viernes, 31 de marzo de 2017

Latinoamérica tiene complejo de inferioridad



Marcelo Colussi

No es infrecuente ver en cualquier punto de Latinoamérica a algún ciudadano (hombre o mujer) de aspecto aindiado, moreno, en definitiva: no-blanco, con el cabello teñido de rubio. En esta sufrida región del mundo, para ambientar un programa cultural radial o televisivo, en principio a cualquiera se le podría ocurrir usar música llamada “clásica” (música académica europea de los siglos XVII al XIX) y no, seguramente, cumbia o ranchera. Y si se trata de organizar una cena de lujo muy probablemente cualquier habitante latinoamericano pensaría en ofrecer langosta, algún plato con un complicado nombre en francés, lasagna quizá… pero seguro que no arepa, humita ni indio viejo. Y por supuesto, para ir “bien” vestido, un varón debe llevar saco y corbata y una mujer tacones altos con joyas y mucho perfume; sería de “mal gusto” presentarse en güipil o con chaqueta de colores típicos. Los palacios gubernamentales, aún rodeados de palmeras y bajo abrasadores soles tropicales, deben tener muchas columnas jónicas y dóricas con amplias escalinatas de mármol como los de los “hombres blancos” del norte, y la juventud “chic” canta en inglés. ¿¡Cómo habría de tararear una canción en guaraní o en mapuche?! Y en diciembre, ¡por supuesto!, los malls (también se puede decir shopping centers) se llenan de pinos plásticos y nieve artificial con un viejo barbudo vestido con trajes de piel viajando en trineo (¿en nuestros países?). Si pensamos en pirámides fabulosas, pensamos en las de Egipto, olvidando que en Mesoamérica hay otras tan fantásticas como aquellas. Dato interesante: la civilización maya llegó al concepto de número cero hace más de mil años, cuando en Europa se cazaban brujas por herejía.

¿Por qué lo latinoamericano no es “civilizado”? ¿Maldición de Malinche?

¿Quién dice que no somos “civilizados”? ¿Cuál es el ícono representativo de nuestros países? Hombres borrachos y mujeriegos, en general flojos para el trabajo, mujeres provocativas con sensuales caderas y pechos semidesnudos, sucias y caóticas ciudades desorganizadas atestadas de vendedores ambulantes y niños de la calle, uniformados impunes que ejercen un poder dictatorial, un agro semifeudal con campesinos famélicos usando bueyes y machete para sus faenas diarias. En general no se relaciona Latinoamérica con ciencia, tecnología, arte ni filosofía; pero sí se la asocia a atraso, a primitivismo, a sociedades detenidas en los siglos de la colonia española, profundamente católicas, llenas de prejuicios. Ahora bien: ¿de dónde sale esta cosmovisión? ¿Somos así los latinoamericanos? ¿O es la lectura que sobre nosotros produce el discurso imperial que nos condena a ser “indios” y “negros” atrasados proveedores de materias primas baratas?

Sin dudas en este momento, ya entrado el siglo XXI, esa tajante división de “civilización” y “barbarie” se ha atemperado un poco. El 12 de octubre ya no es el “día de la raza” o “de la hispanidad” sino el de la resistencia y la dignidad indígena. Hoy no es políticamente correcto decir “negro”, y para eso tenemos el neologismo de “afrodescendiente”, así como se va abandonando la grosera e hiriente expresión “indios” por la de “pueblos originarios”. Pero más allá de este barniz superficial –importante en algún nivel–, la exclusión persiste, y mucho. Es cierto que ya nadie va a importar “negros” del África para traerlos a trabajar a las plantaciones de la cuenca del Caribe, y ya no se venden fincas “con indios incluidos”. Pero ser latinoamericano aún tiene un peso negativo que no es fácil de quitar.



Pero ¿quién dice que esta “bárbara” región del mundo es atrasada? En definitiva: ¿qué es eso del atraso? ¿Por qué sentirnos avergonzados de ser lo que somos? ¿Por qué sigue teniendo efecto sobre nosotros, los latinoamericanos, la odiosa maldición de Malinche?

