posiciones románticas. La guerra ha sido y sigue siendo cosa de hombres, aunque ahora hablemos de equidad de género y esas cuestiones. La guerra es para doblegar al enemigo, para imponer nuestra voluntad. En otras palabras: ¡para ganar! ¿Y qué queremos ganar ahora? El control del planeta, aunque chinos y rusos sigan vivos. Es más: queremos controlarlos a ellos. La Tercera Guerra Mundial para eso sería. 

T.: ¿Cómo lograrlo entonces? Por favor, explíquense señores. 

R.: Si me permite, señor presidente, lo que tenemos que dejar bien en claro, sin falsas emotividades…, o digámoslo de otra manera: ¡sin mariconadas!, es que la guerra sigue siendo la guerra. Y la guerra es para derrotar al enemigo, no para perdonarlo. ¿Qué necesitamos ahora como potencia? Nuestro enemigo hoy día no es Europa. Ya la conquistamos después de la Segunda Guerra Mundial. Ella es nuestra esclava dócil. O, digámoslo de otra manera, nuestro socio comercial menor. Con ella no hay problema. Como no lo hay ya con el comunismo. Eso, al menos por ahora, quedó en la historia…, y aprovecho a mandarle saludos al general Pinochet y a todos los monstruitos que supimos preparar en nuestra retaguardia. ¿Cuál es el verdadero problema actual?

H.: Los rusos y los chinos. Ya lo sabemos. Pero, ¿y entonces?

R.: Amigos: no se trata de tirarles 100 misiles sobre su territorio, porque inmediatamente tendríamos otros 100 misiles, o más, sobre el nuestro. Y ahí se cumpliría aquella doctrina del “loco”*, de la destrucción mutua asegurada. Por supuesto, creo que ustedes lo saben, eso jamás va a ocurrir, porque ninguna de las dos partes quiere autoaniquilarse. Nos reservamos, en todo caso, algunos secretitos como el polvo radioactivo, o las bombas de radiación ultravioleta. Pero sin entrar en esos preciosismos técnicos: sabemos que el cacareado holocausto termonuclear nunca va a llegar, porque no estamos tan locos. Tirar todas las bombas sobre ellos significa que también nosotros nos morimos, y que también Plutón sentiría los efectos. Nos queremos eso. Y el enemigo tampoco. Lo que queremos es vencerlos, no matarlos. ¿Saben que las reservas más grandes de petróleo, gas, agua dulce y minerales estratégicos están en Asia, verdad? En la Siberia, en Rusia, en China. Si los destruimos…. ¡nos perdemos todo eso!

S.: ¿Entonces?

Z.: Si me permite, general… Pues creo que hay que entender todo esto no en clave de técnicas militares, sino políticas. Como dijo nuestro amigo R., en quien confío grandemente desde el punto de vista de las operaciones bélicas: no queremos perdernos ese caramelo. ¿Saben ustedes que el mercado potencial más grande del mundo son los 1.300 millones de chinos, no? Si los matamos… ¡nos perdemos el mercado más grande que va a existir! ¿Queremos acaso perdernos la reserva subterránea de agua dulce más grande del planeta? ¿O la queremos para nosotros? Por supuesto: la queremos nosotros. Y está en Rusia. Si la destruimos y contaminamos con energía nuclear, simplemente nos quedamos sin agua.

H.: Entiendo todo esto, y les agradecemos la explicación. Pero, ¿cómo los derrotamos?

Z.: ¿Escucharon alguna vez aquello de “quitarle el agua al pez”? 

H., T., S.: Si.

Z.: Bueno…, de eso se trata. No es oponer un misil nuestro a cada misil de ellos. La guerra que nos planteamos es otra cosa: es asfixiarlos destruyendo lo que necesitan, ¿se entiende?

T.: ¿Qué se haría exactamente, Z.?

Z.: Muchachos, ¿pueden contestar ustedes con más precisión técnica?

R.: ¡Por supuesto, Sr. Presidente! Miren, caballeros: quitarle el agua al pez es hacer que el animal muera por asfixia. ¿Qué necesitan estos países, nuestros principales enemigos? En algunos casos: recursos, como el petróleo. Rusia los tiene, China no. Entonces…: hacer lo imposible para que no llegue más petróleo a la China. Destruir sus vías de suministro. O destruir sus vías de comercio, sus países vecinos. Destruirlas sin piedad, aislarla, bloquearla. Además, ambos países necesitan mercados para sus productos. Entonces… ¡destruir sus mercados potenciales! Léase: el África, buena parte de Medio Oriente. Latinoamérica no, porque es nuestra y la necesitamos en buenas condiciones. Pero matar unos cuantos millones en el África nos viene muy bien. ¿Para qué sirven estos negros? Los nuestros, además de algún presidente que anduvo por allí, para jugadores de básquet…, ah: y para músicos de jazz, o raperos. Digamos que… ¿sobran?

H.: Porque sobran bocas en el mundo, ¿verdad? ¿A eso se refiere?

