lunes, 26 de octubre de 2015

Elecciones en Guatemala De los golpes de Estado a la lucha contra la corrupción. Nueva estrategia imperial


Marcelo Colussi
mmcolussi@gmai.com, 
https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33

Como era previsible y ya lo venían indicando las encuestas previas, el candidato Jimmy Morales se alzó con la victoria en las elecciones presidenciales de Guatemala este 25 de octubre. Lo primero que podría indicarse es: “¡más de lo mismo!”.

“Más de lo mismo” en varios sentidos: Morales no representa el más mínimo cambio, ni siquiera cosmético, en relación a la situación estructural de fondo en el país: pobreza extrema –79% de la población pobre, según los nuevos patrones de medición del Banco Mundial–, país dependiente y marcado por un salvaje y depredador capitalismo extractivo, violencia e impunidad como constante en todas las relaciones sociales, racismo contra los pueblos originarios en grado sumo. Nada, absolutamente de esto nada cambia con el nuevo presidente. Su propuesta, en realidad, es una falta de propuesta. Y aunque parezca paradójico, dadas las condiciones generales imperantes, eso es lo que le permitió ganar las elecciones (sobre lo cual ahondaremos más adelante).

Es “más de lo mismo” también, porque tras de su figura (mediáticamente bien posicionada, dado que es un actor profesional, un comunicador en el más cabal sentido de la palabra) se encuentran sectores de los más reaccionarios del ejército que viven aún en la lógica de la Guerra Fría, algunos de ellos ligados a los llamados “poderes ocultos” (léase: estructuras mafiosas que persisten en la administración del Estado, como la recientemente denunciada de La Línea). O sea que la tan preconizada “lucha contra la corrupción” que pareció barrer el país estos últimos meses, se descubre como un espectáculo mediático sin consecuencias reales en las verdaderas estructuras de poder. Dicho de otro modo: con Jimmy Morales en la presidencia las mafias enquistadas y los poderes paralelos no terminarán. Es decir: sigue todo más o menos igual (su vicepresidente, por ejemplo, es el artífice del más grande robo en el Seguro Social de la Universidad de San Carlos, de la que fue rector). Todo sigue igual, parece. 

Y “más de lo mismo” igualmente porque Washington, y la ideología dominante en forma global, se salen con la suya, pues el mensaje de entronización a esta glorificada “democracia” se sigue imponiendo. La realización de elecciones “limpias y transparentes” pareciera el camino obligado para todo el mundo; no transitarlo –según esa ideología hegemónica– es continuar en el atraso, en el oscurantismo. Democracia representativa (libre mercado mediante), según ese paradigma, es la solución frente al autoritarismo estatizante, frente al populismo y a las ofertas de “retorno al pasado filo-comunista”. 

Sin embargo una lectura crítica de esta segunda vuelta, pero más aún de las circunstancias en que se llegó a la misma con las movilizaciones ocurridas desde abril en adelante, puede indicar algo preocupante: la tan cacareada lucha contra la corrupción… ¡es una nueva arma de dominación de la estrategia imperial de Estados Unidos!

¿Por qué decir eso? Porque la realidad lo permite ver. ¿Por qué gana este comediante puesto a político? Como dato altamente curioso es que, contrario a lo que sectores de izquierda y progresistas impulsaban durante las movilizaciones llamando al voto nulo o a la abstención, la primera vuelta del 6 de septiembre mostró la mayor participación desde el retorno a la democracia en 1986: 71% de los empadronados asistieron a un centro de votación. 

Gana Jimmy Morales porque desde hace meses se viene gestando un discurso –comunicacionalmente bien estudiado, presentado en forma entradora y agresiva– contra la corrupción sobre el que pudo/supo montarse el actor de marras. No hay, ni por cerca, ninguna intención positiva en los reales factores de poder, de acometer una lucha franca contra esta lacra que es la corrupción. Por el contrario, con un manejo artero de las circunstancias, cada vez se insiste más en que el estado calamitoso de las poblaciones (cosa totalmente cierta) se debe no a determinantes estructurales sino a “malas prácticas” de los funcionarios de turno. De esa manera el sistema en su conjunto queda libre de cuestionamientos, y se encuentra un adecuado chivo expiatorio, una salida decorosa: “estamos mal porque los políticos son corruptos y se roban todo”.

El mensaje no es nuevo, sin dudas. En muy buena medida ese imaginario recorre la cultura política de todos los países latinoamericanos. Lo destacable ahora es la forma en que se lo está implementando. Y no es otra que la estrategia de la Casa Blanca quien la impulsa.

Se ha dicho en varias ocasiones que, una vez más –al igual que en casos anteriores: experimentos biomédicos, desaparición forzada de personas como mecanismo de la guerra irregular, ahora el combate a la corrupción en tanto artificio político para la distracción– Guatemala sirve como laboratorio de ensayo a los planes de Washington. Lo cierto es que todo indicaría que de los golpes de Estado sangrientos que marcaron la historia política de la región latinoamericana durante el siglo XX, ahora se ha pasado a los “golpes suaves”. 

Hay nuevos “monstruos mediático-ideológicos” a combatir, siempre ideados por la fuerza dominante en la región: ayer el “comunismo internacional” y sus cabezas de playa pagadas por “el oro de Moscú”. Hoy: el narcotráfico, la violencia ciudadana (pandillas, bravas bravas). Y ahora, más recientemente y con una fuerza nada despreciable: la corrupción.

Muy loable sería un combate frontal contra esta lacra humana que es la corrupción, la hipocresía del doble discurso, la infamia (¿será posible eliminarla de nuestra dinámica cotidiana? ¿El “Hombre nuevo” del socialismo lo logrará? Quede la interrogante planteada, sabiendo que no es eso el objetivo a desarrollar en este breve e impreciso opúsculo). Muy loable, sin dudas, pero vemos que estas declaraciones politiqueras que inundan el panorama mediático no pasan jamás de eso: declaraciones pomposas. 

