viernes, 30 de marzo de 2018

Cultura popular: entre el arte, el negocio y el control social




Marcelo Colussi

La televisión sin dudas que es muy instructiva…porque cada vez que la prenden, me voy al cuarto contiguo a leer un libro.

Groucho Marx

I

El arte fue, históricamente, un producto destinado a pequeñas minorías, a las elites dueñas del poder y a iniciados. Con la llegada del capitalismo y su gran producción masificada, en el siglo XX también pasa a ser una mercadería más para consumir. Surge así el arte de masas, la producción artística en serie dedicada a la gran muchedumbre de consumidores. Pero aparece entonces la pregunta: ¿es eso verdaderamente arte popular? ¿Qué entender por tal?

Definir lo popular es complejo. Puede tomárselo, desde una posición conservadora, de derecha, en sentido casi despectivo, contraponiéndolo a elegante, a refinado. En ese caso, lo popular sería lo opuesto a aquello considerado “de buena calidad”; siguiendo esa lógica, entonces, estaría vinculado con algo más bien tosco, rústico. De ahí a “salvaje” o “primitivo”, solo un pequeño paso.

Pero en otro sentido, con un carácter más bien positivo, de afirmación -posición que encontramos en las izquierdas políticas, en los pensamientos de vanguardia, en las posiciones contestatarias- “lo popular” tiene el valor de reivindicación, de grito de protesta. Así, lo popular se opone a lo elitesco.

Ahora bien: si ahondamos la reflexión, en verdad ¿qué es el arte popular? ¿El surgido espontáneamente del pueblo? ¿Las composiciones anónimas como “La Cucaracha” o “Green Leaves”? -¿quién no tarareó estas melodías alguna vez?-. ¿Los versos que podemos encontrar en cualquier pared de un baño público? Groseros muchas veces, pero sumamente ingeniosos otras. ¿Las canciones de Silvio Rodríguez? ¿Un mural de Diego Rivera? ¿Una comparsa callejera? ¿Es arte popular una película de Chaplin (el actor más visto en la historia) o una pieza de The Beatles (los músicos más escuchados en el mundo, más “populares” que Jesús, según dijo John Lennon)? ¿Qué distingue a una manifestación cultural como “popular”? ¿Se debe considerar popular al “Quijote de la Mancha”, el libro más vendido en todo el planeta luego de la Biblia? ¿Eso es literatura popular? ¿Lo es acaso “Harry Potter” o “El código da Vinci”? (super vendidos best sellers, conocidos en todos los continentes). Y a propósito: “La Mona Lisa”, de Leonardo da Vinci es, seguramente, la pintura más conocida del orbe. ¿Es popular? ¿Es eso arte popular? Pero, ¿qué hay más popular que los cómics? ¿Quién no conoce a Superman, Popeye o al ratón Mickey? ¿Son, entonces, ellos los representantes de la cultura popular?



Vemos que hay una gran complejidad para definir cuándo una expresión cultural pasa a ser “popular”. ¿Qué la define como tal: su masividad, su compromiso con las penurias de las grandes mayorías, su simplicidad? El Himno a la Alegría, es decir la musicalización del poema homónimo de Friedrich von Schiller que constituye el cuarto movimiento de la Sinfonía número 9 en re menor de Ludwig van Beethoven es, quizá, una de las piezas musicales más famosas del mundo, adoptada como himno nacional por la Unión Europea y nombrada por la UNIESCO como patrimonio cultural de la humanidad. Es, sin ningún lugar a dudas, absolutamente popular, pero nada tiene que ver con la simplicidad (es de una complejidad técnica endiablada). No hay dudas que esto de definir “lo popular” es harto difícil.

Las revistas “Vanidades” o “Selecciones” son muy conocidas, muy vendidas. ¿Las encuadraríamos como “populares” entonces? ¿Y por qué la pintura mal llamada naïf -¿quién dijo que es “ingenua” o “primitiva”?- es popular? ¿Porque la hacen pintores del pueblo sin formación académica? La Gioconda goza de mucha más popularidad en el mundo que cualquier cuadro de un pintor indígena -“naïf o primitivista“- del lago de Atitlán en Guatemala, o de Tahití, en la Polinesia. ¿Cuál es más popular?

II

Como vemos, la cuestión no es sencilla. Estas preguntas no son novedosas, en modo alguno. Sobre lo que simplemente intentaremos enfatizar es respecto a que la masividad de algo no significa, por fuerza, que sea una creación genuinamente popular; con lo que queremos afirmar, entonces, que lo popular no define, por sí mismo, la calidad de lo producido. En todo caso, dadas las características de la moderna sociedad masificada y de hiper consumo que trajo el capitalismo, y como producto de estrategias mercadológicas de comercialización de gigantescas empresas, hoy día, desde el siglo XX en adelante, asistimos a una producción cultural que llega a grandes masas pero no tiene nada que ver con los intereses profundos de la población. Y tampoco con la calidad. Lo cual fuerza, una vez más, a adoptar criterios para definir esta última. ¿Por qué decir que la Novena Sinfonía de van Beethoven tiene “más” calidad que La Cucaracha?

Hoy día figura como segundo autor en lengua española más leído, por detrás de Cervantes, nada más y nada menos que Corín Tellado, la escritora de novelas rosa (100.000 ejemplares semanales en su mejor momento de ventas). Por otro lado las fortunas que mueve el cine de Hollywood colocan a la industria cinematográfica como una de las grandes fuentes de ingreso de la economía estadounidense (85 % de la producción fílmica mundial viene de allí). Pero es sabido, de todos modos, que toda esta producción lejos está de presentar una alta calidad artística, más allá de los impresionantes efectos especiales que nos sorprenden día a día; y ese cine, sin ningún lugar a dudas, es popular en cuanto a su masividad. Los símbolos hollywoodenses son ya íconos de nuestra cultura moderna global. ¿Alguien podría atreverse a decir que no son populares? Los “buenos” y los “malos”, el “muchachito ganador” y la “rubia bonita y tonta” ¿no son ya modelos prefigurados que indefectiblemente muchísimos habitantes del planeta tenemos incorporados sin haberlo pensado?