A.: Exactamente. Hay demasiada gente y los recursos se van agotando. Desaparecer unos cuantos millones, controladamente… digamos: mil millones, hacia eso apuntamos.

S.: ¿Mil millones? Pero, ya que lo vamos a hacer… ¿por qué no lo hacemos bien? Tanta gente comiendo todos los días y consumiendo agua implica demasiados recursos, ¿no? Porque indirectamente también consumen energía, petróleo. ¿No es poquito mil millones?

T.: La presión demográfica es demasiado fuerte, caballeros. Yo soy malthussiano en eso, y me preocupa mucho lo que se viene. ¡Hasta el aire puro ya empieza a faltar!

S.: Además, con la robotización ya no necesitamos tanta gente, ¿no les parece?

Z.: Caballeros: estos son cálculos conservadores. Ustedes saben que desde hace tiempo el gran negocio está en hacer guerras y luego vender la reconstrucción. Es como un Plan Marshall perpetuo. Obviamente, eso es más efectivo que vencer y dejar un ejército de ocupación, porque así existe siempre la posibilidad de la resistencia. Si en cambio destruimos y después vendemos los servicios de reparación… es más tranquilo, y ¡más ganancia!

A.: ¡Hasta la reparación psicológica puede venderse! Ya lo pusimos de moda…

S.: ¡Interesante! Felicitaciones, muchachos… Veo que se la están pensando bien. Hablando de otra cosa….

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Aquí se interrumpe el texto, porque hasta este punto llegó la grabación. 

jueves, 10 de diciembre de 2015

Con motivo de la Cumbre “ecologista” de París

Ecocidio en curso

Marcelo Colussi

La actividad productiva del ser humano, imprescindible para su sobrevivencia, modifica el medio ambiente. Esa es una característica distintiva básica que nos diferencia de todo el reino animal: nuestro trabajo va creando un mundo nuevo, “artificial” podría decirse: desde la primera piedra afilada por el Homo Habilis hace dos millones y medio de años hasta las estaciones espaciales que circundan el planeta, ese proceso nunca se ha detenido, y no se ven motivos para que suceda.

La productividad humana crece; eso siempre ha sido así, y sumado a los cambios que experimenta el clima a lo largo de los años, de los siglos o de los milenios, el medio ambiente en que nos movemos como especie sufre modificaciones a las que debemos ir adecuándonos.

Pero algo está sucediendo desde hace un par de siglos, que no puede explicarse solo por razones naturales. En estos últimos 200 años los cambios en el clima han sido abrumadoramente dramáticos. Todas las evidencias científicas así lo atestiguan.




Catástrofes derivadas de la obtención de recursos necesarios para la vida no son nuevas en nuestra historia; el agotamiento de selvas o de tierras cultivables por la sobre-explotación marcan el paso del Ser Humano por el planeta (pensemos en el agotamiento de la gran cultura maya en nuestras tierras, por ejemplo). Sin embargo, desde que entra en escena el capitalismo con su Revolución Industrial, la producción cambió radicalmente: se empezó a producir no sólo para satisfacer necesidades sino, ante todo, para vender, para obtener lucro económico. En otros términos: se comenzaron a “inventar” necesidades, pues todo pasó a ser mercancía. Todo, absolutamente todo se comienza a hacer para el mercado: la salud, la educación, la espiritualidad, el sexo, la diversión, etc.

Debe quedar claro que el cambio climático por efecto del calentamiento global es un proceso natural que comenzó hace 12,000 años atrás a partir del retiro de la última glaciación, luego de lo cual se pudo llegar a la agricultura y a la domesticación de los primeros animales, transformándose el Ser Humano de nómada en sedentario. Surgió ahí el establecimiento fijo de sociedades agrarias con una producción excedente, a partir de lo que nacen las aglomeraciones humanas basadas en la propiedad privada con clases antagónicas. Desde ese entonces ya conocemos la historia: las clases poseedoras defienden a muerte (¡a muerte!) su propiedad, y la “violencia” se ha transformado en la “partera de la historia” (ningún cambio en las relaciones de poder ha sido –ni parece que pudiera ser– pacífico). Quien tiene, quien se siente poseedor, se resiste a ceder lo que considera propio (propietario de los medios de producción, el varón de las mujeres, etc.)

En estos momentos cursamos el final de ese proceso de glaciación por el deshielo de los polos Norte y Sur y de los glaciales en las cordilleras del Himalaya, Los Andes y Los Alpes. Pero a ello hay que sumar algo novedoso: en el actual calentamiento global hay mano humana comprometida. La industria moderna, que se alimenta en muy buena medida de productos no renovables para su funcionamiento, ha causado daños irreparables a los ecosistemas. No pareciera que el actual ecocidio fuera consecuencia de ciclos naturales: el desmedido afán de ganancia ha llevado a la presente (y catastrófica) situación.

