jueves, 31 de marzo de 2016

El silencio no es salud



Marcelo Colussi
mmcolussi@gmail.com 
https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33

“Que no se quede callado quien quiera vivir feliz”

Atahualpa Yupanqui


Durante la última sangrienta dictadura militar en Argentina, cuando arreciaban las protestas por las desapariciones, el gobierno de turno promovió una infame campaña publicitaria en los medios audiovisuales. La misma consistía en mostrar diversas imágenes asociadas a ruidos enloquecedores: un martillo hidráulico, un bebé llorando, una sirena de ambulancia. El efecto que las mismas lograban era de desesperación. El ruido prolongado se torna insoportable, eso no es ninguna novedad. Luego de esas imágenes, aparecía el rostro de una enfermera pidiendo silencio (ícono ya universalizado, llamando a la calma en cualquier hospital); y sobre su cara, la leyenda: “el silencio es salud”. El mensaje estaba claro: mejor callarse la boca, no hablar, no levantar la voz por los desaparecidos que día a día enlutaban el país. Era una invitación al silencio.

Desde la ciencia psicológica, desde la promoción de los derechos humanos y desde una perspectiva política crítica debemos decir exactamente lo contrario: ¡¡el silencio no es salud!! Si algo puede haber sano ante las injusticias no es, precisamente, quedarse callado. Es su antítesis: ¡¡es hablar!!

La palabra es un instrumento de salud. La salud mental, en definitiva, es poder hablar, tomar la palabra, no dejar nada oculto. La basura puesta debajo de la alfombra no es solución: ahí queda. Lo escondido, aunque se lo intente desaparecer, sigue estando. Lo reprimido siempre retorna. 

La violencia, en cualquiera de sus manifestaciones, deja secuelas tanto físicas como psicológicas.

Si bien el concepto de “violencia” es muy amplio, en términos generales debe entendérsela como un agente externo que agrede a quien la padece. En esta perspectiva se inscribe como violencia cualquier ataque a la integridad del sujeto: desde un desastre natural o un accidente grave a la guerra, el maltrato intrafamiliar, el abuso sexual o la violencia política. Las consecuencias que trae esa agresión varían de acuerdo a la constitución personal del sujeto que la experimenta y del contexto en que se da. Pero siempre, en mayor o menor medida, un hecho violento deja marcas.



En la experiencia clínica esa afrenta se denomina “trauma”:

“Acontecimiento de la vida de un sujeto caracterizado por su intensidad, la incapacidad del sujeto para responder adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica. Ese trauma se caracteriza por un aflujo de excitaciones excesivo en relación con la tolerancia del sujeto y su incapacidad de controlarlo”. Laplanche y Pontalis “Diccionario de Psicoanálisis”

Muchas veces el padecimiento de un hecho violento produce un cuadro clínico específico llamado “neurosis traumática”:

“Tipo de neurosis en la que los síntomas aparecen consecutivamente a un choque emotivo, generalmente ligado a una situación en la que el sujeto ha sentido amenazada su vida”. (Ídem)

Los efectos psicológicos de la violencia son variados: puede encontrarse miedo, angustia, desorganización o desestructuración de la personalidad, sintomatología psicosomática. En algún caso puede desencadenarse una reacción psicótica, suicidio incluido.

La salud mental de un sujeto o de una comunidad es un índice particularmente significativo de su calidad de vida. Quien vive aterrado, atemorizado, quien no puede hablar de sí, de sus problemas, vive mal. Todo aquel que ha padecido ataques a su integridad arrastra una carga difícil de sobrellevar, y en muchos casos manifiesta trastornos clínicos, pasajeros o, en la mayoría de los casos, permanentes. 

Diferentes investigaciones con poblaciones que estuvieron sometidas a hechos violentos (mujeres violadas, el sujeto que vivió en guerra -como civil o como combatiente-, desplazados de sus regiones de origen, perseguidos políticos, comunidades víctimas de la discriminación étnico-racial) dan cuenta que entre un 25 y un 50 % de sus integrantes evidencian síntomas de disfuncionalidad (lo que algunos llaman estrés post-traumático). Gente que sufre, que vive mal; poblaciones completas que padecen aflicciones ligadas a un hecho traumático -y traumatizante-. Todo esto deteriora la posibilidad de desarrollo y plena realización. 

Un método adecuado para devolver la salud deteriorada es propiciar la palabra ahí donde hay silencio y olvido. La palabra, en ese sentido, es liberadora. 

Cuando las excitaciones se tornan inmanejables, cuando se supera la tolerancia, hay una ruptura en el equilibrio psicológico. El “aparato psíquico” (tomando una vieja idea freudiana), cuya función es mantener la constancia del sujeto, hace síntoma, siendo éste el intento de defenderse de esa carga excesiva. Solamente rastreando la historia que llevó a esa situación, poniendo en palabras y recuperando el tejido donde aparece el “cuerpo extraño” desestabilizador, así se puede reparar el daño ocasionado a la organización psicológica. Hablar sobre el hecho traumático, desenmascararlo, recuperar la historia que quedó elidida tras él; en otros términos, buscar la verdad en el más puro sentido de los griegos clásicos: alétheia -des–ocultamiento-, ese es el método psicoterapéutico que puede ayudar a superar el trastorno ocasionado por esa conmoción.

