viernes, 31 de diciembre de 2010

En medio de las fiestas

Ética y Política
En medio de las fiestas
José M. Tojeira








En medio de las fiestas necesitamos siempre reflexión. Cuando la fiesta se vuelve agitada, desaparece el diálogo y abunda la carcajada estéril, ni se descansa ni se aprovecha la fiesta en su hondo sentido humano. Y en particular estas fiestas de Navidad y año nuevo, con todas las implicaciones religiosas, familiares, históricas y relacionadas con la memoria de una buena parte de la humanidad, nos llaman a una particular reflexión.


Nos invitan a ver la historia desde el amor. No con los ojos del éxito inmediato, del triunfo sobre el enemigo, de la fuerza como camino de autorrealización. Lo que parece evidente en las relaciones imperialistas de tipo internacional, lo que con tanta facilidad se escucha en los discursos nacionalistas, es con frecuencia lo menos sólido de la historia humana. Porque en efecto, la vida del ser humano no puede transcurrir sin solidaridad y sin vínculos afectivos profundos. Sin embargo, con demasiada frecuencia en el mundo en que vivimos establecemos diferencias artificiales de nacionalidad, color, cultura y nos olvidamos de que la humanidad es una. Ni siquiera en nuestros propios países tenemos una clara concepción de todo lo que nos une, que es siempre más de lo que nos separa. Las noticias hablan con frecuencia de la violencia, de las diferencias políticas, de las protestas, y nos hace pensar que somos un país dividido. Pero a pesar de las separaciones artificiales, en incluso de las reales, el diálogo y la comprensión funcionan con mayor fuerza en la vida salvadoreña que los egoísmos, las irresponsabilidades y la brutalidad. Es la razón por la que hay mas gente buena que mala, y es la razón de que podamos seguir viviendo con esperanza.


Pasa en nuestra historia algo parecido a lo que pasa en el tráfico. En el tráfico hay gente prepotente, excesivamente competitiva, irresponsable, colérica, insultante, brutal en ocasiones. Los resultados son terriblemente duros, y somos uno de los países con mayor número de muertos por accidentes de tránsito. Y sin embargo, una gran mayoría de los que manejan son responsables, atentos, procuran no estorbar ni hacer daño. Necesitamos mejorar sustancialmente la calidad de nuestro tráfico, hacerlo menos peligroso y más responsable. Pero eso no quita para que sepamos también que los que manejan bien son muchos más que los que manejan mal. Y lo mismo en El Salvador. Necesitamos mejorar mucho, hacer cambios sustanciales, pero sabiendo que hay más gente buena y con deseo de hacer el bien en nuestro país, que irresponsables y malintencionados.


En estas fiestas de Navidad y Año Nuevo la reflexión debe llevarnos a considerar que todo lo que sea impulsar los valores de diálogo, solidaridad, amor al prójimo, capacidad de perdón y reconciliación, desarrollo de vínculos familiares generosos, tiene una repercusión histórica mucho más fuerte en el largo plazo que el grito, el insulto, el egoísmo insolidario, la defensa de los privilegios de unos pocos frente a la pobreza de muchos. Y debe llevarnos también a planificar el futuro personal y social en base a esos valores. Ninguna persona ni ningún país se desarrolla adecuadamente si no se planifica el futuro con racionalidad y solidaridad. La ley de lo que me conviene individual y egoístamente sólo lleva a la confrontación y a la violencia.


Las dos fiestas, Navidad y año Nuevo, están de alguna manera colocadas estratégicamente juntas. La Navidad para recordarnos la solidaridad de Dios con nosotros, y el Año Nuevo para dejarnos claro que tenemos que construir el futuro desde los valores solidarios de la Navidad. La alegría es necesaria y congruente con estas fiestas. Pero como verdadera alegría humana, debe hacernos mirar al futuro con esperanza y al presente con verdadero humanismo. La Navidad es alegría con amistad y familia. el Año Nuevo ampliación de la amistad y la familia a todos nuestros prójimos y a toda la familia humana.


