miércoles, 26 de septiembre de 2012

A propósito de la película "La inocencia de los musulmanes" "Ira islámica": ¿existe eso?










Marcelo Colussi

Un fantasma recorre el mundo: ¡la amenaza del fundamentalismo islámico! Recientemente, al menos lo que nos han dicho hasta el hartazgo todos los medios comerciales de Occidente, la "ira islámica" se ha despertado con motivo de una ofensiva película de contenido denigrante contra la figura de Mahoma y del Islam en general que se ha puesto a circular por distintos medios. "Mientras los medios de comunicación internacionales siguen obsesionados con las manifestaciones contra la película, amplios sectores del país están yendo a la huelga, pero nadie lo cuenta", protestaba indignado el activista egipcio Hossam El-Hamalawy. Desde hace ya unos años, terminada la Guerra Fría y acabado el fantasma del "peligro comunista", un nuevo demonio ha entrado en escena en el ámbito global: el terrorismo de los así llamados "fundamentalistas islámicos".

Aunque no se sepa bien qué significa, el término "fundamentalismo" ha pasado a ser de uso común. Y más aún el de "fundamentalismo islámico". Para adelantarlo de una vez: según el imaginario colectivo que los medios han ido generando en Occidente, el mismo es sinónimo de atraso, barbarie, primitivismo, y se une indisolublemente a la noción de terrorismo sanguinario.

Como primera aproximación podríamos decir que, de un modo quizá difuso, está ligado a fanatismo, ortodoxia, sectarismo. De alguna manera está en la antípoda de un espíritu tolerante y abierto, que suele ligarse, sin el más mínimo sentido crítico, con democracia. O, al menos, con lo que el discurso global dominante presenta como democracia: economías de mercado con elecciones de los puestos públicos de dirección cada cierto tiempo. En general suele asociárselo –lo cual es correcto– con el ámbito religioso. En sentido estricto, el término "fundamentalismo" tiene su origen en una serie de panfletos publicados entre 1910 y 1915 en Estados Unidos; con el título "Los Fundamentos: un testimonio de la Verdad", los documentos escritos por pastores protestantes se repartían gratuitamente entre las iglesias y los seminarios en contra de la pérdida de influencia de los principios evangélicos en ese país durante las primeras décadas del siglo XX. Era la declaración cristiana de la verdad literal de la Biblia, y las personas encargadas de su divulgación se consideraban guardianes de la verdad. De tal modo, entonces, fundamentalismo implicaría: "retorno a las fuentes, a los fundamentos".

Existen distintas definiciones y sinónimos para el fundamentalismo religioso. Para tomar alguna, por ejemplo, podríamos citar la que propone Ernest Gellner: "la idea fundamental es que una fe determinada debe sostenerse firmemente en su forma completa y literal, sin concesiones, matizaciones, reinterpretaciones ni reducciones. Presupone que el núcleo de la religión es la doctrina y no el ritual, y también que esta doctrina puede establecerse con precisión y de modo terminante, lo cual, por lo demás, presupone la escritura".

Todas las religiones, en mayor o menor medida, pueden comportar rasgos fundamentalistas. En Occidente, por ejemplo, el cristianismo ha conocido momentos de fanatismo e intolerancia increíbles; la Santa Inquisición abrasó en la hoguera a quinientas mil personas en nombre de la lucha contra el demonio, y si bien eso no sucede en la actualidad, la ortodoxia llevada a extremos delirantes persiste. Sólo para muestra: durante la guerra en Bosnia el Papa Juan Pablo II mandó una carta abierta a las mujeres que habían quedado embarazadas después de ser violadas, en la que les pedía que no se practicaran un aborto y que cambiaran la violación en un acto de amor haciendo a ese niño carne de su carne. Una primera hipótesis que esto nos plantea es que el "salvajismo" fundamentalista, en todo caso, no es patrimonio islámico como la verdad mediática nos lo presenta cotidianamente. Ahora bien, y como pregunta colateral: tirar bombas atómicas sobre población civil, ¿no es también salvajismo?

El Islam (palabra árabe que significa "entrega a Dios, sumisión a su voluntad") no es sólo una religión; es, más precisamente, un proyecto sociopolítico de base religiosa. El Islam se define a sí mismo como una ideología que engloba religión, sociedad y política y que se basa en un texto sagrado: el Corán. Por tanto, el Corán no es un libro exclusivamente religioso. El profeta Mahoma, entre los años 622 y 632, organizó la sociedad musulmana con numerosas reglas sociales. La tarea de un gobierno musulmán es organizar toda la vida social según esas normas y expandir el Islam lo máximo posible. Todo debe ser islamizado: desde lo que se habla por los altavoces de las mezquitas hasta los periódicos, la televisión, la escuela, las relaciones interpersonales.

Para el presente análisis es imprescindible partir de la base que la actual y difundida hasta el hartazgo caracterización de la cultura musulmana como intrínsecamente "atrasada", "bárbara" –visión sesgada y ahistórica por cierto– borra tiempos de grandeza inconmensurable, hoy ya idos. El Islam desplegó por siglos un poderoso potencial creativo, filosófico y científico-artístico, superior en su época al del Occidente cristiano; ahí están su colosal arquitectura, el álgebra, los avances médicos, su arte, como testigos de un gran momento de esplendor. Sin embargo la moderna revolución científico-técnica de la era industrial no surgió en suelo islámico sino que ha irrumpido en éste desde fuera, la mayoría de las veces bajo el signo del colonialismo. Hoy por hoy –es la cruda realidad– el mundo árabe no marca la delantera cultural del planeta; su lugar en el concierto mundial se ve relegado, al menos para la lógica que imponen los centros internacionales de poder, a ser productores de materia prima, petróleo fundamentalmente. Riquezas naturales que contribuyen a mantener dinámicas sociales pre-industriales, en numerosas ocasiones con corruptas monarquías feudales enquistadas en Estados, a veces dictatoriales, que usufructúan la explotación de esos recursos y a cuya sombra vegetan mayorías empobrecidas, desesperadas en muchos casos.

En este contexto surge el fundamentalismo islámico, en tanto movimiento político-religioso que preconiza la vuelta a la estricta observancia de las leyes coránicas en el ámbito de la sociedad civil. Deriva su nombre de la aspiración de volver sobre las fuentes, es decir, el Corán, la Sunna (la tradición del Profeta, los dichos y hechos de Mahoma) y la Ley Revelada. Dentro de sus planes están el rescate de los valores propios e intrínsecos al Islam, la restauración del Estado Islámico y la oposición a todo lo que haya entrado en la sociedad musulmana como innovación. En el seno de este amplio movimiento se encuentran tendencias diversas, antagónicas incluso: sunnitas, chiitas, wahabitas, el Yihad islámico, los Hermanos musulmanes de tendencia sunni surgidos a finales de los años 20 del pasado siglo e implantados fundamentalmente en Egipto pero también en otros países del occidente musulmán (Sudán, Yemen, Siria,), el movimiento Hamas, la red Al Qaeda, la secta nigeriana Maitatzine, etc.