¿Por qué la palabra es terapéutica? Al hablar, y más aún, dado cierto encuadre que favorece una situación de intimidad, el sujeto afectado puede des-ocultar, puede saber algo que, inconscientemente, prefiere ignorar. El hecho traumático es displacentero; la dinámica intrapsíquica tiende a desconocerlo para evitarse angustia. La neurosis traumática es una construcción que intenta mantener a raya la aparición de ansiedad ligada a ese hecho perturbador; pero en su intento consume una enorme cantidad de energía y desvía al sujeto de la posibilidad de gozar más plenamente su vida. La palabra que reconstruye la trama significativa en que aparece el trauma puede reencauzar esa energía destinada a olvidarlo (olvido que es siempre parcial: lo reprimido retorna como síntoma). Así, hablando, se accede a una verdad que, aunque dolorosa, posiciona más sanamente al sujeto.

La experiencia de trabajo con diversas poblaciones víctimas de algún tipo de violencia enseña que el grupo de pares, de aquellos que sufrieron el mismo padecimiento, es una instancia muy adecuada para desarrollar un abordaje terapéutico. Gente que se une por un problema en común, que busca una respuesta a ese hecho violento compartido; grupo de autoayuda se lo llama. Gente que hablando sobre su historia, sobre un hecho que los marcó particularmente, puede encontrar alternativas sanas para seguir viviendo. 

Cualquier expresión de violencia, pero en especial la violencia política, deja profundas y muy especiales marcas en quien la padece; los países de Latinoamérica, lamentablemente, saben mucho de esto. La herencia monstruosa de estos últimos años sigue viva. Víctimas que no encuentran explicación lógica al por qué un día su vida se vio conmocionada de una forma atroz. La salud mental está estrechamente vinculada a los procesos sociales y organizativos de la comunidad. Terminados los procesos violentos donde tuvieron lugar los hechos traumáticos, la mejor manera (¡la única!) en que la población afectada por ese horror silenciado puede recomponer su salud afectada es iniciando un proceso de revisión y recuperación de su historia dormida. La comunidad juega un papel decisivo en esto. La salud mental, así entendida, no es un campo de acción específico de especialistas -sin dejar de reconocer que los técnicos tienen mucho que aportar al respecto-. Es, ante todo, un derecho humano de la población. No puede haber salud mental, óptima calidad de vida, mientras la gente no pueda decir qué pasó.

¡El silencio no es salud!


Bibliografía

Carrino, L. “Salud Mental Comunitaria: nuevos enfoques”. Roma, 1991.

De Roux, G. “La participación social en los programas de salud mental en la comunidad - OPS/OMS”. Washington, 1992.

ECAP. "Psicología Social y Violencia Política". Guatemala: ECAP. 1996

Freud, S. “Sobre las neurosis de guerra”, en Obras Completas, Tomo III. Madrid, 1973.

------------- “Más allá del principio de placer”, en Obras Completas, Tomo III. Madrid, 1973.

Hiegel, J-P y Hiegel-Landrac, C. “Vivre et revivre au camp de Khao Y Dang. Une psychiatrie humanitaire”. Paris, 1996.

Laplanche, J. y Pontalis, J-B. “Diccionario de psicoanálisis”. Barcelona, 1971.

Lima B. “La atención comunitaria en salud mental en situaciones de desastres - OPS/OMS”. Washington, 1992.

Radda Barnen de Suecia. "Restaurando la alegría. Diferentes enfoques de asistencia a la niñez psicológicamente afectada por la guerra". Estocolmo: Ed. Radda Barnen de Suecia. 1996

viernes, 25 de marzo de 2016

GUATEMALA.- Del Ejército a las calles, la pena de muerte y otras irracionalidades

