miércoles, 15 de septiembre de 2010

El miedo y la Independencia

Ética y política
El miedo y la Independencia
José M. Tojeira








El miedo ha sido siempre el mejor aliado de los violentos. Los dictadores siempre han pensado que si no hay miedo al castigo no hay gobierno posible. El que gusta solucionar los problemas a través de la fuerza bruta siempre desea usarla. Para que le respeten, suelen decir. Pero en realidad es para que le teman. Porque en el momento en que mucha gente deja de temer a la fuerza bruta, ésta deja de ser una fuerza real. Pero también están quienes tienen miedo a la conciencia de los pueblos. Son otro tipo de violentos más sofisticados que tratan de ganar clientelas y construir esa violencia estructural que separa a los que viven bien de esa gran masa de excluidos. Al final acaban coincidiendo, aunque de distinta manera, tanto los violentos a los que llamamos delincuentes como las élites sembradoras de miedo y a la vez con miedo de la conciencia de los pueblos.


El 15 de Septiembre de 1821, reunidos un amplio grupo de notables guatemaltecos en el Palacio Nacional de la Capitanía, discutieron la oportunidad de proclamar la independencia. Las razones a favor fueron muy diversas. Otros países y regiones ya lo habían hecho. Pero además, según frase textual del acta de la Independencia, los notables reunidos escuchaban, y con fuerza, “el clamor de ¡Viva la Independencia!, que repetía de continuo el pueblo que se veía reunido en las calles, plaza, patio, corredores y antesala de este palacio”. Ante eso, los notables, muchos de ellos hasta hacía poco partidarios de la unidad con España, deciden proclamar la Independencia. Y no vacilan al insistir de nuevo en el acta en que se proclame la Independencia “para prevenir las consecuencias que serían temibles, en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo”. Todo un ejemplo del miedo profundo al pueblo de aquellos funcionarios del reino español, algunos incluso con títulos nobiliarios comprados a la realeza. ¿Independentistas? Probablemente no. Simplemente cobardes que no querían perder sus privilegios.


Este miedo al pueblo se conservó durante demasiados años en nuestras tierras, y todavía en ciertos sectores está demasiado vivo. Por eso algunos grupos conservadores insisten en soluciones de fuerza frente a los problemas. Por eso apoyaron a Micheletti o recuerdan con nostalgia a Pinochet. Tienen miedo a “que el pueblo haga oír su voz”, como decía Ellacuría, y exija respeto a pleno a su dignidad de personas trabajadoras con derecho a un bienestar que de momento aún se les niega.


Al lado de quienes tienen miedo al pueblo, e infunden miedo para controlarlo, están otros grupos. Grupos reactivos que frente a la injusticia, el desempleo, el fracaso personal en un contexto de sociedad fracasada, optan por sembrar miedo a quienes les rodean. A convertir el miedo ajeno en un instrumento de protesta contra la sociedad y en un medio de beneficiarse con el dinero, los bienes o la renta ajena. Son los mismos que hace casi tres meses quemaron a 15 personas en Mexicanos, masacraron a 72 emigrantes en Tamaulipas o ametrallaron a 18 trabajadores de una zapatería en Honduras hace pocos días. El miedo produce renta tanto a quienes quieren mandar sin tener en cuenta los deseos del pueblo, como a quienes quieren construir un estilo de vida a costa de los demás.


Las escenas de miedo ante unas noticias que no pasaron de ser en realidad rumores, o que al menos se divulgaron por la vía del rumor, nos dicen que en El Salvador el miedo ha cobrado carta de ciudadanía. Más miedo que en las épocas normales de la guerra civil. Tal vez porque entonces los campos eran conocidos y quienes querían la paz sabían qué decirles a uno y a otros. Ahora el terror es más anónimo, porque la muerte puede estar infiltrada en cualquier lugar o institución.


Frente a ello, y en estas fechas de la independencia, lo único que queda es el clamor. Un clamor que implica dejar el miedo fuera de la conciencia y comenzar a hablar, a expresarse. A llenar las calles, las plazas, los patios y las antesalas de cualquier palacio, sea legislativo, ejecutivo o judicial, pidiendo independencia. Esa independencia que hoy tiene que traducirse en redes de protección social universales, en pensiones para nuestros ancianos, en trabajo digno para nuestra gente, en oportunidades iguales desde la educación en calidad de todas y todos nuestros jóvenes. El clamor popular vence a los gobiernos autoritarios y fortalece a los gobiernos arraigados en las necesidades del pueblo. Y sobre todo refuerza la conciencia de que la mayoría, la inmensa mayoría, quiere paz, quiere justicia, quiere igualdad de oportunidades, quiere esa libertad de poder construir con seguridad el propio futuro dentro de la propia tierra y de las propias tradiciones.


Si tuviéramos que decir cuál es la tarea concreta que la independencia exige hoy para El Salvador, no tendríamos ninguna duda. Si algo nos exige la independencia como valor, como compromiso que vuelve honorable la vida del esclavo, es simplemente vencer el miedo. El Gobierno debe ayudarnos a vencer el miedo. Pero la población debe también ayudar al Gobierno a enfrentar a los autores del miedo, estén arriba o abajo. Y enfrentarlos con su hambre de paz, de justicia y su grito de independencia. El clamor produce conciencia y la conciencia derriba todos los muros. Incluso el del miedo.
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"Cuando la situación histórica se define en términos de injusticia y opresión, no hay amor cristiano sin lucha por la justicia" (I. Ellacuría, 1977)

16 de noviembre de 2010, XXI aniversario de los mártires de la UCA

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