jueves, 27 de agosto de 2015

Guatemala: De cómo la corrupción contribuye a la falta de desarrollo (El caso de la niñez y adolescencia)



Marcelo Colussi
mmcolussi@gmai.com, 
https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33

La situación de la niñez y adolescencia en Guatemala es mala. Y peor aún: con los datos actualmente disponibles, podríamos atrevernos a decir que el futuro no se ve mucho mejor. ¿Habrá que seguir esperando que el Estado cumpla con sus compromisos de atender, no digamos ya priorizar, a estos grupos? ¿Podremos hacer mucho al respecto? Tal vez por allí vamos mal, porque este Estado, tal como está dada la situación (Estado oligárquico históricamente de espaldas al pueblo), no va a cumplir nunca con sus compromisos. Pero se complica más aún la situación cuando vemos cómo ese Estado es manejado por administraciones corruptas que saquean los fondos públicos en su propio provecho. 

Tomar la situación de la niñez y la adolescencia aislando ambos grupos puede ser un callejón sin salida. Es decir: estos grupos etáreos -mayoritarios en relación al total nacional de la población para el caso de Guatemala- son parte de un todo complejo como es la sociedad en su conjunto, sociedad empobrecida y dependiente de un capitalismo global donde la prioridad, por cierto, no son niñas, niños y adolescentes. 

Ellas y ellos son un eslabón más de una cadena; eslabón importante, sin dudas, pero que no debería verse por separado. Lo que les sucede a estos conglomerados, en tanto grupo particular, tiene valor de expresión sintomática. La suerte que corren es, en definitiva, la misma suerte de la sociedad en su conjunto. Si son olvidados, excluidos y postergados es porque esas son las dinámicas que atraviesan la sociedad. Niñez y adolescencia son una muestra de esas tendencias, de esas asimetrías: hay exclusión, hay postergación de numerosos grupos sociales, hay olvido histórico de las grandes mayorías. 

En otros términos: es imposible remediar su situación si no se remedia el todo. Pueden intentarse reparaciones parciales, remiendos. Pero debe saberse que son eso: paliativos. La situación de niñas, niños y adolescentes no puede cambiar estructuralmente si no se dan cambios estructurales.

¿Por qué no cambia su situación a través de las distintas administraciones que manejan el aparto de Estado? Más allá de ciertos cambios circunstanciales para cada administración gubernamental, existen constantes históricas.

Es aquí donde puede verse que no se trata de la mayor o menor eficiencia de un determinado gobierno. Ello puede ser importante en el nivel del detalle puntual, sin dudas, pero la situación de base no cambia. Lo cual permite ver que hay líneas que van más allá de las administraciones de turno. 

Observemos, por ejemplo, las tres últimas presidencias. De analizar los tres períodos se desprende que ni durante la presidencia de Oscar Berger ni la actual de Otto Pérez Molina el grupo de niñas, niños y adolescentes fue prioridad en las políticas públicas. Tampoco lo fue durante el gobierno de Álvaro Colom, pero ahí sí se registraron algunos interesantes avances: subió la matrícula de alumnos en educación primaria, por ejemplo; se pusieron en marcha algunos programas sociales con contenido asistencial que ayudaron a mitigar en algo problemas históricos. Se aperturó, entre otras cosas, el Programa de Escuelas Abiertas, que sin dudas constituyó una ambiciosa propuesta para jóvenes. Pero en cualquiera de los períodos la situación estructural no se modificó: niñez y adolescencia, igual que la mayoría de la población guatemalteca, siguió siendo convidada de piedra en el proyecto capitalista neoliberal que rige sobre el país (o sobre el planeta, habría que decir con mayor precisión). 

Hay que apurarse a aclarar también que quedarse con la fórmula que todos los problemas coyunturales son expresión de problemas estructurales, tampoco ayuda mucho. Sólo cambiando las estructuras, entonces, podrían cambiar las expresiones sintomáticas -el abandono de niñez y adolescencia por ejemplo-. Sí y no. En cierta forma, es así: el Estado guatemalteco, hecho para servir en definitiva a los grandes grupos de poder que han manejado el país desde siempre, no va a cambiar en su dinámica porque le pidamos que priorice su inversión de otra manera. Los cambios sociales necesitan de profundos cambios en las relaciones de poder. Pero de todos modos, en tanto sociedad civil, aunque no transformemos radicalmente esas relaciones de poder, sí podemos influir en algo. Pedir (o exigir) terminar con el flagelo de la corrupción puede ser un paso muy importante. Son cantidades enormes las que se distraen del erario público que bien podrían servir para atender programas sociales y que, por el contrario, van a parar a cuentas secretas de algunos funcionarios venales. 

Ante todo, es necesario puntualizar al menos dos cosas: ¿qué es el Estado y qué representamos nosotros como sociedad civil? 

Supuestamente el Estado es la organización que vela por la vida en sociedad de todos los habitantes de Guatemala. En ese sentido, sería el paraguas que cobija a todos por igual, sin distinciones, procurando el aseguramiento de la vida del colectivo, y por supuesto, de una vida digna. Esto dicen, al menos, los manuales de Ciencias Políticas. Por eso aclaramos con la palabra “supuestamente”, pues la realidad nos confronta con otra cosa: el Estado es un mecanismo a favor de los sectores dominantes, un aparato que mantiene los privilegios de los más poderosos. 

En Guatemala, desde su misma conformación como país hace ya dos siglos, el Estado ha sido el instrumento con que la aristocracia nacional se ha venido manteniendo en el poder. De ahí que sea un Estado dirigido a fomentar la agroexportación de productos primarios (añil en su momento, o algodón luego, azúcar, café, hoy día palma africana), siempre destinados a mercados extranjeros. De ahí también su carácter racista, centrado en la capital y de espaldas al interior, autoritario, con escasos o nulos servicios básicos para la gran mayoría de la población. 

