¿QUÉ QUEDA DEL SOCIALISMO?
Antonio González
La filosofía social difícilmente puede evitar una cuestión crucial en nuestro tiempo: la pregunta por el naufragio de los proyectos socialistas de transformación social. El estado deplorable de pobreza en el que se encuentra una buena parte de la humanidad sigue lanzando una acusación constante sobre el pretendido éxito universal del sistema económico capitalista.
Sin duda, la caída del bloque soviético ha inclinado a muchos a echarse en los brazos de un superficial liberalismo con la misma ingenuidad con la que en otro tiempo aceptaron los dogmas del marxismo-leninismo. Las citas de las "sagradas escrituras" de Karl Marx son reemplazadas por las citas, no menos beatas, de Karl Popper o de otros santurrones de menor altura intelectual. Sin embargo, el seguimiento de las modas intelectuales, aunque resulte provechoso para proporcionar un aspecto "actualizado" a los sofistas de turno, nunca ha sido el mejor modo de resolver los problemas fácticos a los que nos hallamos inexorablemente enfrentados: ¿es la pobreza, la desigualdad y la destrucción acelerada del medio algo que debemos aceptar pasivamente, confiando en que las fuerzas ciegas del mercado nos proporcionarán por sí solas el mejor de los mundos posibles? Si estos problemas nos importan realmente, no podemos permitirnos el lujo de refugiarnos en las modas. Más bien hemos de volvernos, libres de toda presuposición dogmática, sobre los hechos mismos.
Un modo provechoso de hacerlo, porque cuestiona viejos dogmas sin presuponer los nuevos, consiste en hacerse la siguiente pregunta: ¿hay algún resto de validez teórica y práctica en las afirmaciones que clásicamente elaboraron los autores socialistas? Esta pregunta nos remite constantemente a los hechos, porque son ellos (incluyendo el derrumbe del bloque soviético) los que permiten decidir si los presupuestos centrales del socialismo han sido o no refutados. ¿Qué queda, pues, del socialismo? A mi modo de ver, la herencia del socialismo se compone de cinco elementos fundamentales:
1. Un estudio científico de la lógica interna del capitalismo
Karl Marx reclamó insistentemente el carácter científico de sus estudios sobre el modo de producción capitalista. Al carácter "utópico" de los socialistas precedentes contrapuso la "cientificidad" de sus propias investigaciones. Los estudios contenidos en El capital pretendían ser una crítica científica de los economistas clásicos y una explicación más radical de la lógica interna del sistema capitalista. Claro está que en la obra de Marx no sólo encontramos escritos dotados de una pretensión científica. Sus textos políticos o filosóficos difícilmente pueden ser considerados como "científicos", al menos desde cualquier filosofía actual de la ciencia. Una polémica con un contrincante político en torno a una decisión táctica o una afirmación filosófica sobre las leyes eternas de la dialéctica no son proposiciones científicas, por más que apelen a otras proposiciones que sí lo son. Una proposición, para ser científica, tiene que cumplir un requisito fundamental, que es el de su susceptibilidad para ser refutada por los hechos. Las proposiciones científicas, en lugar de estar dogmáticamente aseguradas contra toda negación, se exponen a que los hechos las refuten. Justamente por ello, las ciencias avanzan constantemente y ninguna disciplina verdaderamente científica se encuentra en la misma situación en la que se encontraba en el siglo pasado. Solamente las proposiciones que no pueden ser refutadas permanecen eternamentei.
Es cierto que en la historia de la ciencia las refutaciones no suceden de un modo mecánico. La apelación a los hechos no deja de ser problemática, pues los hechos con los que trata la ciencia nunca son "hechos brutos", sino que siempre son percibidos de acuerdo al sistema conceptual que maneja una determinada disciplina científica. Además, muchas teorías científicas son solidarias entre sí, de modo que una refutación solamente es efectiva si se dispone de una teoría más comprehensiva que sea capaz de sustituir a todas las teorías que son cuestionadas por los hechosii. Pero aun así, la filosofía de la ciencia está legitimada para llevar a cabo una demarcación entre aquellas proposiciones que de algún modo se exponen a un contraste con los hechos y aquellas otras que se "inmunizan" a sí mismas frente a cualquier posible contrastación, por consistir en afirmaciones demasiado generales como para que algún hecho concreto las pueda refutar. Desde este punto de vista hay que señalar que la pretensión de "cientificidad" no es aplicable a toda la obra escrita de Marx, sino solamente a aquéllas teorías sobre la lógica interna del sistema capitalista que se pueden contrastar con los hechos.
A la hora de contrastar una determinada teoría con los hechos, hay que acudir a las consecuencias empíricas que se derivan del núcleo de la misma. Ciertos autores pueden hacer predicciones empíricas que son lógicamente independientes de su teoría y, por tanto, su refutación no refuta la teoría en su conjunto. En el caso de Marx, ese núcleo teórico del que se derivan sus predicciones empíricas sobre el desenvolvimiento del capitalismo no es otro que su teoría de la plusvalía. De esta teoría Marx derivó coherentemente predicciones según las cuales el sistema capitalista está constitutivamente sometido a una presión hacia el progreso tecnológico acelerado, hacia el aumento constante de la productividad e intensidad del trabajo, hacia una creciente concentración y centralización del capital, hacia una transformación de la mayoría de la población económicamente activa en asalariados y hacia recesiones periódicas recurrentesiii. Cualquier mirada sobre la situación actual de la humanidad, incluyendo la situación de los trabajadores en los países industrializados, permite considerar que las predicciones empíricas de Marx no han sido refutadas y el núcleo de su teoría mantiene por tanto su validez.
Indudablemente, hay en la obra escrita de Marx otras afirmaciones que son independientes del núcleo de su teoría y que no resisten el paso del tiempo. Así, por ejemplo, a Marx se le ha atribuido una predicción, muy difundida por el estalisnismo, según la cual bajo el capitalismo asistiríamos necesariamente a un proceso de depauperización absoluta de los trabajadores. Si se atiende solamente a la situación de los asalariados, esa predicción se puede considerar al menos como parcialmente refutada. Sin embargo, tal predicción no se encuentra en la obra económica madura de Marx, sino solamente en algunos textos relativamente tempranos, como el muy conocido Manifiesto comunista. En El Capital, Marx prevé solamente una depauperización relativa respecto a la creciente concentración y centralización del capital, y solamente una depauperización absoluta en el caso del desempleoiv. Y esto parece ser todo lo que exige la teoría de la plusvalía. Por ello podemos decir que el descubrimiento central de Marx tiene un carácter científico y permite una explicación satisfactoria de las tendencias generales a las que está sometido el modo de producción capitalista. Es algo que también reconocen economistas fuertemente opuestos al socialismov.