Valga agregar que muchas de las pautas culturales (que tienen que ver con el consumo y/o con la ideología dominante) del mundo contemporáneo, absolutamente globalizado, provienen de esa industria cinematográfica: se expandió el uso del cigarrillo porque las estrellas de Hollywood aparecían fumando en sus películas; nos han hecho creer que los musulmanes son “terroristas” porque así lo presenta el cine; y últimamente se premia ya no el “muchachito bueno” sino el transgresor como el ganador (síntoma de un capitalismo imperialista decadente que entroniza la impunidad como mensaje). Todos esos mensajes, completamente ideológicos, son populares, en cuanto llegan y permean a las más amplias masas. ¿Por qué se expandió el cigarrillo en las primeras décadas del siglo XX, y por qué ahora se empieza a abandonar? Porque los íconos hollywoodenses lo estipulan (ahora el cigarrillo está de salida porque el gobierno federal estadounidense prefiere bajarle el dedo, dada la enorme cantidad de juicios perdidos por las aseguradoras que debían pagar enormes sumas a los afectados por las consecuencias de ese dañino producto).

Tomemos, por otro lado, las telenovelas, producción muy común en el mercado latinoamericano y vistas en buena parte del mundo, desde Europa del Este a China, desde el África al mundo árabe. Su impacto económico es igualmente enorme, y para algunos países como Venezuela, México, Colombia, Brasil, Argentina, su volumen comercial es asunto de Estado. De hecho, en muchos canales las telenovelas actúan como una columna vertebral de la programación de la estación, ya que si son exitosas ayudan a mejorar los niveles de audiencia del resto de la oferta televisiva de la señal. Es por eso que las estaciones televisivas destinan grandes presupuestos en la producción de este tipo de programas. Además las telenovelas son un producto de exportación en que los derechos de transmisión son vendidos a otros países del mundo, generando aún más ganancias.

¿Quién no ha visto alguna vez “Alcanzar una estrella”, “Cristal” o “Betty, la fea”? “Kassandra” tiene el récord Mundial de Guinness por ser la telenovela vista en más países (128 en total). Durante la guerra de Bosnia existía un alto al fuego durante la transmisión de la telenovela brasileña “La Esclava Isaura”, y de acuerdo a datos suministrados por la UNESCO, en 1999 en Costa de Marfil muchas mezquitas adelantaron sus horarios de oraciones para permitir a los televidentes disfrutar de la mexicana “Marimar“. ¿Son esas expresiones de arte popular?

Folletines, novelas por entregas, fotonovelas, radioteatros, telenovelas, cine de entretenimiento, oferta musical masiva, best sellers, cómics: en todas estas expresiones culturales que nos deja la industria capitalista hay un común denominador. Son todos productos concebidos desde un planteamiento empresarial, son mercaderías preparadas, ante todo, para ser vendidas. A partir de ello, la mercadería -con las diferencias del caso en cada ámbito- tiene siempre un sello distintivo: son “novelas rosas”. Es decir: mercaderías fabricadas para que el consumidor entre en un mundo imaginario, sin cuestionamientos, sin preguntas. El goce estético profundo es reemplazado por la satisfacción inmediatista, simplona. Como dijera el escritor español Javier Memba: “Calidad y comercialidad raramente conjugan, esa es la opinión generalizada de la crítica en todas las manifestaciones culturales”.

Preguntado sobre la “novela rosa”, el escritor cubano Reynaldo González así se expresó: “Surgió como parte de los reclamos publicitarios de los periódicos de las grandes capitales, para aumentar el número de lectores. Acuñó un descubrimiento: el del público lector femenino, para el que establecieron fórmulas, mensajes y un alambicamiento que dejaba a sus lectoras como presas dúctiles de la moral heredada. A las mujeres destinaron esa “producción” -nunca mejor colocada la palabra, pues como a tal se la veía-, con cuanto de peligroso conductivismo tiene esa concepción de un trabajo que originalmente debería considerarse artístico. Degeneró en industria, en procedimiento serializado. (…) La llamada «novela rosa» es parte de la subcultura. Evidentemente, lo es porque no genera nuevas ideas, sino que reitera y consagra cuanto constituye el statu quo, asevera lo ya sabido y se apoya en recursos ya descubiertos por la literatura verdadera, la que implica riesgos ideoestéticos”. [Debe remarcarse] “su subliminal magnificación del consumismo y su afirmación de conceptos de vida que subrayan el quietismo frente a las convulsiones sociales”.

III

En un sentido amplio, toda la producción cultural masificada tiene estas características de “novela rosa”. “El best seller es fundamentalmente un producto más de la moda, un producto equivalente a una superproducción cinematográfica, a un ritmo musical, a un perfume, y hasta a un modelo de coche“, se expresaba el español Luis Goytisolo hablando de la literatura comercial, pero reflexionando sobre la totalidad de esta nueva mercadería que la gran empresa nos vende día a día. Dicho en otros términos: la producción artística, o al menos buena parte de ella, a partir de la masificación consumista que trajo el capitalismo desde fines del siglo XIX y ya en forma imparable en el XX, se trocó en “industria del entretenimiento”. Por cierto, industria muy redituable: en el año 2016, para no olvidar el dato, la facturación de toda esta parafernalia de la “industria cultural” (periódicos, libros, radio, cine, televisión, discos, videoclips, videojuegos, internet) ronda los dos billones de dólares.

Esto implica una serie de problemas, abre interrogantes. ¿Acaso no tienen derecho las grandes masas populares a acceder a una producción que por milenios le estuvo vedada? En esa lógica, entonces, podría decirse que la gran industria en serie del capitalismo trajo mejoras a la humanidad, en todo sentido, incluido también el campo de la cultura. Desde la imprenta de Gutenberg o el daguerrotipo en adelante, las grandes masas populares pudieron empezar a tener contacto con el mundo selecto de las artes, de las letras, de la producción cultural en su sentido amplio. Hoy día, desde un teléfono celular en cualquier parte del planeta, cualquiera puede, por ejemplo, recorrer las galerías del Museo del Louvre, o tener acceso a toda la obra literaria de cualquier autor clásico. Desde la primera impresión de Gutenberg al internet de alta velocidad y los teléfonos inteligentes, solo un paso. El paso se dio, y se sigue dando con una velocidad asombrosa, por lo que hoy millones de millones de seres humanos en todo el mundo se supone que pueden gozar del arte, tener acceso a la cultura, leer, investigar, gozar las más grandes producciones culturales de la humanidad. Pero… ¿gozan del arte? ¿Qué recibe la gran población con toda esta oferta de “entretenimiento” llevado hasta su casa? Tal vez arte; pero quizá, más seguramente: diversión, pasatiempo. Dato interesante: los libros más vendidos en el planeta son los de autoayuda (“¡Si usted quiere, puede!”), los únicos para los que las casas editoriales invierten, no pidiendo a sus autores que se autofinancien la impresión.