En su proyecto de país -agroexportador y dependiente- la lógica que domina es la del manejo de una gran finca. En ese orden, la administración gubernamental de turno no es más que un gerente, un capataz. El Estado es ineficiente para la prestación de servicios básicos (salud, educación, seguridad, infraestructura), pero cuando se trata de defender los privilegios de los grupos poderosos, funciona a la perfección. Prueba de ello es la pasada guerra interna -eufemísticamente llamada conflicto armado interno-, donde los mecanismos estatales sí respondieron, produciendo un holocausto de pueblos mayas y de todo aquel que alzaba la voz con una contundencia total. De hecho, fue la guerra civil más cruenta de todo el continente americano, con una cauda de muertos, desaparecidos y población civil no combatiente masacrada única para la región, lo cual constituye la plataforma para la implementación de los actuales planes neoliberales, con la consecuente parálisis de los sectores populares, despolitizados y maniatados. 

De ningún modo puede decirse que ese Estado no es funcional a los intereses de dominación de los grupos poderosos. Que haya desnutrición crónica, analfabetismo, desorganización y muy pobre participación democrática en la población, falten el agua potable o los caminos de penetración en la montaña, es producto de ese bien trazado plan. La clase dirigente (que no es en sentido estricto la casta de políticos profesionales que mueve el aparato estatal) necesita una población sumisa que siga levantando las cosechas; la idea (moderna por cierto, capitalista) de mercado interno e industrialización, lejos está aquí de poder ser una realidad. El Estado-finca sigue inalterable desde hace siglos. 

En ese marco ¿por qué sería una prioridad invertir en niñez y adolescencia? Si el proyecto de nación es seguir siendo lo que somos (53% de la población bajo el límite de pobreza, en muy buena medida con rostro maya), ¿qué haría que ese Estado cambiara de buenas a primeras y pusiera en prácticas las recomendaciones de la Convención de los Derechos de la Niñez?

La sociedad guatemalteca vive de la poca o nada tecnificada agricultura tradicional de subsistencia, del comercio informal, de magros salarios que representan apenas la mitad de la canasta básica, de la agricultura de exportación -que hace multimillonarios a apenas unos pocos-, del turismo, de una industria maquilera instalada en el país por las condiciones leoninas que aquí se ofrecen (mano de obra muy barata, no sindicalizada, poca o ninguna regulación medioambiental, paraíso fiscal sin pago de impuestos). Y vive además, en medida creciente, de las remesas (11% del PIB) (OIM: 2010), y del crimen organizado (10% del PIB, correspondiendo un 5% a la narcoactividad) (PNUD: 2011). Es decir: 21% del Producto Interno Bruto del país lo dan actividades no sostenibles, dudosamente o nada dignas, que postergan y hunden cada vez más las posibilidades de generar un desarrollo autónomo, equilibrado y con real potencial. El Estado es la herramienta político-administrativa que legitima todo eso. Valga aclarar que es uno de los Estados más raquíticos de Latinoamérica, con una recaudación tributaria tremendamente baja que apenas llega al 10% del producto bruto, violándose así lo pactado en los Acuerdos de Paz de 1996. Es importante añadir que muchas de los servicios que no brinda el Estado, en estos momentos terminan siendo atendidos -al menos en un determinado porcentaje- por las organizaciones no gubernamentales (ONG’s), en general dependientes financieramente de la cooperación internacional. 

Ese es el Estado que tenemos. ¿Estado fallido? Fallido para brindar servicios a la población, pero que no falla cuando se trata de reprimir su protesta. ¿Narcoestado? Quizá. De hecho muchos de los aparatos clandestinos y semiclandestinos nacidos al calor de la guerra contrainsurgente de años atrás nunca se disolvieron, permaneciendo hoy activos, y en buena medida con cuotas de poder político y económico, ocupándose de ciertas actividades ilegales, como contrabando, trata de personas, narcotráfico, tráfico de armas. ¿Estado para todos, o Estado racista y excluyente? ¿Cómo hacer entrar en su agenda una verdadera preocupación por niñas, niños y adolescentes? ¿Se le puede pedir a ese Estado buena voluntad en la aplicación de recetas de derechos humanos? -un Estado especializado en violarlos justamente-.

Algunos organismos internacionales, por ejemplo, recomiendan eliminar el trabajo infantil, cuando un 20% del PIB lo constituye justamente lo generado por ese trabajo. En un país como Guatemala, en muy buena medida el presupuesto familiar se mantiene por ese aporte. Hay ahí, sin ningún lugar a dudas, un dilema, en todo sentido, y no sólo ético: también es político, social, económico. Eso puede llevar a cuestionar el paradigma de los derechos humanos. ¿Debe una niña/o trabajar? ¿Qué recomendar? ¿Erradicar la pobreza? La intención puede ser muy buena, pero… ¿cómo se materializa? Ante todo esto, la migración fundamentalmente, y el delito en menor medida, son siempre salidas posibles para una cantidad de niños, niñas y adolescentes.

Recomendar buenas intenciones puede resultar útil, pero quizá no alcanza para modificar la situación. Es un intento, sin dudas.

Organismos especializados del Sistema de Naciones Unidas han hecho numerosas recomendaciones sobre el tema de derechos humanos al país, y muy en particular para el ámbito de niñez y adolescencia. En el Informe presentado en el 2008 por la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, el 47% de las 348 recomendaciones emitidas tenían que ver con el eje temático de niñez. Dos años después, en el 2010, el Comité de los Derechos del Niño, luego de analizar los informes presentados por el gobierno de Guatemala con respecto al mismo tema, sigue lamentándose de aproximadamente similares incumplimientos. 

Quizá hay que pensar en nuevas estrategias para incidir más efectivamente en estas problemáticas. Los marcos legales son importantísimos, imprescindibles, pero la experiencia demuestra que instrumentos jurídicos solos no terminan de resolver. Hoy por hoy, Guatemala cuenta con una nutrida legislación sobre niñez y adolescencia (Ley de Protección Integral de la Niñez y Adolescencia -LEPINA-, Ley de Adopciones, Convenio 182 sobre las peores formas de Trabajo Infantil de la OIT, Ley contra la Violencia Sexual, Explotación y Trata de Personas, Ley del Sistema de Alerta Alba Keneth, decreto N°. 28-2010 del Congreso de la República). De todos modos, su situación real no ha cambiado sustancialmente, ni en los tres últimos períodos presidenciales, ni en comparación con otros momentos históricos anteriores. 

