Oscar A. Fernández O.
Quienes han dejado de pensar en toda forma de socialismo como sistema social alternativo al capitalismo aducen al menos dos tipos de razones para justificar esta deserción. Por una parte, suelen atribuir al capitalismo no solamente un poder incontrarrestable, sino también un éxito en lo económico que abre, según ellos, posibilidades de bienestar para todos. Por otra, manifiestan una fuerte decepción frente a las experiencias de socialismo que hasta ahora hemos conocido, que los lleva a considerarlo como un sistema definitivamente fracasado.
¿Podemos discutir de socialismo y de las posibilidades de éste como sistema de vida, sin temor a que nos quemen en la pira? ¿Es imposible cambiar el régimen de exclusión, miseria y explotación brutal del neoliberalismo? ¿Será cierto que con este régimen político vamos hacia una democracia en donde el pueblo tendrá el control de su destino? ¿Seguiremos siendo rehenes de la lógica económico-instrumental de un capitalismo voraz y de las creencias fanáticas de la ultraderecha recalcitrante? ¿Será cierto que pretender cambiar el sistema capitalista es de locos?
El mundo de hoy, regido por la ley del máximo beneficio para unos pocos, marcha indefectiblemente hacia un cataclismo humano y natural. El capitalismo, en particular el subdesarrollado y dependiente que prevalece en los países en desarrollo como el nuestro, han agotado sus posibilidades de progreso y socava las bases de la confraternidad humana.
Y el capitalismo “desarrollado”, el que impera a escala mundial provoca, con su lógica de crecimiento irracional y consumista, la destrucción de espacios naturales que afecta a las seis mil trescientos millones de personas que pueblan el planeta.
El fracaso histórico del capitalismo plantea hoy, por lo tanto, la construcción de un nuevo orden mundial, que detenga el Apocalipsis natural que se avecina; que responda a las acuciantes expectativas de libertad, justicia e igualdad; y convierta en realidad los derechos humanos.
En el marco de este debate, consideramos que es necesario formular un nuevo modelo fundado en valores y principios que ha atesorado la humanidad a lo largo del devenir histórico. Principios y valores que trascienden las formaciones histórico-sociales a lo largo del continuum civilizatorio.
El capitalismo niega la posibilidad de que estos principios, surgidos en la era preindustrial, puedan establecerse. El capitalismo suscita alienación, explotación y miseria. Y los beneficios del progreso, a resultas de la epopeya colectiva de la humanidad, son apropiados por quienes ejercen la hegemonía del poder mundial y sus derivaciones de poder subsidiario, en el mundo en desarrollo.
No obstante, en estos últimos años la avalancha ideológica neoliberal ha sido de tal magnitud, que incluso ejerce una influencia determinante en la producción teórica y en la práctica política de diversos sectores de la izquierda.
Hablar de Socialismo y Capitalismo, es analizar como dos concepciones antitéticas políticas y económicas, nacen en un mismo contexto histórico. Son historias paralelas. El socialismo en El Salvador, deberá desarrollarse entonces como una demanda y una necesidad de la sociedad del futuro, que debe empezar a sentar sus bases desde ahora, de lo contrario será una invención sin sentido ni posibilidad de avance. No podemos mirar nostálgicamente hacia atrás, ni analizar el mundo con el prisma de épocas pasadas o tratar de aprovechar espacios que se cerraron.
La izquierda socialista debe ser la vanguardia del cambio permanente, del progreso, de la igualdad, la libertad y los Derechos Humanos. No podría definirse sin invocar simultáneamente estas fuentes legitimadoras, ya que la exaltación parcial de tales principios o el énfasis monotemático en uno de ellos, conduce a la negación de los demás.
La bandera del cambio oportuno, es necesaria para refrendarse a si misma desde su carácter transformador y de la obligada frescura de sus ideas (porque las ideas también envejecen). Pero esta bandera, por sí sola conduce a la inestabilidad y a la pérdida del rumbo.
La idea de ser el estandarte del progreso, es necesaria para fundar la sociedad como comunidad racional, pero por sí sola conduce a la exaltación positivista y cientificista de la Razón y del Progreso, al reinado instrumental del pensamiento tecnologicista y el desarrollo economicista, y a la preeminencia de las teorías neoliberales del pensamiento único y el fundamentalismo del mercado o en caso contrario, a nuevas formas de dictadura burocrática. Este proceso configura la modernización de la técnica y olvida al ser humano, sometiendo al concepto de progreso social libertario.