Por Marcial Rivera
Los ejércitos en Centroamérica han estado siempre al servicio de los grupos oligárquicos. Para nadie es un secreto que, durante el conflicto armado interno, los mismos se dedicaron a reprimir a la población, a masacrar comunidades enteras, pero además a reprimir abiertamente a dirigentes sindicales, estudiantes, y otros líderes. En la región se cometieron muchos crímenes que al día de hoy continúan en la más abierta y descarada impunidad.
La inseguridad -luego de finalizada la guerra interna en Guatemala- se agudizó, y llegó a tal grado de convertirse en un problema nacional. Se formaron los primeros nichos de crimen organizado y de las grandes pandillas que existen en la actualidad. Las primeras pandillas en Centroamérica comenzaron a inicios de la década de los noventas, alimentadas en algunos casos por miembros del ejército. Se han ido nutriendo de distintas fuentes para crecer, y llegar a tener los niveles de poder que poseen, controlando comunidades enteras, sobre todo en los barrios marginales en las áreas urbanas.
Fuera de las manos
Para nadie es un secreto que la situación de inseguridad se ha salido de las manos. Una de las promesas emblemas del gobierno anterior fue precisamente ‘la mano dura’, que solucionaría los problemas de inseguridad que se viven, extorsiones, sicariato, narcotráfico, crimen organizado y un sinfín de problemas más. Este tipo de noticias acaparan los titulares de distintos medios de comunicación, y alimentan el imaginario ciudadano sobre la situación de la inseguridad en Guatemala, de la que se benefician algunos sectores de la sociedad, entre otros, las empresas de seguridad que lucran de esto.
Indudablemente la política implementada en Guatemala, se replica en El Salvador, la de acentuar los niveles de violencia e incrementar el muertómetro, para que la sociedad entre en pánico y que sea la misma la que pida que el ejército retorne a las calles. Parte de ese imaginario es una mayor represión por parte de las fuerzas de seguridad pública hacia miembros del crimen organizado, lo que pasa por el uso del ejército en las tareas de seguridad pública, para combatir y desmantelar a estos grupos, que mantienen en zozobra a la población, para lo que ya se ha intentado usar al ejército en tareas de seguridad. No obstante, no se han dado los resultados esperados, porque el ejército, en el ánimo de combatir la violencia, se ha extralimitado en sus funciones, violando derechos humanos.
Algunos grupos con intereses específicos se encuentran detrás de la estrategia de militarización de la seguridad pública, es muy complicado que cualquier persona tenga conocimientos específicos para armar una bomba y activarla a distancia, esto solo demuestra que los atentados perpetrados en los últimos días, son totalmente atípicos.
Luego de la firma de los acuerdos de paz, las filas del ejército fueron disminuidas, sobre todo, durante los gobiernos de Alfonso Portillo, y Oscar Berger, esto como parte del cumplimiento de los mismos. La constitución define las funciones que debe tener el ejército, y que debe cumplir. Entre otras, plantea la defensa del territorio, y de la soberanía, de manera que no tiene como una de sus funciones participar en tareas de seguridad pública.
Estados de excepción
En otro orden de ideas, cabe mencionar que, en Guatemala, se han aplicado estados de excepción, que han restringido algunos derechos humanos básicos de la población, y también libertades civiles; lo que ha sucedido es que los mismos han servido para perseguir políticamente a personas que se consideran como enemigos con la excusa de que se trata de criminales.
Pena de muerte
La pena de muerte no resolverá nada, no es una prerrogativa que como tal, suponga la disminución de todos los crímenes. El gobierno quiere reactivar la pena de muerte para tener un mayor control sobre la población, porque las condiciones de inseguridad actual limitan el enriquecimiento de los grupos oligárquicos, las condiciones de explotación no son plenas para este propósito.
Hay posiciones encontradas entre distintas autoridades que tienen un poder de decisión importante en materia judicial. La tendencia mundial en relación a la pena de muerte, es precisamente su total abolición. ¿Qué debería hacerse para combatir el crimen? Apostarle a la educación, que tendrá resultados a largo plazo, y además prevenir el delito, apostarle al arte y la cultura, lo que no será posible, mientras gobiernan quienes gobiernan.

Originalmente publicado aquí.

Guatemala: Entrevista a Thelma Cabrera, dirigente campesina


“La energía eléctrica, que ha sido privatizada, se hace así casi un bien de lujo para el pueblo”

Marcelo Colussi

En Guatemala, como en todos los países latinoamericanos en estas últimas décadas, los planes neoliberales impulsados por los grandes bancos privados -representados por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial- lograron privatizar todos los servicios básicos, otrora de los Estados nacionales. En la gran mayoría de los casos, quienes compraron esas empresas públicas malvendidas a precios de liquidación, fueron grandes corporaciones transnacionales. De esa cuenta energía eléctrica, agua potable, telefonía, recursos minerales, carreteras, puertos, aeropuertos, ferrocarriles, líneas aéreas y en alguna medida también salud y educación, pasaron a ser mercaderías vendidas al consumidor a precios exorbitantes, olvidándose de las necesidades populares y pensando solo en términos de renta capitalista. Los servicios públicos, de subsidiados, se convirtieron en bienes casi de lujo para la gran mayoría de economías hogareñas. Las protestas ante esa ola de privatizaciones no se hicieron esperar. En algunos casos, como en Venezuela (con el famoso Caracazo), fueron el motor que puso en marcha la posterior Revolución Bolivariana. En otros, siguen siendo motivo de luchas populares el día de hoy.
En Guatemala, la lucha por la nacionalización de la energía eléctrica tiene ya años, aunque para la prensa comercial eso está prácticamente invisibilizado. El mito del “progreso” que traería la privatización del servicio eléctrico es simplemente eso: mito. A dos décadas de la privatización, Guatemala tiene el servició más caro de la región centroamericana, y en el caso de la provisión de fluido eléctrico en la zona rural, en algunos casos los cobros son desproporcionados, llegando a costar alrededor del 20% del salario básico.
Thelma Cabrera, campesina maya-mam, dirigente de la Coordinadora de Desarrollo Campesino -CODECA- de 42 años de edad, es una de las más tenaces luchadoras en este tema. “Siempre he odiado las humillaciones a las que los campesinos estamos sujetos. De ahí me surge esta ira que llevo dentro y que es el motor de mi lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, por oportunidades para la gente del campo, por la nacionalización de la energía y por la tierra”, había declarado vez pasada. Pudimos entrevistarla recientemente y, convencida que “La derecha solo representa a un grupito. Los del pueblo somos más. Sé que un día la gente va a despertar”, tal como alguna vez se expresó, esto fue lo que nos dijo.
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1.    ¿Por qué se criminaliza la protesta del movimiento campesino?