En todo lugar del mundo y en cualquier momento histórico, al menos desde que hay sociedades divididas en clases donde una apropia el producto social excedente producido por la otra, el grupo dominante marca el rumbo. Esa dominación, la historia lo enseña descarnadamente, no se limita a un espacio geográfico inmediato: por el contrario, cuando una clase dominante crece y aumenta su capacidad de dominio, se torna imperialista. Así, la dominación de los poderosos va más allá del grupo que habla su mismo idioma y la historia humana nos muestra que todo grupo de poder, cuando tuvo la ocasión de expandirse, conquistó y dominó a cuanto súbdito pudo. Ello sucedió en todos lados, también en la hoy conquistada Latinoamérica: los imperios maya, azteca o inca no eran “pobres indiecitos atrasados”; eran colosales mecanismos imperiales como lo fueron el persa, el romano o el chino, o como luego lo serían el español, el británico o en la actualidad el estadounidense.

La dominación se asegura militarmente, y por la cultura. E incluso esta última termina siendo, a largo plazo, más efectiva que las armas. Desde que hay sociedades de clases, siempre hay una cultura dominante que se impone y marca el ritmo a los dominados, a sus propios súbditos por así decir “naturales” y a los conquistados más allá de sus fronteras. El conquistado se resiste, pero también se pliega al conquistador. Seguramente como mecanismo de sobrevivencia, la dinámica de esta relación amo-esclavo está marcada por esta incomprensible dialéctica: el esclavo, por lo común, termina pensando con la cabeza del amo. De ahí que la maldición de Malinche puede establecerse y ser efectiva. ¿Por qué, si no, un indígena latinoamericano querría pintarse el pelo del color de quien lo conquistó?

Este mecanismo de asimilación cultural donde el dominado repite las formas del dominador es universal. Por lo que enseña la comparación de distintos procesos históricos, puede verse que se da siempre, junto también a la rebelión. Es decir: lucha a muerte contra el opresor, pero también incorporación de su imagen para buscar controlarlo en la así llamada “realidad psíquica”. Todo ello también se cumple en Latinoamérica (¿por qué no habría de repetirse siendo un dispositivo psicológico universal?) De todos modos, entre uno y otro polo, entre la aceptación pasiva y la reacción rebelde, subversiva, que busca destruir al dominador, podemos priorizar uno u otro elemento. Y el que queremos levantar ahora, sin ocultarlo en lo más mínimo, es la reacción contra el imperialismo cultural del que seguimos siendo víctimas.

La dominación imperial (cualquiera sea, del pasado o del presente) busca integrar a los dominados como esclavos bien portados que le facilitan su proyecto imperial. Pero nunca falta un Espartaco que se levanta. O un Vietnam. Y tal como dijo el Che Guevara, necesitamos interminables Vietnam que se levanten contra el discurso hegemónico y unipolar que hoy representa el imperialismo conducido por Washington, y contra la pesada carga que nos sigue humillando y haciendo sentir unos “primitivos” junto a los “desarrollados” del Norte.

La idea final no puede ser crear división entre los distintos grupos humanos, representantes todos, finalmente, de la misma “raza”. Pero sí vale puntualizar, como un momento de la lucha hacia ese mundo de igualdad que aún no se ha conseguido, que el supuesto desarrollo civilizatorio de una cultura “superior” a otra no es más que patraña. ¿Son “mejores” los que tienen el “buen” gusto de comer pasta con vino tinto en vez de anticucho o de usar ropa con colores pastel y no esos “primitivos” tonos vivaces de las guayaberas tropicales? Si alguien creyera que sí, verdaderamente es un primitivo. Lo curioso, no obstante, es que el mundo está basado en esa idea. Y sin saberlo, sintiéndonos “superiores” algunos e “inferiores” otros, seguimos repitiendo la estructura. ¿Nos irá mejor en la vida si nos teñimos el cabello de rubio y copiamos las modas de los anglosajones dominantes?