En este contexto, es conveniente no perder de vista una de las predicciones fundamentales de Marx, que no he mencionado anteriormente. Es la que se refiere al carácter constitutivamente expansivo del modo de producción capitalista. La competencia capitalista favorece a aquellas empresas que introducen innovaciones tecnológicas. Esto tiende a elevar la composición orgánica del capital, es decir, la relación entre la parte del mismo que se invierte en capital constante y la que se gasta en capital variable, esto es, en salarios. Ahora bien, este proceso ocasiona una caída tendencial de la tasa general de beneficio en las regiones económicamente más avanzadasvi. Naturalmente, hay muchos factores que pueden actuar en contra, como son la destrucción del capital constante en guerras recurrentes o el aumento de la velocidad de rotación de capital mediante el desarrollo acelerado de los medios de comunicación. Pero hay otras alternativas que evaden la caída tendencial de la tasa de beneficio, y que consisten justamente en trasladar capitales hacia zonas geográficas donde la tasa de explotación (la relación entre la plusvalía y el capital variable) es más elevada o donde la composición orgánica del capital es inferior.
Un resultado inevitable de esta expansión de los capitales hacia las zonas menos "desarrolladas" consiste justamente, según el propio Marx, en "la centralización de los capitales. Cada capitalista hiere mortalmente a muchos otros. Mano a mano con esta centralización o expropiación de muchos capitalistas por unos pocos se desarrolla la integración del proceso laboral a una escala cada vez mayor, la aplicación consciente de la ciencia, el saqueo planificado del planeta, la transformación de los medios de trabajo en medios sólo utilizables colectivamente, la economización de medios de producción mediante su uso como medios de producción de trabajo socializado, la absorción de todos los pueblos en la red del mercado mundial y con ello el carácter internacional del régimen capitalista"vii. Lo que hoy se ha dado en llamar "globalización" es sin duda un proceso social complejo que envuelve dimensiones no sólo económicas, sino también políticas, culturales e ideológicas. Sin embargo, desde un punto de vista económico, resulta perfectamente comprensible a partir de la lógica constitutivamente expansiva del sistema capitalistaviii.
Lamentablemente, muchos marxistas dogmáticos, formados en la estrategia estaliniana del "socialismo en un solo país", han desarrollado una confianza tal en la capacidad del Estado nacional para construir el socialismo que, ante la mundialización del sistema capitalista, prefieren defender de un modo puramente "socialdemócrata" los restos del Estado "burgués" antes que elaborar estrategias de lucha a la altura de los tiempos. Si Marx tenía razón, las alternativas al capitalismo como sistema mundial tendrían que ser alternativas mundiales. En cualquier estrategia mínimamente seria de transformación del sistema capitalista mundial, los Estados nacionales no pueden considerarse más que como un ingrediente de la solución, pero no como la clave de la misma. El que los formados en el estalinismo (o en una de sus versiones "blandas") aparezcan hoy como "socialdemócratas"ix resulta comprensible en una época de crisis en la que solamente se intentan salvar los restos de un naufragio sin preguntarse exactamente qué es lo que naufragó. Sin embargo, esta pregunta es inexorable, porque pudiera ser que lo que haya fracasado no fuera "el socialismo" en general, sino justamente el intento de construir el socialismo a partir del Estado nacional.
2. La experiencia de un enorme fracaso histórico
Algo que obviamente nos queda del socialismo es la experiencia histórica acumulada en más de cien años de luchas sociales y políticas. Aunque esta experiencia incluya episodios molestos para algunos, tales como el derrumbe del bloque soviético, conviene obtener de ella todas las lecciones que sea posible. Y por eso no viene mal un poco de memoria histórica.
Cuando los bolcheviques toman el poder en Rusia, disolviendo la Asamblea Constituyente, interpretaron que su victoria no era más que el adelanto, en un país económicamente atrasado, de algo que estaría a punto de suceder en los países más industrializados de Europa: el triunfo definitivo del proletariado y el consiguiente final del modo de producción capitalista. A la ruptura del "eslabón más débil de la cadena" (Lenin), pronto seguiría el desmoronamiento de toda las cadenas capitalistas en la inminente revolución mundial. Rusia no tendría que construir por sí sola el socialismo, sino que lo podría hacer con la ayuda del proletariado victorioso de los países industrializados. Por eso, después del caos inicial del "comunismo de guerra", la nueva economía política (NEP) combinó de un modo pragmático el mercado con la planificación a la espera de que los acontecimientos en Europa permitieran el paso al socialismo. Pero tras la muerte de Lenin no sólo comenzaron las usuales luchas internas por la sucesión en un régimen autoritario, sino que también se hizo obvio que la esperada revolución mundial no iba a producirse de una manera inminente. ¿Qué hacer entonces?
Mientras que Trotsky, en la oposición, apela a una vaporosa "revolución permanente", la dirección soviética triunfante no tiene muchas alternativas, y decide lanzarse a la construcción del "socialismo en un solo país". Esta idea resulta perfectamente insólita en el contexto de la orientación, marcadamente internacionalista, que había tenido el socialismo hasta entonces. Pero Stalin tiene poderosos argumentos: es necesario industrializar rápidamente a la URSS y acabar con todos los enemigos del proletariado si se quiere resistir el futuro embate de los países capitalistas. Quien apela a la revolución mundial, decía Stalin, no tiene suficiente confianza en el proletariado y en el campesinado soviéticox. Por eso, la eliminación sistemática de todos los adversarios políticos va unida, a partir de 1929, a la liquidación de la "nueva economía política", al exterminio de los campesinos adinerados y al inicio, con el primer plan quinquenal, de la construcción de un sistema económico de planificación centralizadaxi. Stalin logró sus propósitos iniciales: convertir a la URSS en una gran potencia y resistir la ofensiva brutal del fascismo. Sin embargo, el intento estalinista de construir el socialismo mediante un sistema estatal de planificación centralizada terminó fracasando muchos años después.
Es muy importante subrayar que el "fracaso del socialismo" es el fracaso de un proyecto muy concreto delineado en la era estaliniana, y donde el Estado representa un papel esencial, tanto en el sentido de que se pospone la perspectiva de transformación global del sistema en su conjunto como en el sentido de que el Estado es quien asume la dirección de la actividad económica. Y es importante subrayar también que las graves lacras del socialismo "real", las cuales acabaron ocasionando su hundimiento, no fueron meros accidentes sobrevenidos extrínsecamente a ese proyecto, sino que constituían elementos inherentes a la naturaleza del mismo. Así, por ejemplo, la "burocratización" no es un resultado de "errores" humanos corregibles con un poco de concientización y buena voluntad. Si se elimina el mercado y la actividad económica pasa a ser regida por una instancia planificadora central, es obvio que la instancia encargada de elaborar y ejecutar los planes adquiere un poder casi irrestricto, que inexorablemente se manifiesta en todas las dimensiones políticas y culturales de la sociedad. Si toda la actividad económica está dirigida centralmente, es difícil, por ejemplo, pensar la simple supervivencia de una prensa libre, incluso sin censura ni medidas represivas distintas que las de índole puramente económica.