Fiestas para la reflexión, para el restablecimiento de vínculos profundamente humanos, para el recuerdo del Dios que se hace solidario con la humanidad hasta hacerse carne en ella. Fiestas para pensar en el futuro con más justicia, más diálogo y más racionalidad tanto en la planificación de ese mismo futuro como en las luchas y reivindicaciones pacíficas de quienes siguen teniendo hoy hambre y sed de justicia. En ese contexto cabe recordar a las víctimas, lisiados, dañados y desmovilizados de nuestra guerra civil, y pedir mayor justicia para ellos. Y cabe también decirles a quienes se tomaron la catedral, que ese no es el camino para pedir justicia. Impedir a la Iglesia su labor de reflexión cristiana con medidas de fuerza produce tanto en el corto como en el largo plazo el efecto contrario a lo que se pretende. Lo haga quien lo haga.
--
"Cuando la situación histórica se define en términos de injusticia y opresión, no hay amor cristiano sin lucha por la justicia" (I. Ellacuría, 1977)

16 de noviembre de 2010, XXI aniversario de los mártires de la UCA

jueves, 30 de diciembre de 2010

MEDIO SIGLO DE SOLIDARIDAD

MEDIO SIGLO DE SOLIDARIDAD



Palabras de Ricardo Alarcón de Quesada, Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Acto por el 50 Aniversario del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, ICAP, La Habana, Diciembre 28, 2010



Compañeras y compañeros:



Cuando el 30 de diciembre de 1960 el Gobierno Revolucionario creó el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, sobre Cuba se ceñía la amenaza inminente de la agresión militar. Entonces millones de cubanas y cubanos estaban vigilantes, preparándose para el ataque que podía ocurrir en cualquier momento.



Culminaban dos años de creación infatigable, habíamos sido capaces de desmantelar las estructuras podridas del viejo régimen, librábamos una pelea ardorosa contra la explotación, la ignorancia y los vicios del pasado, habíamos eliminado completamente el desempleo, eran nuestras las fábricas y los servicios públicos, avanzaba la Reforma Agraria y la Campaña de Alfabetización, vivíamos con la alegría de la libertad conquistada tras grandes sacrificios y nos empeñábamos por hacer reinar la justicia en nuestra tierra finalmente emancipada.



Eran días luminosos pero también llenos de peligros. Desde el Primero de enero de 1959, el Imperio que siempre trata a Cuba como si la Isla fuera suya, desató contra nuestro pueblo la guerra económica, presionó a otros países para tratar de aislarnos totalmente, dio cobijo a los torturadores y asesinos batistianos y a sus secuaces y los organizó, armó, entrenó y dirigió para invadir el país y obligarnos a regresar a la ignominia y la miseria. Enfrentábamos a un Imperio que entonces estaba en el cenit de su poderío, dominaba completamente el Hemisferio Occidental e imponía su hegemonía en todo el planeta.



Comenzaba el verdadero descubrimiento de la isla de Cuba. Nuestra heroica resistencia asombraba al mundo. Su Revolución se convirtió en “una permanente incitación a la noble curiosidad humana desde todos los rincones de la tierra y muy especialmente en América Latina” como expresó la Ley 901 fundadora del ICAP a iniciativa de Fidel Castro.



Han sido cincuenta años de incesante faena. Vaya nuestro reconocimiento a todas y todos los trabajadores de esta institución por su contribución, muchas veces anónima, a la solidaridad y la amistad entre el pueblo cubano y los otros pueblos. Los que iniciaron este noble trabajo y sus continuadores hasta hoy merecen nuestra gratitud.



Hagamos un homenaje especial, sobre todo, a quienes fuera de aquí, durante estos largos años, nos han ofrecido permanente apoyo. A los que fueron capaces de resistir la persecución y la hostilidad, a quienes no se doblegaron ante las presiones o las amenazas, a los que no sucumbieron ante las calumnias y el engaño, a quienes supieron confiar en Cuba y amarla.

Porque contra Cuba y su Revolución el Imperio no ha empleado solamente la fuerza militar, el terrorismo, los sabotajes y la más feroz y dilatada agresión económica, su bloqueo genocida que comenzó antes que naciera el ICAP, antes que naciera la mayor parte de la población cubana actual. Contra Cuba y su Revolución el Imperio ha empleado también y especialmente, la mentira y el ocultamiento de la verdad.



En ese terreno, el de la manipulación de la información y la falsificación de la realidad, el Imperio ha creado una maquinaria gigantesca a la que dedica incontables recursos de todo tipo.



Ya no es el automóvil el símbolo de la sociedad norteamericana. Hace ya mucho tiempo que fue relegado a un plano secundario por la industria del embuste, que a gran escala y masivamente adultera los hechos, pervierte las conciencias y promueve el embrutecimiento de los seres humanos. Sus instrumentos son las grandes corporaciones que dominan a los llamados medios de comunicación y son dueñas de las más poderosas empresas de cine, radio y televisión.