Esa cultura del consumo a que dio lugar el capitalismo mercantil es insostenible, más aún la basada en el petróleo. Al generarse artificialmente las necesidades, eso no tiene fin. De ese modo, en función de ese modelo de desarrollo, el planeta se está empezando a poner en serio riesgo, pues todo entra en la lógica de la depredación, todo pasa a ser botín. Es decir: el planeta en su conjunto se constituye en materia prima para una industria que lo único que busca es vender, forzar a consumir a cualquier precio.

Esa locura consumista puede observarse a diario en cualquier rincón del planeta, pero este momento puntual entre fines de noviembre y principio de diciembre del 2015 permite apreciar en su más descarnada expresión la contradicción en juego: mientras se reúnen en París, Francia, mandatarios de todos los países del mundo más una presencia enorme de técnicos y allegados que eleva la cifra de participantes a 45,000 personas, todos oficialmente empeñados en detener el cambio climático en curso, la proximidad de las absurdas fiestas navideñas ha disparado una vez más la típica fiebre del consumo de esta época, haciendo que se aumente exponencialmente la venta de las más interminable lista de productos. ¿Realmente se quiere salvar el planeta? Pareciera que no. ¿Hay acaso alguna declaración, o siquiera mención, en la Cumbre de París sobre este aluvión de consumo navideño irracional?

Es eso, el alocado consumo de “necesidades inventadas”, lo que produce el colapso de la Madre Tierra, y no otra cosa. El problema no es el “natural” cambio climático; el verdadero problema es el modelo capitalista en curso. La progresiva falta de agua dulce, la degradación de los suelos, los químicos tóxicos que inundan el globo terráqueo, la desertificación, el calentamiento global, el adelgazamiento de la capa de ozono que ha aumentado por 13 la incidencia del cáncer de piel en estos últimos años, el efecto invernadero negativo, el derretimiento del permafrost o permagel, son todas consecuencias de un esquema productivo devastador que no tiene sustentabilidad en el tiempo. ¿Cuánto más podrá resistirse esta rapiña de los recursos naturales? Las sociedades agrarias “primitivas”, o inclusive las tribus del neolítico que aún se mantienen, son mucho más moderadas en su equilibrio con el medio ambiente que el modelo industrialista consumidor de recursos no renovables que puso en marcha el capitalismo.

Ahora bien: ¿para qué entonces esas periódicas reuniones monumentales donde se discute, supuestamente, el destino de la Humanidad y de su casa común, el planeta Tierra, tal como la que ahora se vive en París? ¿Para qué toda esta parafernalia, insustancial en definitiva, que se mueve de un punto a otro del mundo cada tantos años: Montreal, Nairobi, Kyoto, Copenhague, Cochabamba, París? ¿Por qué la situación no mejora realmente? Pues porque no hay la mínima intención de cambio en las grandes corporaciones globales que manejan el mundo. Así de sencillo.

¿Para qué se reúnen entonces, con tanta pompa y bulla, estas Cumbres? Por un lado, para salvar al capitalismo en tanto sistema, dado que es el acusado principal del calentamiento global que se vive. Y el sistema no se puede dejar venir abajo. Pero por otro lado –quizá es el objetivo principal– para incidir en forma planetaria en las decisiones fundamentales que pesan en el mundo, para marcar las líneas de acción que deberán tomar los países dependientes (la gran mayoría) y la ONU. En definitiva: para que las grandes corporaciones globales que mueven fortunas inconmensurables puedan seguir produciendo alocadamente y no pierdan ni un centavo, buscando mecanismos alternativos para continuar con sus negocios. Por ejemplo: certificando el “derecho a contaminar”. Es decir: distribuyendo entre todos los países miembros de Naciones Unidas cuotas de desarrollo (léase: contaminación tolerada), que luego el país, si no la utiliza, podrá venderla a uno industrialmente desarrollado. O para cumplir con la “corrección política” de firmar Protocolos que luego nunca cumplen en sus procesos industriales, pues no hay fuerza real que los puede poner en cintura.


Es evidente que dentro del marco del libre mercado no hay solución posible para estos problemas. Se necesita, entonces, pensar en nuevas salidas, nuevos modelos. ¿Qué hacemos? 

Derrota electoral en Venezuela. ¿Y ahora?



Marcelo Colussi

El hecho de titular el presente texto como “derrota” ya marca la posición ideológica desde donde lo hacemos. Para mucha gente, en Venezuela y en el resto del mundo, esto es un “triunfo”. Pero, ¿qué triunfó en las elecciones parlamentarias del domingo 6 diciembre? Para esa lógica –que no es la nuestra, que quede claro– triunfó un discurso conservador, que se resiste a los cambios, que ve en el pobrerío en la calle y con cuotas crecientes de poder un verdadero problema. Un discurso, en definitiva, que transpira un profundo odio de clase, no importa si viene de la alta oligarquía, de la Embajada de Estados Unidos o de la clase media, eternamente confundida.

Decir que triunfó “la democracia”, que ganó “el país” o que fue un triunfo “de todos los venezolanos”, no pasa de un barato juego de palabras insulso, hasta frívolo si se quiere. Quizá a un presidente en funciones, al menos cuando se mueve en la lógica de elecciones dentro de esquemas capitalistas como es el caso de Nicolás Maduro, no le queda más alternativa que repetir esas vacías frases hechas. Lo cual ya da una pista de lo que queremos decir: las elecciones del domingo no se salieron un milímetro de un marco capitalista. ¿Y el socialismo del siglo XXI?