Si bien está extendido en modo difuso por buena parte de África y Asia contando entre sus seguidores a millones de personas, es muy difícil encontrar un hilo conductor único que reúna a todo este movimiento. No obstante, a pesar de la amplísima pluralidad, existen varios aspectos inmutables del derecho islámico que podemos ver transversalmente en todo el amplio arco del fundamentalismo: el rechazo a admitir el matrimonio de la mujer musulmana con el no musulmán, el rechazo a la posibilidad de que un musulmán pueda cambiar de religión reconociendo su derecho a la libertad de conciencia, el rechazo a admitir la legalidad de los sindicatos para los trabajadores, la pena capital por apostasía, la aceptación de los castigos corporales, y tres desigualdades inmodificables: la superioridad del amo sobre el esclavo, del musulmán sobre el no-musulmán y del varón sobre la mujer, la que es sometida al proceso de ablación clitoridiana a partir del supuesto que no debe gozar sexualmente (el placer debe ser sólo varonil).

El fundamentalismo apegado al Islam primigenio no establece distinción entre política y religión. Por ello en algunos casos, como en Irán, los líderes islamistas suponen que la dirección política de la sociedad debe recaer en los ulemas o líderes religiosos. Para el fundamentalismo la restauración del Islam originario es la única alternativa viable, la respuesta religiosa frente a los fracasos y las crisis en el que Occidente es el principal causante de los males. En ese marco, Estados Unidos es el enemigo natural, aborrecido ya como símbolo de la dominación occidental.

En esta línea, para los fundamentalistas muchos problemas del mundo árabe actual son achacables al abandono de la fe islámica. Por tanto, lo esencial es volver a las fuentes de la fe, depurar todas las escorias y deformaciones provenientes y resultantes de siglos de decadencia (entienden que la pobreza, el atraso económico, la dominación extranjera, se deberían al abandono del Islam), y recuperar así una edad de oro vista hoy como paraíso perdido.

Este fundamentalismo se ha difundido principalmente entre los estratos más pobres y explotados de las sociedades donde se arraiga, tales como asalariados, campesinos expropiados y empujados a emigrar a la ciudad, trabajadores y sectores medios que giran alrededor de la economía de los bazares, y una parte del clero islámico; pero muy especialmente: en la juventud. Dato importante: el 60 % de la población musulmana de menores de 20 años está desocupada y con un porvenir incierto. Como comentario marginal, pero no por ello menos importante, es interesante (¿sugestivo?) comprobar cómo el fundamentalismo de corte neopentecostal (cultos evangélicos autodenominados "cristianos") se ha difundido al mismo tiempo por Latinoamérica, abarcando más o menos los mismos sectores que en el mundo árabe: capas más empobrecidas de las sociedades, provocando también una vuelta a fundamentalismos religiosos que tienen como consigna fundamental olvidar lo terrenal. ¿Pura coincidencia?

Difundido entre los estratos más pobres de la sociedad, entonces, el fundamentalismo es un movimiento interclasista que, incluso mediante acciones violentas, se opone a la "modernidad laica" en vez de oponerse a la explotación capitalista y al injusto sistema de comercio internacional (hoy en su versión neoliberal globalizada), verdaderas causas de los actuales sufrimientos de las masas oprimidas. Como en el Corán está escrito que quienes mueran en la defensa de su fe tendrán bienaventuranza eterna, los feligreses-ciudadanos se ven inducidos a los mayores sacrificios para alcanzar las ambiciones terrenales de sus líderes, hábilmente parapetadas detrás de los textos sagrados y de los ideales religiosos. Esto explica el terrorismo autoinmolatorio de los fundamentalistas, tan difícil de entender desde la cosmovisión occidental. Cuando un joven islámico se lanza cargado de explosivos contra un objetivo tiene la convicción de que lo hace porque esa es la "voluntad de Dios" y que después de su muerte irá directamente al paraíso para estar junto a Alá.

En el contexto de miseria económica, desempleo y pobreza, las masas de los países musulmanes se encuentran en una situación compleja. La arrogancia y desprecio de los monarcas y dictadores en el mundo islámico y árabe añade más combustible al odio y la cólera de las masas; de ahí la "primavera árabe" iniciada en el 2010, que constituye una genuina reacción política alternativa a este estado de postración, y para nada un movimiento de reivindicación religioso fundamentalista. Si esa espontánea reacción popular fue luego cooptada, manipulada y desviada de su posible curso de propuesta alternativa, eso abre todo otra línea de investigación en la que no entraremos ahora.

Visto entonces el fenómeno del fundamentalismo islámico en esta dimensión sociopolítica, la razón principal para entenderlo está dada por el enorme vacío creado por la falta de propuestas alternativas que se da en estas sociedades, y por la manipulación de las poblaciones apelando a un fanatismo fácil de exacerbar (similar a los grupos evangélicos en América Latina). Es ahí donde deben empezar a vislumbrarse las respuestas a las preguntas: ¿a quién beneficia este fundamentalismo? ¿Es realmente un camino de liberación para las grandes masas? Pero… ¿no era que la religión constituye "el opio de los pueblos"?

Como dijera el politólogo pakistaní Lal Khan: "este virulento fundamentalismo es la culminación reaccionaria de las tendencias que en la época moderna, caracterizada por la política y la economía mundiales, intentan recuperar el islamismo. En los años cincuenta, sesenta y setenta en el mundo musulmán existían corrientes de izquierda bastante importantes. En Siria, Yemen, Somalia, Etiopía y otros países islámicos, se produjeron golpes de Estado de izquierdas, y el derrocamiento de los regímenes capitalistas-feudales corruptos llevó a la creación del bonapartismo proletario o Estados obreros deformados. En los demás países también hubo movimientos de masas importantes encabezados por dirigentes populistas de izquierda. En el clima de la Guerra Fría algunos de estos dirigentes, como Gamal Abdel Nasser, incluso desafiaron al imperialismo occidental y llevaron a cabo nacionalizaciones y reformas radicales. A partir de ese momento, una de las piedras angulares de la política exterior estadounidense fue organizar, armar y fomentar el fundamentalismo islámico moderno como un arma reaccionaria contra la insurrección de las masas y las revoluciones sociales." (...) "Después de la derrota de Suez los imperialistas dieron prioridad a esta política. Gastaron ingentes sumas de dinero en operaciones especiales dirigidas por la CIA y el Pentágono. Suministraron ayuda, estrategia y entrenamiento a estos fanáticos religiosos. La mayor operación encubierta de la CIA en la que ha estado implicado el fundamentalismo islámico ha sido en Afganistán."