Por supuesto que todos tenemos derecho a divertirnos. Por otro lado, la diversión es parte imprescindible de la dinámica humana. Es vital para nuestro equilibrio emocional, y una buena parte de nuestra vida la dedicamos a actividades que nos reportan goce. Lo importante a remarcar, no obstante, es la manipulación grosera que se esconde en esta “industria del entretenimiento”. Es negocio, básicamente; y no para el pueblo consumidor precisamente. Por otro lado, es una producción concebida como mercadería banal, fácil de digerir, que lo único que hace es reforzar el estereotipo de “el que piensa, pierde. Tenga su tarjeta de crédito y…. diviértase”. Esa, seguramente, es la arista más grandemente cuestionable: no hay nada de arte, y lo más abundante, lo más constatable es el manejo del público a quien se dirige.

No es ninguna novedad que el gran comercio mediático, esto que se dio en llamar “industria del entretenimiento”, manejado siempre por grandes corporaciones globales de las potencias capitalistas, termina siendo, junto a fabuloso negocio, la más poderosa arma de control social que generó el sistema. Eso ya se entrevía décadas atrás, cuando comenzaba la monopolización de la comunicación masiva. En el Informe Un solo mundo, voces múltiples. Comunicación e información en nuestro tiempo, más conocido como Informe MacBride, presentado en la Conferencia General de la UNESCO en Belgrado, 1980, se alertaba ya que la industria de la comunicación está dominada por un número relativamente pequeño de empresas que engloban todos los aspectos de la producción y la distribución, las cuales están situadas en los principales países desarrollados y cuyas actividades son transnacionales”. Se decía asimismo que “con harta frecuencia se trata a los lectores, oyentes y los espectadores como si fueran receptores pasivos de información. Los responsables de los medios de comunicación social deberían incitar a su público a desempeñar un papel más activo en la comunicación, al concederle un lugar más importante en sus periódicos o en sus programas de radiodifusión con objeto de que los miembros de la sociedad y los grupos sociales organizados puedan expresar su opinión”. Es decir que hace casi 40 años atrás se denunciaba una tendencia ya evidente en aquel entonces, y que con el curso del tiempo fue agigantándose: la monopolización comunicativa unilateral, con los peligros que eso conllevaba.

Hoy en día es groseramente evidente esa tendencia: la clase dominante global (estamos en una fase de globalización total de los capitales) logra el control del mundo, además de con armas cada vez más poderosas, con estas “armas” ideológico-culturales. De hecho, para ejemplificarlo con algo icónico, la vanguardia de la producción cinematográfica capitalista: Hollywood (con una película puesta en el mercado cada 36 horas transmitiendo las bondades del american way of life), es una muy sopesada avanzada del gobierno federal de Estados Unidos.

En definitiva: esta difundida cultura popular, de popular no tiene más que la masividad. Y eso, lo sabemos, no es sino una forma descarada de utilización de la gente. Pues, como dijo Adolf Hitler: “¿A quién debe dirigirse la propaganda? ¿A los intelectuales o a la masa menos instruida? ¡Debe dirigirse siempre y únicamente a la masa! (…) La tarea de la propaganda no consiste en instruir científicamente al individuo aislado, sino en atraer la atención de las masas sobre hechos y necesidades. (…) Toda propaganda debe ser popular, y situar su nivel en el límite de las facultades de asimilación del más corto de alcances de entre aquellos a quienes se dirige”.

Ya sea desde una posición de derecha que homologa “popular” con grosero, propio de “la chusma”, o desde una de izquierda que lo asimila a una reivindicación y empatía para con los oprimidos, ambas lecturas del fenómeno cultural en tanto “hecho popular” pueden ser cuestionables. Si existe alguna posibilidad de arte o cultura popular -noción discutible por cierto; el arte es arte, a secas-, su condición de popularidad radica en el acceso masivo que toda la población puede tener para con él.

¿De dónde salió el prejuicio que lo popular debe ser de baja calidad? Eso es, justamente, lo que permite desarrollar una industria del entretenimiento basada en el desprecio por el buen gusto, “fácil” de digerir, pensada más bien como anestesia. “La gente quiere basura, por tanto le damos basura” se escucha decir con ligereza a más de un productor televisivo o cinematográfico. ¿Quién puede asegurar que eso quiera la gente? Cuando las poblaciones tienen otras oportunidades van más allá de la cosa ramplona. Véase, como ejemplo, Cuba, o la ex Unión Soviética. En promedio, en esas dos sociedades está la mayor cantidad de lectores de literatura (no de best sellers). ¿Quién dijo que la gente “quiere basura”? Eso quiere (¡y necesita!) el sistema para perpetuarse.

Vladimir Lenin, líder de la revolución bolchevique, consultado alguna vez sobre por qué usaba camisas de seda siendo un militante comunista, contestó que él luchaba para que “todos pudieran usar ese tipo de ropa”. ¿Quién dijo que el arte, o la producción cultural en su sentido más amplio, debe ser producto de elites? Lo popular está en lo masivo, pero lo masivo puede -debe- ser algo más que un videojuego que transmite valores de consumismo y hedonismo individualista, o la telenovela rosa donde la empleada doméstica se termina casando con el acaudalado patrón. ¿Por qué tenemos que estar condenados a Hollywood? “El mal gusto está de moda”, dijo el cubano Pablo Milanés. Pero… ¿quién impone las modas? Podemos -¡debemos!- ir más allá de las banalidades.

jueves, 22 de marzo de 2018

Guatemala: laboratorio de pruebas para Estados Unidos




Marcelo Colussi

Terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945, el principal ganador, Estados Unidos, sometió a la perdedora Alemania, junto con las otras potencias victoriosas, a los históricos juicios de Nüremberg. Allí se condenó al régimen nazi, entre otras cosas, por los anti éticos experimentos biomédicos desarrollados con seres humanos, judíos en la mayoría de los casos, en nombre de la superioridad racial. Hasta allí todos podríamos estar en completo acuerdo tanto con la condena como con los juzgadores: jugar con vidas humanas en experimentos secretos es deleznable; en definitiva: constituye un delito de lesa humanidad.

Lo trágico es que la potencia que estaba levantando la voz para condenar esas prácticas a todas luces abominables, casi al mismo tiempo estaba haciendo lo mismo en otras latitudes. La doble moral de los poderosos no es nada nuevo, por supuesto. Pero no por eso debe dejar de indignarnos. Es tan deleznable, abominable e infame la realización de experimentos secretos con humanos de carne y hueso como el discurso hipócrita, de dos caras. Washington, por cierto, es un maestro en esto último. Y, lo patético, es que nadie lo puede condenar. La más rampante impunidad sigue primando insultante. ¿Hasta cuándo?

