A mi modo de ver, éste no es un tiempo de revolución, sino una época de reforma. Pero esto no quiere decir que los cambios no puedan ser profundos o que todo se vaya a desarrollar de manera tranquila y apacible. Vivimos un período caracterizado por la agudización de la lucha de clases. Es decir, ésta ha comenzado a ir en ascenso. Nuevamente. Lo cual determina que, en la actual fase, la batalla de las ideas cobre especial relieve.
También la lucha de ideas se agudiza. Es la que prepara, alienta, promueve y acompaña un lento movimiento que surge desde lo más hondo de la nación. Es éste un tiempo de espera. No de inacción, sino de esperanza activa. Esperando esperanzados que el pueblo se ponga de nuevo en marcha. Indetenible.
Hoy luce postrado. Tirado, desmoronado, abandonado. “Arrojado a la existencia” – como gustaba decir Heidegger, el gran filósofo alemán –, un simple “ser-ahí”. Heidegger: fascista, pero gran pensador, sin duda. Pensador, pero gran fascista, sin duda también.
Necesitamos pensar a la altura de nuestros tiempos y necesitamos pensamiento de altura. Para enfrentar a los nuevos Heidegger de nuestra época. Para ayudar a que reaccione el pueblo. En dirección a “derrocar todas las relaciones en las que el hombre es un ser humillado, esclavizado, abandonado, despreciable”. Así lo exigía, clarividente, otro alemán: Karl Marx. Necesitamos pensar al modo de Marx, necesitamos pensamiento a la altura de Marx.
*****
Necesitamos un grito. Una voz que ordene: “¡Levántate Lázaro!” Hacer que nuestro Lázaro-pueblo, paralizado en su propio sufrimiento, atienda el llamado y crea. Tiene que creer. Si no cree en el milagro, no hará por levantarse, no emprenderá el esfuerzo y el milagro no se producirá. Sólo puede darse por la fe, al recobrar la confianza, al saberse capaz.
Si Lázaro no tira las muletas y no hace por levantarse, nunca volverá a caminar. Si el ciego no abre los ojos, seguirá sin ver. Asimismo el sordo debe retirar las manos de sus oídos. Sordos, ciegos, paralíticos; todos paralizados, sin ver, ni oír. Así hemos estado. Así nos han tenido.
Hora es ya de reaccionar. Atender al llamado de la historia, a la nostalgia del futuro, al pasado que exige ser completado, al presente que se vuelve insostenible. Al grito que puede salvarnos y salvar al país: “¡Levántate pueblo!”
*****
Vendrá. No como ola revolucionaria, no como oleada. Ésta se precipita, toda estruendo y espuma. Se agiganta, choca y rompe, golpea… Pero bien luego se retira. Y por un momento el mar se tranquiliza. Recobra fuerzas todavía para precipitarse de nuevo, bravo y fiero. Es un repetido avance y retroceso, un esfuerzo sin mayor fruto, sin consecuencias.
Al final, sólo queda la espuma tiñendo de blanco su azul profundo. Y el mar se amansa. Agotado en su oleaje sin futuro, infructuoso, ya sólo ondula su vestido de aguas. Se ha vuelto paisaje que no asusta, que no genera inquietud. Es un ir y venir de olas sin trascendencia ni sorpresa, una quietud nunca inmóvil, un vaivén sin fin, un mar acompasado y previsible, domesticado.
Vendrá, está viniendo ya, se está alzando, incorporándose de a poco, levantándose. Pero no como oleada. Lo hace ahora como marea.
*****
Tras el largo reflujo viene ahora el cambio de marea. Es la mar toda la que se empina, se alza sobre sí misma, recobra su nivel, el que le corresponde. Reclama su espacio, lo invade, lo recupera, lo hace suyo. No hay barrera humana o natural que pueda impedir este avance, silencioso y pausado, callado, tranquilo.
Es la marea. Su movimiento es hacia arriba, busca lo alto, hace por acercarse al cielo, es una líquida masa atraída por el cielo. El mar acude al llamado de los astros. Y empieza a levantarse. Así viene nuestro pueblo, como marea.
Es la luna quien llama: levántate pueblo, álzate como mar, sube como marea. ¡Avanza! Inunda, invade, recupera, moja y empapa. Que esta tierra es tuya. Te pertenece. Humedece lo árido y seco para hacerlo germinar. Haz del país un jardín. Haz del país un huerto. Llénalo de belleza y de alimento. Que nos alimente el alma y nos embellezca el cuerpo. Haz de él tu paraíso, el que perdiste porque te lo perdieron; recupéralo. Es tuyo.
Así viene el pueblo: como marea, soñando futuro. Jardinero y sembrador. Sembrando utopías y jardineando esperanzas. Hay ocasiones en que me parece ya verlo venir.
Para cuando ocurra, aquí estaré. Yo quiero acompañarlo, dejarme llevar por su marea incontenible. Dejarme arrastrar tierra adentro. Dejarme perder y dejarme encontrar en lo perdido. Sumergirme en el mar pueblo, elevarme y avanzar en su marea. Ya viene, ya está llenando, viene subiendo.
*****
Un espacio de intercambio de opiniones, de debate, donde podamos compartir y expresarnos libremente. ¿Me acompaña a discutir?
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martes, 22 de diciembre de 2009
Ricardo Ribera 2009, OBSOLESCENCIA ANALÍTICA
Estimados lectores, disculpen por el título “rimbombante”. Al principio dudé que existiera la palabra “obsolescencia”. Tuve que echar mano del diccionario de la Real Academia Española para verificar que existe tal palabreja en nuestro idioma. Acaba de utilizarla Joaquín Samayoa (“El anti-imperialismo y otras obsolescencias”, La Prensa Gráfica, 2 de diciembre de 2009). Su significado es “cualidad de obsolescente”, lo que a su vez quiere decir “que está volviéndose obsoleto, que está cayendo en desuso”. No sé si el inusual término se pondrá de moda, triunfará y terminará imponiéndose. Lo dudo mucho. Pero ya que es lo único que he encontrado de novedoso y creativo en su escrito, me ha parecido oportuno realzar esa cualidad desde el propio título.
Todo su artículo es más de lo mismo. Otra voz que se suma al coro de “analistas preocupados” por la asistencia del FMLN a un encuentro de partidos políticos de izquierda, donde se denunciaron planes del imperialismo y se acordó crear una Quinta Internacional Socialista. La pobreza argumentativa sorprende. Tras dedicar dos párrafos aceptando la historia del intervencionismo imperialista en América Latina, en una auténtica acrobacia discursiva dictamina: “De cualquier forma, las cosas han cambiado mucho”. Aduce que Estados Unidos permitió a la izquierda llegar al poder en procesos democráticos y que no ha “parado en seco” a Hugo Chávez. Sin más argumento y olvidando el intento de golpe en 2002 contra Chávez, el analista prosigue fustigando como “obsolescencia” la postura antiimperialista de las izquierdas latinoamericanas. Al FMLN le critica una actitud de “sumisión” (a Chávez) o de “pereza mental”.
El articulista concede que Estados Unidos antes tuvo, frente a América Latina, una “omnipresencia arrogante y abusiva”. Ahora ya no. Al revés, para él “ahora nos sentimos tentados a reclamar por un descuido casi absoluto”. ¿De dónde ha sacado eso? ¿Está analizando la realidad? Basta enumerar algunas de las graves preocupaciones que son objeto de debates actualmente en nuestro continente: la reactivación de la IV Flota que había sido desmantelada pocos años después de concluida la segunda guerra mundial, el acuerdo con Colombia para usar siete de sus bases militares más otras cuatro en Panamá, la calculada ambigüedad y probable complicidad con los golpistas hondureños. No son cosas del pasado, sino que se están impulsando por la actual Administración norteamericana.
Hugo Chávez está preocupado, lógicamente. Pero también lo está el presidente de Ecuador, Rafael Correa, cuyo país ya fue víctima de un ataque armado por la vecina Colombia el año 2008, después de que se negó a prorrogar el uso por Estados Unidos de la base militar de Manta. También el presidente de Bolivia, Evo Morales, que logró derrotar intentos golpistas y maniobras separatistas de la derecha, a raíz de lo cual expulsó a la agencia norteamericana anti-drogas, DEA, del país acusándola de participar en las conspiraciones. Asimismo lo está Lula, pues la flota del imperio podría usarse para ingresar por el Amazonas a una región que autoridades estadounidenses han dicho que debería ser declarada “patrimonio de la humanidad”, sustrayéndola de la soberanía de las naciones que la comparten, o para disputar la plataforma continental marítima brasileña donde se han hallado enormes reservas de petróleo, que según Estados Unidos corresponde a aguas internacionales.
Son preocupaciones lógicas y legítimas. No son “patrañas” como las califica el articulista. Se pueden discutir estrategias o ideologías, es opinable, pero lo que no es válido es pretender que no existen fundamentos para temer el retorno de prácticas imperialistas que, de hecho, han sido una constante desde la doctrina Monroe, en la segunda década del siglo XIX. ¿Por qué suponer que ha dejado de estar vigente aquel enunciado de “América para los (norte-)americanos”? El imperio no es un “molino de viento” como pretende Samayoa, ni tampoco ha sido “un tigre de papel” como dijo Mao. Obama está empeñado en dos guerras, la de Irak y la de Afganistán, y amenaza con iniciar una tercera contra Irán. De manera que si el articulista tuviera razón y se hubiera “descuidado” de América Latina, tanto mejor. Pero no ha dado indicios y no fuera muy sensato confiarse. Obama prometió “un nuevo tipo de relaciones” con América Latina, pidió dejar de ver al pasado y mirar juntos al futuro. Pero su credibilidad en el continente atraviesa horas bajas, ante las sucesivas señales de continuismo en las políticas imperiales de sus antecesores.
Samayoa le pide al FMLN no sacrificar “su capacidad de analizar la realidad” y “los desafíos reales” que enfrenta El Salvador. Pero él mismo no hace mucho en este sentido. El golpismo de Honduras es parte de la realidad, desestabiliza a la región y hace peligrar sus procesos democráticos. También entorpece el proceso de negociación de Centroamérica con la Unión Europea, lo cual pudiera ser uno más de los objetivos del imperialismo estadounidense que suele jugar con varias barajas simultáneamente. Adoptar la postura de negarse siquiera a considerar la hipótesis y proclamar dogmática e ingenuamente que el imperialismo ya no existe – a partir de no se sabe qué signos, intuiciones o lecturas astrológicas del analista – impide analizar hechos e iniciativas, intenciones o motivos. Desarma intelectualmente.
Por veinte años en nuestro país se ha aplicado el “consenso de Washington” y la consabida receta neoliberal. Nos hemos dedicado a suplir necesidades de mano de obra barata del imperio y la economía se volvió dependiente de las remesas. Se nos impuso, ilegal y falazmente, una dolarización de hecho, acrecentando la tremenda dependencia hacia Estados Unidos. Tenemos una base de monitoreo militar en Comalapa, con la excusa del combate al narcotráfico, pero que forma parte de una red de vigilancia extraterritorial que abarca gran parte del Pacífico y del Caribe. Casi todos los mandos militares han pasado por adiestramiento en bases norteamericanas y están imbuidos de su pensamiento estratégico. El país firmó un TLC con la potencia del norte y hoy tenemos en marcha dos juicios internacionales porque dos transnacionales mineras demandan al Estado por muchos millones de dólares, en aplicación de las cláusulas del mismo. Son retos y cuestiones que no necesariamente deben enfrentarse de inmediato, pero están ahí y en algún momento del futuro habrá que encararlos.
Por esto es oportuno que el FMLN haya recordado su identidad como partido revolucionario, democrático y socialista, tal como está en sus estatutos. Igual su programa, donde la revolución democrática se acompaña de la anti-oligárquica y de la anti-imperialista. Eso define un pensamiento y una estrategia. Otra cosa son los tiempos, los escenarios, el ritmo de avance, las cuestiones de táctica. Es importante la claridad ideológica y política, en especial cuando la derecha está en plena crisis de identidad y de proyecto.
Campañas mediáticas como la actual, a la que tanto supuesto analista se presta, pueden distraer a la opinión pública del espectáculo decadente de la derecha y sirven para alimentar suspicacias hacia la izquierda. Pero a la larga contribuyen a la educación política e ideológica de nuestro pueblo. Bienvenido el debate. Yo en lo personal prefiero a propagandistas genuinamente derechistas, como Rafael Castellanos cuando elogia a los golpistas hondureños, o Alfredo Mena Lagos cuando dice de Pinochet que “salvó a Chile”. Más perniciosos me parecen los que han tenido algún pasado vinculado a la izquierda. Están en su derecho, desde luego, de cambiar de opinión y proclamar ahora sus nuevas convicciones. Pienso que tal vez les hizo mella ser tildados de “tontos útiles” por acompañar las luchas populares. Pero ahora corren el riesgo de haberse ido al otro extremo, de haberse convertido en “listos inútiles”. Obtienen elogios y reconocimiento de los poderes fácticos, pero jamás serán aceptados plenamente, sólo utilizados. Toda su inteligencia, capacidad y preparación resultan desperdiciadas en tareas ideológicas y propaganda, lejos de la genuina preocupación por los problemas y desafíos del país y de la región.
Todo su artículo es más de lo mismo. Otra voz que se suma al coro de “analistas preocupados” por la asistencia del FMLN a un encuentro de partidos políticos de izquierda, donde se denunciaron planes del imperialismo y se acordó crear una Quinta Internacional Socialista. La pobreza argumentativa sorprende. Tras dedicar dos párrafos aceptando la historia del intervencionismo imperialista en América Latina, en una auténtica acrobacia discursiva dictamina: “De cualquier forma, las cosas han cambiado mucho”. Aduce que Estados Unidos permitió a la izquierda llegar al poder en procesos democráticos y que no ha “parado en seco” a Hugo Chávez. Sin más argumento y olvidando el intento de golpe en 2002 contra Chávez, el analista prosigue fustigando como “obsolescencia” la postura antiimperialista de las izquierdas latinoamericanas. Al FMLN le critica una actitud de “sumisión” (a Chávez) o de “pereza mental”.
El articulista concede que Estados Unidos antes tuvo, frente a América Latina, una “omnipresencia arrogante y abusiva”. Ahora ya no. Al revés, para él “ahora nos sentimos tentados a reclamar por un descuido casi absoluto”. ¿De dónde ha sacado eso? ¿Está analizando la realidad? Basta enumerar algunas de las graves preocupaciones que son objeto de debates actualmente en nuestro continente: la reactivación de la IV Flota que había sido desmantelada pocos años después de concluida la segunda guerra mundial, el acuerdo con Colombia para usar siete de sus bases militares más otras cuatro en Panamá, la calculada ambigüedad y probable complicidad con los golpistas hondureños. No son cosas del pasado, sino que se están impulsando por la actual Administración norteamericana.
Hugo Chávez está preocupado, lógicamente. Pero también lo está el presidente de Ecuador, Rafael Correa, cuyo país ya fue víctima de un ataque armado por la vecina Colombia el año 2008, después de que se negó a prorrogar el uso por Estados Unidos de la base militar de Manta. También el presidente de Bolivia, Evo Morales, que logró derrotar intentos golpistas y maniobras separatistas de la derecha, a raíz de lo cual expulsó a la agencia norteamericana anti-drogas, DEA, del país acusándola de participar en las conspiraciones. Asimismo lo está Lula, pues la flota del imperio podría usarse para ingresar por el Amazonas a una región que autoridades estadounidenses han dicho que debería ser declarada “patrimonio de la humanidad”, sustrayéndola de la soberanía de las naciones que la comparten, o para disputar la plataforma continental marítima brasileña donde se han hallado enormes reservas de petróleo, que según Estados Unidos corresponde a aguas internacionales.
Son preocupaciones lógicas y legítimas. No son “patrañas” como las califica el articulista. Se pueden discutir estrategias o ideologías, es opinable, pero lo que no es válido es pretender que no existen fundamentos para temer el retorno de prácticas imperialistas que, de hecho, han sido una constante desde la doctrina Monroe, en la segunda década del siglo XIX. ¿Por qué suponer que ha dejado de estar vigente aquel enunciado de “América para los (norte-)americanos”? El imperio no es un “molino de viento” como pretende Samayoa, ni tampoco ha sido “un tigre de papel” como dijo Mao. Obama está empeñado en dos guerras, la de Irak y la de Afganistán, y amenaza con iniciar una tercera contra Irán. De manera que si el articulista tuviera razón y se hubiera “descuidado” de América Latina, tanto mejor. Pero no ha dado indicios y no fuera muy sensato confiarse. Obama prometió “un nuevo tipo de relaciones” con América Latina, pidió dejar de ver al pasado y mirar juntos al futuro. Pero su credibilidad en el continente atraviesa horas bajas, ante las sucesivas señales de continuismo en las políticas imperiales de sus antecesores.
Samayoa le pide al FMLN no sacrificar “su capacidad de analizar la realidad” y “los desafíos reales” que enfrenta El Salvador. Pero él mismo no hace mucho en este sentido. El golpismo de Honduras es parte de la realidad, desestabiliza a la región y hace peligrar sus procesos democráticos. También entorpece el proceso de negociación de Centroamérica con la Unión Europea, lo cual pudiera ser uno más de los objetivos del imperialismo estadounidense que suele jugar con varias barajas simultáneamente. Adoptar la postura de negarse siquiera a considerar la hipótesis y proclamar dogmática e ingenuamente que el imperialismo ya no existe – a partir de no se sabe qué signos, intuiciones o lecturas astrológicas del analista – impide analizar hechos e iniciativas, intenciones o motivos. Desarma intelectualmente.
Por veinte años en nuestro país se ha aplicado el “consenso de Washington” y la consabida receta neoliberal. Nos hemos dedicado a suplir necesidades de mano de obra barata del imperio y la economía se volvió dependiente de las remesas. Se nos impuso, ilegal y falazmente, una dolarización de hecho, acrecentando la tremenda dependencia hacia Estados Unidos. Tenemos una base de monitoreo militar en Comalapa, con la excusa del combate al narcotráfico, pero que forma parte de una red de vigilancia extraterritorial que abarca gran parte del Pacífico y del Caribe. Casi todos los mandos militares han pasado por adiestramiento en bases norteamericanas y están imbuidos de su pensamiento estratégico. El país firmó un TLC con la potencia del norte y hoy tenemos en marcha dos juicios internacionales porque dos transnacionales mineras demandan al Estado por muchos millones de dólares, en aplicación de las cláusulas del mismo. Son retos y cuestiones que no necesariamente deben enfrentarse de inmediato, pero están ahí y en algún momento del futuro habrá que encararlos.
Por esto es oportuno que el FMLN haya recordado su identidad como partido revolucionario, democrático y socialista, tal como está en sus estatutos. Igual su programa, donde la revolución democrática se acompaña de la anti-oligárquica y de la anti-imperialista. Eso define un pensamiento y una estrategia. Otra cosa son los tiempos, los escenarios, el ritmo de avance, las cuestiones de táctica. Es importante la claridad ideológica y política, en especial cuando la derecha está en plena crisis de identidad y de proyecto.
Campañas mediáticas como la actual, a la que tanto supuesto analista se presta, pueden distraer a la opinión pública del espectáculo decadente de la derecha y sirven para alimentar suspicacias hacia la izquierda. Pero a la larga contribuyen a la educación política e ideológica de nuestro pueblo. Bienvenido el debate. Yo en lo personal prefiero a propagandistas genuinamente derechistas, como Rafael Castellanos cuando elogia a los golpistas hondureños, o Alfredo Mena Lagos cuando dice de Pinochet que “salvó a Chile”. Más perniciosos me parecen los que han tenido algún pasado vinculado a la izquierda. Están en su derecho, desde luego, de cambiar de opinión y proclamar ahora sus nuevas convicciones. Pienso que tal vez les hizo mella ser tildados de “tontos útiles” por acompañar las luchas populares. Pero ahora corren el riesgo de haberse ido al otro extremo, de haberse convertido en “listos inútiles”. Obtienen elogios y reconocimiento de los poderes fácticos, pero jamás serán aceptados plenamente, sólo utilizados. Toda su inteligencia, capacidad y preparación resultan desperdiciadas en tareas ideológicas y propaganda, lejos de la genuina preocupación por los problemas y desafíos del país y de la región.
Ricardo Ribera 2009, CRÍTICA DE LA MISERIA, MISERIA DE LA CRÍTICA
A Marx no le gustaron los planteamientos de su amigo Proudhon en su obra “Filosofía de la miseria”. Y decidió que debía rebatirlos. Así nació “Miseria de la filosofía”. Es una crítica mordaz, desde el título hasta la última página. En la introducción, por ejemplo, ironiza que Proudhon ha tenido la rara habilidad de hacerle creer a los alemanes, que no tienen mayor idea de economía, que él es un gran economista mientras los franceses, ignorantes de filosofía, piensan que se trata de un gran filósofo. O sea, para Marx, Proudhon es un fraude. No es de extrañar que la publicación de su réplica sellara el fin de una amistad.
Proudhon sólo alcanza a ver miseria en la miseria y se le escapa el potencial de liberación que ella encierra. Es un pensamiento anclado en un ya inexistente mundo de la aldea, de pequeños propietarios, en filosofías del siglo XVIII; es un anarquismo y antiautoritarismo que no reflejan la ideología del proletariado y su potencial emancipador. Por eso el trato de Marx era tan duro contra quienes promovían tesis anarquistas entre el movimiento obrero. Rechazaba que fueran parte del mismo. Los veía como influencia extraña, perniciosa, inclinada a utopías del pasado y no portadoras del futuro de emancipación.
Desde entonces, ha sido tradición en los debates de la izquierda y de manera especial entre los marxistas el tono áspero y rudo, a menudo poco fraterno, proclive al exceso verbal y la descalificación rotunda. Entre revolucionarios, tras la lucha de ideas es la vida la que está en juego, son el triunfo o la derrota los que se juegan. Pero no debería ser motivo para agriar la discusión, hasta volver imposible el debate y una posible unidad de acción. Con mayor razón, cuando no se vive al calor de una situación revolucionaria o de guerra popular.
