martes, 29 de junio de 2010

Pobreza y violencia

Ética y Política
Pobreza y violencia
José M. Tojeira








En medio de la crisis de delincuencia algunos analistas han afirmado que la pobreza no es causa de violencia. Y la prueba es que hay mucha gente buena entre los pobres. Como esta afirmación se repite de vez en cuando, especialmente cuando se trata de investigar las causas de la violencia, es importante que reflexionemos sobre la misma.


En primer lugar tenemos que afirmar que la pobreza, especialmente el tipo de pobreza que abunda en El Salvador, es de por sí una realidad violenta. Y también hay que afirmar que esa misma realidad violenta que es la pobreza no vuelve automáticamente violentos a los pobres. Sí, en cambio, vuelve violentos automáticamente a aquellos ricos que pasan indiferentes ante la pobreza. Porque no hay que engañarse. Entre los ricos y entre la clase media hay mucha más gente malvada, al menos proporcionalmente, que entre los pobres. Están los hipócritas, los altaneros y soberbios, los indiferentes ante el dolor ajeno, los corruptos, los ladrones de cuello blanco, los legisladores que justifican el delito con leyes injustas, etc. Y por supuesto no van a la cárcel en la proporción que los pobres. Porque la organización económico-violenta salvadoreña acaba dando mucha más ventajas a los violentos que están arriba de la pirámide social, más sofisticados y organizados, que a los violentos de abajo, que por supuesto también los hay.


Pero la pobreza en El Salvador no sólo corresponde a un tipo de organización social que niega oportunidades a los más pobres, y por tanto ejerce violencia contra ellos, sino que además está enfrentada a una riqueza escandalosa. Las diferencias en el ingreso entre el 20 por ciento más rico de nuestro país y el veinte por ciento más pobre está entre las más grandes del mundo. Con el agravante de que esa diferencia en el ingreso y en los niveles de vida conviven en cercanía geográfica. Exceptuando algunas de las nuevas colonias de lujo, construidas en los antiguos cafetales de la cordillera del Bálsamo, no hay colonia de ricos en El Salvador que no esté cercana a una quebrada donde se hacinan lo pobres. Riqueza extrema y pobreza extrema conviven. Unos, desde su necesidad, ven continuamente la riqueza. Y otros, encerrados tras sus muros, se niegan a mirar al vecino que pasa hambre. Desde el nuevo edificio más alto de El Salvador, recién inaugurado, se ven perfectamente las casas de la cuchilla marginal que queda justo en frente de la fachada sur de dicha torre, sólo separada por una calle. Apartamentos de 250.000 dólares justo en frente de casas sin luz ni agua y con suelo de tierra. Si eso es un paisaje idílico de la geografía urbana capitalina o un drama con graves consecuencias sociales queda como interrogante.


Y como la desgracia no viene sola, la propaganda consumista se multiplica como si no hubiera problemas. Insiste en decirnos que si no consumimos en abundancia no somos plenamente personas. Y se lo dice también a quienes apenas tienen capacidad de consumo. Aunque sólo fuera por aguantar la propaganda consumista sin poder consumir y no volverse locos por ello, habría que repetir que los pobres son mucho mejores que los ricos. Porque los ricos pueden satisfacer los impulsos que mete en el cuerpo la propaganda y eso no les hace mejores. Al contrario, el afán de consumo les vuelve con frecuencia egoístas e insolidarios. Mientras que los pobres soportan el insulto permanente de una propaganda que les dice que no son nada si no consumen. O como decía una propaganda de viviendas de lujo recientemente, “eres donde vives”. Y a pesar del agravio, ni se vuelven locos ni salen a la calle a robar o a matar.


Claro que los pobres son buenos. Y si tienen entre ellos gente mala no es tanto porque la pobreza les haya hecho así, sino porque la riqueza de otros les ha provocado tanto que han reaccionado con un salvajismo más elemental, pero no menos brutal, que el de aquel que pasa indiferente ante el cuarenta y tantos por ciento de gente en pobreza, que se olvida del ochenta por ciento que no tiene un salario digno o que le vale sorbete la anciana que a pesar de haber trabajado toda la vida no tiene derecho a pensión.


Al hablar de pobreza y violencia hay que ser prudentes. Quienes relacionan automáticamente pobreza con violencia tienen que saber que la ecuación no es cierta. Sería una injusticia total decir que quienes carecen de lo necesario, además de ser los que sufren la violencia de la injusticia, son también los más violentos del país. Pero debemos comprender al mismo tiempo que la pobreza es un fenómeno social en sí mismo violento. La miseria engendra violencia en algunos pobres, en perfecta correlación con el afán violento y desorbitado de dinero de aquellos que tienen demasiado y quieren tener siempre más. Vencer la pobreza, conseguir que El Salvador respete los Derechos Humanos económicos y sociales es clarísimamente un camino de lucha contra la violencia delictiva, aunque sea un camino de largo plazo. Se necesitan medidas de corto plazo también, pero éstas nunca darán el resultado pleno y deseado mientras el escándalo de las diferencias entre la riqueza y la pobreza siga siendo tan clamoroso en El Salvador.
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“Ningún límite histórico cierra el futuro esperanzado del seguidor de Jesús” (I. Ellacuría)

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