Del mismo modo, es inevitable que los directores de las empresas estatales, encargados de velar por el cumplimiento del plan, busquen la forma más cómoda de hacerlo, la cual no consiste precisamente en un incremento de la innovación tecnológica y de la productividad, sino más bien en la utilización de materiales pesados, en el ocultamiento de las capacidades productivas de la empresa a las autoridades planificadoras, en la solicitud de una cantidad excesiva de materias primas, en la acumulación de stocks, etc. Además, en la medida en que las estructuras económicas se van haciendo más complejas, muchas decisiones concretas se encomiendan a los directores de las empresas, quienes de este modo se ven obligados a tomar decisiones doblemente irracionales, por no estar sometidos ni a la "racionalidad" ex post del mercado capitalista, ni a la "racionalidad" ex ante de una planificación general de la economía. Evidentemente, como la escasez no desaparece por mucho que se avance en la planificación, la lógica del mercado tiende a reaparecer, pero al margen de la ley, con la consiguiente formación de mafias dispuestas a hacerse con el poder en el momento en que se hunda el sistema. Ni la burocracia ni la ineficiencia son simples "errores" humanos, sino elementos constitutivos del sistema soviético, y no han conocido excepción en los países organizados de acuerdo a tal modeloxii.
Se podría argüir con razón que el socialismo de tipo soviético fue viable por más de setenta años, y que la caída del mismo no se debió únicamente a razones internas, sino más bien a la superioridad económica, política y militar del "campo capitalista". Pero aquí está justamente la clave de la cuestión. La lógica interna del capitalismo, genialmente puesta de manifiesto por Marx, conduce a una incesante innovación tecnológica y a una expansión mundial del sistema. En cambio, la lógica interna del socialismo de planificación centralizada no favorece esencialmente la innovación tecnológica, y sus tendencias expansivas (de tipo ideológico y político más que estrictamente económico) no eran comparables a la dinámica mundializadora que caracteriza al capitalismo. De ahí que resulte perfectamente comprensible que sea el capitalismo el que acabe absorbiendo a los países socialistas de inspiración soviética en su propia órbita. Los países "socialistas" que actualmente sobreviven son capaces de ofrecer al capitalismo mundial unas tasas de explotación elevadísimas (favorecidas por la ausencia de sindicatos libres), unidas a una composición orgánica del capital más reducida que en los países industrializados. De ahí las grandes tasas de beneficio que obtienen algunos capitalistas en esas regiones, y de ahí también el interés de muchos de ellos por mantener regímenes políticos de esa índole.
El fracaso del socialismo de origen soviético para asegurar una liberación humana auténtica es en cierto modo paralelo al fracaso de las estrategias "socialdemócratas". Aunque ambos surgieron de la misma matriz marxista, encontraron su especificidad en la afirmación, muy poco marxista, de que el Estado nacional sería capaz de llevar a cabo una auténtica emancipación del proletariado. Mientras que la socialdemocracia confiaba esta tarea al Estado burgués, el socialismo de corte soviético insistía en la necesidad de crear un nuevo Estado regido por el proletariado o, mejor dicho, por su "vanguardia". En ambos casos el Estado nacional era la clave para la liberación humana. Ahora bien, cuando el sistema capitalista se impone mundialmente derribando todas las barreras que se oponían a sus intrínsecos dinamismos expansivos, cualquier transformación en el Estado nacional, aunque sea necesaria, resulta insuficiente. Las estrategias socialdemócratas implementadas en los países pobres han resultado frecuentemente ruinosas, por haber pretendido la reforma de un eslabón de la cadena sin atender al sistema en su conjunto: los capitalistas locales, sujetos a mayores cargas tributarias y administrativas que en los países vecinos, aunque no opten por la fuga de capitales, se vuelven menos competitivos y, por muchos aranceles que se levanten en su favor, la actividad económica general del país tiende a caer. En algunos casos (Venezuela, España) los socialdemócratas han sido simples ejecutores de los trabajos sucios que los partidos conservadores serían incapaces de llevar a cabo por sí mismos.
Por eso resulta entre trágico y cómico ver a los antiguos socialistas de inspiración soviética convertidos en socialdemócratas. En lugar de buscar soluciones reales a los problemas actuales, se vuelve a fórmulas vacías de contenido, sin detenerse a estudiar por un momento las dimensiones reales del monstruo que ha superado todas las fronteras y ha aniquilado todos los ídolos, reclamando para sí un nuevo culto: el del sistema capitalista mundial. Hoy más que nunca es necesario atreverse a mirar directamente a los hechos, desprendiéndose de todos los dogmas, para elaborar un proyecto nuevo de socialismo que haya asimilado las lecciones del pasado. Y es necesario porque el socialismo no sólo nos ha heredado la importante experiencia de un fracaso histórico, sino también una seria advertencia sobre los límites internos del capitalismo.
3. Una advertencia sobre los límites del capitalismo
Las reflexiones clásicas de los principales teóricos del socialismo iban frecuentemente unidas a la advertencia de que el capitalismo, en virtud de sus propios dinamismos internos, está abocado no sólo a padecer crisis recurrentes sino a enfrentarse con una crisis final. Para ellos, esta crisis marcaría el final del capitalismo y el surgimiento de una forma superior de organización social. Obviamente, este tipo de advertencias presuponen siempre que el capitalismo, para dar paso a una forma nueva de sociedad, tiene primero que agotar todas sus posibilidades internas, superando la escasez y constituyendo un mercado mundial.
Ahora bien, Marx mismo no llegó ha elaborar un estudio sistemático de los ciclos y de las crisis. Para Schumpeter, la teoría de los ciclos de Marx es "un capítulo por escribir"xiii. No faltan entre los marxistas algunos estudios importantes sobre los ciclos capitalistas y sobre las crisisxiv. Sin embargo, en muchas predicciones sobre el derrumbe inminente del capitalismo parecen actuar más los buenos deseos de los revolucionarios que las estrictas demostraciones científicas. Además, la idea del paso necesario a una forma superior de organización humana carga con muchos presupuestos filosóficos no suficientemente justificados. En las filosofías de la Ilustración se solía pensar que los procesos sociales están dirigidos por ciertos dinamismos internos que aseguran que la historia tendrá necesariamente un final feliz. Marx y los marxistas compartieron muchos presupuestos de la Ilustración. Si el capitalismo es una forma imperfecta de organización humana, lo obvio para los ilustrados consistía en pensar que los dinamismos que rigen la historia conseguirán en el futuro un modelo superior de sociedad, en el que todas los males serían superados y los deseos más profundos de la humanidad encontrarán su cumplimiento definitivo.