Más bien lo contrario, la común crítica a la miseria, que es definitoria en muchos sentidos, debería hermanar, acercar, a quienes participan en un debate desde el mismo bando. Pero no suele ocurrir así. Y se vuelve imposible cuando se cae en el irrespeto o se incurre en formas tramposas de argumentación. Es la miseria de la crítica. Impide, con su torpeza, todo avance en el tema de discusión. Cierra espacios a la conciliación de posiciones o a una posible síntesis enriquecedora. No sirve para nada, excepto para satisfacer el ego de quien así debate, en especial si éste asume la discusión como una justa medieval en la que al final se declarará un vencedor.
El colega colaborador de El Faro, Álvaro Rivera Larios, parece haber emprendido su particular cruzada contra las ideas del profesor de economía de la UCA, Aquiles Montoya. Son ya varios escritos hasta ahora, el último – Economía sin política – publicado dos semanas atrás en este mismo medio. Ya antes había sostenido larga polémica con Federico Hernández, como ha tenido a bien recordar la semana pasada en su columna Pluralismo, razón y debate. Engels escribió el Anti-Dühring; Álvaro va camino de redactar un anti-Aquiles o un anti-Federico, o tal vez ambos. Quizá, con mi atrevimiento de hoy, le dé por culminar con un anti-Ricardo. Así ya sería trilogía.
Me tiene confundido. No lo conozco. Sólo leo sus textos. No puedo deducir por ellos si Álvaro se define o no como marxista, como de izquierda, o como “liberal de izquierda”, si es que eso existe, o vaya usted a saber. No es mi amigo y tampoco lo conozco. Aunque soy asiduo lector suyo y suelo admirar sus escritos, sus reflexiones, sus citas, su erudición. Se le mira “muy leído”. Como polemista suele ser brillante.
En cambio, sí conozco y me considero amigo del maestro Aquiles Montoya. Y por eso mismo, porque lo conozco, me parece excesiva, irrespetuosa, la insistencia de Álvaro en calificar de “sabio” a Aquiles. Hay un tono de burla que es injustificado. Si lo conociera, estoy seguro que no lo conoce personalmente, sabría que Aquiles es una persona en absoluto soberbia, al contrario, sencillo y humilde. Con grandes defectos, de los que él mismo es consciente y no hace por ocultar, y enormes cualidades que le han atraído la amistad y la admiración de estudiantes y colegas. No se considera un sabio, no lo es, pero probablemente sea quien “más sabe” en este país sobre la monumental obra El Capital de Karl Marx.
Álvaro acusa a Aquiles de inducir a un retorno al economicismo. Eso debería matizarse. La obra de Marx es tan polifacética, se adentra y transita por tantas disciplinas, que se vuelve muy difícil ser marxista de manera integral, “al modo de Marx”. Normalmente el economista no entiende las dimensiones filosóficas de la obra marxiana y suele pasar de largo ante ciertos textos y pasajes. Pero el filósofo hace lo mismo con los dedicados a economía. El sociólogo le tiene temor a la filosofía y también a la economía, y se fija en otros aspectos de la obra de Marx. El historiador trata de entender e integrar todo, mas su falta de preparación especializada provoca que no profundice en los temas sociológicos, económicos y filosóficos que aborda Marx en su compleja obra. Por eso, señalar a un economista marxista que no profundice o no haya comprendido a cabalidad otras dimensiones no económicas de la obra de Marx, resulta bastante recurrente y puede incluso estar justificado.
Lo que no se justifica porque se trata de argumentación tramposa, de fraude intelectual, es el procedimiento que utiliza Álvaro. Lejos de discutir lo que Aquiles ha dicho, discute lo que no ha dicho, lo que él le hace decir, lo que él imagina. Su diatriba argumentativa arranca a partir de la frase: “Nuestro sabio se expresó mal y a lo mejor quiso decir que…” Todos los argumentos y conclusiones se levantan sobre la falseada base de “a lo mejor quiso decir”. Con tal método aparenta debatir con Aquiles, pero en realidad Álvaro discute consigo mismo.
Y culmina con el mismo recurso fraudulento, para seguir acusando a su adversario a partir de cosas que en realidad no ha dicho: “Podría entenderse su planteamiento de esta manera: sólo es de izquierda quien hace una interpretación economicista y escolástica de Marx.” En conclusión, Aquiles es economicista y escolástico. Irrefutable, si no caemos en la cuenta de que nuestro mago se lo sacó de la manga.
Las advertencias que formula Álvaro estimulan la reflexión y tal vez resultarían válidas formuladas en otro contexto, fuera de la polémica. Dice: se “corre el peligro de convertir al marxismo en una economía sin política, un marxismo anterior a Lenin y Gramsci, una teoría sin historia.” Podría estar de acuerdo, pero no en el sentido que le da su autor. Lo de “una teoría sin historia” significa para él lo siguiente: “es decir, a un marxismo anterior a la caída de los socialismos reales”. Y le reprocha a Aquiles que “no se ha liberado todavía de la noción estratégica de dictadura del proletariado”.
Muchos posmodernos y liberales coincidirán con Álvaro, pero por favor que no cite a Lenin si su posición es declarar obsoleta tal “noción”. Debería ser más cuidadoso también al reivindicar a Gramsci (“ahora es cuando se nos vuelve imprescindible”) porque justamente fue de los primeros en advertir que la revolución rusa poco tenía que ver con la obra de Marx (recuérdese su artículo “La revolución contra El Capital”).
Por tanto, lo que se cayó era un modelo de socialismo que no era tal, no al modo de Marx. Por eso su derrumbe no arrastró al marxismo en su caída. Por eso el socialismo sigue siendo, vuelve a ser, bandera que ondea y que señala un camino. Frente al “capitalismo real” que sufrimos día a día. Por eso el comunismo sigue siendo fantasma que asusta y Marx vuelve a ser leído y estudiado. Más actual que nunca.
Si Álvaro desconoce esto, habría que recomendarle justamente que lea a Gramsci, al que menciona tan alegremente. Hay que “construir hegemonía”, al modo de Gramsci: totalmente de acuerdo. Hay que “difundir una cultura del debate cívico racional” afirma en su último escrito: de acuerdo también. Pero no así, señor. No enredándonos en ataques personales, discusiones inútiles, que lejos de enfocarse en la miseria, en sus causas, en su crítica, en su potencial emancipador, se deslizan hasta caer en la miseria de la crítica. Llevada a cabo, además, de un modo miserable, que busca destruir al oponente y desconoce sus razones, en el empeño estéril de querer demostrar “yo tengo la razón”.
Nos hace perder el tiempo, como le pasó a Marx al tener que refutar, irónico, a Bruno Bauer: “Crítica de la crítica crítica.”
Proudhon sólo alcanza a ver miseria en la miseria y se le escapa el potencial de liberación que ella encierra. Es un pensamiento anclado en un ya inexistente mundo de la aldea, de pequeños propietarios, en filosofías del siglo XVIII; es un anarquismo y antiautoritarismo que no reflejan la ideología del proletariado y su potencial emancipador. Por eso el trato de Marx era tan duro contra quienes promovían tesis anarquistas entre el movimiento obrero. Rechazaba que fueran parte del mismo. Los veía como influencia extraña, perniciosa, inclinada a utopías del pasado y no portadoras del futuro de emancipación.
Desde entonces, ha sido tradición en los debates de la izquierda y de manera especial entre los marxistas el tono áspero y rudo, a menudo poco fraterno, proclive al exceso verbal y la descalificación rotunda. Entre revolucionarios, tras la lucha de ideas es la vida la que está en juego, son el triunfo o la derrota los que se juegan. Pero no debería ser motivo para agriar la discusión, hasta volver imposible el debate y una posible unidad de acción. Con mayor razón, cuando no se vive al calor de una situación revolucionaria o de guerra popular.
Más bien lo contrario, la común crítica a la miseria, que es definitoria en muchos sentidos, debería hermanar, acercar, a quienes participan en un debate desde el mismo bando. Pero no suele ocurrir así. Y se vuelve imposible cuando se cae en el irrespeto o se incurre en formas tramposas de argumentación. Es la miseria de la crítica. Impide, con su torpeza, todo avance en el tema de discusión. Cierra espacios a la conciliación de posiciones o a una posible síntesis enriquecedora. No sirve para nada, excepto para satisfacer el ego de quien así debate, en especial si éste asume la discusión como una justa medieval en la que al final se declarará un vencedor.
El colega colaborador de El Faro, Álvaro Rivera Larios, parece haber emprendido su particular cruzada contra las ideas del profesor de economía de la UCA, Aquiles Montoya. Son ya varios escritos hasta ahora, el último – Economía sin política – publicado dos semanas atrás en este mismo medio. Ya antes había sostenido larga polémica con Federico Hernández, como ha tenido a bien recordar la semana pasada en su columna Pluralismo, razón y debate. Engels escribió el Anti-Dühring; Álvaro va camino de redactar un anti-Aquiles o un anti-Federico, o tal vez ambos. Quizá, con mi atrevimiento de hoy, le dé por culminar con un anti-Ricardo. Así ya sería trilogía.
Me tiene confundido. No lo conozco. Sólo leo sus textos. No puedo deducir por ellos si Álvaro se define o no como marxista, como de izquierda, o como “liberal de izquierda”, si es que eso existe, o vaya usted a saber. No es mi amigo y tampoco lo conozco. Aunque soy asiduo lector suyo y suelo admirar sus escritos, sus reflexiones, sus citas, su erudición. Se le mira “muy leído”. Como polemista suele ser brillante.
En cambio, sí conozco y me considero amigo del maestro Aquiles Montoya. Y por eso mismo, porque lo conozco, me parece excesiva, irrespetuosa, la insistencia de Álvaro en calificar de “sabio” a Aquiles. Hay un tono de burla que es injustificado. Si lo conociera, estoy seguro que no lo conoce personalmente, sabría que Aquiles es una persona en absoluto soberbia, al contrario, sencillo y humilde. Con grandes defectos, de los que él mismo es consciente y no hace por ocultar, y enormes cualidades que le han atraído la amistad y la admiración de estudiantes y colegas. No se considera un sabio, no lo es, pero probablemente sea quien “más sabe” en este país sobre la monumental obra El Capital de Karl Marx.
Álvaro acusa a Aquiles de inducir a un retorno al economicismo. Eso debería matizarse. La obra de Marx es tan polifacética, se adentra y transita por tantas disciplinas, que se vuelve muy difícil ser marxista de manera integral, “al modo de Marx”. Normalmente el economista no entiende las dimensiones filosóficas de la obra marxiana y suele pasar de largo ante ciertos textos y pasajes. Pero el filósofo hace lo mismo con los dedicados a economía. El sociólogo le tiene temor a la filosofía y también a la economía, y se fija en otros aspectos de la obra de Marx. El historiador trata de entender e integrar todo, mas su falta de preparación especializada provoca que no profundice en los temas sociológicos, económicos y filosóficos que aborda Marx en su compleja obra. Por eso, señalar a un economista marxista que no profundice o no haya comprendido a cabalidad otras dimensiones no económicas de la obra de Marx, resulta bastante recurrente y puede incluso estar justificado.
Lo que no se justifica porque se trata de argumentación tramposa, de fraude intelectual, es el procedimiento que utiliza Álvaro. Lejos de discutir lo que Aquiles ha dicho, discute lo que no ha dicho, lo que él le hace decir, lo que él imagina. Su diatriba argumentativa arranca a partir de la frase: “Nuestro sabio se expresó mal y a lo mejor quiso decir que…” Todos los argumentos y conclusiones se levantan sobre la falseada base de “a lo mejor quiso decir”. Con tal método aparenta debatir con Aquiles, pero en realidad Álvaro discute consigo mismo.
Y culmina con el mismo recurso fraudulento, para seguir acusando a su adversario a partir de cosas que en realidad no ha dicho: “Podría entenderse su planteamiento de esta manera: sólo es de izquierda quien hace una interpretación economicista y escolástica de Marx.” En conclusión, Aquiles es economicista y escolástico. Irrefutable, si no caemos en la cuenta de que nuestro mago se lo sacó de la manga.
Las advertencias que formula Álvaro estimulan la reflexión y tal vez resultarían válidas formuladas en otro contexto, fuera de la polémica. Dice: se “corre el peligro de convertir al marxismo en una economía sin política, un marxismo anterior a Lenin y Gramsci, una teoría sin historia.” Podría estar de acuerdo, pero no en el sentido que le da su autor. Lo de “una teoría sin historia” significa para él lo siguiente: “es decir, a un marxismo anterior a la caída de los socialismos reales”. Y le reprocha a Aquiles que “no se ha liberado todavía de la noción estratégica de dictadura del proletariado”.
Muchos posmodernos y liberales coincidirán con Álvaro, pero por favor que no cite a Lenin si su posición es declarar obsoleta tal “noción”. Debería ser más cuidadoso también al reivindicar a Gramsci (“ahora es cuando se nos vuelve imprescindible”) porque justamente fue de los primeros en advertir que la revolución rusa poco tenía que ver con la obra de Marx (recuérdese su artículo “La revolución contra El Capital”).
Por tanto, lo que se cayó era un modelo de socialismo que no era tal, no al modo de Marx. Por eso su derrumbe no arrastró al marxismo en su caída. Por eso el socialismo sigue siendo, vuelve a ser, bandera que ondea y que señala un camino. Frente al “capitalismo real” que sufrimos día a día. Por eso el comunismo sigue siendo fantasma que asusta y Marx vuelve a ser leído y estudiado. Más actual que nunca.
Si Álvaro desconoce esto, habría que recomendarle justamente que lea a Gramsci, al que menciona tan alegremente. Hay que “construir hegemonía”, al modo de Gramsci: totalmente de acuerdo. Hay que “difundir una cultura del debate cívico racional” afirma en su último escrito: de acuerdo también. Pero no así, señor. No enredándonos en ataques personales, discusiones inútiles, que lejos de enfocarse en la miseria, en sus causas, en su crítica, en su potencial emancipador, se deslizan hasta caer en la miseria de la crítica. Llevada a cabo, además, de un modo miserable, que busca destruir al oponente y desconoce sus razones, en el empeño estéril de querer demostrar “yo tengo la razón”.
Nos hace perder el tiempo, como le pasó a Marx al tener que refutar, irónico, a Bruno Bauer: “Crítica de la crítica crítica.”
Ricardo Ribera 2009, UN FORO DE INTELECTUALES DESUBICADOS
El autodenominado Foro de Intelectuales de El Salvador expone en una especie de Manifiesto sus posiciones y pensamiento, tras firmar el pasado 12 de septiembre un Acta de Constitución con 32 personas presentes. El documento resulta bastante patético, por decir lo menos. El Foro amenaza además celebrar un Congreso de Cultura de El Salvador los días 14 y 15 de noviembre. Anuncia la creación de una Editora Nacional y de Premios Florales. El nuevo parto está pues en marcha.
El lenguaje ultraizquierdista que se usa en tal documento no logra disimular su pobreza de ideas y la poca altura académica e incluso intelectual de sus autores. Leerlo es como un viaje al pasado, a los años setenta como mínimo. Resulta una experiencia similar a un recorrido turístico por nuestro Parque Jurásico nativo.
Los del Foro, hablando de sí mismos, aluden a la fecha en que se han constituido formalmente como Foro de Intelectuales: “Ese día forma parte de la historia nacional y quedará grabado desde aquí en adelante hasta la eternidad.” Sólo faltó añadir: “en los anales de la galaxia.”
No es lo único alucinante. Viene después: “el intelectual está en constante crítica, el método para lograr el cuestionamiento y la contradicción los conduce a la formulación de la antítesis.” Se nos informa que “el intelectual es una palanca que empuja el cambio” y se nos dice que “el intelectual es por naturaleza revolucionario”.
Marx deberá estar revolviéndose en su tumba, él que fue tan enfático en criticar a Feuerbach por hablar de “naturaleza humana” cuando el ser humano, para la concepción marxista, es por esencia ser histórico y sólo las construcciones ideológicas le imaginan una naturaleza fija e inmutable.
Pero lo que interesa a los autores del Manifiesto que analizamos es lo que viene después: la crítica al intelectual “institucionalizado” y al “burócrata”, es decir, a quien trabaja en ONGs o en el Estado y se convierte por ello en “ideólogo del sistema”.
El tipo de intelectual que defiende el Foro es el “orgánico”, mismo al que definen así: “que trabaja para los oprimidos”, que es “parte de las luchas populares”. “En muchos casos – se nos advierte – se encuentra desempleado o trabaja independiente”… “es excluido y se automargina”… “él es temido porque este intelectual es libre”. No puede uno dejar de preguntarse si dichos criterios habría que aplicarlos también a los obreros: si encuentran trabajo es que ya se han “vendido”. Requisito es el desempleo o el trabajo informal.
Y finalmente se nos explica, por si no nos han quedado claras las implicaciones: “Si un partido político que se dice revolucionario no cuenta entre su militancia con intelectuales orgánicos y accede al poder político está condenado a darle continuidad al sistema político y modelo económico de la derecha y no hará cambios… se convierte en izquierda light o dietética”.
Por simple respeto a Gramsci, el gran teórico comunista italiano, no debería usarse la expresión “intelectual orgánico” si no se hace en aplicación y conocimiento de la concepción gramsciana. Como es obvio que los autores del Manifiesto que nos ocupa desconocen absolutamente la obra del pensador italiano, habría que pensar en otras acepciones de lo “orgánico” que correspondan al Foro.
Por ejemplo, tal vez sea éste un foro de “intelectuales orgánicos” en el sentido de que no han sido contaminados con químicos, ni fertilizantes ni pesticidas, sino que son una especie que ha crecido de manera silvestre y natural, en el medio rústico donde echaron raíces. Son los “no contaminados”, los “puros”, los “orgánicos”.
También podría pensarse en otra interpretación: son “orgánicos” los tales intelectuales en la medida que no utilizan sólo el cerebro para razonar, sino el resto de órganos del cuerpo humano: por ejemplo el hígado, el páncreas, los genitales, etc.
Dado que Marx utilizó el término “lumpen” yuxtapuesto a la palabra proletariado para referirse a esa capa social inferior a la obrera, no fuera desatinado calificar de lumpen-intelectualidad a sectores que se presentan lejos del nivel mínimo que la palabra “intelectual” o “académico” exige. Por simple dignidad profesional.
Marx hizo referencia a una necesaria “alianza entre los que sufren y los que piensan”, de un modo que siempre me pareció petulante en exceso. La clase sufriente también es clase pensante y la capa dedicada a pensar también sufre. Está quizá mal expresado pero el punto es importante y en sustancia tiene razón Marx: deben luchar y caminar juntos trabajadores e intelectuales.
En las Tesis sobre Feuerbach lo ha dicho con más rigor: “si bien el arma de la crítica jamás podrá sustituir a la crítica de las armas, que para derrotar a una fuerza material se requiere de otra fuerza material, la filosofía dejará de ser simple fuerza espiritual y se volverá fuerza material cuando el proletariado la conozca y la haga suya.” Por eso es crucial para la causa de los trabajadores la conciencia y responsabilidad de los intelectuales.
Pero esas consideraciones quedan muy lejos de los planteamientos y preocupaciones que expresan los del Foro. Mejor deberían darse otro nombre, por ejemplo: “Amigos del Pichón Cea”. Dado que su nacimiento y posterior evolución están ligados a la propuesta de José Roberto Cea para presidente de Concultura, hoy Secretaría Nacional de Cultura, y puesto que el actual mandatario impulsó el surgimiento de “los Amigos de Mauricio” la propuesta podría no ser descabellada. Podría formar parte de una nueva moda.
El problema que no logro resolver es: ¿qué hubiera pasado si en vez de inclinarse por seleccionar a la doctora Breny Cuenca para el puesto, el Presidente hubiera nombrado al eminente escritor? ¿Qué estaría hoy diciendo este coro de intelectuales orgánicos? ¿No será que el gran problema con las instituciones es cuando éstas no nos toman en cuenta?
Ojalá que “el Pichón Cea”, persona digna de elogios en muchos sentidos, sea sólo una víctima de la calentura mental del grupo de sus admiradores y seguidores. Debería mejor entonces tomar una prudente distancia, no vaya a ser que el pueblo tenga razón en su sabiduría cuando inventó el dicho popular: “dime con quien andas y te diré quien eres”.
El lenguaje ultraizquierdista que se usa en tal documento no logra disimular su pobreza de ideas y la poca altura académica e incluso intelectual de sus autores. Leerlo es como un viaje al pasado, a los años setenta como mínimo. Resulta una experiencia similar a un recorrido turístico por nuestro Parque Jurásico nativo.
Los del Foro, hablando de sí mismos, aluden a la fecha en que se han constituido formalmente como Foro de Intelectuales: “Ese día forma parte de la historia nacional y quedará grabado desde aquí en adelante hasta la eternidad.” Sólo faltó añadir: “en los anales de la galaxia.”
No es lo único alucinante. Viene después: “el intelectual está en constante crítica, el método para lograr el cuestionamiento y la contradicción los conduce a la formulación de la antítesis.” Se nos informa que “el intelectual es una palanca que empuja el cambio” y se nos dice que “el intelectual es por naturaleza revolucionario”.
Marx deberá estar revolviéndose en su tumba, él que fue tan enfático en criticar a Feuerbach por hablar de “naturaleza humana” cuando el ser humano, para la concepción marxista, es por esencia ser histórico y sólo las construcciones ideológicas le imaginan una naturaleza fija e inmutable.
Pero lo que interesa a los autores del Manifiesto que analizamos es lo que viene después: la crítica al intelectual “institucionalizado” y al “burócrata”, es decir, a quien trabaja en ONGs o en el Estado y se convierte por ello en “ideólogo del sistema”.
El tipo de intelectual que defiende el Foro es el “orgánico”, mismo al que definen así: “que trabaja para los oprimidos”, que es “parte de las luchas populares”. “En muchos casos – se nos advierte – se encuentra desempleado o trabaja independiente”… “es excluido y se automargina”… “él es temido porque este intelectual es libre”. No puede uno dejar de preguntarse si dichos criterios habría que aplicarlos también a los obreros: si encuentran trabajo es que ya se han “vendido”. Requisito es el desempleo o el trabajo informal.
Y finalmente se nos explica, por si no nos han quedado claras las implicaciones: “Si un partido político que se dice revolucionario no cuenta entre su militancia con intelectuales orgánicos y accede al poder político está condenado a darle continuidad al sistema político y modelo económico de la derecha y no hará cambios… se convierte en izquierda light o dietética”.
