Maquiavelo, pensando en Savonarola, quien a puras arengas religiosas había implantado en la ciudad de Florencia una dictadura popular, hizo la observación de que cuando estaba armado el profeta triunfó, pero una vez desarmado caminó a su ruina. Retomando en el siglo XX esta reflexión Isaac Deutscher le puso a su biografía política sobre Trotski los títulos: “El profeta armado”, “El profeta desarmado” y “El profeta desterrado”. En un tono no tan dramático, también hoy en nuestro país está presente en el escenario la figura del profeta.
Debo antes que nada confesar que comparto el aprecio y admiración que muchos sienten por Dagoberto Gutiérrez. Considerado uno de los más brillantes analistas políticos del país, es asimismo uno de los pocos que utilizan el método dialéctico en sus reflexiones, las cuales suelen tener además un alto valor pedagógico. Aunque él modestamente se presenta como “un luchador social”, se sabe que es uno de los dirigentes de una corriente de izquierda radical llamada Tendencia Revolucionaria, TR. Lo que sí me molesta un poco de Dago – también eso debo confesar – es ese tono de sermón religioso, de prédica esotérica, de orador de púlpito, que a menudo adopta cuando habla en público. Por eso me parece que le resulta apropiado el calificativo de “profeta” que aquí le endoso.
También Dagoberto fue en su momento “profeta armado” (quién no lo recuerda en la colonia Escalón, al frente de la fuerza guerrillera durante la ofensiva de 1989); después pasó a ser “profeta desarmado” en su paso fugaz por la Asamblea Legislativa como diputado (díscolo) del FMLN. Muy pronto se separó de su partido, protagonizando su única escisión de izquierda. Hoy, tras la asunción del gobierno de Mauricio Funes, lo veo más bien como el “profeta desairado”. Enseguida explicaré por qué.
El movimiento que encabeza no ha querido organizarse como partido y se presenta vinculado y conduciendo a una parte del movimiento social. Critica al FMLN por su reformismo y por haberse integrado “al sistema” desde que se legalizó y participa en las instituciones. Le achaca haberse alejado de la gente y de sus reivindicaciones, las que intenta organizar y dirigir la TR. En mi opinión ésta ha de ser caracterizada como una “izquierda extraparlamentaria”. Es su derecho actuar desde la sociedad civil y no hacerlo desde las instituciones e instancias del “sistema político” al que critica. Es una fuerza política real con la que hay que contar, al margen, por voluntad propia, de la formalidad de las instituciones.
No necesariamente ello la convierte en una izquierda revolucionaria, al igual que participar en la escena parlamentaria y en las instituciones no hace automáticamente reformista a la otra izquierda, la que representa el Frente. Hay que ver los contenidos concretos de la política, el rumbo y la estrategia para juzgar a una y a otra izquierda. Aparte del hecho que en el propio FMLN coexisten varias corrientes diferentes. Las cosas no son en blanco y negro o, si se prefiere, en rojo y rosadito. Hay muchos más matices en la realidad compleja de la izquierda salvadoreña actual.
El grave problema que enfrenta en el actual período una izquierda con voluntad y vocación revolucionarias es que desde los acuerdos de paz la época está signada por la reforma. En 1992 la negociación logró por esa vía lo que la revolución no había alcanzado en los ochenta: reformas a la Constitución y al sistema político que abrieron paso a la democracia. No es fácil ser revolucionario cuando la época no es de revolución sino de reforma. De hecho, en cada coyuntura electoral esta izquierda radical se ha visto enfrentada al dilema de oponerse a las elecciones, arriesgando ser vista como un factor del gane de la derecha, o participar apoyando la opción del Frente, a riesgo de caer en una incoherencia de estrategia y de discurso. En los procesos eleccionarios del presente año Dago declaró en público que había votado por el FMLN en las de alcaldes y diputados y que votaría por Mauricio Funes en las de marzo. De modo que la izquierda extraparlamentaria en esta ocasión sí participó abiertamente, aunque no se haya sumado al esfuerzo de la campaña electoral.
