jueves, 31 de julio de 2014

Estado de Israel: una base USA en Medio Oriente



Marcelo Colussi

En el campo de las ciencias psicológicas existe un principio que dice: "ahora se repite activamente lo que antes se padeció pasivamente". En términos epistemológicos las transpolaciones no siempre son recomendables; a veces, incluso, pueden producir monstruos teóricos. Las realidades sociales no pueden explicarse en virtud de conceptos válidos para el ámbito individual. La psicología social, sin embargo, es uno de esos campos donde lo micro puede revelar el universo macro.
           
El pueblo judío ha sido, desde el legendario éxodo bíblico, un colectivo marcado por la exclusión, la persecución, el escarnio. Proceso milenario que concluye con el Holocausto a manos de la locura nazi, donde murieron seis millones de sus miembros, es decir, alrededor de una tercera parte de su población mundial en ese entonces. Sin ningún lugar a dudas, su historia como pueblo ha sido una de las más sufridas en la humanidad.
           
Hoy día el Estado de Israel lleva a cabo una política de terrorismo y agresión pavorosa; nada, absolutamente nada lo puede justificar, y las tropelías que comete contra el pueblo palestino son tan atroces como las que sufrieran los judíos en los campos de exterminio de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué ha pasado ahí? ¿Cómo puede explicarse esta mutación tan asombrosa en tan poco tiempo? ¿Es cierto que se repite activamente lo que se padeció pasivamente? "Los árabes", ha expresado el ultraderechista actual mandatario israelí Ariel Sharon, "sólo entienden la fuerza, y ahora que tenemos poder los trataremos como se merecen"; "y como solíamos ser tratados", agregó con mucha perspicacia el politólogo palestino-estadounidense Edward Said.

El Premio Nobel José Saramago dijo en algún momento que "Israel está haciendo perder el capital de compasión, de admiración y de respeto que el pueblo judío merecía por los sufrimientos por los que pasó. Ya no son dignos de ese capital". Afirmación fuerte, excesiva quizá. No se puede decir que "el pueblo judío" está llevando adelante esta política (política de Estado que pretende consolidar una ocupación permanente sobre los territorios palestinos que Israel ilegítimamente anexionó con violencia en 1967 y que, pese a una enorme cantidad de resoluciones de Naciones Unidas, se niega a abandonar. Política que se ha profundizado con los programas de asentamientos de colonos israelitas en el territorio ocupado, con la construcción de un muro para asfixiar la viabilidad futura de Palestina y, finalmente, con la sistemática comisión de asesinatos selectivos a los que cada vez nos tiene más acostumbrados, donde campea exultante la más odiosa impunidad). Es el elenco gobernante el responsable de todo esto. Y se podría agregar que lo es, en el marco de una connivencia del imperialismo estadounidense, que hace de Israel su punta de lanza en Medio Oriente. También hay voces judías que piden terminar con esta locura militarista, con la política anexionista, sectores que buscan una paz genuina.


           
Una visión tendenciosamente simplificada –y maniquea– de la situación de esta región del planeta pretende hacer ver la lucha entre judíos y árabes como consustancial a la historia. Pero en verdad este conflicto no es religioso, ni tampoco racial, por cuanto los palestinos son tan semitas como los judíos y durante siglos han convivido en paz. Es un conflicto de proyectos estratégico-militares, internacional y territorial, con grandes intereses económicos de por medio, y que se anuda con vericuetos psicosociales muy complejos donde no está ausente algún mecanismo por el que las históricas víctimas juegan ahora el papel de victimarios (¿su venganza como pueblo?)
           
Desde su nacimiento como estado independiente el 14 de mayo de 1948, la historia de Israel no ha sido sencilla. En realidad, si bien amparándose en el deseo histórico de un pueblo paria de tener su propio territorio, surge más que nada como estrategia geoimperial de las grandes potencias occidentales, Gran Bretaña y Francia entre las principales, con los intereses petroleros como trasfondo. La vergüenza, la admiración y el respeto que hizo sentir el Holocausto de seis millones de judíos, preparó las condiciones para que ese nacimiento pudiera tener lugar. Una "compensación histórica", podría decirse.
           
En un primer momento Israel no jugó el papel que actualmente se le conoce; por el contrario, trató de mantener una política de neutralidad entre los bloques de poder. Pero ello duró poco; para comienzos de los 50 comienza a alinearse con una de las potencias que libraban la Guerra Fría: los Estados Unidos, y la doctrina de la neutralidad es desechada. En 1951 el premier israelí David Ben Gurión propuso secretamente enviar tropas de su país a Corea del Sur como ayuda a la guerra librada por Washington contra la pro soviética Corea del Norte. Pero durante la década de 1950 Estados Unidos no estaba interesado en fomentar la inestabilidad del Medio Oriente, cuyas principales zonas de interés coincidían con los intereses inmediatos del mayor grupo petrolero norteamericano en el Golfo Pérsico y en la Península Arábiga. Por eso en esa época los aliados estratégicos del militarismo israelí fueron Francia y Gran Bretaña.
           