Por simple respeto a Gramsci, el gran teórico comunista italiano, no debería usarse la expresión “intelectual orgánico” si no se hace en aplicación y conocimiento de la concepción gramsciana. Como es obvio que los autores del Manifiesto que nos ocupa desconocen absolutamente la obra del pensador italiano, habría que pensar en otras acepciones de lo “orgánico” que correspondan al Foro.
Por ejemplo, tal vez sea éste un foro de “intelectuales orgánicos” en el sentido de que no han sido contaminados con químicos, ni fertilizantes ni pesticidas, sino que son una especie que ha crecido de manera silvestre y natural, en el medio rústico donde echaron raíces. Son los “no contaminados”, los “puros”, los “orgánicos”.
También podría pensarse en otra interpretación: son “orgánicos” los tales intelectuales en la medida que no utilizan sólo el cerebro para razonar, sino el resto de órganos del cuerpo humano: por ejemplo el hígado, el páncreas, los genitales, etc.
Dado que Marx utilizó el término “lumpen” yuxtapuesto a la palabra proletariado para referirse a esa capa social inferior a la obrera, no fuera desatinado calificar de lumpen-intelectualidad a sectores que se presentan lejos del nivel mínimo que la palabra “intelectual” o “académico” exige. Por simple dignidad profesional.
Marx hizo referencia a una necesaria “alianza entre los que sufren y los que piensan”, de un modo que siempre me pareció petulante en exceso. La clase sufriente también es clase pensante y la capa dedicada a pensar también sufre. Está quizá mal expresado pero el punto es importante y en sustancia tiene razón Marx: deben luchar y caminar juntos trabajadores e intelectuales.
En las Tesis sobre Feuerbach lo ha dicho con más rigor: “si bien el arma de la crítica jamás podrá sustituir a la crítica de las armas, que para derrotar a una fuerza material se requiere de otra fuerza material, la filosofía dejará de ser simple fuerza espiritual y se volverá fuerza material cuando el proletariado la conozca y la haga suya.” Por eso es crucial para la causa de los trabajadores la conciencia y responsabilidad de los intelectuales.
Pero esas consideraciones quedan muy lejos de los planteamientos y preocupaciones que expresan los del Foro. Mejor deberían darse otro nombre, por ejemplo: “Amigos del Pichón Cea”. Dado que su nacimiento y posterior evolución están ligados a la propuesta de José Roberto Cea para presidente de Concultura, hoy Secretaría Nacional de Cultura, y puesto que el actual mandatario impulsó el surgimiento de “los Amigos de Mauricio” la propuesta podría no ser descabellada. Podría formar parte de una nueva moda.
El problema que no logro resolver es: ¿qué hubiera pasado si en vez de inclinarse por seleccionar a la doctora Breny Cuenca para el puesto, el Presidente hubiera nombrado al eminente escritor? ¿Qué estaría hoy diciendo este coro de intelectuales orgánicos? ¿No será que el gran problema con las instituciones es cuando éstas no nos toman en cuenta?
Ojalá que “el Pichón Cea”, persona digna de elogios en muchos sentidos, sea sólo una víctima de la calentura mental del grupo de sus admiradores y seguidores. Debería mejor entonces tomar una prudente distancia, no vaya a ser que el pueblo tenga razón en su sabiduría cuando inventó el dicho popular: “dime con quien andas y te diré quien eres”.
Ricardo Ribera 2009, EL PROFETA DESAIRADO
Maquiavelo, pensando en Savonarola, quien a puras arengas religiosas había implantado en la ciudad de Florencia una dictadura popular, hizo la observación de que cuando estaba armado el profeta triunfó, pero una vez desarmado caminó a su ruina. Retomando en el siglo XX esta reflexión Isaac Deutscher le puso a su biografía política sobre Trotski los títulos: “El profeta armado”, “El profeta desarmado” y “El profeta desterrado”. En un tono no tan dramático, también hoy en nuestro país está presente en el escenario la figura del profeta.
Debo antes que nada confesar que comparto el aprecio y admiración que muchos sienten por Dagoberto Gutiérrez. Considerado uno de los más brillantes analistas políticos del país, es asimismo uno de los pocos que utilizan el método dialéctico en sus reflexiones, las cuales suelen tener además un alto valor pedagógico. Aunque él modestamente se presenta como “un luchador social”, se sabe que es uno de los dirigentes de una corriente de izquierda radical llamada Tendencia Revolucionaria, TR. Lo que sí me molesta un poco de Dago – también eso debo confesar – es ese tono de sermón religioso, de prédica esotérica, de orador de púlpito, que a menudo adopta cuando habla en público. Por eso me parece que le resulta apropiado el calificativo de “profeta” que aquí le endoso.
También Dagoberto fue en su momento “profeta armado” (quién no lo recuerda en la colonia Escalón, al frente de la fuerza guerrillera durante la ofensiva de 1989); después pasó a ser “profeta desarmado” en su paso fugaz por la Asamblea Legislativa como diputado (díscolo) del FMLN. Muy pronto se separó de su partido, protagonizando su única escisión de izquierda. Hoy, tras la asunción del gobierno de Mauricio Funes, lo veo más bien como el “profeta desairado”. Enseguida explicaré por qué.
El movimiento que encabeza no ha querido organizarse como partido y se presenta vinculado y conduciendo a una parte del movimiento social. Critica al FMLN por su reformismo y por haberse integrado “al sistema” desde que se legalizó y participa en las instituciones. Le achaca haberse alejado de la gente y de sus reivindicaciones, las que intenta organizar y dirigir la TR. En mi opinión ésta ha de ser caracterizada como una “izquierda extraparlamentaria”. Es su derecho actuar desde la sociedad civil y no hacerlo desde las instituciones e instancias del “sistema político” al que critica. Es una fuerza política real con la que hay que contar, al margen, por voluntad propia, de la formalidad de las instituciones.
No necesariamente ello la convierte en una izquierda revolucionaria, al igual que participar en la escena parlamentaria y en las instituciones no hace automáticamente reformista a la otra izquierda, la que representa el Frente. Hay que ver los contenidos concretos de la política, el rumbo y la estrategia para juzgar a una y a otra izquierda. Aparte del hecho que en el propio FMLN coexisten varias corrientes diferentes. Las cosas no son en blanco y negro o, si se prefiere, en rojo y rosadito. Hay muchos más matices en la realidad compleja de la izquierda salvadoreña actual.
El grave problema que enfrenta en el actual período una izquierda con voluntad y vocación revolucionarias es que desde los acuerdos de paz la época está signada por la reforma. En 1992 la negociación logró por esa vía lo que la revolución no había alcanzado en los ochenta: reformas a la Constitución y al sistema político que abrieron paso a la democracia. No es fácil ser revolucionario cuando la época no es de revolución sino de reforma. De hecho, en cada coyuntura electoral esta izquierda radical se ha visto enfrentada al dilema de oponerse a las elecciones, arriesgando ser vista como un factor del gane de la derecha, o participar apoyando la opción del Frente, a riesgo de caer en una incoherencia de estrategia y de discurso. En los procesos eleccionarios del presente año Dago declaró en público que había votado por el FMLN en las de alcaldes y diputados y que votaría por Mauricio Funes en las de marzo. De modo que la izquierda extraparlamentaria en esta ocasión sí participó abiertamente, aunque no se haya sumado al esfuerzo de la campaña electoral.
Ha sido un componente del triunfo, parte del torrente por el cambio que al fin se impuso poniendo término a dos décadas de gobiernos areneros. No negoció ni condicionó su apoyo, lo cual honra sus principios. Pero poco tardó en empezar a enviar señales de querer ser incluida a la hora del reparto de cargos en el gabinete y en las instituciones. En el área del medio ambiente fueron propuestos nombres de expertos cercanos a la TR promovidos por ciertas bases del movimiento social. No fueron tomados en cuenta. Y uno sospecha que puede ser uno de los motivos de las recientes movilizaciones contra la proyectada presa El Chaparral.
No me parece coherente. Si uno se proclama antisistema y quiere hacer lucha extraparlamentaria, ¿por qué de pronto este afán en ser parte del sistema político y en impulsar cosas desde las instituciones del Estado? Por otro lado, los medioambientalistas conocen muy bien el problema de las plantas eléctricas que funcionan con fuel, su contaminación y su alto costo. ¿Cómo puede afirmarse que “el país tiene capacidad instalada de sobra” y no ver la conveniencia de no depender más de la combustión de hidrocarburos? ¿No son las energías limpias y renovables, como lo es la hídrica, el tipo de alternativa que debería impulsarse? No podrá haber desarrollo sin crecimiento económico y éste requiere más producción de energía. Si llegase a sobrar, se exporta: ¿cuál es el problema?
En mi opinión al hacer a un lado lo que es interés nacional y anteponer los intereses de unos pocos cientos de familias, esta izquierda comete un grave error. Pierde credibilidad y seriedad, actuando más como grupo de presión que como alternativa política ante la sociedad. No es aceptable el afán por mostrar capacidad de movilización sin considerar qué tan racionales y razonables son las demandas. Los pobladores de la zona deben exigir ser debidamente indemnizados, reubicados y auxiliados; merecen el apoyo total en esas justas demandas. Pero no puede pretenderse que el interés de un grupo prevalezca sobre el interés de la nación entera.
El incidente puede ser una simple anécdota, una simple reacción ante el “desaire” de no sentirse tomados en cuenta por el Ejecutivo. Pero fuera bueno que le sirva a esta izquierda “radical” para reflexionar y rectificar. También para abordar lo que a mi modo de ver es una debilidad: el no haberse constituido en partido político. Movimientos sociales como los Verdes en Alemania o los que fundaron el PT brasileño terminaron por dar este paso, sin que ello significase el abandono de su ideario. ¿Por qué no trabajar en formalizar una estructura, un programa, una estrategia que sirvan para unificar el pensamiento, para hacer una propuesta concreta a la población y competir con las demás fuerzas políticas del país?
Mientras esta izquierda de vocación revolucionaria, extraparlamentaria y verbalmente antisistema no dé pasos en tal dirección, mucho me temo que seguirá contribuyendo más a la confusión que a la clarificación, a la protesta sin propuesta, a la crítica sin alternativas ni soluciones. Y así se condena a la automarginación, a ser vista como parte del problema y no de la solución, a participar involuntariamente en una tenaza política mediante la cual el gobierno de Mauricio Funes se ve atacado simultáneamente por el flanco derecho y por el izquierdo. Un escenario que recuerda demasiado al que se configuró contra Allende en el Chile de inicios de los setenta. Que ya sabemos cómo terminó.
Hace poco Dago expresaba: “el 15 de marzo el FMLN ganó el gobierno; el 1° de junio lo perdió”. Está diciendo lo mismo, aunque mejor dicho, que dice Cristiani, el jefe de Arena: “veo división entre el gobierno y el partido de gobierno, no está claro quién decide”; “tal parece que Mauricio Funes preside, pero no gobierna”. A mí me parece preocupante esta coincidencia entre la extrema izquierda y la extrema derecha. Creo que a los miembros de la TR debería preocuparles también.
Por eso mi llamado al profeta desairado o a quienes puedan sentirse desairados en sus aspiraciones a que mejor avancen en estructurar mejor la opción política que representan sin caer en demagogias ni populismos baratos. Así su participación podrá verse como contribución que suma y no que resta; que lejos de dividir, multiplica y acrecienta; que ayude en asegurar el rumbo y prepare para las nuevas etapas del proceso que ya se adivinan en el horizonte. En ellas tocará caminar juntos, codo con codo.
Debo antes que nada confesar que comparto el aprecio y admiración que muchos sienten por Dagoberto Gutiérrez. Considerado uno de los más brillantes analistas políticos del país, es asimismo uno de los pocos que utilizan el método dialéctico en sus reflexiones, las cuales suelen tener además un alto valor pedagógico. Aunque él modestamente se presenta como “un luchador social”, se sabe que es uno de los dirigentes de una corriente de izquierda radical llamada Tendencia Revolucionaria, TR. Lo que sí me molesta un poco de Dago – también eso debo confesar – es ese tono de sermón religioso, de prédica esotérica, de orador de púlpito, que a menudo adopta cuando habla en público. Por eso me parece que le resulta apropiado el calificativo de “profeta” que aquí le endoso.
También Dagoberto fue en su momento “profeta armado” (quién no lo recuerda en la colonia Escalón, al frente de la fuerza guerrillera durante la ofensiva de 1989); después pasó a ser “profeta desarmado” en su paso fugaz por la Asamblea Legislativa como diputado (díscolo) del FMLN. Muy pronto se separó de su partido, protagonizando su única escisión de izquierda. Hoy, tras la asunción del gobierno de Mauricio Funes, lo veo más bien como el “profeta desairado”. Enseguida explicaré por qué.
El movimiento que encabeza no ha querido organizarse como partido y se presenta vinculado y conduciendo a una parte del movimiento social. Critica al FMLN por su reformismo y por haberse integrado “al sistema” desde que se legalizó y participa en las instituciones. Le achaca haberse alejado de la gente y de sus reivindicaciones, las que intenta organizar y dirigir la TR. En mi opinión ésta ha de ser caracterizada como una “izquierda extraparlamentaria”. Es su derecho actuar desde la sociedad civil y no hacerlo desde las instituciones e instancias del “sistema político” al que critica. Es una fuerza política real con la que hay que contar, al margen, por voluntad propia, de la formalidad de las instituciones.
No necesariamente ello la convierte en una izquierda revolucionaria, al igual que participar en la escena parlamentaria y en las instituciones no hace automáticamente reformista a la otra izquierda, la que representa el Frente. Hay que ver los contenidos concretos de la política, el rumbo y la estrategia para juzgar a una y a otra izquierda. Aparte del hecho que en el propio FMLN coexisten varias corrientes diferentes. Las cosas no son en blanco y negro o, si se prefiere, en rojo y rosadito. Hay muchos más matices en la realidad compleja de la izquierda salvadoreña actual.
El grave problema que enfrenta en el actual período una izquierda con voluntad y vocación revolucionarias es que desde los acuerdos de paz la época está signada por la reforma. En 1992 la negociación logró por esa vía lo que la revolución no había alcanzado en los ochenta: reformas a la Constitución y al sistema político que abrieron paso a la democracia. No es fácil ser revolucionario cuando la época no es de revolución sino de reforma. De hecho, en cada coyuntura electoral esta izquierda radical se ha visto enfrentada al dilema de oponerse a las elecciones, arriesgando ser vista como un factor del gane de la derecha, o participar apoyando la opción del Frente, a riesgo de caer en una incoherencia de estrategia y de discurso. En los procesos eleccionarios del presente año Dago declaró en público que había votado por el FMLN en las de alcaldes y diputados y que votaría por Mauricio Funes en las de marzo. De modo que la izquierda extraparlamentaria en esta ocasión sí participó abiertamente, aunque no se haya sumado al esfuerzo de la campaña electoral.
Ha sido un componente del triunfo, parte del torrente por el cambio que al fin se impuso poniendo término a dos décadas de gobiernos areneros. No negoció ni condicionó su apoyo, lo cual honra sus principios. Pero poco tardó en empezar a enviar señales de querer ser incluida a la hora del reparto de cargos en el gabinete y en las instituciones. En el área del medio ambiente fueron propuestos nombres de expertos cercanos a la TR promovidos por ciertas bases del movimiento social. No fueron tomados en cuenta. Y uno sospecha que puede ser uno de los motivos de las recientes movilizaciones contra la proyectada presa El Chaparral.
No me parece coherente. Si uno se proclama antisistema y quiere hacer lucha extraparlamentaria, ¿por qué de pronto este afán en ser parte del sistema político y en impulsar cosas desde las instituciones del Estado? Por otro lado, los medioambientalistas conocen muy bien el problema de las plantas eléctricas que funcionan con fuel, su contaminación y su alto costo. ¿Cómo puede afirmarse que “el país tiene capacidad instalada de sobra” y no ver la conveniencia de no depender más de la combustión de hidrocarburos? ¿No son las energías limpias y renovables, como lo es la hídrica, el tipo de alternativa que debería impulsarse? No podrá haber desarrollo sin crecimiento económico y éste requiere más producción de energía. Si llegase a sobrar, se exporta: ¿cuál es el problema?
En mi opinión al hacer a un lado lo que es interés nacional y anteponer los intereses de unos pocos cientos de familias, esta izquierda comete un grave error. Pierde credibilidad y seriedad, actuando más como grupo de presión que como alternativa política ante la sociedad. No es aceptable el afán por mostrar capacidad de movilización sin considerar qué tan racionales y razonables son las demandas. Los pobladores de la zona deben exigir ser debidamente indemnizados, reubicados y auxiliados; merecen el apoyo total en esas justas demandas. Pero no puede pretenderse que el interés de un grupo prevalezca sobre el interés de la nación entera.
El incidente puede ser una simple anécdota, una simple reacción ante el “desaire” de no sentirse tomados en cuenta por el Ejecutivo. Pero fuera bueno que le sirva a esta izquierda “radical” para reflexionar y rectificar. También para abordar lo que a mi modo de ver es una debilidad: el no haberse constituido en partido político. Movimientos sociales como los Verdes en Alemania o los que fundaron el PT brasileño terminaron por dar este paso, sin que ello significase el abandono de su ideario. ¿Por qué no trabajar en formalizar una estructura, un programa, una estrategia que sirvan para unificar el pensamiento, para hacer una propuesta concreta a la población y competir con las demás fuerzas políticas del país?
Mientras esta izquierda de vocación revolucionaria, extraparlamentaria y verbalmente antisistema no dé pasos en tal dirección, mucho me temo que seguirá contribuyendo más a la confusión que a la clarificación, a la protesta sin propuesta, a la crítica sin alternativas ni soluciones. Y así se condena a la automarginación, a ser vista como parte del problema y no de la solución, a participar involuntariamente en una tenaza política mediante la cual el gobierno de Mauricio Funes se ve atacado simultáneamente por el flanco derecho y por el izquierdo. Un escenario que recuerda demasiado al que se configuró contra Allende en el Chile de inicios de los setenta. Que ya sabemos cómo terminó.
Hace poco Dago expresaba: “el 15 de marzo el FMLN ganó el gobierno; el 1° de junio lo perdió”. Está diciendo lo mismo, aunque mejor dicho, que dice Cristiani, el jefe de Arena: “veo división entre el gobierno y el partido de gobierno, no está claro quién decide”; “tal parece que Mauricio Funes preside, pero no gobierna”. A mí me parece preocupante esta coincidencia entre la extrema izquierda y la extrema derecha. Creo que a los miembros de la TR debería preocuparles también.
Por eso mi llamado al profeta desairado o a quienes puedan sentirse desairados en sus aspiraciones a que mejor avancen en estructurar mejor la opción política que representan sin caer en demagogias ni populismos baratos. Así su participación podrá verse como contribución que suma y no que resta; que lejos de dividir, multiplica y acrecienta; que ayude en asegurar el rumbo y prepare para las nuevas etapas del proceso que ya se adivinan en el horizonte. En ellas tocará caminar juntos, codo con codo.
Ricardo Ribera 2009, LA DERECHA EN SU LABERINTO
Se dice que la política es “el arte de lo posible”. En El Salvador ha pasado a ser “el arte de lo improbable”. Lejos de ser previsible y, por tanto, aburrida, en nuestro entrañable terruño se ha convertido en terreno de sorpresas. Es lo que la hace tan entretenida. Es lo que mantiene expectante al personal, siempre pendiente del espectáculo de nuevas figuras, cual calidoscopio en el que nuevas combinaciones imprevistas sustituyen a las anteriores, en una sucesiva serie de colores y formas, en transformación constante.
Posiblemente sea esto lo que inquietó al Presidente. No tanto el riesgo de perder estabilidad y gobernabilidad, como la falta de predictibilidad. En la Asamblea Legislativa predomina lo impredecible, lo cual siempre será visto como un riesgo para quien tenga la tarea de gobernar este país, que tiende de suyo propio a lo caótico y lo ingobernable. Sin embargo, esta primera apreciación de Mauricio Funes ha quedado desmentida en los hechos.
El resultado del terremoto parlamentario es un nuevo escenario en el que aumentan las opciones para el partido de gobierno. Por tanto, aumenta la gobernabilidad, entendida como la posibilidad real de que las decisiones de gobierno puedan ser llevadas a la práctica sin obstáculos de importancia. El FMLN dispondrá de tres opciones distintas para lograr la mayoría simple: con Arena, con el G-12 o con el PCN. Para alcanzar la mayoría calificada tendrá dos alternativas: con Arena o en un acuerdo que incluya al PCN y al grupo de doce disidentes areneros.
Por tanto, es innegable que el Ejecutivo queda en una mucho mejor posición al momento de necesitar apoyarse en el poder legislativo. El FMLN, partido ganador de la elección presidencial, consigue cierta capacidad de control o incluso de veto respecto a su propio candidato, hoy Presidente de la República. A éste le tocará negociar con su propio partido, algo que siempre será mucho más cómodo que hacerlo con quien amenazaba “hacer arder Troya” si no se satisfacían sus demandas.
Cristiani exigía detener la “operación limpieza” en el aparato estatal, mismo que tras dos décadas de control arenero está repleto de militantes, activistas y saboteadores del gobierno. A esta exigencia central fue agregando otros caprichos, como el apoyo a las promesas de campaña del alcalde capitalino, impracticables desde las finanzas de la municipalidad. El mismo esquema copiaron los disidentes: el Coena debía detener la “limpia” de estructuras internas – de los “saquistas” o “saqueadores”– más otros caprichos, como puestos en la dirección partidaria e incluso el retiro del propio Cristiani. Nada frena ahora que ambas depuraciones se lleven a cabo, la del aparato de estado y la del partido. Para bien de la politica.
La fragmentación de la derecha, su proceso de descomposición, tiene su origen en sus propias decisiones. La elección legislativa y municipal fue separada en el tiempo de la presidencial. Era una estratagema de la derecha que ha resultado fatal para ella misma. En efecto, entre las de enero y las de marzo se forjó el “bloque de derecha”, como un intento desesperado para impedir la posible victoria de la izquierda en una primera vuelta, haciendo que el 15 de marzo fuera una especie de segunda vuelta. Ahí cobró fuerza el desprendimiento de líderes demócrata cristianos, encabezados por el hijo de Napoleón Duarte, que se sumaron a la campaña de Funes. Provocó en el PCN la ruptura de sus candidatos con el partido, que también sumaron a la candidatura por el cambio, acuerpados por el diputado Arévalo.