Junto a esa petulancia arrogante del ganador (lanzó dos bombas atómicas sobre población civil no combatiente en Japón cuando la guerra ya estaba prácticamente terminada, solo como demostración de poderío, y jamás ha recibido condena por eso), también es un campeón en la realización de pruebas ocultas, fuera de todo control –de ordinario en el campo de la investigación biomédica o en las tecnologías bélicas–, en general con los “conejillos de Indias” que representan las poblaciones del Tercer Mundo, de los países pobres.

Según pudo saberse hace unos pocos años por una supuesta casualidad azarosa, la investigadora estadounidense Susan Reverby, del Wesllesley College, en búsqueda de información sobre experimentos realizados con reos de la prisión de Tuskegee, en Estados Unidos, encontró datos que revelaron estudios secretos desarrollados entre los años 1946 y 1948 por personal del gobierno de Washington en la centroamericana nación de Guatemala, arquetípico banana country para la lógica del amo imperial.



De acuerdo a lo hallado por la investigadora, con la aquiescencia de la embajada de su país en Guatemala y de la por aquel entonces Oficina Sanitaria Panamericana, precursora de la actual Organización Panamericana de la Salud (OPS), en esos años se llevaron a cabo en el país centroamericano cuestionables estudios con pacientes psiquiátricos, trabajadoras del sexo, soldados rasos y niños huérfanos. Lo que se buscaba era conocer la efectividad de la penicilina en el tratamiento de enfermedades de transmisión sexual (sífilis y gonorrea), para lo que se les infectó a las personas seleccionadas –por supuesto, sin previo aviso y con total desconocimiento de lo que se les hacía– con microorganismos de ambas patologías.

Que los resultados conseguidos siguiendo esas prácticas constituyan un “aporte” a la ciencia médica, y por ende a la humanidad toda, es un desatino, una aberración. Es similar a lo que buscaban los nazis en sus experimentos, juzgados luego como crímenes de guerra: eran, y siguen siendo, monstruosidades, atentados a la más elemental dignidad humana. ¿Se juzgará a algún ciudadano estadounidense por estas pruebas realizadas en Guatemala? ¿Habrá algún Nüremberg para algún funcionario de la primera potencia mundial? El Dr. Thomas Parran, quien supervisó la fase inicial de los experimentos en el año 1946 en territorio centroamericano, reconoció que se ocultó a las autoridades guatemaltecas lo que se estaba haciendo y que esos estudios de ningún modo se podrían haber realizado en su país. ¿Alguien se hará cargo de ese delito de lesa humanidad? ¿Quién va a ir preso?

En un gesto que, considerado ingenuamente, podría justificar su galardón de Premio Nobel de la Paz, el ex presidente de Estados Unidos, Barak Obama, apenas conocida la denuncia de los hechos en el 2010 se disculpó telefónicamente con su por ese entonces homólogo de Guatemala, Álvaro Colom, por la violación cometida seis décadas atrás. “Políticamente correcto” quizá, pero eso no exculpa lo sucedido. No es la primera vez que se conocen acusaciones de ese tenor; es más que sabido que los habitantes del Tercer Mundo son conejillos de Indias para experimentos de esa calaña que realizan las potencias del Norte, incluso en forma masiva con alimentos o medicamentos. Además de proveedores de materias primas y mano de obra a precio regalado, el Sur también es un laboratorio de experimentación humana gratuito.

En un tiempo Estados Unidos comenzó a hablar de “control de la natalidad” (hoy día se reemplazó eso por las políticamente más correctas “planificación familiar” o “paternidad responsable”); en definitiva, más allá del nombre, se trata de lo mismo: impedir que siga creciendo el número de bocas que alimentar en el planeta, asegurando así los recursos solo para los “ciudadanos de primera”, para el caso, los estadounidenses. Y ello llevó a esterilizaciones masivas en varios países (siempre impulsadas por agencias estadounidenses), por supuesto sin que las mujeres esterilizadas lo supieran, y mucho menos, lo consintieran.

Guatemala, en su posición de país pobre y dependiente, casi un protectorado de Washington, ha sido y continúa siendo un privilegiado campo de prueba (si es que a eso se le puede llamar “privilegio”), un laboratorio para infinidad de experimentos sociales que desarrolla la geoestrategia de Washington. Por lo pronto fue en Guatemala donde se estrenó la Agencia Central de Inteligencia, la CIA. Aquí hizo su debut la tristemente célebre organización estadounidense, preparando y ejecutando el golpe militar que quitó de la presidencia a Jacobo Arbenz, un socialdemócrata que encabezaba un gobierno popular con tinte nacionalista que se había permitido expropiar las tierras ociosas de la United Fruit Company, la empresa frutera norteamericana que operaba en Centroamérica con la más absoluta y descarada impunidad.

Años después, durante la larga guerra interna que desangró al país donde se enfrentó un poderoso movimiento guerrillero con el ejército, la geoestrategia de Estados Unidos hizo de Guatemala un campo de experimentación –en versión corregida y aumentada– de la desaparición forzada de personas. Este país –con 45.000 detenidos-desaparecidos– y Argentina –con 30.000 personas desaparecidas en el marco de la operación regional bautizada Plan Cóndor– fueron las naciones latinoamericanas donde esta infame práctica alcanzó sus cotas máximas (representando alrededor del 70% de todas las desapariciones forzadas de Latinoamérica durante las llamadas guerras sucias). En ambos países la doctrina militar de las academias estadounidenses potenció de una manera monumental lo iniciado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, llevado luego a la categoría de estrategia bélica normalizada por Francia en su guerra colonial contra Argelia, teorizada por el coronel galo Roger Trinquier en su libro “La guerra moderna y la lucha contra las guerrillas”.

Según dicha “teoría”, los actos de desaparición forzada son ejecutados conforme a pasos de manual: 1) persecución de una persona concebida desde una perspectiva ideológica como un enemigo interno; 2) detención ilegal; 3) entrega del detenido en algún centro de detención clandestino; 4) ocultamiento ilegal de la víctima; 5) presión psicológica ejercida sobre la familia, el grupo de pertenencia del desaparecido y el colectivo social a través del discurso oficial estigmatizante e ideologizante y las técnicas publicitarias empleadas.

Estas técnicas, desarrolladas en principio por los franceses, fueron llevadas a su máxima expresión en Guatemala, país que, una vez más, sirvió de laboratorio social para la implementación de planes sociopolíticos impulsados por el gobierno de Estados Unidos. Años después, a partir del 2015, nuevamente el país centroamericano vuelve a ser laboratorio experimental para una nueva y refinada técnica de control social: la “lucha contra la corrupción”.

