domingo, 12 de septiembre de 2010

USAC: El caos moral y la reforma universitaria

El caos moral y la reforma universitaria
Parece que estamos en la tierra del nunca jamás, en donde el talvez es el nunca y el jamás significa escupir hacia el cielo. Las claras contradicciones que se dan permanentemente, caen en el plano de lo mágico, en un imaginario colectivo que nos hace crear realidades emergentes, para poder sobrevivir ante tantas contradicciones, tanta violencia, corrupción y desidia. Estamos en un país en el que el sentido de pertenencia y el de la solidaridad se encuentran en un resquebrajamiento permanente. Nos resignamos con indolencia a cerrar los ojos o a voltear la cara ante las desgracias y nos acostumbramos a fingir realidades alternas para soportar el día a día. Hemos llegado a ese momento de sobrevivencia flotante del sálvese quien pueda. Entre tantas contradicciones vemos con resignación como se protegen los derechos de los delincuentes pero nos indigna, cada vez menos, como se olvidan los derechos de los inocentes. La caótica situación se manifiesta en todos los estamentos de la vida social y económica. Hay crisis en la salud, la hay en la educación, en la agricultura, en el comercio, en la seguridad, la hay también en la infraestructura, en instituciones como el Renap, el Ministerio Público, la Contraloría de Cuentas, bueno, en los partidos políticos, en todos lados. Y no olvidemos la grave y lamentable crisis en la USAC en la que se reflejan la mayoría de los problemas sociales.
Estamos ante una dislexia social que nos impide leer con claridad nuestra propia realidad y terminamos tolerando que los políticos hagan su agosto, mientras la población recibe un negro septiembre. Y es que hasta la naturaleza ha hecho su aporte para afianzar ese sentido de indefensión que alberga el guatemalteco, y nos ha enviado erupciones de arena, lluvia inclemente, inundaciones apocalípticas, derrumbes devastadores, implacables deslaves y por supuesto, más luto que sumar a la imparable violencia. Y las justificaciones y explicaciones que se dan a esta situación no hacen más que caer en la ingenuidad o trasladarnos al campo de lo metafísico con argumentos, para algunos aceptables, como que nosotros mismos generamos una energía negativa que nos invade o que alguna divinidad nos castiga por nuestros constantes pecados.
Todo esto es realmente lamentable, pero más lamentable es que la USAC, otrora un bastión para apoyar a los más necesitados, una institución que se manifestó con prontitud durante el terremoto, el Huracán Mitch y la tormenta Stan, brille hoy por su ausencia, perdida en una maraña de conflictos e intereses políticos, que han asestado un golpe al corazón de sus principios y la han apartado de su misión principal. Una universidad perdida en la confrontación creciente para la que no se avizora solución pronta, talvez, y a mediano plazo, un difuso Congreso de Reforma Universitaria.
Está más que claro que para resolver la crisis institucional de la USAC, debemos necesariamente, caer en el campo de la moral y la ética. Se habla de la solidaridad, de las necesidades sociales, de las oportunidades para todos. Pero ¿Cómo se actúa? ¿Qué es lo que realmente importa? ¿a quién le importa? ¿Cuáles son los intereses reales de cada sector? ¿Cuál es el papel de nuestra universidad para mantenerse vigente y activa?
No hay para donde, unos y otros están enfrascados en una discusión de valores en la que cada quien cree que la razón le acompaña. Como pasa en el mundo de la conveniencia, cada quien justifica sus posturas, pero es incapaz de ponerse en el zapato ajeno. Se olvidan del precepto moral de que es bueno aquello que nos beneficia, siempre y cuando, no haga daño a los demás.
Sin embargo los líderes y las autoridades dan ejemplos vergonzosos a las nuevas generaciones, y estas, desconcertadas, buscan a ciegas modelos a seguir. Y mientras tanto ven, de manera confusa, dirigentes vilipendiados y autoridades despreciadas, que manifiestan comportamientos itinerantes, en donde antes de las elecciones repudian a una Corte, pero después la veneran, en donde se pactan secretos acuerdos, que luego se irrespetan pero no se divulgan, en donde las danzas de la conveniencia bailan el día a día entre el ser y el deber ser, en donde se utilizan recursos públicos para intereses mezquinos, en donde se cometen acciones ilegales al amparo de la ley. Estamos en una tierra de nadie en la que prevalecen las posturas intransigentes y brillan las mentalidades obtusas.
Pero bueno, quizás podamos ver la luz, pero para ello hay cuestionamientos ideológicos: ¿Debemos educar para la competitividad o para la solidaridad? ¿debemos fortalecer una universidad para que ayude a la solución de la problemática nacional o impulsar una institución que produzca profesionales liberales competitivos? El modelo que se trata de impulsar actualmente en San Carlos, es el de competencias el cual se enfoca, precisamente, hacia la competitividad, pero ¿cuál es el fundamento epistemológico de este modelo exportado y cuál es su congruencia con la filosofía de nuestra universidad? Sin duda esta será otra de las discusiones para el posible proceso de reforma universitaria. De cualquier forma, la verdad es que en esta universidad de más de trescientos años, no se conoce un planteamiento epistemológico propio que oriente, de manera consecuente, un enfoque educativo para situarla en el nuevo siglo.
No obstante, está claro que estamos en un momento para dejar los extremos, de dejar las posiciones intransigentes, estamos en el instante de retomar la trillada frase de que una crisis es siempre una oportunidad y que esta debe ser aprovechada para hacernos mejores, más humanos y más responsables. Es necesario retomar los fines de la USAC y por consiguiente educar para la solidaridad, pero teniendo una visión que incluya también hacernos más competentes cada día. Formar jóvenes conscientes de su entorno y responsables de su realidad social. Desarrollar y potenciar el diálogo y las distintas capacidades para que a nivel individual y comunitario pueda hacerse frente, de manera efectiva, a las distintas situaciones que se presenten.
Es posible que la mayoría estemos de acuerdo en que la función de la educación universitaria debe replantearse, pero orientada a favorecer el desarrollo de las distintas habilidades y capacidades de los educandos, tratando de que puedan insertarse en el contexto que les toca vivir de una forma efectiva pero con criterios morales y éticos bien definidos. Es decir, con una clara concepción de los valores culturales propios, pero también de la posición ante un mundo globalizado. Esto sólo podrá ser posible, si se le enseña al estudiante a aprender, si se le dan cimientos morales que le hagan responsable del bienestar y el de su sociedad. Pero sobre todo, si se le enseña a desarrollar una actitud crítica y reflexiva que le permita modificar creativamente su propia realidad para contribuir a la conservación y el desarrollo de su entorno. Nos corresponde crear las bases para formar estudiantes que no cierren los ojos o volteen la cara ante su propia realidad.
Pero ojo, mucho de esto sólo se logra con el ejemplo. Y ¿qué ejemplo estamos dando?
Byron Rabe, 11 de Setiembre de 2010.

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