Es decir, la unidad de toda la derecha impulsó la actual división. Cegada por la astucia táctica, a la derecha le faltó inteligencia estratégica. Hoy paga el precio por ello. En política el pensamiento estratégico siempre termina imponiéndose a las maniobras tácticas, la inteligencia a la simple astucia. La derecha no supo aprender de su oponente: debió calibrar el resultado del pulso entre el estratega Schafik Hándal y el táctico Joaquín Villalobos. Uno vive hoy en el pináculo de la inmortalidad y desde allí sigue influyendo con sus ideas, mientras el otro permanece en su exilio dorado, devaluado en simple propagandista, desprestigiado, sin mayor incidencia ni capacidad de arrastre.
Villalobos coló a su lugarteniente Ana Guadalupe Martínez, como segunda de a bordo del PDC. Tampoco el actual secretario general, Rodolfo Parker, procede de la tradición cristiano-demócrata ni posee afinidad ideológica con el ideario histórico de este partido. Éste languidece en las playas de los naufragios históricos. Logró en el protocolo del 1° de mayo una presencia desproporcionada en la Junta Directiva del parlamento, fruto de la astucia del momento que ahora resulta corregida por la astucia coyuntural del grupo de Gallegos: con sólo cinco diputados, tener dos sillas retorcía la lógica política. La nueva aritmética pone ahora las cosas en su lugar, queda con un solo asiento en la directiva y Parker regresa a la llanura, al frente de una fracción que de hecho es hoy por hoy irrelevante.
En la aritmética parlamentaria, a veces surrealista, dos más dos pueden ser cinco. Es así cómo Arena, que conserva 20 diputados, tendrá dos puestos en la directiva mientras que la docena de disidentes obtiene tres. Dudando entre optar por la firmeza o por la habilidad, el lobo Cristiani termina cual oveja trasquilada. Ha logrado lo que parece un imposible, que la mayor fracción opositora resulte cualitativamente irrelevante a la hora de hacer mayoría, simple o cualificada; con derecho a pataleo mas sin incidencia.
Pagará su precio si no consigue transformar pronto el escenario: si algo no perdona la derecha es ser un perdedor, invertir mal tu capital, no saber qué hacer con las cartas con las que te toca jugar. De ahí que la recomposición de la dirección de Arena se vuelva algo impostergable, de supervivencia.
Quien sigue flotando es don Ciro Cruz Zepeda y su partido, sobreviviente de naufragios peores, capaz de ofrecer su mercancía a quien le convenga comprarla y pague su precio. Sin embargo, tiene la carcoma en las maderas de su propia casa, en sus mismas bases, y podría venirse al suelo en tiempo no tan distante. Desde que le ganó el pulso a Hugo Carrillo, don Ciro tomó el timón como complemento indispensable de gobernabilidad y estabilidad, no necesariamente a favor de la derecha, como lo demostró en legislaturas pasadas. El PCN no es el futuro. Representa el pasado como ningún otro partido en el país. Ha servido de refugio a cuanto marginado, frustrado o expulsado de las otras derechas ha ido apareciendo. En este sentido, podría tener todavía un futuro, pues probablemente lo que más va a abundar en las filas derechistas es la frustración y la marginación.
Un general francés, al término de la segunda guerra mundial, comentó con ácida ironía: “amo tanto a Alemania, que prefiero que haya dos”. Más de algún izquierdista en nuestro país debe ahora estar pensando algo similar: “quiero tanto a la derecha, que prefiero que haya varias, que haya muchas”. Al paso que vamos pronto nos tocará concluir que el proyecto de unidad nacional que se impulsa hoy por el gobierno, ha venido a edificarse sobre la división de la derecha opositora. No es un destino. Es más bien propio de la ceguera que, como en Edipo, provoca la predicción fatal, justamente en los intentos desesperados por querer escapar de ella.
Posiblemente sea esto lo que inquietó al Presidente. No tanto el riesgo de perder estabilidad y gobernabilidad, como la falta de predictibilidad. En la Asamblea Legislativa predomina lo impredecible, lo cual siempre será visto como un riesgo para quien tenga la tarea de gobernar este país, que tiende de suyo propio a lo caótico y lo ingobernable. Sin embargo, esta primera apreciación de Mauricio Funes ha quedado desmentida en los hechos.
El resultado del terremoto parlamentario es un nuevo escenario en el que aumentan las opciones para el partido de gobierno. Por tanto, aumenta la gobernabilidad, entendida como la posibilidad real de que las decisiones de gobierno puedan ser llevadas a la práctica sin obstáculos de importancia. El FMLN dispondrá de tres opciones distintas para lograr la mayoría simple: con Arena, con el G-12 o con el PCN. Para alcanzar la mayoría calificada tendrá dos alternativas: con Arena o en un acuerdo que incluya al PCN y al grupo de doce disidentes areneros.
Por tanto, es innegable que el Ejecutivo queda en una mucho mejor posición al momento de necesitar apoyarse en el poder legislativo. El FMLN, partido ganador de la elección presidencial, consigue cierta capacidad de control o incluso de veto respecto a su propio candidato, hoy Presidente de la República. A éste le tocará negociar con su propio partido, algo que siempre será mucho más cómodo que hacerlo con quien amenazaba “hacer arder Troya” si no se satisfacían sus demandas.
Cristiani exigía detener la “operación limpieza” en el aparato estatal, mismo que tras dos décadas de control arenero está repleto de militantes, activistas y saboteadores del gobierno. A esta exigencia central fue agregando otros caprichos, como el apoyo a las promesas de campaña del alcalde capitalino, impracticables desde las finanzas de la municipalidad. El mismo esquema copiaron los disidentes: el Coena debía detener la “limpia” de estructuras internas – de los “saquistas” o “saqueadores”– más otros caprichos, como puestos en la dirección partidaria e incluso el retiro del propio Cristiani. Nada frena ahora que ambas depuraciones se lleven a cabo, la del aparato de estado y la del partido. Para bien de la politica.
La fragmentación de la derecha, su proceso de descomposición, tiene su origen en sus propias decisiones. La elección legislativa y municipal fue separada en el tiempo de la presidencial. Era una estratagema de la derecha que ha resultado fatal para ella misma. En efecto, entre las de enero y las de marzo se forjó el “bloque de derecha”, como un intento desesperado para impedir la posible victoria de la izquierda en una primera vuelta, haciendo que el 15 de marzo fuera una especie de segunda vuelta. Ahí cobró fuerza el desprendimiento de líderes demócrata cristianos, encabezados por el hijo de Napoleón Duarte, que se sumaron a la campaña de Funes. Provocó en el PCN la ruptura de sus candidatos con el partido, que también sumaron a la candidatura por el cambio, acuerpados por el diputado Arévalo.
Es decir, la unidad de toda la derecha impulsó la actual división. Cegada por la astucia táctica, a la derecha le faltó inteligencia estratégica. Hoy paga el precio por ello. En política el pensamiento estratégico siempre termina imponiéndose a las maniobras tácticas, la inteligencia a la simple astucia. La derecha no supo aprender de su oponente: debió calibrar el resultado del pulso entre el estratega Schafik Hándal y el táctico Joaquín Villalobos. Uno vive hoy en el pináculo de la inmortalidad y desde allí sigue influyendo con sus ideas, mientras el otro permanece en su exilio dorado, devaluado en simple propagandista, desprestigiado, sin mayor incidencia ni capacidad de arrastre.
Villalobos coló a su lugarteniente Ana Guadalupe Martínez, como segunda de a bordo del PDC. Tampoco el actual secretario general, Rodolfo Parker, procede de la tradición cristiano-demócrata ni posee afinidad ideológica con el ideario histórico de este partido. Éste languidece en las playas de los naufragios históricos. Logró en el protocolo del 1° de mayo una presencia desproporcionada en la Junta Directiva del parlamento, fruto de la astucia del momento que ahora resulta corregida por la astucia coyuntural del grupo de Gallegos: con sólo cinco diputados, tener dos sillas retorcía la lógica política. La nueva aritmética pone ahora las cosas en su lugar, queda con un solo asiento en la directiva y Parker regresa a la llanura, al frente de una fracción que de hecho es hoy por hoy irrelevante.
En la aritmética parlamentaria, a veces surrealista, dos más dos pueden ser cinco. Es así cómo Arena, que conserva 20 diputados, tendrá dos puestos en la directiva mientras que la docena de disidentes obtiene tres. Dudando entre optar por la firmeza o por la habilidad, el lobo Cristiani termina cual oveja trasquilada. Ha logrado lo que parece un imposible, que la mayor fracción opositora resulte cualitativamente irrelevante a la hora de hacer mayoría, simple o cualificada; con derecho a pataleo mas sin incidencia.
Pagará su precio si no consigue transformar pronto el escenario: si algo no perdona la derecha es ser un perdedor, invertir mal tu capital, no saber qué hacer con las cartas con las que te toca jugar. De ahí que la recomposición de la dirección de Arena se vuelva algo impostergable, de supervivencia.
Quien sigue flotando es don Ciro Cruz Zepeda y su partido, sobreviviente de naufragios peores, capaz de ofrecer su mercancía a quien le convenga comprarla y pague su precio. Sin embargo, tiene la carcoma en las maderas de su propia casa, en sus mismas bases, y podría venirse al suelo en tiempo no tan distante. Desde que le ganó el pulso a Hugo Carrillo, don Ciro tomó el timón como complemento indispensable de gobernabilidad y estabilidad, no necesariamente a favor de la derecha, como lo demostró en legislaturas pasadas. El PCN no es el futuro. Representa el pasado como ningún otro partido en el país. Ha servido de refugio a cuanto marginado, frustrado o expulsado de las otras derechas ha ido apareciendo. En este sentido, podría tener todavía un futuro, pues probablemente lo que más va a abundar en las filas derechistas es la frustración y la marginación.
Un general francés, al término de la segunda guerra mundial, comentó con ácida ironía: “amo tanto a Alemania, que prefiero que haya dos”. Más de algún izquierdista en nuestro país debe ahora estar pensando algo similar: “quiero tanto a la derecha, que prefiero que haya varias, que haya muchas”. Al paso que vamos pronto nos tocará concluir que el proyecto de unidad nacional que se impulsa hoy por el gobierno, ha venido a edificarse sobre la división de la derecha opositora. No es un destino. Es más bien propio de la ceguera que, como en Edipo, provoca la predicción fatal, justamente en los intentos desesperados por querer escapar de ella.
Ricardo Ribera 2009, CRÓNICA DE UNA RUPTURA ANUNCIADA
Ya lo había dicho Andreotti, el viejo zorro político italiano: “Ciertamente el poder desgasta, sobre todo – añadía irónicamente– a quien no lo tiene”. La democracia cristiana italiana estuvo más de cuarenta años seguidos en el gobierno; su líder sabía de lo que hablaba. La verdad de esta idea sería comprobada en El Salvador en las elecciones de 2009. Lo expresamos en una columna de opinión a principios del año: “el que pierda se divide”.
Ni el FMLN saldría indemne de otra derrota electoral en las presidenciales, que hubiera sido la cuarta consecutiva, ni tampoco Arena en caso de que se viera apartada del poder. Se dio lo segundo y casi enseguida afloraron en el anterior partido oficial signos de crisis y división. La derrota es sin duda la causa inmediata de la crisis, aunque no la única. La ruptura de la fracción legislativa arenera no será el fin de su crisis interna. Recordando la frase de Winston Churchill podríamos decir que “no estamos ante el fin, ni siquiera es el principio del fin; probablemente es tan sólo el final del principio”.
Lo que sorprende es la simplicidad con que se ha desarrollado este primer desenlace. Tan simple todo, que vuelve superfluo el análisis. No hay nada a desvelar porque, sin velos ideológicos ni ropajes políticos, los grupos de Arena en pugna dejan ver, sin pudor alguno, al desnudo, la evolución de su fragmentación. Luchas de poder, de fracciones, sin apreciables diferencias ideológicas ni políticas. Un pulso donde la derrota y sus culpables son el único argumento. Lo dice el dicho: “al triunfo le aparecen muchos padres, pero el fracaso siempre es huérfano”.
Chantajista chantajeado: Cristiani exigía una serie de cosas al gobierno. Si no accedía a su lista de demandas, más y más larga cada vez, amenazaba con bloquear el presupuesto, con bloquear al gobierno, con bloquear al país. “Aquí va a arder Troya” exclamó y sonó como grito de batalla. Pero de repente los diputados disidentes van y le aplican su misma medicina. Es Cristiani quien ahora resulta bloqueado, chantajeado. Había amenazado con hacer arder Troya, pero ahora se ve que el caballo lo tenía él infiltrado en su propia casa. Que es también la de Tony Saca.
Éste lo expresó claramente en la asamblea partidaria: “No me voy, ésta es mi casa”: Tal vez no le entendieron el domingo. Tuvieron que entenderlo el día siguiente, cuando se anunció la rebeldía parlamentaria. A cambio de sus votos esta docena de diputados fueron elevando el nivel de exigencias al Coena, hasta el rompimiento, que parece definitivo.
Lo grave es que sin esa docena de votos Arena, aun manteniéndose como la mayor fuerza de oposición, pierde toda capacidad de veto. El partido en el gobierno puede obtener mayoría simple e incluso calificada sin los votos de los diputados areneros que se mantienen fieles a la actual dirección del partido. En conclusión, Arena puede caer en la irrelevancia. Nunca antes visto. Inimaginable.
Es pronto para juzgar el desempeño de Alfredo Cristiani como presidente de su partido, en una coyuntura tan complicada. Por de pronto ha perdido mucho de su capital político e imagen histórica: ni su presunta habilidad, ni su publicitado carácter visionario, ni su talante supuestamente concertador, ni la firmeza inmutable que se le atribuía. Nada de eso se ha visto en estos meses en el puesto de mando de Arena. Más bien todo lo contrario: se le vio como alguien voluble, autoritario, de cortas miras, torpe políticamente.
Se puso al timón de un barco que había encallado. Con sus maniobras para destrabarlo, tal parece que ha provocado que empiece a hacer agua y que peligre irse a pique. Si alguna pericia le queda, tendrá que demostrarla muy rápidamente. Con lo que le queda de tripulación, tras el motín a bordo del que estamos siendo testigos. Que tal vez no termina.
La derecha económica difícilmente mira con tranquilidad el espectáculo de esta derecha partidaria. Se queda sin instrumento. No es claro quién puede representar una solución, si los veteranos, o los novatos, o los perdedores. No hay unidad de intereses ni de pensamiento. Lo que es peor: no hay pensamiento. Nadie ofrece un proyecto, una estrategia, una alternativa de largo plazo.
Ha de parecer más sensato cambiar de barco o ponerse a construir uno nuevo. El problema es que eso lleva tiempo. Por ahora su mejor opción ha de ser tratar de ponerse de acuerdo con el actual gobierno. Éste, en vez de representar el Apocalipsis que anunciaban las profecías de campaña, más se asemeja al arca de Noé, donde las más diversas especies se salvaron de ahogarse durante el tiempo que duró el diluvio. En efecto, es lo único que parece flotar, hasta donde la vista alcanza, en mitad de tal tempestad.
Ni el FMLN saldría indemne de otra derrota electoral en las presidenciales, que hubiera sido la cuarta consecutiva, ni tampoco Arena en caso de que se viera apartada del poder. Se dio lo segundo y casi enseguida afloraron en el anterior partido oficial signos de crisis y división. La derrota es sin duda la causa inmediata de la crisis, aunque no la única. La ruptura de la fracción legislativa arenera no será el fin de su crisis interna. Recordando la frase de Winston Churchill podríamos decir que “no estamos ante el fin, ni siquiera es el principio del fin; probablemente es tan sólo el final del principio”.
Lo que sorprende es la simplicidad con que se ha desarrollado este primer desenlace. Tan simple todo, que vuelve superfluo el análisis. No hay nada a desvelar porque, sin velos ideológicos ni ropajes políticos, los grupos de Arena en pugna dejan ver, sin pudor alguno, al desnudo, la evolución de su fragmentación. Luchas de poder, de fracciones, sin apreciables diferencias ideológicas ni políticas. Un pulso donde la derrota y sus culpables son el único argumento. Lo dice el dicho: “al triunfo le aparecen muchos padres, pero el fracaso siempre es huérfano”.
Chantajista chantajeado: Cristiani exigía una serie de cosas al gobierno. Si no accedía a su lista de demandas, más y más larga cada vez, amenazaba con bloquear el presupuesto, con bloquear al gobierno, con bloquear al país. “Aquí va a arder Troya” exclamó y sonó como grito de batalla. Pero de repente los diputados disidentes van y le aplican su misma medicina. Es Cristiani quien ahora resulta bloqueado, chantajeado. Había amenazado con hacer arder Troya, pero ahora se ve que el caballo lo tenía él infiltrado en su propia casa. Que es también la de Tony Saca.
Éste lo expresó claramente en la asamblea partidaria: “No me voy, ésta es mi casa”: Tal vez no le entendieron el domingo. Tuvieron que entenderlo el día siguiente, cuando se anunció la rebeldía parlamentaria. A cambio de sus votos esta docena de diputados fueron elevando el nivel de exigencias al Coena, hasta el rompimiento, que parece definitivo.
Lo grave es que sin esa docena de votos Arena, aun manteniéndose como la mayor fuerza de oposición, pierde toda capacidad de veto. El partido en el gobierno puede obtener mayoría simple e incluso calificada sin los votos de los diputados areneros que se mantienen fieles a la actual dirección del partido. En conclusión, Arena puede caer en la irrelevancia. Nunca antes visto. Inimaginable.
Es pronto para juzgar el desempeño de Alfredo Cristiani como presidente de su partido, en una coyuntura tan complicada. Por de pronto ha perdido mucho de su capital político e imagen histórica: ni su presunta habilidad, ni su publicitado carácter visionario, ni su talante supuestamente concertador, ni la firmeza inmutable que se le atribuía. Nada de eso se ha visto en estos meses en el puesto de mando de Arena. Más bien todo lo contrario: se le vio como alguien voluble, autoritario, de cortas miras, torpe políticamente.
Se puso al timón de un barco que había encallado. Con sus maniobras para destrabarlo, tal parece que ha provocado que empiece a hacer agua y que peligre irse a pique. Si alguna pericia le queda, tendrá que demostrarla muy rápidamente. Con lo que le queda de tripulación, tras el motín a bordo del que estamos siendo testigos. Que tal vez no termina.
La derecha económica difícilmente mira con tranquilidad el espectáculo de esta derecha partidaria. Se queda sin instrumento. No es claro quién puede representar una solución, si los veteranos, o los novatos, o los perdedores. No hay unidad de intereses ni de pensamiento. Lo que es peor: no hay pensamiento. Nadie ofrece un proyecto, una estrategia, una alternativa de largo plazo.
Ha de parecer más sensato cambiar de barco o ponerse a construir uno nuevo. El problema es que eso lleva tiempo. Por ahora su mejor opción ha de ser tratar de ponerse de acuerdo con el actual gobierno. Éste, en vez de representar el Apocalipsis que anunciaban las profecías de campaña, más se asemeja al arca de Noé, donde las más diversas especies se salvaron de ahogarse durante el tiempo que duró el diluvio. En efecto, es lo único que parece flotar, hasta donde la vista alcanza, en mitad de tal tempestad.
Ricardo Ribera 2009, DIALÉCTICA ENTRE LA UNIDAD Y LA DIVISIÓN
Hay momentos históricos en que se abre paso la idea de unidad nacional, en tanto aspiración y voluntad política, empujada por una oleada de entusiasmo y de ilusión por la unanimidad. Son situaciones que parecieran dar la razón a Hegel, el gran ideólogo del Estado-nación moderno. Son momentos excepcionales en la historia. Pero existen.
El país vivió uno así con la firma de los acuerdos de paz. Se extendió unos dos años, hasta las elecciones de 1994, con las que naufragó el consenso, se rompió la unidad del FMLN y se impuso finalmente el Pacto de San Andrés suscrito por las dirigencias de ERP y RN y el gobierno del Dr. Calderón Sol. Desde entonces primó la confrontación sobre la concertación. La guerra se había superado definitivamente y el marco democrático ganaba la aceptación unánime que antes había faltado. Pero simultáneamente se convertía en arena de confrontación. Como si la paz se concibiera ahora como la continuación de la guerra por otros medios. Y así llegamos a las elecciones de 2009.
Acabamos de atravesar otro momento de unidad similar, tras el 15 de marzo, el cual con razón se ha comparado con la coyuntura del proceso de paz. La suave transición de gobierno, desde la proclamación generosa de la victoria y la digna aceptación de la derrota, revivió por unas semanas una situación de unificación nacional. Las dos grandes fuerzas, el bloque de las izquierdas y el de las derechas, por un momento antepusieron el interés nacional y parecía vivirse el idilio de la concertación y de la cooperación, insospechado tras la dura confrontación de dieciocho meses de larga campaña electoral. No tenía bases sólidas y ha durado poco esta vez. Menos de dos meses.
Pareciera hoy que Marx vuelve a tomarse la revancha con Hegel. Mientras éste proclamaba que la voluntad general de Rousseau, el bien común, sólo en el Estado y por el Estado podía materializarse, aquél denunciaba que siempre el aparato estatal está al servicio de la clase dominante, que sólo en apariencia se coloca por encima de las clases, como ente neutral. Es en la sociedad, por medio de la lucha de clases, donde ha de resolverse el problema de intereses contradictorios. No postulando un ilusorio interés general, sino imponiendo por la fuerza el interés de las mayorías, el interés de clase de los trabajadores.
Sin embargo Marx no resolvió un matiz de importancia: aun si la neutralidad es sólo apariencia, pues en esencia el Estado es siempre Estado de clase, no obstante aquélla le corresponde, no puede desprenderse de su apariencia, está en su naturaleza el mantenerla. Apariencia que cobra vida en la esfera de la ideología, mientras la ficticia unidad nacional sea defendida y creída por las masas ciudadanas. La unidad esconde la división pero, también a la inversa, la división genera la unidad. Veámoslo.
Efectivamente, la división entre derecha e izquierda, la famosa polarización que tanto molesta a los espíritus moderados y antimarxistas, ha sido la clave de la amplia unidad que se gestó en torno a la candidatura de Mauricio Funes.