Luego de la Guerra del Sinaí de 1956 la situación regional empezó a preocupar a la administración de Washington, con Eisenhower a la cabeza. Para ese entonces comienzan a caer los regímenes monárquicos apoyados por Gran Bretaña, y en su lugar se da el ascenso de proyectos militares antioccidentales que acudieron a la ayuda militar soviética. Kennedy fue el primer presidente estadounidense que le vendió armas a Israel, y a partir de 1963 comenzó a forjarse una alianza no oficial entre el Pentágono y los altos mandos del ejército israelí. Esta supeditación de los intereses nacionales a la lógica del enfrentamiento entre las por ese entonces dos superpotencias globales por zonas de influencia y control en el Medio Oriente no sólo reprodujo la lógica del conflicto árabe-israelí, sino que echa mano –sin saberlo seguramente– de esa trágica historia del paso de víctima a victimario: "ahora que tenemos poder los trataremos como se merecen". Si se quiere –la psicología lo dice y la historia lo confirma–, es muy fácil encontrar enemigos y fantasmas a la vuelta de la esquina (¿nuestra trágica condición humana?)

Desde ese momento el joven Estado de Israel pasa a ser la vanguardia estadounidense en esa convulsa región, importantísima para los intereses estratégicos del Tío Sam (reserva petrolera y zona de contención de su archirival, la Unión Soviética).
           
Para inicios de los 70 Estados Unidos ya había alcanzado su techo de producción petrolera doméstica, por lo que las reservas de Medio Oriente pasan a ser, cada vez con mayor empeño, de importancia vital para su proyecto hegemónico. En esa lógica –lamentable para los judíos, importante para la estrategia expansionista israelí, que no es lo mismo– Tel Aviv entrará a desempeñar un papel decisivo en la lógica estadounidense. Tanto, que comienza a ser –y lo sigue siendo hasta la fecha– su "niño mimado".
             
No es ninguna novedad que Israel vive, en muy buena medida, de la "cooperación" estadounidense: 3 mil millones de dólares al año (el 17 % de la ayuda externa mundial entregada por Washington). Por un complejo anudamiento de intereses, el lobby hebreo de la super potencia –con un gran poder de cabildeo, sin lugar ha dudas– ha conseguido que tanto la administración federal como importantes sectores de la iniciativa privada, destinen ingentes recursos al país mediterráneo. La inversión, por supuesto, no es gratuita. Israel, más allá de sectores pacifistas de los que también hay, como estado nacional cumple a la perfección su mandato, no muy oculto por cierto, de defender intereses extraregionales: es el gendarme armado hasta los dientes que la geoestrategia estadounidense destina a la región.
           
Esta operación militar-policial en gran escala que las fuerzas israelíes efectúan con la más campante impunidad no tiene por objeto –como pomposamente se declara– impedir atentados terroristas (de hecho, de ser ése su objetivo, ha fracasado estrepitosamente), sino aniquilar la militancia palestina –"todos los palestinos son sospechosos de terrorismo"como paso necesario para disciplinar a este pueblo, al que se pretende seguir ocupando y controlando, y a toda la región en definitiva. En otros términos: sirve como mensaje.
           
La inestabilidad, los conflictos y las guerras periódicas son el medio funcional para el florecimiento de los negocios de las corporaciones de la industria de armamentos y de las grandes empresas petroleras.
           
Lo trágico en este anudamiento de intereses complejo es el papel al que se destina a un pueblo tan sufrido como el judío. Por supuesto que la generalización a que nos invita Saramago puede ser peligrosa: no todos los judíos son Ariel Sharon. Pero no hay dudas que los preceptos de la psicología obligan a seguir la reflexión: dadas las circunstancias todos podemos pasar del Dr. Jekill a Mr. Hyde. El Estado de Israel nos lo recuerda patéticamente.


domingo, 20 de julio de 2014

Entrevista a Adriana Carrillo (Samantha), trabajadora sexual de Guatemala
“Todo lo que se salga de la llamada moral sexual normal es mal visto”