Continuando la práctica de las llamadas “revoluciones de colores” desarrolladas en las ex repúblicas socialistas soviéticas, la nueva estrategia geopolítica de Washington consiste en entronizar la corrupción (solo de los funcionarios públicos) como el principal mal y causa última de las penurias de las poblaciones. Con ello se encubren las verdaderas causas estructurales de la situación (la explotación de una clase social por otra, la extracción de plusvalía de los trabajadores por parte de los propietarios de los medios de producción), poniendo en los “malos funcionarios corruptos” el motivo principal de la pobreza y el atraso. La movida inició en el 2015 con la construcción de numerosos perfiles falsos en las redes sociales desde donde se llamó a movilizaciones pacíficas, desideologizadas, tendientes solamente a remover de su cargo a la cabeza visible del país: el binomio presidencial. Muy bien orquestada, la jugada resultó exitosa: presidente y vicepresidenta terminaron presos, y la nueva técnica de manipulación social se mostró efectiva. Tiempo después, la “lucha contra la corrupción” se entronizó como la nueva cruzada salvadora para, supuestamente, terminar con las penurias de las masas paupérrimas. Y gracias a esa edificación mediática la geopolítica de la Casa Blanca logró frenar varios gobiernos “molestos” para su estrategia: Cristina Fernández en Argentina, Dilma Roussef en Brasil, preparando también condiciones para quitar a “indeseables” cuando la política de Washington lo requiera.

En otros términos: Guatemala es un conejillo de Indias siempre útil para las más diversas experimentaciones. Estados Unidos, en tanto potencia dominante, se arroga el derecho de hacer lo que quiere en estos parajes. ¿A quién se le ocurriría que una universidad o una empresa farmacéutica guatemalteca, o de cualquier país tercermundista, pudiera experimentar, por ejemplo, un nuevo medicamento, con ciudadanos estadounidenses en suelo norteamericano, sin previo aviso a las autoridades correspondientes? Inimaginable, por cierto. Pero la inversa es ya algo “normal”. Es más: ¿cuántos experimentos se podrán estar llevando a cabo en este momento en Guatemala sin que la población ni el gobierno del país lo sepan?

Las potencias son potencias, justamente, porque manejan a las poblaciones, a los recursos que éstas poseen y, en definitiva, a los países en su conjunto donde todo ello se encuentra. Para manejarlos se apela a todo tipo de armas. El racismo, la desvalorización de los pueblos considerados “primitivos”, la noción de “ciudadanos de segunda” versus ciudadanos de sentido pleno, que serían los de los países metropolitanos –civilización y barbarie si queremos decirlo de otro modo–, son todas ideas que permiten la manipulación de esas masas excluidas, dando como resultado, entre otras cosas, la posibilidad de hacer experimentos execrables sin ninguna culpa con los “primitivos”. Luego podrá decirse que es en beneficio de la Humanidad.

Si los Aliados juzgaron las “abominables” prácticas de los nazis, no fue en absoluto por consideraciones éticas: fue sólo una demostración de poder. ¿Cuándo cambiaremos eso?

martes, 13 de marzo de 2018

“Queremos que la población pueda volver a confiar en el movimiento estudiantil”


Entrevista a Lenina García, Secretaria General de la AEU, Guatemala


Marcelo Colussi

La Asociación de Estudiantes Universitarios -AEU- “Oliverio Castañeda de León”, de la Universidad de San Carlos de Guatemala, por largos años estuvo copada por una dirigencia mafiosa, siempre bajo la sombra de las autoridades que, mirando para otro lado, permitieron sus fechorías (negocios sucios, extorsiones, venta de drogas, grupo de choque ante cualquier intento de organización genuina de los estudiantes). Estos “estudiantes”, en realidad: activistas políticos de derecha y oportunistas ligados a negocios clandestinos, opusieron todo tipo de resistencia antes de cambiar. Pero en el 2017 el voto estudiantil les cerró camino, eligiéndose una nueva directiva, democrática y transparente. Su actual Secretaria General: Lenina García, 26 años, estudiante de la Licenciatura en Enseñanza del Idioma Español y Literatura, es la primera mujer en dirigir la Asociación. Con visión clara, muy determinada en el proyecto político-estudiantil que la nueva AEU impulsa, contó en la siguiente entrevista cómo está la situación en este momento, abriendo perspectivas de futuro sobre la compleja problemática de la educación superior en el país, la universidad pública y la situación nacional general.
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Pregunta: Después de casi ocho meses de haber asumido la nueva AEU, ¿qué balance podrían hacer con este tiempo transcurrido? ¿Cómo está la situación de la AEU actual y su relación con la vieja mafia de la AEU, y con las autoridades universitarias?

LG: Nos sentimos muy contentos por varios motivos. Primero, por haber recuperado la Asociación de Estudiantes Universitarios después de 17 años de cooptación. Eso es muy importante y nos pone muy contentos, porque demuestra que sí se pueden recuperar las instituciones, pese a la cultura mafiosa que sigue estando enraizada y que desea mantenerse en los espacios usurpados por años. Recuperar una organización estudiantil donde se destruyeron los tejidos entre los estudiantes durante tanto tiempo, donde se desaparecieron estudiantes, se asesinaron, donde se masacró gente y se creó terror, es muy complicado. Es algo tan difícil porque tenemos que partir de cero, pues no existe ningún precedente, ninguna sistematización que nos permita entender cómo funciona, o cómo debería funcionar, una AEU legítima. De hecho nuestros actuales referentes son personas de la época de Oliverio Castañeda, gente de alrededor de 70 años; faltan estudiantes jóvenes con los que podamos intercambiar sobre estos asuntos. En otros términos: nos tocó a nosotros solitos ir descubriendo una enorme cantidad de aspectos de los que no conocíamos nada, ir armando como podíamos las piezas de un rompecabezas sumamente complejo. Cuando en los años 90 del pasado siglo se dio la última representación democrática de la AEU, el contexto de la universidad era muy distinto: no había la cantidad de estudiantes que existe ahora, ni estaba tan descentralizada. La realidad de hoy día es muy distinta a la de años atrás, porque el campus central no absorbe a todos los estudiantes, dado que ahora la universidad tiene presencia nacional estando en todos los departamentos, hay muchas carreras nuevas, y dada la precariedad con que se mueve la educación en nuestro país, tenemos problemas nuevos, como clases abarrotadas con más de 200 alumnos en un salón. Es decir: estamos ante cosas nuevas donde nadie nos puede dar orientaciones. Tenemos que ir descubriendo y resolviendo nosotros esta nueva situación actual de la universidad. Por todo ello nuestra gestión no es fácil. Además se suman dos factores sumamente importantes: por un lado, la corrupción con que nos encontramos, que está en todos los rincones del país, y por supuesto también en la universidad, y por otro, la despolitización del movimiento estudiantil como herencia de lo que sucedió a nivel nacional estos últimos años. Y también podría agregarse, como otro elemento con el que tenemos que luchar, la confusión que existe con los estudiantes y ciertas prácticas que no son nuestras, que vienen de las viejas prácticas corruptas, pero que muchas veces nos las endilgan.