Proclamando su voluntad de constituir un “gobierno de unidad nacional” se ensanchaba la base social de sus apoyos, más allá de los sectores populares y del espectro de las diferentes corrientes de izquierda. La posibilidad cierta de una “unidad nacional” en torno al nuevo proyecto, que rompa con el pasado y que signifique “el cambio”, se fundamenta justamente en la división de la cual surge. Gana credibilidad al incorporar al nuevo gabinete a personas que provienen de diversos sectores sociales, de las diferentes izquierdas, incluso algunas de derecha o de pensamiento conservador, también algún millonario, pese a las sospechas que esto pueda levantar en ciertos círculos izquierdistas. Más molesta todavía a las derechas constatar esta capacidad de atracción y de flexibilidad mostrada por el gobierno del FMLN.
Fracasó en el manejo de esta dialéctica división/unidad la oferta electoral de la derecha. Su prometida unidad, su discurso sobre los intereses nacionales, no era creíble. Se impuso la sensatez, el sentido común, conquistado esta vez por las clases dominadas, haciendo de la idea del “cambio seguro” la idea dominante. Marx explicaba que las clases dominantes imponen siempre las ideas dominantes en una sociedad: pero éstas hoy en nuestro país están en disputa, con una clara victoria coyuntural de “los de abajo” que tienden a imponer, al modo de Gramsci, su hegemonía ideológica. Si prima el rechazo al continuismo es claro que el rechazo inequívoco del pasado era un requisito imperativo para el gobierno del cambio.
La derecha política percibe que puede quedar atrapada en la unidad nacional que proclama el nuevo gobierno, que cooperar con él podría fortalecerlo, por eso decidió anteponer su propia unidad, la alianza del bloque de las derechas. Ante la mano tendida del ganador, el perdedor reaccionó proclamando que la alianza con PDC y PCN era su prioridad, rechazó la oferta de alternarse en la conducción del órgano legislativo, bloqueó la elección del fiscal y de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia e impuso en la Presidencia de la Asamblea Legislativa a Ciro Cruz Zepeda. Grave error, pero comprensible ante la difícil situación de estar obligada a presentarse como una oposición “constructiva” y razonable, pero al mismo tiempo buscar el desgaste desde el primer día del actual bloque en el gobierno y de preservar su propia unidad.
Toda acción genera una reacción; la desafiante iniciativa derechista del 1° de mayo ha tenido su réplica este 1° de junio. Tanto en los enérgicos reclamos del discurso presidencial hacia los errores y la corrupción de los gobiernos anteriores, o por el estado desastroso en que recibe las finanzas públicas, como en las nuevas medidas y los principios que anuncia. Acompaña lo positivo de sus propuestas, con la acusación negativa hacia los veinte años precedentes. Era necesario hacerlo y en realidad no debilita su mensaje de querer impulsar un “gobierno de unidad nacional”. Es más, sin aquella denuncia su voluntad unitaria carecería de credibilidad. Es lo que parece no haber entendido Arena y de ahí su sorpresa o supuesta indignación ante “la dureza” del discurso presidencial. Pero ningún dignatario de los presentes en el acto de toma de posesión lo percibió así. Sólo los areneros lucían molestos ese día, al punto de redactar un lamentable comunicado del Coena que no ha tenido mayor eco ni generado adhesiones.
Lo más notorio del nuevo escenario es la división entre la derecha económica y la derecha política. La primera ha reaccionado positivamente al discurso de investidura del Presidente Funes, así como a la composición del gabinete y a las primeras medidas anunciadas. Las quejas y pataletas de la dirigencia del antiguo partido oficial resultan patéticas ante el distanciamiento de las demás esferas de poder: el empresarial, el mediático, el militar, el internacional. Hay un coro de elogios y de expectativas favorables: Arena se queda sola.
Es cada vez más evidente para el poder económico el agotamiento histórico del partido Arena como instrumento político. Pronto han de surgir iniciativas por lanzar una nueva derecha que reemplace la desgastada herramienta. Pero por de pronto hay oportunidades para una diferenciación entre la burguesía.
La mayoría de empresarios tienen interés en un modelo económico como el propuesto, que sólo a una pequeña argolla oligárquica afectará. Y lo mismo con el fortalecimiento del Estado de Derecho, la superación de la corrupción y de la inseguridad, el combate al crimen organizado, la eficacia, honestidad y transparencia en el manejo de la cosa pública. Esta “unidad nacional” es viable y anhelada, aunque obviamente tendrá sus adversarios: los pequeños grupos privilegiados en el anterior esquema de exclusión.
Desde la izquierda extra-parlamentaria y desde el movimiento social voces de insatisfacción, de recelo o de exigencia. Es normal. Y es bueno que se ejerza presión desde los sectores populares. Habrá que distinguir las demandas que sea posible atender en el corto plazo, de aquéllas que requieran más tiempo o un mejor escenario.
Se deben distinguir las demandas bien formuladas de las que no, pues no todas tienen una orientación correcta. Por ejemplo: una cosa es rechazar en aras del bien común la actividad minera del oro, que requiere usar cianuro y envenenaría los mantos acuíferos. A pesar de los empleos que las empresas mineras ofrecen, esos intereses particulares deben someterse al interés de la nación. Es correcto.
Pero respecto las nuevas represas la izquierda social utiliza la lógica inversa: se opone con el argumento de que perjudicarán a los campesinos de las zonas a inundar, sin privilegiar el interés nacional. No se puede estar por energías limpias y renovables, por un desarrollo sostenible – que obviamente requerirá mayor capacidad energética – y al mismo tiempo estar contra las represas ya proyectadas. La tentación populista o demagógica ha de ser evitada, a fin de preservar la racionalidad y la sensatez, la unidad, del proyecto nacional. Un verdadero gobierno popular no será aquél que ceda a cualquier petición de las bases populares, sino el que sepa encauzar en la dirección correcta, con un ejercicio de auténtica pedagogía política, la diversidad de demandas.
Sería una gran satisfacción para la derecha política, hoy desconcertada y sin proyecto, mirar la aparición de fisuras en el bloque adversario. Tampoco hay que apoyar de manera acrítica y sin distingos al gobierno, incluso el propio FMLN como partido podría en ciertos temas jugar un papel de oposición o de conciencia crítica. Pero hay que cuidar ese tesoro que muestran las encuestas: la mitad o más de los que votaron por Rodrigo Ávila el 15 de marzo al día de hoy tienen una opinión favorable del Presidente Funes y de las medidas que ha anunciado. Hay que mentalizarse en positivo: lo que no se alcance a hacer en estos primeros cinco años de “revolución pacífica y democrática”, ya se hará en los veinte años siguientes.
El país vivió uno así con la firma de los acuerdos de paz. Se extendió unos dos años, hasta las elecciones de 1994, con las que naufragó el consenso, se rompió la unidad del FMLN y se impuso finalmente el Pacto de San Andrés suscrito por las dirigencias de ERP y RN y el gobierno del Dr. Calderón Sol. Desde entonces primó la confrontación sobre la concertación. La guerra se había superado definitivamente y el marco democrático ganaba la aceptación unánime que antes había faltado. Pero simultáneamente se convertía en arena de confrontación. Como si la paz se concibiera ahora como la continuación de la guerra por otros medios. Y así llegamos a las elecciones de 2009.
Acabamos de atravesar otro momento de unidad similar, tras el 15 de marzo, el cual con razón se ha comparado con la coyuntura del proceso de paz. La suave transición de gobierno, desde la proclamación generosa de la victoria y la digna aceptación de la derrota, revivió por unas semanas una situación de unificación nacional. Las dos grandes fuerzas, el bloque de las izquierdas y el de las derechas, por un momento antepusieron el interés nacional y parecía vivirse el idilio de la concertación y de la cooperación, insospechado tras la dura confrontación de dieciocho meses de larga campaña electoral. No tenía bases sólidas y ha durado poco esta vez. Menos de dos meses.
Pareciera hoy que Marx vuelve a tomarse la revancha con Hegel. Mientras éste proclamaba que la voluntad general de Rousseau, el bien común, sólo en el Estado y por el Estado podía materializarse, aquél denunciaba que siempre el aparato estatal está al servicio de la clase dominante, que sólo en apariencia se coloca por encima de las clases, como ente neutral. Es en la sociedad, por medio de la lucha de clases, donde ha de resolverse el problema de intereses contradictorios. No postulando un ilusorio interés general, sino imponiendo por la fuerza el interés de las mayorías, el interés de clase de los trabajadores.
Sin embargo Marx no resolvió un matiz de importancia: aun si la neutralidad es sólo apariencia, pues en esencia el Estado es siempre Estado de clase, no obstante aquélla le corresponde, no puede desprenderse de su apariencia, está en su naturaleza el mantenerla. Apariencia que cobra vida en la esfera de la ideología, mientras la ficticia unidad nacional sea defendida y creída por las masas ciudadanas. La unidad esconde la división pero, también a la inversa, la división genera la unidad. Veámoslo.
Efectivamente, la división entre derecha e izquierda, la famosa polarización que tanto molesta a los espíritus moderados y antimarxistas, ha sido la clave de la amplia unidad que se gestó en torno a la candidatura de Mauricio Funes.
Proclamando su voluntad de constituir un “gobierno de unidad nacional” se ensanchaba la base social de sus apoyos, más allá de los sectores populares y del espectro de las diferentes corrientes de izquierda. La posibilidad cierta de una “unidad nacional” en torno al nuevo proyecto, que rompa con el pasado y que signifique “el cambio”, se fundamenta justamente en la división de la cual surge. Gana credibilidad al incorporar al nuevo gabinete a personas que provienen de diversos sectores sociales, de las diferentes izquierdas, incluso algunas de derecha o de pensamiento conservador, también algún millonario, pese a las sospechas que esto pueda levantar en ciertos círculos izquierdistas. Más molesta todavía a las derechas constatar esta capacidad de atracción y de flexibilidad mostrada por el gobierno del FMLN.
Fracasó en el manejo de esta dialéctica división/unidad la oferta electoral de la derecha. Su prometida unidad, su discurso sobre los intereses nacionales, no era creíble. Se impuso la sensatez, el sentido común, conquistado esta vez por las clases dominadas, haciendo de la idea del “cambio seguro” la idea dominante. Marx explicaba que las clases dominantes imponen siempre las ideas dominantes en una sociedad: pero éstas hoy en nuestro país están en disputa, con una clara victoria coyuntural de “los de abajo” que tienden a imponer, al modo de Gramsci, su hegemonía ideológica. Si prima el rechazo al continuismo es claro que el rechazo inequívoco del pasado era un requisito imperativo para el gobierno del cambio.
La derecha política percibe que puede quedar atrapada en la unidad nacional que proclama el nuevo gobierno, que cooperar con él podría fortalecerlo, por eso decidió anteponer su propia unidad, la alianza del bloque de las derechas. Ante la mano tendida del ganador, el perdedor reaccionó proclamando que la alianza con PDC y PCN era su prioridad, rechazó la oferta de alternarse en la conducción del órgano legislativo, bloqueó la elección del fiscal y de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia e impuso en la Presidencia de la Asamblea Legislativa a Ciro Cruz Zepeda. Grave error, pero comprensible ante la difícil situación de estar obligada a presentarse como una oposición “constructiva” y razonable, pero al mismo tiempo buscar el desgaste desde el primer día del actual bloque en el gobierno y de preservar su propia unidad.
Toda acción genera una reacción; la desafiante iniciativa derechista del 1° de mayo ha tenido su réplica este 1° de junio. Tanto en los enérgicos reclamos del discurso presidencial hacia los errores y la corrupción de los gobiernos anteriores, o por el estado desastroso en que recibe las finanzas públicas, como en las nuevas medidas y los principios que anuncia. Acompaña lo positivo de sus propuestas, con la acusación negativa hacia los veinte años precedentes. Era necesario hacerlo y en realidad no debilita su mensaje de querer impulsar un “gobierno de unidad nacional”. Es más, sin aquella denuncia su voluntad unitaria carecería de credibilidad. Es lo que parece no haber entendido Arena y de ahí su sorpresa o supuesta indignación ante “la dureza” del discurso presidencial. Pero ningún dignatario de los presentes en el acto de toma de posesión lo percibió así. Sólo los areneros lucían molestos ese día, al punto de redactar un lamentable comunicado del Coena que no ha tenido mayor eco ni generado adhesiones.
Lo más notorio del nuevo escenario es la división entre la derecha económica y la derecha política. La primera ha reaccionado positivamente al discurso de investidura del Presidente Funes, así como a la composición del gabinete y a las primeras medidas anunciadas. Las quejas y pataletas de la dirigencia del antiguo partido oficial resultan patéticas ante el distanciamiento de las demás esferas de poder: el empresarial, el mediático, el militar, el internacional. Hay un coro de elogios y de expectativas favorables: Arena se queda sola.
Es cada vez más evidente para el poder económico el agotamiento histórico del partido Arena como instrumento político. Pronto han de surgir iniciativas por lanzar una nueva derecha que reemplace la desgastada herramienta. Pero por de pronto hay oportunidades para una diferenciación entre la burguesía.
La mayoría de empresarios tienen interés en un modelo económico como el propuesto, que sólo a una pequeña argolla oligárquica afectará. Y lo mismo con el fortalecimiento del Estado de Derecho, la superación de la corrupción y de la inseguridad, el combate al crimen organizado, la eficacia, honestidad y transparencia en el manejo de la cosa pública. Esta “unidad nacional” es viable y anhelada, aunque obviamente tendrá sus adversarios: los pequeños grupos privilegiados en el anterior esquema de exclusión.
Desde la izquierda extra-parlamentaria y desde el movimiento social voces de insatisfacción, de recelo o de exigencia. Es normal. Y es bueno que se ejerza presión desde los sectores populares. Habrá que distinguir las demandas que sea posible atender en el corto plazo, de aquéllas que requieran más tiempo o un mejor escenario.
Se deben distinguir las demandas bien formuladas de las que no, pues no todas tienen una orientación correcta. Por ejemplo: una cosa es rechazar en aras del bien común la actividad minera del oro, que requiere usar cianuro y envenenaría los mantos acuíferos. A pesar de los empleos que las empresas mineras ofrecen, esos intereses particulares deben someterse al interés de la nación. Es correcto.
Pero respecto las nuevas represas la izquierda social utiliza la lógica inversa: se opone con el argumento de que perjudicarán a los campesinos de las zonas a inundar, sin privilegiar el interés nacional. No se puede estar por energías limpias y renovables, por un desarrollo sostenible – que obviamente requerirá mayor capacidad energética – y al mismo tiempo estar contra las represas ya proyectadas. La tentación populista o demagógica ha de ser evitada, a fin de preservar la racionalidad y la sensatez, la unidad, del proyecto nacional. Un verdadero gobierno popular no será aquél que ceda a cualquier petición de las bases populares, sino el que sepa encauzar en la dirección correcta, con un ejercicio de auténtica pedagogía política, la diversidad de demandas.
Sería una gran satisfacción para la derecha política, hoy desconcertada y sin proyecto, mirar la aparición de fisuras en el bloque adversario. Tampoco hay que apoyar de manera acrítica y sin distingos al gobierno, incluso el propio FMLN como partido podría en ciertos temas jugar un papel de oposición o de conciencia crítica. Pero hay que cuidar ese tesoro que muestran las encuestas: la mitad o más de los que votaron por Rodrigo Ávila el 15 de marzo al día de hoy tienen una opinión favorable del Presidente Funes y de las medidas que ha anunciado. Hay que mentalizarse en positivo: lo que no se alcance a hacer en estos primeros cinco años de “revolución pacífica y democrática”, ya se hará en los veinte años siguientes.
Ricardo Ribera 2009, HONDURAS: EVOLUCIÓN DE LA REVOLUCIÓN
Lo de Honduras no puede ser calificado de insurrección, por el carácter pacífico del movimiento de resistencia. Pero sí tiene visos de revolución en la medida que más de cien días de movilizaciones significan el inicio del despertar de un pueblo, su creciente protagonismo, su resolución y unidad, la toma de conciencia de sus intereses y de su propio poder. Es algo que también tiene expresión en el campo zelayista: entre los tres representantes del Presidente para el diálogo se incluye a un dirigente de la resistencia. Lo que estamos presenciando es más el arranque de un proceso, que el final o desenlace de una etapa histórica.
A ello sin duda han contribuido, conscientemente, el presidente Zelaya, y en forma inconsciente e involuntaria, el usurpador Micheletti. Los cien días de su presidencia, si se valorasen al modo tradicional, arrojarían un balance claramente negativo y preocupante para los golpistas. Aparte de mantenerse, precariamente, en el poder no han alcanzado ninguno de sus objetivos. Por el contrario, han agudizado las contradicciones del país al grado tal que pronto les tocará evaluar sus actos según el parámetro con que juzgaba Napoleón Bonaparte ciertas decisiones históricas: “fue peor que un crimen, fue un error”.
La persistente, infatigable, inclaudicable, movilización popular contra el golpe de estado ha terminado por poner en evidencia la contradicción de fondo de la ideología fascista que inspira a los golpistas y a sus amigos en la región. En efecto, han tratado de justificar el golpe como defensa de las libertades y de la democracia, en riesgo, según ellos, por Zelaya, y terminan derogando derechos democráticos y libertades fundamentales. Zelaya nunca prohibió manifestaciones, ni reprimió a la población, no cerró medios de comunicación, ni suspendió garantías constitucionales. Diciendo actuar en defensa de la democracia y de la Constitución este régimen fascista suspende la Constitución y anula la democracia. Instala una dictadura que ha costado ya una decena de vidas, un centenar de heridos, cientos de detenidos, miles de reprimidos, golpeados, gaseados.
A pesar de la represión y del monopolio de la violencia, contra una masa popular heroicamente pacífica, el régimen de facto ha perdido la calle. Al inicio trató de disputarla. Los “blanquitos”, de clase alta y media alta, los “perfumados”, tiraron la toalla. También los empleados presionados para acudir a marchas protegidas por la policía, se niegan a acudir a las convocatorias. La calle es enteramente de la resistencia. Se ha hecho fuerte en las barriadas urbanas y en el campo. Es el país entero, en una proporción de tres a uno, según una reconocida empresa encuestadora, que respalda a Zelaya y repudia a Micheletti.
Es lo que explica la decisión de implantar el estado de sitio por 45 días, que suponía el reconocimiento de que la batalla por las masas se perdió. Pero el estado de excepción choca con los intereses de los candidatos a las elecciones presidenciales, que no pueden hacer campaña con estado de sitio. También con los del sector empresarial que resienten el elevado costo económico de la medida. Y con la última esperanza del golpismo: que efectuar en noviembre las elecciones procurase cierta legitimidad y salir del aislamiento mundial. Por eso ha tenido que ser levantado de manera apresurada. Micheletti llegó al extremo de pedir disculpas por haber adoptado, de manera inconsulta, la medida.
El calendario electoral ahora se convierte en un factor contra el régimen de facto, lo pone contra el tiempo. Sosteníamos en un análisis anterior que el retorno de Zelaya cambiaba el escenario y hacía que el tiempo jugase ahora contra los golpistas. Acorde con ello, el Presidente legítimo pone plazo: si para el 15 de octubre no ha sido restituido en el poder, las elecciones habrán de postergarse.
El Plan de Óscar Arias, que planteaba adelantarlas un mes, ha quedado superado por los acontecimientos. Exasperado por la estupidez de los golpistas, que se aferran a legalismos constitucionalistas, declaró que la Constitución hondureña actual es “un adefesio jurídico”, “posiblemente la peor Constitución que hay en el mundo”. Es decir, no ha de servir de escudo, de pretexto o barricada; más bien convendría hacerle reformas, cambios. Lo cual está justamente en el origen de la crisis: la intención de Zelaya de promover una Asamblea Constitucional, siguiendo las vías legales de la encuesta y después la consulta ciudadana. Objetivo que la resistencia ha vuelto a reivindicar como central en sus demandas.
Aislados del mundo, distanciados del sector empresarial que ansía algún tipo de solución, con menos apoyo de la Iglesia que intenta recuperar un rol mediador, tras la metida de pata del cardenal y arzobispo demasiado comprometido con el golpismo, lo último que necesitaban los golpistas era enemistarse con los militares, fuente y fundamento de su poder. Tal como decía Napoleón: “las bayonetas pueden servir para muchas cosas, excepto para sentarse sobre ellas”. Si un gobierno se asienta únicamente en el poder militar, en la represión, sus días están contados. Es el último de los apoyos con que cuenta Micheletti. Al fin y al cabo desencadenó el golpe la destitución del general Romeo Vásquez, y fue el ejército el que lo ejecutó. “Expulsar a Zelaya del país fue un error y tendrán que pagar por ello”. ¿Será que los golpistas civiles pretenden que los militares sean el chivo expiatorio de la aventura golpista? ¿Aceptarán serlo?
Cuando las cosas van mal, se disgrega la banda de delincuentes y todos se echan la culpa unos a otros, incriminándose mutuamente. Lo que facilita mucho el trabajo de la policía. La postura del movimiento de resistencia oponiéndose a la idea de una amnistía indiscriminada parte de razones éticas y de justicia, pero también tiene la sabiduría de acabar de dividir al grupo de maleantes que han secuestrado un país entero.
Quienes por tanto tiempo se han creído los dueños de Honduras – y que de hecho lo han sido y lo son –, simples analfabetas políticos, deberán ser alfabetizados en el abecedario básico de la democracia: la voluntad del pueblo, el poder del demos, el interés general, han de ser respetados. Se descalifican solos en esta postura justificadora de lo injustificable; más les valiera quedarse en silencio a rumiar su rabia e impotencia. Es sólo cuestión de tiempo, el eterno aliado de la humanidad, que la verdad y la razón se impongan, que se imponga el pueblo. Como sabiamente dice la oración cristiana: “que se haga al fin su voluntad, así en la tierra como en el cielo”.
A ello sin duda han contribuido, conscientemente, el presidente Zelaya, y en forma inconsciente e involuntaria, el usurpador Micheletti. Los cien días de su presidencia, si se valorasen al modo tradicional, arrojarían un balance claramente negativo y preocupante para los golpistas. Aparte de mantenerse, precariamente, en el poder no han alcanzado ninguno de sus objetivos. Por el contrario, han agudizado las contradicciones del país al grado tal que pronto les tocará evaluar sus actos según el parámetro con que juzgaba Napoleón Bonaparte ciertas decisiones históricas: “fue peor que un crimen, fue un error”.