En Guatemala, como parte de un plan bien urdido, desde principios del año 2015 el Ejecutivo estadounidense comenzó un ataque sistemático: la corrupción fue posicionándose como principal problema nacional, y el vicepresidente de la Casa Blanca, Joseph Biden, llegó al país a “poner las cosas en orden”: dejando en claro muy enfáticamente que no se vería ni siquiera en una recepción oficial con la entonces vicepresidenta Roxana Baldetti, ícono por antonomasia de la degradada y deshonrosa corrupción dominante. De hecho, trajo un mensaje claro para el presidente Pérez Molina: a Guatemala y a los otros dos países del Triángulo Norte de Centroamérica (Honduras y El Salvador) no se le podría conceder el Plan para la Prosperidad (cuantiosos fondos destinados a “mejorar” la situación socioeconómica interna) si no se iniciaba un combate frontal contra esa corrupción. El mecanismo obligado para ello fue la permanencia de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala –CICIG– y su necesaria irradiación a los otros dos países. El mensaje fue claro y terminante: no más corrupción gubernamental, porque eso es la causa de las penurias de la población.

Para ratificarlo, el embajador estadounidense en estas tierras, Todd Robinson, viajó a una retirada comunidad de un empobrecido departamento: Izabal, y en una precaria y deteriorada escuela primaria –montaje muy efectista, muy sensiblero– declaró que el estado calamitoso de ese centro educativo se debía a la corrupción gubernamental existente. 

El guión estaba escrito: la corrupción debía enfrentarse a muerte, así como se hace con el “terrorismo” en Medio Oriente y el Asia Central (casualmente siempre en países en cuyo subsuelo… hay petróleo. ¡Qué coincidencia!). Y la CICIG, en Guatemala, era el instrumento idóneo para esa lucha. Si bien el por entonces presidente Pérez Molina intentó negarse en un principio a la renovación de su mandato, la pulseada fue ganada ampliamente por la potencia dominante: la CICIG continuó y el binomio presidencial terminó tras las rejas, destapándose la bomba periodística del caso La Línea (mafia dedicada al desfalco aduanero liderada por los primeros mandatarios).

Ese destape, aparecido en los medios de comunicación el 16 de abril pasado a partir de la denuncia realizada por la CICIG y el Ministerio Público (con datos de inteligencia suministrados por la DEA), motivó la indignación ciudadana y las movilizaciones que por espacio de cuatro meses llenaron la Plaza de la Constitución los sábados por la tarde. La corrupción pasó a ser nueva “plaga bíblica”, y presidente y vicepresidenta se transformaron en el enemigo público número uno. 

Salvando las distancias, así como décadas atrás el “comunismo apátrida y ateo” era el enemigo a vencer (consigna que levantaron –¿o siguen levantando?– quienes hoy secundan a Jimmy Morales), hoy lo es la corrupción. Lo cierto es que el anterior mandatario y su segunda hoy guardan prisión, pero la corrupción sigue siendo el pan nuestro de cada día. Los empresarios importadores que se beneficiaban de esta banda delincuencial que defraudaba en las aduanas, no aparecen. Se habló de una cincuentena de empresarios, por supuesto de poca monta en términos económicos; en todo caso, comerciantes –de origen asiático muchos de ellos– que venden mercaderías a precios populares en sectores populares. El alto empresariado está más allá de esto. 

¿Por qué gana la presidencia este comediante metido a político, sin recorrido en estas lides de la política profesional, sin programa partidario, con un discurso centrado casi exclusivamente en que “él no es lo mismo que los otros corruptos”? Gana porque esa prédica anticorrupción ha calado hondo, quizá demasiado hondo en la conciencia de la población. A partir de un bombardeo incesante que muestra las penurias de la genta ligadas a los desfalcos de los funcionarios y nunca a las condiciones estructurales de la sociedad, se ha ido creando la matriz mediática por la cual la pobreza y el malestar general son consecuencia de la corrupción de los gobernantes. “¿Para qué pagar impuestos si se los roban todo?” no es infrecuente escuchar por allí. Que el 2% de la población sea propietario del 80% de la tierra cultivable, que el salario básico cubra apenas la mitad de la canasta básica, y que el mismo en un 80% de los casos en el campo y en un 50% en la ciudad ni siquiera se cobre, que la distancia entre los más poseedores y los más desposeídos es de las más marcadas en todo el mundo, que casi una cuarta parte de la población es aún analfabeta total, que los sectores más dinámicos de la economía están centrados en la agro-exportación (que necesita fundamentalmente brazos –¿analfabetas?– para la producción) o en las finanzas, lavado de activos en muchos casos, todo eso nunca es presentado como la causa real del atraso comparativo del país ni de la consecuente pobreza de las grandes mayorías.

El mensaje del embajador Robinson en la escuela Salvador Efraín Vides Lemus, ubicada en Santo Tomás de Castilla, Puerto Barrios, departamento de Izabal, fue más que elocuente: “Podemos ver los resultados de la corrupción aquí en esta escuela: no tienen suficientes aulas para la gente, para los estudiantes” (…) “Toca al gobierno y a la gente de Guatemala luchar cada día contra la corrupción”. Ponderando la CICIG y su gran cruzada anticorrupción, el mismo diplomático anticipó que la gente en Honduras y en El Salvador también está molesta contra este “cáncer”, y que también allí se implementarían comisiones internacionales para luchar contra “tamaño flagelo”. 

¿Guión ya trazado? Seguramente. 

Es posible concluir eso porque todos los gobiernos “molestos” para la lógica imperial van recibiendo ahora acusaciones de corruptos: Argentina, Brasil, Venezuela, Ecuador, Nicaragua. La fórmula funciona, sin dudas. Funciona porque definitivamente hay corrupción, y mucha, en cada una de esas administraciones; atacarlas, por tanto, es fácil. En cualquiera de estas propuestas medianamente socialdemócratas, donde la ética sigue siendo asignatura pendiente, es muy fácil encontrar hechos corruptos. Así, toda esa “pseudo-izquierda” es golpeada por la “transparencia democrática” que preconiza el imperio. Dilma Roussef o Cristina Fernández tuvieron como principales contendientes políticos las denuncias contra hechos corruptos de sus gobiernos. Sin dudas, la estrategia funciona para la Casa Blanca, porque le permite las llamadas “revoluciones suaves” (roll back, procesos de reversión de gobernantes “molestos” sin necesidad de golpes de Estado cruentos, tal como sucedió por ejemplo en Europa del Este, o en algunos países árabes).

