martes, 1 de junio de 2010

Desgracias y corruptelas

Editorial Ysuca


Desgracias y corruptelas



Pocos días antes de la tormenta Ágata aparecía una noticia más de corrupción de la Corte Suprema. El 92, y suponemos que en el marco de la jubilación anticipada de algunos trabajadores del Estado tras los acuerdos de paz, se ofreció una compensación de seis salarios a todos los funcionarios que se retiraran voluntariamente de sus trabajos. Se suponía que llevaban bastante tiempo en los mismos y que su retiro facilitaría la integración de otras personas o la reducción de la burocracia. Pocos años después la ley se reformó y se incluyó en la misma a los miembros de la Corte Suprema. Y el truco dio resultado. Bastaba el retirarse un par de días antes de que se cumplieran los nueve años del mandato de los magistrados de la Corte Suprema para que se le diera el último salario casi completo y el equivalente de seis salarios más. Y así, a cada uno de los cinco miembros de la Corte que se retiraron hace un año se le dio la cantidad de 23.000 dólares aproximadamente . Y al presidente de la Corte Suprema en torno a los 28.000. Sólo por presentar su solicitud de retiro unos días antes de cumplir los nueve años para los que fueron nombrados.

Esta noticia, sólo publicada por el Faro, no tiene pérdida. Porque además de mostrar la corrupción objetiva de leyes y personas, exhibe la falta de criterio y la cobardía de alguno de los actuales magistrados. En efecto, a uno ellos se le preguntaba la valoración del hecho. Y el magistrado respondía diciendo que legal es legal la entrega de seis salarios, pero si eso era ético o no, eso no lo sabía. ¿Cómo es posible que un magistrado no sepa distinguir lo que es ético y lo que no lo es, en un asunto tan concreto como el de los seis salarios?. Hablemos claro, nos gusta decir en esta casa de radio. Esa ley que permite a los magistrados obtener una compensación de seis meses de salario al retirarse pocos días antes de terminar su mandato, es una ley corrupta hecha para corruptos. Teniendo excelentes salarios, como los tiene el Estado, esa ley debía limitarse, en todo caso, a los funcionarios que ganen menos de mil dólares al mes. Los funcionarios que son elegidos para un tiempo concreto y determinado por la ley no debían estar favorecidos por esa ley ni por ninguna que les regale más prebendas de las que ya tienen.

Vivimos en un país pobre, vulnerable, con tragedias frecuentes, con huracanes y tormentas, como la reciente Ágata, que siembran muerte, pobreza y daños. Y precisamente a los que viven bien, a los que difícilmente les va a afectar una inundación como la de estos días, a ésos se les da en abundancia el dinero del Estado, que es también dinero de los pobres. Pero a los pobres le llega la ayuda estatal con cuenta gotas. El FMLN, que ha llegado al poder como abanderado de los pobres, debía pedir inmediatamente la revocación o de esa ley. No se puede seguir malgastando el dinero del Estado en funcionarios que ni siquiera han hecho aportes sustanciales al mejoramiento de la situación salvadoreña.

Generalmente los miembros de la Corte Suprema tienden a creerse investidos de una dignidad que supera la del ciudadano común. Por eso los miembros de la anterior Corte se asignaban corruptamente tres vehículos cada uno. Y por eso mismo, porque un grupo decente de magistrados les ha cortado un beneficio, siguen la mayoría de los magistrados tratando de entorpecer la labor de los que son austeros y tienen conciencia de lo que sufre este país.

Qué lamentable que a un buen número de magistrados de la Corte Suprema se les pueda llamar corruptos, desde el punto de vista ético, y ellos no hagan nada para evitarlo. Solicitar que se cambie la ley y que no aparecer como beneficiarios de la misma es lo mínimo que los magistrados deberían hacer, en este país de crisis, inundaciones y problemas, y en el que ellos están beneficiándose de los impuestos de los pobres. Una Corte Suprema con ética es indispensable para el país, y lamentablemente sigue habiendo un grupo entre los magistrados que son incapaces de comprometerse seriamente con principios básicos de moralidad.

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“Ningún límite histórico cierra el futuro esperanzado del seguidor de Jesús” (I. Ellacuría)

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