En este caso puntual de la energía eléctrica nos criminalizan porque estamos señalando las violaciones que comete el sistema capitalista. Cuando hablamos de nuestros derechos como la tierra, el agua, el derecho a la energía eléctrica, y de igual modo el salario justo, el derecho a la salud o la educación, ahí empiezan a criminalizarnos y señalarnos de terroristas. Pero en realidad nosotros simplemente estamos defendiendo nuestros derechos elementales. Ahora bien: si los reclamamos, con toda la justicia que nos ampara, el Estado inmediatamente sale a criminalizarnos, y criminaliza a los movimientos populares. Reclamar ahora por la energía eléctrica es nuestro derecho. ¡No estamos pidiendo nada que no nos corresponda!

2.    El año pasado tuvo un eco llamativamente significativo toda la manifestación anticorrupción urbana, más ligada a una perspectiva de clase media, pero la protesta campesina en defensa del territorio o de otras demandas puntuales, como la protesta por la privatización de la energía eléctrica, se la difunde con un perfil bajo, o se la minimiza. ¿Por qué?

Dentro de los movimientos de protesta con una clara posición ideológica, como son los movimientos campesinos y de protesta contra todos estos atropellos contra las condiciones elementales de vida como es el caso de los cobros abusivos e ilegales de la energía eléctrica, por supuesto que hay una intención de la derecha de silenciarnos, de desprestigiarnos y callarnos. Como no tenemos acceso a la prensa comercial, como no tenemos mayor eco en los medios masivos de comunicación, poco se ve lo que hacemos como movimiento campesino. La prensa comercial no difunde las injusticias que hay en nuestro país, porque ellos mismos son parte del sector poderoso que maneja las cosas. Y ahí viene nuestra criminalización. Por ejemplo en Canal Antigua nos tratan todo el tiempo de ladrones. Por eso mismo tenemos que ser nosotros los que difundimos nuestras marchas, nuestros mensajes, porque ningún medio comercial va a querer difundirnos. Y mucho menos, van a querer difundir y hacer públicas las demandas que levantamos. En este momento, junto a tantas otras demandas que levantamos como movimiento campesino, estamos peleando por los servicios básicos, como la energía eléctrica, que ha sido privatizada y se hace así casi un bien de lujo para el pueblo. Decir todo eso por supuesto que no le conviene a los medios comerciales, por eso nos satanizan, nos criminalizan, tergiversan las cosas.

3.    ¿En necesaria, o imprescindible, una reforma agraria hoy día?

Sí, por supuesto que sí. Eso es muy importante, pero tenemos claro que eso va a llevar un largo proceso, porque bajo este sistema capitalista no va a ser posible. Lo vemos con esta criminalización, persecución, encarcelamiento y asesinato de defensores populares cuando simplemente estamos defendiendo derechos. Si eso sucede cuando levantamos nuestras reivindicaciones por temas como la energía eléctrica, plantear una reforma agraria el sistema de ningún modo lo va a permitir. Por eso, como movimiento, lo estamos planteando como proceso de Asamblea constituyente plurinacional y popular, donde los pueblos tenemos derechos legítimos para contemplarlo. En estos momentos esos derechos primarios no se respetan; derechos como la salud, la educación y otros tantos que deberían ser algo normal, no se respetan. Por eso nos organizamos y salimos a protestar. En ese sentido, por supuesto que sí, una reforma agraria es importante. Veamos el tema de nuestra alimentación, de la soberanía alimentaria: si tenemos un pedazo de tierra podemos producir nuestros alimentos. Pero en la actualidad la Madre Tierra ha sido secuestrada y está en manos de unos pocos, por eso en las comunidades muchos se mueren porque no tienen qué comer, no hay salarios dignos. Por todo eso una reforma agraria sí sería muy importante.

4.    ¿Por qué las explotaciones extractivas (empresas mineras, hidroeléctricas, monocultivo para agrocarburantes) siguen actuando tan impunemente en el país?


Porque hay una complicidad del gobierno con las grandes empresas transnacionales. Las licencias mineras y toda la privatización de los servicios básicos es algo que va de la mano del sistema capitalista. Por eso cuando nosotros lo denunciamos y salimos a protestar, somos perseguidos, encarcelados, asesinados en muchos casos. Por eso es que estas empresas transnacionales, también como es el caso de las que están ligadas al negocio de la energía eléctrica, actúan libremente sin que el Estado actúe contra ellas, aunque sean violadoras de los derechos humanos. En ese sentido, si el Estado sigue comportándose de esa manera, las empresas seguirán matándonos como pueblo y como defensores de derechos humanos. 