Marcelo Colussi


Intentar denigrar a alguien diciéndole que es un “¡hijo de sexoservidora!”, insulto por lo demás raro (¿quién lo proferiría así?), puede resultar hilarante, disparatado incluso. Por el contrario, ser un “¡hijo de puta!” tiene un peso categórico, lapidario. Ser “puta” en nuestra occidental y cristiana sociedad, conlleva una carga de discriminación muy difícil de soportar. El cuerpo femenino, desde toda una historia milenaria, es el lugar del goce… y de la indecencia. Vender servicios sexuales está estigmatizado, aborrecido. Pero, ¿qué dice de ello alguien que por años se dedicó a ese oficio? Adriana Carrillo (Samantha), 33 años, es hoy la Coordinadora Nacional de la Red Latinoamericana y del Caribe de Mujeres Trabajadores Sexuales –REDTRASEX– Capítulo Guatemala (con sede central en Buenos Aires, Argentina) y Coordinadora de la guatemalteca Asociación Mujeres en Superación –OMES–. Definitivamente la cuestión es mucho más compleja (¡infinitamente más compleja!) que una cuestión de supuesta “dudosa moralidad”, que “mujeres de vida fácil”, que “vicios” o “pecados”. En todo caso, se presentifican en todo esto ancestrales mitos y prejuicios, hipocresías y dobles discursos que, si bien están aún muy lejos de desaparecer, al menos comienzan a cuestionarse. “Desde tiempos inmemoriales el poder masculino utilizó a la mujer como objeto sexual, y los varones visitan prostitutas en todas partes del mundo, desde todos los tiempos. Pero luego se marginaliza a la mujer que hace eso, se la tilda de pecadora. ¿No es una injusticia eso?”, reflexiona Samantha. Para contribuir a ese cuestionamiento, a esa radical y necesaria crítica de la moral conservadora que sigue pesando sobre la amplia mayoría de la sociedad, Argenpress dialogó con ella por medio de su corresponsal en Centroamérica, Marcelo Colussi, en la ciudad de Guatemala. Producto de ello presentamos aquí la siguiente entrevista.

_________

Pregunta: En nuestro contexto latinoamericano un varón que tiene muchas mujeres, un “puto” en el lenguaje popular centroamericano [en Argentina “puto” es sinónimo de homosexual; deberíamos decir un “mujeriego”, un “Don Juan”] es tolerado, o incluso alabado en círculos masculinos; por el contrario ser una mujer con muchos hombres, una “puta”, es una ignominia, una deshonra. ¿Qué decir de esto?

Samantha: Eso no sólo es latinoamericano: es mundial. Tiene que ver con el machismo, con el sistema patriarcal que nos domina, que siempre engrandece al hombre y pone a la mujer por el piso. Tener muchas mujeres denota hombría, pero de ese modo la mujer sigue estando muy estigmatizada. Si tiene la misma libertad sexual que tiene un varón, la sociedad machista la ve mal, la juzga, la discrimina. Dice de ella que no tiene principios ni valores, que es algo malo, incluso despreciable. Ser “puta” tiene la característica de algo decadente, terrible. Pero también puede tener un sentido de halago, de felicitación: si alguien hizo algo muy bueno es un cabrón, un ¡hijo de puta! “¡Qué hijo de puta, mirá lo que consiguió!”, por ejemplo. O sea que la palabra puede tener los dos significados, aunque se usa mucho más para herir que para halagar. Hoy por hoy en nuestra cultura la mujer que tiene relación con varios hombres está tan desvalorizada que es un insulto. Es sólo un objeto sexual al que no se valora como ser humano. ¿Pero por qué eso tiene que ser así? ¿Por qué no es igual con los varones? Hoy día ya hay mujeres que hemos decidido usar nuestro cuerpo como queremos, y en muchos casos optamos por trabajar con él. En ese sentido, somos como cualquier trabajador, con nuestros propios derechos, con nuestros propios pensamientos. Una trabajadora sexual, es decir: aquella mujer que decidió trabajar sexualmente con su cuerpo cobrando por el servicio que ofrece, trata de reivindicar lo que hace, y por ende, reivindicar el cuerpo de la mujer, que es otra forma de decir que intenta reivindicar a todas las mujeres en el medio de una sociedad terriblemente machista y patriarcal. Una trabajadora sexual es alguien que vende un servicio, que hace una transacción comercial. Hay muchas mujeres que sin llamarse trabajadoras sexuales tienen este comercio, esta transacción comercial con varones: es un negocio, un intercambio económico: te doy algo a cambio de algo, así de simple. Quien desarrolla ese trabajo no está reivindicada como trabajadora, porque nuestra sociedad sigue siendo muy prejuiciosa, y cuando se habla de sexo continuamos moviéndonos con patrones sumamente machistas. De ahí que se diga que esto es malo. Pero no hay bueno y malo en sí mismo; eso lo decide la sociedad. ¿Quién dice que ejercer este trabajo es malo? ¿Quién lo decide?

Pregunta: ¿Qué hace que una mujer pueda dedicarse a este oficio?