La persistente, infatigable, inclaudicable, movilización popular contra el golpe de estado ha terminado por poner en evidencia la contradicción de fondo de la ideología fascista que inspira a los golpistas y a sus amigos en la región. En efecto, han tratado de justificar el golpe como defensa de las libertades y de la democracia, en riesgo, según ellos, por Zelaya, y terminan derogando derechos democráticos y libertades fundamentales. Zelaya nunca prohibió manifestaciones, ni reprimió a la población, no cerró medios de comunicación, ni suspendió garantías constitucionales. Diciendo actuar en defensa de la democracia y de la Constitución este régimen fascista suspende la Constitución y anula la democracia. Instala una dictadura que ha costado ya una decena de vidas, un centenar de heridos, cientos de detenidos, miles de reprimidos, golpeados, gaseados.
A pesar de la represión y del monopolio de la violencia, contra una masa popular heroicamente pacífica, el régimen de facto ha perdido la calle. Al inicio trató de disputarla. Los “blanquitos”, de clase alta y media alta, los “perfumados”, tiraron la toalla. También los empleados presionados para acudir a marchas protegidas por la policía, se niegan a acudir a las convocatorias. La calle es enteramente de la resistencia. Se ha hecho fuerte en las barriadas urbanas y en el campo. Es el país entero, en una proporción de tres a uno, según una reconocida empresa encuestadora, que respalda a Zelaya y repudia a Micheletti.
Es lo que explica la decisión de implantar el estado de sitio por 45 días, que suponía el reconocimiento de que la batalla por las masas se perdió. Pero el estado de excepción choca con los intereses de los candidatos a las elecciones presidenciales, que no pueden hacer campaña con estado de sitio. También con los del sector empresarial que resienten el elevado costo económico de la medida. Y con la última esperanza del golpismo: que efectuar en noviembre las elecciones procurase cierta legitimidad y salir del aislamiento mundial. Por eso ha tenido que ser levantado de manera apresurada. Micheletti llegó al extremo de pedir disculpas por haber adoptado, de manera inconsulta, la medida.
El calendario electoral ahora se convierte en un factor contra el régimen de facto, lo pone contra el tiempo. Sosteníamos en un análisis anterior que el retorno de Zelaya cambiaba el escenario y hacía que el tiempo jugase ahora contra los golpistas. Acorde con ello, el Presidente legítimo pone plazo: si para el 15 de octubre no ha sido restituido en el poder, las elecciones habrán de postergarse.
El Plan de Óscar Arias, que planteaba adelantarlas un mes, ha quedado superado por los acontecimientos. Exasperado por la estupidez de los golpistas, que se aferran a legalismos constitucionalistas, declaró que la Constitución hondureña actual es “un adefesio jurídico”, “posiblemente la peor Constitución que hay en el mundo”. Es decir, no ha de servir de escudo, de pretexto o barricada; más bien convendría hacerle reformas, cambios. Lo cual está justamente en el origen de la crisis: la intención de Zelaya de promover una Asamblea Constitucional, siguiendo las vías legales de la encuesta y después la consulta ciudadana. Objetivo que la resistencia ha vuelto a reivindicar como central en sus demandas.
Aislados del mundo, distanciados del sector empresarial que ansía algún tipo de solución, con menos apoyo de la Iglesia que intenta recuperar un rol mediador, tras la metida de pata del cardenal y arzobispo demasiado comprometido con el golpismo, lo último que necesitaban los golpistas era enemistarse con los militares, fuente y fundamento de su poder. Tal como decía Napoleón: “las bayonetas pueden servir para muchas cosas, excepto para sentarse sobre ellas”. Si un gobierno se asienta únicamente en el poder militar, en la represión, sus días están contados. Es el último de los apoyos con que cuenta Micheletti. Al fin y al cabo desencadenó el golpe la destitución del general Romeo Vásquez, y fue el ejército el que lo ejecutó. “Expulsar a Zelaya del país fue un error y tendrán que pagar por ello”. ¿Será que los golpistas civiles pretenden que los militares sean el chivo expiatorio de la aventura golpista? ¿Aceptarán serlo?
Cuando las cosas van mal, se disgrega la banda de delincuentes y todos se echan la culpa unos a otros, incriminándose mutuamente. Lo que facilita mucho el trabajo de la policía. La postura del movimiento de resistencia oponiéndose a la idea de una amnistía indiscriminada parte de razones éticas y de justicia, pero también tiene la sabiduría de acabar de dividir al grupo de maleantes que han secuestrado un país entero.
Quienes por tanto tiempo se han creído los dueños de Honduras – y que de hecho lo han sido y lo son –, simples analfabetas políticos, deberán ser alfabetizados en el abecedario básico de la democracia: la voluntad del pueblo, el poder del demos, el interés general, han de ser respetados. Se descalifican solos en esta postura justificadora de lo injustificable; más les valiera quedarse en silencio a rumiar su rabia e impotencia. Es sólo cuestión de tiempo, el eterno aliado de la humanidad, que la verdad y la razón se impongan, que se imponga el pueblo. Como sabiamente dice la oración cristiana: “que se haga al fin su voluntad, así en la tierra como en el cielo”.
Ricardo Ribera 2009, EN LA CANCHA HONDUREÑA: ESTADOS UNIDOS – 0 ; BRASIL – 1
Nunca antes visto. En Honduras un nuevo capítulo, sorprendente, de una saga que se arrastra ya por tres meses. Cuando parecía que perdía interés y actualidad, el audaz retorno de Mel Zelaya, que no cesa en reclamar su restitución a la Presidencia que legítimamente le corresponde, vuelve a colocar al centro de la atención mundial la crisis hondureña.
Parece de película. En la era de las telenovelas y los reality-shows los acontecimientos en el hermano país, que se pueden seguir “en vivo y en directo” a través de TeleSur y por internet, van camino de convertirse en paradigma de las nuevas formas de hacer política a la altura del siglo XXI. Donde la realidad supera, con creces, la ficción. Comedia, drama, farsa, melodrama y tragedia: la escena y sus actores cambian de registro y de género, una y otra vez, con lo que la tensión por el desarrollo del guión y su desenlace mantiene expectantes a los espectadores, que somos todos. Desde la captura y expulsión en pijama de un presidente en mitad de la noche, hasta la rocambolesca operación de regreso por sorpresa, tras otros dos intentos frustrados, a cual más espectacular, el del aeropuerto y el de la frontera terrestre, los sucesos en torno a este caso no dejan de asombrar al mundo.
Política-espectáculo: la crisis es local, mas el escenario en que se desarrolla es global. Importa la correlación de fuerzas nacional, pero también, como nunca antes, la internacional. Y en todo ello la lucha de ideas convertida en lucha por ganarse la opinión pública, tanto la local como la mundial. Cargado de dramatismo, el proceso histórico transcurre y se desarrolla ante los ojos del mundo.
Mucho tiene que ver con la figura y con la personalidad, para nada convencional, de Mel Zelaya. Con pose de galán maduro del cine de otras épocas, estampa típica de hacendado centroamericano acomodado, su aura decimonónica de caudillo independentista se complementa con la capacidad del prestidigitador, capaz de maravillar con sus trucos y de distraer la atención del público con su verbo incesante, mientras desaparece objetos y saca conejos de su sombrero de ala ancha. Los suyos lo odian, los pobres lo aman.
Se suma a una lista de nuevos líderes latinoamericanos, atípicos todos ellos, que deslumbran al mundo y significan el surgimiento de lo nuevo en un planeta dominado todavía por lo viejo. Ahí está un egresado de Harvard, doctor en economía, dirigiendo en el país que es cintura del globo una “revolución ciudadana” y popular. Está ese periodista, crítico y conocedor, buen estudioso de los problemas del país, gran analista, impulsado desde su popularidad a conductor del golpe de timón que hace ratos ya necesitaba el pulgarcito de América. También el primer presidente indígena, un aymara, uno de los pueblos originarios del continente, en el duro proceso de convertir en verdaderos ciudadanos a los miembros de mayorías marginadas y oprimidas por más de quinientos años.
Y el primer obispo electo democráticamente presidente, en el país de la eterna dictadura, activista social inspirado en la teología de la liberación y calificado por todos, no sin ironía, como “padre de la patria”. Están asimismo la hija de una víctima del pinochetismo y la actual heredera del legado populista de Evita Perón. Y el militar de origen humilde, convertido al ideario de Bolívar, que habla y habla, en exceso a veces, pero que también lee y lee, que estudia y que se prepara, que cita obras y autores, que recomienda libros, capaz de convertir un discurso en la Organización de Naciones Unidas en una charla de tono coloquial, amena e instructiva, una plática dirigida no tanto a los dirigentes como a los pueblos del mundo, para hacerlos pensar y reaccionar. Y un líder sindical, antiguo organizador de huelgas, obrero metalúrgico, autodidacta, elevado por capacidad y tenacidad a la conducción de un país que es continente al tiempo que una de las mayores economías del mundo, que ha demostrado talla de estadista y liderazgo mundial.
Frente a todos ellos, los poderes de este mundo. Incluido el poder imperial, encabezado esta vez por un personaje asimismo distinto y atípico, un brillante mulato, ganador de premios de oratoria, al que los medios han bautizado como “el primer presidente negro” en la patria de Martin Luther King, alguien que levanta esperanzas y acumula sospechas, tal vez pronto francas decepciones.
La partida de ajedrez mundial que venía jugándose desde mucho antes, continúa en el presente siglo. Con nuevos jugadores. Hay peones y piezas mayores. Simples peones se creen figuras, las torres vigilan, los caballos se amenazan y los alfiles se inquietan. Algunos peones son sacrificados, se entrelazan jugadas y se preparan estrategias, como en el juego-ciencia. Tensión en el tablero para ocupar posiciones, por quitarle espacio al otro, por avanzar las piezas propias y encerrar las del adversario, por ir quitándole movilidad y acabar dominándolo.
Pero el juego se parece también al fútbol, donde el equipo cambia jugadores, algunos del banquillo saltan a la cancha y otros que estaban en ella son sustituidos. Hay que calcular bien la estrategia del adversario, preguntarse por qué hace el cambio, qué pretende con él y con qué cambio puedo responder yo. En medio de todo esto, se produce el grito de gol. Tras varias oportunidades fallidas, la pelota al fin entró…
Entró. Zelaya entró. Y quien se apunta el gol es Brasil. Se abrió el marcador. El adversario, desconcertado, manda al portavoz de la Casa Blanca, Ian Kelly, a recoger la pelota al fondo de la portería: “Al parecer Zelaya está en Tegucigalpa, pero no sabemos dónde.” Lula sí sabe. Y sabe Chávez. Probablemente sepa también Daniel Ortega. Y el FMLN. Salió de Managua, en un avión de PDVSA, se le vio con dirigentes efemelenistas y… desapareció. Para horas más tarde aparecer, cual maestro del ilusionismo, en la embajada brasileña de Tegucigalpa. En territorio brasileño, pero junto a su pueblo, en su patria, como había prometido: Mel Zelaya está en Honduras y asegura que “de aquí no me volverán a sacar”.
Diferentes izquierdas latinoamericanas han estado en la jugada y le han metido gol al imperio. Por primera vez y por varias horas no sabe lo que está pasando. Ni su servicio de inteligencia ni el del ejército golpista se han enterado de nada. No saben. Tampoco sabe Micheletti, que insiste en que “Zelaya está en una suite de hotel en Managua” y denuncia la noticia como “terrorismo mediático”. El fascismo hace el ridículo ante los ojos del mundo; el público goza.
En la sede del poder una desencajada Hillary Clinton, pillada fuera de juego, pronuncia vaguedades sobre reanudar el diálogo con la mediación tica. Pero su peón, mandado a traer a toda prisa, con aspecto consternado asiente pero de hecho la desmiente cuando agrega: “siempre que ambos acepten venir a San José”.
El escenario ha cambiado, es ya otro partido, y pronto tendrán que aprenderlo. “El mediador será el secretario general de la OEA, no hay otro” – afirma categórico Lula, dueño de la situación – por si no hubiese quedado claro todavía añade: “ni Zelaya ni Micheletti han propuesto a nadie más”. Es cierto, ciertísimo: a Óscar Arias lo propuso la Hillary. La propuesta de San José aparece sobrepasada por los acontecimientos. El imperio se aferrará a ella.
Zelaya está en Honduras, pero en territorio brasileño. Lula se lo recuerda muy pronto: no más arengas a los manifestantes, “calma y tranquilidad”. Y solicita en la ONU reunión urgente del Consejo de Seguridad, la instancia que podría incluso enviar cascos azules.
Los golpistas cometen un error tras otro. La tarea de los activistas del movimiento de resistencia hubiera sido paralizar el país. No va a hacer falta. Micheletti lo hace por ellos. Genera el caos. Pérdidas de más de cincuenta millones de dólares diarios. Los empresarios se quejan. La población se vuelca a los supermercados, tiendas y gasolineras. El desabastecimiento amenaza. Se producen saqueos y nadie hace caso del toque de queda, pues urge aprovisionarse.
Los golpistas cometen un crimen tras otro. Su carácter fascista es patente ante la mirada del mundo. Se les caen las caretas. Cientos de detenidos, de golpeados, de mujeres violadas. El asedio contra la embajada de Brasil se multiplica y justifica la firme advertencia del Consejo de Seguridad. El secretario general de la ONU proclama que las elecciones previstas para noviembre “no son creíbles” y que en las actuales condiciones carecerían de “las garantías mínimas”.
Los usurpadores comprenden ahora, demasiado tarde, que ahora el tiempo juega en contra suya. Con Zelaya afuera era al revés. Ellos jugaban a ganar tiempo, es decir, a perderlo, con la vana esperanza de que el proceso electoral acabara oxigenándolos. Hoy juega a favor de su adversario, aparentemente sitiado en la embajada, pero de hecho él tiene rodeados a los golpistas.
Ya no sirve una restitución condicionada, como pretendía el plan Arias o Acuerdo de San José. La resistencia interna exige más que el simple retorno de su presidente, exige convocar a una Asamblea Constituyente. Pronto exigirá postergar la fecha electoral, permitir la inscripción de otros candidatos afines al movimiento. Mel tiene derecho a que se le concedan los tres meses de mandato que le han arrebatado los usurpadores. Habrá que conformar un gobierno de unidad nacional capaz de organizar elecciones creíbles y limpias. Su proyecto y lo que representa tiene derecho a medir fuerzas en una contienda electoral con los candidatos de la oligarquía.
El proceso no termina, apenas comienza. El pueblo morazánico ha entrado en vías de asumir el protagonismo de su propia historia. Su lucha es la del resto de pueblos del mundo. La democracia ha de imponerse. A los fascistas y a sus amigos en la región un gran muro debe alzarse, una muralla con la inscripción ya legendaria: ¡No pasarán!
Parece de película. En la era de las telenovelas y los reality-shows los acontecimientos en el hermano país, que se pueden seguir “en vivo y en directo” a través de TeleSur y por internet, van camino de convertirse en paradigma de las nuevas formas de hacer política a la altura del siglo XXI. Donde la realidad supera, con creces, la ficción. Comedia, drama, farsa, melodrama y tragedia: la escena y sus actores cambian de registro y de género, una y otra vez, con lo que la tensión por el desarrollo del guión y su desenlace mantiene expectantes a los espectadores, que somos todos. Desde la captura y expulsión en pijama de un presidente en mitad de la noche, hasta la rocambolesca operación de regreso por sorpresa, tras otros dos intentos frustrados, a cual más espectacular, el del aeropuerto y el de la frontera terrestre, los sucesos en torno a este caso no dejan de asombrar al mundo.
Política-espectáculo: la crisis es local, mas el escenario en que se desarrolla es global. Importa la correlación de fuerzas nacional, pero también, como nunca antes, la internacional. Y en todo ello la lucha de ideas convertida en lucha por ganarse la opinión pública, tanto la local como la mundial. Cargado de dramatismo, el proceso histórico transcurre y se desarrolla ante los ojos del mundo.
Mucho tiene que ver con la figura y con la personalidad, para nada convencional, de Mel Zelaya. Con pose de galán maduro del cine de otras épocas, estampa típica de hacendado centroamericano acomodado, su aura decimonónica de caudillo independentista se complementa con la capacidad del prestidigitador, capaz de maravillar con sus trucos y de distraer la atención del público con su verbo incesante, mientras desaparece objetos y saca conejos de su sombrero de ala ancha. Los suyos lo odian, los pobres lo aman.
Se suma a una lista de nuevos líderes latinoamericanos, atípicos todos ellos, que deslumbran al mundo y significan el surgimiento de lo nuevo en un planeta dominado todavía por lo viejo. Ahí está un egresado de Harvard, doctor en economía, dirigiendo en el país que es cintura del globo una “revolución ciudadana” y popular. Está ese periodista, crítico y conocedor, buen estudioso de los problemas del país, gran analista, impulsado desde su popularidad a conductor del golpe de timón que hace ratos ya necesitaba el pulgarcito de América. También el primer presidente indígena, un aymara, uno de los pueblos originarios del continente, en el duro proceso de convertir en verdaderos ciudadanos a los miembros de mayorías marginadas y oprimidas por más de quinientos años.
Y el primer obispo electo democráticamente presidente, en el país de la eterna dictadura, activista social inspirado en la teología de la liberación y calificado por todos, no sin ironía, como “padre de la patria”. Están asimismo la hija de una víctima del pinochetismo y la actual heredera del legado populista de Evita Perón. Y el militar de origen humilde, convertido al ideario de Bolívar, que habla y habla, en exceso a veces, pero que también lee y lee, que estudia y que se prepara, que cita obras y autores, que recomienda libros, capaz de convertir un discurso en la Organización de Naciones Unidas en una charla de tono coloquial, amena e instructiva, una plática dirigida no tanto a los dirigentes como a los pueblos del mundo, para hacerlos pensar y reaccionar. Y un líder sindical, antiguo organizador de huelgas, obrero metalúrgico, autodidacta, elevado por capacidad y tenacidad a la conducción de un país que es continente al tiempo que una de las mayores economías del mundo, que ha demostrado talla de estadista y liderazgo mundial.
Frente a todos ellos, los poderes de este mundo. Incluido el poder imperial, encabezado esta vez por un personaje asimismo distinto y atípico, un brillante mulato, ganador de premios de oratoria, al que los medios han bautizado como “el primer presidente negro” en la patria de Martin Luther King, alguien que levanta esperanzas y acumula sospechas, tal vez pronto francas decepciones.
La partida de ajedrez mundial que venía jugándose desde mucho antes, continúa en el presente siglo. Con nuevos jugadores. Hay peones y piezas mayores. Simples peones se creen figuras, las torres vigilan, los caballos se amenazan y los alfiles se inquietan. Algunos peones son sacrificados, se entrelazan jugadas y se preparan estrategias, como en el juego-ciencia. Tensión en el tablero para ocupar posiciones, por quitarle espacio al otro, por avanzar las piezas propias y encerrar las del adversario, por ir quitándole movilidad y acabar dominándolo.
Pero el juego se parece también al fútbol, donde el equipo cambia jugadores, algunos del banquillo saltan a la cancha y otros que estaban en ella son sustituidos. Hay que calcular bien la estrategia del adversario, preguntarse por qué hace el cambio, qué pretende con él y con qué cambio puedo responder yo. En medio de todo esto, se produce el grito de gol. Tras varias oportunidades fallidas, la pelota al fin entró…
Entró. Zelaya entró. Y quien se apunta el gol es Brasil. Se abrió el marcador. El adversario, desconcertado, manda al portavoz de la Casa Blanca, Ian Kelly, a recoger la pelota al fondo de la portería: “Al parecer Zelaya está en Tegucigalpa, pero no sabemos dónde.” Lula sí sabe. Y sabe Chávez. Probablemente sepa también Daniel Ortega. Y el FMLN. Salió de Managua, en un avión de PDVSA, se le vio con dirigentes efemelenistas y… desapareció. Para horas más tarde aparecer, cual maestro del ilusionismo, en la embajada brasileña de Tegucigalpa. En territorio brasileño, pero junto a su pueblo, en su patria, como había prometido: Mel Zelaya está en Honduras y asegura que “de aquí no me volverán a sacar”.
Diferentes izquierdas latinoamericanas han estado en la jugada y le han metido gol al imperio. Por primera vez y por varias horas no sabe lo que está pasando. Ni su servicio de inteligencia ni el del ejército golpista se han enterado de nada. No saben. Tampoco sabe Micheletti, que insiste en que “Zelaya está en una suite de hotel en Managua” y denuncia la noticia como “terrorismo mediático”. El fascismo hace el ridículo ante los ojos del mundo; el público goza.
En la sede del poder una desencajada Hillary Clinton, pillada fuera de juego, pronuncia vaguedades sobre reanudar el diálogo con la mediación tica. Pero su peón, mandado a traer a toda prisa, con aspecto consternado asiente pero de hecho la desmiente cuando agrega: “siempre que ambos acepten venir a San José”.
El escenario ha cambiado, es ya otro partido, y pronto tendrán que aprenderlo. “El mediador será el secretario general de la OEA, no hay otro” – afirma categórico Lula, dueño de la situación – por si no hubiese quedado claro todavía añade: “ni Zelaya ni Micheletti han propuesto a nadie más”. Es cierto, ciertísimo: a Óscar Arias lo propuso la Hillary. La propuesta de San José aparece sobrepasada por los acontecimientos. El imperio se aferrará a ella.
Zelaya está en Honduras, pero en territorio brasileño. Lula se lo recuerda muy pronto: no más arengas a los manifestantes, “calma y tranquilidad”. Y solicita en la ONU reunión urgente del Consejo de Seguridad, la instancia que podría incluso enviar cascos azules.
Los golpistas cometen un error tras otro. La tarea de los activistas del movimiento de resistencia hubiera sido paralizar el país. No va a hacer falta. Micheletti lo hace por ellos. Genera el caos. Pérdidas de más de cincuenta millones de dólares diarios. Los empresarios se quejan. La población se vuelca a los supermercados, tiendas y gasolineras. El desabastecimiento amenaza. Se producen saqueos y nadie hace caso del toque de queda, pues urge aprovisionarse.
Los golpistas cometen un crimen tras otro. Su carácter fascista es patente ante la mirada del mundo. Se les caen las caretas. Cientos de detenidos, de golpeados, de mujeres violadas. El asedio contra la embajada de Brasil se multiplica y justifica la firme advertencia del Consejo de Seguridad. El secretario general de la ONU proclama que las elecciones previstas para noviembre “no son creíbles” y que en las actuales condiciones carecerían de “las garantías mínimas”.
