viernes, 19 de febrero de 2010

Pacto fiscal para qué

Ética y Política
Pacto fiscal para qué
José M. Tojeira




Desde hace tiempo venimos apoyando la realización de un pacto fiscal en El Salvador. Cada vez que se hace un estudio serio sobre la realidad, el tema se vuelve recurrente. Ahora que estamos dándole mayor énfasis a una violencia tradicional y constantemente fuerte en nuestro país, volvemos a mirar la necesidad de obtener recursos para enfrentarla. Si se trata el tema de la educación la conclusión sería muy parecida. No tenemos una educación con estándares internacionales porque no invertimos adecuadamente en ella. Y no invertimos porque no tenemos presupuesto adecuado. Lo que a su vez nos remite al de dónde extraer fondos. Si pasáramos al tema investigación nos encontraríamos con un panorama todavía más desolador. Y si damos el salto hacia la comparación con otros países veremos que nos estamos quedando atrás en muchos aspectos. O más bien que vamos creando un estilo de vida en el que el diez, o a lo más el veinte por ciento de la población se mantiene al día, viviendo con estándares relativamente semejantes a los de las clases medias acomodadas de los países desarrollados, mientra el ochenta o noventa por ciento se va deteriorando poco a poco. Deterioro rápido y trágico en lo que respecta a la mitad del país.

Pero no basta el tener un pacto fiscal. Es necesario saber para qué se quiere llevar a cabo. Y es indispensable asumirlo con lealtad y convicción. Una subida de impuestos fiscal puede llevarse a cabo simplemente para mejorar la situación macroeconómica de un país. Subir los impuestos para pagar la deuda externa o para reducir el déficit fiscal de un país no es propiamente un pacto fiscal de rango nacional. Aunque tener los índices macroeconómicos sanos sea un objetivo importante, no debe ser lo fundamental de un pacto fiscal en un país pobre como el nuestro. Y si los impuestos se cargan con mayor peso sobre las clases medias o incluso, cuando sólo se sube el IVA, sobre los más pobres, lo que los políticos llamen pacto no será más que un simple paquetazo contra la economía popular. A ese tipo de movida no se le puede llamar pacto fiscal, sino utilización de los impuestos para resolver problemas previos de mal manejo de las cuentas estatales. Un pacto fiscal se realiza cuando la población está consciente de los fines que se quieren obtener y cuando estos fines son de beneficio para toda la población, y especialmente útiles para quienes tienen menos.

En ese sentido, y en El Salvador en concreto, un pacto fiscal debe estar orientado especialmente tareas como la educación, las redes de protección social (salud, pensiones, etcétera), la seguridad de las personas y la productividad. No sólo la productividad, pues ésta no surge de la nada. La seguridad física de las personas es un factor previo para todo desarrollo y la educación es siempre un elemento clave en el desarrollo de los pueblos. Durante los años en que Corea comenzó su proceso de desarrollo la inversión en educación fue durante algunos años del seis por ciento del Producto Interno Bruto. Y la inversión estatal llegó al ocho por ciento. Nuestras cifras son muy distintas y explican nuestra falta de desarrollo.

Los grandes desafíos requieren siempre un elemento de generosidad de todos, y en particular de quienes tienen más. Ningún pueblo se desarrolla sin generosidad y sin sacrificio en algunos momentos. Los salvadoreños lo sabemos y lo vemos en la historia actual de nuestros emigrantes. Su sacrificio ha sido grande y su generosidad generalmente ha sido mayor. Las remesas son sólo una pequeña muestra de los hondos valores humanos que hay detrás de nuestros migrantes.

Sin embargo, esta generosidad de los emigrantes no se ha traducido ni reflejado en la mayor parte de la clase política o del liderazgo económico. El poder, el lujo, la vida despreocupada y cómoda, han sido objetivos prioritarios del liderazgo salvadoreño, generalmente muy por encima de la preocupación por el país. El discurso político ha tendido al engaño y a presentar un El Salvador en permanente de despegue, aunque la dirección haya sido hacia ninguna parte. La vida cómoda de unos pocos ha seguido mejorando mientras la pobreza ha crecido desmesuradamente con un modelo de desarrollo desigual, débil y vulnerable.

Si queremos revertir esta dirección, la generosidad tiene que convertirse dentro de El Salvador en una virtud estructural. No sólo en patrimonio de personas individuales, que hacen mucho y bien en todos los estratos sociales, sino en estructura organizada y sancionada oficialmente por el estado, que lleve a recoger más dinero para el bien común, para la educación, la salud y el desarrollo. Eso es lo que llamamos un pacto fiscal: El saber aceptar socialmente todos, ricos y pobres, que el país debe crecer económicamente y que para ello debe invertir en las personas. Y que para invertir hay que recoger mayor cantidad de dinero a través de los impuestos. No caminaremos hacia un futuro de paz y justicia sin la convicción de que necesitamos tener una estructura impositiva que recoja más dinero, y que lo recoja precisamente donde el dinero abunda más, para invertirlo donde abunda menos. Convicción basada al final en la generosidad de quienes aman a su propio país y a su gente. Sin generosidad y amor a El Salvador, sin generosidad estructurada social y políticamente, sin pacto fiscal, la mejor opción para nuestros ciudadanos seguirá siendo la migración. Y no habrá futuro digno para los que quedemos en el país. El pacto fiscal es necesario.

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Marzo 2009 – marzo 2010, año de todos los mártires de El Salvador
“Ningún límite histórico cierra el futuro esperanzado del seguidor de Jesús” (I. Ell

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