jueves, 5 de noviembre de 2009

LLUEVE EN MACONDO

LLUEVE EN MACONDO

Ricardo Ribera


Al desastre natural del terremoto económico mundial se suma la tormenta política nacional. Rayos y truenos acompañan a lluvias torrenciales. El estruendo asusta. Se desbordan ríos y se inunda el paisaje. Se necesitaría de un maestro del realismo mágico, un Gabriel García Márquez, para describir el panorama surrealista del Macondo salvadoreño. La noche oscura se ilumina con el fogonazo de los relámpagos. Pero los negros nubarrones, descargada ya su furia, pueden ser el anuncio de una mañana soleada y de cielos luminosos.


Crónica de una ruptura anunciada.
Ya lo había dicho Andreotti, el viejo zorro político italiano: “Ciertamente el poder desgasta, sobre todo – añadía irónicamente– a quien no lo tiene”. La democracia cristiana italiana estuvo más de cuarenta años seguidos en el gobierno; su líder sabía de lo que hablaba. La verdad de esta idea sería comprobada en El Salvador en las elecciones de 2009. Lo expresamos en una columna de opinión a principios del año: “el que pierda se divide”.

Ni el FMLN saldría indemne de otra derrota electoral en las presidenciales, que hubiera sido la cuarta consecutiva, ni tampoco Arena en caso de que se viera apartada del poder. Se dio lo segundo y casi enseguida afloraron en el anterior partido oficial signos de crisis y división. La derrota es sin duda la causa inmediata de la crisis, aunque no la única. La ruptura de la fracción legislativa arenera no será el fin de su crisis interna. Recordando la frase de Winston Churchill podríamos decir que “no estamos ante el fin, ni siquiera es el principio del fin; probablemente es tan sólo el final del principio”.

Lo que sorprende es la simplicidad con que se ha desarrollado este primer desenlace. Tan simple todo, que vuelve superfluo el análisis. No hay nada a desvelar porque, sin velos ideológicos ni ropajes políticos, los grupos de Arena en pugna dejan ver, sin pudor alguno, al desnudo, la evolución de su fragmentación. Luchas de poder, de fracciones, sin apreciables diferencias ideológicas ni políticas. Un pulso donde la derrota y sus culpables son el único argumento. Lo dice el dicho: “al triunfo le aparecen muchos padres, pero el fracaso siempre es huérfano”.

Chantajista chantajeado: Cristiani exigía una serie de cosas al gobierno. Si no accedía a su lista de demandas, más y más larga cada vez, amenazaba con bloquear el presupuesto, con bloquear al gobierno, con bloquear al país. “Aquí va a arder Troya” exclamó y sonó como grito de batalla. Pero de repente los diputados disidentes van y le aplican su misma medicina. Es Cristiani quien ahora resulta bloqueado, chantajeado. Había amenazado con hacer arder Troya, pero ahora se ve que el caballo lo tenía él infiltrado en su propia casa. Que es también la de Tony Saca.

Éste lo expresó claramente en la asamblea partidaria: “No me voy, ésta es mi casa”: Tal vez no le entendieron el domingo. Tuvieron que entenderlo el día siguiente, cuando se anunció la rebeldía parlamentaria. A cambio de sus votos esta docena de diputados fueron elevando el nivel de exigencias al Coena, hasta el rompimiento, que parece definitivo.

Lo grave es que sin esa docena de votos Arena, aun manteniéndose como la mayor fuerza de oposición, pierde toda capacidad de veto. El partido en el gobierno puede obtener mayoría simple e incluso calificada sin los votos de los diputados areneros que se mantienen fieles a la actual dirección del partido. En conclusión, Arena puede caer en la irrelevancia. Nunca antes visto. Inimaginable.

Es pronto para juzgar el desempeño de Alfredo Cristiani como presidente de su partido, en una coyuntura tan complicada. Por de pronto ha perdido mucho de su capital político e imagen histórica: ni su presunta habilidad, ni su publicitado carácter visionario, ni su talante supuestamente concertador, ni la firmeza inmutable que se le atribuía. Nada de eso se ha visto en estos meses en el puesto de mando de Arena. Más bien todo lo contrario: se le vio como alguien voluble, autoritario, de cortas miras, torpe políticamente.