La principal fuente de finanzas del fundamentalismo islámico procede del tráfico de drogas ilegales. Este proceso fue iniciado por el imperialismo estadounidense, pero ahora esta economía negra ya ha pasado a ser parte fundamental del funcionamiento del propio sistema capitalista global, siendo uno de sus grandes negocios. Se ha convertido en parte de la política de la CIA el uso de las drogas y otras formas de crimen para financiar la mayoría de las operaciones contrarrevolucionarias en las que participa. Esta política de drogas en Afganistán ha tenido un impacto desastroso en la juventud de todo el mundo. Hoy el 70 % de la heroína mundial procede de la mafia afgano-pakistaní. Los modernos laboratorios en la frontera de Afganistán y Pakistán (donde se transforma el opio en heroína) fueron instalados con la ayuda de la CIA.

En sociedades donde los Estados son incapaces de proporcionar los servicios básicos a su población (salud, educación y empleo), el fundamentalismo islámico ha utilizado estas privaciones para construir sus propias fuerzas. Con grandes cantidades de dinero la propuesta fundamentalista ha creado escuelas religiosas (madrassas o escuelas coránicas) para entrenar y desarrollar fanáticos desde muy temprana edad, que después se convertirán en materia prima de la locura religiosa.

Según el economista egipcio Samir Amin este resurgimiento del fundamentalismo no es casual. "Imperialismo y fundamentalismo cultural marchan juntos. El fundamentalismo de mercado requiere del fundamentalismo religioso. El fundamentalismo de mercado dice: 'subviertan el Estado y dejen que el mercado en la escala internacional maneje el sistema'. Esto se hace cuando los Estados han sido desmantelados completamente. Sin Estados nacionales, las clases populares son minadas por la carencia de su identidad de clase. El sistema puede gobernarse si el Sur está dividido, con naciones y nacionalidades peleando entre sí. El fundamentalismo étnico y el religioso son instrumentos perfectos para propiciar y dirigir el sistema político. Estados Unidos, como muestra el caso de Arabia Saudita y Pakistán, siempre ha apoyado el fundamentalismo islámico".

Definitivamente en el clima de desesperación de grandes masas de musulmanes –y más aún de su juventud– la salida violenta puede aparecer siempre como una tentación. En ese complejo caldo de cultivo, entonces, hunden sus raíces los movimientos integristas, y la muerte no tarde en campear: estamos así en el campo de la acción armada, en la estrategia de la respuesta visceral, lo que la industria mediática ha bautizado como "terrorismo". Pero ante ello se repite la pregunta: ¿a quién beneficia este fundamentalismo con visos violentos? ¿Es realmente ése un camino de liberación para las empobrecidas y postergadas masas musulmanas?

La idea generada por las usinas mediáticas del poder en Occidente –con Washington a la cabeza– une fundamentalismo islámico con el siempre impreciso y mal definido "terrorismo", insistiendo tanto en esta prédica que, hoy por hoy, el mensaje ha terminado por instalarse. El nuevo peligro que acecha al mundo, según esta ingeniería comunicacional, ya no es el comunismo: es el terrorismo internacional, más aún aquél de cuño islámico. Ahí apareció entonces la diabólica figura del nuevo ícono con ribetes hollywoodenses: Osama Bin Laden, y el inicio de la gran campaña mediática que nace el 11 de septiembre de 2001 con la caída de las Torres Gemelas.

En términos que no dejaron duda, quien fuera asesor de Seguridad Nacional durante la presidencia de James Carter y coautor de los ultra derechistas documentos de Santa Fe, el polaco nacionalizado estadounidense Zbigniew Brzezinski, describió la política de su país en una entrevista con el periódico francés Le Nouvel Observateur, en 1998, admitiendo que Washington deliberadamente había fomentado el fundamentalismo islámico para tenderle una trampa a la Unión Soviética buscando que ésta entrara en guerra. "Ahora tenemos la oportunidad de darle a la URSS su propia guerra de Vietnam", aseguró. Cuando se le preguntó si lamentaba haber ayudado a crear un movimiento que cometía actos de terrorismo por todo el mundo, desestimó la pregunta y declaró: "¿Qué es lo más importante para la historia mundial, los talibanes o el colapso del imperio soviético? ¿Varios musulmanes fanáticos o la liberación de Europa Central y el fin de la Guerra Fría?".

En realidad no estamos ante un "choque de civilizaciones" Islam-Occidente como cínicamente ha presentado en su análisis de la situación mundial el catedrático Samuel Huntington, con lo que, en definitiva, se pavimenta el camino para la supremacía militarista de Washington, autoerigido como campeón en la defensa de la paz mundial. Si hoy día el "terrorismo islámico" es el nuevo demonio (con Al Qaeda como su estrella principal), eso no es sino un maquiavélico montaje mediático. La relación entre el imperialismo estadounidense y el terrorismo del fundamentalismo islámico es simbiótica. La llamada "guerra antiterrorista" no es más que una cubierta para la violencia militar para lograr los objetivos estratégicos mundiales de los grandes capitales globales con Estados Unidos a la cabeza como su brazo armado; y eso sólo creará más reclutas para los movimientos fundamentalistas islámicos. Junto a ello creará también, como parte indisoluble de la relación, nuevos actos de terror contra objetivos estadounidenses y occidentales, que pasarán a ser la excusa para mayor agresión por parte de los Estados Unidos en todo el mundo.

Ese clima empezó con los ya icónicos avionazos sobre el Centro Mundial de Comercio en New York y el ataque al Pentágono en Washington, en el 2001. Luego siguió en Madrid con los bombazos en la estación de metro de Atocha, después cualquier ciudad europea... luego cualquier ciudad del mundo. En esa lógica puede inscribirse la actual "ira islámica" supuestamente desatada por una película anti-musulmana. El clima de terror que se va creando es un montaje cinematográfico al mejor estilo de Hitchcock. La paranoia ha invadido Occidente, y una población aterrada es lo más fácilmente manejable.