Mercantilizan la cultura y la reducen a entretenimiento banal; esconden o justifican los peores crímenes; distorsionan los sucesos y mienten; fomentan el egoísmo y la codicia, el materialismo y la vulgaridad; despojan al ser humano de sus ideales, de su capacidad para pensar y amar. Llevan a cabo una implacable ofensiva antihumanista de la que el pueblo norteamericano es la primera y principal víctima.



Estados Unidos es, desde su origen, un país imperialista y racista como lo recuerda Noam Chomsky en un texto reciente. Su poderío se concentra hoy, sin embargo, en una descomunal, aberrante, industria bélica capaz de destruir al planeta muchas veces y en su arsenal propagandístico que le permite adormecer y embaucar.



Pero el pueblo norteamericano no es imperialista ni racista. Es un pueblo que necesita vivir en paz con los demás y que tiene el derecho a construir dentro de sus fronteras una sociedad justa y verdaderamente libre, algo que no podrá lograr mientras no se libere del control que sobre él ejerce una plutocracia ignorante y perversa.



Con ese poder los imperialistas han podido practicar contra el pueblo cubano el genocidio más prolongado de la historia, por eso pueden seguir amparando en su propio territorio a los peores asesinos - como el que acaba de publicar en Miami un libro infame en el que se ufana de sus fechorías -, por eso mantienen en injusta y cruel prisión a Cinco jóvenes que sacrificaron sus vidas por salvar a su pueblo y al mundo del terrorismo que Washington tolera impunemente.



Ahora, cuando se acerca el día en que Estados Unidos debe responder a la petición de habeas corpus a favor de Gerardo Hernández Nordelo, su último recurso legal, algunos medios norteamericanos lo calumnian miserable y cobardemente y tratan de engañar y desviar la atención para confundir al movimiento solidario. Independientemente del derecho irrenunciable de Cuba a defender su soberanía, en el juicio seguido contra Gerardo y sus compañeros en Miami no fue presentada evidencia alguna que lo vinculase con el lamentable incidente del 24 de febrero de 1996. En esta hora decisiva quieren hacernos olvidar que en mayo de 2001 en una dramática y urgente demanda ante la Corte de Apelaciones la propia Fiscalía reconoció que carecía totalmente de pruebas y solicitó modificar la acusación originalmente presentada contra nuestro compañero. Pese a ello fue sentenciado con brutal desmesura por un supuesto crimen que no existió y con el cual, en cualquier caso, Gerardo no tenía absolutamente nada que ver. Es imposible encontrar ejemplo parecido de injusticia.



Exhortemos al movimiento de solidaridad y a toda la gente honesta a levantar sus voces en defensa de Gerardo. El Gobierno de Estados Unidos sabe que él es inocente y que nunca hubo pruebas para acusarlo. Hay que exigirle que lo ponga en libertad ya. A él y a Ramón, Antonio, Fernando y René, cinco Héroes de la República de Cuba. El Presidente Obama puede y debe liberarlos ahora mismo, sin condiciones, inmediatamente. A todos y cada uno de ellos, a los Cinco, sin excepción.



Que exigirlo sin descanso sea nuestra promesa de Año Nuevo. Que el mundo entero se lo pida al Presidente Obama. El sabe que sí se puede y que él debe hacerlo.



Compañeras y compañeros:



La solidaridad es el baluarte y la savia de la Revolución. Lo ha sido siempre para nosotros desde 1868 cuando, en nuestro Octubre glorioso, iniciamos una brega inseparable por la independencia nacional y por la abolición de la esclavitud, la servidumbre y la discriminación de los seres humanos.



Desde la Guerra Grande hijos de otras tierras vinieron a pelear con nosotros por nuestra libertad. El Partido de José Martí fue un partido internacionalista creado también para alcanzar la independencia de Puerto Rico y la unidad de Nuestra América. Fueron muchos los compatriotas nuestros que marcharon desde aquí y desde la emigración a dar sus vidas por la República española.



En el último medio siglo ha sido amplia y generosa la solidaridad que Cuba ha recibido y también lo ha sido la que ha entregado nuestro pueblo. ¿Cómo olvidar, un día como hoy, a los hermanos que fueron a combatir hasta el último aliento a otras tierras? ¿Cómo olvidar al Che y a los muchos que supieron ser como él?



Saludemos también a las decenas de miles de colaboradores que han ido a los más apartados rincones a ayudar a otros, a llevarles salud y educación, reproduciendo un espíritu internacionalista y solidario del que nació la Patria y que siempre vivirá con ella.



El mundo ha sido solidario con Cuba porque Cuba ha significado mucho para el mundo. Porque su revolución fue un ejemplo que inspiró a otros a perseverar en el combate hasta conquistar la verdadera independencia y la justicia, esas que iluminan ya con su Alba el futuro americano.