Se puso al timón de un barco que había encallado. Con sus maniobras para destrabarlo, tal parece que ha provocado que empiece a hacer agua y que peligre irse a pique. Si alguna pericia le queda, tendrá que demostrarla muy rápidamente. Con lo que le queda de tripulación, tras el motín a bordo del que estamos siendo testigos. Que tal vez no termina.

La derecha económica difícilmente mira con tranquilidad el espectáculo de esta derecha partidaria. Se queda sin instrumento. No es claro quién puede representar una solución, si los veteranos, o los novatos, o los perdedores. No hay unidad de intereses ni de pensamiento. Lo que es peor: no hay pensamiento. Nadie ofrece un proyecto, una estrategia, una alternativa de largo plazo.

Ha de parecer más sensato cambiar de barco o ponerse a construir uno nuevo. El problema es que eso lleva tiempo. Por ahora su mejor opción ha de ser tratar de ponerse de acuerdo con el actual gobierno. Éste, en vez de representar el Apocalipsis que anunciaban las profecías de campaña, más se asemeja al arca de Noé, donde las más diversas especies se salvaron de ahogarse durante el tiempo que duró el diluvio. En efecto, es lo único que parece flotar, hasta donde la vista alcanza, en mitad de tal tempestad.


La derecha en su laberinto.
Se dice que la política es “el arte de lo posible”. En El Salvador ha pasado a ser “el arte de lo improbable”. Lejos de ser previsible y, por tanto, aburrida, en nuestro entrañable terruño se ha convertido en terreno de sorpresas. Es lo que la hace tan entretenida. Es lo que mantiene expectante al personal, siempre pendiente del espectáculo de nuevas figuras, cual calidoscopio en el que nuevas combinaciones imprevistas sustituyen a las anteriores, en una sucesiva serie de colores y formas, en transformación constante.

Posiblemente sea esto lo que inquietó al Presidente. No tanto el riesgo de perder estabilidad y gobernabilidad, como la falta de predictibilidad. En la Asamblea Legislativa predomina lo impredecible, lo cual siempre será visto como un riesgo para quien tenga la tarea de gobernar este país, que tiende de suyo propio a lo caótico y lo ingobernable. Sin embargo, esta primera apreciación de Mauricio Funes ha quedado desmentida en los hechos.

El resultado del terremoto parlamentario es un nuevo escenario en el que aumentan las opciones para el partido de gobierno. Por tanto, aumenta la gobernabilidad, entendida como la posibilidad real de que las decisiones de gobierno puedan ser llevadas a la práctica sin obstáculos de importancia. El FMLN dispondrá de tres opciones distintas para lograr la mayoría simple: con Arena, con el G-12 o con el PCN. Para alcanzar la mayoría calificada tendrá dos alternativas: con Arena y CD o en un acuerdo que incluya al PCN y al grupo de doce disidentes areneros. Por tanto, es innegable que el Ejecutivo queda en una mucho mejor posición al momento de necesitar apoyarse en el poder legislativo. El FMLN, partido ganador de la elección presidencial, consigue cierta capacidad de control o incluso de veto respecto a su propio candidato, hoy Presidente de la República. A éste le tocará negociar con su propio partido, algo que siempre será mucho más cómodo que hacerlo con quien amenazaba “hacer arder Troya” si no se satisfacían sus demandas.

Cristiani exigía detener la “operación limpieza” en el aparato estatal, mismo que tras dos décadas de control arenero está repleto de sus militantes, activistas y potenciales saboteadores del gobierno. A esta exigencia central fue agregando otros gustos, como financiar las promesas de campaña del alcalde capitalino, impracticables desde las finanzas de la municipalidad. El mismo esquema copiaron los disidentes: el Coena debía detener la “limpia” de estructuras internas – de los “saquistas” o “saqueadores”, como prefieren llamarlos sus críticos– más otros caprichos, como puestos en la dirección partidaria e incluso el retiro del propio Cristiani. Nada frena ahora que ambas depuraciones se lleven a cabo, la del aparato de estado y la del partido. Para bien de la política.