Esa pretendida ira de musulmanes fundamentalistas y anti-occidentales es claramente funcional a los intereses estratégicos de Washington y las potencias occidentales. De la misma manera que lo utilizó para sus operaciones encubiertas en Asia y en Los Balcanes, ahora la geoestrategia militar de Washington se vale de su imagen para fabricar psicosis terroristas que le sirven a los Estados Unidos para justificar sus nuevas invasiones militares en el rediseño planetario que está poniendo en marcha con los halcones que dominan la escena, independientemente que el actual inquilino de la Casa Blanca sea un demócrata.

¿A quién beneficia este pretendido "fundamentalismo terrorista sanguinario"? Más allá del sensacionalismo mediático con que se ha presentado la supuesta ola de "indignación popular" de amplias masas musulmanas ante la ofensa producida por la polémica película en cuestión –manifestaciones que, en realidad, fueron muy poco numerosas– valen las palabras de Santiago Alba: "La recuperación del viejo discurso de la “confrontación del culturas” sólo puede perjudicar a todos los que luchan a nivel global y local por la democratización del mundo musulmán, la soberanía regional frente al imperialismo y la liberación de Palestina. Los movimientos populares del mundo árabe deberán estar muy atentos para no ceder a esta polarización".

La estrella de la función en esta farsa mediática (el nuevo demonio llamado terrorismo islámico) es la red Al Qaeda, así como hasta hace poco tiempo lo fuera su hoy desaparecido líder, el ex agente del servicio secreto de los Estados Unidos Osama Bin Laden. Investigaciones realizadas por el FBI y el organismo antilavado Financial Crimes Enforcement Network, determinaron las conexiones del clan Bush con Salem Bin Laden (el padre de Bin Laden) y el Bank of Credit & Commerce (BBCI). La investigación reveló que los sauditas estaban utilizando al BCCI para realizar lavado de dinero, tráfico de armas y canalización de los fondos para las operaciones encubiertas de la CIA en Asia y Centroamérica, además de manejar los sobornos a gobiernos y de administrar los fondos de varios grupos terroristas islámicos. El ex jefe de Al Qaeda es un ejemplo arquetípico de ese proceso de laboratorio de las nuevas puestas en escena mediáticas. Hijo de millonarios, educado en el selecto colegio Le Rosey, en Suiza, su juventud fue la de un play-boy del jet set, en medio de lujos y escándalos en las capitales occidentales y en Arabia Saudita, pasando a ser posteriormente el referente de Washington en la nueva estrategia de manipulación de los fundamentalismos, jugando luego un papel clave en la avanzada anticomunista en Afganistán. Evidentemente el engendro dio resultado: la Unión Soviética encontró su Vietnam. Y hoy día el papel que sigue jugando aún muerto es absolutamente funcional a la nueva estrategia del complejo militar-industrial y las petroleras estadounidenses y los capitales globales asociados. El miedo está instalado; ahora hay que perpetuarlo. La maniobra de la película de marras perfectamente se inscribe en esa lógica.

Digno de mencionarse es que estos planes están más allá de las administraciones de turno. Por supuesto que, por razones ideológicas, el Partido Republicano es más funcional para llevarlas a cabo; así fue, por ejemplo, con la era Bush (padre e hijo). Pero con los actuales demócratas y un ¿socialdemócrata? como Barack Obama en la Casa Blanca (denostado como "comunista y musulmán" por el discurso neoconservador estadounidense) los planes no dejan de cumplirse. En ese marco resultan altamente significativos los afiches aparecidos primero en Chicago y luego en el metro de Nueva York: "En cualquier guerra entre un hombre civilizado y un salvaje, apoye al hombre civilizado. Apoye a Israel. Derrote a la Yihad". De hecho, cada aviso está decorado con dos estrellas judías de David. ¿Preparación de los ataques del Estado de Israel a las centrales nucleares iraníes?

"Debemos ser honestos con nosotros mismos y con el pueblo norteamericano acerca del mundo en que vivimos", dijo George Tenet, ex director de la CIA. "Un éxito completo contra esa amenaza es imposible. Algunos atacantes alcanzarán sus fines, a pesar de nuestros decididos esfuerzos y las defensas que establezcamos". Por lo tanto, vivimos en alerta permanente, asustados. El único camino, entonces, es terminar con esta fiera feroz que acecha de continuo. Y como eso es casi imposible, cobra sentido la estrategia de "guerra infinita" lanzada durante la administración de George Bush hijo: vivimos en guerra permanente. La actual "ira islámica" nos lo recuerda.

Valga agregar que con la estructura económico-social que presenta nuestra aldea global –no muy justa, por cierto– actualmente se dan a nivel planetario 6.000 muertes diarias por diarrea, 11.000 muertes diarias por hambre, 3.800 personas mueren a diario por la infección de VIH/SIDA, mientras que cada día 150 fallecen por consumo de drogas y otros 720 seres humanos mueren por accidentes automovilísticos, en tanto que el siempre mal definido "terrorismo" produce, en promedio, 11 muertos diarios. Aún a riesgo de ser reiterativos: ¿quién se beneficia de este despertar fundamentalista musulmán? ¿A algún musulmán quizá? ¿A algún ciudadano de a pie de alguna parte del mundo? Todo indicaría, así las cosas, que esta "religiosidad" en juego en el mundo musulmán, lo que menos tiene es, justamente, religión. Igual a como sucede con los grupos evangélicos en Latinoamérica: son prácticas de control político-social disfrazadas de fervor religioso.

Así como el ex director de la CIA fue honesto, pidámosle a los medios que sean también honestos (aunque no podamos esperar que eso suceda, obviamente): no fueron masivas manifestaciones las que salieron a protestar ni pueblos enardecidos los que tomaron la embajada estadounidense en Libia cobrándose la vida del embajador y de otros tres funcionarios más. Eso no fue la primavera árabe espontánea de Túnez y de Egipto. De hecho –informes filtrados así lo indican– los mismos servicios de inteligencia sabían ya que el ataque a la embajada iba a suceder. ¿No hace recordar al montaje de los atentados del 11 de septiembre del 2001?

