martes, 22 de diciembre de 2009

Ricardo Ribera 2009, SIN DERECHO A EQUIVOCARSE

Del discurso presidencial de investidura me llamó la atención la frase de Mauricio Funes “no tenemos derecho a equivocarnos”. Confieso que mi primera reacción al escuchar al nuevo Presidente decir eso, no fue favorable. Expresa lo contrario de la conocida idea “errar es de humanos”. ¿No será que la arrogancia y prepotencia que a veces se le han atribuido al ex-periodista, se han colado en esta frase suya?

Puede ser un defecto menor, reflexiono, tal vez incluso una necesaria cualidad para el cargo que ha pasado a ocupar desde el 1° de junio. Desde la más alta responsabilidad de la nación le tocará relacionarse con gente poderosa. En esa relación una actitud demasiado sencilla o humilde puede hasta resultar peligrosa. Mejor adolecer de altanería en el trato con los poderosos de este mundo, que parecer demasiado simple o modesto ante ellos.

Por otro lado, el mandatario tiene el mérito de haber expresado de manera rotunda un alto grado de autoexigencia. Coloca el listón muy alto. Sabe que por él será medido. Para quienes lo acompañan en su equipo de gobierno queda claro que, así como se exige a sí mismo el Presidente, así se les exigirá a ellos. Haciendo explícita la voluntad de hacer bien las cosas, de no equivocarse, de no tener derecho a ello, el reto de hacer buen gobierno se convierte en un mandato imperativo.

Dada la difícil coyuntura que atraviesa el país, más la mala herencia que recibe la nueva Administración, gobernar de manera acertada y sin errores puede ser considerado como cuestión de vida o muerte. Al subir al avión no admitiríamos que el comandante de la nave nos advirtiera que tratará de hacerlo lo mejor posible, de no equivocarse, que aunque errar es de humanos, él intentará despegar y aterrizar sin estrellarnos, pero que seamos comprensivos si algo sale mal. Nadie aceptaría un discurso así, con tantas vidas en juego. Al piloto, al igual que al cirujano, se le exige no cometer errores, se le niega el derecho a equivocarse, se le lleva a juicio si yerra, por muy humano que sea.

Hasta cierto punto El Salvador es ese avión, que en la pista aérea de la democracia lleva ya 20 años acelerándose y que ahora se encuentra en el punto de no retorno: ya es tarde para frenar, la pista se acaba y es el momento de levantar vuelo y despegar. Si no lo logra, se estrella a gran velocidad. La única opción es acelerar aún más, hacer girar los alerones, que las ruedas se despeguen del piso y levantar el vuelo. Para eso elegimos la nueva tripulación que está ahora en cabina.

Valga decir que, con los pocos días transcurridos, las señales que nos vienen del puesto de mando, son alentadoras y tranquilizan. Buena mayoría de los pasajeros que vamos en esta nave llamada El Salvador estamos confiados de que hemos dejado en buenas manos el timón y que el país conseguirá flotar, que evitaremos el naufragio. En especial por el contraste con quienes han estado antes en su conducción. La frase de Mauricio Funes iba seguida de la referencia a “no repetir las equivocaciones de administraciones anteriores”.

A mi modo de ver, en esto hasta se quedó corto el Presidente. Entre las cosas que se están destapando en distintas dependencias oficiales, y se sospecha que pueden irse descubriendo muchas más, las hay que son motivo de verdadero escándalo. En un país con las carencias y graves necesidades como el nuestro, abusos y sinvergüenzadas, sobre todo en áreas tan delicadas como la salud, no son simples errores, se constituyen en verdaderos crímenes. Las barbaridades que se venían gastando en oficinas de lujo para el ministro y viceministro, o las toneladas de medicamentos vencidos, presuntamente adquiridos con fechas de próximo vencimiento, no sólo son errores y contravienen las normas éticas: rozan el límite de la responsabilidad penal.

El pueblo salvadoreño, en su inmensa y ya comprobada sabiduría, no creo yo que dentro de cinco años le exija al gobierno del Presidente Funes no haberse equivocado en nada. Le reclamaría si no gobernase con honestidad. Le exigirá haber gobernado sabiamente. Eso no es lo mismo que no equivocarse nunca. Sabio fue aquél que dijo “sólo sé que no sé nada”; sin embargo todos lo consultaban. Sabio es aquél que duda, que es capaz de reconsiderar las cosas, de examinar lo que se ha hecho de manera crítica y rectificar si es necesario. Sabio es aquél que escucha y que se abre a otras opiniones. El que acepta críticas, incluso las de sus adversarios, si éstas son sensatas y no mal intencionadas.

No me parece que la principal preocupación del gobernante haya de ser no equivocarse nunca. Lo malo fuera equivocarse sin el pueblo o, lo que fuera peor, en contra del pueblo. Si se actúa con él, en diálogo franco y continuo con la población, cualquier error podrá corregirse en el camino. La rectitud del mismo se medirá por su voluntad de ir hasta las metas propuestas. No necesariamente en línea recta: vale el zigzag y la línea sinuosa, sortear obstáculos, pero siempre marcando el avance. El de todo un pueblo junto a su gobierno, en movimiento de ascenso a la cumbre: la de su propia superación. Es decir, la del desarrollo sostenible. Desarrollo no sólo económico, también social, educativo, cultural, deportivo, artístico. Desarrollo humano en suma. Junto a él, desarrollo de la conciencia política y democrática.

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