miércoles, 24 de marzo de 2010

Monseñor Oscar Arnulfo Romero


Por Enrique Javier Díez Gutiérrez

Hoy 24 de marzo se cumple el 30 aniversario del asesinato del Obispo Óscar Arnulfo Romero, conocido como Monseñor Romero, sacerdote católico salvadoreño que fue célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral. Fue nombrado secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador en 1968. El 3 de febrero de 1977, es nombrado por el Papa Pablo VI, como Arzobispo de San Salvador. Algunos consideraron a Romero como el candidato de los sectores conservadores que deseaban contener a los sectores de la Iglesia archidiocesana que defendían la «opción preferencial por los pobres».

A partir de 1978 comenzó a cambiar su predicación y pasó a defender los derechos de los desprotegidos. Aquel religioso de sesenta años se metió pueblo adentro de pronto, asediado por la pobreza de sus conciudadanos, por la represión, por los crímenes que los escuadrones de la muerte realizaban contra esa Iglesia que había optado por la solidaridad y el compromiso.

Como arzobispo, Monseñor Romero comenzó a denunciar en sus homilías los atropellos contra los derechos de los campesinos, de los obreros, de sus sacerdotes, y de todas las personas que recurrieran a él, así como las numerosas violaciones de los derechos humanos en el contexto de violencia y represión militar que vivía el país, manifestando públicamente su solidaridad hacia las víctimas de esta violencia política en San Salvador. En estas homilías, transmitidas por la Radio diocesana, denuncia especialmente los asesinatos cometidos por escuadrones de la muerte y la desaparición forzada de personas, cometida por los cuerpos de seguridad y pide una mayor justicia en la sociedad. En agosto de 1978, publica una carta pastoral donde afirma el derecho del pueblo a la organización y al reclamo pacífico de sus derechos.

En octubre de 1979, recibe con cierta esperanza, las promesas del nuevo gobierno de la Junta Revolucionaria de Gobierno, pero con el transcurso de las semanas, vuelve a denunciar nuevos hechos de represión realizados por los cuerpos de seguridad. Dos semanas antes de su asesinato había declarado: «He estado amenazado de muerte frecuentemente. He de decirles que como cristiano no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Lo digo sin ninguna jactancia, con gran humildad». Incluso un día antes de su muerte hizo un enérgico llamamiento al ejército salvadoreño: «Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos.

Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: «No matar». Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión».

Sus homilías, que en aquellos años se intentaron acallar por tantos métodos, eran denuncia y profecía, como si aquel arzobispo hubiera descubierto las causas precisas de la pobreza y las culpabilidades concretas de la represión de los pobres: «Estas desigualdades injustas, estas masas de miseria que claman al cielo, son un antisigno de nuestro cristianismo» (homilía 18 de septiembre de 1977). «Una religión de misa dominical pero de semanas injustas no le gusta al Señor. Una religión de mucho rezo pero con hipocresías en el corazón, no es cristiana. Una Iglesia que se instalara sólo para estar bien, para tener mucho dinero, mucha comodidad, pero que olvidara el reclamo de las injusticias, no sería la verdadera Iglesia» (4/12/1977). «Aun cuando se nos llame locos, aun cuando se nos llame subversivos, comunistas y todos los calificativos que se nos dicen, sabemos que no hacemos más que predicar el testimonio subversivo de las bienaventuranzas, que le han dado vuelta a todo para proclamar bienaventurados a los pobres, bienaventurados a los sedientos de justicia» (11/05/1978). «Muchos quisieran que el pobre siempre dijera que es «voluntad de Dios» vivir pobre. «No es voluntad de Dios que unos tengan todo y otros no tengan nada» (10/09/1978).

Cuando se le da pan al que tiene hambre lo llaman a uno santo, pero si se pregunta por las causas de por qué el pueblo tiene hambre, «lo llaman comunista, ateísta». Pero hay un «ateísmo» más cercano y más peligroso para nuestra Iglesia: el ateísmo del capitalismo cuando los bienes materiales se erigen en ídolos y sustituyen a Dios» (15/09/1978). «Una Iglesia que no sufre persecución, sino que está disfrutando los privilegios y el apoyo de la burguesía, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo» (11/03/1979). «¿De qué sirven hermosas carreteras y aeropuertos, hermosos edificios de grandes pisos, si no están más que amasados con sangre de pobres que no los van a disfrutar?» (15/07/1979). «Espero que este llamado de la Iglesia a la justicia social no endurezca aún más el corazón de los oligarcas sino que los mueva a la conversión» (24/02/1980).

Por luchar a favor de la justicia social, por reclamar en voz alta la defensa de los derechos de los sectores empobrecidos y explotados fue asesinado. Este fue su delito, el compromiso con los pobres y la denuncia de la opresión. Al igual que Jesús de Nazaret. El lunes 24 de marzo de 1980 fue asesinado, cuando oficiaba una misa. Su asesinato provocó la protesta internacional. En 1993 la Comisión de la Verdad para investigar los crímenes más graves cometidos en la guerra civil salvadoreña, concluyó que el asesinato de Monseñor Oscar Romero había sido ejecutado por un escuadrón de la muerte formado por civiles y militares de derecha y dirigidos por los militares capitán Álvaro Saravia y mayor Roberto d-™Aubuisson (fundador del Partido ARENA que ha gobernado El Salvador de 1989 a 2009). Como escribió el poeta y Obispo Casaldáliga: «¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro! Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa. Como Jesús, por orden del Imperio. Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio. San Romero de América, pastor y mártir nuestro: ¡nadie hará callar tu última homilía!».

http://salvadorenosenelmundo.blogspot.com/2010/03/monsenor-oscar-arnulfo-romero.html

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