Fórmula 1: ¿deporte? *



Marcelo Colussi

            “Los pilotos ganan bien. Y en los otros deportes es igual, los mejores son los que reciben más dinero” declaró el campeón mundial Lewis Hamilton, primer piloto afrodescendiente de la historia de este ¿deporte?
            La Fórmula 1 Internacional es en estos momentos uno de los espectáculos mediáticos más fascinantes, moviendo las mayores cantidades de dinero y concitando la atención de millones en todo el planeta. Distinto a otras expresiones deportivas marcadamente elitescas (golf, polo, equitación), si bien su práctica es materialmente imposible para el común de la gente –aquí no puede haber aficionados– tiene seguidores en todas las capas sociales, ricos y pobres de los cinco continentes. También, como todos los deportes profesionalizados, ha construido un círculo cerrado con valores y códigos propios, con su público, sus mitos, sus héroes. Por otro lado, lo que está en juego es un ícono sin par del mundo moderno: ¡el automóvil!






            En su estructura se repite a cabalidad la estructura misma del mundo capitalista al que pertenece: todo el circo está armado conforme a la más rigurosa clave empresarial que ha regido el mundo en estos últimos dos siglos, que dio lugar a la industria destructora del medio ambiente, que se basa en el “triunfo” de unos pocos sobre las grandes mayorías (“los mejores son los que reciben más dinero”), que ve en la victoria individual a cualquier costo la llave maestra de la vida.
            Las carreras de Fórmula 1 repiten calcadamente la historia dominante en el mundo, más que ningún otro deporte: es una actividad dirigida por blancos, anglosajones en especial, primermundista (los Grandes Premios en los “exóticos” países del Sur son un regalo de la metrópoli, y no pasan del gran evento de un día de fiesta, sin aportar absolutamente nada para un posterior desarrollo). Es machista (no hay en toda su historia, salvo rarísimos casos ocasionales, pilotos mujeres. A propósito: las mujeres también manejan automóviles fuera de las pistas, y según cifras estadísticas internacionales, en promedio chocan menos que los varones). El lugar de las mujeres en la Fórmula 1 pareciera confinado a ser modelos atractivas que se pasean antes de la largada por los pits para las cámaras de televisión y solaz de los ojos masculinos.
            Los pueblos y países pobres del mundo no tienen cabida en el selecto club de la Fórmula 1. En todo caso están confinados a ser espectadores, y eventualmente consumidores de los productos que el circo propagandiza: automóviles, autopartes, neumáticos, gasolinas y aceites lubricantes, etc. Así como, también, consumidores de otro producto propagandizado por el circo: los valores del consumismo, del triunfalismo, la entronización del ganador, valores todos que la gran masa de espectadores recibe acríticamente.
            Así como en su tejido íntimo están presentes todos estos valores de una sociedad clasista (que la lógica del capital alienta abiertamente como positivos, sanos y necesarios), también lo están aquellos no presentables en público, aquellos que, sabiendo que hacen parte de la dinámica diaria del mundo, no son “políticamente correctos” –pero que definen las cosas–: en la Fórmula 1 también hay espionaje industrial, mafias extradeportivas que manejan el “negocio” del circo con los mismos mecanismos de cualquier mafia, golpes bajos, traiciones y sabotajes. Es, en definitiva, un espejo del mundo de la empresa privada en versión colorida y ajustada a los códigos de la peor y más despiadada manipulación mediática: lo importante es ganar, mostrar un mundo de ensueño, entronizar al “number One”.
            Lo que inocentemente declaraba Hamilton respecto a “los mejores” es una palmaria verdad: el deporte profesional, ya desde hace largas décadas, dejó de ser deporte para transformarse en gran negocio y herramienta de manipulación ideológico-cultural de las grandes mayorías. El automovilismo deportivo no podría escapar a ello, menos aún su categoría reina, la Fórmula 1 Internacional.
            ¿Qué hacer entonces? ¿Acaso sería remotamente posible pensar que en una sociedad distinta pudiéramos seguir entronizando el fetiche del automóvil individual y destruyendo nuestro planeta quemando irresponsablemente combustibles fósiles no renovables? En realidad la Fórmula 1 no es, en sí misma, el problema; ella no es más que el reflejo de un mundo desequilibrado e injusto. El problema es ese desequilibrio y esa injusticia, y si de algo se trata es de arreglar eso. La humana necesidad (y deseo placentero) de descargar adrenalina –manejando un bólido a 350 km. por hora, o viéndolo en una pantalla de televisión– deberá ser resuelta de alguna otra manera más útil socialmente, y menos nociva para el colectivo y para el planeta.