¿Pero por qué en Guatemala, con un gobierno claramente de derecha como era el de Otto Pérez Molina, también se puso en marcha esa estrategia? Porque 1) el nivel de corrupción allí alcanzado era demasiado alto y eso podía tornar “ingobernable” la situación (la gente podría estallar alguna vez); 2) porque el Plan para la Prosperidad debe tener garantizado que ninguna mafia gubernamental rapiñará los recursos invertidos (Pérez Molina y Baldetti, por ejemplo, no daban esa seguridad. (1.000 millones de dólares iniciales aportados por Estados Unidos, pudiendo llegar la inversión a 15.000 millones para los 5 años de su duración, financiado por Washington, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, supuestamente para desarrollar la región centroamericana, pero en realidad siendo una avanzada para inversiones privadas y explotación de recursos naturales), y 3) porque de continuar las mafias en el poder, por ejemplo si hubiera seguido en carrera presidencial Manuel Baldizón, no estaba asegurado para la lógica estadounidense que no entrarían los capitales chinos y rusos (en Guatemala ya entraron estos últimos en el negocio de la minería, y con Baldizón entrarían abiertamente los chinos). Para Washington eso es perder terreno en su tradicional y natural patio trasero, por tanto inadmisible.

Considerando todo lo anterior, puede verse cómo esa prédica contra la corrupción puede servir mucho más para los proyectos geoestratégicos de los capitales estadounidenses que dictaduras impresentables, a un menor costo económico y político y sin derramamiento de sangre (lo cual puede crear reacciones como los movimientos armados, o explosiones populares inmanejables). 

No hay lucha real contra la corrupción, porque el capitalismo actual, en su fase de globalización financiera, es por naturaleza corrupto. La lucha es por seguir asegurando el traspatio de la potencia imperial, y en el caso puntual de Guatemala esconde la lucha entre facciones del capital nacional: los tradiciones “dueños de la finca” contra los nuevos ricos ascendidos a la sombra del Estado contrainsurgente de estas últimas décadas. Está claro que en este momento las mafias (contrabandistas, narcotraficantes, crimen organizado) recibieron un fuerte cachetazo (Pérez Molina y Baldetti presos). Pero eso no significa que desaparecieron. El circuito financiero se sigue alimentando de esas economías “no muy santas” (Guatemala, de hecho, es una de las importantes plazas de lavado de activos a nivel mundial: paraíso fiscal, dicho en otros términos. Es decir: la corrupción es consustancial al sistema). 

Como toda guerra justificada con algún demonio del momento (comunismo internacional liderado por la URSS, terrorismo islámico, narcotráfico y crimen organizado desbocados), ahora la corrupción sirve a esa estrategia: es la “plaga bíblica” puesta en la cresta de la ola mediática.

La jugada parece exitosa, dado que posibilita acciones ciudadanas “limpias”, encuadradas en la ideología de la democracia occidental, acciones no violentas que desestabilicen el sistema, “respetables”, “civilizadas”. ¿Quién puede avalar racionalmente la corrupción? Por supuesto que la corrupción indigna, enfurece, subleva incluso. De ahí que las movilizaciones que se pretende encender son especialmente eso: no violentas, “ciudadanas y democráticas”, marcadas por la ideología clasemediera, urbanas, teniendo sí algo que perder (los que se sienten y verdaderamente son “explotados no tienen nada que perder, más que sus cadenas”, se dijo por ahí). El objetivo con el combate anti-corrupción no es cambiar nada de raíz sino simplemente quitar funcionarios públicos corruptos. Es decir: una intervención quirúrgica bien hecha. El círculo se cierra a la perfección: cambiar algo para que no cambie nada. 

Con el triunfo de Jimmy Morales puede verse todo esto en forma elocuente: con una prédica anti-política, repitiendo hasta el cansancio que él, actor, no es “uno más de esos políticos que se roban todo”, ahora llega a la presidencia. ¿Algo cambió? Absolutamente nada. Pero la sensación de la población votante es que ahora hay algo nuevo, fresco, que no carga con los vicios del pasado. El esquema parece que puede ser utilizado en cualquier país de la región: la corrupción es una plaga bíblica que sirve para denunciar a los gritos, muy democrática y civilizadamente, aquello que la Casa Blanca necesite acometer y modificar. ¿Será cierto que lo de Guatemala es un laboratorio para la creación de nuevas CICIG por allí? 

Lo interesante es que esas movilizaciones habidas en Guatemala abrieron la posibilidad de una ciudadanía que puede ir más allá del gatopardismo del combate puntual contra la corrupción. Ahora el desafío de lograr ese ir más allá está puesto sobre la mesa. Habrá que ver si el campo popular puede aprovecharlo. 

miércoles, 21 de octubre de 2015

¿Cuál es la verdad sobre el cambio climático o calentamiento global?



León Moraria
12 de octubre del 2015

         A propósito de la gran campaña mediática, a escala mundial, preparatoria de la “Cumbre de la Tierra” en París, a reunirse el próximo diciembre, vale hacer algunas reflexiones referidas a lo que se escribe y dice con relación al calentamiento global o cambio climático.

         El hombre, desde la prehistoria, por el uso y por el abuso que hace  de la naturaleza, causa daños que con el tiempo se revierten en tragedia, sea cual fuere el sitio donde habite. La actual civilización cada día se hunde más en los escombros que crea, por la destrucción de bosques y selvas, la desertificación de extensas áreas y el más terrible daño, la contaminación del agua potable en todas las formas naturales de suministro: río, glacial, reservorio de agua subterránea o superficial ¿Cuál de estas formas de suministro de agua potable en el planeta, no está contaminada? Hasta la lluvia se ha tornado ácida.

         Muchedumbres sedientas deliran en regiones de la India, África o California por la desecación de los pozos subterráneos que los surtían. En las ciudades y poblaciones de todos los países son cada vez más restrictivos los horarios en el suministro de agua, no tanto por la demanda creciente, sino, por la escasez que causa la contaminación y destrucción de las fuentes. La gran contradicción radica entre la necesidad de agua potable para el consumo humano, agrícola, industrial, y la contaminación de esas aguas por la necesidad de arrojar excretas cloacales o residuos industriales en ríos y lagos.

         En 1896 el químico sueco Svante Arrhenius, descubre la presencia de CO2 en la atmósfera global de la superficie terrestre y formula lo que denominó “efecto invernadero”. Los 120 años transcurridos de ese anuncio, tan sólo han servido para escribir enjundiosos tratados que llenan los estantes de las bibliotecas. La acumulación de CO2 en la atmósfera junto con otros gases, como, el metano proveniente del “permafrost” por el calentamiento del polo Ártico, es creciente en el proceso de crear el “efecto invernadero”.

