Por Silvia Socorec
Toda sociedad
post-conflicto necesita emprender un proceso de construcción de la paz, en el
cual la memoria y la reconciliación no pueden ser obviadas. Es necesario
entender satisfactoriamente el pasado como punto de partida hacia una nueva
sociedad. De ahí la importancia de la reconciliación, entendida como la
generación de procesos de conocimiento, reconocimiento y comprensión, así como
ejercicios positivos de encuentro y tolerancia entre grupos o sectores sociales
anteriormente confrontados.
Casi todas las
personas reconocemos que en Guatemala hay racismo o discriminación racial
contra el indígena, tanto por razones biológicas como culturales. Por lo que en
Guatemala la discriminación por etnia, se define de la siguiente manera: “La
población indígena, especialmente la más pobre, es objeto de burla por sus
rasgos físicos, por su color, su estatura, su vestido, su forma de hablar y su
religión”.
Con la firma
del Acuerdo de Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas se abrió la
posibilidad de iniciar un proceso formal de transformaciones en el ámbito de
las relaciones del Estado guatemalteco con la población indígena. Si se
comparan los enunciados allí planteados con los formulados en la Constitución
Política vigente se puede constatar que se dio un paso importante en el
reconocimiento de la realidad de marginación, exclusión y discriminación
étnico-cultural que viven dichos pueblos en Guatemala. Afirmación que, en
consecuencia, hace imperativo desarrollar procesos que contribuyan a
enfrentarla y erradicarla.
El Estado guatemalteco se
sustenta en relaciones racistas, discriminatorias y explotadoras, construidas
de una manera procesual, sistemática y sostenida a través del tiempo, habiendo
conformado una estructura económica, política, social y cultural profundamente
desigual.
Aunque las clases y grupos
subalternos reproducen esas relaciones, también construyen otras visiones y
perspectivas ideológicas. Asumimos, en tal sentido, que si bien las propuestas
ideológicas que se construyen desde el poder tratan de ser hegemónicas, en el
proceso social de su reproducción van siendo modificadas, transformadas,
alteradas. De tal manera que esos discursos hegemónicos van adquiriendo en la
práctica social características que, muchas veces se distancian de lo que el Estado
buscaba promocionar y legitimar ideológicamente.
No todas las
personas que se dicen llamar “ladinos” o no indígenas, son racistas. Una cosa
es la persona y otra, muy diferente, son las opiniones que defiende y las
actitudes que mantiene. En cuanto a la postura de los que incurren en
discriminación, son ellos quienes aceptan sin discusión que lo indígena es y
debe estar subordinado y desplazado ante lo occidental y mestizo, excepto en
los campos en que pueden ser rentables como es el caso del folklore y lo
turístico, en el cual se invierte para obtener ganancias comerciales y no
porque se conciba como derecho fundamental de las personas.
Cuando la
mujer indígena se viste de ladina obtiene la aceptación del racista, aunque no
tenga la fisonomía de una mujer criolla o ladina. Esto pone en evidencia que el
componente cultural del racismo en Guatemala es más fuerte que el componente
biológico.
“El racismo ha sido
históricamente una bandera para justificar las empresas de expansión,
conquistas, colonización y dominación y ha marchado de la mano de la
intolerancia, la injusticia y la violencia.
Una de las violaciones a derechos humanos más
graves y menos atendidas en la sociedad guatemalteca, es sin duda la
discriminación y el racismo, así como la recurrencia de este flagelo a lo largo
de la historia de Guatemala, como la versatilidad que le permite renovarse y
presentarse de diversas formas en cada época incluyendo la actual.
El racismo es un concepto
asociado a cierto de tipo de actitudes y acciones que se fundamentan en
corrientes de pensamiento o ideologías que sostienen la superioridad de algunas
razas. Con el transcurso del tiempo y a medida que las corrientes de
pensamiento han variado, el concepto ha ido adquiriendo complejidad, lo cual se identifica al examinar
su proceso de desarrollo histórico. El término racismo encierra multiplicidad
de significados, que es necesario distinguir para alcanzar una mejor
comprensión del fenómeno y sus consecuencias.
Una de las
causas del conflicto armado interno en Guatemala, tan importante como la
pobreza o el autoritarismo, es la discriminación, aunque se suele ocultar
precisamente porque el Estado de Guatemala ha sido discriminador y excluyente.
Las evidencias a lo largo de la historia y con toda crudeza durante el conflicto
armado interno, radican en que la violencia fue dirigida fundamentalmente desde
el Estado, en contra de los excluidos, los pobres y sobre todo, la población
maya, así como en contra de los que lucharon a favor de la justicia y de una
mayor igualdad social.
La ideología
racista hace más fácil ignorar estos hechos o no condenarlos con la suficiente
contundencia, pues aún persisten, en la mentalidad de algunos guatemaltecos, la
idea de que la vida del indígena vale menos. Esta noción puede explicar tanto
el mayor número de víctimas mayas en algunos periodos del enfrentamiento armado
y el por qué de los actos de extrema crueldad y los delitos de lesa humanidad
cometidos en sus comunidades.
El genocidio
es la expresión más dramática y cruel del racismo en el conflicto armado. A
pesar que el tiempo del conflicto armado interno culminó con la firma de los
Acuerdos de Paz, iniciados desde antes de los 90´s, aún en 1993, un miembro de
la oligarquía se expresaba de este modo: “… yo no encuentro solución más que
exterminarlos o meterlos en reservaciones como en los Estados Unidos. Es
imposible meterle cultura a alguien que no tiene nada en la cabeza, culturizar
a esa gente es obra de titanes, son un freno y un peso para el desarrollo,
sería más barato y más rápido exterminarlos”.
Por lo que
esta persona es claro exponente de la cultura de intolerancia, la ignominiosa
discriminación por razones étnicas y la ausencia de las más mínima solidaridad
nacional; aún en esta nueva era, en los años del 2000, todavía prevalecen las
secuelas de una cultura de intolerancia y discriminación, que son secuelas
nefastas de la confrontación fratricida durante más de 36 años de guerra que
finalizó con la firma de Los Acuerdos de Paz, cuyo objetivo principal fue
contribuir al cambio de un Estado de naturaleza profundamente excluyente.
En Guatemala se ha desarrollado
una cultura de violencia especialmente hacia la identidad de las diferentes
etnias en cuanto a su aceptación en la sociedad de la que ha resultado una
actitud de falta de respeto y un sentimiento de desconfianza entre los
guatemaltecos, que a todas luces se hace necesario reconvertir positivamente en
una cultura de respeto mutuo y tolerancia.
Los Acuerdos de Paz constituyen
una base fundamental para una convivencia pacífica y tolerante entre los
guatemaltecos. Consecuentemente, el conocimiento y asunción del pasado, el
conocimiento de las causas de la violencia desatada y del alcance de la misma,
así como de los principios básicos de respeto de los derechos humanos, de los mecanismos
para su defensa y la solución pacífica de las controversias, son elementos
esenciales para la consolidación de un futuro en paz.
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