A partir de la teoría económica de Marx no resulta tan fácil demostrar que el capitalismo esté abocado necesariamente a una crisis final. Incluso la caída tendencial de la tasa de beneficio puede encontrar mecanismos que actúen en una dirección inversa por períodos indefinidos, incluso si se agotaran las posibilidades de exportar capitales a zonas menos industrializadasxv. La mayor parte de las teorías sobre el final del capitalismo tienen que mezclar las consideraciones puramente económicas con otras de índole social y políticaxvi. Precisamente por ello, se puede sospechar que la tesis sobre el derrumbe final del capitalismo es independiente del núcleo de su teoría, de modo que su refutación práctica (el capitalismo no se ha derrumbado en ninguno de los plazos previstos) no equivale a una refutación de la teoría de la plusvalíaxvii. En cualquier caso, el sistema capitalista mundial parece estar recuperándose del período depresivo iniciado al comienzo de los años setenta, y que muchos optimistas consideraron como el comienzo del fin. Por otra parte, es importante subrayar que un hipotético derrumbe del sistema capitalista no ha de dar paso necesariamente a una sistema superior. Simplemente, puede sobrevenir la barbarie. Esto es más obvio cuando la experiencia histórica ha dejado tan desprestigiado al socialismo "real" que muy pocos estarán dispuestos a pensar que éste represente realmente una forma superior de organización humana.
Ahora bien, es importante distinguir la tesis de que existen unos límites intrínsecos al capitalismo de cualquier idea sobre un necesario derrumbe apocalíptico del mismo por razones puramente económicas. El capitalismo promete satisfacer las necesidades de la mayor parte de la humanidad, y para ello exige que se respeten las reglas del mercado y que se le conceda un período razonable de espera, en el que necesariamente habrá desigualdad. Esto será suficiente, auguran los nuevos liberales, para impulsar el crecimiento que se necesita para que la riqueza de unos pocos alcance a todos los seres humanos. Pero estas promesas son irrealizables. El sistema capitalista ha chocado con sus propios límites antes de llevar a cabo su prometida abundancia. Estos límites no son otros que los límites ecológicos del planeta. Un crecimiento mundial bajo las puras condiciones del mercado pone en peligro la supervivencia de la especie humana. Los costos del crecimiento bajo condiciones de mercado comienzan a ser superiores a sus posibles beneficiosxviii. Esto es algo que ya han descubierto los mismos dirigentes de los países industrializados, y justamente por ello tienen que imponer limitaciones tanto a la expansión demográfica de los países más pobres como a la destrucción ambiental que acarrea un crecimiento bajo condiciones puramente capitalistas.
Hemos visto que el capitalismo es un sistema constitutivamente abocado al crecimiento y a la expansión. La presión, intrínseca al sistema, hacia la innovación tecnológica y hacia el desarrollo de las fuerzas productivas constituye la clave de sus éxitos. Sin embargo, este carácter constitutivamente expansivo del capitalismo termina chocando con las fronteras ecológicas del planeta, aunque no se produzca ninguna crisis final puramente económica. Por eso, incluso desde la perspectiva de los dirigentes mundiales del sistema, es necesario poner límites a la dinámica interna del mercado. Desde la perspectiva general de todos los interesados, estos límites no pueden afectar solamente al crecimiento de los más pobres, sino que han de distribuirse de un modo democrático y equitativoxix. En cualquier caso, es obvio que estos límites necesarios no los puede poner cada capitalista particular, pues éste se encuentra presionado por el mercado para introducir "avances" que aseguren sus beneficios. Tampoco lo pueden hacer los Estados nacionales independientemente, pues cada uno de ellos tiene que asegurar la supervivencia de "sus" propios capitalistas. Solamente un control global del sistema puede frenar la lógica destructiva del capitalismo.
Es importante notar que este encuentro del sistema capitalista con los límites ambientales del planeta no sólo contradice el optimismo de los apóstoles de libre mercado, sino también el optimismo del socialismo clásico. Marx pensaba que el capitalismo estaba destinado a impulsar un desarrollo de las fuerzas productivas que acabaría definitivamente con la escasez. De este modo, el capitalismo posibilitaría el paso a una forma superior de organización social. Una vez que se hubiera obtenido la abundancia, perdería todo sentido la competencia y el mercado: no habría costes de oportunidad. Sin embargo, las fronteras ambientales del planeta no sólo muestran los límites del capitalismo como sistema mundial, sino también la imposibilidad de esperar un desarrollo tal de las fuerzas productivas que haga desaparecer definitivamente la escasez. El capitalismo no nos dejará en herencia una abundancia tan grande de todos los bienes que haga innecesario el mercadoxx. Por eso, cualquier nuevo proyecto socialista no sólo ha de incluir en su agenda los problemas ecológicos, sino que también tiene que contar necesariamente con la escasez y, por tanto, con alguna forma de mercado. Y esto es justamente lo que estamos abocados a buscar. Los límites internos del capitalismo exigen la búsqueda de una forma superior de organización humana.
4. La búsqueda de una forma superior de organización social
La satisfacción de las necesidades fundamentales de la humanidad es imposible para un sistema económico que ya ha tropezado con los límites ecológicos del planeta mientras no puede sacar de la miseria a millones de personas. El sistema capitalista requiere su transformación hacia otra forma de organización social. Esto se puede entender en dos sentidos fundamentales: o como un control de las irracionalidades del capitalismo mediante algún tipo de instancia política dotada de autoridad para reformar el sistema, o como una sustitución del sistema capitalista por un sistema económico y social radicalmente distinto.