Los usurpadores comprenden ahora, demasiado tarde, que ahora el tiempo juega en contra suya. Con Zelaya afuera era al revés. Ellos jugaban a ganar tiempo, es decir, a perderlo, con la vana esperanza de que el proceso electoral acabara oxigenándolos. Hoy juega a favor de su adversario, aparentemente sitiado en la embajada, pero de hecho él tiene rodeados a los golpistas.
Ya no sirve una restitución condicionada, como pretendía el plan Arias o Acuerdo de San José. La resistencia interna exige más que el simple retorno de su presidente, exige convocar a una Asamblea Constituyente. Pronto exigirá postergar la fecha electoral, permitir la inscripción de otros candidatos afines al movimiento. Mel tiene derecho a que se le concedan los tres meses de mandato que le han arrebatado los usurpadores. Habrá que conformar un gobierno de unidad nacional capaz de organizar elecciones creíbles y limpias. Su proyecto y lo que representa tiene derecho a medir fuerzas en una contienda electoral con los candidatos de la oligarquía.
El proceso no termina, apenas comienza. El pueblo morazánico ha entrado en vías de asumir el protagonismo de su propia historia. Su lucha es la del resto de pueblos del mundo. La democracia ha de imponerse. A los fascistas y a sus amigos en la región un gran muro debe alzarse, una muralla con la inscripción ya legendaria: ¡No pasarán!
Ricardo Ribera 2009, NADA A GOLPES
“Nada a golpes”: así lo han gritado miles y miles de manifestantes por las calles de Tegucigalpa, exigiendo el retorno del presidente Mel Zelaya y del orden democrático y constitucional. El pueblo de la hermana república de Honduras ni acepta golpes de estado, ni se resigna a ser tratada a golpes por los policías y militares enviados por las autoridades de facto que usurparon el poder el pasado 28 de junio. La amplia movilización popular al interior del país y en el propio corazón de la capital hondureña ha impedido que puedan los golpistas presentar la situación como de “normalidad”.
Por el contrario, se han visto forzados a reprimir a la población, a silenciar medios de comunicación, a perseguir a periodistas que tratan de hacer su labor de informar a Honduras y al mundo lo que está pasando, a decretar toque de queda, a capturar en sus casas a líderes sociales y políticos de la resistencia pacífica. No ha habido hasta ahora un baño de sangre debido al esfuerzo popular por desarrollar sus protestas sin violencia y porque el gobierno de facto prevé las consecuencias devastadoras que desencadenaría a nivel internacional si la represión desatada se vuelve sangrienta. Sin embargo, ya se han producido las primeras muertes, las cuales lo deslegitiman aún más.
Se les detuvo el reloj. A los militares, la oligarquía y la derecha de Honduras se les paró la hora en el siglo pasado, en esas décadas en que las dictaduras asolaban América Latina. La contundencia sin precedentes de la reacción internacional condenando el golpe de estado les deja pocas esperanzas a los golpistas de que puedan mantenerse en el poder más allá de unas semanas, difícilmente los cinco meses que necesitarían para poder amañar a su gusto las elecciones presidenciales del 29 de noviembre. Proceso electoral que carecería de legitimidad y validez si fuera organizado por las autoridades que brutalmente usurparon el poder.
Entrados al siglo XXI el mundo ha cambiado, América Latina ha cambiado. En nuestra época los golpes de estado no son aceptados por nadie. Tan es así, que hasta los propios golpistas hondureños se pronuncian contra el golpe militar. No ha habido tal, dicen.
Contra toda lógica intentan presentar como legal el atropello a la democracia. Arguyen que los militares no se han quedado en el poder como en los típicos golpes de estado, que Micheletti asumió según los procedimientos previstos y que las instituciones siguen funcionando. Argumentan que también el Presidente Zelaya violó disposiciones constitucionales. Insisten en que se trata de asuntos internos y exigen la no injerencia. La vieja derecha oligárquica ha formado un bloque con el poder legislativo y el judicial, militares, empresarios, medios de comunicación e iglesias.
El cardenal hondureño dejó escapar la oportunidad de quedarse callado. Desperdició la posibilidad que algunos reclamaban para la Iglesia Católica de jugar algún papel mediador y moderador en la crisis. Al revés, con su toma de postura pública, retransmitida en cadena nacional por las autoridades de facto, se desautorizó a sí mismo para tal efecto.
Inventó una nueva teoría para legitimar el golpe: Zelaya ya no era presidente cuando fue capturado y expulsado del país. Es ésta una tercera versión que se agrega a la confusa argumentación de los golpistas. ¿En qué quedamos? ¿Renunció, fue destituido o ya no era presidente?
Se elaboró una lista de acusaciones para presentarlo como prófugo de la justicia. Pero cuando Mel Zelaya hace por regresar, en vez de capturarlo y llevarlo a los tribunales de justicia, mejor impiden el aterrizaje del avión. Una vez se opta por la razón de la fuerza no es fácil respetar la fuerza de la razón. Ese camino lo abandonaron.
Hay mucho en juego, tanto en la eventualidad de que el gobierno surgido de un golpe de estado se consolidara y prevaleciera, como en caso de que el golpismo sea derrotado por el pueblo hondureño, respaldado por la comunidad internacional y por los pueblos del continente. Por eso no es aceptable el argumento de que se trata de “asuntos internos”. Mucho se juega en Honduras, en especial para los países del área.
Es lógico el esfuerzo de mediación emprendido por el mandatario costarricense Óscar Arias, quien preside temporalmente el SICA, instrumento de integración regional. Ésta ha quedado paralizada a la espera de que la crisis hondureña alcance alguna solución. Igual de bloqueado está el proceso negociador de Centroamérica con la Unión Europea, el cual estaba en una fase decisiva. La situación actual es económica y políticamente insostenible, para Honduras y para la región. Pero no será fácil atemperar los ánimos y conciliar posiciones. Es dudoso que el respaldo norteamericano a esta vía del diálogo vaya a ser suficiente para hacerlo avanzar.
Cada día que pasa se vuelve más evidente que Estados Unidos deberá acompañar con acciones sus palabras. No basta la condena verbal. La falta de medidas concretas de presión equivale a una aceptación de los hechos. Ni siquiera ha retirado a su embajador, como lo hicieron el resto de países de la OEA y la Unión Europea. Para recuperar credibilidad en América Latina tendrá que utilizar las múltiples palancas de que dispone para revertir el golpe. De momento no lo ha hecho, lo que motiva lógicas sospechas. Barack Obama, quien prometió una forma de relación diferente a la del pasado entre Estados Unidos y América Latina, pone en juego su imagen y prestigio, su credibilidad, en el escenario hondureño.
A la derecha salvadoreña la crisis en Honduras la dividió. Unos, aun distanciándose de las políticas de Zelaya, han condenado el golpe; otros lo disculpan o niegan que exista tal; otros más bien no disimulan su alegría por el retorno a escena del golpismo. Esperan poder chantajear al gobierno de Mauricio Funes con la amenaza de repetir aquí el experimento hondureño. En general predomina una calculada ambigüedad por parte de la derecha política. Es grave.
Los “opinadores” y “analistas” de los grandes medios aparecen también divididos. Algunos connotados derechistas sorprendieron calificando las cosas por su nombre y tomando prudente distancia del golpismo, cosa que los honra. Otros guardan un “estruendoso silencio” bastante hipócrita. Los hay pretendidamente moderados que se destapan como extremistas al atribuir la responsabilidad del golpe a la víctima del mismo, al Presidente depuesto por la fuerza.
La derecha económica, los voceros de las gremiales empresariales, llamaron golpe al golpe y lo criticaron. Pero después pusieron el grito en el cielo por las 48 horas de bloqueo comercial decretado por los países con fronteras terrestres con Honduras, una decisión tomada en la reunión del SICA como medida de presión.
La democracia ha sido agredida y está en peligro, pero a Federico Colorado, presidente de la ANEP, lo que le preocupa es el precio de los tomates. En vez de presionar sobre sus colegas hondureños, para que dejen de apoyar al gobierno usurpador y sean sensatos, los empresarios prefieren presionar a Mauricio Funes, exigiéndole que no mezcle los negocios con la política.
Está en juego el interés nacional y los principios que fundamentan el sistema democrático, pero los gremios empresariales anteponen sus intereses privados y fingen preocupación por el impacto sobre la población. Es la asignatura pendiente del sector privado, dado que ya en 2002 estos gremios saludaron y apoyaron el golpe en Venezuela, felicitando incluso al usurpador Carmona cuando se autoproclamó presidente en su efímera toma del poder. Siguen sin dar “señales claras” de compromiso con la democracia.
En Honduras, más allá del desenlace inmediato de la crisis, está la perspectiva a mediano y largo plazo. El relativo primitivismo con que se hace política en el hermano país puede que se supere a raíz de la crisis institucional que se ha desatado. No hay mayor maestra que la vida y esta coyuntura supone enormes lecciones políticas para todos, en especial para los sectores populares.
El escenario interno hondureño se transformó como resultado del golpe. Desaparece el bipartidismo pues hoy queda claro a todo el mundo que ambos partidos, Nacional y Liberal, son la misma cosa. El golpe los ha unificado. Se vuelve más que probable que el Partido Liberal – el partido de Zelaya y de Micheletti– se divida y surja un reagrupamiento alrededor de Zelaya.
El proyecto político de éste se refuerza y potencia, pues aparece como la verdadera alternativa al obsoleto sistema de poder. La propia figura pública de Mel Zelaya, convertido de pronto en estrella mediática internacional, ha reforzado su capacidad de liderazgo ante las poderosas organizaciones sociales movilizadas en su defensa.
Si el gobierno golpista las reprime para no verse rebasado por la marea humana pone al desnudo su naturaleza anti-democrática y fascista, vuelve más probable la imposición internacional de sanciones, dificulta un posible diálogo nacional y se aísla todavía más. Si la OEA decide imponer sanciones económicas y Estados Unidos las acata, el gobierno de facto estará en serios problemas.
¿Cuánto tiempo podrá resistir? ¿Cuándo aparecerán las primeras fisuras en el bloque que apoya al gobierno de facto? Igualmente para el otro bando: ¿cuánto más podrá resistir el movimiento de resistencia? ¿Logrará atraer a más sectores sociales? ¿Será capaz de movilizar la solidaridad activa de las fuerzas progresistas de todo el continente?
En la cintura de América, la sombra enorme de Morazán se agranda y traspasa las fronteras.
Por el contrario, se han visto forzados a reprimir a la población, a silenciar medios de comunicación, a perseguir a periodistas que tratan de hacer su labor de informar a Honduras y al mundo lo que está pasando, a decretar toque de queda, a capturar en sus casas a líderes sociales y políticos de la resistencia pacífica. No ha habido hasta ahora un baño de sangre debido al esfuerzo popular por desarrollar sus protestas sin violencia y porque el gobierno de facto prevé las consecuencias devastadoras que desencadenaría a nivel internacional si la represión desatada se vuelve sangrienta. Sin embargo, ya se han producido las primeras muertes, las cuales lo deslegitiman aún más.
Se les detuvo el reloj. A los militares, la oligarquía y la derecha de Honduras se les paró la hora en el siglo pasado, en esas décadas en que las dictaduras asolaban América Latina. La contundencia sin precedentes de la reacción internacional condenando el golpe de estado les deja pocas esperanzas a los golpistas de que puedan mantenerse en el poder más allá de unas semanas, difícilmente los cinco meses que necesitarían para poder amañar a su gusto las elecciones presidenciales del 29 de noviembre. Proceso electoral que carecería de legitimidad y validez si fuera organizado por las autoridades que brutalmente usurparon el poder.
Entrados al siglo XXI el mundo ha cambiado, América Latina ha cambiado. En nuestra época los golpes de estado no son aceptados por nadie. Tan es así, que hasta los propios golpistas hondureños se pronuncian contra el golpe militar. No ha habido tal, dicen.
Contra toda lógica intentan presentar como legal el atropello a la democracia. Arguyen que los militares no se han quedado en el poder como en los típicos golpes de estado, que Micheletti asumió según los procedimientos previstos y que las instituciones siguen funcionando. Argumentan que también el Presidente Zelaya violó disposiciones constitucionales. Insisten en que se trata de asuntos internos y exigen la no injerencia. La vieja derecha oligárquica ha formado un bloque con el poder legislativo y el judicial, militares, empresarios, medios de comunicación e iglesias.
El cardenal hondureño dejó escapar la oportunidad de quedarse callado. Desperdició la posibilidad que algunos reclamaban para la Iglesia Católica de jugar algún papel mediador y moderador en la crisis. Al revés, con su toma de postura pública, retransmitida en cadena nacional por las autoridades de facto, se desautorizó a sí mismo para tal efecto.
Inventó una nueva teoría para legitimar el golpe: Zelaya ya no era presidente cuando fue capturado y expulsado del país. Es ésta una tercera versión que se agrega a la confusa argumentación de los golpistas. ¿En qué quedamos? ¿Renunció, fue destituido o ya no era presidente?
Se elaboró una lista de acusaciones para presentarlo como prófugo de la justicia. Pero cuando Mel Zelaya hace por regresar, en vez de capturarlo y llevarlo a los tribunales de justicia, mejor impiden el aterrizaje del avión. Una vez se opta por la razón de la fuerza no es fácil respetar la fuerza de la razón. Ese camino lo abandonaron.
Hay mucho en juego, tanto en la eventualidad de que el gobierno surgido de un golpe de estado se consolidara y prevaleciera, como en caso de que el golpismo sea derrotado por el pueblo hondureño, respaldado por la comunidad internacional y por los pueblos del continente. Por eso no es aceptable el argumento de que se trata de “asuntos internos”. Mucho se juega en Honduras, en especial para los países del área.
Es lógico el esfuerzo de mediación emprendido por el mandatario costarricense Óscar Arias, quien preside temporalmente el SICA, instrumento de integración regional. Ésta ha quedado paralizada a la espera de que la crisis hondureña alcance alguna solución. Igual de bloqueado está el proceso negociador de Centroamérica con la Unión Europea, el cual estaba en una fase decisiva. La situación actual es económica y políticamente insostenible, para Honduras y para la región. Pero no será fácil atemperar los ánimos y conciliar posiciones. Es dudoso que el respaldo norteamericano a esta vía del diálogo vaya a ser suficiente para hacerlo avanzar.
Cada día que pasa se vuelve más evidente que Estados Unidos deberá acompañar con acciones sus palabras. No basta la condena verbal. La falta de medidas concretas de presión equivale a una aceptación de los hechos. Ni siquiera ha retirado a su embajador, como lo hicieron el resto de países de la OEA y la Unión Europea. Para recuperar credibilidad en América Latina tendrá que utilizar las múltiples palancas de que dispone para revertir el golpe. De momento no lo ha hecho, lo que motiva lógicas sospechas. Barack Obama, quien prometió una forma de relación diferente a la del pasado entre Estados Unidos y América Latina, pone en juego su imagen y prestigio, su credibilidad, en el escenario hondureño.
A la derecha salvadoreña la crisis en Honduras la dividió. Unos, aun distanciándose de las políticas de Zelaya, han condenado el golpe; otros lo disculpan o niegan que exista tal; otros más bien no disimulan su alegría por el retorno a escena del golpismo. Esperan poder chantajear al gobierno de Mauricio Funes con la amenaza de repetir aquí el experimento hondureño. En general predomina una calculada ambigüedad por parte de la derecha política. Es grave.
Los “opinadores” y “analistas” de los grandes medios aparecen también divididos. Algunos connotados derechistas sorprendieron calificando las cosas por su nombre y tomando prudente distancia del golpismo, cosa que los honra. Otros guardan un “estruendoso silencio” bastante hipócrita. Los hay pretendidamente moderados que se destapan como extremistas al atribuir la responsabilidad del golpe a la víctima del mismo, al Presidente depuesto por la fuerza.
La derecha económica, los voceros de las gremiales empresariales, llamaron golpe al golpe y lo criticaron. Pero después pusieron el grito en el cielo por las 48 horas de bloqueo comercial decretado por los países con fronteras terrestres con Honduras, una decisión tomada en la reunión del SICA como medida de presión.
La democracia ha sido agredida y está en peligro, pero a Federico Colorado, presidente de la ANEP, lo que le preocupa es el precio de los tomates. En vez de presionar sobre sus colegas hondureños, para que dejen de apoyar al gobierno usurpador y sean sensatos, los empresarios prefieren presionar a Mauricio Funes, exigiéndole que no mezcle los negocios con la política.
Está en juego el interés nacional y los principios que fundamentan el sistema democrático, pero los gremios empresariales anteponen sus intereses privados y fingen preocupación por el impacto sobre la población. Es la asignatura pendiente del sector privado, dado que ya en 2002 estos gremios saludaron y apoyaron el golpe en Venezuela, felicitando incluso al usurpador Carmona cuando se autoproclamó presidente en su efímera toma del poder. Siguen sin dar “señales claras” de compromiso con la democracia.
En Honduras, más allá del desenlace inmediato de la crisis, está la perspectiva a mediano y largo plazo. El relativo primitivismo con que se hace política en el hermano país puede que se supere a raíz de la crisis institucional que se ha desatado. No hay mayor maestra que la vida y esta coyuntura supone enormes lecciones políticas para todos, en especial para los sectores populares.
El escenario interno hondureño se transformó como resultado del golpe. Desaparece el bipartidismo pues hoy queda claro a todo el mundo que ambos partidos, Nacional y Liberal, son la misma cosa. El golpe los ha unificado. Se vuelve más que probable que el Partido Liberal – el partido de Zelaya y de Micheletti– se divida y surja un reagrupamiento alrededor de Zelaya.
El proyecto político de éste se refuerza y potencia, pues aparece como la verdadera alternativa al obsoleto sistema de poder. La propia figura pública de Mel Zelaya, convertido de pronto en estrella mediática internacional, ha reforzado su capacidad de liderazgo ante las poderosas organizaciones sociales movilizadas en su defensa.
Si el gobierno golpista las reprime para no verse rebasado por la marea humana pone al desnudo su naturaleza anti-democrática y fascista, vuelve más probable la imposición internacional de sanciones, dificulta un posible diálogo nacional y se aísla todavía más. Si la OEA decide imponer sanciones económicas y Estados Unidos las acata, el gobierno de facto estará en serios problemas.
¿Cuánto tiempo podrá resistir? ¿Cuándo aparecerán las primeras fisuras en el bloque que apoya al gobierno de facto? Igualmente para el otro bando: ¿cuánto más podrá resistir el movimiento de resistencia? ¿Logrará atraer a más sectores sociales? ¿Será capaz de movilizar la solidaridad activa de las fuerzas progresistas de todo el continente?
En la cintura de América, la sombra enorme de Morazán se agranda y traspasa las fronteras.
Ricardo Ribera 2009, Y LA MONTAÑA VINO A MAHOMA
Desconozco el origen del dicho: “Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma tendrá que ir a la montaña”. Supongo que quiere expresar la necesidad de hacer un esfuerzo propio cuando a los humanos no nos salen las cosas o éstas no se dan por sí mismas. No renunciar al objetivo o a nuestros sueños, no quedar en la pasividad, sino por el contrario, ponernos en marcha hasta lograr nuestras metas. Pero en El Salvador, tal vez por no haber hecho bien nuestras tareas, por no haber caminado hasta la montaña, esta vez, literalmente, la montaña se nos vino encima.
Volvió a pasar. Ya había ocurrido en 1982 con el deslave del volcán de San Salvador. Se repitió más recientemente en el de Santa Ana. El pasado fin de semana se dio en el Chichontepec. Mañana podría ser de nuevo un desplome del Picacho sobre la ciudad capital. Además, hoy como ayer, posiblemente igual mañana, acompañando la tragedia central un sinnúmero de pequeños deslaves, avalanchas, derrumbes, desbordamientos e inundaciones, que tornan una parte del territorio en escenario de luto y destrucción, en un espectáculo dantesco.
¿Qué tan natural es el desastre natural? Mucho tiene que ver, desde luego, la mano del hombre. Con lo que hemos hecho o dejamos de hacer. En la antigua China cuando había grandes catástrofes se decía que el emperador había perdido “el favor del cielo”. Era considerado “hijo del cielo”, mediador semi-divino entre el principio cósmico que rige el universo y el mundo de los hombres regido por leyes humanas y decisiones imperiales. Tenía que procurar el equilibrio, regirse por el tao eterno, procurar la armonía entre cielo y tierra, armonizar la vida social con el entorno natural. La catástrofe anunciaba que estos equilibrios se habían roto, que el poder se había apartado del camino del tao, que no había sido previsor para evitar, prevenir o mitigar el fenómeno natural y sus consecuencias. Por tanto era válido derrocar al emperador y sustituirlo por otro que demostrara con su triunfo ser merecedor del favor celestial, obediente del mandato del cielo.
Un estado fuerte y eficiente. Una sociedad organizada y consciente. Siguen siendo los principios centrales, basados en la antigua sabiduría que inspira, todavía hoy, la actitud china ante los desastres naturales. Años atrás se dieron la meta de plantar un arbolito por habitante. A principios de este año anunciaron haber casi duplicado el objetivo de reforestación: alcanzaron la cifra de dos mil quinientos millones de nuevos árboles sembrados. Ante el reto de evitar tormentas de arena sobre la capital durante el desarrollo de los Juegos Olímpicos, agosto de 2008, formaron barreras naturales de bosque, haciendo retroceder el desierto y conteniendo el avance de las nubes de arena.
Un estado consciente y organizado. Una sociedad fuerte y eficiente. Cuba: pese al atraso típico de todo país latinoamericano, herencia no deseada del imperio español, pese a la vulnerabilidad caribeña de ser lugar de paso de varios huracanes devastadores por temporada, casi nunca hay víctimas mortales ante tales eventos. Pero los cubanos han llegado a movilizar millón y medio de habitantes – más del 10% de la población total – sacarlos fuera de la región en peligro, atenderlos en albergues alejados, garantizar la seguridad de sus pertenencias. La devastación material puede ser enorme, pero raramente hay muertos.