De todos modos, producto de más de cinco siglos de dominación cultural, en Latinoamérica estamos adormecidos al respecto y en muy buena medida seguimos creyendo, como la Malinche, que lo que viene de afuera es necesariamente “mejor”. El “made in…” es ya una garantía de calidad. ¿Hasta cuándo vamos a seguir con ese complejo de inferioridad? Incluso en la izquierda se ha filtrado ese prejuicio, y el marxismo, en tanto teoría y llave para desarrollar una práctica revolucionaria, está concebido en clave europea siendo poco lo que se hizo en Latinoamérica por contextualizarlo y adecuarlo a nuestra realidad.

Divide y reinarás” sintetizó Maquiavelo. Todos los ejercicios de poder imperial lo han puesto en práctica. El dominado, cuanto más divido esté, más fácil de dominar. En Latinoamérica, además de “acomplejados” con esto de sentirnos “sudacas” –el referente siempre está afuera: Europa o, actualmente, Estados Unidos– hemos estamos históricamente divididos, en todo: en términos políticos, económicos, pero fundamentalmente en lo cultural. Como dijo el argentino Adolfo Pérez Esquivel: “el único país que tiene en verdad una estrategia para el continente es Estados Unidos. Aunque claro que no es, precisamente, la más conveniente para los pueblos de la región”.


Los tiempos están cambiando. ¿Acaso si no somos rubios no podemos hacer nada “importante”? ¿Estamos condenados a proveer al Norte (a precio de remate) sólo productos primarios y jugadores de fútbol? Si hay algo verdaderamente primitivo, bárbaro y salvaje entre los seres humanos es creerse superior a otro congénere. 

viernes, 24 de marzo de 2017

Guatemala: el Estado funciona… cuando le conviene



Marcelo Colussi

Desde hace algún tiempo viene hablándose insistentemente de Estados fallidos. En realidad no hay tal. Estos supuestos “fallidos” -como en el caso de Guatemala- son, en todo caso, institucionalidades pobres que defienden la situación dada para que nada cambie. No fallan, en modo alguno: cumplen a cabalidad su función.

¿Para qué están los Estados? Supuestamente para garantizar el bien común. Pero si bien eso puede ser la declaración oficial de su cometido, su tarea real es mantener el estado de cosas dado. Dicho en otro término: garantizar que nada cambie, asegurando el núcleo de la sociedad, es decir, la explotación de clase.

En los países pobres del Sur, donde las relaciones sociales siguen siendo mucho más en blanco y negro, más brutales, con menos mediatizaciones de las que se pueden encontrar en el Norte (con una institucionalidad y mecanismos estatales que ofrecen un clima de menos explotación brutal, aunque la explotación por supuesto también existe), en esos países el Estado está muy lejos de cumplir su declarada función de regulador social. En el Norte, donde sobran recursos (porque se explota al Sur, porque la acumulación originaria permitió un acopio de recursos muy grande), los Estados medianamente satisfacen las necesidades de su población. En el Sur: no.

Para verlo gráficamente, puede tomarse un ejemplo concreto; para el caso: Guatemala. Allí hace ya casi dos siglos que existe un Estado moderno, calcado sobre la base de las potencias capitalistas surgidas primeramente: algunas de Europa y Estados Unidos. Con una Constitución que repite los patrones de la ideología iluminista dieciochesca, el Estado de Guatemala -como el de cualquier país tercermundista, con su himno nacional y toda la parafernalia simbólica al respecto- declara principios universales para el bienestar común. Pero la práctica muestra que no los cumple. En el Norte, porque hay una mayor acumulación, para la clase trabajadora llegan muchos beneficios. La carga impositiva vuelve al pueblo en forma de servicios eficientes. En el Sur no. El Estado se limita a declarar en el papel cosas altisonantes que en la realidad no cumple, pues las clases dominantes acumulan la mayor parte de la riqueza. La asimetría en el acceso a la riqueza es inmoral.

