miércoles, 29 de febrero de 2012

Del capitalismo “serio” al capitalismo corrupto


  

Marcelo Colussi

Para mi papá, trabajar era lo más fácil del mundo. Viajaba y se alojaba en el mejor hotel de Miami (…) a la luz de todo el mundo, recibiendo a los más evidentes mafiosos norteamericanos (…) llegaba con dinero, entraba y salía, lo declaraba a su nombre.

Juan Pablo Escobar [hijo del narcotraficante colombiano Pablo Escobar], en “Los pecados de mi padre”


“La corrupción ha acompañado la historia de la humanidad, pero en nuestros días ha alcanzado tales extremos que los hechos derivados de su significado etimológico: descomponer, depravar, dañar, viciar, pervertir, sobornar y cohechar, no parecen suficientes para describir este cáncer de la sociedad, convertido en un antivalor generalizado. La corrupción constituye un fenómeno político, social y económico a nivel mundial. Es un mal universal que corroe las sociedades y las culturas; se vincula con otras formas de injusticia e inmoralidades, provoca crímenes y asesinatos, violencia, muerte y toda clase de impunidad; genera marginalidad, exclusión y miedo en los demás pobres mientras utiliza ilegítimamente el poder en su provecho. Afecta a la administración de justicia, a los procesos electorales, al pago de impuestos, a las relaciones económicas y comerciales nacionales e internacionales, a la comunicación social. Está por igual en la esfera pública como en la privada, y en una y otra se necesitan y complementan. Se liga al narcotráfico, al comercio de armas, al soborno, a la venta de favores y decisiones, al tráfico de influencias, al enriquecimiento ilícito”. Todo esto, con características casi apocalípticas, lo decía la Conferencia Episcopal de Ecuador reunida en Quito en 1988 en su documento “Corrupción y conciencia cristiana”. Hoy día podríamos suscribir uno a uno estos conceptos como algo absolutamente vigente en cualquier parte del mundo.

Agregaba el documento más adelante: “La corrupción refleja el deterioro de los valores y virtudes morales, especialmente de la honradez y la justicia. Atenta contra la sociedad, el orden moral, la estabilidad democrática y el desarrollo de los pueblos”. Más aún: la lapidaria descripción presentada por los prelados no es patrimonio de cualquier “pobre y atrasada nación del Sur”, de algún “Estado fallido”, como una dudosa ciencia política de corte imperial se ha dado en calificar últimamente a algunos países del Tercer Mundo. Por el contrario, es la más fiel descripción del capitalismo desarrollado del Norte. ¿No es esa acaso la nota distintiva del capital financiero que maneja el planeta?

Hoy día los “negocios sucios” han pasado a ser la fuerza principal que dinamiza al sistema en su conjunto. La especulación financiera, el negocio de las armas (principal industria a nivel global, que no es otra cosa que el negocio de la muerte), el tráfico de drogas ilícitas, el lavado de capitales “sucios”, el crimen organizado en su conjunto, la guerra, no son una nota marginal en el capitalismo actual: ¡son su esencia, su savia vital, su núcleo fundamental!

El capitalismo de fines del siglo XX y comienzos del XXI ha pasado a ser, lisa y llanamente, una mafia. La corrupción, si nos apegamos a la caracterización hecha más arriba, no es una enfermedad del sistema, un cuerpo extraño que lo ataca: es su dinámica cotidiana, lo que constituye y define su forma actual.

El capitalismo contemporáneo, manejado por mega-capitales de alcance planetario, se asemeja más a una estructura mafiosa, corrupta y delincuencial que al espíritu empresarial que lo puso en marcha hace ya algunos siglos. La “aventura” de invertir y buscar hacer prosperar el negocio, sabiendo que ello puede suceder pero que no está asegurado de antemano –el riesgo ocupaba un lugar por cierto– se cambió hoy día por un esquema donde la ganancia fácil es la norma. Para ello este nuevo esquema corrupto se asegura su “éxito” con prácticas más de orden criminal que empresarial. “Estados Unidos requiere libertad de acción en las zonas comunes globales y acceso estratégico a regiones importantes del mundo para satisfacer nuestras necesidades de seguridad nacional”, puede leerse en la Estrategia de Defensa Nacional de Washington del año 2008. La ganancia se asegura al precio que sea, y si es por medio de la fuerza bruta, no importa: el fin justifica los medios. La proclamada “libre competencia” quedó en la historia. El mundo pasó a ser el campo de acción de bandas delincuenciales… ¡legales!, con poderes omnímodos y que se dan el lujo de hablar de democracia y libertad. Igual que un gángster de barrio, el actual capitalismo se mueve con la más descarada bravuconería e impunidad.

La corrupción, entendida en el modo en que la declaración de Quito lo presenta, es decir como “descomponer, depravar, dañar, viciar, pervertir, sobornar y cohechar”, es consustancial al clima de negocios que domina el mundo. O mejor dicho, con que los mega-capitales globales dominan al mundo.

Si a principios del siglo XX el presidente de Estados Unidos Calvin Coolidge podía decir que el negocio de su país consistía en “hacer negocios”, hoy eso se ha trocado en “hacer negocios sucios”. El criminal negocio de la muerte (las armas, las guerras, las drogas ilegales) cada vez más va entronizándose como el ámbito de mayor crecimiento, que más ganancias da. A título de ejemplo: en estos últimos 35 años el negocio de las drogas ilícitas dentro del territorio estadounidense (un gran negocio de la muerte manejado criminalmente ¡no sólo por capos latinoamericanos!) creció de un promedio de 17 a 400 toneladas –más de una tonelada diaria vendida–, es decir: un 2.353%, lo que da como resultado un 67% de crecimiento anual (índice que ningún otro rubro comercial siquiera sueña con alcanzar).

Junto a ello, el negocio de las armas, fabricadas por las principales potencias mundiales encabezadas por Estados Unidos, produce igualmente ganancias fabulosas, siempre manejadas con criterios criminales, mafiosos. Por lo pronto, el monumental negocio de las armas (que ocasiona dos muertes por minuto a escala planetaria) no se parece a ningún otro. Debido a su relación con la seguridad nacional y la política exterior de cada país, funciona en un ambiente de alto secretismo y su control no está regulado por la Organización Mundial del Comercio sino, muy precariamente, por los diferentes gobiernos. En general –esto es sin dudas lo más preocupante– los gobiernos no siempre están dispuestos o son capaces de controlar las ventas de armas de forma seria y responsable. Por otro lado, lo más frecuente es que las legislaciones nacionales en la materia, si la hay, sean inadecuadas y estén plagadas de vacíos legales, en tanto que los mecanismos existentes no son obligatorios y apenas se aplican. En otros términos: el negocio de las armas no es transparente, se maneja como asunto mafioso, gangsteril. Por no ser de conocimiento público no está sujeto casi a ninguna fiscalización, vendiéndose tanto en el mercado “legal” como en el negro. Por eso, las diversas iniciativas internacionales de la post Guerra Fría para fiscalizar este tipo de transacciones han resultado inútiles. Los intereses económicos, políticos y de seguridad hacen de este rubro un sector misterioso, intocable en definitiva. Es decir: corrupto, viciado, impenetrable, peligroso para el ciudadano común.

Y peor aún: los mega-capitales o mega-fondos que manejan estos monumentales negocios no son transparentes, no están controlados por nadie. Los mismos hacen y deshacen a su antojo, definiendo guerras o políticas que afectan a vastos sectores de la humanidad, produciendo quiebras de economías nacionales cuando lo deciden y aumentando sus ganancias en forma exponencial sin asumir el más mínimo riesgo. Para ilustrarlo, Ignacio Ramonet explica sintéticamente en “Nuevo capitalismo” cómo funcionan estas mafias legales, intocables, absolutas: “Para adquirir una empresa que vale 100, el fondo pone 30 de su bolsillo (se trata de un porcentaje promedio) y pide prestados 70 a los bancos, aprovechando tasas de interés muy bajas. Durante tres o cuatro años reorganiza la empresa con los administradores que tenía, racionaliza la producción, desarrolla actividades y capta toda o parte de las ganancias para pagar los intereses... de su propia deuda. Después de lo cual, revende la empresa a 200, por lo general a otro fondo que hará lo mismo. Una vez devueltos los 70 pedidos en préstamo, le quedan 130 en el bolsillo, por una puesta inicial de 30, es decir, más del 300% de tasa de retorno sobre inversiones en cuatro años. ¿Quién da más?”

El capitalismo actual se basa fundamentalmente en el sistema financiero internacional; esos mega-capitales, que no tienen patria, que responden sólo a la lógica del dinero fácil y rápido,  se mueven en un espacio de extraterritorialidad ajeno en un todo a leyes nacionales, a superintendencias bancarias, a regulaciones, a convenios internacionales. Ese espacio no controlado (igual que el del negocio de las armas o de las drogas ilegales) –y que, al contrario, controla en muy buena medida la marcha del mundo– es el de los llamados paraísos fiscales y la banca offshore.

Hoy por hoy nadie sabe con exactitud cuántas son esas empresas y esos capitales. Lo cierto es que existen, y su presencia en la dinámica global es decisiva: sociedades virtuales o reales que no están obligadas a presentar balances, a establecer su composición accionaria o, incluso, a tener capital alguno. Las hay en todo el mundo: en islas perdidas diseminadas a lo largo del planeta, en capitales de países del Norte, o curiosidades como el Principado de Sealand, que funciona sobre una antigua plataforma petrolera del Mar del Norte, o el Dominio de Melchizedek, la primera “nación virtual”, situada sobre un desértico atolón vecino a las Islas Marshall, en la Micronesia en pleno Océano Pacífico, que a través de su página www.Melchizedek.com ofrece nacionalidad, pasaporte y facilidades para toda clase de negocios.

