martes, 22 de diciembre de 2009

Ricardo Ribera 2009, NADA A GOLPES

“Nada a golpes”: así lo han gritado miles y miles de manifestantes por las calles de Tegucigalpa, exigiendo el retorno del presidente Mel Zelaya y del orden democrático y constitucional. El pueblo de la hermana república de Honduras ni acepta golpes de estado, ni se resigna a ser tratada a golpes por los policías y militares enviados por las autoridades de facto que usurparon el poder el pasado 28 de junio. La amplia movilización popular al interior del país y en el propio corazón de la capital hondureña ha impedido que puedan los golpistas presentar la situación como de “normalidad”.

Por el contrario, se han visto forzados a reprimir a la población, a silenciar medios de comunicación, a perseguir a periodistas que tratan de hacer su labor de informar a Honduras y al mundo lo que está pasando, a decretar toque de queda, a capturar en sus casas a líderes sociales y políticos de la resistencia pacífica. No ha habido hasta ahora un baño de sangre debido al esfuerzo popular por desarrollar sus protestas sin violencia y porque el gobierno de facto prevé las consecuencias devastadoras que desencadenaría a nivel internacional si la represión desatada se vuelve sangrienta. Sin embargo, ya se han producido las primeras muertes, las cuales lo deslegitiman aún más.

Se les detuvo el reloj. A los militares, la oligarquía y la derecha de Honduras se les paró la hora en el siglo pasado, en esas décadas en que las dictaduras asolaban América Latina. La contundencia sin precedentes de la reacción internacional condenando el golpe de estado les deja pocas esperanzas a los golpistas de que puedan mantenerse en el poder más allá de unas semanas, difícilmente los cinco meses que necesitarían para poder amañar a su gusto las elecciones presidenciales del 29 de noviembre. Proceso electoral que carecería de legitimidad y validez si fuera organizado por las autoridades que brutalmente usurparon el poder.

Entrados al siglo XXI el mundo ha cambiado, América Latina ha cambiado. En nuestra época los golpes de estado no son aceptados por nadie. Tan es así, que hasta los propios golpistas hondureños se pronuncian contra el golpe militar. No ha habido tal, dicen.

Contra toda lógica intentan presentar como legal el atropello a la democracia. Arguyen que los militares no se han quedado en el poder como en los típicos golpes de estado, que Micheletti asumió según los procedimientos previstos y que las instituciones siguen funcionando. Argumentan que también el Presidente Zelaya violó disposiciones constitucionales. Insisten en que se trata de asuntos internos y exigen la no injerencia. La vieja derecha oligárquica ha formado un bloque con el poder legislativo y el judicial, militares, empresarios, medios de comunicación e iglesias.

El cardenal hondureño dejó escapar la oportunidad de quedarse callado. Desperdició la posibilidad que algunos reclamaban para la Iglesia Católica de jugar algún papel mediador y moderador en la crisis. Al revés, con su toma de postura pública, retransmitida en cadena nacional por las autoridades de facto, se desautorizó a sí mismo para tal efecto.

Inventó una nueva teoría para legitimar el golpe: Zelaya ya no era presidente cuando fue capturado y expulsado del país. Es ésta una tercera versión que se agrega a la confusa argumentación de los golpistas. ¿En qué quedamos? ¿Renunció, fue destituido o ya no era presidente?

Se elaboró una lista de acusaciones para presentarlo como prófugo de la justicia. Pero cuando Mel Zelaya hace por regresar, en vez de capturarlo y llevarlo a los tribunales de justicia, mejor impiden el aterrizaje del avión. Una vez se opta por la razón de la fuerza no es fácil respetar la fuerza de la razón. Ese camino lo abandonaron.

Hay mucho en juego, tanto en la eventualidad de que el gobierno surgido de un golpe de estado se consolidara y prevaleciera, como en caso de que el golpismo sea derrotado por el pueblo hondureño, respaldado por la comunidad internacional y por los pueblos del continente. Por eso no es aceptable el argumento de que se trata de “asuntos internos”. Mucho se juega en Honduras, en especial para los países del área.

Es lógico el esfuerzo de mediación emprendido por el mandatario costarricense Óscar Arias, quien preside temporalmente el SICA, instrumento de integración regional. Ésta ha quedado paralizada a la espera de que la crisis hondureña alcance alguna solución. Igual de bloqueado está el proceso negociador de Centroamérica con la Unión Europea, el cual estaba en una fase decisiva. La situación actual es económica y políticamente insostenible, para Honduras y para la región. Pero no será fácil atemperar los ánimos y conciliar posiciones. Es dudoso que el respaldo norteamericano a esta vía del diálogo vaya a ser suficiente para hacerlo avanzar.

