viernes, 29 de octubre de 2010

El Salvador y Benedicto XVI

Ética y Política
El Salvador y Benedicto XVI
José M. Tojeira








Con motivo de la presentación de cartas credenciales de nuestro embajador en el Vaticano, el Papa actual dirigió unas palabras al diplomático salvadoreño que trascienden el mensaje a una persona para convertirse en una voz de ánimo a todos los salvadoreños. El fuerte contenido moral y propositivo de su breve discurso nos invita a citarlo, comentarlo y reflexionarlo.


Comienza el mensaje estimulando al gobierno a continuar con sus esfuerzos de diálogo. Y señalando que en Centroamérica es muy importante que “existan voces que inviten al entendimiento mutuo y a la cooperación generosa”. Ciertamente sin generosidad y cooperación difícilmente levantaremos nuestro país. Y es precisamente esa doble dimensión del altruismo y la voluntad de ayudar desde la gratuidad, la que está en la herencia que el cristianismo ha legado a nuestro país como patrimonio y que permite las “energías morales” adecuadas para “proyectar un futuro luminoso”.


En efecto, es el “testimonio de amor a Dios y a todo hombre”, aplicado coherentemente a nuestra propia realidad, el que se convierte en parte de un proyecto que desde diversas ópticas trata de cambiar la realidad. En primer lugar este mismo mandamiento del amor es el “elemento eficaz para la erradicación de la pobreza” que, como sabemos, sigue siendo un problema grave en nuestra patria. En segundo lugar ese mismo amor nos impulsa a todos a luchar contra todo tipo de mal, y en nuestro país, en particular, debe ser un “acicate vigoroso para luchar contra la violencia, la impunidad y el narcotráfico”. Todo un programa de acción cristiana contra esas plagas que en El Salvador están causando “estragos” y que tanto daño hacen “sobre todo entre los jóvenes”.

En tercer lugar el mismo amor cristiano debe impulsarnos a estar al lado de los marginados y excluidos de nuestras sociedades. El Papa menciona en su mensaje a los ancianos, enfermos y a las víctimas de las catástrofes, tan frecuentes entre nosotros. Un cuarto punto nos pide también que no pasemos de largo ante problemas estructurales o institucionales de El Salvador. El cristiano, insiste Benedicto XVI, “no puede mirar con indiferencia cuando se debilitan exigencias tan primordiales como la equitativa distribución de la riqueza, la honradez en el desempeño de las funciones públicas o la independencia de los tribunales de justicia”. Y como quinto punto se nos indican dos elementos básicos para el bienestar de la población: La vivienda y el empleo. La carencia de vivienda digna o de empleo decente, bastante extendida en su doble dimensión en El Salvador, es siempre una desafío y una interpelación a la comunidad eclesial. El empleo, en particular, se menciona también como un remedio para evitar el drama, cada vez más patente, de la migración y sus riesgos.


Tras estos cinco puntos, ordenados siguiendo el texto del Papa, vienen una serie de recomendaciones sobre el modo de hacer las cosas. El saludo papal retorna al diálogo como el mejor mecanismo para impulsar cambios. Los Acuerdos de Paz crearon una cultura de diálogo y se nos invita a no abandonarla. Hoy, un cristiano, no puede negarse a dialogar sobre los necesarios cambios en El Salvador. Al contrario, debe aportar desde sus valores y convicciones generosas y con capacidad de sacrificio, en beneficio de los más débiles y excluidos. Un diálogo que en definitiva es parte de una cultura de paz, nos convierte plenamente en personas humanas y debería llevar, para alegría del pueblo salvadoreño a potenciar “las decisiones tendentes a favorecer la seguridad ciudadana”. La violencia, por el contrario, nada consigue, pues es “una vía sin salida, un mal detestable e inadmisible, una fascinación que embauca a la persona y la llena de indignidad”. El contexto de violencia que vive nuestro país es sin duda el que ocasiona estas serias palabras de advertencia y el que motiva también la invitación papal a que el Estado asuma su papel de defensor de la gente, o como dice el texto, de “valedor a través de disposiciones jurídicas, económicas y sociales pertinentes”. Así mismo nos recuerda la necesidad de cooperar con la Policía para que en el marco de la legalidad puedan velar adecuadamente “por el bienestar de la población”.


No hay duda de que las palabras de Benedicto XVI tocan los problemas centrales de nuestra sociedad y apuntan a los caminos adecuados de solución. Dichas las cosas con tanta serenidad y aprecio por nuestro país, bueno es que escuchemos, meditemos y dialoguemos sobre este mensaje. La responsabilidad cristiana en el desarrollo está enraizada en el Evangelio y el mensaje del Señor Jesús. Tener presente nuestra fe, vivirla con sus profundas implicaciones éticas y ciudadanas, no es sólo una exigencia radical de la misma, sino también un camino de superación de los dolores, y sufrimientos y errores que cometemos como país. Errores que siguen vinculados al egoísmo, a la injusta distribución de la riqueza y a una institucionalidad estatal que tiende a dar más a quienes tienen más y a favorecer menos a los pobres y a quienes necesitan lo básico para sobrevivir.
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"Cuando la situación histórica se define en términos de injusticia y opresión, no hay amor cristiano sin lucha por la justicia" (I. Ellacuría, 1977)

16 de noviembre de 2010, XXI aniversario de los mártires de la UCA

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