Extremando las cosas podría decirse que el capitalismo en sus albores era “serio”; o, si prefiere, fijó reglas donde el espíritu de empresa, el riesgo de la aventura comercial era parte de su proyecto, asumiendo eso con total seriedad. El libre mercado, la competencia interempresarial fue, sin dudas, su motor original. Era lícito enriquecerse siguiendo esas reglas. Por supuesto que las mismas implicaban la esclavitud o eliminación de millones de seres humanos y la depredación inmisericorde del medio ambiente; pero esas eran las reglas del juego. En eso consistía su “mayoría de edad” como sistema, su seriedad, destronando al decadente feudalismo europeo y expandiéndose por todo el orbe transformando sin retorno toda la sociedad global. Hoy, vencedor en la Guerra Fría y sin enemigos a la vista –al menos en lo inmediato– su voracidad no cesa, habiéndose transformado en un monstruo que no se detiene ante nada, moviéndose como criminal, saltando las mismas reglas que estableció siglos atrás. El espíritu puritano y el orgullo del trabajo que lo pusieron en marcha sobre el feudalismo medieval quedaron totalmente en la historia. Ahora es un gángster fuertemente armado que busca seguir perpetuándose a punta de pistola (o de misil nuclear), haciendo cada vez más fortuna, sin trabajar y dedicándose a negocios turbios. ¿No es eso acaso las más absoluta corrupción de sus propios principios fundacionales?

Ahora ya no se trata de competir, de seguir las leyes de mercado y ser respetuoso de esos principios. Ahora la avidez por la ganancia inmediata es el nuevo norte. Todo se vale. Igual que un criminal, el dinero fácil es el único objetivo: la guerra, el crimen, la droga, el dinero sucio, la especulación financiera, el robo descarado…., todo eso reemplazó al espíritu emprendedor y laborioso de algunos siglos atrás.

Como sistema, el capitalismo jamás fue “serio”. Fue depredador, criminal, abusivo. Si a eso se le puede llamar “seriedad”, abre inquietantes interrogantes. Pero no hay ninguna duda que hoy, envalentonado y ensoberbecido como nunca, su seriedad se transformó en mueca burlona. No se premia el trabajo tesonero y el ahorro sino la especulación, la corrupción, “el deterioro de los valores y virtudes morales, especialmente de la honradez y la justicia”, como dijeran los obispos ecuatorianos citados arriba.

Hoy como ayer, estamos ante los mismos problemas: el sistema beneficia a muy pocos a costa del perjuicio de las mayorías. La diferencia es que en la actualidad toda esta delincuencial corrupción se ha ido disfrazando de legal. En otros términos: estamos en las manos de unos cuantos gángsteres peligrosos, llenos de poder y dispuestos a cualquier cosa para seguir manteniendo sus privilegios. Pero nos alienta saber que la historia no ha terminado, y tal como dijo el español Xabier Gorostiaga “los que seguimos teniendo esperanzas no somos estúpidos”.

martes, 28 de febrero de 2012

El Salvador: Democracia y Derechos humanos para la comunidad LGBT




Julia Evelyn Martínez (*)  
“Yo hablo apegada a la fe, yo sé que Dios hizo a un hombre y a una mujer. Y estoy más de acuerdo con los primeros estudios que llaman enfermedad a la homosexualidad, igual que el alcoholismo. La Biblia lo llama problemas espirituales en la persona. Pero si vamos a hablar científicamente, me quedo con lo primero que se decía, que la homosexualidad es una enfermedad". 
                                                                                                                                                                                                                                                        Reina Umanzor de Salazar,
                                                                                                                                                                                                                   Psicóloga y Profeta de la Iglesia Cristo de las Naciones

SAN SALVADOR - En lo personal estoy en contra del matrimonio como contrato jurídico para regular las relaciones entre dos personas que se aman;  pero he aprendido a aceptar  que este tipo de contrato funciona en muchas ocasiones  para aquellas  personas que necesitan tener seguridad  y certidumbre en cuanto al uso y división del  patrimonio, a la transmisión de la herencia y  sobre todo, frente al acceso a prestaciones y/o  beneficios sociales, como por ejemplo los que se derivan de la seguridad social. El contrato matrimonial no regula ni la fidelidad, ni el respeto,  ni la felicidad, ya que  estos elementos  siguen siendo competencia exclusiva  del terreno del amor.

Tampoco estoy de acuerdo en que se acepte como una verdad universal que los matrimonios heterosexuales son los modelos “funcionales”  de unión conyugal para quienes se unan con el objetivo de tener descendencia. Los datos disponibles sobre abusos en niños/as y adolescentes a nivel mundial y nacional, señalan que las familias consideradas funcionales e integradas  (madre y padre en unión matrimonial legal que cohabitan en una misma residencia con hijos/as en común) son los escenarios frecuentes de diversas formas de violencia en contra niños/as y adolescentes, incluyendo la violencia sexual cometida por progenitores o familiares próximos que habitan en la misma casa y en el marco de lo que se conoce como una “familia integrada”.

Menos aún creo que el reconocimiento y respeto de los derechos humanos de la comunidad de personas gays, lesbianas, transexuales y bisexuales (LGTB) sea una bandera exclusiva de partidos de izquierda y/o que sea un camino que conduzca a la degradación moral de las sociedades. Por ejemplo, en Gran Bretaña se ha iniciado una amplia consulta para la legalización del matrimonio no heterosexual, que ha sido una  iniciativa del Primer Ministro de Gran Bretaña, David Cameron, miembro del Partido Conservador. Curiosamente el argumento utilizado por los conservadores ingleses para promover la legalización de este tipo de matrimonios, está fundamentado en la ideología  conservadora. En su discurso anunciando esta consulta, el Primer Ministro Cameron señaló que: “Los conservadores creemos en los lazos que nos atan; que la sociedad es más fuerte cuando nos ofrecemos nuestros votos y nos apoyamos el uno al otro. Así que no apoyo el matrimonio gay pese a ser Conservador. Apoyo el matrimonio gay por ser Conservador”.

También Alemania e Islandia, que  son sociedades reconocidas por su alto nivel de desarrollo humano y por la fortaleza de sus instituciones democráticas, se reconoce social y/o legalmente el derecho de  sus ciudadanos /as no heterosexuales a legalizar un contrato matrimonial con las personas con quienes desean  compartir su vida.

Por ejemplo, el  Vice-canciller de Alemania,  Ministro de Relaciones Exteriores y Presidente del Partido Demócrata Libre (de derecha),   Guido Westerwelle,  se  casó en 2010  con su compañero de vida de muchos años, el empresario Michael Mronz, sin que la sociedad y/o la economía alemana haya entrado en el caos y/o sin que se haya debilitado el liderazgo de la Canciller Angela Merkel, amiga  y correligionaria política de la pareja. Ese mismo año en Islandia, un día después que entró en vigor la nueva ley que reconoce el matrimonio homosexual, la Primera Ministra, Johanna Sigurdardottir, de la Alianza Socialdemócrata, contrajo matrimonio con su compañera,  la escritora Jonina Leosdottir, convirtiéndose así en la primera jefa de Gobierno del mundo en contraer matrimonio con una persona de su mismo sexo y en contra del llamado del Obispo de la Iglesia Estatal Luterana no acatar esta nueva ley. Tampoco en esta oportunidad colapsó la sociedad y/o el Gobierno de Islandia por esta razón.

Mientras las sociedades desarrolladas avanzan en el reconocimiento de los derechos de sus ciudadanos/as LGTB, en el otro extremo, las sociedades con menor desarrollo humano y con instituciones más débiles, se  observan procesos en sentido contrario, que persiguen limitar los derechos humanos y ciudadanos de la población que no es heterosexual, mediante la institucionalización y/o legalización de la discriminación por orientación y/o preferencia sexual. Esto está sucediendo en sociedades que  diseñan sus leyes y/o políticas públicas a partir de ideas  religiosas fundamentalistas, que discriminan a las personas no heterosexuales y que incluso imponen la pena de muerte por este motivo. Es  caso de  Argelia  y Marruecos, en donde las relaciones homosexuales y lésbicas  están tipificadas como delitos y el  de otros países subdesarrollados  como  Yemen, Somalia, Nigeria, Irán, Mauritania y Sudán en los que se condenan a muerte a los gay  y a  las lesbianas.

Unos pocos días atrás, el Presidente Robert Mugabe, líder de la lucha por la liberación nacional de  Zimbawe y que tiene 23 años en el poder,  reaccionó de forma iracunda al llamado del Primer Ministro de Gran Bretaña a los gobiernos de los países de la Mancomunidad Británica para reconocer los derechos de  homosexuales y lesbianas como condición para recibir ayuda oficial para el desarrollo. La respuesta del Presidente Mugabe fue la siguiente: “La naturaleza es la naturaleza. Creo al varón y a la hembra. ¿Acaso usted, David Cameron, sugiere que no lo sabe, o hay una especie de demencia, o esto forma parte de la cultura de los europeos? Así hemos nacido. Por eso rechazamos categóricamente eso y le decimos que se vaya al infierno”.   La similitud entre los argumentos contra los derechos humanos de la comunidad LGTB de los líderes del movimiento fundamentalista salvadoreño y de Zimbawe es realmente sorprendente, pese la distancia ideológica, política y geográfica que les separa.