La idea de la igualdad necesaria para fundar la humanidad como el principio y el fin de toda actividad, si es invocada por sí sola, sin contexto y apartada de los valores del progreso, tendieron a generar sociedades colectivistas uniformadas, en dónde la razón del individuo como motor de la contradicción dialéctica entre colectivo e individuo, es anulada, pues los seres humanos somos tan iguales como desiguales somos.
La idea de los Derechos Humanos como fundamento del Estado, es infaltable para fundar la sociedad como comunidad moral y base del completo progreso sociopolítico, pero si es tomada por sí sola resulta insuficiente para establecer una sociedad verdaderamente civil y progresista.
El principio de preservar al individuo y a los grupos sociales de las arbitrariedades y abusos del Estado, no puede prescindir del principio democrático de Igualdad sin convertirse a la defensa de los privilegios de una minoría determinada socialmente (como en el modelo económico que defiende el neoliberalismo), racialmente (como en el régimen del apartheid) o ideológicamente (como en el genocidio camboyano de Pol Pot)
“Desde hace más de quince años los ideólogos del capitalismo lanzaron una ofensiva mundial para despojar a la izquierda de dos de sus banderas históricas, democracia y derechos humanos, y las incorporaron como supuestos elementos compatibles con el capitalismo y el neoliberalismo” (Regalado, Roberto. América Libre No. 10)
Los avances tecnológicos y la potencia productiva en la actualidad, debería de ser suficiente para generar condiciones materiales para una vida digna de todos los habitantes del planeta, sin embargo el capitalismo salvaje se ha apropiado del producto y la ganancia que se genera, acaparándola y provocando que una gran parte de la humanidad sobreviva en la miseria.
El neoliberalismo en El Salvador, han llevado a la más extrema ortodoxia la separación entre economía y política, colocando la primera como el motor de la modernidad. El socialismo para este siglo deberá equilibrar y combinar el conflicto específicamente modernista, entre política y economía.
El socialismo no se opone al avance tecnológico, pero busca colocarlo al servicio del ser humano y no al revés, convirtiendo al ser humano en una extensión de lo tecnológico, como hace el neoliberalismo. Igualmente el desarrollo económico es para el socialismo un medio necesario para afianzar la libertad, la igualdad y el derecho, no para someterlos, como hace el poder económico en El Salvador.
La izquierda socialista salvadoreña deberá definirse por el impulso positivo, solidario, amplio, inteligente y orientado hacia una verdadera globalización de la democracia, los derechos humanos y el progreso de todos, contraria al nacionalismo ideológico de la ultraderecha en el poder.
Lejos de haber perdido relevancia con la globalización del capitalismo, la contradicción entre izquierda y derecha, entre socialismo y capitalismo, se reconfigura hoy a escala global. La supuesta desaparición de esa contradicción, es simplemente la pérdida de relevancia de esta alternativa en la escala nacional, dominada por el autoritarismo ultraderechista nacionalista y el poder económico.
La casi desaparición del Estado salvadoreño, tragado por las reglas del capitalismo transnacional organizado, disminuye dramáticamente las posibilidades de llevar adelante una política progresista y acecha peligrosamente a las izquierdas nacionales a una resignada sumisión a los poderes económicos globales, por lo que se vuelve un pecado pensar distinto a ellos.
En un mundo globalizado, en el que la batalla por la democracia popular ha alcanzado una escala planetaria, una política de izquierda socialista se define por la universalización de la democracia y el progreso, es decir por la socialización de una vida digna, sin ataduras ni pre concepciones rígidas y autoritarias, para lo cual es necesario desmontar el neoliberalismo y edificar un modelo de desarrollo social fundado en la Igualdad, la libertad, los Derechos Humanos y el Progreso.
Pero si no existe un programa integral de lucha, que combine una amplia alianza social y aproveche los espacios políticos actuales, con una proyección estratégica de largo alcance, la función de gobierno o la elección de legisladores, alcaldes y presidente de la república se convierte en un fin en si mismo y no en un medio para el rediseño de un Estado que privilegie al ser humano.
http://www.diariocolatino.com/es/20100218/opiniones/76952/
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