No hay dudas que la derecha puede estar de fiesta, más aún después del triunfo del conservador Mauricio Macri en las elecciones presidenciales recién pasadas en Argentina. La idea es que “se comienza a restaurar” la tranquilidad perdida estos años, en los que fuerzas progresistas, con talantes reformistas marcaron parte del ritmo político de muchos países en Latinoamérica.

La Revolución Bolivariana no fue derrotada en Venezuela; pero definitivamente sufrió un revés grande, pues pierde la mayoría en el Parlamento, con lo que se abre un nuevo escenario político. Está claro que el discurso de derecha avanzó. Es evidente con los resultados electorales: si no, dos tercios de los legisladores antichavistas no hubieran sido elegidos para esta Asamblea.

Quizá la población de a pie no dejó de reconocer y agradecer los cambios que todo el proceso iniciado por Hugo Chávez puso en marcha. Lo de esta elección (la primera que pierde estrepitosamente el movimiento bolivariano) evidencia que existe un gran descontento popular, producto de una refinada estrategia de la derecha, asistida con muchos dólares estadounidenses. Luego de un muy bien realizado trabajo contrarrevolucionario donde se llevó a límites intolerables el desabastecimiento, la inflación, la escasez energética y la inseguridad ciudadana (guión que ya utilizó la potencia del Norte en innumerables ocasiones en distintos países del área), los resultados están a la vista. Sin dudas había montada una perversa guerra psicológico-política que terminó por quebrar a buena parte de la población.

Pero eso no lo explica todo. Es parte, importantísima sin dudas, para entender la cachetada del domingo; pero el análisis no puede quedar ahí. Preguntábamos más arriba: ¿y el socialismo del siglo XXI?

Más allá de la bronca que puede dar un resultado como el obtenido en estas elecciones –bronca, claro está, si lo miramos desde el campo popular–, debe abrirse un balance objetivo de lo sucedido. ¿Perdió la izquierda? Lo mismo podría preguntarse para Argentina.

Las sangrientas dictaduras que se sucedieron por toda América Latina entre los 70 y 80 del siglo pasado prepararon el camino para el capitalismo salvaje (eufemísticamente llamado neoliberalismo) que hoy día nos agobia. El campo popular perdió décadas de avances, conquistas históricas, perdió organización. Todo eso no desapareció para siempre, pero no hay dudas que hoy día está en terapia intensiva. Volver a levantar esos ideales de lucha antisistémica va a costar mucho todavía. Los tibios, muy tenues gobiernos con talante socialdemócrata que empezaron a darse últimamente en la región (con el proceso abierto por Chávez a la cabeza) pudieron despertar honestas buenas esperanzas.

La Revolución Bolivariana lleva ya más de década y media, y los cambios profundos y reales en la estructura del país siguen esperando. Partiendo por la dependencia petrolera (cáncer que produce muchos de los males que lo siguen aquejando igual que medio siglo atrás: burocratismo, ineficiencia, cultura rentista, despilfarro), el preconizado socialismo del siglo XXI nunca parece haber levantado vuelo. Fuerzas populares progresistas, de izquierda, revolucionarias, vienen pidiendo ese despertar desde hace tiempo. Pero la profundización real del socialismo nunca se dio.

Estamos tan golpeados en tanto campo popular, como izquierda, que un tenue rayo de esperanza como alguno de esos que calentaron estos últimos años nos moviliza. Pero ¡cuidado!: no hay que hacerse esperanzas donde no las hay.

Del proceso bolivariano se esperó mucho, pero vemos que no se afianzó ningún cambio sustancial. ¿Será que este cachetazo sirve para despertar y, de una buena vez por todas, encamina al socialismo? Pareciera que eso es imposible.

El margen de maniobra que tendrá ahora el Ejecutivo, con toda su estructura partidaria, es menor que antes. La derecha avanza victoriosa, y la población, una vez más, más allá de las monumentales movilizaciones teñidas de rojo, no es el actor clave en la revolución: sigue siendo un proceso palaciego.

Quizá todo esto (las derrotas electorales en Venezuela y en Argentina y lo que ello pueda traer aparejado: retroceso en el ALBA, en UNASUR, mayor injerencia estadounidense en la región, etc.) sirve para ver con claridad que los procesos tibios, a medias, las propuestas de “capitalismo con rostro humano”, a la población de a pie no le sirven de mucho. Procesos a medias, de aparente transformación social pero que no transforman nada, basados finalmente en la dádiva, en el populismo clientelar, no son buena escuela para la izquierda.