Véase el caso de Guatemala. ¿Sirve ahí el Estado? ¿Es fallido, o le sirve a alguien? A las grandes mayorías no parece servirle mucho. Pero a la clase dominante sí.

Es un Estado raquítico, al menos en cuanto a su recaudación fiscal. En los países latinoamericanos la media del ingreso fiscal es de alrededor de un 20% del Producto Bruto Interno; en países con “estado de bienestar” la carga impositiva llega al 50% de ese PBI, en tanto que en Guatemala ronda apenas el 10%, la segunda más baja del continente americano, detrás de Haití. Partiendo de la base que es un Estado pobre, muy pobre, con muy pocos recursos para trabajar, la cuestión se complica cuando se observa a quién apunta su objetivo. A llenar realmente las necesidades populares: definitivamente no. A mantener la situación de explotación: sí.



Se dice que el Estado es “fallido”, pero cuando tuvo que defender a capa y espada los privilegios de la clase dominante durante la pasada guerra interna (la más cruenta de toda Latinoamérica en estos años de “guerras sucias”, con terrorismo de Estado, campos de concentración clandestinos y cámaras de tortura a la orden del día), su papel se cumplió a la perfección. Quien masacró la protesta popular fue el Estado.

¿Falló en su cometido de contener el avance de las luchas populares de los años 60/70 del siglo pasado? ¡En absoluto! Su papel fue decisivo para impedir el avance del “comunismo internacional”.

Para graficar todo esto, compárese cómo “falla” en un servicio público básico tal como la educación, y cómo actúa aceitadamente para reprimir.

Estado represor: una pequeña muestra

Durante los sangrientos años de la guerra interna, el Estado contrainsurgente desarrolló un enorme aparato clandestino para frenar cualquier organización popular que pudiera ser contestataria. Para ello valió todo, incluso violar abiertamente los principios declarados en la Constitución. La desaparición forzada de personas fue uno de sus instrumentos privilegiados, sacando de circulación luchadores populares enviando así un mensaje aterrorizante, paralizante al resto de la población.

Sigue la consigna que por ningún motivo hay que mostrar el libro de control de detenidos a los jueces que vienen a practicar exhibición personal de algún detenido. Esto es orden del jefe.”, puede leerse, por ejemplo, en un Memorándum con fecha 23 de julio de 1980, firmado por el Jefe de Servicios, actualmente resguardado en el Archivo Histórico de la Policía Nacional (Referencia archivística: GT PN 24-09-02 S001).

El Estado sabía lo que hacía. La guerra contra ese ataque subversivo fue despiadada y, desaparición forzada de personas y masacres de tierra arrasada mediante, el Estado se impuso. El “comunismo” fue rechazado. Las cosas siguieron “normales”: como diría Joan Manuel Serrat: “Vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas”.

¿Falló el Estado? Definitivamente no. En su tarea básica, en mantener las cosas de base sin cambio, en mantener la estructura social firme (el pobre a su pobreza, el rico a su riqueza, y ¿todos felices?), en eso no falló. Pero sí falla en, por ejemplo, brindar educación.

Violación del derecho de acceso a la educación pública gratuita

Gratuidad

En el artículo 74 la Constitución establece el derecho y la obligatoriedad de la educación: “los habitantes tienen el derecho y la obligación de recibir la educación inicial, preprimaria, primaria y básica, dentro de los límites de edad que fija la ley. La educación impartida por el Estado es gratuita. (…) El Estado promoverá la educación especial, la diversificada y la extraescolar”.

La ficticia gratuidad

El compromiso asumido por el Estado de brindar educación gratuita en los establecimientos públicos es algo que se desmiente en la cotidianidad de las familias en condición de pobreza y pobreza extrema.