* Material aparecido originalmente en Plaza Pública el 21/3/16.

viernes, 18 de marzo de 2016

Elecciones en Estados Unidos: Homero Simpson manda



Marcelo Colussi
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Estados Unidos, como gran potencia imperial que es, se arroga el derecho de decir lo que es bueno y malo para el mundo. Ningún otro país tiene el descaro de “premiar” (certificar) o “castigar” (descertificar) a otro en nombre de supuestos valores universales. Durante todo el siglo XX, y más aún a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, se erige como el gran poder que decide lo que pasa a escala planetaria: su punto de vista pasó a ser la vara con que se mide el mundo. El siglo XXI, al menos de momento, no parece haber cambiado mucho en esta tendencia. 

Hoy día su economía no está floreciente como décadas atrás; pero lejos se encuentra de la bancarrota. Si alguien piensa que el imperio está cayendo, se equivoca profundamente. Estados Unidos sigue marcando el ritmo, y si bien la coyuntura internacional no es la misma que la de la Guerra Fría, su potencial aún es ampliamente dominante. Pero que domine no significa que tenga la razón. 

Estados Unidos, como gran potencia económica, política, cultural y militar, tiene una población sojuzgada y manipulada como el más atrasado país del Tercer Mundo. Por supuesto que entre sus más de 300 millones de habitantes hay de todo; sin embargo, en términos generales, el ciudadano medio estadounidense está perfectamente retratado por el personaje de Homero Simpson.



Vulgar, absolutamente desinteresado por lo político-social, con una mentalidad centrada en el consumo y el hedonismo ramplón, convencido del “destino manifiesto” de los wasp (white, anglosaxon, protestant: blanco, anglosajón y protestante) como figura supremacista del país, repitiendo acríticamente la visión hollywoodense de “vaquero bravucón” que atropella “salvajes indios” que representan un “obstáculo” para el progreso, el personaje de marras pinta la conciencia del votante promedio de esta nación. 

Es por eso que el candidato republicano Donald Trump puede ir punteando en las expectativas de voto dentro de su partido. El magnate con aspiraciones presidenciales habla el mismo lenguaje que habla Homero Simpson: autoritario, machista, sexista, racista. Es decir: lo mismo que por décadas legó Hollywood, inundando las cabezas de los estadounidenses sin mayores posibilidades de disenso. Su posesión de miles de millones de dólares no altera un milímetro los prejuicios en juego. 

Trump denigró a los mexicanos (y por su intermedio a todos los latinoamericanos), y al hacerlo ganó su popularidad inicial. Luego ultrajó a los musulmanes y esa popularidad subió notablemente. Más adelante faltó al respeto a una distinguida periodista al contestar su pregunta haciendo alusión al período menstrual de ésta y –contrario a lo que podría suponerse– la simpatía de las mayorías republicanas hacia el presidenciable subió aún más. Luego se burló de la discapacidad de un opositor parapléjico, y su celebridad continuó en ascenso.

La serie de atropellos y abusos siguió; recientemente hizo una clara y explícita referencia al tamaño de sus órganos genitales y –para sorpresa de todos– sus adeptos le aplaudieron delirantes y su “prestigio” volvió a acrecentarse.

No pretendemos con este breve escrito hacer un pormenorizado análisis de las perspectivas políticas que se mueven para las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos. La intención –mucho más modesta– es llamar la atención de por qué un mensaje tan alejado de la “corrección política” como el de Donald Trump puede atraer tantos adeptos. 

¿De dónde salió eso del “amor” por la libertad y la democracia del pueblo estadounidense? Sin dudas, eso es producto de una refinada manipulación mediática que ha hecho creer, a Homero Simpson y al mundo entero, que tales valores son los dominantes dentro del país del Norte. Pero lo que está sucediendo con el meteórico ascenso de Trump muestra la verdadera cara de la situación: Estados Unidos está construido sobre la base de un autoritarismo descarado y un consumismo barato. Y el votante promedio –perfectamente pintado por la caricatura de marras– más que un defensor de causas universales es un superficial consumidor, marcado por un espíritu conservador, rayano en el fascismo. 

miércoles, 9 de marzo de 2016

Vigencia del marxismo



Marcelo Colussi

“No se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva…. Nuestro grito de guerra ha de ser siempre: ¡La revolución permanente!

Carlos Marx, Mensaje a la Liga de los Comunistas, 1850.

I

“El Amo tiembla aterrorizado delante del Esclavo porque sabe que, inexorablemente, tiene sus días contados”. Esta frase, que no es exactamente de Hegel pero que lleva su cuño, es la fuente inspiradora del joven Marx. Las luchas de clases son el motor de la historia: la Dialéctica del Amo y del Esclavo que esbozara Hegel en su Fenomenología del Espíritu sigue siendo de una precisión meridiana. La simple constatación de nuestro mundo circundante nos pone en contacto con cotidianas luchas a muerte en torno al poder. La conclusión de Marx a partir de esa inspiración no podía ser otra: el mundo está injustamente estructurado, y el trabajo de las grandes mayorías sostiene los privilegios de unos pocos. Por tanto: es hora de transformar ese estado de cosas.