Es importante señalar de entrada que cualquiera de las dos estrategias entraña necesariamente una perspectiva mundial. Las alternativas al sistema no pueden perder de vista el carácter global del mismo. Esto no excluye la necesidad de elaborar estrategias de lucha en el nivel local o nacional. Sin embargo, esas estrategias por sí solas son insuficientes. Un nuevo sistema social que limite el crecimiento e introduzca la redistribución tiene que preguntarse seriamente si puede sobrevivir dentro de un sistema mundial capitalista, y a qué costos lo puede hacer. Con todo, puede haber alternativas que, siendo poco factibles como proyectos exclusivamente nacionales, tengan en cambio posibilidades en el plano global. Pensemos solamente en el socialismo soviético de planificación centralizada o en la socialdemocracia. En el ámbito de un solo país pueden resultar incapaces de competir con las tendencias eficazmente innovadoras y expansivas del capitalismo. En cambio, como alternativas globales no tendrían que sobrevivir en un medio capitalista, de modo que no sólo estarían libres de una competencia desigual por el crecimiento, sino que además serían perfectamente convenientes en un momento en que es necesario priorizar mundialmente la distribución y el respeto al ambiente sobre el desarrollo expansivo de las fuerzas productivas.
Sin embargo, puede ser que esto no sea suficiente para convertir automáticamente al socialismo de corte soviético o a la socialdemocracia en alternativas verdaderamente deseables en un plano mundial. Veamos esto un poco más despacio.
Consideremos, en primer lugar, la imposición mundial de un sistema de planificación centralizada. Se trataría necesariamente de una planificación de escala global pues, aunque hubiera una pluralidad de Estados socialistas de tipo soviético, las fraternas relaciones económicas entre ellos tendrían que estar sujetas a alguna regulación por una autoridad central. De lo contrario, acabaría por prevalecer un mercado mundial entre distintas economías planificadas, de modo que el sistema en su conjunto se parecería más a un capitalismo donde las empresas han sido sustituidas por Estados nacionales "socialistas". Un socialismo de tipo soviético exige, en el plano mundial, una autoridad planificadora central. Los problemas que esto plantea son obvios: si los planificadores soviéticos tenían dificultades para programar racionalmente todos los detalles de una economía nacional compleja, ahora la complejidad se haría muchísimo mayor. En la medida en que no todo se puede someter a la planificación, aparecería la economía sumergida a gran escala. El poder inmenso concentrado en las autoridades planificadoras no sólo impediría un verdadero control democrático sobre la economía y sobre la ecología, sino que sería incompatible con los deseos de autonomía de los diferentes pueblos.
Pudiera pensarse que una especie de "socialdemocracia mundial" representaría una solución más adecuada a nuestros problemas. El mercado seguiría funcionando y las distintas autoridades nacionales, coordinadas en último términos por una autoridad económica mundial, introducirían correcciones democráticamente orientadas a paliar las consecuencias más dañinas del sistema, tanto en términos de pobreza como de destrucción ambiental. Libre de una competencia capitalista desregulada, la socialdemocracia estaría preparada para dar sus mejores frutos. Sin embargo, esta alternativa presenta también algunas dificultades importantes. De hecho, los gobiernos socialdemócratas que cosecharon éxitos sociales importantes en Europa tendieron a aplicar políticas de inspiración keynesiana, que no pretendían tanto controlar el mercado como garantizar su funcionamiento "neoclásico" estimulando la demanda. Por otra parte, estos países europeos estaban envueltos en relaciones capitalistas internacionales que no obedecían precisamente a criterios "socialdemócratas". Además, muchas intervenciones estatales de la socialdemocracia no han pretendido otra cosa que sostener sectores básicos "no rentables" para así mantener elevada la tasa de beneficio de los capitalistas privados. Por todo ello hay que preguntarse si las estrategias "socialdemócratas" son en realidad un medio adecuado para imponer controles suficientes a un sistema que, como el capitalista, ha alcanzado las fronteras ecológicas del planeta sin resolver las necesidades fundamentales de la mayor parte de la población.
La insuficiencia del socialismo "soviético" y, posiblemente también, de la socialdemocracia como soluciones reales a los problemas globales de la humanidad nos obliga a buscar otro tipo de estrategia socialista. Su carácter "socialista" no vendrá primariamente del papel esencial atribuido al Estado nacional en la economía (nunca fue éste el sentido del socialismo para los clásicos, incluyendo a Marx), sino más bien de su pretensión de ser una alternativa al sistema capitalista, eliminando la pobreza y frenando la destrucción ecológica del planeta. Evidentemente, no podemos entrar aquí a discutir las distintas propuestas de "socialismo eficaz", "socialismo de mercado" o de "socialismo factible" que se han presentado en los últimos añosxxi. Basta con señalar que estos proyectos se diferencian esencialmente del socialismo de planificación centralizada y, al menos algunos de ellos, también de la socialdemocracia. Todos pretenden responder no sólo a las lacras del capitalismo, sino también a las lacras del socialismo real. Por eso propugnan modelos económicos que teóricamente serían más compatibles que el capitalismo y el socialismo real con una vida política auténticamente democrática, con una mayor eficiencia en el empleo de los recursos y con un mayor respeto del medio ambiente.
Así, por ejemplo, en el modelo de David Schweickart un conjunto de cooperativas compiten en un mercado libre. La idea se basa en la experiencia de que, en la medida en que los trabajadores se interesan en el bienestar de la empresa cooperativista (lo cual no suele suceder en cooperativas que se inician por vías asistenciales), logran niveles de eficacia superiores a las empresas capitalistas. A diferencia de sistemas como el yugoslavo, las cooperativas del modelo de Schweickart están gravadas con un impuesto sobre el capital, que va destinado a crear un fondo social de inversión. El impuesto sobre el capital fomenta una presión sobre el uso eficiente de los recursos de cada empresa, evitando el despilfarro de la planificación centralizada. Este fondo social de inversión puede administrarse de modos diversos, como son la planificación gubernamental indicativa pero influyente (al estilo japonés), un sistema de bancos interconectados con las cooperativas, o sistemas más "liberales", donde los bancos acceden al fondo social de inversión con un tipo de interés fijado por el Parlamento, y después pueden hacer sus préstamos a las cooperativas con un interés levemente mayor. En cualquier caso, este modelo parece capaz no sólo de funcionar con una eficacia igual o superior a la capitalista, sino también de llevar a cabo una limitación consciente del crecimiento, y de permitir un grado amplio de democracia políticaxxii.
Puede ser que modelos como éste se encuentren aún necesitados de mayor discusión teórica. Pero hay en algunos de ellos un aspecto que resulta de enorme interés práctico. Se trata de su pretensión de ser en conjunto más eficientes que el sistema capitalista. La importancia de este último factor consiste en que, así como el socialismo de corte soviético y la socialdemocracia encuentran dificultades para sobrevivir dentro de un sistema capitalista mundial, los nuevos modelos de socialismo, de ser verdaderamente más eficientes que el capitalismo, estarán mucho más capacitados para afrontar la competencia desigual del mercado mundial. En la medida en que esta eficiencia descansa principalmente en el aprovechamiento racional de los recursos dentro de cada empresa, los nuevos modelos pueden reclamar superioridad ecológica sobre las empresas capitalistas. Se trata entonces de modelos que podrían aplicarse en el ámbito nacional con anterioridad a un cambio del sistema en su totalidad. En este sentido, podrían cumplir una función semejante a la que originariamente tendría que haber desempeñado la NEP. Sin embargo, no son un paso previo hacia la planificación centralizada. Los nuevos socialismos no se entienden a sí mismos como modelos transitorios, sino como definitivos, tanto en el ámbito nacional como en el ámbito mundial. Pretenden ser, por así decirlo, socialismos con "dos velocidades": capaces de sobrevivir en un entorno capitalista y capaces de presentarse como alternativa al capitalismo en su conjunto.