La fragmentación de la derecha, su proceso de descomposición, tiene su origen en sus propias decisiones. La elección legislativa y municipal fue separada en el tiempo de la presidencial. Era una estratagema de la derecha que ha resultado fatal para ella misma. En efecto, entre las de enero y las de marzo se forjó el “bloque de derecha”, como un intento desesperado para impedir la posible victoria de la izquierda en una primera vuelta, haciendo que el 15 de marzo fuera una especie de segunda vuelta. Ante el reto toda Arena se unió temporalmente tras la candidatura de Rodrigo Ávila. Ahí cobró fuerza el desprendimiento de líderes demócrata cristianos, encabezados por el hijo de Napoleón Duarte, que se sumaron a la campaña de Funes. Provocó en el PCN la ruptura de sus candidatos con el partido, que también sumaron a la candidatura por el cambio, acuerpados por el diputado Arévalo, responsable de la campaña.

Es decir, fue la unidad de toda la derecha la que impulsó la actual división. Cegada por la astucia táctica, a la derecha le faltó inteligencia estratégica. Hoy paga el precio por ello. En política el pensamiento estratégico siempre termina imponiéndose a las maniobras tácticas, la inteligencia a la simple astucia. La derecha no supo aprender de su oponente: debió calibrar el resultado del pulso entre el estratega Schafik Hándal y el táctico Joaquín Villalobos. Uno vive hoy en el pináculo de la inmortalidad y desde allí sigue influyendo con sus ideas, mientras el otro permanece en su exilio dorado, devaluado en simple propagandista, desprestigiado, sin mayor incidencia ni capacidad de arrastre.

Villalobos coló a su lugarteniente Ana Guadalupe Martínez, como segunda de a bordo del PDC. Tampoco el actual secretario general, Rodolfo Parker, procede de la tradición cristiano-demócrata ni posee afinidad ideológica con el ideario histórico de este partido. Éste languidece en las playas de los naufragios históricos. Logró en el protocolo del 1° de mayo una presencia desproporcionada en la Junta Directiva del parlamento, fruto de la astucia del momento: con sólo cinco diputados, tener dos sillas retorcía la lógica política. Ahora resulta corregida por la astucia coyuntural del grupo Gana. La nueva aritmética pone hoy las cosas en su lugar, el PDC queda con un solo asiento en la directiva y Parker regresa a la llanura, al frente de una fracción que de hecho es hoy por hoy irrelevante.

En la aritmética parlamentaria, a veces surrealista, dos más dos pueden ser cinco. Es así cómo Arena, que conserva 20 diputados, tendrá dos puestos en la directiva mientras que la docena de disidentes obtiene tres. Dudando entre optar por la firmeza o por la habilidad, el lobo Cristiani termina cual oveja trasquilada. Ha logrado lo que parece un imposible, que la mayor fracción opositora resulte cualitativamente irrelevante a la hora de hacer mayoría, simple o cualificada; con derecho a pataleo mas sin incidencia.

Pagará su precio si no consigue transformar pronto el escenario: si algo no perdona la derecha es ser un perdedor, invertir mal tu capital, no saber qué hacer con las cartas con las que te toca jugar. De ahí que la recomposición de la dirección de Arena se vuelva algo impostergable, de simple supervivencia.

Siguen flotando Ciro Cruz Zepeda y su partido. Sobreviviente de peores naufragios, capaz de ofrecer su mercancía a quien le convenga comprarla y pague su precio. Sin embargo, tiene la carcoma en las maderas de la casa, en sus mismas bases. Podría venirse al suelo en tiempo no tan distante. El PCN ha sido complemento indispensable para la gobernabilidad y estabilidad, no necesariamente a favor de la derecha, como lo demostró en legislaturas pasadas. No es el porvenir. Representa el pasado como ningún otro partido en el país. Ha servido de refugio a cuanto marginado, frustrado o expulsado de las otras derechas ha ido apareciendo. Por ello mismo podría tener todavía un futuro, pues lo que más va a abundar próximamente en las filas derechistas es la frustración y marginación.

Un general francés, al término de la segunda guerra mundial, comentó con ácida ironía: “amo tanto a Alemania, que prefiero que haya dos”. Más de algún izquierdista en nuestro país debe ahora estar pensando algo similar: “quiero tanto a la derecha, que prefiero que haya varias, que haya muchas”. Habrá que concluir que el proyecto de unidad nacional que impulsa el gobierno del cambio ha venido a edificarse sobre la división de la derecha opositora. No es un destino. Es más bien propio de la ceguera que, como en la tragedia de Edipo, el protagonista se provoca fruto de la predicción fatal, justamente en los intentos desesperados por querer escapar de ella

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