Algunas escuelas públicas realizan cobros adicionales como “donaciones” o “colaboraciones voluntarias” para los gastos que el Estado no asume. Estos cobros se justifican como una ayuda para: el mantenimiento de la escuela, la seguridad de la misma, la compra de artículos de limpieza, etc. Estas “colaboraciones voluntarias” se exigen como requisito para la inscripción de las niñas y niños a la escuela. Estos cobros que constituyen una clara violación al derecho a la educación. Además de ser ilegales y violatorios de ese derecho fundamental, son arbitrarios (pues cada establecimiento educativo asume un criterio propio) y constituyen uno de los impedimentos principales para que las niñas y niños que provienen de comunidades de extrema pobreza ingresen, permanezcan y sean promovidos en la escuela.

Lo anterior se detalla en la siguiente gráfica:

Inversión familiar en educación en sector público:

Rangos de cobro por inscripción en institutos públicos (mantenimiento, computación, seguridad)
Q 30.00 a Q. 75.00 (Nivel Pre-primario y Primario)
Q 50.00 a Q. 300.00 (Nivel Básico).
Mensualidades: complemento al salario de maestros, refacción, mantenimiento, computación, seguridad privada
Q40.00 (Nivel Pre-primario y Primario)
Q 50.00 (Nivel básico)
Q 150.00 (Nivel diversificado)
Compra de útiles
Q150.00 (Lista de útiles de Pre-primaria)
Q 250.00 (Lista de útiles Nivel Primaria)
Q 709.00 a Q1,550.00 (Útiles y libros Básicos)
Q 510.00 a Q705.00 (Útiles y libros Diversificado)
Uniformes de diario/educación física
Q 90.00 a Q130.00
Cobros por exámenes, por excursión, manualidades, disfraces, eventos como graduaciones, marchas, graduaciones de preparatoria, de sexto grado, de tercero básico, de diversificado
Q 10.00 a Q. 75.00 salidas extra-aula
Q 50.00 a Q300.00 acto de graduación


Fuente: Movimiento Cuarto Mundo, 2014.

Las familias que tienen a sus hijos en primaria tienen que invertir en el primer mes del ciclo escolar Q.450.00 por cada hija/o, y en básicos un aproximado de Q.1, 400.00 por cada hija/o. Estos gastos tienen que ver con compra de útiles escolares, uniformes y el pago de las “colaboraciones voluntarias”. Estas cantidades resultan casi imposibles de asumir para las familias más pobres, lo cual imposibilita el acceso de sus hijos a la educación, o bien les obliga a elegir a quién mandan a estudiar y a quién no.

Según el Informe Nacional de Desarrollo Humano 2011-2012 del PNUD, el 62% de la población vive en pobreza media, y el 30% en pobreza extrema. El ingreso para una persona (a veces para toda una familia) que vive en condición de pobreza extrema es aproximadamente de Q600 al mes. Por lo tanto, los Q450.00 requeridos por cada hija/o en el primer mes del ciclo escolar representan el 75% del ingreso de una persona en pobreza extrema. Poder realizar estos gastos para algunas familias se vuelve casi imposible, más cuando se tienen que mandar a varios niños a estudiar. Esto ocasiona que se viole el derecho a la educación, al no poder ser accesible por limitaciones económicas.

Si con gran esfuerzo logran superar estos obstáculos, la gratuidad de la educación sigue haciéndose menos evidente. Los centros educativos piden “contribuciones voluntarias” a lo largo del año para: excursiones y/o actividades recreativas -de las cuales algunas son obligatorias y su inasistencia afecta negativamente la nota de los estudiantes-, fotocopias de los exámenes, pago de mensualidades (a nivel de la educación básica), etc.

A esto se suma el dinero que tienen que gastar para hacer tareas e investigaciones en internet cuando en muchas escuelas no se enseña computación ni se cuenta con una biblioteca cercana para realizar las investigaciones; en algunos casos realizar gastos en pasajes para el traslado hacia los centros educativos; refacciones, etc.

Todos los gastos mencionados hacen que, aunque algunos estudiantes logren entrar, luego no puedan continuar y terminen, finalmente, fuera del sistema educativo. En otros términos: el Estado sigue incumpliendo un derecho básico para niñas, niños y jóvenes como es el acceso a la educación gratuita.