Las cubanas y los cubanos nos empeñamos ahora en un amplio ejercicio democrático para discutir y acordar, con todas y todos, sin excluir a nadie, las acciones que debemos emprender para corregir errores, eliminar defectos e introducir los cambios que sean necesarios para que nuestro proyecto sea más eficiente, racional y justo. Lo hacemos en un país que sigue siendo víctima del bloqueo, el acoso y la agresión de quien es aún la más fuerte potencia económica y que no se cansa de alquilar mercenarios dispuestos a traicionar a la Patria, mequetrefes en los que no cree ni quien les paga la mesada como confirman sus propios informes confidenciales revelados por Wikileaks.



Algo bien diferente es el pueblo de Cuba. Un pueblo, que nadie lo olvide nunca, que se forjó, precisamente, en la lucha contra dos Imperios y sus adocenados servidores criollos y se fraguó en una batalla muy larga en la que siempre tuvo como metas la independencia absoluta y la justicia plena para crear una sociedad que tendría como fundamento la solidaridad entre los cubanos.



Entre todos cambiaremos todo lo que debe ser cambiado. Juntos haremos lo que sea necesario, y lo haremos por nosotros mismos, sin copiar a nadie, sin hacer concesión alguna a quienes nos odian y desprecian y seremos capaces de hacer realidad un socialismo mejor, nuestro, cubano.



Cumpliremos así también nuestro deber hacia quienes en cualquier lugar luchan por un mundo mejor.



El movimiento internacional de solidaridad con esta Isla nació hace medio siglo cuando enfrentábamos un desafío que parecía insuperable. Fuimos capaces de vencer y llegar hasta aquí.



Son grandes los retos que tenemos por delante. Sabremos superarlos. Seremos fieles a nuestros mártires, seremos leales a quienes en todo el mundo nos han acompañado en esta larga, dura y hermosa pelea.



Cuba prevalecerá.



Nuestro socialismo triunfará.



Seremos capaces de continuar luchando, todos unidos, Hasta la Victoria Siempre.

QUIERO UN PAÍS NORMAL

QUIERO UN PAÍS NORMAL (Hubert Lanssiers[1])



¿Qué clase de país queremos? Esta pregunta invita a formular una utopía y las utopías no me gustan. He tenido que soportar algunas en el curso de mi existencia. Todas, sistemáticamente, empezaron por construir campos de concentración para aquellos que no eran “normalizables” y los campos desembocaban en las fosas comunes.



Si bien la utopía podría, sencillamente, tener como función el movilizar la imaginación para modificar su orden rutinario que lleva a la catalepsia, en la práctica tiende a convertirse en herramienta utilizada por los poderosos para legitimar su dominación. Y así, el dinamismo original confiscado por los “profetas” lleva a un totalitarismo instaurado con “buena intención” y, por tanto, invulnerable a toda crítica considerada malévola por definición.



La ciudad utópica es una ciudad en la cual todo está previsto y ordenado. El espacio privado queda anulado al diluirse en la esfera pública y al ingenuo que se atreve a escuchar una música diferente de la oficial, la inquisición le perfora los tímpanos para enseñarle la sinfonía “correcta”.



La experiencia de Pol Pot en Camboya participa, a la vez, del género ideológico y del proyecto utópico. El introducir la guerra civil en la nación para liquidar los antagonismos internos; el reemplazar a los hombres del momento por los representantes de una nueva clase, supuestamente incontaminada por el pecado original; el usar la violencia para hacer triunfar la revolución, son las tácticas clásicas del marxismo-leninismo. Pero durante el reinado de Pol Pot el radicalismo revolucionario llegó más lejos.



La eliminación física de las elites anteriores, la ambición de regenerar las ciudades por el destierro de sus habitantes al campo, la voluntad de suprimir toda vida privada personal y de implantar la uniformidad más absoluta indican −sin lugar a dudas− un proyecto utópico.



El sistema totalitario es un Moloc[2] que devora a sus propios hijos y nada puede escapar de su apetito. Una doctrina que enseña el sentido de los acontecimientos y los justifica, una praxis que anuncia un porvenir radiante, un pueblo reducido a una masa amorfa chupada su sustancia por un Estado que se proclama −en el mejor de los casos− protector y providencial. Todos estos procedimientos santificados son atajos que llevan, inevitablemente, al triunfo de una política totalitaria.