Samantha: La sociedad machista desde tiempos inmemoriales puso en menos a la mujer, la prostituyó, la rebajó, la convirtió en simple objeto para el uso masculino. Las mujeres desde toda la historia venimos sufriendo esta violencia patriarcal, que en definitiva es una violencia política. La mujer nunca podía decidir, no tenía voz y voto. Ahora, si bien hay mucho que cambiar todavía, ya empezamos a hacernos escuchar, nuestra voz comienza a escucharse. Las mujeres que nos dedicamos a ser trabajadoras sexuales lo hacemos porque vemos que es un negocio rentable. Aclaro que no cualquier mujer, por razones psicológicas muy personales, puede ser una trabajadora sexual, puede tener relaciones sexuales con cualquier hombre y cobrando. En cambio una trabajadora sexual es eso mismo ante todo: una trabajadora. O sea que tomamos nuestra actividad como un trabajo, no como una relación sentimental. Es como una profesión: se hace con seriedad profesional, porque cobramos por el servicio, por tanto hay que hacerlo bien, sin involucrarse afectivamente. Para la sociedad machista puede parecer muy grotesco lo que hacemos, pero para nosotras no: es un trabajo bien remunerado, y punto.

Pregunta: Una trabajadora sexual ¿quiere salir de la vida que lleva? ¿Se puede arrepentir en algún momento del trabajo que realiza?

Samantha: Las trabajadoras sexuales no nos arrepentimos del trabajo que hacemos. Y aquí hay que hacer una diferencia muy importante: hay mujeres que nos dedicamos a ser trabajadoras sexuales por propia decisión, y hay otras mujeres explotadas en el contexto de la prostitución, la trata, el proxenetismo y la esclavitud sexual. Ellas sí son explotadas; ellas no eligieron esa vida de martirio. Ellas sí quieren salir de ese contexto de explotación, abuso y violación de sus derechos. Esas mujeres no se arrepienten de su acto propiamente dicho: en todo caso se arrepienten y quieren salir del mundo de explotación y violencia en que se encuentran. Ellas sí son violentadas, violadas en sus derechos, marginalizadas. Ellas sí tienen mucho de que arrepentirse, porque su vida es un verdadero martirio, porque viven explotadas. Pero una trabajadora sexual no, porque estamos empoderadas, somos luchadoras, tenemos claro qué queremos. En definitiva, porque tenemos una posición política clara en la vida. No nos arrepentimos sino que estamos orgullosas de ser lo que somos. Por ejemplo, compañeras mías que se dedican a este trabajo, en unos años, tomando conciencia de sus derechos, sabiendo hacerse valer, han tenido un cambio fabuloso. Asombra verlas ahora, empoderadas, luchadoras, tan distintas a cómo eran 10 o 15 años atrás. Estas mujeres, entre las que me incluyo, ahora sabemos a dónde queremos ir, tenemos metas claras, tenemos un proyecto. Eso es muy distinto de las compañeras que son víctimas de la prostitución, porque ellas aún no han pasado por este proceso de empoderamiento. Son víctimas, están bajo el mando de quien las regentea, sufren todos los acosos de proxenetas, a veces también de la policía, del Estado, y además de los prejuicios sociales que las excluyen. El mundo masculino las usa –¿qué varón no ha ido con prostitutas?– pero al mismo tiempo, con la doble moral que reina, las discrimina, las criminaliza. Una trabajadora sexual, por el contrario, es como una cuentapropista: vende un servicio y se pone de acuerdo con su precio. Se establece el contrato con el cliente: ¿qué querés: sexo anal, oral, poses, masaje sensual, querés acompañamiento afectivo, querés hablar, querés que te escuche, querés ir a cenar? Es una transacción comercial, y ahí nosotras, como trabajadoras por cuenta propia, no perdemos.

Pregunta: Una prostituta, una mujer prostituida, por el contrario, no gana lo que quiere. Es decir: es una trabajadora explotada, alguien más se queda con parte, con buena parte de la ganancia que ella produce con el, por así decirlo, sudor de su frente.

Samantha: Exacto. La trabajadora no tiene la retribución económica justa por su trabajo, porque se lo roban, porque tiene un proxeneta que la explota. Si la mujer no ha decidido por voluntad propia estar donde está, lo suyo deja de ser un trabajo independiente, como es el caso de las trabajadoras sexuales, que trabajamos con pasión, con orgullo de lo que hacemos, con entusiasmo. Para la mujer prostituida su trabajo sexual es una carga pesada, una obligación, además de todo juzgado despreciativamente por la sociedad. Vivimos una moral horrible, porque la sociedad utiliza a las prostitutas, pero luego las desprecia, y todo lo que se salga de la llamada moral sexual normal es mal visto. La religión oficial ayuda a ese desprecio, pues una prostituta, al igual que un homosexual o un travesti, dice que no heredará el reino de los cielos, pues supuestamente somos pecadores. Si es cierto que Dios existe, en todo caso ¿por qué cuestionaría a una mujer que vendiendo su cuerpo dio de comer a sus hijos y los crió? ¿Quién dice que eso es un pecado?

Pregunta: Un empresario que no paga impuestos, ¿es un pecador también? Y los que deciden las guerras, que no somos la gran mayoría silenciosa de la gente, ¿no son pecadores?