La construcción de otro mundo posible es viable sólo si se tiene claro qué es ese otro mundo al que se aspira. Que la derecha existe y es conservadora, que hará lo imposible –sin sangre o con profuso derramamiento de ella si es necesario en su plan– para mantener sus privilegios, está fuera de discusión. Que el desabastecimiento y la manipulación de la inseguridad ciudadana creados por ella sirvieron para lograr el descontento popular, también es más que evidente. Pero que la Revolución Bolivariana dejó de pensar en el socialismo del siglo XXI (o del socialismo en general) hace ya largo tiempo, también está fuera de discusión.

Lo del 6 de diciembre fue un reacomodo político, perjudicial para el partido de gobierno. Lo que sí está claro es que la izquierda sigue siendo un proyecto pendiente en nuestros países. Y sin marea humana luchando por sus reivindicaciones (no acarreadas para las elecciones) no hay cambio posible.


Por tanto: ¡la lucha sigue!

martes, 1 de diciembre de 2015

Salud mental en jóvenes embarazadas como producto de violaciones: un problema nacional*


Marcelo Colussi

Síntesis
El machismo patriarcal sigue siendo una cruda realidad en nuestro país. Cambiar esos patrones es un arduo trabajo donde deben coincidir diversos esfuerzos: políticas públicas bien definidas, educación, acciones para romper mitos y prejuicios. El abuso y la violación sexual son prácticas aún consideradas como parte de una historia cultural tolerada. En ese marco de cosas, los embarazos de mujeres jóvenes están normalizados. E incluso los embarazos producto de violaciones no son todo lo castigado que deberían. Por ancestrales tabúes que pueblan la sociedad, el embarazo a temprana edad no se ve como un problema. Es allí donde debe empezarse a trabajar, y la Academia juega un muy importante papel al respecto: se necesita investigar a fondo la temática y proponer alternativas claras, superadoras de la actual situación. El embarazo no deseado de una mujer joven es un trauma que deja secuelas psicosociales importantes, tanto en quien lo sufre como en el reforzamiento socio-cultural del patriarcado al que indirectamente contribuye.

Palabras claves
Violación, machismo, patriarcado, violencia, prejuicios.

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“158 niñas quedan embarazadas todos los días y no tienen ningún mecanismo alternativo de educación”.

Justo Solórzano / UNICEF

Situando el problema

Así como la salud no es sólo la ausencia de enfermedad, de la misma manera la vida no es sólo la ausencia de la muerte. Esto, que pudiera parecer un juego de palabras, intenta mostrar que la calidad de vida es mucho más que permanecer vivo en términos biológicos. Si tomamos al pie de la letra la ya clásica definición de la salud como estado de bienestar en las esferas física, psicológica y social, vemos que la calidad de vida se liga con fuerza determinante a los factores psicosociales, que son los que, en definitiva, ayudan/permiten el mantenimiento de la vida como hecho físico-químico.

Si pese al monumental desarrollo científico-técnico actual el hambre sigue siendo uno de los principales flagelos de la Humanidad, no caben dudas que los factores no-biológicos tienen una importancia decisiva en todo esto, en la calidad de vida, en el bienestar. Si por instinto comemos, y si hay un 40% más de comida disponible en el mundo, no hay nada natural que explique el flagelo del hambre, a no ser cuestiones netamente socio-políticas. La salud, por tanto, no puede reducirse a un hecho meramente biológico: también es política.

De la misma manera, reproducir la especie no es sólo procrear hijos. Eso último es un hecho eminentemente biológico-natural, de orden “animal” podría decirse. El cómo hacerlo (planificando, teniendo perspectiva de futuro, decidiendo en forma conjunta varón y mujer, por medio de inseminación artificial, haciéndose cargo de la crianza de los nuevos seres la pareja parental en forma responsable, las modalidades culturales en que se enmarca todo ello, etc.) es también una cuestión eminentemente psicosocial. Se presentifican ahí las ideologías dominantes, los prejuicios, los juegos de poder, los valores éticos de una sociedad, las variables personales de cada sujeto.

Todo ello lleva a mostrar que la institución donde se da la procreación de la especie es justamente eso: una institución, algo instituido, establecido, codificado. No responde a un instinto primario. Por tanto, como código que es, cambia, varía con el paso del tiempo, puede hacer crisis. Lo demuestra la proliferación de formas matrimoniales: pareja monogámica, harem, matrimonio homosexual, hijos extramatrimoniales, familia monoparental (madre o padre soltero), patriarcado, matriarcado, etc. La reproducción como hecho biológico es una cosa; el mundo simbólico que la entreteje es algo muy distinto.

¿Por qué, por ejemplo, hay prohibición del incesto? Entre los animales no sucede eso. Esto significa que todo lo humano está atravesado, transido, determinado por hechos simbólicos. El puro instinto no alcanza para entender –ni para actuar– sobre nuestra compleja y errática realidad.