Existen, por cierto, utopías que parecen más amables; una cierta izquierda las secreta como el páncreas la insulina, pero −a fuerza de hurgar en el pasado y de explorar en el porvenir− los soñadores abandonan la construcción del presente a los rufianes y a los fríos tecnócratas.



Creo, eso sí, en la necesidad y en el poder de grandes anhelos colectivos más o menos articulados que no confundiré con la utopía; esta palabra se parece a un disquete infectado por todos los virus de la historia.



Lo que, definitivamente, NO QUIERO es un país que entregue ciegamente su voluntad, su suerte y su alma a la gerencia de un hombre providencial, quien quiera que sea.



En 1978, Julio Valencia terminaba de construir su casa y su familia seguía viviendo normalmente con su sueldo de profesor de matemáticas. Eso parece un cuento de hadas.



Actualmente, los docentes han perdido el sesenta y nueve por ciento de su poder adquisitivo respecto a lo que cobraban a mediados de 1990. Y Dios sabe que no era mucho. Lo que digo de los profesores se puede aplicar a la mayoría de los servidores públicos y a los demás.



Quiero un país donde obreros y empleados puedan vivir una vida equilibrada con el salario que perciban, donde puedan ahorrar y construir para sus hijos un porvenir que colme sus aspiraciones razonables; un país donde las estructuras −eficientes y compasivas− reconozcan al individuo, lo protejan y lo promuevan; un país donde cada ciudadano se dé cuenta de que la solidaridad expresada concretamente en el quehacer de la vida cotidiana facilita la vida de los otros y la suya propia; donde el burócrata, el gafistero,[3] el albañil, el policía y el juez comprendan que su honradez y su conciencia profesional son la garantía de una sociedad civilizada.



Quisiera un país donde pueda vivir sin temor a ser engañado; donde no me crezcan, por mutación genética, antenas para detectar los peligros que me rodean; un país donde la ley y aquellos que la aplican estén al servicio de los débiles; donde no necesite “padrinos” para obtener justicia ni plata para comprarla.



Y de débiles tenemos una colección, señor presidente, señor ministro de Economía y señores del Congreso Constituyente Democrático.



Como no es indispensable ser Émile Zola para escribir Yo acuso,[4] me otorgaré el privilegio de hacerlo.



¿Quién no ha visto, con un sentimiento de malestar o rabia, la pornografía invadir nuestras calles y nuestras pantallas? No estoy hablando, tranquilícense, de Madonna o de madonitas sino de aquellos que Xavier Barrón −no hace tanto− llamaba “los viejitos” con una sonrisa medio condescendiente.



¿Se han fijado en las colas que avanzan al paso incierto de la artritis hacia los consultorios del IPSS[5] o las ventanillas de los bancos que son de ellos, ya que se llaman “de la Nación”? Esos rostros curtidos que llevan la marca feroz de décadas de trabajo, esas manos sarmentosas que tiemblan al firmar el recibo de la limosna que les enfucha una cajera impaciente, esos ojos acuosos que buscan un microbús menos agresivo que los otros, esas camisas amarillentas, esos sacos y vestidos de otras épocas empapados por una siniestra garúa.[6] ¿Los han visto?



Las colas están resguardadas por la Policía, armas en ristre a veces, ¿para proteger a estos abuelos de la codicia de los ladrones? ¡Qué va! Los nuestros tienen nociones de economía política y saben si vale la pena arriesgar el pellejo. Y cuando una sórdida cólera bombea adrenalina en las venas obstruidas, cuando las voces roncas buscan −desesperadamente− la ayuda de sus energías perdidas para gritar su pena en las calles, se les dispara granadas lacrimógenas como si necesitaran de ese aliciente para llorar.



¿Es así como la Nación compensa a sus seguidores?



En mis sueños veo bajar estas sombrías cohortes de fantasmas que construyeron el país que nosotros dejamos caer de la mano de Dios. Baja muda, terrible, esta guardia de hierro que tendió las rieles del ferrocarril más alto del planeta, que entornilló carreteras en la roca de la puna[7] o en el lodo de la selva, los caballeros con casco que edificaron las represas de Bonner[8] y sacaron a la superficie de la tierra el cobre y la plata; veo bajar a los héroes sin rostro que nunca fueron honrados por el toque del “silencio” de una corneta solidaria.



Me acuerdo de los desolados versos de René Char: “Como un anciano cansado, los ojos clavados en la acera, que sorbe su cerveza tibia en medio de la muchedumbre”. Optimista, René Char, los nuestros ni siquiera se pueden otorgar ese pobre lujo.