Por tanto, el subdesarrollo o la pobreza del país no son excusa. Hay que trabajar para que en un mediano o largo plazo también nosotros seamos ejemplo para el mundo, modelo de prevención y mitigación. Dejar de convertirnos, reiterada y periódicamente, en la noticia negra de los titulares internacionales: aplastados nuevamente por la fuerza de la naturaleza, pero también por la debilidad de la sociedad y del estado. Mostramos capacidad al momento de la solidaridad, generoso corazón y compasión con el damnificado; demasiada incapacidad sin embargo al momento de regresar a la cotidianeidad, a la inercia de un modelo de desarrollo depredador e inconsciente, obsesionado por la ganancia y el lucro, que rompe la telaraña fina de equilibrio ambiental y regeneración natural.
Como país tercermundista que somos pareciera que todo o casi todo está por hacer. En el fondo es una ventaja frente al norte próspero y desarrollado, donde la gente nace en un mundo donde presiente que ya todo está hecho. Donde las personas a menudo no encuentran su lugar, un sentido a sus vidas, una razón para existencias mediocres y alienadas por el consumismo y el aburrimiento. Aquí es al revés, no hay chance para aburrirse pues el país hierve de historia y la nación está preñada de lo nuevo, a punto de nacer. Hay tanto por hacer, que cualquier iniciativa es un aporte, todo compromiso una amarra para el diario vivir, cada acción un motivo para la fiesta y la alegría, para la risa que acompaña incluso los golpes o fracasos cotidianos. La vida es a veces simple supervivencia heroica, en afanes compartidos y por ello mismo forjadores de espíritu comunitario, fraterno, humano.
Pero a veces, en momentos tenebrosos tal parece que la impresión es la contraria: el país no está a medio hacer, sino a medio deshacer. Se nos escapa de entre los dedos, como arena de mar, se derrumba todo y sólo queda marcharse, migrar, escapar de la patria que, cual madre desnaturalizada, nos abandona a la intemperie, con fío y hambre. Son ocasiones en que cobra sentido el cuento de Mahoma y la montaña.
Volvió a pasar. Ya había ocurrido en 1982 con el deslave del volcán de San Salvador. Se repitió más recientemente en el de Santa Ana. El pasado fin de semana se dio en el Chichontepec. Mañana podría ser de nuevo un desplome del Picacho sobre la ciudad capital. Además, hoy como ayer, posiblemente igual mañana, acompañando la tragedia central un sinnúmero de pequeños deslaves, avalanchas, derrumbes, desbordamientos e inundaciones, que tornan una parte del territorio en escenario de luto y destrucción, en un espectáculo dantesco.
¿Qué tan natural es el desastre natural? Mucho tiene que ver, desde luego, la mano del hombre. Con lo que hemos hecho o dejamos de hacer. En la antigua China cuando había grandes catástrofes se decía que el emperador había perdido “el favor del cielo”. Era considerado “hijo del cielo”, mediador semi-divino entre el principio cósmico que rige el universo y el mundo de los hombres regido por leyes humanas y decisiones imperiales. Tenía que procurar el equilibrio, regirse por el tao eterno, procurar la armonía entre cielo y tierra, armonizar la vida social con el entorno natural. La catástrofe anunciaba que estos equilibrios se habían roto, que el poder se había apartado del camino del tao, que no había sido previsor para evitar, prevenir o mitigar el fenómeno natural y sus consecuencias. Por tanto era válido derrocar al emperador y sustituirlo por otro que demostrara con su triunfo ser merecedor del favor celestial, obediente del mandato del cielo.
Un estado fuerte y eficiente. Una sociedad organizada y consciente. Siguen siendo los principios centrales, basados en la antigua sabiduría que inspira, todavía hoy, la actitud china ante los desastres naturales. Años atrás se dieron la meta de plantar un arbolito por habitante. A principios de este año anunciaron haber casi duplicado el objetivo de reforestación: alcanzaron la cifra de dos mil quinientos millones de nuevos árboles sembrados. Ante el reto de evitar tormentas de arena sobre la capital durante el desarrollo de los Juegos Olímpicos, agosto de 2008, formaron barreras naturales de bosque, haciendo retroceder el desierto y conteniendo el avance de las nubes de arena.
Un estado consciente y organizado. Una sociedad fuerte y eficiente. Cuba: pese al atraso típico de todo país latinoamericano, herencia no deseada del imperio español, pese a la vulnerabilidad caribeña de ser lugar de paso de varios huracanes devastadores por temporada, casi nunca hay víctimas mortales ante tales eventos. Pero los cubanos han llegado a movilizar millón y medio de habitantes – más del 10% de la población total – sacarlos fuera de la región en peligro, atenderlos en albergues alejados, garantizar la seguridad de sus pertenencias. La devastación material puede ser enorme, pero raramente hay muertos.
Por tanto, el subdesarrollo o la pobreza del país no son excusa. Hay que trabajar para que en un mediano o largo plazo también nosotros seamos ejemplo para el mundo, modelo de prevención y mitigación. Dejar de convertirnos, reiterada y periódicamente, en la noticia negra de los titulares internacionales: aplastados nuevamente por la fuerza de la naturaleza, pero también por la debilidad de la sociedad y del estado. Mostramos capacidad al momento de la solidaridad, generoso corazón y compasión con el damnificado; demasiada incapacidad sin embargo al momento de regresar a la cotidianeidad, a la inercia de un modelo de desarrollo depredador e inconsciente, obsesionado por la ganancia y el lucro, que rompe la telaraña fina de equilibrio ambiental y regeneración natural.
Como país tercermundista que somos pareciera que todo o casi todo está por hacer. En el fondo es una ventaja frente al norte próspero y desarrollado, donde la gente nace en un mundo donde presiente que ya todo está hecho. Donde las personas a menudo no encuentran su lugar, un sentido a sus vidas, una razón para existencias mediocres y alienadas por el consumismo y el aburrimiento. Aquí es al revés, no hay chance para aburrirse pues el país hierve de historia y la nación está preñada de lo nuevo, a punto de nacer. Hay tanto por hacer, que cualquier iniciativa es un aporte, todo compromiso una amarra para el diario vivir, cada acción un motivo para la fiesta y la alegría, para la risa que acompaña incluso los golpes o fracasos cotidianos. La vida es a veces simple supervivencia heroica, en afanes compartidos y por ello mismo forjadores de espíritu comunitario, fraterno, humano.
Pero a veces, en momentos tenebrosos tal parece que la impresión es la contraria: el país no está a medio hacer, sino a medio deshacer. Se nos escapa de entre los dedos, como arena de mar, se derrumba todo y sólo queda marcharse, migrar, escapar de la patria que, cual madre desnaturalizada, nos abandona a la intemperie, con fío y hambre. Son ocasiones en que cobra sentido el cuento de Mahoma y la montaña.
Ricardo Ribera 2009, Y AHORA, ¿QUIÉN PODRÁ SALVARNOS?
Falta un superhéroe que nos resuelva el gravísimo problema de la inseguridad ciudadana. Éste es real y objetivo. Se agrava con la poco responsable actitud de algunos medios noticiosos amarillistas y de cierta oposición política, interesada en generar una imagen de que con el nuevo gobierno todo va peor. Con lo cual, al problema que hay en la realidad viene a agregarse la percepción del mismo entre la ciudadanía, en el imaginario colectivo. Se disipa la poca esperanza que pudiera haber levantado el cambio de autoridades, imponiéndose la desesperación, la angustia y la desesperanza. Urge “hacer algo”, es un clamor ciudadano, que difícilmente podía dejarse sin atender. Aun siendo un problema heredado es a las actuales autoridades a las que les toca enfrentarlo y resolverlo. Pueden pedir tiempo, pero por poco tiempo. De ahí la decisión, a todas luces apresurada y poco reflexiva, de echar mano de la Fuerza Armada como medida inmediata.
Mandar a llamar a alguno de los super-héroes de la cultura de masas hubiera sido igual de efectivo. Desde luego no en el combate real a la delincuencia, pero sí en crear la sensación de que ya se está haciendo algo y alentar la confianza en que las cosas mejorarán. Poniendo más imaginación lo mismo hubiera dado reforzar a la PNC con el Cuerpo de Bomberos. Podría argumentarse que son pocos los incendios que hay que atender, que es un despilfarro gastar tanto en bomberos; ya que no procede disolver tal institución, ponerla a trabajar a la par de la policía; que patrullen con sus hachas y mangueras, que devenguen lo que con nuestros impuestos pagamos todos. Parece una idea loca, pero “algo hay que hacer”.
Nadie ha planteado en verdad tan peregrina ocurrencia. No obstante, la argumentación para involucrar al ejército es bien similar. Es “idea loca” porque de racional tiene bien poco. Sacar a los soldados a las calles y hacer creer que eso puede ser decisivo para enfrentar el auge delictivo, es igual de loco que sacar a los bomberos para al apoyo a la batalla contra la delincuencia.
El único camino racional y efectivo es tan obvio que da rubor tener que explicitarlo: aumentar sensiblemente el presupuesto de la PNC, a ser posible duplicar el actual; duplicar el ingreso a la Academia y por un tiempo acortar a la mitad el período de formación de los nuevos agentes; depurar de inmediato y reforzar las instancias investigadoras del delito, las áreas especializadas, los mecanismos de infiltración, de agentes encubiertos, de informantes, de protección de testigos; darle confianza a la ciudadanía para que aumente la denuncia; reforzar en presupuesto y efectivos la fiscalía; depurar a jueces y fiscales. Varias de estas cosas ya se están emprendiendo, pero tal vez no de manera suficientemente decidida y audaz.
Los efectos se harán sentir hasta un mediano plazo. En lo inmediato debería mejor planificarse el logro de objetivos mínimos, localizados, que por ejemplo permitan declarar “territorio libre de delincuencia” a determinados barrios, colonias o municipios. Aumentar el número de áreas “libres de armas” donde se ha prohibido su portación. En las actuales circunstancias no se puede pedir paciencia a la población. La gente necesita ver que el problema empieza ya mismo a resolverse y que se está en el camino correcto, que con el paso del tiempo se verán más y más resultados concretos.
Esencial es tomar ya medidas contundentes y ejemplarizantes, de impacto, con los “malos elementos” en la policía, fiscalía y sistema de justicia. Ya aparecieron varios nombres de altos cargos sujetos a investigación, incluido un ex-director de la PNC. Es un tremendo escándalo que no nos escandaliza lo suficiente, que habla a las claras de cómo iban las cosas en gobiernos anteriores. Es inaudito que tales funcionarios policiales, “inocentes hasta que se pruebe lo contrario”, sigan en el desempeño de cargos importantes.
Una cosa es que sigan libres mientras la investigación no avance más allá de los meros indicios. Cosa muy distinta es que, habiendo serios fundamentos para ser sospechosos de complicidad o incluso autoría de delitos, se les mantenga en puestos que deberían ser considerados de confianza. Mejor fuera tomar medidas ya, aun con el riesgo de que más adelante fuera necesario, si se comprobara que las sospechas eran infundadas, lavar su buen nombre y honor, restituirlos en sus cargos o resarcirlos por los prejuicios que se les haya ocasionado. La situación de emergencia justifica medidas disciplinarias fulminantes, indispensables para lograr el fin primordial de recuperar la confianza ciudadana en una institución que para muchos está hoy involucrada con la delincuencia, que se ha vuelto parte del problema y no de la solución.
Involucrar al ejército implica el riesgo de contaminar a la institución, una de las mejor evaluadas por la ciudadanía. Refleja además ciertos prejuicios heredados de los tiempos de dictadura militar, de la guerra civil y de ciertas mentalidades de izquierda. El ejército no es “un mal menor”, ni una institución innecesaria. Tampoco se previenen golpes de estado haciéndolo desaparecer. Pensarlo fuera una ingenuidad.
La Fuerza Armada es una institución esencial del Estado salvadoreño y es una institución clave de la democracia salvadoreña. La postura correcta es reforzarla, como el resto de instituciones democráticas, a fin de reforzar asimismo la democracia. La clave está en la doctrina militar que la inspira, en su respeto a las autoridades civiles, en su real sometimiento a las decisiones de la soberanía que emana del pueblo.
Los acuerdos de paz, que tanta sangre costaron, establecieron claramente las dos funciones que precisa la Constitución: la defensa de la soberanía y del territorio nacional. Nunca más el orden público o la seguridad ciudadana. Sólo excepcionalmente – y por tanto ha de ser con carácter no prorrogable – podrá el Presidente de la República disponer de la institución armada para tareas de seguridad y de orden públicos. No solamente para no distorsionar los acuerdos de paz y lo dispuesto en la Constitución. También para permitir que el ejército atienda debidamente sus funciones constitucionales.
No vivimos en un mundo desmilitarizado. Tampoco nuestra región lo es. Al contrario. Tenemos frontera terrestre con una nación donde hay un régimen golpista, antidemocrático, que ha tomado medidas hostiles a nuestras exportaciones, con la que ya tuvimos una guerra hace cuarenta años. El otro país con el que compartimos frontera terrestre adolece de fuerte desestabilización, con firmes rumores de intentonas golpistas. No es tiempo de pensar en utopías de hacer desaparecer ejércitos, sino de calibrar las amenazas virtuales o reales, potenciales o probables, a nuestra nación y nuestra democracia. En la medida que se avance en hacer de la institución castrense un baluarte de la democracia, el verdadero brazo armado del pueblo, se tornará en institución indispensable y valiosa a los ojos de toda la población.
Es un falso mito pensar que la izquierda tiene tradiciones pacifistas y antimilitaristas. Sólo la doctrina anarquista, en cuanto pretende hacer desaparecer al Estado y sus instituciones, podría reivindicar tal cosa. Tampoco la doctrina cristiana es en su esencia antimilitarista, como lo demuestra la presencia de pastores y capellanes castrenses. Amén de una larga historia de cruzadas y guerras santas, ejércitos papales y persecución de herejes. Si acaso tradiciones orientales, tales como el budismo, o los partidarios de la resistencia pacífica y la desobediencia civil, como Gandhi en la India, podrían proclamarse tales.
Otra cosa es el ideal utópico de un mundo sin armas ni ejércitos, que hasta el presidente Obama podría suscribir, a pesar de que mantiene el mayor gasto militar del mundo. América Latina en su conjunto ha duplicado en los últimos años su gasto militar, justo en un período caracterizado por la consolidación de la democracia y el avance de gobiernos de izquierda. Ése es el mundo real, en el cual la necesidad de una Fuerza Armada no debería ni siquiera ser objeto de dudas.
Democratizarla de manera efectiva ha de ser una garantía para la democracia y no un riesgo. Riesgo es tener una policía sin depurar, una justicia corrupta o una fiscalía indolente e ineficaz. Por eso ojalá que la medida emergente de “sacar de los cuarteles” a la tropa sea una cosa sólo temporal y pasajera, lo mismo que la idea contraria de “acuartelar” a la policía. Puede servir quizás, en lo que las iniciativas de mediano y largo plazo se implementan y vuelven efectivas, para calmar la angustia de la población y responder al clamor histérico del “y ahora quién podrá salvarnos” que amplifican no sin malicia ciertos políticos y algunos medios de comunicación.
Mandar a llamar a alguno de los super-héroes de la cultura de masas hubiera sido igual de efectivo. Desde luego no en el combate real a la delincuencia, pero sí en crear la sensación de que ya se está haciendo algo y alentar la confianza en que las cosas mejorarán. Poniendo más imaginación lo mismo hubiera dado reforzar a la PNC con el Cuerpo de Bomberos. Podría argumentarse que son pocos los incendios que hay que atender, que es un despilfarro gastar tanto en bomberos; ya que no procede disolver tal institución, ponerla a trabajar a la par de la policía; que patrullen con sus hachas y mangueras, que devenguen lo que con nuestros impuestos pagamos todos. Parece una idea loca, pero “algo hay que hacer”.
Nadie ha planteado en verdad tan peregrina ocurrencia. No obstante, la argumentación para involucrar al ejército es bien similar. Es “idea loca” porque de racional tiene bien poco. Sacar a los soldados a las calles y hacer creer que eso puede ser decisivo para enfrentar el auge delictivo, es igual de loco que sacar a los bomberos para al apoyo a la batalla contra la delincuencia.
El único camino racional y efectivo es tan obvio que da rubor tener que explicitarlo: aumentar sensiblemente el presupuesto de la PNC, a ser posible duplicar el actual; duplicar el ingreso a la Academia y por un tiempo acortar a la mitad el período de formación de los nuevos agentes; depurar de inmediato y reforzar las instancias investigadoras del delito, las áreas especializadas, los mecanismos de infiltración, de agentes encubiertos, de informantes, de protección de testigos; darle confianza a la ciudadanía para que aumente la denuncia; reforzar en presupuesto y efectivos la fiscalía; depurar a jueces y fiscales. Varias de estas cosas ya se están emprendiendo, pero tal vez no de manera suficientemente decidida y audaz.
Los efectos se harán sentir hasta un mediano plazo. En lo inmediato debería mejor planificarse el logro de objetivos mínimos, localizados, que por ejemplo permitan declarar “territorio libre de delincuencia” a determinados barrios, colonias o municipios. Aumentar el número de áreas “libres de armas” donde se ha prohibido su portación. En las actuales circunstancias no se puede pedir paciencia a la población. La gente necesita ver que el problema empieza ya mismo a resolverse y que se está en el camino correcto, que con el paso del tiempo se verán más y más resultados concretos.
Esencial es tomar ya medidas contundentes y ejemplarizantes, de impacto, con los “malos elementos” en la policía, fiscalía y sistema de justicia. Ya aparecieron varios nombres de altos cargos sujetos a investigación, incluido un ex-director de la PNC. Es un tremendo escándalo que no nos escandaliza lo suficiente, que habla a las claras de cómo iban las cosas en gobiernos anteriores. Es inaudito que tales funcionarios policiales, “inocentes hasta que se pruebe lo contrario”, sigan en el desempeño de cargos importantes.
Una cosa es que sigan libres mientras la investigación no avance más allá de los meros indicios. Cosa muy distinta es que, habiendo serios fundamentos para ser sospechosos de complicidad o incluso autoría de delitos, se les mantenga en puestos que deberían ser considerados de confianza. Mejor fuera tomar medidas ya, aun con el riesgo de que más adelante fuera necesario, si se comprobara que las sospechas eran infundadas, lavar su buen nombre y honor, restituirlos en sus cargos o resarcirlos por los prejuicios que se les haya ocasionado. La situación de emergencia justifica medidas disciplinarias fulminantes, indispensables para lograr el fin primordial de recuperar la confianza ciudadana en una institución que para muchos está hoy involucrada con la delincuencia, que se ha vuelto parte del problema y no de la solución.
Involucrar al ejército implica el riesgo de contaminar a la institución, una de las mejor evaluadas por la ciudadanía. Refleja además ciertos prejuicios heredados de los tiempos de dictadura militar, de la guerra civil y de ciertas mentalidades de izquierda. El ejército no es “un mal menor”, ni una institución innecesaria. Tampoco se previenen golpes de estado haciéndolo desaparecer. Pensarlo fuera una ingenuidad.
La Fuerza Armada es una institución esencial del Estado salvadoreño y es una institución clave de la democracia salvadoreña. La postura correcta es reforzarla, como el resto de instituciones democráticas, a fin de reforzar asimismo la democracia. La clave está en la doctrina militar que la inspira, en su respeto a las autoridades civiles, en su real sometimiento a las decisiones de la soberanía que emana del pueblo.
Los acuerdos de paz, que tanta sangre costaron, establecieron claramente las dos funciones que precisa la Constitución: la defensa de la soberanía y del territorio nacional. Nunca más el orden público o la seguridad ciudadana. Sólo excepcionalmente – y por tanto ha de ser con carácter no prorrogable – podrá el Presidente de la República disponer de la institución armada para tareas de seguridad y de orden públicos. No solamente para no distorsionar los acuerdos de paz y lo dispuesto en la Constitución. También para permitir que el ejército atienda debidamente sus funciones constitucionales.
No vivimos en un mundo desmilitarizado. Tampoco nuestra región lo es. Al contrario. Tenemos frontera terrestre con una nación donde hay un régimen golpista, antidemocrático, que ha tomado medidas hostiles a nuestras exportaciones, con la que ya tuvimos una guerra hace cuarenta años. El otro país con el que compartimos frontera terrestre adolece de fuerte desestabilización, con firmes rumores de intentonas golpistas. No es tiempo de pensar en utopías de hacer desaparecer ejércitos, sino de calibrar las amenazas virtuales o reales, potenciales o probables, a nuestra nación y nuestra democracia. En la medida que se avance en hacer de la institución castrense un baluarte de la democracia, el verdadero brazo armado del pueblo, se tornará en institución indispensable y valiosa a los ojos de toda la población.
Es un falso mito pensar que la izquierda tiene tradiciones pacifistas y antimilitaristas. Sólo la doctrina anarquista, en cuanto pretende hacer desaparecer al Estado y sus instituciones, podría reivindicar tal cosa. Tampoco la doctrina cristiana es en su esencia antimilitarista, como lo demuestra la presencia de pastores y capellanes castrenses. Amén de una larga historia de cruzadas y guerras santas, ejércitos papales y persecución de herejes. Si acaso tradiciones orientales, tales como el budismo, o los partidarios de la resistencia pacífica y la desobediencia civil, como Gandhi en la India, podrían proclamarse tales.
Otra cosa es el ideal utópico de un mundo sin armas ni ejércitos, que hasta el presidente Obama podría suscribir, a pesar de que mantiene el mayor gasto militar del mundo. América Latina en su conjunto ha duplicado en los últimos años su gasto militar, justo en un período caracterizado por la consolidación de la democracia y el avance de gobiernos de izquierda. Ése es el mundo real, en el cual la necesidad de una Fuerza Armada no debería ni siquiera ser objeto de dudas.
Democratizarla de manera efectiva ha de ser una garantía para la democracia y no un riesgo. Riesgo es tener una policía sin depurar, una justicia corrupta o una fiscalía indolente e ineficaz. Por eso ojalá que la medida emergente de “sacar de los cuarteles” a la tropa sea una cosa sólo temporal y pasajera, lo mismo que la idea contraria de “acuartelar” a la policía. Puede servir quizás, en lo que las iniciativas de mediano y largo plazo se implementan y vuelven efectivas, para calmar la angustia de la población y responder al clamor histérico del “y ahora quién podrá salvarnos” que amplifican no sin malicia ciertos políticos y algunos medios de comunicación.
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