jueves, 15 de abril de 2010

Otra historia es posible

Ética y Política
Otra historia es posible
José M.Tojeira




Si algo nos dice la semana santa es que otra historia es posible. El mundo tiene demasiados problemas. La falta de solidaridad, el hambre de muchos, las enfermedades no atendidas en los países sin desarrollo, las guerras motivadas por intereses económicos que desangran a los países pobres, la droga y sus guerras, la violencia en naciones como la nuestra, son muestras de una historia con graves dificultades. Algunos no dudan en decir que existe en el mundo actual “una guerra de los poderosos contra los débiles” (Juan Pablo II), o desde el punto de vista ético, una auténtica guerra mundial de los ricos contra los pobres. Si comparáramos a nivel mundial la lucha contra la pobreza que hacen las instituciones internacionales, con la guerra real que los ricos llevan contra los pobres, tendríamos resultados desastrosos. Si las instituciones que luchan contra la pobreza logran salvar a cientos, los ricos que guerrean contra los pobres hunden a miles.

Frente a esta visión no optimista del mundo en que vivimos, la semana santa nos dice que otras historia es posible. Y nos lo dice a través de la persona de Jesús, el Cristo. Frente a la exclusión, la pobreza, el olvido y la guerra contra el pobre y el enfermo marginado, ya existente con claridad en su tiempo, Jesús tenía un programa claro: Estar al lado del pobre. Y estaba a su lado recordándole a los ricos que no podían servir a Dios y al dinero, avisando a los fariseos que la legalidad perfecta no servía de nada si no incluía como primera opción la misericordia, advirtiendo a sus discípulos que el poder tiende a corromper a quien lo ejerce y a someter a tiranía a quien está abajo, y que sólo el servicio desinteresado y humilde acercaba el Reino de Dios a la tierra. Profeta de la verdad, por dura que ésta fuera, no apagaba la mecha que humeaba.

Pues bien, esta nueva manera de ver la historia, donde lo importante es lo que se construye desde abajo y desde dentro, es lo que a fin de cuentas nos muestra la muerte y resurrección del Señor. El mundo que lo asesina es el mundo de quienes quieren construir la realidad desde el poder, desde la fuerza bruta, desde arriba, desde la cúspide la pirámide social, y desde fuera, alejados de los problemas reales de la gente. Pero la fuerza de la resurrección está en el que quiere construir la nueva convivencia humana desde abajo, desde la cercanía a los más pobres, a los leprosos a los que se consideraba apestados y nadie debía tocar, a los pecadores y oprimidos por el diablo. Desde abajo y desde dentro de los problemas. Sabiendo que el egoísmo institucionalizado, el poder visto como mecanismo de control humano, tiene una fuerza bruta absoluta y es capaz de matar el cuerpo. Pero conociendo al mismo tiempo que todo lo que es espíritu, capacidad humana de amar desinteresadamente, anhelo de servir a los más pobres, de estar al lado de los que sufren, de arriesgarse por los débiles de este mundo, es indestructible. San Pablo diría después que la locura débil de Dios, que elige para predicar su evangelio a lo despreciado del mundo, es mucho más fuerte que cualquier fortaleza humana.

La semana santa, al hablarnos del triunfo de Jesús de Nazaret, nos habla también del triunfo de todos los que siguen su camino. Y aunque su yugo es suave y su carga ligera, con demasiada frecuencia queremos pactar con el mundo en que vivimos, utilizar los rasgos del poder que domina y ponernos en el arriba cómodo de los problemas, diciendo como los fariseos que yo no soy de esos. Jesús nos llama a todos a recordar nuestras debilidades. Y a creer en su resurrección. A creer en el triunfo del bien que se encarna entre los pobres, a estar seguros de la esperanza que anida en el corazón de los humildes, a confiar ciegamente en que la muerte por amor al prójimo acaba siempre produciendo vida.

Es cierto que en Semana Santa podemos y debemos descansar. Pero si de alguna manera no nos mueven las procesiones, los actos, las celebraciones, las representaciones de la pasión del Señor, a pensar y creer firmemente en que otra historia personal y social es posible, estos días que deberían ser también de reflexión pasarán como paja que se la lleva el viento. El mundo necesita que el amor triunfe y que la esperanza para los pobres sea algo más que una palabra. Nuestra realidad salvadoreña necesita con urgencia cristianos que puedan decirle no a la violencia desde el pacifismo, que le repitan no a la pobreza desde la austeridad y el servicio, que se enfrenten a la corrupción y al poder que está seguro de sí, que cambien realmente la realidad. Necesitamos una semana santa que sea realmente santa, no tanto por la religiosidad de sus actos, sino por los compromisos personales y sociales que engendre. En otras palabras, necesitamos una historia diferente. Esa historia duradera que se hace entre todos, desde abajo, desde las necesidades de los pobres, desde dentro de los problemas.
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Marzo 2009 – marzo 2010, año de todos los mártires de El Salvador
“Ningún límite histórico cierra el futuro esperanzado del seguidor de Jesús” (I. Ellacuría)
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