El país que yo quiero es un país donde los ancianos puedan tomar una cerveza en compañía de sus amigos, donde ser viejo no sea delito punible por un vago desprecio, donde la frase de González Prada −”los jóvenes a la obra, los viejos a la tumba”− no sea celebrada periódicamente por una tanda de imbéciles.



Quiero un país donde un jubilado no dependa del buen humor de su yerno para conseguir un cigarrillo, donde las instituciones públicas y privadas le manifiesten respeto. Y donde no sea necesario recurrir al diccionario para aprender el significado de la palabra “dignidad”.



Quiero que la ancianidad no inicie a los cinco años en la mirada apagada de los chicos; se necesitó una preparación milenaria para que florezca, en un mundo oscuro, la sonrisa frágil de un niño.


Descargar volcan.jpg (49.2 KB)


Quiero que sean capaces de asombrarse y de revolcarse en las maravillas del universo, en las flores y las estrellas; quiero que sean poetas. Quiero que no se asesine en ellos al pequeño Einstein que cuenta con sus dedos o a Mozart que mueve la cabeza al compás de una música misteriosa. Quiero que no sean educados por pelmazos que los conviertan en pillos, no quiero que los brujos de la publicidad los transformen en gremlins voraces que se atiborran de trivialidades, quiero que puedan soñar con otra cosa que un plato de quaker, quiero también que sepan dónde queda Somalia y que esta palabra los haga llorar.



Quiero un país donde la justicia sea personalizada y se transmute en equidad, donde el verdugo no sea considerado como el garante de la civilización, donde la esperanza nos venga −de vez en cuando− con algo de mermelada. Quiero, en resumidas cuentas, un país normal.



Deseo también que mi país sea el hijo hermoso de mi esfuerzo, de mi inteligencia y de mi amor. Creo que Dios es peruano[9] y que me habla; creo que, en ciertas ocasiones, abre su tienda en algún barrio y cuando me acerco bien fresco a pedir la paz y la armonía, Él me contesta sonriente: “Te equivocaste, hijo, aquí no vendemos frutas; sólo distribuimos semilla”.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Honduras: DENUNCIAMOS EL SECUESTRO DEL CAMARADA MILTON BENÍTEZ

DENUNCIAMOS EL SECUESTRO DEL CAMARADA MILTON BENÍTEZ
En estos momentos nos han comunicado que nuestro camarada y militante del PSOCA Milton Benítez, ha sido secuestrado en las inmediaciones del mercado del Mayoreo. Ante las condiciones actuales en las que vive el Estado Hondureño, en las cuales los derechos fundamentales de los individuos se ven vulnerados día a día, denunciamos ante la opinión pública nacional e internacional esta violación fundamental de los derechos humanos de nuestro camarada Milton Benítez. Y ante cualquier vulneración a la vida o integridad física de nuestro camarada, denunciamos categóricamente al gobierno de Porfirio Lobo como actor de este atentado en contra de la integridad física de nuestro camarada. Emplazamos al Frente Nacional de Resistencia y a las organizaciones populares, para que se movilicen por el esclarecimiento del secuestro de nuestro camarada y por la investigación de los asesinatos de los otros mártires que cayeron víctimas del golpe de Estado y política asesina del gobierno de Porfirio Lobo Sosa, incluyendo nuestro camarada José Manuel Flores Aguijo. Si creen que estas acciones nos silenciarán, nuestro camarada ha sido uno de los más categóricos en la denuncia sistemática a la violación de los derechos humanos, y como siempre lo hemos hecho, no nos detendremos en la denuncia a las violaciones de los derechos humanos de los trabajadores y trabajadoras de Centroamérica y el mundo.
¡Alto a la represión del gobierno de Porfirio Lobo…! ¡Luchemos por el esclarecimiento de los asesinatos cometidos por el régimen…! ¡Exigimos el esclarecimiento del asesinato del camarada José Manuel Flores!

lunes, 13 de diciembre de 2010

El secreto y la información pública

Ética Y Política
El secreto y la información pública
José M. Tojeira








El secreto de Estado ha sido históricamente una de las argucias del poder más sucias y tramposas en la vida política. Hoy se ha producido una verdadera tormenta cuando “WikiLeaks” ha desclasificado informes diplomáticos norteamericanos. Al final lo único que ha hecho este grupo es dar visibilidad a lo que las personas informadas ya sabíamos. Dentro de la diplomacia hay gente inteligente, pero hay también gente bochornosamente ignorante o dependiente de sus prejuicios y concepciones ideológicas. Cuando desclasificaron algunos papeles, no en su totalidad, que hablaban del caso jesuitas, las pésimas apreciaciones de los diplomáticos norteamericanos, varios de ellos de carrera, mostraban no solo ignorancia, sino con frecuencia deseo de engañar, ocultar datos y desprestigiar personas. Y no sólo norteamericanos. Algunos informes tramitados desde la embajada española, mostraban una apabullante simpatía hacia los militares y un claro intento de ocultar su responsabilidad en el asesinato de los jesuitas.