En sociedades como la salvadoreña,  en algunas ocasiones el  odio y la discriminación hacia la comunidad LGTB se disfraza en ciertos grupos,  bajo un ropaje de aparente misericordia y/o benevolencia hacia este colectivo (“pobrecitos”, “también son hijos de Dios”,  “yo no los discrimino, si hasta mi peinador es gay”) mientras por otra parte,  se enfila el poder de las leyes y de  las políticas públicas  del Estado,  en contra de los derechos humanos de este colectivo, derechos que incluyen el derecho a vivir su sexualidad sin más restricciones que la impone la norma ética  de no dañar los derechos sexuales  de los/as demás. La iniciativa liderada por lideres y/o fanáticos religiosos  así como sectores anti-democráticos, y que pretende la ratificación de las reformas a los artículos 32, 33 y 34 de la Constitución  para prohibir  el derecho  de la Comunidad LGTB al matrimonio civil no heterosexual,  es tan solo una prueba del camino inverso al desarrollo y a la democracia  por la que estos grupos quieren orientar a la sociedad y al Estado.

La sociedad salvadoreña sin darse cuenta está bajo la amenaza de caer bajo  el yugo de estos grupos fundamentalistas, que bajo  diferentes denominaciones,  se autoproclaman como defensores de la familia, de las buenas costumbres y de las tradiciones, y que por el momento han emprendido una campaña de desinformación, chantaje y miedo entre la población, que incluye el llamado a no votar por los partidos políticos que se abstengan de  ratificar esta  reforma constitucional discriminatoria.

 La gravedad de estas amenazas para el desarrollo y la democracia debe ser analizada con detenimiento, más allá de los clichés o  lugares comunes invocados por estos grupos de fanáticos/as. Por ejemplo, es necesario que en esta coyuntura, las organizaciones ciudadanas que forman parte de la Iniciativa “Aliados por la Democracia” evalúen la conveniencia de su acercamiento a la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP), sobre todo, de cara a la presión que la Cámara de Comercio e Industria de El Salvador y otras gremiales miembros de la ANEP, están ejerciendo sobre la Asamblea Legislativa para que se ratifique la prohibición constitucional de los derechos de la comunidad LGTB. Asimismo, se necesita que los “tanques de pensamiento” analicen las  implicaciones que esto tiene sobre la seguridad jurídica y/o el clima de inversiones del país.  ¿Se han puesto a pensar los miembros de la ANEP  o  de FUSADES  en la inseguridad jurídica que nuestro país ofrecerá a inversionistas  gay de países como Alemania, Gran Bretaña o de Estados Unidos que estén pensando en viajar o radicarse en el país con sus esposos,  sí esta reforma constitucional es ratificada? ¿O es que creen que la inversión que se debe promover en el país  también debe ser exclusivamente una inversión realizada por heterosexuales?

Para las personas que se declaran defensoras de la democracia y/o promotoras del desarrollo nacional, es tiempo de tomar con seriedad este ataque a la democracia y al desarrollo, para movilizarse  por los derechos de TODA la ciudadanía y  por la no discriminación por orientación y/o preferencia sexual. Esta es  una condición básica para la convivencia en sociedades diversas y un indicador de cohesión social y de desarrollo humano. En las sociedades democráticas y desarrolladas ninguna iglesia o grupo de presión debería tener la capacidad de  imponerle al Estado y a los ciudadanos/os que no comulgan con sus creencias o mandamientos,  la prohibición de tener un contrato matrimonial en los términos  reconocidos y garantizados por el Estado.

Post Scriptum: Hace menos de una semana mi postura frente a las elecciones del 11 de marzo era anular el voto como señal de inconformidad con el sistema político salvadoreño por la falta de congruencia de los/as políticos/as entre lo que piensan y  la forma en cómo actúan en materia de políticas públicas. Sin embargo, frente a la amenaza lanzada por los grupos fundamentalistas y neo integristas de llamar a votar en contra de los partidos políticos que se abstengan de ratificar  la reforma a los artículos 32, 33 y 34,   he reconsiderado mi posición: votaré por las personas y/o partidos que se sobrepongan al chantaje y al  miedo que tratan de imponerles   estos grupos de poder  y  que opten por la no ratificación de  esta reforma,  que atenta contra los  derechos de ciudadanía de la comunidad LGTB.

(*) Columnista de ContraPunto

San Salvador: La minería metálica en El Salvador, una decisión estratégica


viernes, 17 de febrero de 2012

La precariedad laboral, símbolo de nuestros días




Marcelo Colussi

El mundo moderno basado en la industria que inaugura el capitalismo hace ya más de dos siglos ha traído cuantiosas mejoras en el desarrollo de la humanidad. La revolución científico-técnica instaurada y sus avances prácticos no dejan ninguna duda al respecto. Las relaciones laborales que se constituyen en torno a esta nueva figura histórica igualmente condujeron a adelantos en el ámbito del trabajo.

Si bien es cierto que en los albores de la industria moderna las condiciones de trabajo fueron calamitosas, no es menos cierto también que el capitalismo rápidamente encontró una masa de trabajadores que se organiza para defender sus derechos y garantizar un ambiente digno, tanto en lo laboral como en la vida cotidiana. El esclavismo, la servidumbre, la voluntad omnímoda del amo van quedando así de lado. Los proletarios asalariados también son esclavos, si queremos decirlo así, pero ya no hay látigos.

Ya a mediados del siglo XIX surgen y se afianzan los sindicatos, logrando una cantidad de conquistas que hoy, desde hace décadas, son patrimonio del avance civilizatorio de todos los pueblos: jornadas de trabajo de ocho horas diarias, salario mínimo, vacaciones pagas, cajas jubilatorias, seguros de salud, regímenes de pensiones, seguros de desempleo, derechos específicos para las mujeres trabajadoras en tanto madres, derecho de huelga. A tal punto que para 1948 –no ya desde un incendiario discurso de la Internacional Comunista decimonónica o desde encendidas declaraciones gremiales– la Asamblea General de las Naciones Unidas proclama en su Declaración de los Derechos Humanos que “Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria que le asegure una existencia conforme a la dignidad humana. Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas.” Es decir: consagra los derechos laborales como una irrenunciable potestad connatural a la vida social.

Mal o bien, sin dudas con grandes errores no corregidos en su debido momento pero al menos no olvidándolos en sus idearios, los socialismos reales desarrollados durante el siglo XX –los Estados obreros y campesinos– impulsaron y profundizaron esas conquistas de los trabajadores. En otros términos: hacia las últimas décadas del pasado siglo esos derechos ya centenarios podían ser tomados como puntos de no retorno en el avance humano, tanto como cualquiera de los inventos del mundo moderno: el automóvil, el televisor o el teléfono. Por cierto no sólo en los países socialistas: las conquistas laborales son ya avances de la humanidad. Pero las cosas cambiaron. Y demasiado. Cambiaron demasiado drásticamente, a gran velocidad en estas últimas décadas.

Con la caída del bloque soviético y el final de la Guerra Fría el gran capital se sintió vencedor ilimitado. En realidad no fue que “terminaron la historia ni las ideologías”, como el triunfalista discurso del momento lo quiso presentar: en todo caso, ganaron las fuerzas del capital sobre las de los trabajadores, lo cual no es lo mismo. Ganaron, y a partir de ese triunfo –la caída del muro de Berlín, vendido luego en fragmentos, es su patética expresión simbólica– comenzaron a establecer las nuevas reglas de juego. Reglas, por lo demás, que significan un enorme retroceso en avances sociales. Los ganadores del histórico y estructural conflicto –las luchas de clases no han desaparecido, aunque no esté de moda hablar de ellas– imponen hoy las condiciones, las cuales se establecen en términos de mayor explotación, así de simple (y de trágico). La manifestación más evidente de ello es, seguramente, la precariedad laboral que vivimos.

Todos los trabajadores del mundo, desde una obrera de maquila latinoamericana o un jornalero africano hasta un consultor de Naciones Unidas, graduados universitarios con maestrías y doctorados o personal doméstico semi analfabeto, todos y todas atravesamos hoy el calvario de la precariedad laboral.

Aumento imparable de contratos-basura (contrataciones por períodos limitados, sin beneficios sociales ni amparos legales, arbitrariedad sin límites de parte de las patronales), incremento de empresas de trabajo temporal, abaratamiento del despido, crecimiento de la siniestralidad laboral, sobreexplotación de la mano de obra, reducción real de la inversión en fuerza de trabajo, son algunas de las consecuencias más visibles de la derrota sufrida en el campo popular. El fantasma de la desocupación campea continuamente; la consigna de hoy, distinto a las luchas obreras y campesinas de décadas pasadas, es “conservar el puesto de trabajo”. A tal grado de retroceso hemos llegado que tener un trabajo, aunque sea en estas infames condiciones precarias, es vivido ya como ganancia. Y por supuesto, ante la precariedad, hay interminables filas de desocupados a la espera de la migaja que sea, dispuestos a aceptar lo que sea, en las condiciones más desventajosas. ¿Progresa el mundo? Visto desde la lógica de acumulación del capital: sí, porque cada vez acumula más. Visto de las grandes mayorías trabajadoras: ¡definitivamente no! Por el contrario, se vive un claro retroceso.

Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) alrededor de un cuarto de la población planetaria vive con menos de un dólar diario, y un tercio de ella sobrevive bajo el umbral de la pobreza. Hay cerca de 200 millones de desempleados y ocho de cada diez trabajadores no gozan de protección adecuada y suficiente. Lacras como la esclavitud (¡esclavitud!, en pleno siglo XXI –se habla de cerca de 30 millones en el mundo–) o la explotación infantil continúan siendo algo frecuente y aceptado como normal. El derecho sindical ha pasado a ser rémora del pasado. La situación de las mujeres trabajadoras es peor aún: además de todas las explotaciones mencionadas sufren más todavía por su condición de género, siempre expuestas al acoso sexual, con más carga laboral (jornadas fuera y dentro de sus casas), eternamente desvalorizadas. Definitivamente: si eso es el progreso, a la población global no le sirve.

¿Qué hacer ante todo esto? Resignarnos, callarnos la boca y conservar mansamente el puesto de trabajo que tenemos, o pensar que la lucha por la justicia es infinita, y es un imperativo ético no bajar los brazos. Si optamos por lo segundo, podemos:
  • Informar pormenorizadamente de lo que está pasando aprovechando todos los canales alternativos, contar las cosas desde otra perspectiva, ya que los medios de comunicación oficiales presentan la noticia según los intereses políticos y económicos del poder.
  • Crear foros de debate para discutir sobre las injusticias y el reparto de la riqueza en el mundo, para ver cómo sensibilizar y hacer tomar conciencia a las grandes masas respecto a estas problemáticas.
  • Movilizar a la gente por medio de la manifestación y huelga en protesta por los recortes sociales.
  • Conocer y hacer conocer en detalle, exigir y reivindicar la Tasa Tobin para redistribuir mejor la riqueza mundial.
  • Globalizar las resistencias, unir nuestras fuerzas, apoyarnos mutuamente en nuestras reivindicaciones y denuncias.
  • Retomar banderas históricas de la lucha sindical, hoy caída prácticamente en el olvido, desvalorizada y cooptada por un discurso patronalista.

Si es cierto –siguiendo el análisis hegeliano– que “el trabajo es la esencia probatoria del ser humano”, hoy, dadas las actuales condiciones en que vivimos, ello no parece muy convincente. De nosotros, de nuestra lucha y nuestro compromiso depende hacer realidad la consigna que “el trabajo hace libre”.

Centroamérica: TODOS LOS SALVADOREÑOS A PROTESTAR VOTANDO NULO




El 11 de marzo del presente año se realizarán en El Salvador las votaciones para elegir a los futuros diputados y gobiernos municipales. La única innovación en este proceso electoral es el hecho de que en la papeleta aparecerán las fotografías de los candidatos y la presencia de algunos candidatos no partidarios.
Abortaron la democratización del sistema electoral
Las ansiadas reformas electorales y la necesaria democratización del sistema electoral en El Salvador, fue abortada por la acción conjunta de los diputados de los diferentes partidos, que se unieron, a pesar de las diferencias políticas e ideológicas. Lo que salió el final fue una caricatura de candidaturas independientes, burlando las aspiraciones democráticas de la mayoría del pueblo salvadoreño.
Estos diputados aprobaron el  Decreto Legislativo No 555, que estableció una serie requisitos casi imposibles de cumplir a los candidatos no partidarios, y aunque fue reformado posteriormente, continúa manteniendo requisitos que son difíciles de cumplir. Prueba de ello son las escasas candidaturas independientes en la actual contienda electoral.
Después aprobaron el Decreto Legislativo No 635 que introdujo algunas reformas electorales, pero se continúa priorizando el voto por bandera partidaria, anulando el voto directo. Este Decreto permitió que las argollas de los partidos continúen con el monopolio real de la presentación de candidatos. Diputados del FMLN y demás partidos políticos estuvieron de acuerdo. En esta ocasión el Presidente Funes no estuvo de acuerdo.
En la mayoría de los casos señalados, el presidente Funes y demás partidos dentro de la Asamblea Legislativa estuvieron de acuerdo en abortar este proceso de democratización, bloqueando las candidaturas independientes para diputados y el sistema de listas abiertas.
Acuerdos de Paz: una traición a la lucha por la liberación nacional
El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) se constituyó como un frente político-militar en cuya formación convergieron diferentes organizaciones, como fueron las FPL, RN, ERP, PRTC y PCS, entre las que existían profundas diferencias estratégicas y tácticas, que bajo la represión militar fueron coyunturalmente superadas pero los planteamientos reformistas reaparecieron posteriormente, al finalizar la guerra civil.
La heroica lucha político-militar del FMLN significó una esperanza para el pueblo, que ansiaba cambiar el injusto sistema económico, político y social. En esta lucha contra el sistema y el Estado burgués, muchas personas ofrendaron sus vidas, combatiendo a los gobiernos del PCN, PDC y ARENA.
La guerra civil terminó con la firma de los Acuerdos de Paz en 1992, pero en ellos no se abordó, ni se plantearon soluciones a la problemática económica y social de los trabajadores, sino que las negociaciones se centraron en la supuesta “desmilitarización” de la sociedad  y de los aparatos de seguridad, reformas a instituciones del Estado, creación de la Policía Nacional Civil  y Procuraduría Para la Defensa de los Derechos Humanos y en la participación política electoral del FMLN.
Mucho antes de 1992 se inició al interior del FMLN una disputa por  el control del aparato, la cual no fue para hacer prevalecer el marxismo-leninismo, como se le hizo creer a las bases, sino que fue una lucha en la cual la dirección burocrática del PCS terminó imponiendo su concepción reformista, electorera, la misma que tenia antes del inicio de la lucha armada.
Desde entonces, la dirección del FMLN ha puesto a los sindicatos y organizaciones sociales al servicio de los intereses de la cúpula del partido y no al servicio de la clase trabajadora, campesinos, pueblos originarios y demás sectores populares. A las bases del FMLN se les ha mentido, diciéndoles que el abandono de la lucha revolucionaria y el electorerismo es una cuestión táctica, coyuntural, pero en realidad es una estrategia permanente, por medio de las cuales los intereses de las grandes mayorías son cedidos.
La centralización de la dirección burocrática del FMLN
Aunque el FMLN hace alarde del centralismo democrático, no hay democracia interna en esa organización. En la mayoría de casos no son las bases del FMLN quienes eligen a la dirección, o a los candidatos a cargos de elección popular. Las elecciones internas fueron suprimidas hace tiempo. En muchos casos, los candidatos a diputados y alcaldes son impuestos, por encima de las propuestas de las mismas bases, a partir de alianzas que convienen a la dirección del FMLN. En su degeneración, la dirección del FMLN cerró todos los espacios que aseguran una verdadera participación de la juventud, las mujeres y hombres provenientes de la clase trabajadora, el campesinado, los pueblos originarios y demás sectores populares.
Se desvanecen las esperanzas en el gobierno de Funes
La dirección del FMLN quiere representar políticamente los intereses de los nuevos sectores capitalistas emergentes, algunos provenientes de la izquierda. Estos sectores buscan consolidarse como núcleos económicos dominantes y desplazar a los sectores tradicionales. Actualmente estos núcleos económicos emergentes tienen el control parcial del poder ejecutivo y del poder legislativo. Esta recomposición  llevó a un resquebrajamiento de la derecha arenera, producto del cual surgió un nuevo proyecto político de centro derecha como es GANA.
Muy pocos cambios ha hecho el gobierno de Funes y del FMLN. El gobierno de Funes retomó íntegramente los planes  de asistencialismo social de la derecha arenera, mediante los cuales mantenían el clientelismo político. A la fecha no han sido implementadas verdaderas soluciones a las necesidades de la clase trabajadora, los campesinos, los pueblos originarios y demás sectores populares.
El FMLN ha mantenido un juego político de criticar al gobierno de FUNES, pero en realidad éste no podría sostenerse sin el apoyo del FMLN. Esta contradicción no ha llevado a una  ruptura,  más bien todo apunta a que la política de la dirección del FMLN ha consistido en sacar  provecho de los aparentes aciertos del presidente Funes y criticar sus desaciertos para mantener intacta su base electoral.
La actual dirección burocrática del FMLN ante sus bases se presenta como revolucionaria y socialista, mientras por otra parte abandona el discurso revolucionario y antimperialista. En los hechos no hace absolutamente nada para desarrollar la lucha antimperialista y mas bien se jacta de mantener buenas relaciones con el imperialismo norteamericano.
A pesar de la gravedad de la crisis capitalista, que se manifiesta en el alto desempleo, alto costo de la vida, inseguridad, violencia y descomposición social,  la repuesta del gobierno de Funes y del FMLN ha sido aceptar y cumplir las recetas imperiales en materia de seguridad, como la militarización de la seguridad publica, lo cual es un claro retorno del militarismo, todo en aras de mantener relaciones armoniosas con el gobierno de Estados Unidos.
Este 11 de marzo: todos a protestar votando nulo
En enero del 2009, las organizaciones que posteriormente reconstituimos el Partido Socialista Centroamericano (PSOCA), llamamos a votar críticamente por el FMLN, con el objetivo de sacar a ARENA del gobierno. Nunca hemos compartido el programa reformista del FMLN, ni sus métodos, pero en ese momento era el único partido que podía derrotar a ARENA. Y así lo entendían las amplias masas. El objetivo se cumplió, pero muy poco han cambiado las cosas en El Salvador, el gobierno de Funes y del FMLN resulto ser el mejor administrador del Estado capitalista en momentos de crisis, por que con un discurso de izquierda confunde y engaña a los trabajadores y a sus propias bases.
No descartamos que en el interior del FMLN existan elementos que todavía se identifican con los principios socialistas, pero han sido incapaces de remplazar a la actual dirección burocrática del FMLN. La realidad es que el FMLN abandonó mucho antes de 1992 la lucha por la liberación nacional y el socialismo.
El antidemocrático sistema electoral ha impedido que los trabajadores presenten sus propias candidaturas. Todos los   partidos que se presentan a las elecciones para alcaldes y diputados, no satisfacen las necesidades del pueblo trabajador, tampoco el FMLN, que ahora se identifica con el sector burgués emergente.  De las escasas candidaturas no partidarias para diputados, ninguna se identifica con un programa que beneficie a la clase trabajadora.
Por ello, en estas elecciones del 11 de marzo del 2012, el Partido Socialista Centroamericano (PSOCA) llama  a protestar activamente, a  votar nulo.
El Salvador necesita cambiar la reaccionaria Constitución de 1983, la cual en muchos de sus aspectos está descontextualizada, y sufre ya de muchos remiendos. Por lo tanto, también llamamos a la clase trabajadora, campesinos,  pueblos originarios y demás sectores  populares, a exigir la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente,  que permita reorganizar el Estado y la sociedad en beneficio de los trabajadores y los sectores populares.
Todos a protestar  votando nulo
Ninguna alianza con oligarcas y burgueses
Por una verdadera participación política de la clase trabajadora, campesinos,  pueblos originarios y demás sectores populares debemos exigir una nueva Constitucion.

miércoles, 8 de febrero de 2012

¿Hay algo nuevo en la relación Estados Unidos-América Latina?