Cada día que pasa se vuelve más evidente que Estados Unidos deberá acompañar con acciones sus palabras. No basta la condena verbal. La falta de medidas concretas de presión equivale a una aceptación de los hechos. Ni siquiera ha retirado a su embajador, como lo hicieron el resto de países de la OEA y la Unión Europea. Para recuperar credibilidad en América Latina tendrá que utilizar las múltiples palancas de que dispone para revertir el golpe. De momento no lo ha hecho, lo que motiva lógicas sospechas. Barack Obama, quien prometió una forma de relación diferente a la del pasado entre Estados Unidos y América Latina, pone en juego su imagen y prestigio, su credibilidad, en el escenario hondureño.

A la derecha salvadoreña la crisis en Honduras la dividió. Unos, aun distanciándose de las políticas de Zelaya, han condenado el golpe; otros lo disculpan o niegan que exista tal; otros más bien no disimulan su alegría por el retorno a escena del golpismo. Esperan poder chantajear al gobierno de Mauricio Funes con la amenaza de repetir aquí el experimento hondureño. En general predomina una calculada ambigüedad por parte de la derecha política. Es grave.

Los “opinadores” y “analistas” de los grandes medios aparecen también divididos. Algunos connotados derechistas sorprendieron calificando las cosas por su nombre y tomando prudente distancia del golpismo, cosa que los honra. Otros guardan un “estruendoso silencio” bastante hipócrita. Los hay pretendidamente moderados que se destapan como extremistas al atribuir la responsabilidad del golpe a la víctima del mismo, al Presidente depuesto por la fuerza.

La derecha económica, los voceros de las gremiales empresariales, llamaron golpe al golpe y lo criticaron. Pero después pusieron el grito en el cielo por las 48 horas de bloqueo comercial decretado por los países con fronteras terrestres con Honduras, una decisión tomada en la reunión del SICA como medida de presión.

La democracia ha sido agredida y está en peligro, pero a Federico Colorado, presidente de la ANEP, lo que le preocupa es el precio de los tomates. En vez de presionar sobre sus colegas hondureños, para que dejen de apoyar al gobierno usurpador y sean sensatos, los empresarios prefieren presionar a Mauricio Funes, exigiéndole que no mezcle los negocios con la política.

Está en juego el interés nacional y los principios que fundamentan el sistema democrático, pero los gremios empresariales anteponen sus intereses privados y fingen preocupación por el impacto sobre la población. Es la asignatura pendiente del sector privado, dado que ya en 2002 estos gremios saludaron y apoyaron el golpe en Venezuela, felicitando incluso al usurpador Carmona cuando se autoproclamó presidente en su efímera toma del poder. Siguen sin dar “señales claras” de compromiso con la democracia.

En Honduras, más allá del desenlace inmediato de la crisis, está la perspectiva a mediano y largo plazo. El relativo primitivismo con que se hace política en el hermano país puede que se supere a raíz de la crisis institucional que se ha desatado. No hay mayor maestra que la vida y esta coyuntura supone enormes lecciones políticas para todos, en especial para los sectores populares.

El escenario interno hondureño se transformó como resultado del golpe. Desaparece el bipartidismo pues hoy queda claro a todo el mundo que ambos partidos, Nacional y Liberal, son la misma cosa. El golpe los ha unificado. Se vuelve más que probable que el Partido Liberal – el partido de Zelaya y de Micheletti– se divida y surja un reagrupamiento alrededor de Zelaya.

El proyecto político de éste se refuerza y potencia, pues aparece como la verdadera alternativa al obsoleto sistema de poder. La propia figura pública de Mel Zelaya, convertido de pronto en estrella mediática internacional, ha reforzado su capacidad de liderazgo ante las poderosas organizaciones sociales movilizadas en su defensa.

Si el gobierno golpista las reprime para no verse rebasado por la marea humana pone al desnudo su naturaleza anti-democrática y fascista, vuelve más probable la imposición internacional de sanciones, dificulta un posible diálogo nacional y se aísla todavía más. Si la OEA decide imponer sanciones económicas y Estados Unidos las acata, el gobierno de facto estará en serios problemas.

¿Cuánto tiempo podrá resistir? ¿Cuándo aparecerán las primeras fisuras en el bloque que apoya al gobierno de facto? Igualmente para el otro bando: ¿cuánto más podrá resistir el movimiento de resistencia? ¿Logrará atraer a más sectores sociales? ¿Será capaz de movilizar la solidaridad activa de las fuerzas progresistas de todo el continente?

En la cintura de América, la sombra enorme de Morazán se agranda y traspasa las fronteras.

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