         Junto a la advertencia de deterioro ambiental por “efecto invernadero”, está la tesis de Malthus (1766-1834), referida al crecimiento poblacional. Advertencia maltusiana complementada por el Informe del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) y el Club de Roma, conocido como “Límites del Crecimiento”. Entre una y otra advertencia transcurrieron doscientos años. De manera que la ceguera del hombre referida al deterioro ambiental no es reciente. Se puede estar o no de acuerdo con las interpretaciones que se le dan a la tesis de Malthus o del Club de Roma, pero, su objetividad es incuestionable.

         En la discusión sobre el calentamiento global, cada quien arrima la brasa para su fogón. Veamos:

         El capital. ¿Cuáles son los objetivos reales de los capitalistas en las cumbres de la Tierra? Uno, salvar el capitalismo acusado de ser el causante del calentamiento global. Otro, dominar en la ONU la capacidad de establecer el derecho internacional para acentuar la dominación sobre los recursos y los países. Establecer el gobierno mundial capitalista (1%) sobre el (99%). Por ejemplo, crear el “derecho a contaminar”, según el cual se les distribuye a todos los países las cuotas respectivas para realizar su propio desarrollo (contaminación). Si el país no utiliza dicha cuota puede venderla a un país que la necesite. Con toda seguridad los 150 o más países pobres del planeta, ante la imposibilidad de realizar su desarrollo, terminan por venden la cuota al mejor postor ¿Y quién las compra? ¡Qué ingeniosidad! “Se peca por la paga y se paga por pecar”.

         Las religiones. El canadiense Maurice Strong y el Baca Ranch (complejo espiritual donde confluyen variedad de creencias)[1], en unión de todas las religiones, transformaron la campaña ecologista en religiosidad basada en el mito bíblico de El Diluvio. En consecuencia, el derretimiento de los glaciales y aumento del nivel del mar hay que aceptarlo como el nuevo diluvio universal ordenado por los dioses para castigar la maldad del hombre. La burguesía (1%) está ideando la construcción de la nueva Arca que navegará las aguas diluviales con destino a Marte y Plutón para la salvación de los animales. Es la forma como las profecías bíblicas siempre aciertan al utilizar la técnica de disparar la flecha y mover el blanco al sitio de impacto. De esa manera nunca se hierra el blanco ¿Será por eso que las profecías bíblicas, Notredamus o el Armagedón resultan siempre tan “acertadas”?

         El gobierno estadounidense. El presidente Bill Clinton firmó el Protocolo de Kioto, pero, al tiempo que lo hacía, le ordenaba a los congresistas demócratas de su partido, no ratificarlo en el Congreso. Es la misma política de mentiras y apariencias que distingue las acciones y decisiones de la Casa Blanca, similar al pretexto de las “armas de destrucción masiva” para la invasión y destrucción de Irak y Afganistán y Libia y Siria y Colombia y Panamá y Granada y Vietnam y Yugoslavia, la lista es larga.

         Socialismo por capitalismo. Propuesta de cambio de sistema económico, del capitalismo (1%) que destruye y contamina, al socialismo benefactor de las mayorías nacionales (99%). ¿Será acaso que el socialismo va a detener la pesca intensiva en los mares y océanos; la agricultura sustentada en tóxicos (pesticidas, fertilizantes); el desagüe de excretas en los ríos; la producción de basura; la extracción de carbón e hidrocarburos indispensables para la actividad productiva industrial y manufacturera; la demolición de las selvas; destrucción de la biodiversidad; y por medio de esas acciones contrarrestar los fenómenos naturales o al menos aplacar su ira furibunda (huracanes, tornados, sequías, inundaciones)? Al socialismo, por esa pretensión, puede ocurrirle lo que al campesino que se propuso enseñar su caballo a vivir sin comer.

         Con gobierno mundial capitalista; con discursos papales; con míticas interpretaciones diluvianas; con doble moral clictoniana; con cambio de sistema económico del capitalismo que destruye, al socialismo igualitario ¿Se podrá revertir o menguar el calentamiento global, el derretimiento de los glaciales en los polos y las cordilleras, la demolición de las selvas y destrucción de la biodiversidad, para contrarrestar los fenómenos naturales o al menos aplacar su ira furibunda?

         Así como el hombre por el constante mejoramiento de los instrumentos de producción construye la Edad de Piedra, la Edad del Bronce y otros estadios en el largo peregrinaje histórico del trabajo, hasta llegar a la Edad o Era del Petróleo, que resultará la más breve, por cuanto en cien años de explotación petrolera, ya alcanzó la cúspide del ascenso productivo, para comenzar a rodar la pendiente del declive inevitable.

         Pregunta ¿Puede la Edad del Petróleo renunciar al plan mundial que le imponen los sistemas económicos predominantes? ¿Puede el desarrollo productivo mundial, por el inmenso dinamismo que le brinda el petróleo, sobrevivir a su agotamiento, sin arrastrar consigo esta civilización y sepultarla en las montañas de basura que genera el desarrollismo consumista? ¿Tiene sustituto el petróleo? ¿Los posibles sustitutos, además deprescindir del petróleo como combustible, pueden asumir sus 400 mil subproductos?

         Pregunta clave ¿Es el hombre o la naturaleza misma, la causa del calentamiento global? En las “cumbres de la Tierra”, de relativa periodicidad (Montreal, Nairobi, Kioto, Copenhague, Cochabamba, París) ¿Qué aporte positivo pueden hacer los representantes de los gobiernos, si los planes económicos de sus respectivos países son todo lo contrario del discurso que pronuncian en dichas cumbres? Si el petróleo es el principal agente contaminador de suelos, ríos, lagos, mares, océanos, la atmosfera, la capa de ozono ¿Qué tienen que decir los presidentes y representantes de países petroleros en dichas cumbres? ¿O presidentes de países con grandes bosques y diversidad de fauna y flora - pulmón del planeta - destruidos de manera constante, sin que hagan nada para detener el ecocidio? ¿Es posible cerrar la válvula de la producción petrolera, detener la destrucción de las grandes selvas, y frenar la contaminación del ambiente natural sin menguar el dinamismo del desarrollo productivo? De no realizar estas posibles acciones ¿Para qué tanto discurso y leguleyismos ambientalistas si todo va a seguir igual? En estas cumbres cada quien hala la brasa para su fogón.

