sábado, 22 de agosto de 2009

El 30 aniversario

Editorial YSUCA


El 30 aniversario








El sábado pasado, 15 de Agosto, fiesta de la Asunción, se celebró en el parque Cuscatlán una Misa en la que se recordaba el cumpleaños de Mons. Romero. En ella, a partir de las palabras de María en su canto de agradecimiento, se iniciaba la preparación del 30 aniversario de la muerte martirial de Mons. Romero. Y es que en efecto, las palabras de María en el Evangelio de Lucas constituyen un hermoso marco para el aniversario de nuestro santo obispo. Allí se insiste en que Dios “arruina a los soberbios..., saca a los poderosos de sus tronos..., y despide vacíos a los ricos” mientras que a los pobres y humildes les sacia el hambre y les devuelve su dignidad. Una palabras, que a su modo y en otra época histórica, repitió en sus homilías y en su vida Mons. Romero.


Este 30 aniversario, además viene rodeado de toda una constelación de aniversarios de hechos terribles que conmocionaron a la conciencia salvadoreña. Un poco antes, el 16 de Noviembre se celebrarán los 20 años del asesinato de los jesuitas y sus dos colaboradoras. Casi inmediatamente después del aniversario de Mons. Romero se celebrará también el 30 aniversario de la masacre del Sumpul, el 14 de Mayo. Y posteriormente en diciembre se cumplirán los 30 años de la violación y asesinato de las cuatro religiosas norteamericanas.


Esta sucesión sistemática de aniversarios del martirio de seguidores de Jesús y de la brutalidad de sus perseguidores, tiene que cuestionarnos en una doble dirección. La primera en el campo de los valores y nuestro compromiso con los mismos. Los mártires y las víctimas siempre han sido fuerza de paz. A ellos les debemos los tratados de paz más que a quienes los firmaron. Ellos forzaron la conciencia salvadoreña hasta que estalló el grito de que la guerra era absurda y la paz indispensable.


Sin embargo con las víctimas constantes de nuestra sociedad actual no nos hemos logrado conmover. Bajo otros contenidos y expresiones, la brutalidad continúa vigente en el país, lleno de homicidios, incluso de menores y mujeres, masacres de cuatro o cinco personas, violaciones, etc. Recuperar la fuerza justiciera de los mártires y unirla a la creación de una cultura que enfrente la violencia tanto estructural como criminal es urgente y necesario para el desarrollo del país.


El segundo aspecto, complementario del que hemos mencionado, es el de simplemente reconocer la dignidad de tanta víctima del pasado. Y para ello falta todavía pedir perdón por los crímenes, emitir una ley que favorezca la investigación de los crímenes y la compensación moral, y en algunos casos económica, de las víctimas. Sólo de este doble modo, construyendo y exigiendo convivencia pacífica, y honrando la verdad de las víctimas del pasado, lograremos crear una cultura que venza de una vez por todas esta cultura de muerte que tanto predominio tiene en nuestro país. Y sólo así honraremos realmente a Mons. Romero.

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