martes, 22 de diciembre de 2009

Ricardo Ribera 2009, PREMONICIÓN MARINA

A mi modo de ver, éste no es un tiempo de revolución, sino una época de reforma. Pero esto no quiere decir que los cambios no puedan ser profundos o que todo se vaya a desarrollar de manera tranquila y apacible. Vivimos un período caracterizado por la agudización de la lucha de clases. Es decir, ésta ha comenzado a ir en ascenso. Nuevamente. Lo cual determina que, en la actual fase, la batalla de las ideas cobre especial relieve.

También la lucha de ideas se agudiza. Es la que prepara, alienta, promueve y acompaña un lento movimiento que surge desde lo más hondo de la nación. Es éste un tiempo de espera. No de inacción, sino de esperanza activa. Esperando esperanzados que el pueblo se ponga de nuevo en marcha. Indetenible.

Hoy luce postrado. Tirado, desmoronado, abandonado. “Arrojado a la existencia” – como gustaba decir Heidegger, el gran filósofo alemán –, un simple “ser-ahí”. Heidegger: fascista, pero gran pensador, sin duda. Pensador, pero gran fascista, sin duda también.

Necesitamos pensar a la altura de nuestros tiempos y necesitamos pensamiento de altura. Para enfrentar a los nuevos Heidegger de nuestra época. Para ayudar a que reaccione el pueblo. En dirección a “derrocar todas las relaciones en las que el hombre es un ser humillado, esclavizado, abandonado, despreciable”. Así lo exigía, clarividente, otro alemán: Karl Marx. Necesitamos pensar al modo de Marx, necesitamos pensamiento a la altura de Marx.

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Necesitamos un grito. Una voz que ordene: “¡Levántate Lázaro!” Hacer que nuestro Lázaro-pueblo, paralizado en su propio sufrimiento, atienda el llamado y crea. Tiene que creer. Si no cree en el milagro, no hará por levantarse, no emprenderá el esfuerzo y el milagro no se producirá. Sólo puede darse por la fe, al recobrar la confianza, al saberse capaz.

Si Lázaro no tira las muletas y no hace por levantarse, nunca volverá a caminar. Si el ciego no abre los ojos, seguirá sin ver. Asimismo el sordo debe retirar las manos de sus oídos. Sordos, ciegos, paralíticos; todos paralizados, sin ver, ni oír. Así hemos estado. Así nos han tenido.

Hora es ya de reaccionar. Atender al llamado de la historia, a la nostalgia del futuro, al pasado que exige ser completado, al presente que se vuelve insostenible. Al grito que puede salvarnos y salvar al país: “¡Levántate pueblo!”

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Vendrá. No como ola revolucionaria, no como oleada. Ésta se precipita, toda estruendo y espuma. Se agiganta, choca y rompe, golpea… Pero bien luego se retira. Y por un momento el mar se tranquiliza. Recobra fuerzas todavía para precipitarse de nuevo, bravo y fiero. Es un repetido avance y retroceso, un esfuerzo sin mayor fruto, sin consecuencias.

Al final, sólo queda la espuma tiñendo de blanco su azul profundo. Y el mar se amansa. Agotado en su oleaje sin futuro, infructuoso, ya sólo ondula su vestido de aguas. Se ha vuelto paisaje que no asusta, que no genera inquietud. Es un ir y venir de olas sin trascendencia ni sorpresa, una quietud nunca inmóvil, un vaivén sin fin, un mar acompasado y previsible, domesticado.

Vendrá, está viniendo ya, se está alzando, incorporándose de a poco, levantándose. Pero no como oleada. Lo hace ahora como marea.

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Tras el largo reflujo viene ahora el cambio de marea. Es la mar toda la que se empina, se alza sobre sí misma, recobra su nivel, el que le corresponde. Reclama su espacio, lo invade, lo recupera, lo hace suyo. No hay barrera humana o natural que pueda impedir este avance, silencioso y pausado, callado, tranquilo.

Es la marea. Su movimiento es hacia arriba, busca lo alto, hace por acercarse al cielo, es una líquida masa atraída por el cielo. El mar acude al llamado de los astros. Y empieza a levantarse. Así viene nuestro pueblo, como marea.

Es la luna quien llama: levántate pueblo, álzate como mar, sube como marea. ¡Avanza! Inunda, invade, recupera, moja y empapa. Que esta tierra es tuya. Te pertenece. Humedece lo árido y seco para hacerlo germinar. Haz del país un jardín. Haz del país un huerto. Llénalo de belleza y de alimento. Que nos alimente el alma y nos embellezca el cuerpo. Haz de él tu paraíso, el que perdiste porque te lo perdieron; recupéralo. Es tuyo.

Así viene el pueblo: como marea, soñando futuro. Jardinero y sembrador. Sembrando utopías y jardineando esperanzas. Hay ocasiones en que me parece ya verlo venir.

Para cuando ocurra, aquí estaré. Yo quiero acompañarlo, dejarme llevar por su marea incontenible. Dejarme arrastrar tierra adentro. Dejarme perder y dejarme encontrar en lo perdido. Sumergirme en el mar pueblo, elevarme y avanzar en su marea. Ya viene, ya está llenando, viene subiendo.

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