En cualquier caso, la presunta viabilidad nacional de estos modelos no puede hacernos perder la perspectiva mundial. Si el sistema capitalista es mundial y plantea problemas que tienen alcance global, cualquier alternativa nacional, aunque sea viable, es insuficiente. Si algo nos queda del socialismo es la necesidad de apelar, hoy más que nunca, a la unidad, por encima de las fronteras nacionales, de todos los interesados en una transformación del sistema. Sin embargo, esta apelación no puede hacerse en nombre de viejos dogmas, sino solamente en nombre de los hechos y de verdaderas alternativas a los mismos. De ahí la importancia de una auténtica liberación de todos los prejuicios que impiden estudiar sin anteojeras la situación actual de la humanidad. Y para ello es necesario renovar el instrumental filosófico del socialismo.
5. Una tarea pendiente en filosofía
Con la sistematización estalinista del marxismo en un "materialismo dialéctico" y un "materialismo histórico", la filosofía socialista oficial se convirtió en un cuerpo cerrado de doctrina, sin lugar para la crítica, la experimentación y el disenso. La totalidad de la realidad, desde sus orígenes cósmicos más remotos hasta su futura reconciliación en la sociedad comunista, quedaba explicada exhaustivamente por un sistema de conceptos que pretendían adecuarse totalmente a su objeto. El resultado de estas explicaciones totales de la totalidad es inexorablemente un pensamiento totalitario que no deja nada fuera de sí, y que por lo tanto ninguna experiencia ni opinión posible lo pueden contradecir. La contradicción misma está ya prevista en el propio pensamiento, de modo que las opiniones divergentes no serían, en definitiva, otra cosa que opiniones reaccionarias, fruto de los intereses de clase propios de la burguesía. El campo del pensamiento se divide, de esta manera, en una lucha maniquea entre quienes aceptan las eternas verdades contenidas en un sistema canónico incuestionable, y todos aquellos que se atreven a cuestionarlas o contradecirlas. La pregunta por la verdad no necesita ser renovadamente planteada, pues las verdades eternas ya ha sido descubiertas de una vez por todas. Lo único que cabe hacer es exponerlas, comentarlas o aplicarlas a las nuevas situaciones. Y, por supuesto, defenderlas con toda contundencia frente a sus críticos.
No cabe duda de que las sistematizaciones dogmáticas tienen la capacidad de proporcionar seguridad a las personas, dotando a sus vidas de una dirección firme e inquebrantable. Cuando en la actualidad se habla de la aparición de movimientos religiosos y culturales de carácter "fundamentalista", cabe preguntarse si este fundamentalismo es un movimiento verdaderamente nuevo o si no hace otra cosa que cubrir espacios sociológicos e ideológicos que antes cubrían las "seguridades" del marxismoxxiii. En cualquier caso, no cabe duda de que el pensamiento dogmático resulta enormemente útil desde el punto de vista político: nadie es capaz de jugarse la vida por algo que está sujeto a dudas y revisiones. Como ya señalaba Gramsci, el determinismo del marxismo oficial es capaz de movilizar a las masas porque les proporciona la certeza del triunfo finalxxiv. Ahora bien, esto que puede resultar "útil" desde el punto de vista de la política inmediata, es obvio que no resulta en absoluto liberador a la larga. Mucha gente ha creído dar su vida "por el proletariado" y "por la revolución", cuando en realidad solamente servían a los intereses de sus dirigentes por conseguir ciertas cuotas de poder.
Esto, con ser grave, no es el único problema que presenta el fundamentalismo dogmático. Al canonizar un sistema totalizante de pensamiento, la izquierda se incapacitó para aprender de la propia práctica. La tan traída y llevada "verificación en la praxis" nunca sirvió para cuestionar las tesis fundamentales de aquel sistema de pensamiento. La consecuencia obvia de todo esto consiste en que, en el momento en que aquellas seguridades atraviesan una verdadera crisis, para muchos no queda más que dos alternativas. O se defienden de un modo intransigente los viejos dogmas, renunciando a escuchar siquiera la posibilidad de que alguien los cuestione. O uno se abandona a cualquier oportunismo "liberal" o "socialdemócrata" de entre los muchos hoy en boga. Indudablemente, caben posiciones intermedias, como las de aquellos que en el plano teórico mantienen las viejas verdades, mientras que en el plano práctico son capaces de aceptar nuevas certezas, sobre todo cuando éstas llegan en forma monetaria. En cualquier caso, de nuevo es claro que la pregunta por la verdad se despacha en favor de la propia seguridad o del propio provecho. Y quien sale perdiendo es, obviamente, la causa de la auténtica emancipación humana, la cual es inseparable de una búsqueda auténtica de la verdad.
La filosofía tiene en este aspecto una tarea crucial que cumplir. Un rasgo característico de toda filosofía genuina ha sido la voluntad inflexible de someter a revisión crítica toda proposición no suficientemente justificada, entregándose de esta manera a un proceso de justificación del propio discurso, que no por ser siempre precaria deja alguna vez de ser radical. Con todas las variantes que se desee, esta actitud la encontramos en corrientes filosóficas aparentemente tan dispares como la fenomenología, la filosofía analítica, o la ética del discurso, por sólo poner algunos ejemplos. Una filosofía que pretenda fundamentar teóricamente el pensamiento socialista no puede renunciar a la libertad y a la radicalidad propias del filosofar, pues de lo contrario no sólo no estaríamos ante una auténtica filosofía, sino que ésta, además, dejaría de cumplir una de sus misiones esenciales frente a toda teoría social, que consiste justamente en la vigilancia crítica frente a toda aseveración no suficientemente justificada.
