domingo, 25 de julio de 2010

Vulnerables

Editorial YSUCA
Vulnerables






En todas las noticias aparece el dato: Este invierno será excepcionalmente lluvioso. En sus primeros tres meses hemos superado ya la pluviosidad anual promedio de los últimos años. Y para los próximos tres meses se anuncia el fenómeno de La Niña, caracterizado por un aumento sustancial de lluvias. En estos tres meses el agua ha inundado tierras, destruido viviendas y cosechas, acrecentado cárcavas. La posibilidad de que colapsen desagües, se formen deslaves o se produzcan verdaderas tragedias es en este invierno superior a la de otros años. Nuestra vulnerabilidad está ahora más a la luz. Y en tiempo de crisis internacional, de escasos rendimientos económicos y de falta de trabajo, el hecho de ser vulnerables pone en riesgo planes de desarrollo. Cualquier tragedia nos puede hacer retroceder. De hecho el número de pobres ya aumentó considerablemente en el país con la crisis internacional. Cualquier catástrofe interna, con sus costos, nos empujaría a una situación todavía peor.


Enfrentar la vulnerabilidad no es fácil. El país es geológicamente joven y en ese sentido su subsuelo, tierras, laderas y montañas están todavía en proceso de asentamiento y conformación. Nuestros pueblos fueron ubicados donde inicialmente la sabiduría indígena veía mayores signos de seguridad. Pero el crecimiento poblacional, la falta de una seria programación de la ubicación de la vivienda, así como la pobreza, que ha obligado a la gente a buscar lugares marginales donde ubicarse, ha multiplicado la vulnerabilidad de nuestros asentamientos humanos. La irresponsabilidad de los gobiernos y de algunos constructores ha sido grande. Y lo que es una vulnerabilidad propia debida a la ubicación geográfica en la que vivimos se ha potenciado por la poca seriedad institucional de años y por la falta de recursos dedicados a prevenir la vulnerabilidad, especialmente de la población en riesgo, que es la más pobre y ciertamente la mayoritaria.


Este invierno, pues, nos invita a preguntarnos qué hacer frente a la vulnerabilidad de nuestro país. Una pregunta que implica respuestas de largo y corto plazo, así como actitudes profundas de cambio, con respecto a los modos de proceder que han sido habituales hasta el presente. En el corto plazo es evidente que tiene que aumentarse drásticamente la cantidad de recursos que se dedican a la prevención del desastre. Pero además hay que comenzar a construir un verdadero mapa de la vulnerabilidad y un proceso adecuado de ordenamiento territorial. El trabajo de prevención del desastre y disminución de la vulnerabilidad puede ser lento en su conjunto, pero las decisiones de entrarle al tema tienen que ser urgentes e inmediatas.


En cuanto a las actitudes, los cambios tienen también que ser radicales. El país no puede seguir jugando al sálvese quien pueda individualista, ni a la ley del más fuerte que privilegia sólo a los que tienen mejor punto de partida, mayores recursos o simplemente mayor capacidad de abuso y trampa. Un sentido cooperativo más sólido y más imbuido de solidaridad es indispensable. Y no sólo en los momentos de desgracia, donde la respuesta suele ser generosa, sino en el día a día de construir la prevención y la mayor justicia social. Un país como el nuestro no tiene futuro si no se despierta una actitud de generosidad respecto a utilizar el propio tiempo y los recursos personales al servicio del bien común. Instituciones de voluntariado como “Un Techo para mi País”, nos dan ejemplo de generosidad en estos días de vacación estudiantil. Pero la generosidad para sacar el país adelante, prevenir el desastre y reducir la vulnerabilidad, tiene que ser de todos. Sin generosidad solidaria no hay futuro. El ser o no ser un Estado fallido tiene también mucho que ver con la generosidad. Y en el campo de la reducción de la vulnerabilidad esta virtud y actitud personal se necesita en abundancia.
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“Ningún límite histórico cierra el futuro esperanzado del seguidor de Jesús” (I. Ellacuría)

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