Educación de calidad y universal

Si bien la gratuidad de la educación, así como su calidad y el acceso universal a la misma, están consagradas en la Constitución de la República, el hecho es que la situación imperante lleva a muchas familias a enviar a sus hijas/os a instituciones privadas, a partir de la insistente prédica que identifica lo privado como de alta calidad, y lo público como mediocre. Situación ésta que termina negando el principio básico de la gratuidad educativa, e impidiendo que una alta cantidad de niñas, niños y adolescentes sean así objeto de violación a su derecho a la educación.

Del mismo modo, la precariedad presupuestaria y la falta de voluntad política de mantener un sistema educativo competente por parte del Estado, hace que el servicio brindado sea deficiente, con pocos días de clases, con falta de planificación y con carencias que van en detrimento del derecho a educarse, negándosele ese derecho en especial a las mujeres.

Conclusión

No es cierto, en modo alguno, que el Estado falle en su objetivo final. Lo que el proyecto de la clase dominante desea es un país con mano de obra barata, desorganizada, atontada (¿por eso se consumirá tanto alcohol?). Una clase trabajadora apta para mover la industria básica de la que vive esa clase dominante: cultivos para la exportación (azúcar, palma africana, café), que no proteste, asustada. Si esa clase trabajadora (la mayoría del país) vive en la ignorancia, excluida, sin posibilidades, teniendo el viaje “de mojado” a Estados Unidos como una opción (11% del PBI lo aportan las remesas), el Estado se desentiende.

Y casualmente todo eso (la exclusión, la pobreza, el embrutecimiento) es lo que realmente sucede: ¿por qué el Estado contrainsurgente pudo funcionar tan acompasadamente y para la educación nunca hay recursos?

Quizá es hora de ir pensando en otro tipo de Estado. No se trata de personas, del funcionario de turno, de personalidades del presidente, de los ministros o de los diputados, que son más o menos corruptos. ¡Es una cuestión de base, estructural! Este Estado no sirve a las mayorías populares, definitivamente.


viernes, 10 de marzo de 2017

Equidad de género: un problema no sólo de mujeres[1]*



Marcelo Colussi

La situación social de las mujeres es un problema que afecta a ellas primera y principalmente, pero no restringe su abordaje y posible solución al ámbito femenino. Por el contrario, es una problemática de corte social que involucra por fuerza a la totalidad de la población, varones incluidos.
Aclaremos rápidamente, evitando malentendidos, que ello no significa que la solución esté en manos masculinas. Lo importante a destacar es que, aunque son las mujeres quienes llevan la peor parte, la comunidad en su conjunto se perjudica ante el hecho discriminatorio, ante esta inequidad de géneros. Si se aborda profundamente el problema, la conclusión obligada confronta primeramente a los varones, en tanto los discriminadores; pero en otro sentido: a la sociedad como un todo, pues la historia generó esas formas de organización marcadas hondamente por una ideología machista-patriarcal.
Las diferencias sexuales anatómicas conllevan otras tantas diferencias psicológicas; pero esto no explica, y mucho menos justifica, la posición social del género femenino. Ninguna conducta humana puede concebirse solamente en términos biológicos. Aunque este determinante exista -el macho, en muchas especies animales, es más fuerte que la hembra, también entre los humanos-, se dan otros procesos que posicionan culturalmente a las mujeres.