Samantha: ¡Por supuesto! Aquí hay demasiada hipocresía. ¿Quién decide qué es pecado y quién no? ¿Dios lo mandó decir acaso? Es una sociedad hipócrita, con doble moral la que pone esos parámetros. Desde tiempos inmemoriales el poder masculino utilizó a la mujer como objeto sexual, y los varones visitan prostitutas en todas partes del mundo, desde todos los tiempos. Pero luego se marginaliza a la mujer que hace eso, se la tilda de pecadora. ¿No es una injusticia eso? Para una trabajadora sexual es gratificante saber que nadie la explota, que hace valer sus derechos y que con su trabajo, elegido libremente, puede mantener a su familia, tal como es mi caso por ejemplo. Lo que sucede es que las sociedades siguen siendo terriblemente machistas y patriarcales, por eso la mujer que tiene varios hombres es mal considerada, denigrada, deshonrada. ¿Pero quién es el justo y quién el injusto? ¿Quién es verdaderamente el pecador en todo esto?

Pregunta: En Guatemala específicamente, o en toda Latinoamérica ¿qué hay más: mujeres prostituidas manejadas por redes de trata y proxenetismo, o trabajadoras sexuales independientes?

Samantha: No disponemos de los datos exactos, pero te diría que en toda Latinoamérica y el Caribe aproximadamente un 70% de mujeres que venden sus servicios sexuales lo hacemos por propia elección. Es decir: somos trabajadoras sexuales independientes. Pero ahí habría que incluir una enorme cantidad de mujeres que, sin decirse explícitamente trabajadoras sexuales, tienen transacciones sexuales con un hombre. Puede incluirse ahí al ama de casa monogámica que mantiene una relación extramatrimonial, por ejemplo. Ahora bien: saber con exactitud cuántas mujeres son víctimas de la trata, de la esclavitud sexual, de la explotación por parte de redes criminales de proxenetismo, eso es un dato muy difícil de tener, porque se mueve muy en las sombras. Nosotras, las trabajadoras sexuales asociadas, organizadas en nuestras asociaciones y debidamente empoderadas, no queremos que se nos asimile con las mujeres violentadas y manejadas por estas redes, porque eso nos pone en un pie de igualdad con aquellas mujeres a las que no se les respetan sus derechos. Si nos encajonan en ese mismo paquete y nos ponen como mujeres en prostitución, nos ponen en una situación de indefensión, siendo justamente todo lo contrario lo que buscamos con nuestras organizaciones. Es decir: queremos dar el mensaje de empoderamiento, de hacer valer nuestros derechos, de que nosotras decidimos sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos. Pero hay que decir que lamentablemente hay una enorme cantidad de mujeres jóvenes, menores de edad en muchos casos, víctimas de estos negocios ilegales, de la trata, del turismo sexual, de la esclavitud. Y eso claramente es un problema político. Por eso los gobiernos deben tomar cartas en el asunto y desarrollar acciones fuertes, contundentes.

Pregunta: ¿Los diferentes Estados de la región latinoamericana tienen políticas específicas sobre estos temas?

Samantha: No hay políticas públicas como tales. Existen leyes contra la violencia sexual y la trata de personas. La prostitución está penalizada por la ley, y en realidad no hay un reconocimiento del trabajo sexual independiente. Para arreglar un poco toda esta terrible situación de mujeres en prostitución, en trata y en dependencia de redes de proxenetismo, los Estados deben partir por reconocer de una vez el trabajo sexual independiente, que es la única manera de comenzar a combatir en serio la explotación y la esclavitud sexual. Las mujeres que estamos en este negocio no tenemos que llevar la culpa a cuesta, la infamia, la marginación. Las mujeres que están prostituidas deben ser vistas como víctimas y reivindicárselas, no excluirlas y estigmatizarlas.

Pregunta: La prostitución está prohibida, es cierto. Pero ¿por qué? Si lo vemos desde el punto de vista sanitario, es sabido que las mujeres que venden sus servicios sexuales son las que más se cuidan de enfermedades de transmisión sexual siendo un grupo muy poco contagiado con el VIH, justamente a raíz de esos cuidados. De hecho, por diversas cuestiones que hablan de la doble moral reinante, hay muchas más amas de casa monogámicas y heterosexuales portadoras de VIH que mujeres de la comunidad de trabajadoras sexuales o prostituidas. ¿Por qué se prohíbe la prostitución entonces, y por qué la “mala de la película” es la mujer parada en la esquina que ofrece su cuerpo?

Samantha: En realidad la mujer prostituida es una víctima. Se la penaliza a ella y se la lleva presa, pero ella es el eslabón más débil de la cadena, la que paga las consecuencias. Ella es víctima de una explotación brutal, económica, moral, social. Ella no elige estar ahí: la ponen a la fuerza. La ley dice que hay que llevar preso al proxeneta, al que está en el negocio de la trata, al que obliga a las mujeres, en muchos casos menores de edad, a desarrollar ese negocio. Pero así como se aplican las leyes, lo que menos se combate es la explotación, la trata y la esclavitud. La que sale más perjudicada es la mujer prostituida. La sociedad machista hace caer su peso sobre la mujer, y mete en el mismo saco también a la trabajadora sexual, como si fuera una víctima de la prostitución; pero así no se arregla nada. Nosotras no somos un problema. Por el contrario, somos parte de la solución

Pregunta: ¿Algo más para agregar, ya sobre el final de la entrevista?