Pregunta: ¿Cómo cuáles? ¿A qué te referís exactamente?

LG: Sucede con los encapuchados de la Huelga de Dolores. Por allí se ven encapuchados desarrollando las viejas prácticas corruptas y se dice que son de la AEU. En realidad nos desmarcamos totalmente de esas conductas mafiosas del pasado, nuestro proyecto no tiene nada que ver con eso. Con todo esto quiero decir que nuestra gestión está hecha bajo presión, enfrentándonos a gran cantidad de problemas, de desafíos. De hecho, hasta el lugar físico de la AEU nos costó mucho recuperarlo, porque no nos lo querían entregar. Incluso se dieron hechos de violencia intimidatorios hacia nosotros, y las autoridades no nos apoyan en todo esto. O, en todo caso, nos apoyan en algunas demandas, y en otras no.

Pregunta: Hablaste de hechos de violencia. ¿Qué papal está jugando ahora la vieja AEU?, que sabemos mantiene vínculos con sectores oscuros, incluso del crimen organizado.

LG: Esa gente, que desde hace 5 años se conocen internamente como Comisión Transitoria, durante los largos años que mantuvieron cooptada la estructura fueron creando una red de crimen organizado, que en la actualidad no está del todo desmantelada. Las redes de locales con venta de licor y de discotecas que están en torno a la universidad las siguen manejando, directa o indirectamente, y si bien hay una ley que las prohíbe, eso no se acata. También dentro de la universidad hay muchas ventas de comercio informal (ropa, artesanías, comida, etc., etc.), en muchos casos ligadas a venta de drogas, o que actúan como informantes. Las viejas estructuras corruptas mantienen vínculos con todo esto. Y si bien nosotros asumimos la nueva AEU, esta gente sigue haciendo su negocio porque no se han ido de la universidad. Incluso la política universitaria que tiene que ver con la gestión administrativa de la institución, está llena de corrupción, y estas redes de estudiantes tienen que ver con eso. La vieja AEU, y lo que pasó a ser la Huelga de Dolores, son los operadores políticos de esos sectores corruptos a alto nivel que tienen secuestrada la universidad. Siempre se manejaron con criterios de matonaje, manipulando estudiantes, amedrentando. Hoy día esas prácticas persisten, y nosotros hemos sido víctimas de intimidaciones, de amenazas: nos llegan mensajes anónimos, nos provocan.

Pregunta: Hechos de violencia física directa, concreta, ¿han sufrido?

LG: Hechos concretos de violencia física: no. Al menos nosotros, los miembros actuales de AEU, no hemos tenido. Pero sí ha habido actos de agresión con estudiantes cercanos al movimiento, y este año hubo una violación de una estudiante, actos que deducimos vienen directamente de estas redes mafiosas, como intimidaciones.

Pregunta: ¿Qué están haciendo para contrarrestar toda esa provocación?

LG: Ha habido varias acciones. Se han hecho las denuncias pertinentes a las autoridades, en el Ministerio Público. También se denunciaron los hechos a través de redes sociales, lo hemos presentado ante el Consejo Superior Universitario, lo hemos hecho viral. Y también lo hemos trabajado con las bases estudiantiles, para que conozcan exactamente cómo es la situación real. Pero en el ordenar la casa a partir que tomamos posesión es donde más tiempo se nos ha ido. Todo ese trabajo burocrático-institucional, para recuperar el presupuesto, para establecer las asociaciones de las distintas unidades académicas, para hacer las coordinaciones necesarias dentro de la universidad, nos toma muchísimo tiempo, muchísima energía.

Pregunta: Sin dudas la corrupción, establecida ya como cosa “normal / natural”, campea en todas las estructuras del Estado, y también en la universidad pública. Eso va de la mano de esa despolitización del estudiando que mencionabas. Como AEU, ¿qué se plantean para enfrentar todo eso, y transformarlo?

LG: Recuperar nuestras instituciones legítimas es una forma de ir luchando contra todo eso. Cuando digo recuperar nuestras instituciones, me refiero a las distintas asociaciones de las unidades académicas, los jurados de oposición, representantes ante el Consejo Superior Universitario. Es decir: los espacios de representación estudiantil buscamos que sean verdaderamente democráticos, y desde ahí, comenzar a cuestionar el modelo vigente. Por ejemplo: recuperar la asociación de Derecho es un gran paso, porque de ahí salen las personas que tienen mucho que ver con la institucionalidad del Estado, pues de allí se influye para la elección de magistrados del sistema de justicia, para la elección de Fiscal General. Recuperando esos espacios los estudiantes pueden impedir que sigan llegando profesores elegidos “a dedo”, por compadrazgo o por acuerdos políticos no transparentes, garantizando así la calidad académica. De hecho, tenemos un plan de trabajo con el que ir trazando una ruta mínima para recuperar la universidad. Dicho plan presenta cuatro ejes de trabajo: eje político, eje académico, eje comunicacional y eje de fortalecimiento institucional. En el eje político tenemos establecido trabajar no solo en el campus central sino en todos los centros del país, para ir acercándonos a todo el estudiando e ir sentando las bases para crear una Confederación de estudiantes. Tal como estamos hoy, los actuales estatutos no contemplan los centros universitarios del interior del país, por lo que queremos trabajar fuertemente en cambiar eso, así logramos que muchos más estudiantes se empoderen y se articulen en nuestras demandas. En ese sentido, tenemos pensado desarrollar una Escuela de formación política. Esa iniciativa tiene que ver con el eje político y con el eje académico; se busca involucrar a estudiantes que ya participan en alguna asociación, para que tengan una mayor sistematización en temas vinculados a movimiento estudiantil, realidad nacional e internacional, derechos humanos. Todos esos son temas muy importantes y podrán hacer que los estudiantes vayan involucrándose más en sus asuntos, permitiéndolos empoderarse más. También queremos cambiar los estatutos para crear la Confederación nacional de estudiantes. Por otro lado estamos trabajando en el tema de acceso a la información pública. Sabemos que allí hay una ley que permite el libre acceso a la información pública: en ese sentido queremos desarrollar los mecanismos para que cualquiera que lo desee pueda pedir información al departamento de información pública de la USAC. A través de eso puede saberse mucho de lo que hoy día está silenciado, disfrazado, manejado con prácticas corruptas dentro de la universidad.
También queremos desarrollar un departamento de denuncias y fiscalización desde la AEU. Eso, porque nos llegan muchas denuncias de estudiantes que nos hacen saber, por ejemplo, que hay catedráticos que les están cobrando para hacerles ganar un examen.