No cabe duda de que muchas afirmaciones del "materialismo dialéctico" estaliniano no resisten un mínimo examen crítico a la luz de la ciencia y de la filosofía actualesxxv. Ello no obsta para que se puedan seguir sustentando en la actualidad posiciones filosóficas "materialistas", en alguno de los muchos sentidos de la expresión. Sin embargo, el socialismo no es primeramente una visión general del cosmos, sino un movimiento que pretende una organización alternativa de la praxis social. Por eso, la filosofía que primariamente necesita el socialismo no es una filosofía sobre la totalidad del universo material, sino más bien una filosofía de la praxis, una "praxeología". Además, se puede mostrar que una "filosofía de la praxis" cumple con los requisitos de justificación radical más característicos de una "filosofía primera". Para ello no basta con señalar que Marx, en su juventud, diseñó algo así como una "filosofía de la praxis". Tampoco es suficiente ensayar una lectura hegeliana de la historia de la filosofía para mostrar que ésta nos conduce inexorablemente hacia la tesis de que la praxis representa el punto de partida de la filosofía. La filosofía exige que su punto de partida sea justificado con la mayor independencia posible frente a todo argumento de autoridad y frente a toda presunta necesidad histórica. De lo contrario, la filosofía peligra convertirse en un mero comentario cultural, sin capacidad alguna para desafiar lo que las culturas afirman.
La teoría económica convencional ha tratado en ocasiones de elaborar una verdadera "filosofía de la acción" que sirva como fundamento de su doctrinaxxvi. Una filosofía de la praxis entendida como filosofía primera podría servir como punto de arranque para una fundamentación de un socialismo de nuevo cuño. Para esto, habría que iniciar una reflexión renovada sobre la estructura del vínculo social. Como he señalado en otro lugarxxvii, las concepciones usuales del nexo social en la filosofía social contemporánea son incapaces de dar cuenta de su mundialización en la era moderna. Se trata de teorías sociales elaboradas para conceptuar el problema de la "integración social", y no para reflexionar sobre la extensión mundial de los vínculos humanos, por encima de toda integración tradicional. El sistema social no es un sistema de normas, fines, valores u otros elementos donadores de sentido a la acción, tal como pensó el funcionalismo. Tampoco consiste solamente en un sistema de comunicación lingüística, pues el diálogo está reservado a algunos ámbitos --privilegiados-- del sistema social. El sistema social es un sistema de actuaciones, de modo que para una filosofía de la praxis social es posible superar la dualidad, propia de la sociología convencional, entre estructura y acción, poniendo las bases para una teoría de la sociedad mundial.
Por otra parte, un estudio filosófico de la praxis social tendrá que determinar cuáles son las dimensiones fundamentales de un sistema social. Veamos esto un poco más detenidamente. En primer lugar, la estructura de la acción humana incluye una lucha por el acceso a las cosas. Por eso, todo sistema de actuaciones sociales tiene inexorablemente una dimensión "económica", en el sentido más amplio de la expresiónxxviii. Los subsistemas sociales tienen que regular la producción y la distribución de las cosas a las que los distintos agentes pueden acceder. Obviamente, no hay que confundir esta dimensión económica de todo sistema social con la aparición, en la era moderna, de subsistemas económicos especializados, tales como la banca, el sistema fiscal o la bolsa. También en las sociedades tribales tenemos una dimensión económica, regulada por estructuras de parentescoxxix. En este caso, no hay propiamente un subsistema económico, pero sí hay una dimensión económica constitutiva a todo sistema social. No hay que confundir las dimensiones fundamentales de todo sistema social (ideológica, política y económica) con la aparición de subsistemas sociales especializados, tal como sucede en las sociedades más diferenciadas.
En segundo lugar, toda acción humana, por su constitutiva apertura, es susceptible de recibir la intervención de otros agentes sociales, los cuales ejercen un poder sobre la propia acción. Este poder es "fijado" después en las actuaciones sociales, recibiendo un carácter "institucional". De ahí que todo sistema social tenga inexorablemente una dimensión "política", de nuevo en el sentido más amplio de la expresión. Esta dimensión se puede concretar en diversos subsistemas. Sin embargo, incluso aunque una determinada sociedad no tenga subsistemas políticos autónomos, ella tendría siempre inexorablemente una dimensión política. Así, por ejemplo, el derecho y las instituciones políticas pueden llegar a formar subsistemas autónomos. Esta dimensión política de todo sistema social no significa que el Estado sea necesariamente la culminación comprehensiva del sistema social. Si el sistema social es un sistema de actuaciones, éstas pueden desbordar los límites institucionales de un Estado particular, constituyéndose sistemas sociales que incluyen una pluralidad de subsistemas estatales.
Finalmente, en cuanto que actuaciones humanas tienen un constitutivo momento de sentido, es obvio que todo sistema social tiene necesariamente una dimensión "cultural" o "ideológica". Entendemos por "cultura" o por "ideología" todo lo relativo al sentido que los actores sociales otorgan a sus actuaciones. Se trata de un uso restrictivo del término "cultura", pero de un uso ampliado del término "ideología", semejante al que aparece en algunas tradiciones sociológicasxxx. Esta dimensión cultural o ideológica no se concreta en un solo subsistema cultural, sino que en un mismo sistema social pueden convivir varios subsistemas de esta índole, a veces muy distintos entre sí. Pensemos solamente en las llamadas "sociedades multiculturales". Si bien es cierto que un subsistema cultural proporciona particular integración a quienes lo comparten, los límites de un sistema social no tienen por qué ser los límites de lo socialmente integrado. Las propias actuaciones pueden formar sistema con actuaciones orientadas por subsistemas culturales muy diferentes al propio. Los límites de lo social no son los límites de una cultura, porque el sistema social es un sistema de actuaciones sociales, y no un sistema de símbolos.
Los subsistemas económicos adquieren en la era moderna una dominancia insólita. Esta dominancia no consiste en una causación mecánica de "la" economía sobre "la" política o "la" ideología, sino en una preponderancia sistémica de los subsistemas económicos en la determinación de actuaciones sociales que siempre e inexorablemente tienen tanto dimensiones económicas como políticas e ideológicas. Entre los distintos elementos de un sistema y entre los distintos subsistemas no rigen relaciones de causalidad, sino relaciones de dominanciaxxxi. Pero inevitablemente todo momento de un sistema contiene todas las dimensiones del mismo. En un sistema social no existen momentos puramente económicos, políticos o ideológicos. Toda situación social es inexorablemente económica, política e ideológica en unidad de sistema. Sin embargo, hay situaciones sistémicas en las que predomina lo económico, lo político o lo ideológico. En el "materialismo histórico" era usual hablar de una "determinación en última instancia por la economía". Esta determinación no puede ser una "causación", por mucho que algunos marxistas lo haya entendido así. Tratándose de estructuras, la determinación no es otra cosa que una dominancia estructural de un subsistema; en este caso, del subsistema económico en la era capitalistaxxxii.