Samantha: Las trabajadoras sexuales a nivel de toda Latinoamérica exigimos a los Estados y a la sociedad, a nivel general, que pongan mucha atención a lo que estamos haciendo. La legitimidad la tenemos, pero ahora exigimos la legalidad. Somos legítimas trabajadores independientes, pero ahora queremos una legalidad que afiance nuestros derechos, que nos dé un lugar social reconocido como solución y no como foco de problemas, que permita evidenciar que somos seres humanos que queremos aportar alternativas de solución.

martes, 8 de julio de 2014

Guatemala: un nuevo desastre ¿natural?



Marcelo Colussi

En la frontera entre Guatemala y México acaba de temblar con bastante intensidad. Según los datos proporcionados por las autoridades, el sismo tuvo una magnitud de 6.9 en la escala Richter. Sin ser de los más fuertes, fue suficiente para provocar cuantiosos daños a la infraestructura, básicamente en el fronterizo departamento de San Marcos, en el límite con México.

La infraestructura de esta zona ya venía siendo frágil, producto de una historia de pobreza crónica por un lado, y de otro sismo que conmovió la región dos años atrás, cuando numerosas casas cayeron o quedaron inutilizadas. Por suerte, para la presente ocasión hubo que lamentar pocas víctimas: alrededor de 80 heridos, dos muertos (un bebé recién nacido al que le cayó encima un cielorraso del hospital en que se hallaba internado y una mujer que falleció a causa de un paro cardíaco al iniciarse el desastre), además de 100 casas caídas, unos 120 tramos carreteros dañados y unas 5.000 personas afectadas. En algunos pocos puntos se registraron problemas con la provisión de agua y energía eléctrica. Podría decirse que fue una desgracia con relativa suerte, pues no alcanzó las cotas de destrucción del movimiento telúrico de un par de años atrás, y mucho menos las de 1976, ocasión en la que murieron 23.000 personas, quedando un saldo de más de un millón de guatemaltecos sin vivienda.

¿Será que nuevamente el gobierno utiliza la desgracia como válvula de escape, como aire fresco que se le insufla a un anodino proceso que va teniendo cada día más detractores que seguidores?

Dos años atrás, luego de una masacre (la primera en tiempos de paz, luego de las políticas de tierra arrasada que asolaron en el país con alrededor de 650 masacres a población civil no combatiente en los años 80) con saldo de 7 campesinos muertos y 34 heridos en una manifestación que reclamaba por el aumento de tarifas del servicio de energía eléctrica en el departamento de Totonicapán, providencialmente para el gobierno apareció ese sismo. Valga decir que no fue particularmente catastrófico (44 muertos y 175 heridos), pero el gobierno se apuró a decretar estado de calamidad pública, mantenido por casi un semestre, lo cual sirvió para sobredimensionar los efectos del evento natural, desviando así rápidamente la atención en relación a la reciente masacre cometida.

Esta vez las posibilidades de una utilización política –que seguramente no faltará– son menores, dado que menores son los daños que deja la catástrofe. De todos modos, casi como ritual, es de esperarse que algo de eso suceda; estos eventos son un momento para “aprovechar” políticamente, y para agenciarse de algunos fondos de cooperación internacional. Pornografía de la pobreza, se ha dicho alguna vez…

Pero queda siempre una pregunta en pie: ¿estamos ante desastres naturales… o sociales? La vulnerabilidad de países como Guatemala, al igual que cualquiera de la región, no es un destino ineluctable, por cierto. Es un producto histórico. ¿Por qué el mismo evento natural en Japón (con casi infinitos recursos) o en Cuba (con muchísimo menos en términos materiales paro con una envidiable organización comunitaria) no deja víctimas, y en países como Guatemala produce este desastre?

Tal vez el bebé muerto es todo un símbolo: si no muere de hambre (Guatemala es el sexto país en desnutrición a escala mundial, y segundo en Latinoamérica, luego de Haití, según datos de UNICEF, 2012), muere porque se le cae encima el techo de un centro hospitalario público. Por supuesto que un desastre natural es una catástrofe y se puede caer un techo (¡por eso es un desastre, obviamente!), pero ¿qué nos dice ese accidente? Habla del estado de la salud pública, de la desatención del Estado, de la falta de mantenimiento. No es hacer leña del árbol caído sino tratar de mostrar cómo un movimiento telúrico se transforma siempre en catástrofe en los países del Sur, porque allí la vida de las grandes mayorías implica una catástrofe oculta cotidiana. Si no se muere de hambre, se muere porque el Estado, desmantelado por las políticas de recorte presupuestario de los planes neoliberales, no puede dar servicios. Y si se protesta por las condiciones de vida, se muere por la represión de ese mismo Estado. Círculo vicioso difícil de romper.