lunes, 17 de septiembre de 2012

Guatemala: La Universidad de San Carlos del Siglo XXI


martes, 11 de septiembre de 2012

GUATEMALA.- El gobierno reprime nuevamente a estudiantes normalistas


Por Marcial Rivera
Desde la toma de posesión del general Otto Pérez Molina la población pudo ser testigo de que el nuevo presidente buscaba establecer su legitimidad a toda costa, propósito para el cual llevó a cabo distintas acciones que lograrían este objetivo. Nueve meses después, pasado el capítulo de la búsqueda de legitimidad, el objetivo pareciera ser solo uno: Llevar a cabo e imponer las políticas planteadas a costa de lo que sea, incluso de estudiantes reprimidos, y de violar el derecho de manifestación que los mismos poseen.
Esto en el marco del proceso de reforma de la carrera de magisterio, cuya problemática se ha abordado en este espacio con anterioridad. Es clara la necesidad de esta reforma, y se sabe que frente a las condiciones actuales, es necesario impulsar un proceso de reforma educativa que sea popular, democrático, incluyente y participativo en el que sean tomadas en cuenta todas las partes interesadas en el tema.
Bloqueos de carreteras
En este contexto, las y los estudiantes de magisterio han manifestado que continuarán con las medidas de hecho, dado que el documento que la Mesa Técnica entregó el 16 de agosto fue una burla. Lo cierto es que las y los estudiantes han manifestado que llevarán a cabo acciones para denunciar el fracaso de la mesa, pero también para impulsar la conformación de una nueva hoja de ruta que les permita conseguir su objetivo, el de impulsar la reforma de la carrera magisterial que sea satisfactoria.
Las primeras acciones de hecho se dieron ya el siete de septiembre, que consistieron básicamente en tomas de algunas carreteras que se dieron en Salcajá, Quetzaltenango; San Pedro Sacatepéquez, San Marcos; Cuatro Caminos, Totonicapán; y Sololá.  Es importante recalcar el apoyo que se ha tenido por parte de los padres de familia quienes han estado presentes en las manifestaciones dando el apoyo para sus hijos. Como siempre, hubo represión por parte de la policía, y se agredió a los manifestantes a quienes además de arrojarles gases lacrimógenos, agredieron físicamente a algunos y llevaron a cabo detenciones. El saldo final fue de alrededor de 19 personas detenidas y 25 heridos, entre padres de familia, maestros  y normalistas (Siglo XXI 8/9/12).
Sin lugar a dudas, puede afirmarse que por parte de las autoridades de la cartera de Educación han existido medidas dilatorias que han obstaculizado el proceso de reforma educativa, y que han hecho que el mismo se estanque. A partir de estas medidas de hecho, que en su mayoría fueron tomas de carreteras, se reiniciará el diálogo para discutir la propuesta de cambio al pensum magisterial. Este acuerdo nace a raíz de negociaciones entre representantes estudiantiles de la capital, así como del occidente del país y los viceministros de educación, el mismo viernes 7. Lo importante de este logro por parte del estudiantado, es haber retomado la mesa de diálogo y convocar a una asamblea estudiantil, en la que se discutirá de nuevo el tema de la Formación Inicial Docente. Si se inicia este nuevo proceso de diálogo, que incluirá a colegios privados y a la USAC, lo más probable es que  la reforma a la carrera magisterial sea implementada hasta 2014.
¿Qué debe hacerse?
El Partido Socialista Centroamericano (PSOCA), hace un llamado a las y los estudiantes de las Escuelas Normales, frente a la problemática de la reforma educativa, a no doblegarse ante las medidas dilatorias y distractoras impulsadas por la Ministra del Águila, en aras de obstaculizar esta mesa de reforma educativa. Si bien es cierto, se debe privilegiar el diálogo y la discusión, no debe perderse de vista que las medidas de hecho son importantes, en tanto que presionan a las autoridades del Ministerio de Educación a tomar el diálogo con seriedad que se requiere, con miras a consolidar este proceso de reforma.
El Ministerio de Educación debe decretar el congelamiento de la propuesta de reforma de la carrera magisterial, pues es un hecho que no dará tiempo de implementarla en 2013 y probablemente no existan recursos para hacerlo. Se debe fortalecer la coordinación entre los normalistas de la capital y el interior, al igual que el apoyo de padres de familia y maestros al movimiento estudiantil. Los acontecimientos del viernes 7 hacen ver que ha habido avances en estos puntos. Finalmente exigimos la liberación inmediata  de todos los detenidos durante la represión  y repudiamos la actitud a favor de las acciones represivas del nuevo Procurador de los Derechos Humanos, Jorge De León Duque.

Nuestra casa común, la Tierra, está en peligro. Un problema que toca a todos


"No entiendo por qué nos matan a nosotros y destruyen nuestros bosques sacando petróleo para alimentar carros y más carros en una ciudad ya atestada de carros como Nueva York".

Dirigente indígena ecuatoriano

La "Flor de las Indias", como las llamara Marco Polo cuando las conoció, es decir: las mil doscientas pequeñas islas e islotes de coral desperdigadas por el Océano Indico más conocidas como Islas Maldivas, con sus 225.000 habitantes (hoy día paraíso turístico… para quienes pueden pagar el viaje), están condenadas a desaparecer bajo las aguas oceánicas en un lapso no mayor de 50 años si continúa el calentamiento global de nuestro planeta -fundamentalmente debido a la sobreemisión de gases de efecto invernadero, en especial de dióxido de carbono (CO2)- y el consecuente derretimiento de casquetes polares y glaciares con el subsiguiente aumento de la masa líquida de la superficie terrestre. Lo curioso -¿tragicómico?, ¿incomprensible?- es que los habitantes de esta región geográfica no han vertido prácticamente ni un gramo de este agente contaminante.

La globalización -término hoy "demasiado" de moda; en todo caso, eufemismo por decir "triunfo del capitalismo sobre las primeras experiencias socialistas"- es un proceso no sólo económico. Es más: si queremos extremar el concepto, donde más podemos verla, sufrirla incluso, es en la perspectiva ecológica que viene trayendo el nuevo modelo de producción industrial surgido hace doscientos años, hoy triunfador absoluto en todo el mundo. La globalización, en términos estrictos, es ante todo la mundialización de los problemas medioambientales, de los que nadie, en ningún punto del globo, puede sustraerse (tal como nos lo ilustra el ejemplo de apertura).

Por tanto, la solución a esa degradación de nuestra casa común -el planeta Tierra- que desde hace algunos años se viene dando con una velocidad vertiginosa, es más que un problema técnico: es político, y no hay ser humano sobre la faz del planeta que no tenga que ver con él. Así como nadie escapa a la publicidad comercial que inunda el globo, así, mucho más aún, nadie escapa al efecto invernadero negativo, a la lluvia ácida, a la desertificación y a la falta de agua potable; en ningún área del quehacer humano puede verse más claramente la globalización que en el campo de la ecología. Y al mismo tiempo, en ningún campo de acción en torno a grandes problemas humanos se encuentran respuestas más comunes, más globalizadas que en lo tocante a nuestro compartido desastre medioambiental. Un habitante de las Maldivas, consumiendo 100 veces menos que un estadounidense o un europeo, está tanto o más afectado que ellos por los modelos de desarrollo injustos y depredadores que envuelven a toda la humanidad. Dicho muy rápidamente: o nos salvamos todos, o no se salva nadie.