         Otra pregunta ¿Qué está ocurriendo en los meses anteriores a la esperada y añorada Cumbre de la Tierra a reunirse en Paris? En lugar de realizar acciones para disminuir la producción de gases de efecto invernadero, ocurre, por una parte, la más absurda competencia en la producción de hidrocarburos, entre Arabia Saudita y los Estados Unidos para aumentar la producción, que no obedece a razones económicas, sino, a intereses particulares de dominio de mercado. De otra parte, la mayoría de países realizan esfuerzos inusitados en la exploración de hidrocarburos, así haya que ir hasta el centro mismo del planeta para extraerlos. Angustiante esfuerzo que ocurre por igual en la Cuba socialista como en los Estados Unidos, capitalista (el fracking). Mejor motivación a la Cumbre de París ¡Imposible! ¿Será por ello que las cumbres ambientalistas culminan por ser la máxima expresión de hipocresía y cinismo en la disputa por imponer criterios económicos, teológicos, ambientalistas, conservacionistas, imperialistas?

                  El cambio ambiental por calentamiento global es un proceso natural que comenzó hace 12 mil años por el retiro de la última glaciación. Estamos al final de ese proceso por el deshielo de los polos y de los glaciales en las cordilleras (Himalaya, Los Andes, Alpes). Proceso natural indetenible que nada tiene que ver con diluvios bíblicos o Leyenda de Gilgamesh ni con cambio del capitalismo al socialismo ni con la caridad, compasión y misericordia de los discursos papales.

         El concepto de evolución de la materia nos dice que todo está en perpetuo movimiento, desde la ínfima estructura del átomo, a los sistemas terrestres o infinitos sistemas estelares y galácticos. La Tierra tiene movimiento de rotación y de traslación dentro del sistema solar. Este, tiene movimiento de traslación dentro de la galaxia formada por millones de estrellas. Y la galaxia tiene movimiento de traslación dentro del sistema formado por millones de galaxias. Ese perpetuo movimiento de un sistema dentro de otro sistema, tiene que producir y transmitir cambios de la más variada índole, por ejemplo, cambios de temperatura: calentamiento o glaciación. Proceso normal de la evolución de todas las cosas, en lo cual, no priva la acción humana ni mucho menos la deux ex machina que ordena tragedias y calamidades para castigar la soberbia del hombre, tesis que “científicos” de formación teológica, pretenden presentar como explicación del cambio climático o calentamiento global. Según estas teorías de fundamentación teológica, para salvarse de los designios divinos, el hombre tiene que ofrendar de nuevo a los dioses, aves, carneros, doncellas, niños. Las mismas paparruchadas que inventó el hombre en el Neolítico. Surgen los falsos científicos con sus explicaciones teológicas, profetizadas en “libros sagrados” ¡Hasta cuando el hombre va a ser víctima de estas falsedades apocalípticas, del charlatán Notredamus o del trasnochado Armagedón ¡Necedades teológicas, astrológicas, sin fundamento científico!

         La pregunta clave ¿Cuál es el porcentaje de participación del hombre en el proceso de calentamiento global? ¿La participación del hombre es mayor o menor que la participación propia de la naturaleza? Ante la imposibilidad de frenar dicho proceso y la angustia que suscita ¿Es posible detener la evolución de la materia y su movimiento en el espacio y en el tiempo, causa real de los fenómenos físicos, químicos, biológicos, geológicos y de todo tipo? Ante esta realidad científica inobjetable, se pretende, encontrar solución o explicación a los fenómenos naturales, con sofismas teológicos sustentados en “libros sagrados.”

         ¿De qué sirve el avance permanente de la Ciencia, por ejemplo, con el reciente descubrimiento que los científicos con gran sarcasmo denominaron partícula de dios, si el hombre continúa atado al mismo temor e ignorancia que lo aturdía en el Neolítico? En el siglo de la informática, de la nanotecnología, de los satélites y viajes interplanetarios resulta paradójico pretender encontrar en los dioses explicación de los fenómenos naturales. Los dioses nunca han dado explicación de nada y no pueden darla, por cuanto son invención del hombre angustiado, indefenso ante un mundo que le resultaba inmensamente hermoso, pero, abrumadoramente misterioso. Los dioses no son fruto de la sabiduría del hombre, sino, de su ignorancia y primitivismo. Lo peor que puede hacer el hombre para huir de su propia tragedia es recurrir a su invento mítico para buscar explicación. La Ley natural de relaciones recíprocas y efectos mutuos dice:

“Todo cambio introducido en un aspecto, se refleja en el conjunto; el daño que sufre un elemento afecta a todos los demás; la supresión de una parte paraliza el sistema entero. Todo influye en todo.”[2].

         En materia de conservación de la naturaleza, lo que ha habido siempre es, “mucho ruido y pocas nueces”. Mucha hipocresía y mucho cinismo. El aforismo científico dice: “de la Nada nada adviene”.


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[1]              Tierry Meyssan, La Ecología de guerra (I), Red Voltaire 22.04.2010
[2]              Conservación, Arturo Eichler. Tomo I y II. Talleres Gráficos Universitarios. Mérida.1965


lunes, 19 de octubre de 2015

Niños de la calle: entre victimarios y víctimas



Marcelo Colussi 
mmcolussi@gmai.com 
https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33

En el Primer Mundo se discute sobre la calidad de vida; en el Tercer Mundo sobre su posibilidad. 

Situando el problema

Desde la década de los ‘50 en los países latinoamericanos se vive un proceso de acelerado despoblamiento del campo y crecimiento desmedido y desorganizado de sus ciudades principales. Muchas de sus capitales, de hecho, están entre las ciudades más pobladas del mundo. Pero pobladas por gente desesperada, que llega a estas enormes urbes para instalarse muchas veces en condiciones infrahumanas. Se calcula que una cuarta parte de la gente que habita ciudades de la región lo hace en asentamientos precarios: favelas, villas miseria, tugurios.

La población escapa a la pobreza, y en muchos casos también a las guerras crónicas, de las áreas rurales. El resultado de todo esto son megápolis desproporcionadas sin planificación urbanística plagadas de barrios mal llamados “marginales”. 

Sumado a este proceso de éxodo interno tenemos las políticas neoliberales que desde los años ‘80 (“la década perdida” según la CEPAL) empobrecieron más las ya estructuralmente pobres economías de la región. Hoy cada niño que nace en Latinoamérica ya sufre la condena de tener sobre sí una deuda de 2.500 dólares con los organismos financieros internacionales (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional). Deuda, obviamente, que repercute en una falta crónica de servicios básicos, en falta de oportunidades, en un futuro ya bastante trazado (y no de los más promisorios precisamente). 