Los patrones patriarcales autoritarios siguen siendo la matriz que marca las relaciones entre los géneros en distintas partes del mundo, y por cierto, de modo muy acentuado en Guatemala. Las conductas sexuales están regidas en muy amplia medida por esos esquemas. El machismo, con toda su cohorte de violencia y ejercicio de poder asimétrico a favor del género masculino, es una cruda realidad que signa nuestra cotidianeidad. El embarazo no deseado del que finalmente tiene que hacerse cargo la mujer en condiciones de soledad y, en muchos casos, precariedad, la violación, el incesto como algo frecuente, la maternidad en soltería, los riesgos mortales que se siguen de prácticas abortivas en situación de clandestinidad, los mitos y prejuicios descalificadores que acompañan todo esto, están hondamente enraizados en nuestra sociedad.

¿Por qué ser “puto”, en ambientes masculinos –e incluso hasta femeninos– puede ser encomiable, y ser “puta” es sinónimo de desprecio? Acaba de ser promulgada la ley que fija el matrimonio en los 18 años como mínimo; sin dudas un avance en términos sociales. Pero eso mismo muestra que hay aún un largo camino por recorrer en el marco de todos estos prejuicios y tabúes ancestrales.

Cualquier cosa que le sucede a un ser humano contra su voluntad tiene un valor traumático. Las consecuencias de ese hecho dependen de varios factores: de la intensidad del trauma, de las condiciones subjetivas de quien lo vive, de las circunstancias en que el mismo tiene lugar. Lo cierto es que nunca pasa sin dejar marcas.

Históricamente, varones y mujeres, ni bien estaban en condiciones de procrear, lo hacían. Desde hace unos pocos siglos la complejización de la vida hace que para ser un adulto normal integrado a la esfera productiva se necesita cada vez más preparación (en ciertos círculos, muy limitados aún, ya se exigen post-grados universitarios); de ahí que en la pubertad, cuando ya se está en edad reproductiva, aún no se ingresó al mercado laboral. Para ello faltan aún varios años; de ahí que hoy, en nuestro mundo marcado por la revolución científico-tecnológica, la reproducción se va demorando cada vez más. En ese sentido, hoy por hoy tener hijos en la adolescencia es un desatino. La sociedad ha creado esto, y como somos esclavos de nuestro tiempo, es imposible alejarse de esos determinantes.

Un embarazo sufrido en la adolescencia sin haber sido deseado, sin planificarlo, y más aún en situación de agresión en tanto producto de una violación, lo que menos puede tener es placer, satisfacción. Es, en todo caso, un problema. La Organización Mundial de la Salud –OMS– indica que el embarazo en la juventud es “aquella gestación que ocurre durante los dos primeros años de edad ginecológica (edad ginecológica = edad de la menarquía) y/o cuando la adolescente mantiene la total dependencia social y económica de la familia parental” (Romero,S/F).

Embarazo como problema

Estamos, por tanto, ante un problema con una triple dimensión. Problema, por un lado, a) para la mujer joven que lo experimenta, por los riesgos a que puede verse sometida, tanto físicos como psicológicos. Por otro lado, b) para el hijo que podrá nacer de esa relación sexual (ser humano no deseado que llega al mundo en un contexto en modo alguno amistoso, siendo producto de un hecho agresivo). Por último, c) un problema para el todo social, en tanto reafirma la cultura machista y patriarcal que coloca a las mujeres en situación de objeto, repitiendo así patrones sociales de menosprecio y exclusión del género femenino a manos de un poder masculino hegemónico, refrendado desde la institucionalidad del Estado e incluso desde la autoridad moral de las iglesias.

El nacimiento de un niño no deseado en una joven madre, de por sí tiene una serie de problemas conexos. Pero si esa gestación es producto de una relación abusiva o violatoria, estamos ante una verdadera catástrofe social. Dicho sea de paso: las catástrofes nunca son naturales. Son sociales, en el más amplio sentido de la palabra, pues los eventos de la naturaleza afectan según el desarrollo social de quien los experimenta. ¿Por qué un embarazo, que debiera ser algo tan bello y sublime, puede transformarse en una tragedia? No hay fuerza instintiva que lo explique.

En Guatemala, lamentablemente, por una sumatoria de causas, muchas mujeres jóvenes de todos los estratos sociales (insistamos particularmente en esto: de todos los estratos sociales) quedan embarazadas como producto de una violación. Para complejizar y amplificar más aún el trauma en juego, esas violaciones se dan en un alto grado de casos (alrededor de un 80%) en el seno familiar, siendo un varón cercano –familiar o amigo de la familia– quien la lleva a cabo.

Ello constituye un círculo vicioso, porque esos embarazos tienen un peso psicosocial y cultural no fácil de sobrellevar: se viven con culpa, como problema, siendo que los padres biológicos en la gran mayoría de los casos constituyen parte del entorno directo de la futura joven madre, lo cual se le aparece como un serio obstáculo a la hora de denunciar o actual legalmente, por los sentimientos culpógenos que vienen asociados.