Marcelo Colussi

"El poder del país se basó ante todo en este hemisferio, a veces llamado Fortaleza América"

Documento Santa Fe IV: "Latinoamérica hoy". Estados Unidos, 2000

Una historia de violencia

La región latinoamericana tiene características bastante peculiares en tanto bloque. Si bien hay diferencias, marcadas incluso, entre algunas zonas -el Cono Sur con Argentina, Chile y Uruguay es muy distinto a Centroamérica, por ejemplo; o sus países más industrializados, Brasil y México, difieren grandemente de las islas caribeñas-, en su composición hay más elementos estructurales en común que dispares.

Los rasgos comunes que unifican a toda la región son, al menos, dos: a) todos los países que la componen nacieron como Estado-nación modernos luego de tres siglos de dominación colonial europea (española fundamentalmente, o portuguesa); y b) todos se construyeron integrando a los pueblos originarios en forma forzosa a esos nuevos Estados por parte de las élites criollas. Estas características marcan a fuego la historia y la dinámica actual del área. En otros términos: la violencia estructural es una matriz para toda la región, que sin solución de continuidad se viene manteniendo hasta la actualidad desde hace cinco siglos.

En un sentido, toda la historia de Latinoamérica en su recorrido como unidad político-social y cultural, es una historia de monumental violencia, de profundas injusticias, de reacción y luchas populares. Siempre, desde las primeras épocas post colombinas cuando puede pasar a ser considerada una unidad en sí misma, el destino de Latinoamérica estuvo signado a una potencia externa: España (o Portugal) durante los primeros 300 años posteriores a la llegada del primer "hombre blanco"; Gran Bretaña luego, ya no como invasor militar sino a través de mecanismos de sujeción económica. Y desde mediados del siglo XIX, acrecentándose en forma exponencial en el XX, Estados Unidos de América.

Todo el siglo pasado fue, en realidad, una profundización de la doctrina del tristemente célebre presidente estadounidense James Monroe; es decir, con un país como Estados Unidos convertido en potencia, creciendo sin parar durante cien años, el subcontinente latinoamericano corrió la maldita suerte de pasar a ser su "patio trasero" sin que le quedaran muchas opciones.

En otros términos: desde el momento mismo del nacimiento de las aristocracias criollas, su proyecto de nación fue siempre muy débil. Estas aristocracias y "sus" países no nacieron -distintamente a las potencias europeas, o al propio Estados Unidos en tierra americana- al calor de un genuino proyecto de nación sostenible, con vida propia, con vocación expansionista; por el contrario, volcadas desde su génesis a la producción agroexportadora primaria para mercados externos (materias primas con muy poco o ningún valor agregado), su historia está marcada por la dependencia, incluso por el malinchismo. Oligarquías con complejo de inferioridad, buscando siempre por fuera de sus países los puntos de referencia, racistas y discriminadoras con respecto a los pueblos originarios -de los que, claro está, nunca dejaron de valerse para su acumulación como clase explotadora-, toda su historia como segmento social, y por tanto la de los países donde ejercieron su poder, va de la mano de las potencias externas, y desde la doctrina Monroe en adelante, de Estados Unidos.

Para Latinoamérica todo el siglo XX estuvo marcado por la referencia al imperio estadounidense. "Los Estados Unidos [...] parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias en nombre de la libertad", decía ya en el año 1829 Simón Bolívar; palabras premonitorias, sin dudas. Los nuevos Estados latinoamericanos, más allá del sueño integracionista del Libertador, nacieron divididos, con clases dirigentes entregadas visceralmente a las potencias extrajeras. La Gran Patria Latinoamericana, popular, con acento indígena y sin complejo de inferioridad ante la "civilización de los blancos", de momento al menos no ha pasado de ser una aspiración. Toda vez que se intentó algo en sentido contrario, fue brutalmente decapitado.

Las oligarquías nacionales fueron siempre portavoz del imperio del norte, su gerente, su socio menor. Se dio así una imbricada articulación entre Washington y aristocracias criollas, donde poder y ganancias fueron más o menos compartidos. Y para custodiar a ambos actores, ahí estuvieron las fuerzas armadas nacionales, muchas veces preparadas incluso en territorio estadounidense. Pero incluso, también estuvieron las tropas del norte. Europa, a regañadientes, debió replegarse de estas tierras, quedándose sólo con pequeñas posesiones en el Caribe que la despojaron de su papel de potencia dominante.

En términos generales esa fue la matriz que fijó la historia del subcontinente durante cien años. Pero no fue una historia pasiva, donde los dominadores impusieron sus condiciones sin resistencias; por el contrario, fue una historia de luchas feroces, de violencia extrema, de sufrimientos extremos. Historia que, por cierto, lejos está de haber terminado. Desde la suprema violencia inaugural que trajo la conquista europea (genocidio militar y cultural, con el agregado de la gripe como arma más mortífera que los arcabuces), la violencia ha sido una constante en las relaciones sociales. Con los tiempos cambiaron sus formas, pero se mantuvo invariable como rasgo distintivo.

De las primeras rebeliones indígenas a la actual propuesta del ALBA (la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, como proyecto de integración no salvajemente capitalista), o el CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, en tanto mecanismo de integración política sin la tutela de Washington), las fuerzas progresistas han jugado siempre un importante papel. Las izquierdas políticas, entendidas en sentido moderno (con un talante socialista podríamos decir, marxistas incluso), han estado siempre presentes en los movimientos del pasado siglo. De hecho, con diferencias en sus planteamientos pero con un mismo norte, en casi todas las sociedades latinoamericanas se dieron procesos populares de construcción de alternativas socialistas, o nacionalistas antiimperialistas, o reformistas al menos, pero siempre en búsqueda de mayores niveles de justicia. En algunas llegando a ocupar aparatos de Estado: en Guatemala con la "primavera democrática" entre 1944 y 1954 con su reforma agraria, en Chile en la década del 70 con Salvador Allende, Cuba con su heroica revolución, Nicaragua con los sandinistas en toda la década de los 80, la actual Venezuela y su Revolución Bolivariana, o Bolivia y Ecuador, con sus dinámicos movimientos indígenas que terminaron en propuestas políticas socializantes. Y en otras experiencias, peleando desde el llano: movimientos sindicales, reivindicaciones campesinas, insurgencias armadas.

Sin ánimo de hacer un pormenorizado estudio de esta historia, lo que vemos entrado ya el siglo XXI es que la izquierda no está en franco ascenso (de todas esas experiencias, sólo Cuba es una experiencia popular y revolucionaria que se mantiene, en tanto Venezuela, Bolivia y Ecuador intentan profundizar sus procesos políticos, con suertes distintas). Pero en modo alguno ha muerto la lucha por mayores niveles de justicia, tal como el omnímodo discurso neoliberal actual pretende presentar. Es más: luego de la furiosa y sangrienta represión de los proyectos progresistas de las décadas de los 70/80 del siglo pasado y de la instauración de antipopulares políticas fondomonetaristas en los 90, después del derrumbe del campo socialista y un período donde los movimientos por mayores cuotas de equidad parecían totalmente dormidos, en estos últimos años asistimos a un renacer de la reacción popular.

¿Estamos entonces realmente ante un resurgir de las izquierdas, de nuevos, viables y robustos proyectos de cambio social?

Las nuevas izquierdas

Suele hacerse la diferencia entre izquierdas políticas e izquierdas sociales. Hay, sin dudas, un cierto retraso de las primeras en relación a las segundas. Para decirlo de otro modo: los planteos políticos de fuerzas partidarias a veces han quedado cortos en relación a la dinámica que van adquiriendo los movimientos sociales. Muchas veces las reacciones, protestas, o simplemente la modalidad que, en forma espontánea, han tomado las mayorías, no se ven correspondidas por proyectos políticos articulados provenientes de las agrupaciones de izquierda. Con variaciones, con tiempos distintos, pero sin dudas como efecto generalizado apreciable en toda Latinoamérica, hay un desfase entre masas y vanguardias. Lo cierto es que desde hace algunos años (podríamos decir desde fines del siglo pasado) la reacción de distintos movimientos sociales ha abierto frentes contra el neoliberalismo rampante que se extiende sin límites por toda la región.