Contar con leyes es importante, pero si luego estas no se operativizan, si no tienen presupuesto para ser puestas en marcha, no sirven. De alguna manera, en tanto sociedad civil, entramos en este juego de apoyar legislaciones y luego quedar esperando las asignaciones presupuestarias que, la realidad lo muestra descarnadamente, nunca llegan. Lo peor es que nada asegura que con la denuncia -la lamentación en algún caso- eso pueda modificarse. 

Valga decir que por supuesto hay que apoyar los marcos legales. Eso es imprescindible. Pero eso solo, si no hay espacio político real para darle vida, queda como letra muerta en el papel. Y niñas, niños y adolescentes siguen en las mismas de siempre.

La otra pregunta que abríamos más arriba es en relación a qué hacemos como sociedad civil. Aquí habría que hacer una consideración: si bien es cierto que el término “sociedad civil” puede (debe) ser cuestionado, nos sirve para entender que no somos el Estado. Aunque se repite que el Estado somos todos, que nosotros lo conformamos en tanto población y pagadores de impuestos, la realidad no es exactamente así. El Estado no representa por igual a todos los sectores. El Estado detenta el monopolio de la fuerza (fuerzas de seguridad pública: policía, ejército), y cuando el equilibrio social tiende a romperse, actúa; pero siempre actúa a favor de uno de los polos, lo cual demuestra que no es tan cierto que el Estado somos todos. Si así fuera, ¿por qué no escucha nuestro reclamo y se invierte más en temas tan importantes como niñez y adolescencia, el futuro de la nación? Obviamente porque no le interesa a los reales factores de poder.

Pero dejando de lado esta disquisición, es cierto que la llamada sociedad civil -es decir: el ciudadano de a pie- puede incidir en los destinos de su vida. Al menos un poco. Desorganizadamente tal vez no; si se organiza, puede que sí. Por cierto, hay numerosas formas de organizarse. Hoy por hoy, una de ellas la constituyen las llamadas ONG’s, organizaciones no gubernamentales. Hay que apurarse a aclarar que este tipo de instancias quizá no tienen un potencial transformador real; pero aun cuando su capacidad es limitada, sí pueden incidir en las políticas públicas. 

La población en su conjunto no parece haber apropiado aún, al menos de forma sustanciosa, los derechos de niñez y adolescencia como algo de la cotidianeidad; la cultura adultocéntrica y autoritaria sigue siendo dominante. Los avances ideológico-culturales que trae la Convención de los Derechos del Niño no son todavía un patrimonio aceptado, digerido. Más aún: resta mucho por trabajar aún en eso. Y el Estado, definitivamente, no da ninguna seña de querer/poder avanzar en la materia. Sucede, salvando las distancias, como con todo el ámbito de los derechos humanos: es un discurso “políticamente correcto” pero sin mayor operatividad práctica, sin impacto, sin logros en las transformaciones efectivas. Todos tenemos derecho a una vida digna…, pero la mitad de la población está por debajo del límite de pobreza. Seguramente sólo la declaración no basta. “¡Erradicar la pobreza!”… Correcto. ¿Cómo lo hacemos?

De todo ello se puede concluir que la sociedad civil no organizada, la ciudadanía en general, el ciudadano de a pie -para decirlo en otros términos- desconoce, teme y/o ve con desconfianza aún los avances de una formulación como los contenidos en la Ley de Protección Integral a la Niñez y Adolescencia. Sin contar con que hay fuerzas políticas de la actual administración -obviamente conservadoras, retrógradas- que están buscando hacer revertir esa legislación, por considerarla demasiado “vanguardista”.

En estos momentos se habla bastante de municipalización. Sin ser la varita mágica que pueda resolver todos los problemas nacionales, ni tampoco los vinculados a niñez y adolescencia, puede resultar una línea interesante de descubrir. Por lo pronto, abre posibilidades. La posibilidad de controlar e incidir directamente sobre los gobiernos municipales locales se facilita desde esta nueva visión. Por tanto estamos convocados a reflexionar y actuar en este nivel de lo local, de lo micro. Dicho de otra manera: desde la sociedad civil organizada en espacios alternativos como son las ONG’s, si bien no se puede cambiar de raíz la situación que genera este estado de abandono y falta de políticas públicas sostenibles en relación a niñez y adolescencia, sí se puede hacer algo. Tal vez un pequeño granito de arena. Pero no hay que olvidar que de granito en granito, de puñadito en puñadito, se hacen las montañas de arena. 

Si como sociedad civil puede hacerse algo más que la lamentación de ver cómo el Estado firma leyes que jamás cumple y que no asigna presupuesto allí donde se comprometió a hacerlo, como como actores políticos que somos todos podemos/debemos empezar a pensar nuevas estrategias para intentar incidir -al menos un poco- en estas dinámicas. 

Quizá una línea fuerte donde podamos trabajar e incidir es en denunciar la cultura de corrupción que se ha enseñoreado en nuestra cotidianeidad. Si hablamos de “cultura” es porque esa práctica ya ha pasado a ser normal, habitual, cosa de todos los días. No la vemos como algo extraño, pernicioso. Aunque obviamente no son lo mismo, ya están incorporadas como algo habitual “comprar” para una licencia de conducir así como “pedir mordida” (soborno) de un 20% en cualquier obra pública. 

Sin dudas, la corrupción es un mal endémico que incide grandemente sobre los presupuestos nacionales. En Guatemala, que ya de por sí tiene una recaudación fiscal muy baja tal como se había dicho anteriormente, perder 31,000 millones de presupuesto por desvíos de fondos es un crimen. De hecho, esa cantidad -31,000 millones de quetzales (cuatro mil millones de dólares)- se fugaron por corrupción del presupuesto nacional desde 1998. Ese monto representa la quinta parte de la suma de las cantidades aprobadas en los últimos 15 años en los presupuestos nacionales para la inversión en obras públicas (157 mil 699 millones de quetzales), calculan el Instituto Centroamericano de Ciencias Fiscales -ICEFI- y la organización no gubernamental Acción Ciudadana.

¿Mejoraría la situación de niñez y adolescencia si no se diera tanta corrupción? Quizá no cambiaría de raíz, y mágicamente Guatemala pasaría a tener los mismos índices socio-económicos que un país nórdico, por ejemplo, o los de Cuba. ¡Pero sin dudas habría una importante mejora! Además de existir un Estado pobre, la corrupción termina de completar el desastre.

lunes, 24 de agosto de 2015

Elecciones: ¿farsa?