Como una constante en diversas civilizaciones, las mujeres se ven sometidas a un papel sumiso ante la imposición varonil. No significa "papel secundario", pues su quehacer es básico al mantenimiento del grupo social, pero sí ausente en la toma de decisiones. Hasta ahora las mujeres, como género, han estado excluidas del ejercicio del poder. Los trabajos femeninos, en esta concepción patriarcal, se consideran secundarios, poco "importantes".
En el ámbito humano, el horizonte desde donde se estructuran las conductas está regido por algo no exclusivamente biológico, y que en términos de ordenamiento macho-hembra no responde tanto a realidades anatómicas sino a posicionamientos subjetivos, propios del campo simbólico, no del orden físico-químico. El machismo, en tanto una posibilidad de relaciones entre hombres y mujeres, no tiene ningún fundamento genético.
En otros términos: en lo humano no hay correspondencias biológico-instintivas entre machos y hembras sino ordenaciones entre "damas" y "caballeros". El acoplamiento no está determinado/asegurado instintivamente. Tiene lugar, pero no siempre (hay relaciones homosexuales, hay voto de castidad, hay psicopatología en esto); y no necesariamente está al servicio de la reproducción (eso es, antes bien, una eventualidad; la mayoría de los contactos sexuales no buscan la procreación). Masculinidad y femineidad son construcciones simbólicas, arraigadas en la psicología de los humanos y no en sus órganos sexuales externos. La cuestión de géneros se desenvuelve en el campo social.
En las distintas culturas que podemos constatar hoy, actuales o vistas en retrospección, los estereotipos de género se repiten sin mayores variedades: masculino = poderoso, activo; femenino = sumiso, pasivo. El poder es masculino; así como lo son también la guerra y las distintas manifestaciones de sabiduría (las filosofías, las ciencias, las teologías, las artes), que no son sino otra forma de expresión de aquél. El papel de las mujeres es hacer hijos y ocuparse de los quehaceres domésticos; la sabiduría femenina queda confinada a la reproducción y al hogar. Lo increíble, para decirlo de algún modo, es que esas acciones, básicas para toda la especie, quedan relegadas como "de menor cuantía". Las cosas "importantes" son varoniles; la historia se cuenta en términos de gestas viriles: conquistas, descubrimientos, invenciones, victorias; pero nunca como logros domésticos.
Pero quizá los varones no son tan "malos", pues no se trata de la maldad o bondad de nadie. La cultura machista dominante en toda la historia, no es responsabilidad directa de ningún varón concreto en tanto sujeto "malvado". Es un producto colectivo, e incluso las mujeres contribuyen a su sostenimiento, reproduciendo -sin saberlo- los seculares patrones de género a partir del seno familiar. Esto no significa, por supuesto, que los varones concretos estén al margen del problema. El machismo, la violencia y discriminación de género, los golpes y la opresión vienen desde un lado muy claramente definido (los hombres); y también es muy claro quién lleva las de perder en todo esto (las mujeres). Pero, retomando la idea inicial, he ahí un problema que incumbe a la totalidad del colectivo social.
De donde han surgido las primeras críticas a esta injusticia estructural ha sido el campo femenino. Aunque siendo consecuentes con un pensamiento progresista, todos podemos (debemos) aportar algo en la lucha contra esa inequidad, también los varones. No se trata de hacer un masculino mea culpa histórico (lo cual, por otro lado, no estaría de más, al menos como gesto) sino de propiciar, con la amplitud del caso, una nueva actitud de reconocimiento de esa exclusión. La solución al problema de la discriminación de género no está solo en manos de los hombres, obviamente. Pero si de reacomodos en la distribución de los poderes se trata, el segmento masculino de la población tiene mucho que ver con lo que está en juego en esa dinámica. Por ello una nueva masculinidad es imprescindible.
Está claro que no puede haber derechos humanos si no hay derechos de las mujeres. Lo curioso (¿preocupante?) es que el campo mismo de los derechos humanos hasta recientemente fue casi exclusivamente de orden varonil. El mismo marxismo, sin dudas la ideología contestataria más radical que haya surgido ("una crítica implacable de todo lo existente" pedía Marx) no confirió un lugar importante a los derechos de género, sino que los subordinó a la lucha de clases. La experiencia del socialismo real (el derrumbado y el que todavía persiste, con sus variantes particulares) es muy aleccionadora al respecto: allí hay una agende pendiente. El machismo atraviesa toda la sociedad planetaria.