Vale destacar que esos movimientos, novedosos en muchos casos, no se corresponden totalmente con esquemas teóricos de dos o tres décadas atrás. Ahí está, por ejemplo, el despertar de los movimientos indígenas, o las reivindicaciones de las eternamente postergadas mujeres, que se constituyen en nuevos sujetos sociales de cambio, con tanto o más empuje que las reivindicaciones de clase. Lo cual lleva colateralmente (aspecto que no se abordará aquí) a la revisión crítica de los instrumentos tradicionales de la izquierda y su lectura de la realidad en términos exclusivos de lucha de clases. Sólo para dejarlo esbozado: no hay dudas que los conceptos fundamentales del marxismo, definitivamente válidos en su raíz (lucha de clases como motor de la historia, apropiación del plustrabajo de una clase por otra), necesitan una lectura circunstanciada para la coyuntura actual, globalizada, hiper informatizada, donde nuevos actores y eternas injusticias olvidadas (inequidad de género, diferencia Norte-Sur) plantean nuevos interrogantes.

Toda esta izquierda social ha tenido impactos diversos, con agendas igualmente diversas, o a veces sin agenda específica: frenar privatizaciones de empresas públicas, organización y movilización de campesinos sin tierra, o de habitantes de asentamientos urbanos precarios, derrocamiento de presidentes como fueron los casos de Argentina, Bolivia o Ecuador, oposición a políticas dañinas a los intereses populares. Y algo fundamental desde donde empezar a considerar los nuevos tiempos post Guerra Fría: la suma de todas estas movilizaciones impidió la entrada en vigencia del Área de Libre Comercio para las Américas -ALCA- tal como lo tenía previsto Washington para enero del 2005.

El abanico de protestas y movilizaciones es amplio, y a veces, por tan amplio, difícil de vertebrar. Los piqueteros en Argentina o los movimientos campesinos con una importante reivindicación étnica en Bolivia, Ecuador, Perú o Guatemala, el zapatismo en el Sur de México o la movilización de los Sin Tierra en Brasil, son formas de reacción a un sistema injusto que, aunque haya proclamado que "la historia terminó", sigue sin dar respuesta efectiva a las grandes masas postergadas. ¿Hay un hilo conductor, algún elemento común entre todas estas expresiones?

Hoy por hoy, diversas expresiones de la izquierda política, de posiciones moderadas que se podrían hacer caer en el difuso campo de la "centro-izquierda" (¿o del "capitalismo serio"?) -la que en estos momentos es posible: moderada y de saco y corbata- tienen en sus manos el aparato de Estado en varios países: Brasil, Uruguay, Argentina, Nicaragua, El Salvador. A todo esto habría que sumar otras expresiones, definitivamente mucho más intragables para Washington: Cuba en primer lugar, junto a procesos más moderados como Venezuela, Bolivia o Ecuador.

Las posibilidades de transformaciones profundas desde las estructuras estatales, tal como están las cosas (deudas externas abultadas, creciente presencia militar del imperio en la región), y dada la coyuntura con que arribaron a las administraciones gubernamentales (voto en elecciones de democracias representativas, que no es lo mismo que revoluciones políticas populares), esas expresiones de las izquierdas eleccionarias son limitadas. Más aún: son izquierdas que, en todo caso, pueden administrar con un rostro más humano situaciones de empobrecimiento y endeudamiento sin salida en el corto tiempo. Pero quizá no más que eso.

En modo alguno podría decirse que son "traidores", "vendidos al capitalismo", "tibios gatopardistas". Eso, más que análisis serio, es una consigna principista. La izquierda constitucional hace lo que puede, y seguramente no puede pedírsele más. Hoy, en los marcos de la post Guerra Fría, con el triunfo de la gran empresa y el unipolarismo vigente -más aún en la región latinoamericana, histórico "patio trasero" de la superpotencia hegemónica- es poco lo que tiene por delante: si deja de pagar la ominosa deuda externa, si piensa en plataformas de expropiaciones y poder popular y si se atreve a armar a sus pueblos, sus días están contados. Pero los actuales mandatarios "progresistas" ¿hablaron en algún momento de revolución socialista en sus campañas proselitistas? ¿Levantó alguno de ellos recientemente las mismas consignas que, tres décadas atrás, proponían los movimientos armados que, sin ningún complejo ni temor, hablaban de comunismo y de confiscaciones, y a la que directa o indirectamente ellos pertenecían o apoyaban? Sin ningún lugar a dudas que no. Por eso es demasiado superficial quedarse con la idea de "traidores".

La feroz represión que vivió toda la región entre las décadas de los 70 y los 80 en el pasado siglo tuvo un efecto fríamente buscado por el imperio -en combinación con los factores de poder locales-, y sin dudas conseguido: amansó al movimiento popular, quebró su resistencia, lo llenó de terror. Hoy, con los planes neoliberales que se padecen, aún se siguen pagando las consecuencias de esa estrategia de terror. Las guerras sucias que en mayor o menor grado vivieron todos los países latinoamericanos, con desapariciones de personas, centros clandestinos de detención y tortura, arrasamiento de aldeas rurales y un virtual etnocidio en Guatemala (180.000 indígenas mayas muertos, invisibilizados en la prensa internacional dado que ese país no es de los "importantes"), todo eso no pasó en vano: logró lo que buscaba, que era justamente desmovilizar. Si no, no hubiera sido posible implementar las políticas de ajuste estructural impuestas por los organismos financieros del gran capital internacional: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Sobre esos miles de muertos, desaparecidos y torturados se domesticó la protesta; de ahí que, en estos últimos años, aparece esta izquierda bien presentada, de saco y corbata, que prescinde del incendiario discurso de años atrás y que ve en la labor política en el marco de las democracias representativas el campo -a veces el único campo- de posible trabajo político.

¿Un nuevo escenario o más de lo mismo?

Luego de los años de dictadura y de terror que barrieron Latinoamérica, el retorno de las raquíticas democracias que tiene lugar para la década de los 80 del siglo pasado puede ser sentido como un importante paso adelante. Aunque sean democracias de cartón, vigiladas, condicionadas absolutamente, sin la más mínima posibilidad de alterar la estructura real de poder de cada país, luego de la monstruosa tormenta vivida con las guerras civiles pueden ser consideradas como un momento de calma. Y muchas expresiones de la izquierda, por desconcierto, por agotamiento, por oportunismo o por considerarlas un paso táctico en una lucha que no se da por perdida, comenzaron a aprovechar esos resquicios de las democracias formales.

De todos modos debe quedar claro que los sistemas políticos que brindan esas democracias representativas constituyen un espacio más, uno de tantos, en una estrategia de construcción revolucionaria, pero no más que eso, y se debería ser muy precavido respecto a los resultados finales que las luchas en esos ámbitos pueden traer para una verdadera transformación estructural. Los movimientos insurgentes que, desmovilizados, pasaron a la arena partidista con su actual nuevo perfil de "presentables bien portados con saco y corbata", no han logrado grandes transformaciones reales en las estructuras de poder contra las que luchaban armas en mano tiempo atrás (veamos el caso de las guerrillas salvadoreñas o guatemaltecas, por ejemplo, o el movimiento M-19 en Colombia). ¿Fueron "traidores" sus dirigentes? Insistamos una vez más (aunque no lo acometamos en este trabajo) con la necesidad de revisar conceptos básicos del marxismo: ¿qué significa "revolucionar" una sociedad? ¿Por qué pareciera que es tan fácil, o al menos se repite tanto la "traición" de las dirigencias? ¿No habrá que replantear -con un hondo sentido crítico constructivo, obviamente- el tema del sujeto humano y el poder? ¿Cómo es posible que se reitere tanto esto de las "traiciones"? Lo cual lleva a pensar que se debe abordar el análisis con nuevos instrumentos conceptuales; la categoría de "traición", quizá, sigue estando cargada de la antinomia "bueno-malo", probablemente desechable. Los "imprescindibles" que llegan hasta el fin en realidad son pocos, más bien rara avis. ¿Se trata de buscar super hombres al modo del Che Guevara para garantizar las revoluciones? ¿Y qué pasa si no aparecen esos líderes casi mesiánicos? Dejamos indicado una vez más la necesidad de revisar algunos postulados básicos de la izquierda: para el caso, la relación de las vanguardias con las masas.

Lo que está claro es que en el escenario de esta post Guerra Fría luego del derrumbe del Muro de Berlín, con el papel hegemónico unipolar que ha ido cobrando Estados Unidos y su plan de profundización de poderío global, Latinoamérica es ratificada en su papel de reserva estratégica. Ante la desaceleración de su empuje económico (el imperio no está muriéndose, pero comienza a ver amenazado su lugar de intocable a partir de nuevos actores más pujantes como la República Popular China, en menor medida la Unión Europea, o las grandes nuevas economías emergentes), el área latinoamericana es una vez más un reaseguro para la potencia del Norte, apareciendo ahora como obligado mercado integrado donde generar negocios, proveedor de mano de obra barata y fuente de recursos naturales a buen precio (o robados), por supuesto bajo la absoluta supremacía y para conveniencia de Washington, y secundariamente de los pequeños socios locales, las tradiciones aristocracias criollas. De esa lógica se deriva la nueva estrategia de recolonización que se dio en años recientes con los Tratados de Libre Comercio.

En realidad la iniciativa de esta absoluta liberalización comercial representa un proyecto geopolítico de Washington que, aunque comience con la creación de una zona de "libre" comercio para todos los países del continente americano, busca en realidad el establecimiento de un orden legal e institucional de carácter supranacional que permitirá al mercado y las trasnacionales estadounidenses una total libertad de acción en todo el área, en cuenta Latinoamérica como su ya tradicional área de influencia donde nadie puede entrar ("América para los americanos" sentenciaba la doctrina Monroe. Del Norte, claro está). Los marines, por supuesto, son la garantía final.