Para evitar vergüenzas, a los Estados les gusta desclasificar papeles quince, veinte o más años después. Lo que ha hecho WikiLeaks es simplemente anticiparse. Pero al mostrar el desacierto con el que suelen manejar la información quienes tienen poder en la actualidad, ha despertado también la cólera de quienes manejan los hilos de la diplomacia internacional. Una cólera que no hace más que mostrar la cara hipócrita de quienes dicen que son trasparentes pero que al mismo tiempo no resisten el que otro ponga sus cartas sobre la mesa.


Y así, al director de WikiLeaks le han acusado de traidor. Se olvidan estos funcionarios que con tanta facilidad se rasgan las vestiduras, que no es correcto democráticamente hablando, mantener oculto en privado lo que no se puede defender en público. Pretender ser perfectamente presentable en público e impresentable en privado no es más que un acto de mentira e hipocresía que más perjudica que enaltece a la diplomacia. El ciudadano paga al funcionario para que sea decente, y no para que ande con estos jueguitos de públicamente educado y algo malcriadito en privado. Ocultarse, mantener información secreta sobre temas que ni siquiera son militares, no es más que abundar en un tipo de actitud que se acerca demasiado a la corrupción. Pues también los corruptos buscan el secreto con el mismo afán que estos diplomáticos más dedicados al chisme que a una información veraz.


El Estado no puede ponerse por encima del ciudadano. Y cuando se abusa del secreto, el predominio del Estado es evidente. En nuestro país la cultura del chambre se construye sobre la falta de transparencia. Afortunadamente el FMLN, CD y ARENA se han puesto de acuerdo, no así GANA, PCN y PDC, para aprobar la Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública. Es un paso importante para prever la corrupción en los entresijos del poder. Y un paso importante también para entender todos que el funcionario debe rendir cuentas a la ciudadanía y no convertirse, como se ha acostumbrado, en un privilegiado que puede permanecer, si quiere, impune e indiferente ante los deseos del ciudadano.
Todavía quedan entre nosotros demasiados funcionarios que piensan que están por encima de las leyes. En las discusiones que se tienen con la Sala de lo Constitucional todavía se percibe que algunos diputados, o incluso magistrados de otras salas, creen que son parte del Estado y que se les recortan sus derechos cuando se aplica la Constitución sin consideraciones políticas y sin servilismo a los poderes establecidos. Cuando las leyes no sirven lo mejor es cambiarlas. Pero entre nosotros preferimos muchas veces dejar la ley como está y no cumplirla. Tal es el derecho constitucional a la indemnización por retardo judicial, que no se cumple nunca, a pesar de que los propios magistrados de la Corte Suprema afirman que hay mora, es decir, retardo, en casi todos los ámbitos del sistema judicial. Mantener leyes para no cumplirlas, y más si eso se da en la Constitución, no es el mejor modo de honrar a la democracia.


Este modo de pensar y de actuar debe desaparecer, si queremos realmente avanzar hacia una democracia que se pueda llamar digna. El sistema judicial es oscuro, falto de trasparencia, poco ágil, sin la atención adecuada a las personas. Nada impide hoy que un juicio pueda seguirse dentro de un sistema computarizado en tiempo real. Y que tanto los acusados como sus familiares puedan percatarse de cada paso que se da y sus consecuencias. Sin embargo todo queda todavía en manos de abogados que hacen dinero apoyándose en la oscuridad y falta de trasparencia del sistema. La Asamblea tampoco tiene modos trasparentes de actuar. Los madrugones, las negociaciones internas, las decisiones sin discusión previa, tanto al interior de la Asamblea como con la ciudadanía, muestran un panorama simplemente oscuro. El Ejecutivo carece también de la transparencia adecuada. El hecho, mil veces repetido, de que la OIE no aparezca en el presupuesto es todo un símbolo no solo de falta de transparencia sino de descuido frente a los deberes constitucionales del propio Ejecutivo.


