jueves, 28 de noviembre de 2013

San Salvador: Presentación de Libro 'El futuro está lleno de memoria'


domingo, 24 de noviembre de 2013

POSICIONAMIENTO DE ASOCIACIÓN PRO-BÚSQUEDA FRENTE AL ACTO DE SABOTAJE

POSICIONAMIENTO DE ASOCIACIÓN PRO-BÚSQUEDA FRENTE AL ACTO DE SABOTAJE

PERPETRADO EN SUS OFICINAS

Este día a las 4:45 de la mañana la Asociación PRO-BÚSQUEDA fue sorprendida por un acto violento.
Tres hombres armados amenazaron a punta de pistola al conductor de la institución que en ese  momento llegaba a las oficinas. El mismo fue encañonado y amenazado para que llamara al vigilante y de ese modo poder acceder a las instalaciones de PRO-BÚSQUEDA. El vigilante y el presidente de Junta Directiva que en ese momento se encontraban en la asociación fueron igualmente sometidos. Tras amordazarlos y tumbarlos en el suelo, procedieron ingresar a oficinas específicas de las que sustrajeron archivos y documentos, dañaron equipo informático, rociaron con gasolina algunas dependencias y les prendieron fuego, causando destrozos de diversa consideración.
Es de recalcar, que este acto violento tenía como objetivo destruir objetivos específicos dentro de la Asociación, ya que se atacaron unidades que son de vital importancia para el trabajo de PRO-BÚSQUEDA, fueron hurtadas computadoras con documentos clasificados, además de destruir archivos esenciales en casos que se han presentado al sistema de justicia, tanto a nivel nacional como internacional, así como información financiera de la institución.
Aunque falta realizar la estimación completa de los daños, la afectación ha sido elevada e incluye muestras de ADN y la sustracción de datos de familiares víctimas de diversas violaciones a  derechos  humanos durante el conflicto armado. Además una empleada de esta institución sufrió persecución esta misma mañana alrededor de las 7:50 AM, cuando se dirigía al trabajo. Un vehículo se acercó a la parada de autobús cerca de Metrocentro, donde ella se encontraba cuando se bajaron tres sujetos que la siguieron a pie, logrando ella huir al subirse a un taxi, llegando a la oficina en evidente estado de shock, solo para encontrar la escena antes dicha.
Este acto de agresión contra las víctimas y familiares de desaparición forzada en El Salvador se enmarca en un contexto de especial preocupación con hechos como el cierre de Tutela Legal por parte del Arzobispado de San Salvador y la incertidumbre sobre la posible declaración de inconstitucionalidad de la Ley de Amnistía.
Exigimos a las autoridades correspondientes y competentes la transparente y pronta investigación de este crimen, el cual no consideramos un simple hecho delictivo, sino una vulneración al derecho a la verdad, justicia y reparación de las víctimas de desaparición forzada que constituyen la Asociación PRO-BÚSQUEDA.

PRO-BÚSQUEDA reitera, seguirá incansablemente con su labor de aportar a procesos de investigación y de judicialización, así como la organización de familiares y la atención psicosocial en aquellos casos de desaparición forzada de niños y niñas durante el conflicto armado.
Agradecemos las expresiones de solidaridad y apoyo que hemos recibido de organizaciones nacionales e internacionales, de amigos, amigas y funcionarios públicos que creen en la causa de PROBUSQUEDA.
Sin duda con estas muestras de solidaridad y apoyo, nos dan la fortaleza de continuar en esta lucha tan necesaria para nuestro país. No podemos dejar de mencionar la fuerza de unidad y apoyo que nos dan los familiares.
Ahora más que nunca, nuestras voces se tienen que unir para denunciar los diferentes actos de violencia que han afectado recientemente a las organizaciones de derechos humanos en El Salvador.


San Salvador, 14 de noviembre de 2013

martes, 19 de noviembre de 2013

Venezuela, la necesidad de una revolución en la revolución

Venezuela: la necesidad de una revolución en la revolución

Marcelo Colussi

Cuando uno quiere hacer un cambio social tiene que tener claro qué modelo va a utilizar; porque sólo seguir administrando, aunque sea con espíritu patriótico y con honestidad, el modelo capitalista, eso es imposible. El modelo capitalista te termina tragando. Eso es como el diablo. No se puede ir a dar una misa en las cavernas del diablo, porque te traga.

Nicolás Maduro, 2005

Según las Cuentas Nacionales, explicitadas por el Banco Central de Venezuela (BCV), el PIB privado (el porcentaje de la actividad económica del país en manos directas del empresariado) corresponde al 71% del total (año 2010). En el año de 1999 el PIB privado era de 68%. Es decir que, a pesar de las nacionalizaciones, el PIB sigue siendo mayoritariamente privado, y comparado con países que nada tienen que ver con el comunismo –como Suecia, Francia e Italia, donde el PIB es mayoritariamente público (estatal)–, el estado venezolano no tiene en sus manos (salvo el petróleo) ningún resorte económico importante de la economía.

Manuel Sutherland, 2013.

Yo no soy un libertador. Los libertadores no existen. Son los pueblos quienes se liberan a sí mismos.

Ernesto Che Guevara

Unos años atrás, en el medio de la marea neoliberal que se expandía triunfal por todo el mundo festejando la extinción del campo socialista europeo, apareció la figura de Hugo Chávez. Con todas las limitaciones del caso y los reparos que se le puedan haber abierto desde la izquierda, lo suyo significó una enorme cuota de esperanza. Luego de la larga noche que habían representado las sangrientas dictaduras que enlutaron toda Latinoamérica y los planes de capitalismo salvaje que le siguieron, la aparición de este militar nacionalista, confusamente antiimperialista con un discurso anticorrupción y con el ofrecimiento de un nuevo socialismo renovado, prometía mucho.

A partir de su llegada al poder en Venezuela en el año 1998, mucha agua corrió bajo el puente. Quizá es muy prematuro hacer un balance del significado histórico de su actuación política de una década y media: para la derecha –vernácula e internacional– fue un demonio, un “castro-comunista” que volvió a atizar la por ella anatematizada y pretendidamente desaparecida lucha de clases. Para la izquierda, su obra nunca pasó de una práctica reformista y populista, alimentada más que generosamente por un capitalismo rentista basado en la monoproducción petrolera sin perspectiva de transformación revolucionaria.

Lo cierto es que la escena política venezolana, pero también la latinoamericana e incluso la internacional, se vieron tocadas por la influencia de este carismático líder y el siempre impreciso –pero al mismo tiempo muy prometedor y cargado de esperanza– “socialismo del siglo XXI”.

A principios del 2013 Hugo Chávez murió en la gloria. Su imagen en muy buena medida ya pasó a ser mítica, una verdadera leyenda. Denostado por la derecha, amado y endiosado por una amplia mayoría del pueblo venezolano, visto con simpatía por la izquierda siempre esperando su radicalización, no llegó a sufrir el desgaste del ejercicio del poder. Su muerte, un verdadero fenómeno mediático de significación global, lo dejó en la situación del comandante heroico del que, al menos de momento, la ausencia agiganta su figura más aún que su presencia.

Sin dudas los casi 15 años al frente de ese singular proceso que se dio en llamar Revolución Bolivariana (una experiencia de “socialismo rentista” plagado de contradicciones así como de esperanzas) no son fáciles de analizar. ¿Qué dejó todo ello? Sin dudas: luces y sombras. No fue una revolución socialista, al menos tal como históricamente se la concibió. Claramente fue un proceso que no se salió de los marcos capitalistas, pero al mismo tiempo generó una serie de cambios en la distribución de la riqueza nacional que ningún gobierno anterior, siempre capitalistas, había conseguido. La situación general de las clases populares venezolanas –por cierto, la mayoría de la población– mejoró sustantivamente.

Visto en perspectiva política, el proceso tenía límites muy precisos: en tanto no se planteó como una transformación radical de las condiciones estructurales, de la tenencia de los medios productivos, no podía pasar de un planteo capitalista con rostro humano. En los tiempos de capitalismo despiadado que corren desde la caída del Muro de Berlín, ese planteo ya tiene sabor de avance social. Visto con objetividad, no pasó de reformismo. Pero las promesas de socialismo, más aún en el medio de la ola neoliberal que barrió el mundo, despertaron genuinas esperanzas.