Definitivamente: no nos mata Madre Natura. ¡Nos mata las condiciones precarias e injustas de vida a que nos vemos sometidos las grandes mayorías!

jueves, 3 de julio de 2014

Israel no es igual a ser judío



Marcelo Colussi

Declaró vez pasada Sergei Gornostayev, soldado israelí que se negó a tomar parte en el actual conflicto de Israel con El Líbano: "Comencé lentamente a comprender el sentido de las políticas israelíes y de la ocupación, y empecé a involucrarme, más o menos activamente, en la acción política de la izquierda. También decidí negarme a prestar el servicio de reserva. Creo que lo obvio y más irritante de esta guerra es su falta de sentido. Para todos está claro que no hay conexión entre los dos soldados capturados por Hezbollah y la operación en El Líbano. Hoy, después de un mes, incluso ni los ministros recuerdan mencionar a esos pobres muchachos, y están buscando justificaciones para el conflicto". Es decir: hay más de un judío que no avala la agresión que realiza Israel contra los palestinos, ni contra ningún punto del Medio Oriente, aunque la imagen mediática dominante es que todos los judíos están en una guerra –justa y necesaria, por otro lado– contra sus vecinos.

¿Por qué el Estado de Israel se ha transformado en una potencia agresora, militarista, invasora? ¿Por qué esa guerra perpetua que mantiene con sus vecinos árabes? ¿Por qué está armado hasta los dientes, y siempre dispuesto a utilizar ese armamento? Dicho sea de paso: con un potencial nuclear –oficialmente negado y siempre imprecisamente conocido– que lo coloca como la cuarta o quinta potencia atómica del mundo, con alrededor de 400 cabezas atómicas.

"Los árabes", expresó en alguna ocasión el ultraderechista mandatario israelí Ariel Sharon, "sólo entienden la fuerza, y ahora que tenemos poder los trataremos como se merecen". "Y como solíamos ser tratados", agregó con mucha perspicacia el politólogo palestino-estadounidense Edward Said. Hay un axioma psicológico que dice que "se repite activamente lo que se padeció pasivamente". ¿Habrá algo de eso en esta historia? Pareciera que no hay mayores diferencias reales entre Auschwitz y el ejército de ocupación israelí en cada zona que "recupera".

¿Qué ha pasado ahí que el colectivo judío, de víctima de una segregación histórica milenaria, y víctima de las peores atrocidades durante el período nazi en la Alemania de los años 30 del siglo pasado, pasó a ser ahora un azote para sus vecinos árabes del Medio Oriente? ¿Cómo y por qué ha pasado de víctima a victimario? Su posición de potencia militar regional, su alta belicosidad, el martirio a que somete al pueblo palestino, ¿tiene que ver con un real derecho a defenderse, o hay algo más? ¿Es legítima defensa contra el "monstruoso terrorismo" al que se ve sometido? Dicho sea de paso, más allá de la insidiosa campaña mediática que ha transformado al siempre mal definido terrorismo en una nueva plaga bíblica, los datos duros indican que debido a acciones que podrían llamarse "terroristas" muere un promedio de 12 personas diarias en el mundo, el 0,1% de los que mueren de hambre.

La explosiva situación de Medio Oriente, seguramente la región más convulsionada de todo el planeta, lejos está de explicarse por motivos religiosos. Se juegan ahí otros intereses. Económicos básicamente: ahí están las principales reservas de petróleo del mundo. Israel no las tiene, ni en su geoestrategia aparece como la principal potencia ávida de esa materia. Si presenta esa belicosidad, siempre mostrando los dientes y lista para entrar en combate, ¿será que el pueblo judío, históricamente discriminado y víctima del escarnio, ha cambiado tanto, ha pasado a ser tan perverso, tan maléfico? ¿A quién favorece esta guerra perpetua que parece no tener fin? ¿Por qué el gobierno de Estados Unidos está tan involucrado en esto, proveyendo armamento a Tel Aviv por valor de 3.000 millones de dólares anuales? (la mayor ayuda militar que otorga Washington en todo el mundo). ¿Con qué necesidad el estado de Israel es una potencia nuclear?

La prensa occidental de las grandes corporaciones mediáticas nos tiene acostumbrados a presentar la convulsa situación del Medio Oriente como producto del terrorismo islámico del que es víctima el estado de Israel. Pero como dijo Adrián Salbuchi: "Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel han declarado a Hamas y Hezbollah como "organizaciones terroristas". Conviene recordar, sin embargo, que el origen de las Fuerzas de Defensa Israelíes (el Ejército de Israel) surge de la fusión en 1948 de tres grandes organizaciones terroristas: los grupos Stern, Irgun y Zvai Leumi que previo al surgimiento del Estado de Israel, perpetraron crímenes terroristas como el asesinato del mediador de la ONU en Palestina, Conde Bernadotte (organizado por la guerrilla a cargo de Ytzakh Shamir, luego primer ministro israelí), y el ataque terrorista con bombas en 1947 contra el Hotel Rey David de Jerusalén, sede de la comandancia militar británica (perpetrado por la guerrilla de Menahem Beghin, luego también primer ministro israelí). Una de dos: o todos estos grupos –Hamas, Hezbollah y Ejército Israelí– son catalogados como "fuerzas de defensa"; o son todos catalogados como "grupos terroristas".