Quizá en un primer abordaje del asunto del desastre ecológico que padecemos, podríamos estar tentados a considerarlo como consecuencia de factores exclusivamente ligados a la tecnología, solucionables también en términos puramente técnicos. Pero la tecnología es un hecho altamente político. Si nuestra forma de concebir e impulsar la productividad del trabajo se da en el marco del actual modelo de desarrollo (sin dudas bastante contrario al equilibrio ecológico), ello es, ante todo, un hecho político, un hecho que nos habla de cómo establecemos las relaciones sociales y con el medio circundante.

La industria moderna, hija del capitalismo, ha transformado profundamente la historia humana. En el corto período en que la producción capitalista se enseñoreó en el mundo -estos últimos dos siglos, desde la británica máquina de vapor de James Watt en adelante- la humanidad avanzó técnicamente lo que no había hecho en su ya dilatada existencia de dos millones y medio de años. En principio podría saludarse ese salto adelante como un gran paso en la resolución de ancestrales problemas: desde que la tecnología se basa en la ciencia que abre el Renacimiento europeo con su visión matematizable del mundo y la primacía del concepto como llave para entender y actuar sobre la realidad, se han comenzado a resolver cuellos de botella. La vida cambió sustancialmente con estas transformaciones, se hizo más cómoda, menos sujeta al azar de la naturaleza.

Pero esa modificación en la productividad no dio como resultado solamente un bienestar generalizado. Concebida como está, la producción es, ante todo, mercantil. Por tanto, lo que la anima no es sólo la satisfacción de necesidades, sino el lucro. Más aún: la razón misma de la producción pasó a ser la ganancia; se produce para obtener beneficios económicos. A partir de esta clave esencial puede entenderse la historia que transcurrió en este corto tiempo desde la máquina de vapor de mediados del siglo XVIII a nuestros días; la historia del capitalismo (europeo primero, americano luego, igualmente el japonés, hoy día extendido planetariamente) no es otra cosa que la obsesiva búsqueda del lucro, no importando el costo. Si para obtener ganancia hay que sacrificar pueblos enteros, diezmarlos, esclavizarlos, e igualmente hay que depredar en forma inmisericorde el medio natural, ello no cuenta. La loca sed de ganancias no mide consecuencias.

Hoy día, dos siglos después de puesto en marcha ese modelo, la humanidad en su conjunto paga las consecuencias. ¿Se merecen los habitantes de las Maldivas desaparecer bajo las aguas porque en Los Ángeles, Estados Unidos, hay un promedio de un automóvil de combustión interna por persona arrojando dióxido de carbono, o porque los ciudadanos estadounidenses económicamente más privilegiados consumen más de 100 litros diarios de agua, mientras uno en el África debe conformarse sólo con uno? ¿Se merece cualquier habitante del planeta tener 13 veces más riesgo de contraer cáncer de piel a partir del adelgazamiento de la capa de ozono que cien años atrás por el hecho de tener cerveza fría en la refrigeradora? ¿Es éticamente aceptable que un perrito de un hogar del "civilizado" primer mundo consuma un promedio anual de carne roja superior al de un habitante del Sur o que tenga servicios psicológicos mientras en otros países faltan vacunas básicas… ¡o comida!?

Aunque hay alimentos en cantidades inimaginables, viviendas cada vez más confortables y seguras, comunicaciones rapidísimas, expectativas de vida más prolongadas, más tiempo libre para la recreación, etc., etc., la matriz básica con que el capitalismo se plantea el proyecto en juego no es sustentable a largo plazo: importa más la mercancía y su comercialización que el sujeto para quien va destinada. Si realmente hubiera interés en lo humano, en el otro de carne y hueso que es nuestro semejante, nadie debería pasar hambre, ni faltarle agua, ni sufrir con enfermedades que la técnica está en condiciones de vencer. En definitiva, se ha creado un monstruo; si lo que prima es vender, la industria relega la calidad de la vida como especie en función de seguir obteniendo ganancia. Para que un 20 % de la humanidad consuma sin miramientos, un 80 % ve agotarse sus recursos. Y el planeta, la casa común que es la fuente de materia prima para que nuestro trabajo genere la riqueza social, se relega igualmente. Consecuencia: el mundo se va tornando invivible. Peligroso, sumamente peligroso incluso.

La cada vez más alarmante falta de agua dulce, la degradación de los suelos, los químicos tóxicos que inundan el planeta, la desertificación, el calentamiento global, el adelgazamiento de la capa de ozono, el efecto invernadero negativo, los desechos atómicos, son problemas de magnitud global a los que ningún habitante de la humanidad en su conjunto puede escapar. Todo ello es, claramente, un problema político y no sólo técnico. Y es en la arena política -las relaciones de poder, las relaciones de fuerza social entre los diferentes grupos- donde puede encontrar soluciones.

En el Foro Mundial de Ministros de Medio Ambiente reunido en la ciudad de Malmoe, Suecia, en mayo del 2000 en el marco del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), se reconocieron en la llamada Declaración de Malmoe que las causas de la degradación del medio ambiente global están inmersas en problemas sociales y económicos tales como la pobreza generalizada, los patrones de producción y consumo no sustentables, la desigualdad en la distribución de las riquezas y la carga de la deuda externa de los países pobres.

En otros términos, vemos que la destrucción del medio ambiente responde a causas eminentemente humanas, a la forma en que las sociedades se organizan y establecen las relaciones de poder; en definitiva: a motivos políticos. El modelo industrial surgido con el capitalismo y con la ciencia occidental moderna, además de producir un salto tecnológico sin precedentes (quizá más que la aparición de la agricultura, o de la rueda o la navegación a vela) generó también problemas de magnitud descomunal. El poder de destrucción -y de autodestrucción- alcanzado por la especie humana creció también en forma exponencial, por lo que las posibilidades de autodesaparecernos son cada vez más grandes. Valga agregar que la totalidad del poder atómico con fines militares generado en la actualidad -alrededor de 14.000 ojivas nucleares, detentando Washington casi la mitad, cada una de ellas equivalente a 20 bombas de las arrojadas sobre Hiroshima- posibilitaría generar una explosión cuya onda expansiva llegaría hasta la órbita de Plutón; proeza técnica, sin dudas, pero que no termina con el hambre, nuestra principal causa de muerte todavía.