El tiempo fue pasando, con un Chávez de enorme habilidad política que podía jugar a aunar posiciones antitéticas en base a su monumental carisma, pero la revolución socialista, el preconizado nuevo “socialismo del siglo XXI”, nunca se profundizó. O si lo intentó (control obrero de algunas fábricas recuperadas, organización popular desde abajo), los marcos del Estado capitalista que siguió primando no permitieron su radicalización. Los planes redistributivos que implementó la administración bolivariana sin ningún lugar a dudas fueron una avanzada, pues los satisfactores básicos de la población mejoraron. No cabe ninguna duda que la renta petrolera llegó a muchísima más gente que con ningún gobierno anterior. Lo cual representa un paso importante; pero eso sólo no es socialismo.

No hay que dejar de reconocer que, luego de años de un capitalismo salvaje que hizo retroceder conquistas sociales históricas (las ocho horas de trabajo, la sindicalización, las leyes de protección al trabajador, un Estado de bienestar para las grandes mayorías), el hecho de plantearse un talante popular desde una administración ya puede tener sabor a “socializante”. Por supuesto, para la derecha representó una molestia (quizá no llegó a peligro) el hecho de tener un presidente díscolo que hablara nuevamente de “antiimperialismo” y “socialismo”, términos que habían salido de circulación luego de la extinción del campo socialista y el final de la Guerra Fría. Con Chávez hubo intentos de caminar hacia el socialismo, amagues, algunos avances interesantes; de todos modos, ni la gran propiedad se tocó ni la esperanza de poder popular efectivo se materializaron. Fue más el ruido que las nueces.

Pero hubo cambios, por supuesto. Y muchos. Por eso la derecha protesta tanto. Es cierto que no se tocaron los resortes últimos del sistema, pero en un mundo neoliberal a ultranza pensar que los históricamente excluidos puedan tener mejoras, es ya un sacrilegio para el pensamiento conservador. Y en la Venezuela bolivariana, con Chávez a la cabeza, hubo mejoras importantes. De hecho, el nivel general de pobreza se redujo ostensiblemente en los años que se viene llevando a cabo este proceso: de un 70.8% que alcanzó en 1996 llegó en el 2012 a un 20%, la reducción más grande en América Latina detrás de Ecuador y una de las más grandes en el mundo, según reconociera una prestigiosa institución internacional como la CEPAL. Los logros sociales de la Revolución Bolivariana, sin dudas, están a la vista. “Ladran Sancho, señal que cabalgamos”, podría decirse sin temor a equivocarnos.

¿Por qué, entonces, abrir esta crítica y llamar a una revolución dentro de la revolución ahora? ¡Porque ello es imprescindible para que siga habiendo revolución!

El proceso bolivariano hace tiempo que está empantanado. Por supuesto que, desaparecido el comandante, la continuidad de la revolución en curso se ha tornado más difícil. Eso no es culpa del actual mandatario, Nicolás Maduro. Pensar que los problemas que sufre actualmente el rico y esperanzador proceso abierto años atrás se debe a la debilidad o impericia del nuevo presidente sería un garrafal desatino. O más bien: ¡sería peligrosísimo!, pues ello reduciría una revolución socialista a una administración política, al carisma de quien está sentado en el sillón presidencial. Y la revolución socialista es infinitamente más que eso. Más aún: ¡no es eso! Pero justamente los problemas actuales que sufre el “chavismo” deben llevar a una profunda, necesaria, imprescindible autocrítica. ¿Por qué “chavismo”? ¿Por qué ese culto a la personalidad? ¿Y el verdadero poder popular? ¿Qué socialismo se está construyendo?

Con las últimas elecciones presidenciales de abril, luego de la muerte de Hugo Chávez, se abrían tres escenarios posibles: 1) triunfo de la derecha visceral con Henrique Capriles Radonski (con un presumible retroceso de todos los avances de la revolución), 2) triunfo del PSUV con Maduro a la cabeza y profundización de la construcción del socialismo (añorado por la izquierda, pero sin dudas lo más difícil de materializar) y 3) triunfo del “heredero” de Chávez con creciente control del proceso político por la derecha bolivariana, la llamada “boliburguesía” enquistada en el aparato estatal (burócratas nuevos ricos que hablan con un lenguaje chavista pero con clara ideología conservadora). Lamentablemente para la causa popular, el tercer escenario parece ser el que se va dando.

Hace unos pocos años atrás Nicolás Maduro, siendo presidente de la Asamblea Nacional, decía: “Lo que nosotros hemos llamado "parlamentarismo social en la calle" no es otra cosa que el liderazgo social de lo que ahora se está viviendo en Venezuela. Es convertir la Asamblea Nacional –que es el órgano parlamentario del país– en un verdadero poder popular. Es decir: que no sea simplemente un Congreso de elites donde éstas deciden por el pueblo, donde sustituyen la voluntad popular, piensan y deciden por el pueblo, pero donde terminan articulándose con las elites del poder económico –nacional e internacional– para seguir manteniendo el status quo en materia de las leyes fundamentales que rigen la economía y la vida social de la nación. (…) El parlamentarismo de calle es un salto revolucionario en relación al parlamentarismo tradicional burgués basado en la democracia representativa. (…) ¿Qué puede sustituir a la vieja democracia colonial representativa y desgastada de los partidos políticos que existe en el continente? Pues una democracia popular, una democracia revolucionaria, participativa y protagónica, donde el pueblo, el ciudadano sea el principal actor.” Por supuesto escuchar algo así abre enormes esperanzas para el campo popular, para la posibilidad de un cambio revolucionario real. ¿Qué sucedió luego, o qué está sucediendo, que un siniestro personaje como José Sánchez Montiel, más conocido como Mazuco, asume como diputado en esa misma Asamblea Nacional ante la mirada atónita del pueblo, luego de una obvia decisión inconsulta y con algún arreglo bajo la mesa con la derecha recalcitrante? Mazuco, valga no olvidarlo, fue en el Estado Zulia –la tierra del ahora prófugo Manuel Rosales, ultraderechista apoyado por la CIA– el mejor alumno en el crimen y en el delito de Henry López Sisco, el más grande policía asesino que tuvo Venezuela, quien se jactaba de haber asesinado personalmente a más de 200 revolucionarios y luchadores populares en los años que activó en la DISIP. Mazuco, no olvidarlo nunca: un convicto criminal acusado de las peores violaciones, sindicado como homicida, ladrón y narcotraficante: ¿cómo es que ahora pasa a ser diputado? ¿Y el poder popular, compañeros? ¿Y el “parlamentarismo de calle”?

¿Y cómo entender la detención del nacionalista vasco Asier Guridi Zaloña, quien tenía años en el país, el pasado 1° de septiembre a manos del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), con la colaboración de la Policía española y la Policía Judicial francesa, quienes operaron en el territorio nacional con beneplácito del gobierno violando la soberanía venezolana? ¿Era necesaria esa jugada política para congraciarse con alguien? ¿Qué aporta eso a la construcción del socialismo?

En ese orden de ideas que nos deben llevar a la imprescindible y crucial autocrítica: ¿cómo entender el enorme peligro electoral en ciernes para el próximo 8 de diciembre, en las futuras elecciones municipales, donde muchos precandidatos bolivarianos a alcalde decidieron lanzarse por su cuenta luego que fueran omitidas las elecciones internas y decididos los candidatos de manera arbitraria por la jerarquía del Partido Socialista Unido de Venezuela –PSUV–? ¿Qué socialismo nuevo se está construyendo así? ¿Qué modelo de socialismo es el que está en juego entonces?