Marcelo Colussi
mmcolussi@gmai.com, 
https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33

Para las próximas elecciones todo indica que habrá un alto abstencionismo y un elevado porcentaje de voto nulo. Definitivamente la población votante está asqueada de tanto manejo sucio en el ámbito político, de tanta delincuencia y corrupción. La clase política está aborrecida. Sin dudas, los comicios del 6 de septiembre se viven como una completa farsa. Más que llamar a votar en nombre de una pretendida ciudadanía correcta, sería más pertinente analizar el porqué de ese repudio. 

Dijimos “farsa”. Sin dudas la hay: las ilegalidades y mediocridades inundan la escena. Pero la farsa va más allá de las corruptelas en danza actualmente. ¡La farsa es estructural!

En el marco de las llamadas democracias representativas (sinónimo sin más de economías regidas por el mercado), las elecciones constituyen un episodio más del paisaje social, que en realidad no altera en lo más mínimo la estructura de base. Es similar en cualquier país que presente esa estructura: la diferencia entre los ricos del Norte y los pobres del Sur no está, precisamente, en su forma política –similares en lo fundamental– sino en la estructura económica, pilar de todo el edifico social. 

¿Quién manda en estas democracias? ¿Realmente es el “pueblo” a través de sus “representantes”, elegidos en comicios libres cada cierto período de tiempo? Difícil creerlo. La experiencia muestra que más allá de ese acto ritualizado, las decisiones fundamentales de la vida político-social pasan a años luz de las urnas. ¿Se le pregunta a algún votante alguna vez sobre el aumento de los precios de los combustibles, sobre la declaración de una guerra, sobre el porcentaje del presupuesto nacional que se debe dedicar a educación? ¿Alguna vez el ciudadano de a pie es consultado realmente para ser tomado en cuenta?

La recomendación de pensar bien el voto antes de emitirlo en cada elección puede llegar a sonar vacía. ¿Qué significa eso? ¿Acaso el desastre al que asistimos en Guatemala, por ejemplo, se debe a que los votantes no pensaron bien antes de poner su voto? Suena un tanto absurdo, cuando no hipócrita (¿somos nosotros los culpables de esta miseria que nos agobia entonces?)

En el país van a cumplirse ya 30 años que retornó la democracia. O más precisamente dicho: que cada 4 años los mayores de edad asisten a un centro comicial para depositar un voto. Ya salimos de la “transición democrática” (¿habremos llegado a la democracia plena por tanto?). Siete administraciones se sucedieron, y las causas que en le década de los 60 del siglo pasado dieron lugar a un sangriento conflicto armado no se modificaron: nihil novi sub sole. 

Nos encaminamos ahora a la octava administración luego de los gobiernos militares. Los ciudadanos van a votar cada cuatro años, pero nada, absolutamente nada cambia: el 53% de población bajo el límite de la pobreza, la desnutrición, el analfabetismo crónico, la exclusión de grandes mayorías, el racismo, además de la corrupción, todo eso siempre sigue igual más allá de la administración de turno. ¿Para qué se vota entonces?

Dentro de los marcos de estas democracias de mercado no hay salida para esa crisis. No se trata de “buenos” o “malos” gobernantes, gobernantes un poco más o un poco menos corruptos. El problema es estructural: los políticos profesionales de turno no son directamente el enemigo a vencer. La corrupción es un síntoma más, entre otros, junto a la impunidad, la violencia generalizada, etc. ¿Dejaríamos de ser un país pobre, con hambre y violencia si, por ejemplo, Pepe Mujica fuera el presidente?  

Para estas elecciones del 6 de septiembre el sistema político guatemalteco ha mostrado su verdadera cara. La corrupción se evidencia omnipresente. Todos los poderes del Estado están infiltrados por el crimen organizado, por mafias temibles. El empresariado tradicional nucleado en el CACIF –principal financista de las distintas campañas presidenciales– también denuncia (muy tibiamente) esa corrupción, pero esas denuncias lo único que evidencian son disputas de poder en las cúpulas: vieja oligarquía contra nuevos ricos ligados a las mafias emergentes. El pueblo votante es convidado de piedra en esa lucha de poderosos.

Si la gente está hastiada de esa farsa, hay sobrados motivos para entenderlo. 

lunes, 10 de agosto de 2015

Tecnología y poder



Marcelo Colussi

"Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de perdidos / desconectados".

Einstein

I

            Desde la primera piedra que el primer homo habilis afiló hace dos millones y medio de años, la tecnología humana no ha parado de superarse. Y sin duda, no se detendrá jamás, porque justamente en ello consiste la esencia de nuestra especie: la búsqueda perpetua de lo nuevo. La tecnología, en definitiva, no es sino eso: la forma de desarrollar instrumentos que nos permitan aumentar nuestra capacidad natural, nuestro poder, de defendernos de lo hostil y desconocido. Es decir: la tecnología es la posibilidad de llevar a cabo esa búsqueda, de dejar atrás la indefensión natural descubriendo cosas nuevas. En eso, sin dudas, no hay límites: la búsqueda del poder como resguardo contra la finitud de origen es el sentido mismo de la vida. Desde la primera piedra afilada hasta el misil nuclear hay una línea común que nos conduce ininterrumpidamente como especie, llamémosla afán de poderío, intento por saltar los límites o fascinación por el saber y lo novedoso.

            Los instrumentos de que nos valemos para esa búsqueda son interminables, cambiantes, sorprendentes. La historia de la humanidad es la historia de ese desarrollo; es decir: la historia del desarrollo de nuestras posibilidades de "hacer". En definitiva, la palabra "tecnología" que hemos acuñado –tomándola del griego clásico: tecné– no significa sino eso: saber hacer, capacidad de operar, posibilidad de transformar.