Ahora bien, la "determinación en última instancia" puede aludir a una cuestión más radical. Se trata de lo siguiente: si toda acción humana está inexorablemente en contacto con las cosas, todo sistema de actuaciones sociales tiene inevitablemente un medio propio. El intercambio con el medio circunscribe el elenco de posibilidades organizativas que tiene un sistema social. No se trata tampoco de una causalidad, sino de una "circunscripción" de las posibilidades de estructuración que posee una sociedad concreta. Un intercambio fundamentalmente agrícola con el medio no posibilita unas estructuras sociales burguesas. Pero la interacción con el medio no es "la" economía ni es un determinado subsistema económico, sino que designa un momento constitutivo de todo sistema social, aun en el caso de que en él no haya aparecido ningún subsistema explícitamente económico. El intercambio con el medio representa más bien lo que Marx en algún momento denomina las "condiciones materiales de existencia"xxxiii. Por eso, la interacción de un sistema social con el medio natural no concierne exclusivamente a las disciplinas económicas, sino también a otras ciencias como la ecología. Todo sistema social tiene unos límites organizativos que son de índole ecológica. Es también el caso, como hemos visto, del sistema social capitalista, en el que la dominancia de los subsistemas económicos ha conducido a un choque con los límites ambientales del planeta.
* * *
Hemos intentado mostrar que la herencia del socialismo dispone todavía de un importante contenido en verdad y en potencial liberador. En estas páginas no hemos podido hacer otra cosa que esbozar algunos aspectos fundamentales de lo que puede ser un pensamiento socialista a la altura del siglo venidero. Indudablemente, un aspecto decisivo para la viabilidad práctica de las propuestas socialistas habrá de buscarse en su capacidad para mantener la perspectiva mundial, originaria del socialismo, más allá de la miopía estalinista de los proyectos puramente estatales. Ello no obsta para que se elaboren estrategias locales y nacionales, las cuales, en lugar de caer en las medidas puramente reformistas y cosméticas de los nacionalistas, han de mantener necesariamente el horizonte de un cambio global del sistema social hacia una forma superior de organización humana. Es más, cabe la posibilidad de esbozar proyectos socialistas nacionales, siempre y cuando puedan mostrar su capacidad real para sobrevivir en un medio mundial capitalista sin convertir a su propia población en carne de explotación.
Todo esto exige una entrega renovada a la investigación teórica en el ámbito de las ciencias sociales y de la filosofía social. Pero exige también una renovación práctica de aquéllos a quienes les importan la realización de un proyecto socialista de cambio social. Lamentablemente, en los últimos años hemos asistido no sólo a la desilusión de quienes antes estaban dispuestos a entregar generosamente sus vidas por una causa, sino también a su rápido enriquecimiento. Por eso, tal vez haya que esperar a una nueva generación de revolucionarios. Ciertamente, los socialistas del futuro no contarán con una metafísica decimonónica para fundamentar en último término su compromiso. Ya no es posible decir que la ética, para los socialistas, consiste simplemente en ajustarse al sentido necesario de la historia. La historia no está determinada de una vez por todas por unas misteriosas leyes dialécticas, sino que está abierta a la apropiación humana de posibilidades. Por eso es necesario discernir qué posibilidades son las que deben ser apropiadas en cada situación histórica. Y para esto se requiere no sólo un conocimiento profundo de esa situación, sino también una inexorable reflexión ética.
iCf. K. Popper, La lógica de la investigación científica, Madrid, 1962.
iiPuede verse la obra de un crítico de Popper, como A. F. Chalmers, en su ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Una valoración de la naturaleza y el estatuto de la ciencia y sus métodos, Madrid, 1994 (11ª ed.). También H. I. Brown, La nueva filosofía de la ciencia, Madrid, 1994.
iiiCf. E. Mandel, El Capital. Cien años de controversias en torno a la obra de Marx, México, 1995, p. 21.
ivCf. ibid., pp. 68-70. En El Salvador, el 20% más rico de la población ha pasado de poseer el 43% del ingreso en 1988 a poseer el 54.2% en 1991, mientras el 20% ha pasado de un 5.6% a un 3.4% en el mismo período. Sin embargo, la pobreza en términos absolutos parece haberse reducido de un 55.5% de los hogares a un 53.8% entre 1988 y 1991.
vE. Menéndez Ureña considera que "la obra económica de Marx goza de una coherencia interna total... esa coherencia discurre sobre unas pocas ideas, que hubieran podido ordenarse de una manera mucho más simple e inteligible", en su Karl Marx economista. Lo que Marx realmente quiso decir, Madrid, 1977, p. 233. Puede verse también su obra sobre El mito del cristianismo socialista, Madrid, 1984, donde en la p. 71 afirma el carácter científico y correcto de la teoría de la plusvalía.
viLa tasa de beneficio se expresa en la siguiente fórmula: r = p/(c+v) , siendo p la plusvalía, c el capital constante y v el capital variable. Dividiendo el numerador y el denominador por v se obtiene r = p'/(c'+1) , donde p' expresa la tasa de explotación (p' = p/v) y c' la composición orgánica del capital (c' = c/v).
viiK. Marx, Das Kapital, vol. 1, Berlín, 1962, (MEW 23), p. 790.
viiiEn un solo día la prensa informa que Greenstone Resources, minera canadiense compró el 80% de Hemco-Nicaragua; que British Petroleum invertirá US$ 200 millones en la explotación del crudo venezolano; que la telefónica italiana pasará a poseer el 19% de la telefónica chilena; que la petrolera española Repsol compró el 37.5% de Astra, la petrolera argentina; que Panamá adjudicará concesiones para la administración de uno de sus puertos, siendo los interesados varias compañías internacionales; y que el gobierno de Perú vendió entre US$ 140 y 160 millones de acciones de la telefónica nacional, cf. La Prensa Gráfica, 11-6-1996, p. P8-C.
ixAlgo que se refleja tanto en las escisiones del FMLN salvadoreño como en los mismos programas de "desarrollo" que este partido propone.
xSobre estas polémicas, tratadas de un modo un tanto diplomático, puede verse la obra del marxista yugoslavo P. Vranicki, Historia del marxismo, vol. 2, Salamanca, 1977, pp. 100 y ss.
xiSobre estos temas puede verse A. Nove, An Economic History of the U.S.S.R., Middlesex, 1972.
xiiPuede verse A. Nove, The Economics of Feasible Socialism Revisited, Cambridge, 1991 (2ª ed.), pp. 73-126.
xiiiCf. J. A. Schumpeter, Historia del análisis económico, Barcelona, 1994 (3ª ed.), p. 820.
No hay comentarios:
Publicar un comentario