Pregunta: Sin ánimos de entrar en chismes, pero para tener una real dimensión de la corrupción con la que nos encontramos, ¿qué tipos de denuncias reciben ustedes como AEU?

LG: Por ejemplo esto que decía: que hay catedráticos que piden dinero para hacer ganar una clase. O también la forma en que se eligen los docentes, sin seguir ningún mecanismo transparente. También recibimos denuncias respecto a manejos corruptos en el plan de prestaciones, elecciones espurias en algunas asociaciones sin la menor presencia de mecanismos democráticos. Acoso sexual, machismo en las aulas, profesores que obligan a sus alumnos a comprar sus propios libros. En fin: hay una variedad de acciones corruptas, y nos llegan continuamente denuncias de todo eso.

Pregunta: Volvamos al eje académico del que estabas hablando.

LG: En ese ámbito estamos tratando de desarrollar diversas actividades académicas para beneficio de los estudiantes, como foros o encuentros sobre temas que hemos identificado como de interés. Por ejemplo, vamos a desarrollar una semana sobre el tema de la Resistencia de los pueblos; es decir: pueblos afectados por la minería, o por el robo de sus territorios, o pueblos en resistencia como La Puya. Ahora acabamos de terminar una semana sobre género, donde se tocaron temas de actualidad ligados a esto, al feminismo, al día de la mujer. Con este eje académico se busca que los estudiantes puedan desarrollar un pensamiento crítico y elementos humanísticos. Ahí también vemos todo lo relacionado con becas. Por otro lado tenemos una estrategia comunicacional, donde vemos cómo acercarnos a los estudiantes de la mejor manera posible para que todo el mundo esté convenientemente informado. En el eje de fortalecimiento institucional nos ocupamos del fortalecimiento de la AEU a nivel de infraestructura, de las finanzas. El eje más importante, creemos, es el político, para dotar a los estudiantes de instrumentos con los que poder participar y recuperar su protagonismo.

Pregunta: ¿Cómo es la relación de la AEU con las autoridades en este momento?

LG: Nuestra relación es eminentemente institucional. Defendemos nuestra autonomía como estudiantes, por lo que no nos debemos a las autoridades. Nos coordinamos institucionalmente, haciendo pedidos, revisando algunas cosas en forma conjunta. Pero, insisto: es una relación institucional. Una vez por mes tenemos un espacio en el Consejo Superior Universitario para plantear nuestra agenda.

Pregunta: ¿Hay respuesta positiva?

LG: En algunas cosas sí, en otras no. Recibimos apoyos en las cuestiones que son institucionales y donde las autoridades están obligadas a coordinar con nosotros. Por ejemplo, en temas logísticos, en apoyo con movilización, en proporcionarnos contactos, en facilitarnos este tipo de cuestiones. Pero no hemos tenido apoyo en el tema de la seguridad. Por ejemplo, ahora, durante la Huelga, hay encapuchados que cobran los parqueos y se quedan con ese dinero. Eso es un acto de corrupción. Les hemos manifestado eso a las autoridades, pero vemos una falta de determinación de parte de ellas para actuar.

Pregunta: ¿A qué lo atribuís?

LG: Por supuesto que no son todas las autoridades, pero sí hay personas que se benefician de esos actos de corrupción, por eso a veces no se hace lugar a nuestras demandas. Eso nos pone en situaciones complicadas. La vez pasada, por ejemplo, ante estos cobros ilegales fuimos a desalojar a un grupo de encapuchados en Ciencias Económicas, y logramos que se fueran. Pero se hizo sin el apoyo de las autoridades, exponiendo mucho a los estudiantes, porque se sabe que en esos casos puede haber violencia por parte de estos encapuchados.

Pregunta: Hablemos de la Reforma Universitaria. ¿Qué dice la AEU al respecto?

LG: Por cierto es importantísimo, quizá lo más importante de nuestro plan de acción. De hecho, entra en el eje político. Ahí ponemos toda nuestra energía, y esperamos que así lo haga también el grupo que nos continúe en la gestión de la AEU. Creemos que la profunda crisis que vive la USAC en este momento solamente se podría redimir a través de la Reforma. Habría que cambiar el modelo educativo vigente, que es un modelo tradicional, bancario, no actualizado a nuestra realidad actual. Es un modelo obsoleto, que hace muy difícil graduarse, con una calidad docente muy mala, con métodos de evaluación ya casi inservibles. Hay mucho que cambiar, también los modelos de representación democrática que se dan a lo interno. Por ejemplo, en el Consejo Superior Universitario solo tienen representación las Facultades, no así las Escuelas. Además, como decíamos, hoy la universidad está muy descentralizada, por lo que todos los centros del interior deben tener voz y voto. Habría que reformar el tema presupuestario, los mecanismos de contratación de personal, temas administrativos. Hay que reformar todo. Por eso la Reforma es algo primordial para actualizar la universidad. Le damos mucha prioridad a todo esto, nos parece fundamental. Y creemos que en todo esto el movimiento estudiantil tiene que jugar un papel clave, no dejando todo en manos de gente que está llevando el proceso con su propia agenda y a su propio tiempo. Sin dudas, es un trabajo titánico, porque la gente que está llevando esto adelante ya está acomodada con lo tradicional, y no se le ve muchas intenciones de cambiar nada en serio.

Pregunta: La educación pública, en todos sus niveles, ha sido bombardeada por las políticas neoliberales. Actualmente en Guatemala, solo el 50% del estudiantado universitario va a la pública, la San Carlos, mientras que el otro 50% se distribuye entre las 12 universidades privadas que existen. ¿Cómo ven este fenómeno desde la AEU?