Se podría llegar a decir que estos son aspectos puntuales, no relevantes, no definitorios de un proceso más amplio que es la Revolución Bolivariana en su conjunto. Pero no debe olvidarse que en la última elección presidencial, con toda la maquinaria electoral del PSUV y la apelación monotemática a la figura del extinto comandante, el candidato bolivariano venció por una mínima diferencia. Es cierto que la derecha actúa, y mucho, para conspirar contra el proceso en curso. Pero sin la autocrítica mínima e indispensable no puede haber socialismo. Como dijo Maduro algún tiempo atrás, sin “una democracia popular, una democracia revolucionaria, participativa y protagónica, donde el pueblo, el ciudadano sea el principal actor” inexorablemente no puede haber socialismo. Es por eso que aparecen esos tres epígrafes abriendo la presente reflexión: no se puede estar con dios y con el diablo al mismo tiempo. O se es socialista, o se es capitalista. Aunque sea lapidario y pueda pasar por esquemático, es así. Capitalismo con rostro humano no deja de ser, antes que nada, capitalismo. Si hay un proceso real de transformación, no puede entronizarse la figura de nadie. Eso, no lo olvidemos, está más cerca de la religión que del ideal socialista. Sin negar la importancia de los grandes conductores en la historia –y Chávez lo fue, sin lugar a dudas– es hora de abrirse sanas autocríticas al respecto (por eso es más que pertinente la cita del Che Guevara).

Es cierto que la derecha arremete feroz contra el proceso bolivariano. Pero ¡cuidado! Esa misma derecha tradicional está haciendo su gran festín económico y el gobierno revolucionario deja pasar. ¿O es cómplice? ¿Cómo entender el crecimiento imparable de la especulación parasitaria y del capital financiero?

No caben dudas que mucho de las dificultades económicas actuales se deben a procesos de desestabilización arteramente concebidos. El desabastecimiento crónico de productos de primera necesidad (el papel higiénico como infamante símbolo), un dólar paralelo 6 o 7 veces más caro que el oficial o un proceso inflacionario que no cesa, hacen que el panorama actual se complique. Pero no debe dejarse de tener en cuenta que muchas medidas del gobierno no contribuyen al afianzamiento de cambios revolucionarios: las impopulares devaluaciones (que siempre, en lo fundamental, paga el pobrerío), la siempre omnipresente dependencia del petróleo (¿se puede hablar seriamente de un “socialismo petrolero-rentista” o eso es un desatino peligroso?), el escaso desarrollo industrial nacional que fuerza a importar cerca de un 50% de los alimentos, a lo que se suma, no como males menores sino, quizá, con mayor fuerza en la percepción de las grandes masas populares, una generalizada y abrumadora corrupción de muchos cuadros bolivarianos: ¿son un camino al socialismo? ¿Cuáles son los antídotos que se están poniendo a todo esto?

Decretar una “Navidad temprana” a partir del 1° de noviembre (¿fomento del alocado consumismo navideño?, ¿festejo religioso en un gobierno que debería ser, como mínimo, laico?) o el lanzamiento de un cuestionable Viceministerio de la Suprema Felicidad (que sirvió, más que nada, a la burla por parte de la derecha), propiciar la entrada de un piloto venezolano a la Fórmula Uno Internacional, ¿son medidas socialistas? Esto hace recordar a la propuesta, algunos años atrás, de una gobernadora chavista que ideó una Misión específica para dotar de implantes de pechos de silicona a las mujeres de escasos recursos, moción que no prosperó pero que deja ver el talante en juego: ¿vamos hacia el socialismo con pilotos de carrera, pechos siliconados y festejos de la Navidad?

Nadie dijo que construir un nuevo modelo de sociedad fuera fácil. Tomar el poder –si se quiere: tomar la casa presidencial, para decirlo con una visión minimalista– es tremendamente difícil; pero mal o bien (así sea con un escaso margen de votos) eso sucedió en Venezuela. Pero tener la estructura del Estado capitalista no es, ni por cerca, tener el poder. Ahora bien: aquí empiezan los problemas. Cambiar una sociedad, transformar de cuajo algo para hacer surgir una cosa nueva, es infinitamente más que manejar una casa de gobierno. En muy buena medida, es revolucionar las cabezas, los modos de pensar, las actitudes seculares. “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”, dijo con mucha razón Einstein.

Lo que está sucediendo en Venezuela, aún con todos los errores y problemas propios del proceso en marcha, sigue siendo una esperanza abierta. Por eso mismo quienes seguimos apostando por transformaciones reales y no agachamos la cabeza, con o sin Chávez en la dirección seguimos viendo ahí una ventana de oportunidades. Y justamente por eso, porque vemos que se ese proceso cada vez más está secuestrado por un pensamiento reformista, socialdemócrata y burocrático, es que nos alarmamos por cómo van las cosas.

Felizmente hay importantes sectores dentro del aparato de Estado, dentro del PSUV, en la ciudadanía, en la calle, en las comunidades, en la militancia comprometida, que ven estos peligros. Este escrito, hecho por un no-venezolano y desde fuera del país, quizá no pase de quedar en el olvido, sin ninguna consecuencia práctica real. Pero no hay peor lucha que la que no se hace. Es por eso que apoyo, llamo y me sumo a las propuestas de profundización real de la Revolución Bolivariana. Ello implica ir frontalmente contra la derecha endógena que se ha adueñado del proceso, denunciarla, aislarla, devolver la vitalidad perdida a la revolución, llamar a la movilización genuina de las masas venezolanas, recuperar la vitalidad transformadora que se fue tapando con medidas populistas y reformistas. “Suprema felicidad” o “Navidad temprana” quizá no, por ambiguas, quizá risibles o cuestionables. Más modestamente: poder popular, control obrero y campesino de la producción, defensa real de la revolución con milicias populares. Es la única manera de mantener viva la esperanza. Lo demás, tiene sus días contados.

Guatemala: Papel del Estado Laico para la Transformación Social


viernes, 15 de noviembre de 2013

EL SALVADOR: Protestas contra cambios en el sistema de transporte

Por Marcial Rivera
En El Salvador existen grandes y enormes deficiencias en la prestación del servicio de transporte colectivo, tanto a nivel del Área Metropolitana de San Salvador como en las áreas rurales y en el transporte extraurbano. Los esfuerzos que se dieron en su momento durante los gobiernos de Alianza Republicana Nacionalista, fueron en esencia pocos y muy pobres. Desde hace más de diez años los gobiernos de turno han otorgado un subsidio a las distintas gremiales de transporte colectivo. Esto ha significado un gasto enorme para el Estado y una carga pesada para sus finanzas, pues la otorgación de los subsidios implica la erogación de millones de dólares para las distintas gremiales de transporte.
Es sabido que desde distintos sectores de la sociedad se ha hilvanado la idea de nacionalizar el transporte colectivo y que en consecuencia este sea prestado por el Estado. La idea puede en principio puede tener un atisbo de radicalidad si se toma en cuenta que por años este ha sido un servicio que ha sido prestado por la iniciativa privada; no obstante el subsidio ha tenido algunos vaivenes. Una de las condicionantes principales para la otorgación del subsidio ha sido justamente la mejora del servicio. Esto en la práctica no ha tenido mayores implicaciones, pues las unidades de transporte en las áreas urbanas y con mayor énfasis en las áreas rurales, tienen más de diez años de antigüedad, las condiciones de las unidades de transporte siguen siendo precarias e insuficientes, esto sin dejar de mencionar los asaltos de los que son víctimas quienes usan el transporte colectivo y el maltrato que sufren por parte de conductores y auxiliares de cobro de los mismos.
Durante el gobierno actual, se ha propiciado la modernización del transporte por medio del proyecto Sistema Integrado de Transporte del Área Metropolitana de San Salvador, SITRAMSS, lo que incluye entre otras cosas la construcción de terminales de abordaje de buses, similar a las llamadas Centra Norte y Centra Sur en la Ciudad de Guatemala, y el pago del pasaje por medio de tarjeta electrónica. En el fondo este sistema no tendrá mayores repercusiones en el futuro, por la oposición que existe por parte de distintos sectores, sobre todo de las gremiales empresariales que mediante la prestación del servicio de transporte como de los subsidios han visto acrecentar sus ganancias. En los últimos días se ha hecho evidente que existe descontento por parte de algún sector de la población.
El descontento por la imposición del uso de la tarjeta electrónica, generó una pequeña manifestación en carretera al Puerto de La Libertad. En esencia, la obligatoriedad del uso de la tarjeta prepago no arrojó los resultados esperados, pues hay alguna aversión por parte de la población a usar la tarjeta prepago, lo que obligó a la Asamblea Legislativa a reformar la Ley de Transporte, para que la población tenga la oportunidad de pagar tanto en efectivo como con la tarjeta. Por su parte, representantes de la empresa Sistema Integrado Prepago, SIPAGO consideraron que no era bueno un sistema de pago mixto, en función de la modernización del mismo.
Es innegable que el Área Metropolitana de San Salvador merece un sistema de transporte moderno y digno, que garantice las necesidades que tiene la población para movilizarse, sobre todo de la clase trabajadora que finalmente con su aporte logra impulsar la economía salvadoreña. Dado el incremento poblacional en las áreas urbanas debemos cuestionar si lo planificado en el proyecto SITRAMSS vendrá a darle solución a esta problemática, que no solo estiba en modernizar el sistema de transporte, sino que también debe pasar por otro tipo de reformas a nivel de la composición urbana de las áreas poblacionales.
De fondo habrá que hacer énfasis en que el SITRAMSS implica modernizar la infraestructura de transporte, lo que en esencia vendría a incrementar las ganancias de las gremiales empresariales, es decir nuevamente el Estado -cuyo gobierno es presidido por la 'izquierda'- se coloca en función de la iniciativa privada. Lo que debe pensarse es si es factible que la iniciativa privada siga prestando este servicio; esta coyuntura sería propicia para escuchar las voces de que bregan por la nacionalización del transporte colectivo. Desde el Partido Socialista Centroamericano, creemos que el transporte colectivo debe ser un servicio eficiente, eficaz y digno, lo que no será posible sino bajo la égida del Estado, pero bajo la supervisión de las organizaciones sindicales, campesinas y populares, garantizando, sino la gratuidad, al menos un precio accesible que no afecte las escuálidas economías de los trabajadores. La población debe entonces impulsar la nacionalización del transporte colectivo.