En otros términos: el desprecio moderno por el medio ambiente que nos lega el capitalismo de Europa se ha instalado con una soberbia aterradora. Los esquemas que utilizó, o utilizan, las experiencias socialistas no le dieron un mejor trato a nuestra común, el planeta, que lo que le dio el capitalismo.

Lo cual reafirma que occidente y la idea de desarrollo que ahí se gestó están en franca desventaja con otras culturas (orientales, americanas precolombinas, africanas) en relación a la cosmovisión de la naturaleza, y por tanto al vínculo establecido entre ser humano y medio natural. El desastre ecológico en que vivimos no es sino parte del desastre social que nos agobia. Si el desarrollo no es sustentable en el tiempo y centrado en el sujeto concreto de carne y hueso que somos, no es desarrollo. Si se puede destruir el lejano Plutón pero no se puede asegurar la vida de los habitantes de las Maldivas porque la idea de desarrollo no los contempla, porque no son "viables", entonces hay que cambiar ese modelo, por inservible. Es una pura cuestión de sobrevivencia como especie.

A no ser que haya sectores sociales -detentadores de omnímodos poderes, por cierto- que ya estén apostando por una vida fuera de este planeta, contaminado, lleno de "pobres", sin solución en definitiva. Pero los que no hacemos voto por ello, los mortales de a pie, los que creemos que es más importante un habitante de las Maldivas que cambiar el automóvil cada año, los que no queremos morir de un evitable cáncer de piel, o tapados por el derretimiento de los hielos polares, tenemos mucho por seguir luchando aún. El problema de nuestra casa común nos toca a todos. Todos, entonces, podemos -tenemos- que hacer algo. Involucrarse en estos asuntos es, definitivamente, hacer política. Votar cada tanto tiempo para que nuestros representantes nos ¿representen? y arreglen las cosas, no parece la mejor manera de hacer la política.


sábado, 1 de septiembre de 2012

Comunidades de Población en Resistencia en Guatemala: un ejemplo de democracia de base









Marcelo Colussi

mmcolussi@gmail.com

Pocos conceptos hay tan manipulados como el de  democracia”. En su nombre se puede hacer cualquier cosa, por ejemplo, invadir países y masacrar a gran cantidad de población. Su supuesta “defensa” irrestricta permite las peores tropelías, y la guerra “por la democracia” es una de sus más incomprensibles formulaciones: ¿matar a otro para defender la libertad? No hay dudas que la imaginación humana da para mucho.

El sistema capitalista actual, dominante largamente a escala planetaria, se atribuye como una de sus notas distintivas el ejercicio de la democracia. Así, dicho con cierta cuota de ampulosidad (“democracias de mercado”, por ejemplo), la democracia sería un bien en sí mismo, y su sola mención tendría un poder casi mágico, sinónimo de corrección, buen camino y luz en el medio de las tinieblas. De todos modos –la historia de la humanidad nos lo confirma– las relaciones de poder entre los miembros de nuestra especie son el núcleo problemático por excelencia. Nada hay más dificultoso ni plagado de tensiones en el orden humano que las relaciones en torno a la construcción del poder. El poder no sólo como expresión de la clase dominante a través de su aparato de dominación, el Estado (quizá la forma tradicional de entenderlo), sino el poder en su faceta definitoria de la cotidianeidad, como aquello que está siempre presente y actuando cuando se juntan dos o más individuos; el poder como aspiración de infinitud y completud de nosotros los humanos, por definición finitos e incompletos; el poder que se da entre géneros, entre etnias, entre adultos y jóvenes,
etc., etc.

Es decir: el poder, en su amplísima gama de posibilidades de las interrelaciones humanas y que termina con la idea moderna de Estado como expresión de las relaciones políticas que subsume todas las otras, tendría según esta concepción como punto máximo de llegada “la democracia” en tanto nivel superior de toda nuestra construcción histórica. Dicho de ese modo, “la” democracia sería un bien supremo al que algunos, pareciera, ya han llegado (¿los desarrollados?), y otros aún están camino de alcanzar (¿los subdesarrollados?). La idea implícita es que fuera de “la democracia” –punto máximo de nuestro desarrollo como sociedad política– lo demás es atraso, primitivismo, salvajismo.

Si fuera necesariamente cierto, hasta inclusive valdría la pena tomar en serio el debate. Pero estando tan asquerosamente manipulado como está el concepto, hablar de democracia debe llevarnos, ante todo, a su crítica radical, a su problematización. ¿De qué hablamos cuando decimos “democracia”?  “Con la democracia también se come”, expresaba vehemente en su campaña proselitista
Raúl Alfonsín antes de convertirse en el primer presidente constitucional luego de la dictadura militar que asoló Argentina entre 1976 y 1982. La promesa levantaba grandes expectativas; tantas, que le permitió ganar las elecciones. Hoy, ya con tres décadas del así llamado ejercicio democrático, el país no puede salir de la peor crisis de su historia (aumentó exponencialmente el índice de suicidios y de disfunción sexual masculina como una de las tantas consecuencias derivadas de esa crisis, valga adelantar sólo como mínimo ejemplo), y no es infrecuente que muchos de sus habitantes deban comer de los tarros de basura, así como no fueron tan raros, en estos últimos años, saqueos a parques zoológicos para comerse algún animal. Parece ser que la democracia no ha dado para comer como se esperaba.

Mucha gente en Latinoamérica –de hecho una investigación de Naciones Unidas del 2004: “La democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos” lo estudió en profundidad dando cifras elocuentes: el 55 % de la población– apoyaría de buen grado un gobierno dictatorial si eso le resolviera los problemas de índole económica, lo cual llenó de consternación a más de un politólogo. Sin ningún lugar a dudas décadas de dictaduras militares y regímenes totalitarios dejaron una profunda marca política en la región, por lo que no espanta la idea de un gobierno no democrático. Pero ello no habla sólo de una cierta vocación autoritaria de las poblaciones latinoamericanas, transformada ya hoy en hecho cultural; habla, más que nada, del fracaso de estas democracias formales aparecidas alrededor de la década de los 80, luego de los tristemente célebres gobiernos militares, donde la mano de Washington no fue ajena.

Democracia: gobierno del pueblo; es tan amplio que lo dice todo y no dice nada. Una rápida mirada de la historia, o de cualquier situación actual, nos confronta con que lo que menos tenemos como experiencia concreta en nuestro largo y tortuoso proceso civilizatorio es, justamente, “gobierno del pueblo”.