Con la firma de estos acuerdos -para nada muy "libres" que se diga- los países que los suscriban deben "constitucionalizar" los arreglos surgidos de esas normativas, viendo así debilitada su capacidad de negociación y debiendo renunciar a su soberanía en la implementación de políticas de desarrollo. ¿Quién podría creer que pequeñas economías como Bolivia, Haití o incluso Colombia, por ejemplo, negocian de igual a igual con el gigante Estados Unidos? ¿De qué libertad se habla ahí?

Dicho en forma muy sintética el ALCA, aunque no se haya firmado como originalmente estaba planteado reemplazándose por acuerdos bilaterales o regionales (el RD CAFTA, por ejemplo) apunta a los siguientes temas básicos: 1) Servicios: todos los servicios públicos deben abrirse a la inversión privada, 2) Inversiones: los gobiernos se comprometen a otorgar garantías absolutas para la inversión extranjera, 3) Compras del sector público: las compras del Estado se abren a las transnacionales, 4) Acceso a mercados: los gobiernos se comprometen a reducir, llegando a eliminar, los aranceles de protección a la producción nacional, 5) Agricultura: libre importación y eliminación de subsidios a la producción agrícola, 6) Derechos de propiedad intelectual: privatización y monopolio del conocimiento y las tecnologías, 7) Subsidios: compromiso de los gobiernos a la eliminación progresiva de barreras proteccionistas en cualquier ámbito, 8) Política de competencia: desmantelamiento de los monopolios nacionales, 9) Solución de controversias: derecho de las transnacionales de enjuiciar a los países en tribunales internacionales privados. Según expresara con la más total naturalidad Colin Powell, ex Secretario de Estado de la administración Bush (hijo): "Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar para las empresas americanas el control de un territorio que va del Ártico hasta la Antártida y el libre acceso, sin ningún obstáculo, a nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio."

Pero ahí está la fuerza de las izquierdas, políticas y sociales: unirse como bloque regional. Esa unión, que no es un proyecto de expropiaciones precisamente, no deja de resultar una piedra en el zapato para la geopolítica del imperio.

Uno de los primeros movimientos que se dio el ALBA fue, justamente, el proyecto Petrocaribe, que consiste en suministrar crudo venezolano a precios preferenciales y con facilidades financieras para la región centroamericana. Las luces de alarma se encendieron inmediatamente en Washington. Cuando, por ejemplo, en el 2009 el presidente hondureño Manuel Zelaya coqueteó con esa idea, inmediatamente fue reemplazado con un golpe de Estado (no cruento, sino de nuevo tipo, tal como hace unos años viene ensayando el gobierno estadounidense: los golpes "suaves", en su nueva terminología).

Si bien la propuesta original del ALCA a nivel continental no se implementó como algunos años atrás habían planificado los técnicos de Washington, eso no impidió que se pusieran en marcha otros mecanismos alternos de desunión y nueva postración de cada país: se firmaron por toda la región tratados comerciales bilaterales, al par que se daban todas las facilidades necesarias para la instalación de nuevos destacamentos militares norteamericanos. Nunca como hoy Latinoamérica estuvo penetrada de bases estadounidenses. ¿Puede acaso cada una de las débiles economías latinoamericanas, incluida la más grande del área, la brasileña, negociar en un pie de igualdad con el gigante del Norte? Sin dudas que no. ¿Pueden, o quieren, negociar con dignidad los gobiernos latinoamericanos y las oligarquías a quienes representan, como países autónomos, y rechazar las imposiciones de Washington? Sin dudas que no. ¿Pueden las actuales  tibias izquierdas en el poder fijar nuevas perspectivas? Eso es, justamente, lo que abre un nuevo escenario.

A las imposiciones de "libre" comercio impulsadas por el gobierno de Estados Unidos se unen las iniciativas militares de la gran potencia y los nuevos demonios que circulan la región preparando el escenario para eventuales futuras intervenciones bélicas: la lucha contra el narcotráfico y contra el terrorismo internacional. A partir de estos nuevos fantasmas, las fuerzas armadas estadounidenses profundizan su presencia en el subcontinente. Ahí está el Plan Colombia y su intento de extirpar a los movimientos guerrilleros colombianos FARC y ELN -que controlan un tercio del territorio nacional-, y base de operaciones para una nada improbable intervención contra la Revolución Bolivariana en Venezuela (el Plan Balboa, ya listo y a la espera de ser efectivizado en algún momento). Ahí está la enorme base -con capacidad para 16.000 soldados- creada en Paraguay (para asegurar el acuífero guaraní, principal reserva de agua dulce del planeta, y el gas boliviano); ahí están el reguero de bases por toda el área, los ejercicios provocativos en aguas del Caribe (léase: demostración contra Cuba y Venezuela), las bases en la Patagonia argentina. Si el gigante del Norte está en decadencia, en la región latinoamericana su presencia no ha desaparecido; quizá por ese mismo declive el tradicional "patio trasero" sale más perjudicado que nunca, dado que es su retaguardia. En un futuro no muy lejano, el petróleo que a Washington se le podrá complicar en Medio Oriente sin dudas saldrá de América Latina. Y el agua dulce también, así como minerales estratégicos, o los biocombustibles.

¿Hacia una nueva relación Estados Unidos-Latinoamérica, o "más de lo mismo"?

Latinoamérica es la región del orbe con mayor inequidad; sus diferencias entre ricos y pobres son mayores que en ninguna otra parte. Con los planes de achicamiento de los Estados y las recetas neoliberales que la atravesaron estas últimas décadas, la exclusión social creció en forma agigantada: en los inicios de la década del 80 había 120 millones de pobres, pero esta cifra aumentó a más de 230 millones en los últimos 20 años, y de ellos más de 100 millones son población en situación de miseria absoluta. Así como creció la pobreza, igualmente creció la acumulación de riquezas en cada vez menos manos. El caso casi anecdótico del mexicano Carlos Slim (la persona más adinerada del mundo en la actualidad) es un elocuente símbolo de esa tendencia. La deuda externa de toda la región hipoteca eternamente el desarrollo de los países, y sólo algunos grandes grupos locales -en general unidos a capitales transnacionales- crecen; por el contrario, las grandes masas, urbanas y rurales, decrecen continuamente en su nivel de vida. Lo que no cesa es la transferencia de recursos hacia Estados Unidos, ya sea como pago por servicio de deuda externa o como remisión de utilidades a las casas matrices de las empresas que operan en la región.

Como contrapartida de este enriquecimiento de muy pocos, las masas trabajadoras han retrocedido en derechos mínimos: sus salarios son equivalentes a lo que recibían 30 años atrás al mismo tiempo que han perdido conquistas ganadas en décadas de lucha en el transcurso del siglo XX. Se han envilecido o perdido la estabilidad laboral, la negociación colectiva, los seguros sociales, el derecho a la sindicalización. En el campo se encuentran situaciones de tanta precariedad como a principios del siglo pasado y el éxodo ilegal hacia Estados Unidos como recurso último de salvación se agiganta día a día, pese a la crisis financiera que atraviesa el país del Norte. En ese marco de retroceso social han aparecido nuevos elementos, sin dudas ligados indirectamente a las políticas neoliberales: aumento de la narcoactividad y del crimen organizado, creciente delincuencia y clima de violencia urbana, explosión de niñez desprotegida que termina viviendo en la calle. No son infrecuentes los casos de esclavitud encubierta así como el turismo sexual, las adopciones ilegales de niños por familias del Norte, las pandillas juveniles armadas y violentas, el aumento escandaloso del trabajo infantil, todos ellos síntomas de un deterioro social y humano explosivo.

Ante todo este desolador panorama -en algún sentido nada distinto en Latinoamérica de lo que la caída del socialismo soviético permitió por parte del gran capital transnacional en todas las latitudes del mundo, incluido el Norte desarrollado-, y después de unos primeros años de repliegue del campo popular producto del terror dejado por las guerras sucias, vemos en los últimos años del pasado siglo y en los primeros del presente nuevas oleadas de luchas. Independientemente que las llamemos "socialistas" o no, son luchas con un claro signo popular, reivindicatorio, antiimperialista. He ahí el ejemplo más vivaz de la izquierda social que, como decíamos, no siempre se ve correspondida por las izquierdas políticas.

Aunque no hay en la actualidad una clara propuesta articulada de proyecto político transformador -como lo hubo décadas atrás, a partir del que se desatara la salvaje represión ya mencionada-, las luchas populares continúan. Es más: en estos últimos años se van viendo incrementadas. Ya son varios los presidentes -De la Rúa en Argentina, Bucaram, Mahuad y Gutiérrez en Ecuador, Sánchez de Losada y Meza en Bolivia- removidos de sus cargos producto de esas movilizaciones al no dar respuestas a los acuciantes problemas sociales. Y vuelve a hablarse sin temor de antiimperialismo, de la política exterior y del gobierno de Estados Unidos como "enemigos". De todos modos, toda esa efervescencia, por sí sola no constituye un proyecto revolucionario en sí mismo. Pero es un germen, sin dudas. De ahí que para la estrategia hemisférica de Washington este alza en las protestas constituye siempre un foco de preocupación.