jueves, 14 de noviembre de 2013

La etnización de la izquierda Guatemalteca, una nueva historiografía

La etnización de la izquierda Guatemalteca, una nueva historiografía

Por Julio Valdez
Catedrático de la Escuela de Ciencia Política
Universidad de San Carlos de Guatemala



Eran los años más cruentos de los combates entre la guerrilla urbana y el Ejército de Guatemala a mediados de los años setentas cuando según Mario Payeras los nuevos milicianos en la ciudad eran presentados en una ceremonia donde prevalecían tejidos indígenas junto con otros elementos simbólicos que intentaban unir la concepción de clase de la lucha con la solidaridad hacia el indio explotado, dicha imagen terminó ser forjada con la narrativa del libro Me llamó Rigoberta Menchú, así me nació la conciencia, donde una mujer indígena construye su identidad como cristiana simbiótica (cosmogónica y colonial) junto con su desarrollada conciencia de clase nacida en las fincas algodoneras de la costa sur o con el racismo inhumano de la ciudad, y luego asume como parte de su rol histórico la lucha contra el opresor que adicionalmente ha sido ubicado como parte de una etnia minoritaria “occidentalizada” y racista.

Cuando las organizaciones insurgentes descubren en las masas indias potencial para la llamada lucha de masas que poco a poco se desdibujaba en la ciudad por el aumento de las capas medias, llegan a la misma conclusión a la que habían llegado los sacerdotes “bien intencionados” del siglo XVI y XVII, que para que el mensaje de la lucha de clases, la alianza obrero campesina y la guerra popular prolongada se entendiera era necesario incluir colores y sonidos étnicos, algo que podría hoy en día leerse como cosmético en tanto que mucha intelectualidad seguía planteando que lo cultural era producto de la dominación de las élites.

Contradictoriamente lo que el Estado ofreció a los mismos indígenas alzados era el reconocimiento de su existencia proveyéndoles poder a nivel local, incluso el mismo gobierno acusado de genocidio decidió ir más allá al convocar a un consejo integrado con criterios étnolinguisticos que por supuesto no paso de ser un órgano sin poder ni representatividad, como los que existen en la actualidad.

La izquierda guatemalteca que navegaba en las aguas de la lucha de clases, el nacionalismo proletario (frente a la visión dominante del imperialismo) y la etnoconciencia (en veces principista y otra folklórica) ciertamente las visiones que en el nuevo sujeto revolucionario el indio politizado no podía caber ideas segregacionistas frente al llamado poder ladino que adicionalmente era élite económica.

La visión del futuro, cuando alcanzasen el poder resultaba algo bizarra, porque mientras las visiones del PGT seguían planteando que el indio estaba en proceso de desindianizarse en la medida que abandonaba el colonialismo que lo había alienado, otras visiones como las de Guzmán Bockler dibujaba a un indio mucho más “indianizado” con mayor conciencia de su identidad y resistiendo la imbatida colonial y al ladino como su representante, una revolución vestida con los colores y diseños típicos, claro está, poco se hablaba de sus referentes culturales menos revolucionarios como sería su religiosidad cosmogónica, discurso cercano a Fannon que planteaba una descolonización paulatina pero radical de la conciencia, este planteamiento poseía una gran debilidad en tanto que la colonia, tal y como lo concebía Severo Martínez y, con la cual coincido, había construido socioculturalmente al indio, por lo tanto la descolonización era desconocer nuevamente los elementos que su pretendida identidad con los ancestros católicos y servidores públicos.

La década de los ochentas, un hecho ahora aceptado por muchos académicos, plantea la derrota estratégica de los movimientos revolucionarios, los años de discusión sobre los elementos revolucionarios contenidos en los movimientos sociales pasa a un segundo orden, surgen las primeras organizaciones de víctimas de la barbarie estatal, con ello la discusión discurre por otras vías, nace el indio víctima de la violencia que no se presente como contrainsurgente sino como racista, sin aparente razón más que el racismo heredado de la colonia.

¿Acaso una cuestión de Frentes?

Al final de la década de los ochentas e inicios de los noventa, el conflicto armado mermo muchísimo de aquellos años donde la movilización masiva era la constante.

Las organizaciones insurgentes desarrollan dos frentes como parte de su estrategia de sobrevivencia y luego de negociación, mantener presencia militar en campo y luego incidir a nivel diplomático para que las deficiencias en campo pudieran compensarse con audiencias a nivel internacional que ocasionalmente pudieran incidir en una solución a favor de los insurgentes, el modelo lo planteaba las ofensivas diplomáticas de la oposición nicaragüense los meses antes de julio de 1979 cuando incluso el gobierno de Jimmy Carter en Estados Unidos le da la espalda al régimen de Somoza y junto con el gobiernos de todo el mundo, sin este aislamiento la guerra hubiera cobrado miles de vidas más.

El ejemplo se tomó en cuenta sobre todo después de las campañas de contrainsurgentes de 1982, para la diplomacia insurgente era necesario un sujeto víctima que jugara perfectamente el papel de su historicidad negada. La intelectualidad en el exilio ayuda a forjar la imagen, incluso por encima del indígena guerrillero que había sido construido por la contrainsurgencia.

Para desarrollar al sujeto víctima era necesario desmilitarizarlo de lo contrario la pasividad activa del mismo podría ser contraproducente, se desmilitarizó discursivamente las áreas indígenas y se convirtieron en campos de tiro libre del Ejército Nacional.

La víctima se colectiviza, no existe individualidad más que para las narrativas personales como la recopilada por Elizabeth Burgos en su libro Me llamo Rigoberta Menchú , así me nació la conciencia, incluso en este trabajo la protagonista sigue defendiendo su identidad cristiana y luego la combina con una alta conciencia de clase que entre veces parece ubicarse por encima de su identidad cultural en tanto que no asume más que reivindicaciones economicistas que eran prácticamente el programa de la organización en la que militaba.

El asunto de los frentes externo e interno, en el caso del conflicto armado en Guatemala, llego a principio de la década de los noventas a tomar caminos completamente separados porque mientras que en el campo de batalla la lucha armada había sido completamente delegada a las montañas a nivel internacional el conflicto se había convertido en una matanza sin sentido, esto provocó desde el inicio de la campaña a favor del Premio Nobel de la Paz de 1992, al menos dos años antes, que la narrativa dibujara a un indígena sin defensa y a las guerrillas como fantasmas, estos no podían ser asociados en el campo de las masacres porque proporcionaba argumentos a favor de la visión de la derecha local militarista, y que además en el exterior el análisis simplista del conflicto ubicaba a los militares como nazis despiadados. 