Como consecuencia de estas políticas de “ajuste estructural”, como dicen los tecnócratas, se dio un aumento de la miseria de los siempre pobres sectores agrarios y un aumento de la migración hacia las ya saturadas capitales. Ningún país de la región, aunque a veces se muestren números promisorios en la macroeconomía, resolvió los problemas crónicos de las grandes mayorías. La pobreza real ha aumentado estos últimos años, haciendo más grande la distancia entre ricos y pobres. Los asentamientos precarios van albergando cada vez más gente, casi tanta gente como los barrios formales. Pareciera que hay un proceso de exclusión donde el sistema expulsa, hace “sobrar” población. Pero si la “gente sobra”, esto sólo puede darse en la lógica económico-social dominante, nunca en términos humanos concretos. La gente está allí y tiene derecho a vivir (junto a otros derechos que le aseguran una vida digna y con calidad). Uno de cada dos nacimientos en el mundo tiene lugar en un barrio “marginal” (¿o marginalizado?) del antes llamado Tercer Mundo. Y, por lo pronto, hay 4 nacimientos por segundo. 

El problema, valga aclararlo, no está en el aumento constante de bocas a alimentar. Alimentos hay, y de sobra. Se calcula que la humanidad dispone entre un 40 a 50% más de los alimentos necesarios para nutrirse. Si hay hambre, ello obedece a razones enteramente modificables. No hay designios naturales ni divinos en eso. 

Donde más golpea la pobreza, por cierto, es en la infancia.

El círculo maldito de la pobreza

Niños nacidos en la pobreza, niños de barrios marginalizados, niños que, desde el inicio, para la lógica dominante “sobran”. No los esperará entonces, seguramente, un mundo de rosas. Si uno de estos niños tiene suerte y no muere de alguna enfermedad previsible o por inanición, trabajará desde muy pequeño. Quizá termine la escuela primaria, pero probablemente no. Casi con seguridad no asistirá a la escuela media; mucho menos a la Universidad (en Latinoamérica eso sigue siendo aún un lujo). Se criará como pueda: pocos juguetes, mucha violencia, poco cuidado paterno (padres que trabajan fuera de la casa como constante); seguramente se criará junto a muchos hermanos: seis, ocho, diez. Esto en el campo, donde se necesitan muchos brazos para las faenas agrícolas, es parte de la cultura cotidiana; pero en un asentamiento precario en medio de una gran ciudad es ante todo un problema. Su trabajo será en las calles, no bajo la supervisión de sus padres. Trabajo, por otro lado, siempre descalificado, muy poco remunerado, siempre en situación de riesgo social: la violencia, la transgresión, las drogas estarán muy cerca. Esto se potencia en el caso de las niñas.

Pero dicho sea de paso: ese trabajo mal remunerado y en condiciones peligrosas aporta no menos del 20% del ingreso familiar de muchos países de la región. Es decir que sin ese trabajo –que, por supuesto, hipoteca el futuro de niñas y niños– los hogares serían más pobres de lo que son.

La pobreza de donde provienen estas niñas y niños no se concibe sólo en términos de ingreso monetario, siempre escaso por cierto. También lo es en cuanto a recursos en general para afrontar la vida, en conocimientos, en experiencias. Las familias “reproductoras” de niños que van a trabajar, o en algunos casos vivir, a las calles son en general numerosas, con dinámicas violentas, con antecedentes de alcoholismo, en algunos casos promiscuas, a veces con historias delincuenciales. Pero todo ello no por una cuestión de “dejadez”, de “vicio moral”. Es el síntoma de una descomposición social creciente de un sistema que, en vez de integrar gente, la expulsa. El “ejército de desocupados” del que hablaban los clásicos del materialismo histórico en el siglo XIX sigue absolutamente vigente. El capitalismo neoliberal usa ese ejército de forma cada vez más inmisericorde. 

Todo este nivel de descomposición social es más fácil que se de en un grupo marginado económica y socialmente (los que “sobran”) antes que en los sectores integrados. Lo dramático es que la población “sobrante” aumenta, y por ende sus niños, que son quienes terminan poblando las calles. 

En cualquier ciudad latinoamericana vemos como algo común ejércitos de niños deambulando por las calles. Desde muy tempranas edades, sucios, harapientos, a veces con su bolsita de inhalante en la mano, estos niños y niñas ya forman parte del paisaje cotidiano: menores de edad que venden cualquier baratija, lustran zapatos, lavan automóviles, mendigan o simplemente roban, y pasan sus días en parques, mercados o terminales de autobuses haciendo nada.

El fenómeno es relativamente nuevo, de las últimas décadas; pero lo peor es que está en franca expansión. Se estima que en todo el mundo hay 150 millones de niños que trabajan o viven en las calles. ¿Por qué? ¿Cuál es la verdadera historia de los niños de la calle?

La calle atrapa

Establecidos en las calles es muy fácil que algunos se perpetúen allí. Y cuando esto sucede, cuando se cortan los vínculos con las familias de origen, la inercia lleva a que sea muy difícil salir de ese ámbito. Callejización, consumo de drogas y transgresión van de la mano. “Para una innumerable cantidad de niños y jóvenes latinoamericanos la invitación al consumo es una invitación al delito. La televisión te hace agua la boca y la policía te echa de la mesa”, reflexionaba sobre esto Eduardo Galeano. Un niño finalmente se queda a vivir en la calle porque escapa así a un infierno diario de violencia, desatención, escasez material. Recordemos que pobreza no es sólo falta de dinero efectivo; es también falta de posibilidades para el desarrollo, desatención, violencia. Lo que, casualmente, se encontrará ante todo en los grupos más sumergidos, en las “poblaciones excedentes”.

Son varias las instituciones que se ocupan del problema de los niños de la calle: las públicas (“centros de reorientación de menores”, en general reformatorios o cárceles) con una propuesta más punitiva y en dependencia de dictámenes legales; las no gubernamentales con proyectos de corte humanitario o caritativo, muchas veces ligadas a iglesias.

Más allá de buenas intenciones y diversidad de metodologías, el impacto de sus acciones es relativo; por supuesto que una atención puntual en un caso, o un apoyo concreto para la sobrevivencia, puede ser mucho. Y ni hablar de algún niño rescatado de esta situación y reubicado en otra perspectiva. Ello es encomiable. De todos modos el fenómeno en su conjunto no se termina, por el contrario crece.

