martes, 3 de noviembre de 2009

Impuestos, sí o no

Ética y Política
Impuestos, sí o no
José M. Tojeira




Somos expertos en discutir los temas secundarios y olvidar los principales. Con esta pequeña reforma fiscal la discusión se ha vuelto una vez más catastrofista. Como si se tratara de que el Gobierno cae en bancarrota sin ella, o la empresa privada cae en lo mismo si la reforma se da. Y mientras discutimos, las prácticamente seiscientas mil personas que han caído en pobreza (sumándose al millón ochocientas mil preexistente) en estos dos últimos años en El Salvador pasan al olvido.

Que el sistema impositivo debe cambiar y mejorarse es a todas luces evidente. Hablamos de desarrollo y de imitar a los países que se han desarrollado rápidamente. Pero olvidamos que esos países no sólo producen más riqueza por persona que nosotros, sino que recogen a través de los impuestos unos porcentajes mucho mayores. De tal manera que no sólo producen más sino que reinvierten más en desarrollo, en carreteras, en salud, educación, bienestar. En otras palabras, que cada día están más lejos de nosotros. Presentar los problemas de los países desarrollados en nuestros periódicos no arregla lo que es una verdad paladina: Incluso los pobres de esos países están cada vez más lejos de nuestros pobres en bienestar, seguridad, acceso a oportunidades. No es por casualidad que nuestra gente empobrecida vaya incesantemente a esos países del norte con grandes esperanzas.

Teóricamente, si quisiéramos alcanzar a los países desarrollados deberíamos invertir en salud, en educación, en seguridad, más que ellos. Al menos mientras tratamos de alcanzarlos. Porque con peor salud, menos educación y crisis de seguridad, difícilmente vamos a ser competitivos con quienes investigan más, tienen mejores sistemas de salud, están más contentos con su situación y más cohesionados socialmente, tienen una vejez menos vulnerable y más asegurada.
Otro tema es el cuándo de la reforma fiscal y el cómo. El cuándo es discutible. Pero el momento tiene que llegar. Los países desarrollados pueden darse el lujo de bajar algunos impuestos en los momentos de crisis porque los tienen muy altos. Nosotros en cambio no tenemos dinero para soportar la crisis. El hecho de que la pobreza haya aumentado dramáticamente en 10 puntos en el período 2007-2009 nos muestra lo vulnerable y trágico de nuestra situación. Más allá de las fechas de la reforma fiscal, lo primero que hay que tener como obvio es que ésta tiene que llegar si sinceramente queremos un desarrollo mayor, más equitativo y más solidario. En otras palabras, si queremos vencer la pobreza, e incluso la violencia que brota de la mucha riqueza y la mucha pobreza conviviendo tan cerca una de la otra, es indispensable una reforma impositiva que le dé mayores recursos al estado para invertir en el desarrollo social.

Otra cosa es el cómo. Escuchar al ministro de hacienda decir que probablemente en algún momento haya que aumentar el IVA indigna. Porque el IVA es el más regresivo de los impuestos. Exigir a los pobres que financien ellos el desarrollo con su hambre y sus limitaciones es vergonzoso en un país como el nuestro. Un país que tiene diferencias de 57 a uno entre el diez por ciento más rico de la población y el diez por ciento más pobre no puede cargar a los pobres con impuestos regresivos. Incluso castigar a una clase media empobrecida por la crisis puede ser contraproducente. Aumentar el gravamen sobre el consumo lujoso, el predio, la renta (sigue habiendo grandes salarios e ingresos en El Salvador a pesar de la crisis), las herencias a partir de cierta cantidad, entre otras medidas, son posibilidades más racionales en época de crisis.

Y en el cómo entra también el diálogo. En nuestro El Salvador, tan fracturado por tan diversos factores, una reforma impositiva poco dialogada puede producir más tensiones de las que ya tenemos. No deja de admirar que teniendo un Consejo Económico Social no haya habido todavía en el mismo un debate y un esfuerzo por llegar a consensos fiscales.

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