Y conviene recordar también que las voces más racionales surgidas de entre judíos, como la de Ytzakh Rabin, ex primer ministro que buscaba un entendimiento con sus vecinos árabes, fueron silenciadas por los fundamentalistas guerreristas que tienen secuestrado el estado israelí. Rabin –como dijo Saluchi– "fue acribillado a balazos en Israel NO por un terrorista musulmán; NO por un neonazi; sino por Ygal Amir, un joven militante sionista israelí estrechamente vinculado al movimiento ultra-derechista de los colonos, y próximo al Shin-Beth, el servicio de seguridad interna israelí". Si alguien no quiere la paz en esta zona, parece el gobierno israelí precisamente.

No todos los judíos avalan esta política agresiva y pro-estadounidense. Hay voces, como la de Ytzakh Rabin, como la del soldado Sergei Gornostayev que citábamos más arriba, y la de tantos otros, que no comparten el sionismo ultra derechista que busca ser el gendarme nuclear de la región, haciéndole el juego a los intereses petroleros estadounidenses y británicos. "Toda la humanidad se encuentra horrorizada ante el terrible sufrimiento en el Medio Oriente. Inocentes de ambos lados están siendo barridos en un espiral de al parecer interminable derramamiento de sangre. El mundo busca una solución. El reclamo de Israel de representar a los judíos del mundo vincula a todo nuestro pueblo a los actos de violencia del estado en contra del pueblo Palestino. Esta es una frustrante y vergonzosa mentira. Nada puede estar más alejado de la realidad. No hay necesidad para los judíos de ser vistos como los enemigos del mundo islámico", dice, por ejemplo, la organización judía no gubernamental "Judíos contra el sionismo". De todos modos, esas voces quedan silenciadas dentro del mismo estado de Israel, y opacadas en el concierto internacional. El discurso "oficial" dominante es que Israel es víctima del ataque indiscriminado del fundamentalismo musulmán, siempre sanguinario y visceralmente anti-judío.

Pero "Israel está haciendo perder el capital de compasión, de admiración y de respeto que el pueblo judío merecía por los sufrimientos por los que pasó. Ya no son dignos de ese capital", manifestó el portugués Premio Nobel José Saramago. Afirmación fuerte, demasiado fuerte quizá. Lo importante es no perder de vista que judíos no es equivalente a Estado de Israel. El enemigo, que quede claro, no es el pueblo judío.

¿Qué es el terrorismo finalmente? ¿Poner una bomba en un lugar público? ¿Atacar un país en nombre de la libertad para robarle sus recursos? ¿Hacer de la fabricación de las armas el principal negocio del mundo? Si Israel está enclavado en esta problemática zona como valuarte del antiterrorismo, evidentemente su función no se cumple muy bien que digamos, porque los grupos integristas, en vez de disminuir, crecen a diario. La violencia, otra verdad que nos entregan las ciencias sociales, se alimenta de violencia. "El ojo por ojo", como dijo Mahatma Gandhi, "nos dejará ciegos a todos".

Valga agregar que con la estructura económico-social que presenta nuestra aldea global –no muy justa, por cierto– actualmente se dan a nivel planetario 6.000 muertes diarias por diarrea, 11.000 muertes diarias por hambre, 3.800 personas mueren a diario por la infección de VIH/SIDA, mientras que cada día personas 150 fallecen por consumo de drogas y otros 720 seres humanos mueren por accidentes automovilísticos, en tanto que el siempre mal definido "terrorismo" produce en promedio, tal como se decía más arriba, 11 muertes diarias.

Sin llegar a la afirmación de Saramago, quizá podemos decir que los judíos, víctimas del infame Holocausto en que murieron 6 millones de ellos, siguen siendo dignos de respeto como colectivo, y su masacre a manos de los nazis continúa siendo una vergüenza histórica para toda la humanidad (como lo son las víctimas de cualquier holocausto: los armenios a principios del siglo XX, los 25 millones de soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial, los mayas-guatemaltecos en la guerra civil de la década de los 80 con la política de tierra arrasada, los hutus en la carnicería de Ruanda, los palestinos masacrados por el ejército israelí, etc., etc.)

Los judíos, pueblo históricamente marginado y aborrecido, se merecen algo más que un Estado como el que manejan los genocidas sionistas hoy en el poder, tanto en Tel Aviv como en Washington.