miércoles, 7 de julio de 2010

Racionalidad frente a histeria

Editorial Ysuca



Racionalidad frente a histeria



Por duros que sean los acontecimientos la racionalidad debe primar sobre la histeria. La masacre del autobús en mexicanos no tiene ni explicación, ni disculpa, pero no ha sido peor que otras masacres ocurridas en la historia reciente y a las que se ha tratado de sepultar en el olvido. Frente a las terribles masacres de la guerra se solía decir que había que dejar la justicia a Dios, que el perdón era importante, que recordar era fomentar el odio. Hoy el discurso se vuelve de pena de muerte, de mano dura, de aumento de penas, de poner dientes a las leyes y mucha y abundante fraseología que aplicada a otros acontecimientos sería catalogada como discurso de odio. Los políticos ponen el grito en el cielo y buscan soluciones muchas veces ridículas, mientras dejan otras inexplicablemente en el fondo del tintero.

Este fin de semana leíamos un excelente reportaje en el Diario de Hoy sobre las dificultades que tiene el Hospital Rosales para atender heridos de bala. Ni dan abasto ni están preparados para atender a tanta gente baleada como llega. A la deficiente atención hay que añadir posteriormente amputaciones, discapacidades generadas por las heridas, tiempo de trabajo perdido. Costos graves para el país, en otras palabras. Y sin embargo, la medida evidente, que sería el retiro de armas de la calle, no camina en nuestra ilustre y, últimamente, devota Asamblea Legislativa. Restricción severa de la portación de armas, y ley endurecida contra la portación o la tenencia ilegal son indispensables desde hace mucho tiempo.

Las Naciones Unidas han dado publicidad últimamente a un informe sobre el narcotráfico. En él dice que las luchas entre los carteles mexicanos se han recrudecido porque el mercado de la coca y la heroína está restringiéndose en los Estados Unidos. Y que ese factor de enfrentamiento está afectando a la delincuencia y criminalidad en Centroamérica, especialmente en los países de paso como son Guatemala, Honduras y El Salvador. Pero entre nosotros sólo se habla de las maras. El obispado de Trujillo, en Honduras, ha sacado un comunicado que básicamente dice que el narcotráfico no es un delito escondido. Que se puede ver fácilmente en los carros de lujo, en los enriquecimientos rápidos, en las mansiones espectaculares, en las lanchas de alta cilindrada. Pero los diputados y quienes orquestan la histeria antidelincuencial son incapaces de pensar más allá de las maras. Como si aquí no se repitiera el espectáculo de Honduras y como si no fuera posible investigar enriquecimientos rápidos, compra de carros de lujo, lanchas o compras de mansiones. Como si la investigación sólo se pudiera hacer en barrios bajos o marginales y no en residenciales de doscientos mil dólares para arriba. El poder económico y violento del narcotráfico, dice el comunicado del obispo de Trujillo, “corrompe conciencias, compra absoluciones judiciales, elige cargos políticos y extorsiona”. Enfrentar esa situación va más allá de las reacciones militaristas de las que tanto se presume a pesar de sus evidentes fracasos, tanto aquí como en otros países.
A Al Capone, el célebre gángster de Chicago, no lo detuvo Elliot Ness y sus Intocables, símbolos todavía hoy de la mano dura norteamericana contra el crimen. Lo detuvo y lo metió en la cárcel un investigador que se dedicó a mirar con lupa sus ganancias y sus impuestos. Si queremos luchar contra el crimen organizado la dirección no debe centrarse en las maras, que al final son un subproducto de la pobreza, la falta de oportunidades y la cultura de la violencia y la impunidad que ha imperado en nuestro país en los últimos cincuenta años. Hay que ir hacia donde está el dinero ilícito y rápido, con mayor eficacia de lo que se ha logrado hasta el presente. Por supuesto que las maras no son asociaciones de angelitos y que quienes desde ellas impulsen el crimen o lo cometan deben ser buscados y sancionados adecuadamente. Pero la radicalización del problema de las maras viene más de sus vínculos con el crimen organizado que de sus propios orígenes.

La solución del problema debe ser racional. Y en ese sentido policial y no militar. Mediante una Fiscalía fortalecida y no mediante especulaciones del ministro de Defensa. Con un sistema judicial que se limpie de su ineficacia y su corrupción y no con leyes que nos hagan soñar con la venganza inmediata. A la palabra represión del delito, que ahora es la consigna en el discurso político y empresarial, hay que oponer la racionalidad de una investigación seria del delito, que llegue al fondo de las redes criminales y de una justicia que defienda realmente a las víctimas y destierre la impunidad. La solución del problema de la delincuencia pasa por entrar seriamente en un camino de desarrollo mucho más equitativo que el que tenemos. Pero es también solución policial y judicial, no militar y de leyes duras. Frente a la histeria actual, apoyada en la palabra represión, la ciudadanía debe apoyar la investigación de calidad en la Policía, el fortalecimiento en número y recursos de la misma así como de la Fiscalía, y la seriedad en el sistema judicial, necesitado de purificarse ante la corrupción interna.

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“Ningún límite histórico cierra el futuro esperanzado del seguidor de Jesús” (I. Ellacuría)

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