El supuesto “amor” de la caridad religiosa no alcanza. “Amar” incondicionalmente a un niño paria es, finalmente, un engaño. ¿A título de qué amar tanto? Un proyecto humano no se puede construir a base de caridad, porque ello ratifica la diferencia: uno que tiene y puede dar a un necesitado de todo. Eso no es un modelo sostenible. Además, y valga enfatizarlo, muchas, muchísimas veces, esta filantropía desinteresada, este “amor” incondicional de activistas caritativos que “se quitan el pan de la boca para dárselo a estos niños menesterosos” encubre acciones perversas: tanto aman a los niños de la calle que… muchos casos terminan en violaciones. 

Niños de la calle: ¿victimarios o víctimas? ¿Qué hacer entonces?

No debe olvidarse que esos mismos niños y jóvenes deben procurarse algún sustento, y lo más a la mano al respecto termina siendo, irremediablemente, el hurto. Una cadena, un reloj, una cartera, un equipo de sonido de un vehículo pasan a ser el alimento cotidiano de estos parias. (A propósito: ¿cuántas veces nos enteramos de reducidores de estos objetos robados que caen detenidos?). En tal sentido, en tanto transgresores, son victimarios. 

De ningún modo se pude justificar una conducta transgresora; en el marco de las sociedades capitalistas donde el fenómeno de la niñez callejizada tiene lugar, no se puede premiar el atentado contra la propiedad privada. Robar una billetera a un transeúnte es un acto delictivo, estamos claros. Pero hay que partir por reconocer que la problemática concierne a todos. Cada niño durmiendo en una plaza o con su bolsa de pegamento es el síntoma que indica que algo anda mal en la base; taparse los ojos ante esto no soluciona nada. 

Los niños, el eslabón más débil de la cadena, son la esperanza de un futuro distinto; también los de la calle (convengamos en que la Historia aún no ha terminado, y si lo que vemos hoy día es un aumento de la pobreza, aún caben las esperanzas de “otro mundo posible”). Estigmatizarlos no servirá para contribuir a algo nuevo. “La continuada marginación económica y social de los más pobres está privando a un número creciente de niños y niñas del tipo de infancia que le permitirá convertirse en parte de las soluciones de mañana, en vez de pasar a engrosar los problemas. El mundo no resolverá sus principales problemas mientras no aprenda a mejorar la protección e inversión en el desarrollo físico, mental y emocional de sus niños y niñas” (UNICEF). Los niños de la calle, en tal sentido, son las víctimas de un sistema, quizá las más golpeadas. 

Ahora bien: más allá de bienintencionadas declaraciones, correctas en sí mismas, está más que claro que el problema de niñas y niños en la calle no se puede solucionar independientemente del entorno que los crea, de las condiciones por las que surgen. Aunque mágicamente se les hiciera desaparecer a todos hoy, mañana seguro habrá más, porque el chorro que los produce no se ha cerrado. Son un síntoma. Y para curar un síntoma hay que ir a las causas. 

Son victimarios en tanto roban por la calle, eso está fuera de discusión. Pero ¿acaso el sistema económico-político-social que los crea no es un atentado a la vida, una afrenta a la humanidad? Que sea legal, que las políticas neoliberales y capitalistas en general sean legales, que todo ello sea la legalidad estatuida, no significa que sea justa. “La ley es lo que conviene al más fuerte”, enseñaba Trasímaco de Calcedonia hace dos mil quinientos años. Y tenía razón. Se trata, entonces, de crear otro marco general donde no haya fuertes que se tragan a los débiles. 

jueves, 8 de octubre de 2015

12 de octubre: una herida abierta



Marcelo Colussi
mmcolussi@gmail.com, 
https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33

"Hemos venido aquí a servir a Dios y al Rey, y también a hacernos ricos"

Bernal Díaz del Castillo, Guatemala, siglo XVI


"¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. (…). Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado". 

Domingo Faustino Sarmiento. Argentina, Diario El Nacional del 25/11/1876


"Los pueblos indios además de nuestros problemas específicos tenemos problemas en común con otras clases y sectores populares tales como la pobreza, la marginación, la discriminación, la opresión y explotación, todo ello producto del dominio neocolonial del imperialismo y de las clases dominantes de cada país". 

Declaración de Quito, 1992


Hace 523 años el grito proferido por Rodrigo de Triana la madrugada de un 12 de octubre desde su puesto de vigía en el palo mayor de la Pinta informando de la tierra avistada, cambiaría dramáticamente el curso de la historia. Sus repercusiones siguen estando presentes: son, sin más, el cimiento de nuestro mundo actual. Puede decirse sin temor a equivocarnos que el amanecer de ese día comenzó el verdadero proceso de globalización, completado hace unas décadas con la caída del campo socialista con su grito triunfal de “terminó la historia”, siendo al mismo tiempo el ocaso de las civilizaciones americanas originarias.

Más de cinco siglos han pasado desde aquel entonces, y la deuda pendiente no parece llegar a su fin. En un sentido, esa deuda es impagable. ¿Por qué?

El "descubrimiento" de América –eufemísticamente llamado "encuentro de dos mundos"– (lo que, más que encuentro, fue "encontronazo")–, o lo que con más precisión podemos llamar "el inicio del mundo moderno capitalista", es un hecho de una trascendencia sin par en la historia de la Humanidad: inaugura un escenario novedoso que sienta las bases para la universalización de la cultura del imperio dominante, ya a escala planetaria en aquel entonces, mucho más solidificado en la actualidad, cinco siglos después, con la entrada triunfal de las tecnologías de la comunicación e información que vuelven al planeta una verdadera aldea global. El imperio dominante del siglo XVI era el incipiente –pero ya avasallador– capitalismo europeo (representado en ese momento por la España imperial y la Gran Bretaña que se empezaba a industrializar). "Modo de vida occidental", podría llamarse ahora, o libre empresa, o economía de mercado. La llegada de los europeos a tierra americana y su posterior conquista fue la savia vital que alimentó la expansión del capitalismo. 

Estas circunstancias de la historia colocan ese encuentro de civilizaciones en la perspectiva de una relación absoluta y radicalmente desigual; en términos estrictos fue más que un "encuentro": fue el sojuzgamiento (sanguinario) de una sobre otra. Fue, en principio, una invasión militar, seguida luego de un avasallamiento cultural. Hubo vencedores y vencidos, sin lugar a dudas, por lo que la idea de "encuentro" es demasiado débil, ingenua en el mejor de los casos. ¡O hipócrita! 