            Las tecnologías, por tanto, en tanto instrumentos, en tanto herramientas que nos permiten ese operar en el mundo, no son en sí mismas ni "buenas" ni "malas" (salvo excepciones muy puntuales sobre las que luego volveremos). Las tecnologías son las herramientas de que nos valemos para vivir; lo que las pone en marcha es el proyecto de vida en que se inscriben, el marco filosófico-político en que cobran sentido. La energía nuclear puede servir para alimentar la electricidad de una ciudad, o para hacerla volar por el aire con una bomba. Y la electricidad puede servir para salvar vidas (en un quirófano, por ejemplo), o para quitarla (con la silla eléctrica), o para torturar (con una picana). Está claro que, en sí mismos, los productos técnicos que la evolución de los seres humanos va obteniendo sirven en función de lo que se quiere hacer de ellos. El poder no está en la tecnología; sigue estando en las relaciones políticas que se establecen entre los grupos humanos.

            Las relaciones entres los seres humanos (relaciones de poder hasta ahora siempre asimétricas: luchas de clases sociales, relaciones entre géneros, relaciones entre distintas culturas, relaciones generacionales) se valen de esos instrumentos para mantener/perpetuar el estado de cosas (donde alguien manda y alguien obedece) o, eventualmente, cambiarlo. Pero nunca las relaciones entre seres humanos están definidas solo por las tecnologías en juego. Las tecnologías son siempre aquello de que nos valemos para hacer andar el mundo; no nos determinan. Somos los humanos los que las determinamos a ellas. Un arado, una espada, un cántaro de arcilla, un alto horno de fundición o un robot sirven para instrumentalizar las distintas relaciones entre los grupos humanos; como objetos, por sí mismos, no determinan nada. Sirven para determinar, para relacionar, para articular procesos; esa es la razón de ser de una herramienta: servir para algo.

            En el mundo capitalista moderno iniciado con la revolución industrial hace unos dos siglos, las ciencias juegan un papel determinante: han sido –y cada vez lo son más– la llave de la explosión productiva. La revolución científico-técnica en curso pareciera no tener límites, y las posibilidades que abrió en unos pocos años provocaron un salto monumental en historia de la humanidad. Con las ciencias que se instauran en la modernidad europea luego del Renacimiento y su aplicación sistemática en los procesos productivos que trajo el capitalismo, proceso hoy día ya globalizado y sin vuelta atrás posible, la especie humana avanzó en unos pocos siglos lo que no había hecho en milenios y milenios de civilización. De ahí que las ciencias modernas y sus nuevas tecnologías han pasado a ser los nuevos dioses de nuestros tiempos. Y algo curioso, digno de ser destacado: el proceso productivo mismo, el quehacer, la industria, en esa nueva cosmovisión moderna ha pasado a cumplir sin más el papel de ídolo, de deidad adorada. Hablamos indistintamente de "avance de la ciencia" como de "avance de la tecnología". Más aún: identificamos progreso con desarrollo tecnológico. El paso del desarrollo, según esta cosmovisión, lo marca el ritmo de las "tecnologías de punta". Pero no debemos olvidar que las tecnologías son una expresión visible, la aplicación de los conceptos científicos que la sustentan; y todo ello, en definitiva, hace parte del proyecto político en juego de un sistema de relaciones. La tecnología es una demostración del tipo de relaciones sociales que la sostienen, y al mismo tiempo, la posibilitan.

II

            De acuerdo al proyecto de sociedad en que se desarrollan, las tecnologías pueden cumplir diversos papeles. Solas, en sí mismas, no representan nada. Son muy pocas las tecnologías nocivas en sí mismas. La gran mayoría, útiles en cuanto facilitan los distintos aspectos de la vida, sirven de acuerdo al proyecto en que se desenvuelven. En ese sentido, podría decirse que hay varias categorías, con implicaciones igualmente diversas:

1)      Tecnologías inaceptables en el actual sistema económico-social, pero aceptables en un marco socialista.
2)      Tecnologías correctas en sí mismas, pero que precisan moratoria o lentificación por motivos sociales.
3)      Tecnologías que no siendo prioritarias deben someterse a moratoria antes de haber logrado desarrollarse las primeras.
4)      Tecnologías que ya están suficientemente desarrolladas y no necesitan más investigación.
5)      Y solo en algunos casos muy especiales, tecnologías intrínsecamente negativas

1)      Tecnologías inaceptables en el actual sistema político, pero aceptables en un planteamiento socialista

            Hay una serie de realizaciones tecnológicas que serían aceptables, incluso algunas son imprescindibles en sí mismas, pero que desarrolladas dentro de la dinámica del sistema capitalista van a servir inevitablemente no para el provecho colectivo sino solo para el lucro empresarial privado, contrariando el beneficio social. Su uso debería postergarse hasta que existan "reglas de juego" socialistas, donde la actuación política esté dirigida con racionalidad y justicia distributiva, y el respeto al medio ambiente sea una realidad efectiva.

            La investigación y desarrollo en estos ámbitos están motivados enteramente por el interés monetario de las patentes, tanto en la investigación privada como en la mayor parte de la investigación académica, por ser una fuente importante de financiación de las Universidades. Todo lo que se está patentando desbocadamente bajo el actual sistema abusivo de patentes del capitalismo está alejando sus beneficios a la generalidad de la población e incrementando aún más el poder de las grandes corporaciones multinacionales, que son las beneficiarias finales de las innovaciones. Se adelantan a patentar todo antes de que pueda existir un sistema mucho más restrictivo de patentes, como sería imprescindible. Entre estas tecnologías tenemos los sistemas para la detección, la monitorización cibernética y el automatismo.

a) La detección vía satélite es básica para comunicación, posicionamiento por GPS, alerta climatológica, etc. El inconveniente es la desviación de su uso a fines éticamente cuestionables, como los bélicos de "guerra de las galaxias", o el control indiscriminado sobre toda la población del planeta. La mayor parte de los satélites en órbita realizan funciones bélicas y de espionaje, habiendo colmado el espacio de los satélites útiles. Los más de 20.000 artefactos o restos en órbita son un peligro para los útiles y para el planeta.

b) Buques-factoría y sistemas para la detección de bancos de peces. Suponen un gran ahorro energético en la búsqueda, captura y transporte de la pesca, al disminuir los desplazamientos necesarios, pero son también el instrumento para su exterminio. Solo serían buenos si existieran reglas claras para el reparto equitativo de los beneficios, no desplazasen a quienes solo tienen recursos artesanales, y fuera controlada la pesca realizada con los sistemas sofisticados de control que se destinan a otros fines (generalmente perversos).