Toda la década de los ochentas los reveses militares fueron compensados con la utilización de la imagen indígena como víctima más que como actor de resistencia activa, esto culmina precisamente con el Premio Nobel de la Paz en 1992 donde lógicamente la guerra en el frente interno estaba completamente perdida. La movilización indígena en torno de los proyectos de revitalización cultural que partían de la denuncia de la destrucción del tejido social (aproximación académica que intentaba mostrar los impactos culturales de la contrainsurgencia) en la lógica insurreccional intentaba revitalizar las bases comunitarias (movimiento de masas) perdidas ya sea por la violencia contrainsurgente o por el enorme desanimo hacia una insurrección armada que no tenía futuro.

¿Una izquierda étnica en Guatemala?

Hay que partir de una variable que se olvida regularmente se obvia en el análisis del conflicto armado en Guatemala, la participación de los indígenas se produce en el transcurso de él y no fue impulsado por ellos, dicho en otras palabras, quienes consideren que el conflicto fue producto de la marginalidad histórica pueden estar cayendo en imprecisiones ya que no existen registros de que los indígenas se hayan levantado en armas antes de la llegada de la guerrilla marxista, liderada por ladinos clase medieros a inicios de la década de los setentas. 

La connotación cultural de las organizaciones insurgentes no se desarrolla sino hasta que se ha producido la derrota estratégica de 1982 contradictoriamente, lo que pretendía ser un salto cualitativo en realidad fue una llamada de emergencia a la derrota estratégica a la cual hace mención Mario Payeras, incluso intelectuales como David Stoll afirmaba que la publicación del libro de Elizabeth Burgos sobre Rigoberta Menchú en 1983 sirvió para prolongar un conflicto que estaba prácticamente finiquitado a favor del Estado, pero al haber llevado el drama de los indígenas a nivel internacional lo que provocó fue el aislamiento del gobierno guatemalteco y por lo tanto el conflicto armado entro en un desangramiento a gotas que finalizaría hasta 1996 y del cual la guerrilla saldría librada a partir que la historiografía se centro más en señalar “el genocidio” cometido por el ejército.

Entre el año 82 a 85 se producen la divulgación masiva del libro de Elizabeth Burgos a nivel internacional, mucha de la opinión desarrollada en universidades, grupos de base cristianos y organizaciones sociales en una diversidad de países donde se realizaban colectas de dinero a favor de las víctimas de la barbarie del Estado, pero adicionalmente sirvió para presionar a esas mismas organizaciones insurgentes para que hicieran evidente su adscripción étnica.

Después de 1992 cuando la campaña a favor de la entrega del Premio de la Paz había rendido frutos, se declara igualmente el Decenio de los pueblos indígenas por parte de las mismas Naciones Unidas, que da pie al apoyo de muchas organizaciones civiles de corte indígena y que en el transcurso de la década de los noventas asume la identidad política Maya.

Son estas organizaciones las que al final ponen sobre la mesa el tema de la pertinencia étnica en un Estado y nación futura, pero a diferencia de las organizaciones de masas de corte de clase como eran los sindicatos y el mismo CUC se distancian, por razones diplomáticas y hasta estratégicas de que se les asocie a estructuras insurgentes que para este entonces ya disponían de un buen número de gestores de apoyos financieros para Ongs en el sur de México y Guatemala.

El proyecto revolucionario logra su mejor definición en las discusiones acaecidas en el marco del Encuentro Continental de Resistencia Indígena y Popular que se desarrolla en la ciudad de Quetzaltenango en 1992, lo cultural y lo clasista se unen en manifestaciones que juntaban por primera vez desde las manifestaciones de mineros de Ixtahuacan de 1977.

Sin embargo, y aún cuando los dirigentes de aquel renacer revolucionario no lo reconozcan abiertamente, la visión de cambios políticos sin respaldo militar era ya visualizado, ¿Cómo impulsar cambios radicales sin el respaldo con armas? Bueno… hay contextualizar de nuevo que ese 1992 se termina de firmar los acuerdos de paz entre la guerrilla mejor organizada de toda América Latina (hasta ese entonces) el FMLN y el gobierno de derecha de ARENA, adicional al hecho de que en Nicaragua el sandinismo había perdido las elecciones presidenciales frente a la Unión Nacional Opositora encabezada por Violeta Barrios, en pocas palabras la retaguardia estratégica de la guerrilla local había sido neutralizada y solo contaba con líneas de abastecimiento provenientes de los campos de refugiados en México que igualmente para ese año 92 ya habían firmado un Acuerdo de Reasentamiento en Guatemala, el gobierno despojo, por primera vez, del discurso de dignificación de las víctimas del conflicto a las organizaciones insurgentes y se negocian millones de dólares para compra de fincas, proyectos productivos y asistencia técnica.

Frescas están las imágenes del levantamiento armado de 1994 en Chiapas a cargo del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional, EZLN que en una acción coordinada toman cinco cabeceras municipales en Chiapas, frontera noroccidental de Guatemala. Aquellos guerrilleros que salen en todos los noticieros del mundo y en Guatemala eran fisonómicamente iguales a los pobladores del occidente guatemalteco, sin embargo las imágenes dejaban ver una diferencia casi abismal, la voluntad de lucha y la elevada moral de combate, hombres y mujeres muertos en Altamirano y a la par machetes y fusiles de palo, esto evidentemente, por un corto tiempo eleva la moral de los luchadores indígenas, ¿es posible tomar el poder? ¿es posible pensar en una nación indígena?, el sueño se derrumba tan solo días después cuando el Ejercito Federal de México emprende una violenta ofensiva, (corrió el rumor que combatientes centroamericanos estaban apoyando a los zapatistas, el intelectual prontamente afirmó: “ahí, donde se encuentra la debilidad del Estado existe el caldo de cultivo para la ingobernabilidad”, “es posible que los combatientes sin empleo y con formación militar encuentren campo propicio para actividades internacionalistas en las regiones más pobres de la frontera sur”, prontamente los comandantes guerrilleros que gozaban sino de la hospitalidad si de la complacencia del gobierno afirmaron que no era su política apoyar este tipo de luchas en donde les estaban dando hospedaje, una razón más para que la intelectualidad disidente en el exilio y la naciente intelectualidad indígena se desmarcaran de los guerrilleros guatemaltecos.

Lo que siguió a la retirada zapatista a las montañas, agrego nuevas líneas de audiencia a nivel internacional, esto obliga nuevamente a los locales a radicalizar sus discursos, en la región mesoamericana no hay más maya que los mayas guatemaltecos y deja ver prontamente un discurso en forma de programa, sin exclusiones, combate frontal al racismo, y la temida autonomía que al final los zapatistas se ganaron por encima de los cadáveres de sus mártires muertos con lanzas y fusiles de madera, este zapatismo había logrado en menos tiempo reconocimiento nacional e internacional y con muchos menos muertos de lo que los guatemaltecos hicieron en toda la década de los ochenta.

En realidad para la comandancia general de URNG el ejemplo zapatista era contraproducente y probablemente alentó la aceleración de las negociaciones, primero porque ya antes los comandantes habían vivido “desviaciones etnicistas” dentro de las filas insurrectas falta recordar lo acontecido con el MRP Ixim a inicios de los ochentas e incluso la utilización de la fuerza contra ellos por parte de las mismas filas del EGP y por otro lado el ver a un dirigente como Marcos delegado como vocero o como simple encargado militar de un consejo de indígenas era simplemente inconcebible, por otro lado cabía la probabilidad de que en el avance político ideológico que estaban teniendo las tendencias etnicistas a inicios de la década de los noventa se pudiera producir un putch de los combatientes que ya para ese entonces eran muy pocos.