Ha sido un componente del triunfo, parte del torrente por el cambio que al fin se impuso poniendo término a dos décadas de gobiernos areneros. No negoció ni condicionó su apoyo, lo cual honra sus principios. Pero poco tardó en empezar a enviar señales de querer ser incluida a la hora del reparto de cargos en el gabinete y en las instituciones. En el área del medio ambiente fueron propuestos nombres de expertos cercanos a la TR promovidos por ciertas bases del movimiento social. No fueron tomados en cuenta. Y uno sospecha que puede ser uno de los motivos de las recientes movilizaciones contra la proyectada presa El Chaparral.
No me parece coherente. Si uno se proclama antisistema y quiere hacer lucha extraparlamentaria, ¿por qué de pronto este afán en ser parte del sistema político y en impulsar cosas desde las instituciones del Estado? Por otro lado, los medioambientalistas conocen muy bien el problema de las plantas eléctricas que funcionan con fuel, su contaminación y su alto costo. ¿Cómo puede afirmarse que “el país tiene capacidad instalada de sobra” y no ver la conveniencia de no depender más de la combustión de hidrocarburos? ¿No son las energías limpias y renovables, como lo es la hídrica, el tipo de alternativa que debería impulsarse? No podrá haber desarrollo sin crecimiento económico y éste requiere más producción de energía. Si llegase a sobrar, se exporta: ¿cuál es el problema?
En mi opinión al hacer a un lado lo que es interés nacional y anteponer los intereses de unos pocos cientos de familias, esta izquierda comete un grave error. Pierde credibilidad y seriedad, actuando más como grupo de presión que como alternativa política ante la sociedad. No es aceptable el afán por mostrar capacidad de movilización sin considerar qué tan racionales y razonables son las demandas. Los pobladores de la zona deben exigir ser debidamente indemnizados, reubicados y auxiliados; merecen el apoyo total en esas justas demandas. Pero no puede pretenderse que el interés de un grupo prevalezca sobre el interés de la nación entera.
El incidente puede ser una simple anécdota, una simple reacción ante el “desaire” de no sentirse tomados en cuenta por el Ejecutivo. Pero fuera bueno que le sirva a esta izquierda “radical” para reflexionar y rectificar. También para abordar lo que a mi modo de ver es una debilidad: el no haberse constituido en partido político. Movimientos sociales como los Verdes en Alemania o los que fundaron el PT brasileño terminaron por dar este paso, sin que ello significase el abandono de su ideario. ¿Por qué no trabajar en formalizar una estructura, un programa, una estrategia que sirvan para unificar el pensamiento, para hacer una propuesta concreta a la población y competir con las demás fuerzas políticas del país?
Mientras esta izquierda de vocación revolucionaria, extraparlamentaria y verbalmente antisistema no dé pasos en tal dirección, mucho me temo que seguirá contribuyendo más a la confusión que a la clarificación, a la protesta sin propuesta, a la crítica sin alternativas ni soluciones. Y así se condena a la automarginación, a ser vista como parte del problema y no de la solución, a participar involuntariamente en una tenaza política mediante la cual el gobierno de Mauricio Funes se ve atacado simultáneamente por el flanco derecho y por el izquierdo. Un escenario que recuerda demasiado al que se configuró contra Allende en el Chile de inicios de los setenta. Que ya sabemos cómo terminó.
Hace poco Dago expresaba: “el 15 de marzo el FMLN ganó el gobierno; el 1° de junio lo perdió”. Está diciendo lo mismo, aunque mejor dicho, que dice Cristiani, el jefe de Arena: “veo división entre el gobierno y el partido de gobierno, no está claro quién decide”; “tal parece que Mauricio Funes preside, pero no gobierna”. A mí me parece preocupante esta coincidencia entre la extrema izquierda y la extrema derecha. Creo que a los miembros de la TR debería preocuparles también.
Por eso mi llamado al profeta desairado o a quienes puedan sentirse desairados en sus aspiraciones a que mejor avancen en estructurar mejor la opción política que representan sin caer en demagogias ni populismos baratos. Así su participación podrá verse como contribución que suma y no que resta; que lejos de dividir, multiplica y acrecienta; que ayude en asegurar el rumbo y prepare para las nuevas etapas del proceso que ya se adivinan en el horizonte. En ellas tocará caminar juntos, codo con codo.
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