c) Global Forest Resources Assessment (GFRA). Medir con exactitud la fotosíntesis que se produce en una parcela forestal o agrícola es útil para desmontar la falacia habitual de ciertas políticas ambientales cuando afirman que "se han plantado 10 árboles por cada uno talado", pues se vería que durante las próximas dos décadas cruciales esos 10 nuevos árboles van a fijar mucho menos dióxido de carbono que el único árbol talado o que un matorral autóctono. También el complejísimo monitoreo planteado, provisto de innumerables sensores, sería útil para el seguimiento de la evolución edáfica de los suelos a consecuencia del tipo de manejo forestal realizado. Pero sería necesario que los sensores instalados detectaran las variables correspondientes a dicha finalidad; que los –seguramente alarmantes– datos que se obtuvieran se hicieran públicos (en lugar de seleccionarlos o falsearlo como es muy habitual); y que se tomaran las medidas necesarias para atajar la degradación (de poco sirve ahora la observación por satélite de las deforestaciones masivas o clandestinas cuando no se aplican medidas correctoras). El desarrollo del GFRA bajo la lógica y la dinámica del sistema capitalista dominante puede servir también para gastar fondos públicos con fines perversos, por ejemplo: ensayar el control remoto de los espacios forestales, combinando la observación por satélite con los sensores sobre el terreno. O como un medio más para eliminar agentes forestales y campesinos provocando la despoblación del medio rural y la expulsión del campesinado. También podría servir para desarrollar industrias de "alta tecnología", controlada por las grandes transnacionales y en su exclusivo beneficio monetario, tecnológico, y político. O para adquirir experiencia en planes de dominación global que no son impensables para un mediano plazo: la regulación y el control cibernético de la biosfera, y con ello el poder absoluto sobre el mundo (por ejemplo: la guerra climatológica, denunciada en más de una ocasión como una realidad ya en curso; es decir: por ejemplo, huracanes teledirigidos. Véase el denominado Proyecto HAARP). O más aún: la utilización de los sistemas de detección para la completa localización en cualquier lugar del mundo de los movimientos guerrilleros que se cobijan en las selvas, siempre con el benemérito pretexto de la lucha mundial contra las drogas o contra el mal definido "terrorismo".

2)      Tecnologías correctas en sí mismas, pero que precisan moratoria o lentificación por motivos sociales

            Sabido es que en el capitalismo la mayor parte de las innovaciones tecnológicas se orientan a la disminución de la mano de obra y a la ampliación de la tasa de ganancia empresarial. Lo correcto sería dar tiempo al tiempo, que es un factor fundamental a considerar cuando se implementan procesos de innovación. Sin embargo, bajo la lógica del capitalismo, esto no cuenta; lo que le interesa es lucrar cuanto antes con la innovación, y la generación de desocupación masiva es un factor más de beneficio añadido al permitir el descenso de los salarios por tener un ejército de desocupados de reserva. Las políticas neoliberales se han especializado en este mecanismo.

De todos modos, eso es una bomba de tiempo para el sistema, dado que la desocupación creciente va en contra del mercado, porque población desocupada y sin ingreso no puede consumir; ello marca el límite absoluto del sistema capitalista como un todo: puede beneficiar cada vez más a las grandes corporaciones globales como pasa en este momento, pero a costa de la Humanidad en su conjunto. De hecho esas grandes megaempresas (estadounidenses en su mayoría, pero también de origen europeo o japonés, aunque cada vez entremezcladas, más globalizadas) ya no se mueven en la lógica de un mercado interno sino que producen y venden mundialmente. Ese modelo, aunque se busquen infinidad de válvulas de escapa, irremediablemente tiende al estallido ("El Amo tiembla aterrorizado delante del Esclavo porque sabe que, irremediablemente, tiene sus días contados").

Particularmente sangrante es el desplazamiento de la población campesina, expulsada de su territorio (mediante la violencia generalmente) para la agricultura industrial dedicada a un mercado global. En este caso, a la catástrofe humanitaria se añade un grave daño a la biosfera común, tanto por la degradación de los suelos que provocan los agronegocios, como por incrementar la insostenibilidad del medio urbano con megápolis cada vez más inmanejables, violentas y hostiles para la sana convivencia.

            En esa lógica encontramos la actual revolución industrial cibernética. Su magnitud se refleja en la cantidad de jubilaciones anticipadas, regulaciones y despidos que se han desencadenado en los últimos años. Resulta expresivo que una fábrica de automóviles que empleaba unas décadas atrás a 20.000 operarios con el llamado modelo fordista, se convierte en una factoría robotizada con solo 300 trabajadores muy cualificados. Parte del personal "sobrante" (pero… ¿algún ser humano puede sobrar?), encontrando cerradas todas las puertas para la sobrevivencia, puede hallar como estrategias de vida solo la delincuencia, por lo que un beneficio tecnológico que debería ser alegría para todos (reducción de la jornada laboral, por ejemplo), termina transformándose en una problema social (por el marco en que se da, obviamente. Para un esquema socialista constituiría una excelente noticia). Por tanto sería necesaria una moratoria en el desarrollo de ciertas tecnologías aceptables aunque no prioritarias, y una lentificación en el desarrollo de otras de mayor interés, adaptándolas al ritmo de la reconversión y reubicación profesional de los que resultarán desplazados. Las políticas de pleno empleo de todas las experiencias socialistas, así sea recargando innecesariamente a veces las nóminas de algunas dependencias públicas, por lejos son siempre más humanas que los planteos capitalistas que consideran a los trabajadores solo "variables de ajuste". Si las tecnologías no sirven para beneficio de la humanidad, ¿para qué la queremos? ¿Quién debe dominar a quién?