La figura del “ladino consecuente” no concordaba con las relaciones interculturales que se daban con lógicas militares dentro de las filas insurgentes, por otro lado el Estado había avanzado en materia de fortalecimiento institucional con enfoque, al menos cosmético, multicultural por ejemplo la Academia de Lenguas Mayas, donde precisamente se reivindica el termino maya surge en 1986, precisamente el año en que Vinicio Cerezo, candidato de la Democracia Cristiana Guatemalteca gana las elecciones generales e inaugura la llamada era democrática en Guatemala que llega hasta nuestros días; este gobierno inicia muchos procesos que arrebatarían consignas en el campo a la guerrilla, como era la descentralización, la creación de ministerios de Desarrollo y de cultura además de la neutralidad activa del Estado frente a los conflictos regionales, el fortalecimiento del ente encargado de vigilar los comicios electorales y otras más .

No logramos ubicar el momento preciso en las organizaciones insurgentes, al menos en su cúpula, reconocen su derrota militar y por lo tanto se dedican a mantener vivo el mito del guerrillero en la montaña, un guerrillero propagandizado por encima de las diferencias culturales, la cobertura periodística dada a las negociaciones de paz no mostraban a indígenas dirigentes ni como comandantes, hecho que siempre representó una dificultad de relaciones públicas, pero se compensaba con el creciente número de organizaciones mayas que poco a poco señalaban que ningún “ladino” podía adjudicarse su representación.

La versión de que el indígena había quedado entre dos fuegos, a raíz de las aseveraciones del antropólogo norteamericano David Stoll comienzan a tener más audiencia, claro con las respectivas lecturas a nivel local, se afirmaba que este conflicto, a pesar de contar entre combatientes y víctimas civiles de mayoría étnica la razón del conflicto dejaba de ser visualizado como de incumbencia de “los pueblos originarios”, incluso no tuvieron empacho en afirmar que los ladinos los habían utilizado en ambos bandos.

Del clasismo al esencialismo

¿Qué fue primero las organizaciones mayas o su institucionalización de Ong?, no cabe la menor duda que muchas nacieron siendo ongs porque había financiamiento disponible, cuando estas logran poco a poco su independencia financiera y discursiva comienzan como los arboles que esparcen su semilla a volar, prontamente las criticas en torno a los liderazgos monoculturales adquieren relevancia, adicionalmente a que el nuevo indigenismo comenzaba a esbozar la idea del retorno al pasado idílico prehispánico, no solo bastaba nacer en comunidades indígenas o tener el uso del idioma local sino que además debía de pensar en consecuencia, se retoma nuevamente la crítica al proceso de evangelización iniciado por los españoles y continuado por los norteamericanos durante las campañas contrainsurgentes.

El proyecto maya tenía que tener una estructura ideológica propia, que la separase del racismo de derecha e izquierda, por su parte las organizaciones insurgentes que ya veían el fin del conflicto y el inicio de un proceso de incorporación a la legalidad, especialmente la electoral, deciden quedarse con las bases indígenas que aún seguían la línea del pensamiento de clase, donde indio era sinónimo de pobre-explotado-campesino, las demás tendencias más intelectuales ya no asumían la ecuación idiomática y se concentraron en el ideal de la construcción de república Maya, donde las diferencias lingüísticas se superaran en torno a la creación de una mega identidad india.

Uno de los asideros más importantes del nacionalismo indio fue precisamente el Consejo Mundial de Pueblos Indígenas CITI en sus siglas en ingles. Con sede en Canadá en 1975 ya proclamaba la autodeterminación de los pueblos indios en relación a aquellas naciones que les fueron impuestas durante la colonia, dichos conceptos fueron asumidos con el tamiz del conflicto de clases que las organizaciones insurgentes desarrollaban en el occidente, pero no fue hasta la ofensiva diplomática de finales de la década de los ochentas que el ala étnica de la insurgencia acude a tal instancia para sumar apoyo a la campaña por el Premio Nobel de la Paz de 1992, aquí también acude la CITI o Consejo Internacional de Tratados Indios, que a pesar del nombre más cercano a la política gubernamental norteamericana de relación con los pueblos tribales, al ser un organismo internacional consultivo de la NNUU asume el discurso indígena de centro y sur América a pesar de haber mucha distancia en cuanto a su desarrollo histórico.

La intelectualidad florece en este discurso, incluso en la Guatemala del postconflicto asumen puestos de gobierno en lo que otros intelectuales como Alvaro Pop describen como la ventanilla indígena, o las secretarias especiales con la que el Estado presentaba sus avances ante la omniprencia de los donantes internacionales, y que contradictoriamente esta apoya con sendos financiamientos incluso se logran ubicar a profesionales varios indígenas que se han formado en los programas de profesionalización que florecieron después del nobel de 1992.

Las vertientes intelectuales del nuevo indigenismo en su definición política Maya posee dos corrientes, las locales y las externas, la primera como ya mencionamos antes, surge del desanimo con las visiones economicistas y clasistas de la izquierda armada y luego con el influjo de millones de dólares en apoyos para proyectos de revitalización cultural, frente a esos proyectos los discursos fueron adquiriendo mayor radicalismo, se trae a colación las posturas del académico Carlos Guzmán Bockler, formado en la Francia de 1965 que debatía las tesis de Fannon y con los recuerdos frescos de la guerra en Indochina y Argelia, aparece con su máxima “el ladino es una invención”, el radicalismo con un alto grado de racismo esencialista plantea la transformación del orden liberal racial en la Guatemala aún concebida como colonial.

Para el esencialista su visión del conflicto era contradictoriamente el de un indígena en medio de un conflicto de ladinos que fue utilizado como carne de cañón por ambos lados, que además no les interesaba los aspectos relacionados a su “cultura milenaria”.

Poco a poco el discurso esencialista se separa de la visión de clase y se forma como una visión alterna, con la marginalidad político electoral de la izquierda postconflicto su pobre visión de un indio clase es superada por el de un indio místico, heredero de un pasado majestuoso dibujado por arqueólogos cuentistas que intentan elevar la autoestima cultural con un pasado idílico. 

Resulta interesante que para 1990, dos años antes del otorgamiento del Premio Nobel de la Paz, pero con su nombre en el listado de candidatos, surgen los primeros pronunciamientos públicos de organizaciones indígenas que exigen su participación en las pláticas de paz entre el gobierno y la URNG, a este pronunciamiento el Estado siempre respondió limitadamente en tanto que sostenían que su objetivo, más que consensos nacionales, era que los insurgentes depusieran las armas, estos por su parte pretendían, tardía y onegisticamente hablando, que se creyera que ellos respondían a las demandas populares, los indígenas organizados por su parte ya sostenían abiertamente que este no era su conflicto, aspecto que debilitaba la posición insurgente en el exterior y la cual nunca pudieron fortalecer porque entre después de 1992 su mejor rostro indígena renunció a la representatividad diplomática y postergó su participación política inmediatamente después de 1996.

Del guerrero a la victima

Si hay algo que el juicio por genocidio ha dejado a Guatemala ha sido un antes y un después, y aún cuando para la opinión pública parezca un caso de guerrilleros y militares, por las aristas de la discusión esta visión poco refleja la realidad.

Los discursos que se entrelazan entre víctimas y victimarios, entre agredidos y agresores supone una realidad plana construida artificialmente. El argumento étnico en boca de antropólogos políticamente correctos ha salido nuevamente a relucir, entre un sentido de denuncia y otro de mea culpa.

Entre víctimas y victimización hay una gran diferencia, mientras que la primera es una condición impuesta que en el contexto de conflicto armado construyó, como es característico en los conflictos civiles la mayoría de las víctimas son precisamente civiles la mayoría no armados, la segunda se constituye como un cuerpo ideológico, con discursos que ponen a la víctima en el centro, amplia el horizonte de lo que es y no es, y más interesante aún, dibuja al otro como el causante, el victimario que no admite gradaciones, la victimización es una construcción ideológica-política.