El 12 de octubre marca la irrupción violenta de la avidez europea (capitalista) en el mundo, llevándose por delante –religión católica mediante– toda forma de resistencia que se le opusiera, y haciendo de su cultura la única válida y legítima, la presunta "civilización". Lo demás fue condenado al estatuto de barbarie. En tal sentido, entonces, lo que se produce en ese lejano 1492 es, con más exactitud, un encontronazo monumental, sangriento, despiadado. Por cierto, salen mejores parados del mismo los que detentaban la más desarrollada tecnología militar. Y para el caso, fueron los españoles. Al día de hoy, esa relación no ha cambiado en lo fundamental, y de la espada y la cruz pasamos a la dependencia tecnológica y a las impagables deudas externas de nuestros países.

Han pasado 523 años desde aquel grito, y ningún habitante originario del continente americano se siente "descubierto". En realidad no hay nada que festejar el 12 de octubre, no hay "día de la raza" o "día de la hispanidad" que venga a cuento. Hay una historia forjada a sangre y fuego, sigue habiendo una herida abierta, y fundamentalmente hay una deuda no saldada. ¿Quién la va a pagar? ¿Es posible pagarla?

Por otro lado: ¿qué "raza"? La historia la escriben los que ganan, por lo que ese encontronazo de civilizaciones fue contado por los vencedores –los españoles, para el caso, luego los anglosajones en relación a América del Norte– en la forma de "hazaña", de "gesta gloriosa". Los pueblos americanos no tienen la misma versión. No digamos la población negra de África, que más tarde fue transplantada al continente "descubierto" en calidad de mano de obra esclava. ¿Cuál es la proeza en todo ello? Si a alguien benefició todo esto, seguro que no fue ni a los africanos ni a los americanos. 

Pero hay algo bien importante: el triunfo de la conquista fue muy grande, y los latinoamericanos seguimos sufriendo hoy "complejo de inferioridad". No es infrecuente ver en cualquier ciudad latinoamericana, o incluso en sus regiones rurales, a algún ciudadano (hombre o mujer) de aspecto aindiado, moreno, en definitiva: no-blanco desde el punto de vista fenotípico, con el cabello teñido de rubio. En esta sufrida región del mundo, para ambientar un programa cultural radial o televisivo, en principio a cualquiera se le podría ocurrir usar música llamada "clásica" (música académica europea de los siglos XVII, XVIII o XIX) y no, seguramente, cumbia o ranchera. Y si se trata de organizar una cena de lujo muy probablemente cualquier habitante latinoamericano pensaría en ofrecer langosta, algún plato con un complicado nombre en francés –aunque no se sepa bien qué es–, lasagna quizá… pero seguro que no arepa, humita ni indio viejo. Y por supuesto, para ir "bien" vestido, un varón debe llevar saco y corbata y una mujer tacones altos con joyas y mucho perfume; sería de "mal gusto" presentarse en güipil o con chaqueta de colores típicos como el actual presidente de Bolivia, Evo Morales. Los palacios gubernamentales, aún rodeados de palmeras y bajo abrasadores soles tropicales, deben tener muchas columnas jónicas y dóricas con amplias escalinatas de mármol como los de los "hombres blancos" del norte, y la juventud "chic" canta en inglés. ¡¿Cómo habría de tararear una canción en guaraní o en mapuche?! Y en diciembre, ¡por supuesto!, los malls (también se puede decir shopping centers) se llenan de pinos plásticos y nieve artificial con un viejo barbudo vestido con trajes de piel (que nunca se sabe de qué se ríe…) y que viaja en trineo (¿trineo para la nieve en nuestros países?). Y si pensamos en pirámides fabulosas, pensamos en las de Egipto, olvidando que en Mesoamérica hay otras tan fantásticas como aquéllas (la más grande del mundo, por cierto, está en Guatemala: El Mirador). Dato marginal: la civilización maya llegó al concepto de número cero hace más de mil años, cuando en Europa se perseguían brujas por herejía. ¿Por qué lo latinoamericano no es "civilizado"? ¿Maldición de Malinche? Ah, por cierto: la "civilizada" Europa aún mantiene reyes. Sí, sí: monarcas, majestades, ¡parásitos que viven lujosamente sin trabajar! ¿Civilización?

Mucho tiempo ha pasado desde la llegada de los europeos al "Nuevo Mundo"; la historia siguió su paso, y de aquel momento inaugural del capitalismo hoy tenemos un Norte desarrollado, opulento, y un Sur que se debate en la pobreza y la dependencia. Por cierto que mucho ha cambiado el mundo en estos más de cinco siglos. Que "la rueda de la historia haya avanzado" es una cuestión abierta que llama a la discusión; para las grandes civilizaciones como la inca, la azteca, la maya, no parece que este "descubrimiento" haya tenido grandes beneficios. Para el capitalismo europeo, fue toral: consistió en su acumulación originaria, su empuje inicial. Sin la conquista de América no podría haber habido capitalismo europeo. 

Hoy, 523 años después del grito que comenzaba a cambiar la historia, los pueblos americanos (hay quien los llama "precolombinos"… ¿Antes de Colón? ¿No suena ostentoso eso: antes de Colón no había historia?), no se han recuperado aún del trauma que significó la llegada "del hombre blanco"; de grandes civilizaciones, tan o más desarrollados que los europeos, pasaron a ser mano de obra casi esclava, destruyéndoseles buena parte de su rico acervo cultural, condenados a grupos subalternos. Las empleadas domésticas y los trabajos más mal pagados en cualquier punto de América no lo hacen los blancos. 

¿Cómo limpiar esa afrenta histórica? 

La historia siguió su curso; la historia oficial, aquella que cuentan los ganadores, intentó borrar esas grandes culturas transformando a sus miembros en ciudadanos de países inventados en estos últimos siglos: los incas pasaron a ser peruanos, los mayas guatemaltecos, los aymarás bolivianos, los aztecas mexicanos, los guaraníes paraguayos, los mapuches chilenos, etc. Las tierras saqueadas en la conquista, los recursos robados y enviados a España –que terminaron enriqueciendo a la emergente industria europea–, los miles y miles de vidas de amerindios segadas, la humillación a que se sometió a los pueblos americanos, la postración histórica a la que se les condenó y de la que hoy, como Tercer Mundo, cuesta tanto remontar… ¿se puede resarcir? ¿Quién lo va a pagar? ¿Cómo? La entrega del Premio Nobel de la Paz a la dirigente maya-quiché Rigoberta Menchú el día del 500 aniversario del inicio de la conquista es un buen gesto, pero no basta. 

El 12 de octubre, más que día de festejo (¿qué festejar?) debería ser un día de vergüenza humana.