3.      Tecnologías que no siendo prioritarias deben someterse a moratoria antes de haber logrado desarrollar las prioritarias

            Pueden tener algún interés para el avance científico, pero su desarrollo es irracional e inmoral por su elevado coste mientras no se resuelvan de forma estable problemas básicos de la humanidad como el hambre, las enfermedades de la pobreza (las diarreas, debido a la falta de agua potable, o las infecto-contagiosas, debido a las malas condiciones de vida), el problema habitacional, la educación básica para todas y todos. El esfuerzo investigador y los recursos deben utilizarse en la ciencia básica y en las investigaciones prioritarias, siempre en atención a las necesidades coyunturales de la sociedad de que se trate, y con perspectivas de mediano y largo plazo.

a) La estación espacial. Es imposible negar la importancia de cualquier investigación científica, en el campo que sea. Sería absurdo, reaccionario y primitivo desestimar cualquier nuevo conocimiento adquirido por la Humanidad. Pero en realidad, con apego a la situación actual de todo el mundo, es prematura e innecesaria toda la aventura espacial, incluyendo la exploración personal o robótica de la luna o Marte. Comparar las sumas invertidas en los viajes espaciales con las necesarias para evitar la muerte por hambre de millones de personas resulta inmoral y obsceno. Hoy día puede verse con más claridad –y además puede decirse abiertamente– que la carrera espacial de Estados Unidos y la Unión Soviética fue una arista más de la Guerra Fría, inconducente y sin relevancia positiva real para los pueblos del mundo. De hecho, la llegada de misiones tripuladas a la luna por parte del gobierno de Washington no aportó prácticamente nada en términos científicos, siendo solo espectáculos mediáticos destinados a tapar la boca a su contrincante socialista.

El "retorno" de la multimillonaria inversión, entendido en rigurosos términos económicos capitalistas incluso, la relación costo-beneficio de la empresa, no justifica la parafernalia de dinero gastada, pues no hay de momento una aplicación práctica de todo lo investigado en el espacio que se haya convertido en mercadería de consumo masivo.

b) La industria aeroespacial en su totalidad (lo llamado pretenciosamente "la conquista del espacio", "la nueva frontera", la "guerra de las galaxias") representa nuevos impactos sobre la biosfera por la extracción de los minerales escasos necesarios para las construcciones y las naves espaciales, guerras por intermediación para el control de la minería de materiales estratégicos, consumo de combustible, impacto sobre la atmósfera y la troposfera, dispersión de chatarra espacial, con el peligro que ésta representa en su posterior caída sobre la tierra, en ocasiones de combustible nuclear y otros materiales radiactivos. Lo inmoral, irresponsable e irracional de la aventura espacial culmina cuando ni siquiera se invocan los supuestos avances científicos, sino que ese daño y derroche se prepara con fines turísticos: se patenta la luna, se montan empresas de venta de parcelas, se reservan plazas para viajes regulares o para los proyectados hoteles espaciales. Todo ello sin que ningún organismo internacional declare la nulidad de esas patentes, de esas empresas, de los despachos de ingeniería y los técnicos que desarrollan y venden los proyectos, de las cantidades ya percibidas como reservas.

4)      Tecnologías que ya están suficientemente desarrolladas y no necesitan más investigación, al menos por ahora

            Si bien no se puede limitar el desarrollo de la investigación científica, se deben abrir cuestionamientos éticos sobre mucho de ella, tanto respecto a su implementación como del "avance" en sí mismo que representa como bien social. Hay tecnologías que ya han dado saltos fabulosos y, hoy por hoy, no necesitan seguir desarrollándose. Por ejemplo: la calidad de la reproducción de todos los actuales medios audiovisuales (cine, televisión, videojuegos, pantallas de computadoras y/o de teléfonos móviles). El punto alcanzado es definitivamente muy bueno y se torna innecesaria su evolución en estos momentos; si se lo hace, es solo en función de continuar generando mercancías para colmar políticas empresariales, pero tecnológicamente no hay nada que las justifique.

            Otro tanto pasa con la industria de los vehículos automotores; sabiendo que los motores de combustión interna son uno de los principales agentes causantes del efecto invernadero negativo, lo racional y éticamente correcto sería utilizar los nuevos avances tecnológicos en la producción de transportes públicos no contaminantes, buscando la paulatina eliminación del automóvil privado. Pero el hambre de ganancias de las gigantescas corporaciones fabricantes de vehículos, indisolublemente unidas a las grandes compañías petroleras, prefiere continuar con la producción irracional de autos particulares en vez de promover salidas viables con medios de movilidad públicos. La tecnología automotriz actual se sigue desarrollando solo por el afán de ventas, siendo que ya no sería necesario su avance sino, por el contrario, su reconversión hacia otro tipo de vehículos: no contaminantes y de uso masivo, eliminando el agresivo, en términos ecológicos, automóvil unipersonal o familiar.

5) Tecnologías intrínsecamente negativas

            Llegamos a un capítulo especial, aquél en el que sí, efectivamente, la forma misma de la tecnología conlleva una carga negativa, por su probada peligrosidad. Se han desarrollado tecnologías peligrosas sin respetar el más elemental "Principio de Precaución" a pesar de existir serios indicios e informes científicos señalando sus peligros, y se han aplicado masivamente después de que tales peligros se confirmaron, y además con mayor gravedad y rapidez de lo previsto.

a) Biotecnologías que ponen en peligro la conservación de la biosfera. Pueden incluirse aquí: la tecnología del ADN recombinante; todos los cultivos y liberaciones ambientales de transgénicos; los intentos de fabricar bacterias sintéticas, las bacterias alteradas por mutaciones inducidas para uso en la "guerra bacteriológica", entre otros avances tecnológicos.

b) Tecnologías bélicas, cuya única función es la destrucción y el asesinato masivo. En particular las minas antipersonales, o la utilización de "uranio empobrecido" para deshacerse de su peligro en algún "país empobrecido". Según las cifras del jefe de oncología del hospital local de Basora, en Irak, se ha producido un tremendo aumento de los casos de cáncer y tumores, que pasaron de 32 casos anuales en 1989 a más de 600 en el 2002, lo que se atribuye al bombardeo masivo con proyectiles de "uranio empobrecido". Sin embargo, un veterano estadounidense que actuó en esta la primera Guerra del Golfo afirma que se lanzó allí una bomba atómica, de menor potencia que la de Hiroshima (algo muy verosímil pues es una intención declarada del Pentágono la prueba de "pequeñas" bombas atómicas tácticas). En cualquier caso, la utilización masiva de proyectiles con uranio empobrecido por los Estados Unidos está sobradamente acreditada y confesada en los lugares en que ha intervenido, tanto en Irak como en Kosovo.