Para ubicarlo en el contexto histórico observemos el desarrollo de la campaña a favor del otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a la señora Rigoberta Menchú, el tema de la denuncia sobre las violaciones a los derechos humanos a la población indígena (que aún no ha desarrollado totalmente el discurso de la identidad política maya) es dispuesto en las agendas políticas de las agencias de cooperación internacional y en los organismos multilaterales. La denuncia evidentemente conllevaba la presentación de la víctima para que ella hablara por sí sola, de hecho es evidente el ejemplo de la misma Rigoberta Menchú, que a diferencia de todos los demás galardonados por el mismo premio el criterio de mayor peso para otorgárselo (más allá de su limitada vida diplomática) fue su “representatividad de un pueblo victima”(contradictoriamente el comité de Nobel le otorga el premio al pueblo de Guatemala y a ella en su representación suponiendo que los indígenas eran todo el pueblo de Guatemala).

El criterio paternalista que aplicaron las agencias de cooperación era apoyar a que esos mismos pueblos pudieran superar su “rezago histórico” como elemento interesante durante buena parte de la década de los ochentas y noventas universidades y comunidades religiosas habían visto desfilar indígenas llevados por organizaciones “solidarias” para que brindaran sus testimonios de dolor, y en otras audiencias hablaban de resistencias especialmente entre estudiantes o sindicalistas que requerían de discursos más determinados, de hecho la misma Rigoberta Menchú en su relato de vida “Me llamo Rigoberta Menchú, así me nació la conciencia” afirma que había resistido levantado trampas (estilo Vietnam) en los caminos contra el Ejército guatemalteco, esto evidentemente paso a un segundo plano.

En determinado momento el público que sentía empatía por el dolor humano aportó más recursos por las víctimas por razones humanitarias y solidaridad cristiana, el discurso victimicista comenzó a rendir más que aquel que mostraba indígenas guerreros, de hecho tampoco las organizaciones político militares de izquierda estaban interesadas en desarrollar el componente étnico del conflicto, aun cuando reconocían las contradicciones sociales, estaban conscientes que las estructuras de poder dentro de las mismas organizaciones clandestinas estaban lideradas por mestizos citadinos, con una empatía hacia el “indio” en tanto clase y no por su cultura, incluso algunos consideraban a aquella como lo hizo Severo Martínez Pelaez, como reminiscencia de la colonia.

De la victimización se pasó a la revitalización cultural bajo el argumento que el mundo y Guatemala tienen cuentas pendientes con ellos, que es necesario recuperar lo arrebatado y no lo perdido, la victimización ya no solo es el recuento de dolores sino en determinados momentos recurre al rencor como argumento incluso basado en esencialismos milenaristas, evocan una nueva religiosidad “políticamente correcta” cosmogónica. 

Pareciera ser que el victimicismo sirvió con doble propósito, atacar al ejército y al Estado diplomáticamente y para desdibujar el papel de los grupos insurrectos en aquellas áreas donde se produjeron el mayor número de víctimas mortales. De pronto las consignas ya no tenían que ver con el anuncio de la victoria final el advenimiento de la revolución, sino con el señalamiento del ejercito asesino y genocida, ciertamente hay que señalar que dicho señalamiento fue ganado a pulso, sin embargo mucho de estos discursos preparaban el postconflicto en tanto que aquellos que estaban siendo desmovilizados no podían ser encauzados en foros de derechos humanos, deja a la sociedad civil, que era un conjunto de ongs con financiamiento externo, el papel de dilucidar “el pasado”, pero también construye un imaginario que serviría a las tendencias ahora definidas como esencialistas que parten de pasados imaginados y construidos en la actualidad que vislumbran incluso ideales de Nación con autonomías (la construcción tomada de la España post franquista) la etnocentrismo llevado a su máxima expresión pero más como un ideal intelectual en tanto la inexistencia, aún, de elites económicas locales con conciencia étnica, hasta ahora estas tendencias siguen dependiendo del flujo de apoyos financieros externos.

¿Territorialidad o reservas indias?

Desde que se desarrolló todo el concepto de “lucha por el territorio” que va de la mano con la “resistencia” a los mega proyectos, al saqueo de recursos naturales y otros conceptos que se sumaron al programa de lucha de las izquierdas latinoamericanas, de hecho el tema de la territorialidad es el discurso más étnico que la izquierda local ha desarrollado, lo cual supone un paso cualitativo en tanto que cuestiona el orden liberal de división territorial, pero además encierra una inconveniencia la perenne resistencia, existe el reconocimiento explícito que la lucha por el poder central es casi imposible por lo que se descentraliza en el regionalismo que sumado a conceptos cosmogónicos como el de la Madre Tierra intenta sentar las bases de resistencias al modelo propugnado por el Estado, el problema es que en un gobierno de izquierda los tratamientos desde el liberalismo no se diferencian mucho, el caso más sonado seria el Tipnis (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Secure) de Bolivia o el proyecto de explotación petrolera en el parque Yasumi en Ecuador.

En las innumerables declaraciones de las organizaciones mayas se ha remarcado en un concepto complicado de establecer “derecho ancestral” que se puede interpretar como lo que históricamente les pertenece y con él que han desarrollado relaciones cosmogónicas “sagradas” en el lenguaje esotérico maya con su entorno ambiental, evidentemente esto no es generalizable en tanto que el modelo de explotación capitalista basado en la propiedad privada de la tierra subsiste desde hace más de cien años y al cual muchísimos indígenas se avocan, es más, durante buena porción del conflicto armado interno la propiedad sobre la tierra era una reivindicación.

La nueva izquierda étnica asume que el indígena está ligado a la tierra, este es un elemento cultural casi innato, pero se le dificulta definir en qué modalidad, en la comunal o la individual, en la ancestral o la actual, si se asume que es comunal obvio es que son estos los intereses que privan, luego asumen que los derechos sobre el territorio es “ancestral” no privado, por lo que la visión que prevalece es aquella que va más allá del cristianismo liberal que tiene más de 100 años de existencia e intenta asirse a la visión milenarista, la ancestral ¿hasta qué punto? En la colonia o antes de ella.

El concepto de la territorialidad en la práctica política ligada a la visión de izquierda postmoderna tiene más asidero en la visión de las reservaciones indias de mediados del siglo XIX en Estados Unidos y Canadá. Que partían de la delimitación territorial y reconocimiento de pequeños autogobiernos tribales, claro está dichas delimitaciones fueron cambiando en tanto los intereses de la nación industrial fueron avanzando, es claro que dichos territorios no eran concebidos como los territorios de la América Latina, aquellos eran hatos de caza, pastizales de búfalos, bosques y páramos, en estas localidades además de la connotación natural el verdadero valor de uso era la tierra en función productiva agrícolamente hablando o para la pequeña ganadería, por lo tanto, la visión de sui generis de la corrección política en realidad busca, otra vez asumir que indígena es sinónimo de campesino, y por lo tanto adscrito a ella como el valor más importante de su cultura.

Guatemala desarrolló el concepto de municipio (dentro de esos municipios existen comunidades más pequeñas, aldeas, caseríos y parajes) o pequeños gobiernos locales que se ubicaban dentro de territorios más extensos, este concepto es parejo para toda la población indígena y la definida como mestiza. Un grupo etno- lingüístico como el Kiché posee varios municipios, algunos más homogéneos que otros lingüísticamente hablando, al interior de ese grupo hay cristianos católicos (devotos de varias imágenes), evangélicos (Pentecostales, Bautistas, Testigos de Jehová, Séptimo Día, Luteranos, anabaptistas y otras que se nos pueden escapar) tradicionalistas (cosmogónicos en sus diversas ramas tantas como grupos étnicos hay en Guatemala) hasta los que no tienen ninguna religión, por lo tanto el tema de territorialidad como esa visión cosmogónica se vuelve difusa, es por eso que la izquierda ha optado por asumir la visión más cercana al mundo campesino (como una herencia de la visión clasista original) y los esencialistas mayas asumen aquella como “la visión” como una forma fácil de simplificar las diferencias conceptuales que se han formado de comunidad a comunidad, de congregación a congregación religiosa.

Desde finales del siglo XIX el esquema liberal, implementado forzosamente, la privatización de las tierras comunales, con lo que miles de productores de café, pequeños, medianos y grandes se beneficiaron, hoy en día no hay comunidad “indígena” en Guatemala que no conviva con la propiedad privada, vaya, de hecho uno de los grandes reclamos en la política agraria es la certeza y acceso a la tierra en propiedad, y contradictoriamente eso no se objeta en los movimientos reivindicativos de la territorialidad. 