Las actuales administraciones políticas con talante izquierdizante a que asistimos en Latinoamérica (izquierdas no cuestionadoras de la estructura del sistema, repitamos), sin ser "traidoras" a la causa revolucionaria en sentido estricto (¿quién y desde dónde dice eso?), están en una situación ambigua. Llegaron al poder con el apoyo popular, pero su proyecto no es gobernar en función de un cambio profundo. Ninguno de estos presidentes ha hablado, por ejemplo, de suprimir la propiedad privada. De todos modos no son descarnados neoliberales sentados sobre las bayonetas de dictaduras militares: representan propuestas con una "tendencia social", con una "preocupación social" (digámoslo con ese neologismo), y por tanto tienen en el gran capital estadounidense, les guste o no, su gran enemigo. Pero su misma ambigüedad no les permite ir abiertamente contra él. De hecho, en una relación de marchas y contramarchas no exenta de tensiones, la misma administración republicana de la Casa Blanca ha alabado en más de un caso a estas izquierdas alineadas (y las seguirá alabando, siempre y cuando continúen pagando la deuda, no impidan seguir ganando cantidades siderales de dinero a las empresas estadounidenses y le abran sus puertas a las fuerzas armadas del Pentágono). Esas izquierdas, si no se quitan el "saco y la corbata", seguirán siendo bendecidas por el imperio.

Pero hay otras izquierdas que hacen gobierno desde otra perspectiva: Cuba, o recientemente Venezuela con su Revolución Bolivariana. Justamente por ello son el blanco de ataque del gran capital y de todas las administraciones estadounidenses. Jamás serán bendecidos; al contrario, están en la mira de los cañones imperiales. En el caso de Venezuela, principal reserva de petróleo del mundo, su situación podría llegar a resultar trágica incluso (¿un nuevo Irak?). El socialismo del siglo XXI y esas reservas son demasiada provocación para la élite de la gran potencia.

Lo que sí preocupa a Washington, ahora tanto como en todo el transcurso del siglo XX, es el movimiento popular, la organización de base. Las izquierdas que ocupan aparatos de gobiernos pueden ser más manejables; las masas, no tanto.

Por eso, como parte de una política que no ha cambiado en lo sustancial en los últimos cien años, la opción militar nunca ha desaparecido. Si bien es cierto que hoy por hoy en la estrategia hemisférica de Estados Unidos no son necesarias las dictaduras militares como lo fueron durante el auge de la Guerra Fría en el marco de la Doctrina de Seguridad Nacional, en estos últimos años las frágiles democracias latinoamericanas han permanecido siempre vigiladas por la atenta mirada castrense. Pero no la de las fuerzas armadas vernáculas, sino directamente por militares del norte. Y cuando fueron necesarias intervenciones -el "golpe suave" de Honduras, por ejemplo, o los intentos de desestabilización que tuvieron Evo Morales en Bolivia o Rafael Correa en Ecuador- permiten ver que la opción militar, disfrazada quizá, o con ropajes nuevos, nunca ha desaparecido.

Distintos documentos de la política exterior a largo plazo y planificación estratégica de Washington reafirman tanto su supuesto derecho a intervenir en la región (su eterno "patio trasero"), así como la apelación a la acción armada toda vez que lo estime necesario. Tanto el "Documento Santa Fe IV 'Latinoamérica hoy'" -clave filosófica de los actuales halcones republicanos que son quienes realmente fijan la política exterior- como el "Documento Estratégico para el año 2020 del Ejército de los Estados Unidos" o el Informe "Tendencias Globales 2015" del Consejo Nacional de Inteligencia, organismo técnico de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), presentan las hipótesis de conflicto social desde una óptica de conflicto militar, completamente. La reducción de la pobreza y el combate contra la marginación recogidas en la ambiciosa (y quizá incumplible en los marcos del capitalismo) agenda de los "Objetivos y Metas del Milenio" de Naciones Unidas es algo que no entra en los planes geoestratégicos del imperio. Al que proteste, palo; no hay otra respuesta. Y los recursos naturales ubicados en Latinoamérica (petróleo, agua dulce, biodiversidad de sus selvas y minerales estratégicos) son considerados como propios. Por supuesto que a quien proteste: también palo. El Plan Colombia, las estrategias de Tres Fronteras, Alcántara, Misiones, Cabañas 2000, la Iniciativa Regional Andina o la cohorte de bases militares por toda la región, entre otras cosas, nos lo recuerdan.

El principal enemigo de Washington siguen siendo los movimientos populares, lo que podríamos llamar la izquierda social y no tanto las izquierdas políticas (hoy, al ocupar posiciones de gobierno, fieles pagadoras de la deuda externa y preocupadas, más que nada, por salir en televisión). Según el referido informe de la CIA: "Tales movimientos se incrementarán, facilitados por redes transnacionales de activistas de derechos indígenas, apoyados por grupos internacionales de derechos humanos y ecologistas". El "papel amenazante a la estabilidad regional" (léase: amenaza a los intereses de la oligarquía estadounidense), según esta lógica, está dado por "organizaciones sociales, pueblos indígenas y organismos no gubernamentales de derechos humanos y ambientalistas"; a lo que, como parte de una bien articulada propuesta de manipulación informativa, se suman el "narcotráfico" y el "terrorismo internacional" (hasta las pandillas juveniles -las famosas "maras"- están ligadas a Al Qaeda, según esta orquestación). De hecho, aunque resulte risible, en algún momento el gobierno estadounidense habló de la presencia de escuelas coránicas de fundamentalistas musulmanes en la triple frontera argentino-brasileño-paraguaya, justamente donde está la enorme reserva de agua dulce apetecida por la estrategia imperial. ¿Es el principal problema de Latinoamérica la violencia delincuencial que se vive en casi todos los países, o eso es un efecto de la pobreza estructural? O más aún: ¿cuánto hay de manipulación mediática en todo el fenómeno?

Las actuales izquierdas que gobiernan algunos países latinoamericanos no son la principal fuente de preocupación del imperio; pero sí la idea de unión que entre ellas se podría dar. El fantasma de la integración latinoamericana sí inquieta.

Como bien lo dijo el premio Nobel de la Paz, el argentino Adolfo Pérez Esquivel: "el único país que tiene un proyecto estratégico para América Latina, lamentablemente, es Estados Unidos, y no es, precisamente, el que necesita nuestro continente".

Las actuales propuestas de profundización del ALBA, y eventualmente su complemento, el CELAC, constituyen una interesante iniciativa en la dirección de la integración hemisférica con un sentido social. Las mismas pretenden fundamentarse en la creación de mecanismos para crear ventajas cooperativas entre las naciones que permitan compensar las asimetrías existentes entre los países del hemisferio. Se basa en la creación de Fondos Compensatorios para corregir las disparidades que colocan en desventaja a las naciones débiles frente a las principales potencias; otorga prioridad a la integración latinoamericana y a la negociación en bloques subregionales, buscando identificar no solo espacios de interés comercial sino también fortalezas y debilidades para construir alianzas sociales y culturales. Como sintetizó el presidente Chávez el corazón de todo esto: "Es hora de repensar y reinventar los debilitados y agonizantes procesos de integración subregional y regional, cuya crisis es la más clara manifestación de la carencia de un proyecto político compartido. Afortunadamente, en América Latina y el Caribe sopla viento a favor para lanzar el ALBA como un nuevo esquema integrador que no se limita al mero hecho comercial sino que sobre nuestras bases históricas y culturales comunes, apunta su mirada hacia la integración política, social, cultural, científica, tecnológica y física".

"Hay una alianza izquierdista y populista en la mayor parte de América del Sur. Esta es una realidad que los políticos de Estados Unidos deben enfrentar, y nuestro mayor desafío es neutralizar el eje Cuba-Venezuela", escribió algunos años atrás Otto Reich, ex secretario de Estado adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental, en el artículo titulado "Los dos terribles de América Latina", en la revista derechista estadounidense National Review. No era esa sólo la opinión en solitario de un funcionario de la administración Bush; por el contrario habla de la verdadera política de los halcones de la Casa Blanca hacia la considerada su natural zona de influencia. Y son ellos, su estrategia como clase, los que realmente fijan la dirección del imperio, más allá que la administración de turno sea republicana o demócrata.

Ahí están las claves de la relación del imperio con sus súbditos. Una nueva izquierda remozada, que dejó atrás las armas de la guerrilla, que no habla de confiscaciones y poder popular (porque no puede, porque se quebró, por ambas cosas, etc.) es tolerable. Incluso, como parte de las dinámicas del interjuego político, hasta deseable en la lógica de dominación; es una manera de demostrar que aquellos "sueños juveniles" del socialismo eran irrealizables, y ahora, sin barba y bien peinados, estos nuevos funcionarios ratifican "el fin de la historia". Lula, el ahora ex presidente de Brasil, lo dijo sin pelos en la lengua: "socialismo moderado, dejando atrás los sueños juveniles".

Pero cuando las relaciones se plantean de igual a igual, cuando la dignidad no se negocia, vuelven a sonar los tambores de guerra por parte de la gran potencia. Esa matriz no ha cambiado. La historia tampoco ha terminado, y de lo que se trata es de ver cómo esa izquierda social (movimientos indígenas, campesinos sin tierra, desocupados, insurgentes que no se han resignado, lo que para Washington continúan siendo las "amenazas a la estabilidad regional", y lo que quede de clase obrera organizada, movimientos de mujeres, intelectuales progresistas) puede articularse en una propuesta de integración regional, de Patria Grande, como pretendió Bolívar. En un mundo de globalización, de grandes bloques y políticas a escala planetaria, la izquierda social, la izquierda desde abajo, popular, sólo unida puede enfrentarse con posibilidades de éxito al todavía poderoso imperio estadounidense.