El materialismo histórico y el materialismo dialéctico, comúnmente conocidos como “marxismo” –término que el mismo Marx denostaba, por el culto a la personalidad que lleva aparejado– son una potentísima corriente de pensamiento crítico como pocas veces se encuentra en la historia. Su fuerza es conmovedora: las verdades que saca a luz, las miserias que denuncia, la propuesta transformadora que encarna, son todos elementos que tienen una vigencia plena más de siglo y medio después que fuera formulado.

¿Está muerto el marxismo, o es un pensamiento vigorosamente vigente? Si tantas críticas recibe, eso ya indica algo: “Ladran Sancho, señal que cabalgamos”, como dicen que dijo Cervantes en El Quijote. Ladran, y ladran estruendosamente los poderes, pues lo que instaura ese pensamiento y el llamado revolucionario que formula no han “pasado de moda”.

Sigmund Freud dijo en algún momento que tres son las grandes heridas que produjo al narcisismo el pensamiento crítico (pensando en grandes formulaciones occidentales): la revolución astronómica de Nicolás Copérnico –que sacó al planeta Tierra del sitial de honor en tanto centro del mundo, para convertirlo en un planeta más que gira en tono al sol–, la teoría de la evolución de Charles Darwin –por cuanto hace del ser humano un producto de procesos adaptativos al medio, descentrándolo de su categoría de ente supremo de una pretendida creación divina– y el psicoanálisis, que muestra que no somos solo conciencia racional, puesto que en muy buena medida estamos atados a determinaciones inconscientes no voluntarias (“No somos dueños en nuestra propia casa”). La subversión teórica que plantea el marxismo es similar, o incluso mayor.

Es mayor, por cuanto no solo rompe paradigmas sino que abre la posibilidad de una transformación social radical. El pensamiento marxista es una llave teórica para llevar a cabo grandes cambios en la estructura social.

El discurso de la derecha, obviamente conservador, intenta por todos los medios mantener el estado de cosas actual. Dicho en otros términos: intenta mantener sus privilegios. El marxismo es la denuncia volcánica de los mismos, conseguidos a partir de una injusticia de base. Tamaño pensamiento revolucionario no puede tener medias tintas. Lo que intenta cambiar es de una envergadura distinta a las heridas narcisistas que apuntaba Freud: aquí está en juego la roca viva del poder. Como dice el epígrafe que seleccionamos: “No se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva”. Eso, por supuesto, asusta, desespera a quienes lo detentan actualmente. Lo que está en juego es un cambio radical en la forma de establecer las relaciones entre los seres humanos. Por eso, quienes hoy ocupan el lugar de privilegio, harán lo imposible por evitar cualquier cambio. La crítica visceral al marxismo es vital para mantener el estado de cosas.

Esa crítica se dirige hacia la teoría, pero más aún, a su puesta en práctica. De hecho, las ideas marxistas ya cobraron vida en varios puntos del planeta a lo largo del siglo XX. Rusia, China, Cuba, entre los lugares más connotados, son la expresión patente de su viabilidad. ¿Qué pasó ahí? ¿Fracasaron las ideas revolucionarias? En todos los casos, países que transitaron por la senda del socialismo, es decir: que construyeron sus proyectos de sociedad a partir de los ideales marxistas, tuvieron enormes avances sociales. Nadie puede negar que del atraso comparativo, de la miseria y la super explotación que los caracterizaba, todos estos países mejoraron sustancialmente sus condiciones de vida, pasando a tener desarrollos que superaron en muchos casos a las potencias capitalistas. El hambre, la exclusión social, la ignorancia y las injusticias comenzaron a desaparecer.

El discurso de la derecha verá en todas estas experiencias “dictaduras sangrientas”, contrapuestas al pretendido reino de la libertad que prima en las democracias capitalistas. Sin dudas los primeros pasos dados por estas iniciales experiencias socialistas tuvieron, junto a los grandes éxitos, también grandes problemas, grandes falencias que deben ser revisadas críticamente. El escándalo de la Inquisición no hizo que los cristianos abandonaran los valores y las propuestas del Evangelio. Del mismo modo, el fracaso del socialismo en el este europeo no debe inducir a descartar el socialismo del horizonte de la historia humana”, razonaba acertadamente Frei Betto. La burocracia, el afán de poderío, las diversas mezquindades humanas (machismo, racismo, autoritarismo, doble discurso) son la argamasa de la que estamos hechos todos: ¡también los socialistas! Las experiencias burocráticas y autoritarias del socialismo real, fundamentalmente de lo visto en el área soviética, no desacredita el revolucionario y subversivo pensamiento marxista. Por el contrario, puede decirse que lo ratifica, pues un cambio genuino nunca termina, dado que lo humano es ese proceso de transformación perenne.

¿Por qué decir hoy, entrado el siglo XXI y con experiencias socialistas que se han revertido, que el marxismo sigue siendo vigente? Porque los motivos que lo generan siguen estando presentes.