Las reservas indias, en Estados Unidos, no eran concebidas como el cúmulo de propiedades privadas en manos indias, de haberlo sido hoy en día ya no existirían, sino a base de consejos tribales donde las decisiones son tomadas según la tradición pre-europea, pero eso no existe en Guatemala donde los campesinos pequeños y medianos productores buscan la profundización del esquema de propiedad privada y al hacerlo, y creo que sin proponérselo, caen en el esquema de mercado, que es uno de los argumentos que utilizan los grandes proyectos de Palma Africana, las minas y la misma hidroeléctrica en Santa Cruz Barillas para su expansión. 

El nuevo discurso étnico de la izquierda tiene que ver con territorialidad porque los demás le han sido despojados.

Epílogo

No todas las reivindicaciones étnicas son de izquierda

Con la inclusión del discurso étnico al conflicto armado interno, la izquierda intelectual construye una serie de preceptos que serían de mucha utilidad para explicar las razones de los indígenas en el conflicto permeando siempre la visión etnocentrica como respuesta al peso del racismo institucional del Estado.

Se vuelve a la vieja tesis de Guzmán Bockler en cuanto a que el ladino no poseía identidad cultural frente a un indígena heredero de los antiguos mayas, frente al relato de Rigoberta Menchú, la décadas subsiguientes vieron nacer a un nuevo revolucionario universitario clasemediero, uno que renegaba de su propia cultura ya que ubicaba en arrebatos de autoculpa responsabilidad en lo que miles de indígenas vivían a diario, es así como nace la ecuación simplista del indio = victima = revolucionario, se asumía en una miopía extrema que todo lo que aquel sujeto victimizado podía proponer era válido sobre todo si era relacionado a la “realidad de las comunidades”, a esta ola de autoculpabilización se unieron decenas o centenas de norteamericanos y europeos políticamente correctos que incluso apoyarían las campañas de concientización en aquellos países.

Corría el año 1991 octubre para ser más precisos, cuando se produjo el Encuentro Continental de 500 años de Resistencia Indígena, Negra y Popular (durante el encuentro se agregó el término negro) que era la contra respuesta a la serie de celebraciones que se estaban produciendo con tinte oficialista por parte de España y algunos gobiernos americanos, es necesario resaltar que el esfuerzo de traer a Guatemala a cientos de delegados de toda América y otras partes del mundo para discutir sobre los impactos de la colonización europea, paradójicamente, no se podría haber llevado a cabo sin el financiamiento de una decena de agencias en su mayoría europeas.

Aquel encuentro estuvo plagado de comunicados, conferencias, discusiones en torno renacer del movimiento indio latinoamericano que se asumía una larga data de historias de resistencia contra la dominación europea. Una joven Rigoberta Menchú todavía como activista de la RUOG (representación unitaria de la oposición guatemalteca) parte integrante del aparato diplomático de URNG, e incluso un joven dirigente sindical cocalero al que los medios no pusieron mayor atención y que al cabo de los años llegaría ser presidente de Bolivia.

Aquel evento congrego a cientos de militantes y activistas en una Guatemala donde sonaban los disparos de la guerrilla de izquierda en varias partes del altiplano, muy cercano a la ciudad de Quetzaltenango. Aún así el evento se desarrollo a lo largo de casi una semana sin mayores incidentes.

Claro era el respaldo brindado que muchos activistas le daban a las agrupaciones revolucionarias de izquierda que aún estaban en la “montaña”, y dejaban prever que cuando se produjera la “unidad” la victoria del pueblo llegaría. Hay que reconocer que mucho de este encuentro se produce gracias a la gestión de las recientemente surgidas, organizaciones mayas, que aprovecharon la enorme cantidad de recursos que se fluyeron producto de la declaración del decenio de los pueblos indígenas en Naciones Unidas, y luego claro, por el peso de la diplomacia más cercana a la visión de “liberación”.

En los siguientes años, las organizaciones mayas se profesionalizaron, con decenas de líderes formados en universidades nacionales y extranjeras, que contradictoriamente forma a una extracción de clase media indígena, la profesional, con las mismas preocupaciones y deseos de las clases medias más mestizadas en las ciudades, que se devanan por la seguridad, mejor educación para los hijos, estabilidad laboral, mayores fuentes de esparcimiento, y sobre todo el deseo innegable a la movilización social.

La diferencia de esta facción de clase es que al crecer al amparo de las instituciones públicas y privadas (Ongs con financiamiento extranjero en un 100%) es que había la predisposición de mantener un discurso de segregación cultural, algo que mantuviera viva la denuncia de exclusión y pobreza que se mantiene sobre la mayor parte de la población indígena en Guatemala.

El concepto de desarrollo con pertinencia cultural implementado en la década de los noventas intentaba llevar elementos de desarrollo que paliaran la espantosa pobreza pero que además fortaleciera lo que los nuevos profesionales mayas y antropólogos locales definían como “cultura milenaria” mucha de ella desarrollada a la par de la misma exclusión y de las bondades de la cultura occidental.

Con la proliferación de las ongs mayas se produce una discusión subrepticia entre los que se asumían como defensores de lo maya desde lo cultural (de donde proviene la exclusión lingüística, costumbres y valores) y los que asumían la defensa de lo maya como clase (de donde proviene la pobreza, analfabetismo, mortandad y demás) dicha discusión lejos de zanjarse, se volvió en argumento para proyectos, ya que ambas tendencias obtienen fondos de fuentes distintas y a veces de las mismas que en determinado momento suelen ser pragmáticas.

La relectura de la historia desde el posicionamiento etnocentrico que paradójicamente es presentado contra hegemónico en realidad se ha convertido en hegemónico en un ambiente académico poco desarrollado como el guatemalteco donde la intelectualidad indígena desarrolla conceptos de purismo racial y cultural que no distan en mucho con planteamientos fascistas 

Por otro lado la izquierda, por definición clasista, en Guatemala ha mantenido un noviazgo con pelas y con romances idílicos, los mestizos clase medieros que cuestionan el liberalismo burgués y el conservadurismo eclesial, encuentran en la narrativa de resistencia india una cantera de significados necesarios para encajar en la rebeldía contra el sistema.

Los últimos años el discurso étnico agrego un concepto, que no es nuevo, pero sí bastante útil para recontextualizar la resistencia frente al sistema, la lucha por la territorialidad, que viene a ser el regreso al concepto de soberanía cultural que tenían los pueblos indígenas prehispánicos y pro-liberales, pero en ese punto y como una bocanada de aire el perfeccionado discurso esotérico de la cosmovisión maya, que agrega a aquel concepto de soberanía territorial el concepto sagrado, que no permite discusión racional, y ubica al Estado en la lógica del colonizador.

Nunca llegue a entender como el discurso de izquierda de clase, entre veces ateo y anti clerical, encuentra en el esoterismo una causa por la cultura, mal suponiendo que todo lo que devenga de “la cultura indígena” es por definición resistencia y obvian que la mayor cantidad de la población indígena es cristiana, con un porcentaje menor de sincretismo, y menos aún la netamente cosmogónica, o que hubo más de un millón de indígenas movilizados en la patrullas de autodefensa civil. Creo que cuando hablamos de espiritualidad y conciencia política, a pesar de estar conectados en una misma dimensión, son dos cosas distintas, y no siempre la espiritualidad proporciona los elementos necesarios para la definición ideológica, al menos incluyente. Lo maya en su amplia definición cosmogónica se plantea como algo por encima de la práctica religiosa cristiana, que ampliamente conocemos, y se define ahistóricamente, como si no hubieran pasado 520 años de cristianización católica y evangélica (diferenciadas una de la otra) 

No cuestiono la lucha por la soberanía del territorio per se sino los discursos gravitados que terminan siendo igual de esencialistas que el mismo liberalismo salvaje y saqueador. La izquierda por su parte termina siendo huérfana de causas, asume todas aquellas que tengan como componente la lucha contra el Estado, sin mayor cuestionamiento, sin aportar nada más que comunicados de apoyo, con un romanticismo que cae en la apología

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Nueva Guatemala de la Asunción
Msc. Julio Valdez
Agosto 2013