La Ley de transparencia y acceso a la información pública no solucionará todo. Pero contribuirá, sin duda a ir creando una nueva cultura de responsabilidad y participación democrática y de exigencia ciudadana. En el contexto de instituciones oscuras, el paso es positivo y nos ayudará a todos, ciudadanía y poderes del Estado, a tomarnos más en serio la democracia. Ojalá que sin necesidad de wikileaks criollos.
--
"Cuando la situación histórica se define en términos de injusticia y opresión, no hay amor cristiano sin lucha por la justicia" (I. Ellacuría, 1977)

16 de noviembre de 2010, XXI aniversario de los mártires de la UCA

Mensajes de fin de año

Editorial Ysuca
Mensajes de fin de año








Los mensajes de fin de año son propios de esta época. Pero no sólo los líderes, sean empresariales, políticos o de cualquier organización, los envían, sino también la ciudadanía. Una ciudadanía que aunque anónima gusta de expresarse y que tiene en la opinión pública su mejor mecanismo de expresión. En ese contexto queremos formular brevemente el mensaje que la población está dando al mundo político a través de la encuesta de opinión de la UCA, publicada la semana pasada.


En conjunto se aprecia que la población sigue confiando masivamente, o al menos teniendo esperanza, en el actual Gobierno. Pero empieza a mostrar cierto cansancio. El cambio prometido viene demasiado despacio y la población desea ver transformaciones que le beneficien tanto en el campo económico como en el campo de la violencia. Los leves avances en el campo de la violencia no han sido suficientes, aunque hayan servido para aumentar muy notablemente la confianza en la Fuerza Armada, a la que se atribuye el protagonismo del ligero mejoramiento de la situación. El hecho de que la situación se vea mejor en los barrios donde se ha desplegado el ejército hace cobrar a mucha gente confianza en la institución armada. Pero si los avances no continúan, o se producen abusos a los Derechos de las personas, la opinión puede cambiar muy rápido en ese punto.


El desafío para el Gobierno es entonces acelerar los procesos de cambio posibles en El Salvador. Es cierto que la crisis mundial frena posibilidades, y la gente parece entenderlo en las encuestas, pero el deseo de que las cosas cambien se mantiene firme. Un 63% de la población asegura que es necesario que en el país se den cambios. Es preciso que ese instrumento de cambio, que debería ser el CES, se revitalice y consiga convertirse en una especie de árbitro de la situación. Porque la sociedad política, lamentablemente, está demasiado empantanada en sus intereses particulares. Y solamente si recibe un impulso fuerte de la sociedad civil, puede levantarse y dar pasos positivos hacia los necesario cambios. La ley de transparencia y acceso a la información pública, aprobada recientemente, es una muestra de ello. Sin la insistencia del grupo promotor, entre cuyos miembros se encontraba también la UCA, esta ley estaría durmiendo todavía en la Asamblea el sueño de los justos. Con razón la Asamblea y los políticos aparecen de un modo sistemático como las instituciones salvadoreñas menos confiables para la opinión pública.


El CES, que ha caminado a marcha lenta desde su creación, tiene a pesar de las críticas que se le puedan hacer, una gran potencialidad. Reúne a actores de la vida social, empresarial, laboral e intelectual que tienen la decisión firme de dialogar y buscar lo mejor para el país. Lograr acuerdos o respaldos a políticas públicas, con las acotaciones, correcciones y sugerencias que correspondan, es un objetivo novedoso que puede ayudarnos a todos y todas a entender que El Salvador necesita un proyecto de realización común que vaya más allá de las diferencias políticas y de las ideologías. Si nos decidimos a un desarrollo justo, humanizante, con redes educativas y de protección social de calidad y universales, podemos dar el salto en una generación a otro tipo de país.


Contemplar esa posibilidad, reconocer en los cambios un caminar hacia algo distinto, es el deseo que al final expresa en las encuestas la ciudadanía. Jugar entre partidos al desgaste de uno y otro no traerá nada bueno para el país. Hoy puede ARENA frenar los deseos de cambio del FMLN y su gobierno, y mañana podrá éste frenar a ARENA y sus deseos. Es importante tener el marco de un proyecto netamente salvadoreño de realización común en favor de toda la ciudadanía, y después hacer política partidaria. Los cambios de Gobierno serán positivos sólo en la medida en que haya un horizonte común de desarrollo. De lo contrario, si cada Gobierno significa un nuevo discurso y un nuevo entrampamiento con la oposición, seguiremos durante demasiado tiempo con más de lo mismo.
--
"Cuando la situación histórica se define en términos de injusticia y opresión, no hay amor cristiano sin lucha por la justicia" (I. Ellacuría, 1977)

16 de noviembre de 2010, XXI aniversario de los mártires de la UCA