jueves, 2 de septiembre de 2010

Brutalidad y ciudadanía

Editorial YSUCA


Brutalidad y ciudadanía




Si con algo no puede convivir la democracia, la ciudadanía, los valores cívicos y todo lo que se llama estado de derecho, es con la brutalidad. Y en nuestras tierras la estamos respirando, palpando y sufriendo día tras día. En ocasiones dentro de nuestras fronteras. Y ahora en México, con esta terrible masacre de setenta y dos personas, más propia de las brutales guerras civiles que nos tocó padecer, que de una época de supuesta paz.


Y lo grave es que esta historia no aparece ni surge de la nada. Es parte de una terrible historia de dolor en la que la indiferencia juega un papel casi igual de fuerte que la injusticia de disparar a mansalva contra personas desarmadas. Personas cuyo único delito fue buscar aventuradamente una oportunidad para salir de la pobreza. Si los estados, los ciudadanos, las personas de buena voluntad, tuviéramos una solidaridad y una preocupación más masiva y activa con los emigrantes, este tragedia hubiera sido más difícil. Pero la fiera indiferencia ante el dolor del migrante, la impunidad sistemática en la que van quedando secuestros, asesinatos y violaciones de mujeres, se convierten, junto con la indiferencia de tantos, en los primeros capítulos de esta tragedia. De una tragedia que aún no ha llegado a su fin. Por eso es también importante mostrar la cara de la indiferencia, ademas de condenar los hechos.


Indiferencia en Estados Unidos, que permiten el modo nazi de actuar del Sherif de Maricopa, un tal Arpaio, que trata y se refiere a los migrantes como si fueran bestias. Y que se multiplica con las leyes antimigrantes de Arizona y su Gobernadora, cómplice al final de demasiada muerte y dolor. Indiferencia en México, que desde hace años sabe que los emigrantes centroamericanos y de otros países de nuestra América, son ultrajados, robados, asesinados y violadas nuestras mujeres, sin que las autoridades hagan nada sustantivo para evitarlo. Indiferencia en nuestros propios países centroamericanos, cuando vemos a los migrantes como personas que sólo merecen respeto al tener éxito en Estados Unidos o en cualquier otra parte del mundo, y olvidamos el dolor, sacrificio, valores, dignidad y bondad de los que fracasan en el camino. Nuestro egoísmo frente a los migrantes, incluido el mal trato que dan nuestras autoridades a los migrantes que pasan por El Salvador, sin que apenas se levanten voces de protesta, es demasiado grande. Hace algunos años tuvimos más de diez meses presos en las bartolinas a un grupo de chinos no adecuadamente documentados, sin que casi nadie se preocupara de ellos, a pesar de ser inconstitucional tenerlos así por algo que no era delito. Y no es el único caso, sino que conocemos otros más graves, como el de la mujer camerunesa que estuvo tres meses encerrada en una celda donde ella era la única mujer entre un promedio de veinticinco hombres.


Es evidente que quien asesina merece, por hablar en términos bíblicos, la cólera de Dios. El crimen de nuestros 72 hermanos migrantes no tiene nombre. Pero a muchos de nosotros y de nuestros gobiernos debería ardernos el alma ante nuestra propia indiferencia, y simultáneamente caérsenos la cara de vergüenza porque no hemos acertado a denunciar, con la suficiente valentía y constancia, la brutalidad a la que son sometidos nuestros migrantes. Pasar a la acción es urgente. Salir de la indiferencia significa protestar, significa acompañar más de cerca a nuestros migrantes, significa exigir soluciones racionales al movimiento de personas.


Migraciones las ha habido siempre en la historia. Muchos de nuestros países son países de migrantes. Migrantes además que fueron muy crueles. No como los pobres e inocentes migrantes de hoy,. Migrantes europeos que mataron indios, que robaron tierras a sus dueños originales, que destruyeron culturas, que impusieron sus gobiernos. Muchos de nuestros gobernantes tienen apellidos de migrantes relativamente recientes. No del tiempo de la conquista, sino de los dos últimos siglos. No tenemos hoy excusa para ser indiferentes ante nuestros migrantes. Que el pueblo haga oír su voz, solía decir el P. Ellacuría. Este es uno de los momentos en que nuestro pueblo debe hacer oír su voz, salvadoreña y centroamericanamente. Y nuestros gobiernos, más allá de las fórmulas equilibradas y elegantes, deben tomar posiciones que resulten claramente incómodas a los países donde se violan con tanta brutalidad los Derechos Humanos de los migrantes. Lo demás no es más que hipocresía y traición a la democracia. Los asesinos tienen la culpa, pero también el Estado Mexicano tiene su parte de culpa. Y también nuestra indiferencia, ciudadana y gubernamental, tiene su participación en la responsabilidad de estos crímenes incesantes, hoy coronados por la brutalidad de criminales en su máxima expresión.
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"Cuando la situación histórica se define en términos de injusticia y opresión, no hay amor cristiano sin lucha por la justicia" (I. Ellacuría, 1977)

16 de noviembre de 2010, XXI aniversario de los mártires de la UCA

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