¿Por qué ocurren estos embarazos forzados? Ello se debe a una sumatoria de factores donde lo primero que destaca, sin duda, es la cultura patriarcal dominante, que permite esa práctica, a lo que se suma la carencia o debilidad de legislación en el asunto, más una notoria falta de información, mitos y prejuicios, y el machismo como patrón “normalizado”. Recordemos: ser “puto” (mujeriego) no es mal visto. Hacer hijos a diestra y siniestra se ve como símbolo de hombría, de virilidad. A lo que habría que sumar también, un factor subjetivo personal, psicopatológico incluso (¿todo varón machista viola, o eso sólo lo realizan ciertos sujetos más “enfermos”?)

Que en un país muchas de sus niñas y jóvenes salgan embarazadas como producto de prácticas de violencia de género y por una tradicional cultura que lo tolera, no deja de ser un grave problema de salud pública, un problema socio-epidemiológico. Es imperioso que las autoridades del caso, que el Estado en tanto rector de la política en salud, comiencen a remediar esto. Obviamente modificar ese estado de cosas no es fácil; pero hay que dar algunos primeros pasos firmes para lograrlo. Pocos y pequeños si se quiere, pero imprescindibles mirando el futuro.

Documentar los efectos nocivos de todo este proceso de los embarazos no deseados en niñas y jóvenes tendría que ser una más de tantas prioridades para las autoridades en salud, lo cual debería poder aportar datos suficientes para generar cambios en las políticas públicas y las legislaciones, tendientes a ir revirtiendo la situación actual. Por lo pronto resalta como imprescindible no ocultar el problema e iniciar fuertes campañas de educación sexual y una nueva visión de la salud reproductiva. Definitivamente, en este campo hay mucho por hacer, partiendo por empezar a despejar prejuicios.

Durante la guerra en Bosnia el Papa Juan Pablo II mandó una carta abierta a las mujeres que habían quedado embarazadas después de ser violadas pidiéndoles explícitamente que no se practicaran un aborto y que cambiaran la violación en “un acto de amor” haciendo a ese niño “carne de su carne”. Seguramente no es eso lo que se necesita para abordar el problema en términos de ciencia epidemiológica, en términos de política pública de salud.

Hacia una visión alternativa del asunto

Guatemala, por desgracia, presenta datos preocupantes en este campo. Según informes del Ministerio de Salud y Asistencia Social, supera los 50,000 embarazos no deseados en niñas y adolescentes cada año; de todos ellos, atendiendo a los perfiles culturales dominantes, puede estimarse que un buen porcentaje se debe a prácticas violatorias. El ser un tema tabú impide contar con datos fidedignos en la materia. De ahí la importancia de realizar un pormenorizado estudio de la situación, para tener elementos valederos con los que tomar medidas correctivas.

Todo esto va de la mano de temas necesariamente ligados, pero siempre silenciados, como el incesto y el aborto, problemáticas que se sabe que tienen lugar, pero de las que prácticamente no hay datos, mucho menos políticas públicas eficientes y racionales que los aborden, más allá de inspiraciones moralistas que guían los mitos en torno a este complejo y prejuiciado ámbito.

Los daños que ocasiona un embarazo no deseado producto de una violación en niñas y jóvenes son numerosos y muy profundos. Amén de los daños físicos, la salud psicológica de las niñas/jóvenes madres se afecta grandemente. De hecho, además de la violación propiamente dicha, el embarazo también funciona en ese sentido como un trauma, y cualquier trauma es, siempre y en cualquier contexto, un elemento negativo, perturbador, que en la gran mayoría de los casos deja secuelas, muchas veces crónicas.

Afecta la propia imagen, puede producir una gama variada de sintomatología psicológica derivada: ansiedad, trastornos psicosomáticos, sentimientos de culpa, eventualmente puede disparar reacciones psicóticas, y en casos extremos puede llevar al suicidio. Sin contar, por supuesto, con todas las enfermedades y trastornos de orden biomédico que el mismo pueda traer aparejado, entre los que no se puede evitar mencionar las enfermedades de transmisión sexual, en cuenta el VIH, la más grave.

“Niñas criando a otros niños” podría resumirse la figura a que da lugar este tipo de embarazos. La magia maravillosa de la maternidad, de la reproducción de la vida, el milagro perenne y siempre asombroso de la continuación de la especie que se juega en cada alumbramiento, todo eso aquí no cuenta. En todo caso, estamos ante un serio problema que afecta la salud mental de la joven madre, y por consecuencia, trae efectos sobre el nuevo ser, e indirectamente, sobre la sociedad toda. En tal sentido: es un problema social.

En tanto no se lo vea como serio problema de salud de toda la comunidad, se podrá seguir repitiendo, y con ello alimentando, la cultura machista y autoritaria. De ahí que actuar sobre todo ello tiene un valor socio-político enorme: es un granito de arena que se puede aportar para la construcción de una sociedad más equilibrada y justa. Pero para ello se necesita conocimiento científico de valía, lo cual se consigue solamente investigando a profundidad. Y es lo que, por diversos motivos, no se hace.

