martes, 30 de junio de 2009

Francisco Morazán grita a Honduras: “Aún estoy vivo”



Eran las 5:30 de la tarde del 15 de septiembre de 1842 en Costa Rica, veintiún aniversario de la Independencia de la República Federal de Centro América, el sueño de Morazán, como lo fue Colombia para Simón Bolívar. En ese momento el general Francisco Morazán, último presidente de aquella aniquilada federación centroamericana, ha pedido a sus verdugos dirigir el mismo el pelotón de fusilamiento que acabará con su vida. Minutos antes, firme, con su mejor temple, pudo aún consolar a su aliado Vicente Villaseñor, también condenado a muerte por los oligarcas traidores de la Unión. Como un buen padre, le digo pausadamente al descorazonado compatriota, mientras le arreglaba los desordenados cabellos: “Querido amigo, la posteridad nos hará justicia”.

Los soldados, inquietos, conmocionados ante aquel gigante, temerosos de disparar, tal vez agradecieron en el fondo que el propio General pidiera dar el mismo la orden final, porque sólo a él podían obedecer ante aquella hora triste de Centroamérica. Era el mismo miedo que por la televisión expresaban los soldados que secuestraron al Presidente de Honduras Manuel Zelaya, bajo amenaza de muerte. Jóvenes soldados del pueblo, azuzados por oficiales sumisos a la oligarquía. “Echemos el miedo a la espalda y salvemos la patria” digo alguna vez nuestro Simón Bolívar. Conocía muy bien Morazán de las hazañas bolivarianas. La Batalla de Carabobo de 1821 fue decisiva para la independencia de Centroamérica al debilitar mortalmente a los españoles.

Francisco Morazán había nacido en Honduras en 1792. Pero igual pudiera decirse que nació en Costa Rica, o en El Salvador o en Nicaragua, o Guatemala, cuyas banderas llevan las franjas azul y blanca que recuerdan que en 1824 y hasta 1839, esos colores simbolizaron la unidad de aquellos pueblos, luego de independizarse de España y del Imperio Mexicano. Todo mal en Centroamérica se debe a la colonia decía Morazán.

La República Federal Centroamérica, representaba la grandeza territorial para los pequeños estados centroamericanos, sumaba más de 330 mil kilómetros cuadrados para aquel momento, sin incluir a Panamá. Su potencial como región radica en su agricultura y en la riqueza que le da el ser una zona bañada por los océanos Atlántico y Pacífico.

De allí Morazán, luchador, genio unionista como lo llamó José Marti. Nunca rendido. Porque cuando sus enemigos lo creían un cadáver político, El Salvador lo elige presidente en 1839. Y tras estar de huésped en Perú, regresa a su Centroamérica, alertado por la intervención imperial de los ingleses en su amada gran patria. Y en 1842 ejerce la jefatura suprema de Costa Rica. Él es hijo de cada pedazo de territorio, por eso presidió a Centroamérica, y dirigió a la mayoría de sus países a Honduras, El Salvador, Guatemala y Costa Rica. Su nombre, Francisco Morazán se convirtió en sinónimo de unidad centroamericana, equivalente de patria sin condiciones. Por eso vuelve una y otra vez. Y por ello había que eliminarlo. Por eso la traición.

Aquellos jóvenes soldados se enterarían luego del testamento del hombre que ejecutaron, un ruego a la juventud de hoy:

“Excito a la juventud que es la llamada a dar vida a este país que dejo con sentimiento por quedar anarquizado, y deseo que imiten mi ejemplo de morir con firmeza, antes que dejarlo abandonado al desorden en que desgraciadamente hoy se encuentra”.

Poco después de las 17:30 horas de aquel 15 de septiembre, se aproximaba el ocaso, cuando Morazán acaba de acomodar en una silla al consternado general Villaseñor´. Se hace la señal de la cruz, descubre su pecho al viento, y da la orden de fuego a los temblorosos soldados, que disparan asustados ante la infinita valentía del unificador de pueblos. Por su mente cruza la frase testamentaria que ha escrito hace tres horas “Declaro que mi amor a Centroamérica muere conmigo”.

Su inmenso cuerpo cae sobre la tierra amada. Una nube de humo olorosa a pólvora cubre el campo. Cuando la tropa sin conciencia y la oficialidad mentirosa y ruin creen que acabaron con el hombre de la unión, su cabeza regia, de genio eterno, si erige para que su voz retumbe para siempre, inapagable, a pesar de la segunda ráfaga de desesperados tiros.

“Aún estoy… vivo”

Y la figura enorme y amorosa de José Francisco Morazán vive y le grita por la libertad, la dignidad y la unión a América, Centroamérica, Honduras.

“Aun estoy vivo”.

Viva Honduras sin dictaduras. Voy que corto.

*Reinaldo Bolívar es vicecanciller venezolano

http://www.cubadebate.cu/opinion/2009/06/29/francisco-morazan-grita-a-honduras-aun-estoy-vivo/

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