Igualar los derechos de las mujeres con los de los hombres no significa "masculinizar" la situación de aquéllas. Hay cierta tendencia a identificar las reivindicaciones de género con una lucha por la equiparación en todo sentido (y de allí a la peyorización de la misma, un paso; conclusión inmediata: el movimiento feminista es un movimiento de lesbianas). Los derechos de las mujeres son derechos específicos en cuanto género, distintos y con particularidades propias por su condición diferente en relación a los hombres. En esto se incluye su carácter particular de madre, de lo que se siguen derechos específicos relacionados a salud reproductiva, punto medular que sostiene al machismo: los hijos son "de" las mujeres, el varón es el semental, aunque luego deben llevar el apellido -marca de propiedad- masculino. Ellas se encargas de parirlos y criarlos; los hombres están en cosas "más importantes".
No debe perderse de vista que los derechos de las mujeres son derechos universales en tanto seres humanos: derecho a disponer de su cuerpo, a ser considerada como sujeto y no como objeto, junto a todos los otros derechos considerados universales: derechos civiles, derechos económicos, etc. ¿A algún varón se le ocurre que no es él quien puede decidir cuándo tener relaciones sexuales? Pareciera que no; he ahí un derecho intrínseco a su condición masculina. ¿Por qué no es lo mismo con las mujeres?
Las sociedades conocidas ofrecen todas diversas injusticias; pero se recalcan mucho más las de índole económica. La exclusión de género no es, en principio, vista con la misma intensidad. Claro está que esa mirada es siempre masculina. Las construcciones sociales, y sus correspondientes niveles de crítica, han sido masculinizantes. No olvidemos que al hablar de marginación de género estamos refiriéndonos nada menos que a la mitad de la población, lo cual no es poco.
El mundo no es un paraíso precisamente; son muchas y muy variadas las cosas que podrían o deberían cambiarse para mejorar las condiciones de vida. Evidentemente las económicas son relevantes, a no dudarlo. Pero quizá esto solo no alcance. Los países prósperos del Norte han superado problemas que en el Sur todavía son alarmantes. A partir del capitalismo, sistema hoy absolutamente hegemónico dada la globalización de la vida humana, el impulso que ha ido tomando el desarrollo científico-técnico y económico en los últimos años es realmente espectacular; en un par de siglos la Humanidad "avanzó" lo que no había hecho en milenios. Pero cabe una pregunta: ese modelo masculino de desarrollo, heredero de una tradición beligerante y conquistadora de la que no ha renegado, no ha solucionado problemas ancestrales. La distribución de poderes entre géneros está aún muy lejos de ser equitativa. Conquistamos todo: planetas, conquistas científicas. ¿Varón conquistando mujeres?
El género es social, no se apuntala en ninguna base anátomo-fisiológica. Apunta, ante todo, a fijar las relaciones culturales y jurídicas de los sujetos que detentan un determinado sexo biológico pero que, en tanto seres históricos, tienen una determinada identidad que no responde automáticamente a una realidad orgánica. Hombres y mujeres no somos iguales (lo cual hace menos aburrido el mundo); pero no hay diferencias sociales, jurídicas y políticas -o al menos no hay nada que justifique esas diferencias- entre los géneros.
Mientras no se considere seriamente el tema de las exclusiones -todas, no sólo las económicas, también la de género al igual que las étnicas- no habrá posibilidades de construir un mundo más equilibrado. Dicho en otros términos: el machismo patriarcal del que todos somos representantes, el modelo de desarrollo social que en torno a él se ha edificado -bélico, autoritario, centrado en el ganador y marginador del perdedor- no ofrece mayores posibilidades de justicia. Trabajar en pro de los derechos de género es una forma de apuntalar la construcción de la equidad, de la justicia. Y sin justicia no puede haber paz ni desarrollo, aunque se ganen guerras y se conquiste la naturaleza.
Obviamente no se trata de invertir los poderes, sino de terminar con los poderes opresivos.




* Material aparecido originalmente en Wall Street International: http://wsimag.com/es/economia-y-politica/24000-equidad-de-genero