LG: La crisis generalizada de la educación pública responde a la crisis de este capitalismo neoliberal que padecemos. El modelo vigente prioriza la formación universitaria de mano de obra barata para el mercado laboral, y no la formación de personas críticas de su realidad. La USAC, durante el conflicto armado, aportó muchos intelectuales que cuestionaban la guerra y el modelo social que la produjo, lo que llevó a muchos profesionales a participar directamente del movimiento revolucionario. Incluso la AEU de ese entonces formó muchos líderes que se involucraron con la guerrilla. Buena parte del movimiento estudiantil de aquellos años participó de luchas populares, yéndose a la montaña en muchos casos. Eso hizo que se desatara una feroz represión contra la universidad. Firmada la paz, las elites poderosas del país cooptaron la universidad de San Carlos, porque allí estaba el cerebro de la crítica. Toda esa represión llevó a precarizar la universidad, convirtiéndola en una formadora de gente con título pero sin el más mínimo pensamiento crítico. Ese es el panorama actual de la educación superior: una formación precaria, nada crítica, solo para un 2% de la población. Creemos que la universidad pública tiene que volver a tener alta calidad académica y también humanística. Eso tiene que ver también con una revolución ética, para salir de la corrupción y la impunidad. Hay que romper con el individualismo que trajo el neoliberalismo; hay que volver a fomentar los criterios de solidaridad, de bien común, salir de ese individualismo atroz que vivimos. Hay que repensar la universidad que queremos, a 100 años de la Reforma Universitaria de Córdoba, en Argentina. Y hay que repensar con criterios actuales los logros de aquella reforma, como la libertad de cátedra, o el cogobierno, o la autonomía universitaria. Hoy día, libertad de cátedra, para muchos docentes es sinónimo de enseñar lo que quieren sin la más mínima supervisión de nadie. O cogobierno no significa solo permitir la participación de los estudiantes sino tomar realmente en serio su voz. También el tema de la autonomía hay que repensarla: por ejemplo hoy, en nombre de la autonomía, la universidad entrega sus informes a la Contraloría General de Cuentas no permitiendo que se la investigue a fondo.

Pregunta: ¿Sería deseable que entre la CICIG a la universidad?

LG: Sí, se puede. Su mandato es desarticular estructuras de crimen organizado, y la universidad, lamentablemente, ya tiene mucho de eso. Eso lo piden los estudiantes. Habría que investigarla, porque en nombre de la autonomía se cometen muchas irregularidades, que quedan impunes. Hay que empezar a mirar a la universidad con un enfoque de derechos humanos. Eso no existe, y habría que comenzar a pensar una universidad solidaria que vaya más allá de la actual visión de mercado, comercial, que prepara técnicos totalmente desprovistos de cuestionamientos y valores humanos.

Pregunta: Hablaste mucho de la corrupción. De alguna manera, esta nueva AEU es producto de las movilizaciones anti-corrupción que surgieron en el 2015, es uno de sus efectos. Pero ahora esta AEU aparece en el recién formado Frente Ciudadano contra la Corrupción, al lado del alto empresariado, del CACIF, de     FUNDESA. Hubo gente que criticó eso, llegando a decir que eso constituye una “traición”. ¿Cómo evalúan ustedes todo eso?

LG: Sin dudas las movilizaciones del 2015 fueron el escenario que nos permitió fortalecernos para llegar a recuperar la Asociación de Estudiantes. Pero antes ya había organizaciones, articulaciones dentro del movimiento estudiantil que venían trabajando con un espíritu crítico, cuestionando la situación de la universidad. El 2015 permitió que esos grupos que venían trabajando aislados se juntaran. Ahí surgió nuevamente la esperanza de volver a tener participación en la política nacional, de ser críticos, de protagonizar cambios. Es importante decir que nosotros, que esta nueva AEU, no nos creemos ninguna vanguardia. Nosotros nos organizamos ahora, y salimos a la calle, pero los pueblos originarios vienen haciéndolo desde siempre. En todo caso se podría decir que en el 2015 hubo un despertar ciudadano, pero en la ciudad, porque en otros espacios esa movilización siempre estuvo. No somos la vanguardia, porque existen otros muchos grupos juveniles que también desarrollan un pensamiento crítico. En cuanto al Frente Ciudadano contra la Corrupción, es importante señalar que aunque hayamos estado en un espacio público junto a otros sectores, eso no significa que necesariamente compartamos sus agendas ni que tengamos intención de articular con ellos. Nosotros tenemos nuestra propia agenda, el plan de trabajo que antes mencioné, que no coincide con la de estos sectores que estuvieron en ese acto público. Participamos en ese Frente porque apoyamos la labor del Ministerio Público y la CICIG, en el entendido que están realizando un buen trabajo en la desarticulación de redes mafiosas. Preciso es decir, de todos modos, que no han tocado ciertas instituciones ultra conservadoras, como el ejército, o el alto empresariado.

Pregunta: O la Universidad de San Carlos.

LG: Exacto. Como MP y CICIG han tocado algunas de esas estructuras mafiosas, corruptas, nos parece útil apoyarlas en términos políticos, dado que se está fraguando y consolidando el llamado Pacto de corruptos, intentando sacar del país al Comisionado Iván Velásquez, pudiendo llegar a declarar un estado de sitio y criminalizar todo tipo de propuesta, incluso con la ley antiterrorismo que se está fraguando. Es por eso que nos sumamos al Frente, no para apoyar al empresariado. De hecho, nos sorprendieron el día de la realización de la presentación pública, porque nos habían asegurado que esos personajes de la cúpula empresarial no iban a estar ahí. Si esos sectores, muy hipócritamente están apoyando al Foro para que, en definitiva, no se les investigue, nos parece oportuno apoyar el esfuerzo anticorrupción para que, en un futuro, lograr que sí se les pueda investigar. Nosotros somos la primera AEU legítima después de 17 años, por eso creemos que hoy por hoy es necesario dejar a un lado los extremos. No podemos satanizar al sector empresarial, pero sin dejar de ser críticos, debemos incluir a todos los sectores para la construcción de un país realmente democrático. Para la construcción de paz, como dice Carlos Aldana, debemos dialogar, recuperar la memoria histórica, sin dejar de ser críticos. Por todo eso, sin abandonar nuestros principios, participamos en el Foro, para luchar efectivamente contra la corrupción.

Pregunta: ¿Algo más que quisieras agregar ya para concluir?

LG: El trabajo de recuperar una institución como la AEU, que estuvo secuestrada durante 17 años, no es nada fácil. De todos modos tenemos mucho entusiasmo, muchas ganas de hacer las cosas bien, y vamos creciendo, vamos consolidándonos. De 15 que éramos en el momento de la elección, ahora ya somos un grupo de alrededor de 50 estudiantes. Esperamos que ya pronto se visibilicen los cambios que estamos emprendiendo. Todos los ataques mediáticos que estamos recibiendo entendemos que responden a nuestra decisión de tocar las redes corruptas dentro de la universidad, pero eso no nos va a detener. Seguiremos trabajando con una política estudiantil adecuada a los tiempos actuales rescatando los logros históricos de quienes nos antecedieron. Nuestras principales articulaciones son con el movimiento social, con los pueblos en resistencia. Queremos que la población pueda volver a confiar en el movimiento estudiantil.