Algo sobre las ciencias sociales

Las ciencias sociales o humanas, contrarias a las llamadas ciencias exactas o "duras" (¿las ciencias sociales serán "blandas" entonces?) han sido y, seguramente, seguirán siendo dentro del esquema social dominante, el pariente pobre en el campo de los saberes científicos. Ello es así por un motivo básico: el ser humano concreto de carne y hueso, con todas sus determinaciones, sus pasiones, sus mezquindades y grandezas, está metido en el corazón mismo de las ciencias sociales, porque su objeto de estudio, el único objeto de estudio, es ese Ser Humano mismo. No hay posibilidad de "exactitud"… porque lo humano no es exacto. Pese al desarrollo de las ciencias sociales, quizá siguen sabiendo más de esta rara especie que somos… los poetas, los artistas, los filósofos… actividades todas que para la lógica del capital –lógica absolutamente dominante de nuestro mundo actual– no son precisamente las más redituables. En esta lógica, lo que se necesita son acciones concretas confiables, con resultados predecibles, seguras, que no se centren en el conflicto en tanto esencia de lo humano sino que trate de borrarlo del mapa. El materialismo histórico, la sociología crítica, el psicoanálisis, por mencionar algunas, no son las convidadas de honor para esta ideología.

La fórmula matemática, y su operatividad en la realidad concreta, no admiten mayores discusiones. 2 + 2 = 4, mil años atrás, en cualquier cultura y sin importar la naturaleza de los elementos sumados. 2 homosexuales, por ejemplo, o 2 explotadores + otros 2 elementos similares, abre la cuestión no sobre el resultado final de la ecuación sino sobre la naturaleza misma de los elementos sumados: ¿qué es un homosexual? ¿Un aristócrata varón (los varones plebeyos: no, y las aristócratas mujeres, tampoco, ¡sólo un aristócrata varón!) que podía darse el lujo de tener, junto a su hembra para la reproducción, un jovencito con el que mantener relaciones carnales? ¿Un pecador, para ciertas tradiciones ético-religiosas? ¿Alguien con una entidad psicopatológica, como establecía hasta hace algunas décadas la Psiquiatría? ¿Una opción sexual? ¿Una "degeneración" de la especie? ¿Un vicio? Definitivamente, ahí el problema radica en la naturaleza de lo que está en juego, porque nos convoca como seres situados ideológica, política, socialmente a todos y cada uno de nosotros, en cuanto todos tenemos prejuicios y mitos en torno a estos temas, nos tocan, nos conmueven. Tener un hijo homosexual, por ejemplo, impone una toma de posición como no se da con la descomposición de luz blanca al atravesar un prisma, la composición química del coltán que se encuentra en el chip de la computadora o el teléfono inteligente con el que se está leyendo este texto ahora o la velocidad que debe desarrollar un vehículo espacial para escapar de la atracción terrestre.

¡Y ni qué decir si nos remitimos al ejemplo del explotador! Según quién responda, la respuesta será absolutamente antitética, proviniendo, por ejemplo, del banquero o el empresario, o del trabajador asalariado, del macho golpeador o de la mujer golpeada, del blanco europeo o del negro africano. La "exactitud" puede estar en el orden atómico, en las interacciones químicas, en el movimiento de las estrellas, pero no en el deseo humano, o en su ejercicio del poder. ¿Qué "exactitud" puede explicar el racismo, o la transgresión? ¿Por qué existe el incesto, o la sed de lucro de quien es propietario del capital? Ello implica otras categorías, siempre más complejas, o complejas de un modo distinto (¿más incómodas tal vez?) que las complejidades del mundo no-humano.

Muy buena parte de las ciencias sociales contemporáneas (cierta sociología, psicología de la propaganda o industrial, cierta antropología o cierta semiótica, etc.) abiertamente dejaron de ser ciencias de investigación para transformarse en tecnologías aplicadas a proyectos políticos. Proyectos que no están al servicio de las grandes mayorías sino, por el contrario, a su sujeción, a su control. Es lo que suele llamarse "ingeniería humana": es decir, una tecnología destinada a manipular, engañar, mentir, borrar el conflicto intrínseco a lo humano para presentar una realidad engañosa, siempre con final feliz, justificando la explotación de unos contra otros, tratando a los seres humanos con la noción de "objeto", tal como sucede en las ciencias exactas. Puede inscribirse ahí muy buena parte de la cuantiosa producción audiovisual actual, que cada vez tiene un papel más preponderante en la marcha de la aldea-global que hemos pasado a ser (lo que algunos llaman "Guerra de cuarta generación"). Pongamos este ejemplo bastante elocuente: piense el lector por qué en el logo distintivo de las marcas más famosas mundialmente se repiten siempre los colores amarillo, rojo y blanco. ¿Es eso un saber científico o una tecnología derivada de la Psicología de la percepción aplicada al mercadeo?

Estas pretendidas ciencias (¿son ciencias o son técnicas de control social? Y ahí puede caer un amplio abanico de acciones, desde la Psicología positiva del "usted puede" y del reforzamiento yoico hasta las más agresivas técnicas de marketing) son tecnologías funcionales al sistema de explotación. En ese sentido puede decirse que son, igual que las mencionadas más arriba: tecnologías "intrínsecamente negativas".

III


            La investigación científico-técnica es siempre una buena noticia para la humanidad. La promoción de nuevos saberes y la invención de nuevas tecnologías abren perspectivas positivas, por lo que siempre es deseable su promoción. Si alguno de esos descubrimientos se muestra inoportuno, inconveniente o dudoso en cuanto a su beneficio colectivo, el problema no está en la producción misma de los nuevos conocimientos sino en su posterior aplicación. Por eso el objetivo final de toda crítica no debe ser la tecnología propiamente dicha, o los conceptos científicos de que se nutre, sino el sistema de relaciones sociales en que se desenvuelven. El poder no está en los instrumentos mismos, en las herramientas de que nos valemos para la vida, no importando su magnitud o complejidad: ha estado y seguirá estando en las relaciones que establecemos los seres humanos entre sí. La lucha por un mundo de mayor justicia, por tanto, no es una cuestión de tecnologías. Es una cuestión política.