II

No se trata de un mero capricho, de un fanatismo fundamentalista o de una cuestión de nostalgia reivindicar el marxismo. Las causas estructurales que provocan la injusticia de la sociedad global no han cambiado en lo sustancial. La explotación del hombre por el hombre, el trabajo alienado, el enfrentamiento a muerte de clases sociales, el saqueo y explotación inmisericorde de los más a manos de minorías privilegiadas, todo ello continúa siendo el motor de las sociedades. Las injusticias van cambiando a través del tiempo, toman nuevos rostros, se reciclan. Pero no han desaparecido.

Una inmensa mayoría planetaria no goza aún de los beneficios del portentoso desarrollo tecnológico que alcanzó nuestra especie. Pese al mismo, y disponiendo de la cantidad de comida necesaria para alimentar bien a toda la población mundial, el hambre sigue siendo un flagelo dramáticamente presente, provocando un muerto cada 4 segundos a escala planetaria. Del mismo modo, otras miserias son elemento cotidiano: el analfabetismo, la falta de acceso a servicios básicos, la ignorancia supersticiosa, el machismo patriarcal. En otros términos: la dialéctica del Amo y del Esclavo. Se llega al planeta Marte pero no se puede resolver el hambre… Evidentemente, algo anda mal en ese modelo. El marxismo es su denuncia radical. ¿Qué es lo que fracasa: el marxismo o el modelo social viegente?

Por supuesto que el Amo (la clase dominante) sabe que sus privilegios vienen de la explotación en juego. Lo sabe, y se prepara día a día, minuto a minuto para que eso no cambie. El marxismo, por el contrario, es el llamado a ese cambio. ¿Fracasó entonces como propuesta de transformación?

Resultaron cuestionables –cuestionables en parte, porque también hubo grandes logros– las primeras experiencias socialistas. Ello no significa que las causas de la injustica, que son las que ponen en marcha el radical pensamiento revolucionario de Marx, hayan desaparecido. En ese sentido, el marxismo en tanto expresión de ese espíritu de cambio, sigue vigente, profundamente vigente. Si la derecha, en cualquiera de sus expresiones, ve en él un peligro, eso es altamente significativo. Significa, en concreto, que su denuncia y su apelación al cambio horrorizan a la clase dominante.

La horrorizaron en el momento en que aparece, digamos 1848 con el Manifiesto Comunista. Sigue horrorizándola ahora, pese al mal sabor que pueden haber dejado los primeros balbuceos del socialismo (que continuó aún con un perfil autoritario y no-crítico). En síntesis: a la clase dominante le hace recordar que las fuerzas de cambio siguen estando siempre esperando para levantar la voz. El Amo tiembla aterrorizado delante del Esclavo porque sabe que, inexorablemente, en algún momento este último abrirá los ojos. En tal sentido, sabe que tiene sus días contados, por eso hace lo imposible para extender sus privilegios. Todos los mecanismos de control (militares, culturales, político-ideológicos) no son sino formas de prolongar esa dominación.

A la luz de lo acontecido en estas últimas décadas, con la reversión de grandes experiencias socialistas como la rusa y la china, el discurso conservador canta victoria. De ahí que, inmediatamente después de la caída del Muro de Berlín, un ideólogo como Francis Fukuyama pudo proferir su grito triunfal: “La historia ha terminado”. Pero no hay falacia más grande que esa: la historia continúa su marcha –sin que se sepa bien hacia dónde va–. Continúa, y sigue moviéndose por la eterna, interminable lucha de contrarios. La dialéctica, en tanto incesante choque de opuestos, no es un método de análisis de la realidad, dirá Hegel, idea que retoma luego Marx. La realidad misma es dialéctica: cambia, se transforma continuamente.

Negar eso es querer desentenderse de la realidad. Pero la realidad es tozuda, obstinada, y siempre se nos impone. La realidad es cambio permanente, a partir del choque de contrarios que se patentiza en la lucha de clases y en otras luchas igualmente trascendentes: de género, étnicas, etáreas, culturales, etc.

A partir de la caída de las primigenias experiencias socialistas la derecha cantó exultante el fin del marxismo, la inviabilidad de las tesis que alientan el ideario socialista. Ahora bien: el marxismo no es sino la expresión teórica de esa lucha. ¿Se acabaron esas luchas? Obviamente no, aunque hoy esté en retroceso. A partir de eso, la “moda” dominante busca limar las luchas presentando la “civilizada” idea de “resolución pacífica de conflictos”. Así, de Marx pasamos a Marc’s: métodos alternativos de resolución de conflictos. Pero, con sinceridad: ¿se pueden resolver pacíficamente los conflictos sociales para lo que la derecha responde con bombas, aviones y misiles? ¿Qué será posible negociar ahí?

Las causas que generan las luchas de clases ahí siguen vigentes. ¿Terminó acaso la explotación? ¿Terminaron acaso la exclusión social de grandes mayorías, la propiedad privada de los medios de producción cuyos dueños los defienden a muerte, la explotación y la consecuente miseria de tantos y tantos? El marxismo es una chispa que busca el cambio de todo eso. ¿Cómo podría decirse que eso no sigue vigente?


En tal sentido, el marxismo sigue más vigente que nunca.