La Academia rehúye en cierta forma al tema, y los prejuicios nos siguen envolviendo. Con motivo de la iniciativa de la posible legalización de la marihuana a inicios de la administración de Otto Pérez Molina, la Revista ContraPoder realizó una encuesta con 141 de los 158 diputados al Congreso de la República (nunca hay quórum completo) preguntando por ese aspecto en particular, agregando dos interrogantes más: el punto de vista de cada legislador sobre la legalización del matrimonio homosexual y sobre la legalización del aborto no-terapéutico. La respuesta a esta última pregunta fue negativa en casi un cien por ciento. Pero según estudios consistentes (Barillas:2013), Guatemala presenta uno de los índices de abortos ilegales más altos en Latinoamérica. Evidentemente hay mucho que trabajar en esta materia, partiendo por tener datos confiables, apuntando a destruir prejuicios y dobles discursos.

En los países en vías de desarrollo como el nuestro en que niñez y adolescencia tienen impresa la huella de la desnutrición expresada por tallas corporales que no alcanzan los estándares establecidos internacionalmente y, aunado a ello, viven hacinadas en paisajes de asentamientos carentes de los servicios sanitarios básicos, su salud biológica y social están comprometidas para su ideario de proyectos de vida a largo plazo, y por tanto su expectativa (anhelos, proyectos) de vida está reducida. La salud social de esta niñez y adolescencia no solo está comprometida en forma personal por la ubicación geopolítica de su localidad; se ve agravada también por la situación económica de las personas de las que depende, a la vez que complican la salud integral de estos hijos al enmarcarlos en una religiosidad y política que les exigirá valores que no podrán cumplir. El incesto en ciertos sectores marginalizados, por ejemplo, es una práctica mucho más común de lo que el discurso oficial admite (Zepeda e.a.:2005). De todos modos, de eso no se habla.

Una niña-púber que apenas alcanzó el lindero de lo que más tarde sería una mujer adulta, se ve violada y forzada a desarrollar un embarazo por el marco religioso, político y socio-familiar impuesto. Hay en todo esto una normalización cultural que no ve un especial problema en el asunto. El 34.32% de denuncias de guatemaltecos abusados sexualmente en el primer semestre del año 2014 está dado por menores de 13 años, y los victimarios en su mayoría son familiares, según declaraciones de la Procuradora Adjunta de Derechos Humanos al medio de prensa La República, Hilda Morales (PDH:2014). En el primer semestre de ese año se presentaron 4,205 denuncias de violaciones sexuales, de las cuales 1,216 corresponden a niñas y 227 a niños menores de 13 años. Por otro lado, siempre según los datos de la Procuradora Adjunta, 33.7% de víctimas está en el rango de 14 y 18 años, lo que revela que el 68.02% de personas abusadas son menores de edad (partiendo de la base que no se denuncian todos los casos).

Por su parte, el Observatorio de Salud Reproductiva (OSAR:2014) indica que de enero a noviembre de 2014 se reportó un total de 71,000 embarazos en niñas y jóvenes entre 10 y 19 años; de este porcentaje 5,119 corresponde a menores de 14 años. Uno de los problemas visibles, según los datos, es la cantidad de menores de edad que anualmente se convierten en madres. Las cifras detallaron que ese año 43 niñas de 10 años resultaron embarazadas, así como otras 72 de 11 años; 213, de 12 años de edad; 1,104 de 13 y 3,687 de 14 años.
El bienestar en tanto conjunto amalgamado de salud biológica, psicológica y social, no existe en esta población en crecimiento a la etapa adulta. En la salud psicológica de este grupo será fácil encontrar cuadros de depresión, ansiedad, trastornos post traumáticos y tendencias suicidas entre otras lesiones, por el desequilibrio entre lo que se quiere ser y lo que se tiene.

Es deber del Estado la protección de la vida humana, cuidar y restaurar la salud biológica, mejorar todas las condiciones de vida, llevar ante los tribunales de justicia penal a los violadores sexuales con agravante de la pena cuando son familiares. Por todo ello consideramos esencial modificar líneas políticas al respecto; pero para eso se necesitan estudios serios y circunstanciados en torno a la salud mental y las consecuencias en la salud biológica y social de esta población joven que es abusada.

Cuáles son las consecuencias de la pérdida de la salud mental tras la violación sexual, cuáles son los cambios de los escenarios en los propósitos de vidas violentadas sexualmente, cómo se vive un embarazo en esas condiciones, qué le espera al niño fruto de esa relación traumática, cómo la salud mental en tanto construcción social de toda una comunidad se ve afectada por esa demostración de impunidad patriarcal: todo eso es una agenda pendiente que debe empezar a ser cuestionada. Desde la Academia llamamos a los tomadores de decisiones del área de salud a dar los pasos necesarios para comenzar a plantearnos seriamente esta problemática nacional. Debemos dejar atrás mitos y prejuicios y empezar a ver el problema con nuevos ojos.

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Bibliografía

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* Material aparecido en la Revista Análisis de la Realidad Nacional, del IPNUSAC, (Universidad de San Carlos de Guatemala), año 4, edición digital No. 86, diciembre de 2015, redactado a partir de la ponencia en el Primer Congreso Jurídico de Derechos Humanos de las Mujeres, Guatemala, noviembre de 2015.