Con el ascenso del capitalismo y el triunfo político de la nueva burguesía hace un par de siglos, la democracia representativa toma su mayoría de edad, y hoy, doscientos años después de haberse impuesto a partir de la cabeza guillotinada de los monarcas franceses, se presenta como el modelo más desarrollado de organización social. En ese sentido se autoerige como condición de la prosperidad. Pero ¿quién dice que es el más “desarrollado”? ¿Desde qué parámetros?

Un informe del Banco Mundial reveló que la República Popular China sacó de la marginación a 200 millones de personas en 20 años sin que sus reformas se apegaran a las recetas neoliberales en boga, pero más aún, con una organización política abominada por las democracias occidentales en la que brillan por su ausencia todas las libertades esgrimidas como logros democráticos. Como dijo Luis Méndez Asensio: “El ejemplo chino nos incita a una de las preguntas clave de nuestro tiempo: ¿es la democracia sinónimo de desarrollo? Mucho me temo que la respuesta habrá que encontrarla en otra galaxia.
Porque lo que reflejan los números macroeconómicos, a los que son tan adictos los neoliberales, es que el gigante asiático ha conseguido abatir los parámetros de pobreza sin recurrir a las urnas, sin hacer gala de las libertades, sin amnistiar al prójimo.”

¿Tienen poder los que votan? Los regímenes autocráticos terminan siendo agobiantes, todos, no importa el color ideológico en juego. Visto el panorama mundial, en ningún país –ni en los pobres, la gran mayoría del planeta, por cierto, ni en los ricos– la masa mayoritaria detenta el poder real. Sucede que en algunos, los menos, la riqueza alcanza para que todos vivan con el mínimo de dignidad que, hoy por hoy, la gran mayoría de la humanidad no tiene (comida, agua potable, educación básica, vivienda). Si esas necesidades primarias no se resuelven, es improcedente pensar –como lo hiciera el por ese entonces Secretario General de la ONU, Kofi Annan, refiriéndose al mapa de
Latinoamérica luego de conocidas las conclusiones del referido estudio– que “la solución para sus problemas no radica en una vuelta al autoritarismo sino en una sólida y profundamente enraizada democracia”. Por supuesto que las dictaduras no resolvieron los problemas de pobreza y exclusión social (no estaban para eso, por cierto). Pero tampoco los han resuelto las actuales democracias a cuentagotas.

Tan elástico es este vapuleado concepto de “democracia” que sirve para cualquier propósito: para comer –según Alfonsín–, para mantener un bloqueo contra Cuba, para invadir Irak, para deponer al presidente Aristide en Haití o Chávez en Venezuela, democráticamente electos por cierto… ¿No será que, por tan elástico, en realidad no significa nada de nada?
Es hora de cambiar el concepto de democracia  representativa, aquél con el que se ha venido explotando a las grandes masas desde hace dos siglos, por algo nuevo: democracia genuina, democracia desde abajo, directa. ¿A quién representan los representantes? Si el propio pueblo no es artífice de su destino, no hay salida para los problemas que ya conocemos de memoria en Latinoamérica.

En la olvidada Guatemala, en Centroamérica, cuna de una de las civilizaciones más antiguas y esplendorosa de la historia: los mayas (seguramente “de moda” en los próximos meses, dada la manoseada “profecía maya” del fin del mundo, que moverá bastante turismo) hay un ejemplo encomiable de democracia directa: las Comunidades de Población en Resistencia (CPR).

Es sabido que en ese país una guerra civil dejó daños inconmensurables, siendo la nación latinoamericana más golpeada por las estrategias contrainsurgentes que se desarrollaron en el marco de la Guerra Fría con la Estrategia de Seguridad Nacional. La población campesina, de origen maya, fue la más golpeada. En muchos casos, para sobrevivir a las políticas genocidas de tierra arrasada, por miles se internaron en las selvas, protegiendo así lo único que les quedaba: su vida, dado que dejaron tras de sí todo, casa, ganado de subsistencia, sus mínimas parcelas, enseres domésticos. Así, en condiciones de extrema pobreza vivieron años, muy organizados, en un sistema de democracia directa que es digno de admiración. Estas Comunidades de Población en Resistencia estaban formadas por campesinos humildes, que en realidad no eran miembros activos del movimiento guerrillero, y que por la misma necesidad de sobrevivencia en condiciones extremas fueron desarrollando modos organizativos fabulosos.

“Elevaron mucho su nivel de capacitación en educación y de organización en la producción y con pocos recursos producían mucho. A futuro podían ser un ejemplo para otros colectivos en ese sentido”, afirmó Enrique Corral, ex cura y luego integrante del movimiento armado guatemalteco, actualmente de la Fundación Guillermo Toriello, vinculado siempre a las CPR. Tras la firma de los Acuerdos de Paz en 1996, estas poblaciones se fueron asentando en diversos puntos del territorio nacional, ya sin el acoso perpetuo de vivir guerra, pero sin ver materializado ninguno de los compromisos tomados en esa firma. Mantuvieron su organización de democracia viva, aunque sin el más mínimo apoyo por parte del Estado en créditos, infraestructura, facilidades diversas, etc., su situación actual los arroja a la pobreza profunda.

“Como población civil se logró establecer un sistema de organización democrática dando vida a los valores y principios humanos de sobrevivencia, haciendo de la resistencia la forma de organización comunitaria,  organizando el trabajo colectivo, la distribución equitativa de lo que producimos y de lo que se recibía de la Solidaridad [internacional]”, explicaba un miembro de las CPR. Sin ningún lugar a dudas si un grupo en condiciones tan tremendamente extremas pudo sobrevivir dignamente, más allá de la pobreza material, esto muestra que la organización real desde abajo es posible. Es más: sin esa organización democrática de base, real, genuina, no hubieran podido sobrellevar la situación. ¿Qué nos dice todo esto? Que la democracia de base sí es posible, y que la organización política actual que impone “el desarrollo” no es más que formalidad. Una vez más: ¿a quién representan los representantes?

En esta búsqueda de encontrarle caminos reales al fabuloso proyecto de darle forma concreta a la utopía, estudiar en detalle la historia de las CPR puede ser un paso de gran importancia. Tal como dice el cura-guerrillero Enrique Corral, sin dudas que “A futuro podían ser un ejemplo para otros colectivos”. Este breve escrito no es sino: a) una expresión de júbilo en relación a que otra democracia sí es posible, más allá del formalismo de la democracia representativa. Y además, b) una invitación a académicos, científicos sociales y actores políticos a que se profundice en el estudio de esa construcción de base de la democracia en que vivieron las Comunidades de Población en Resistencia en lo más adverso de la guerra. Aprender de las “buenas prácticas”, como se dice hoy día, es inteligente.



WebRep
currentVote
noRating
noWeight