En forma creciente vemos que los medios masivos de comunicación deciden buena parte de la vida de la población. Influyen en todo: en lo que se consume, en lo que se piensa, en lo que se disfruta, en la forma de entender el mundo. Según la encuestadora Gallup, de origen estadounidense y para nada sospechosa de posiciones de izquierda, cerca del 90% de lo que un adulto medio piensa en términos políticos proviene de esos medios, de las matrices de opinión que crea la prensa. Habría que decir con más precisión: lo que un adulto “repite”.
¿Por qué empezar diciendo esto? Porque lo que constatamos en el escenario político actual de Guatemala está totalmente vinculado con esa tendencia. ¿Por qué el actual presidente es un comediante? Porque siguiendo la agenda de los poderes históricos del país (alto empresariado nucleado en el CACIF y embajada de Estados Unidos), los medios de comunicación comerciales han preparado las condiciones para que Morales, sin tener una carrera previa como político de profesión, llegue a la primera magistratura del país.
Si este empresario-comediante es hoy el presidente, ello responde a lo que la usina mediática cocinó el año pasado luego de las movilizaciones anticorrupción. Estos poderes le dieron una salida controlada a la crisis, evitando que las cosas pasaran a mayores preservando lo que el discurso de la academia conservadora llama “gobernabilidad”. En otros términos: ante el descontento que las denuncias de corrupción provocaron, se buscó la manera de centrar todo en la necesidad de no alterar nada de fondo, no tocando nada estructural, llegando con tranquilidad a las elecciones y buscando un candidato presentable que encarnara los ideales de transparencia, alejado de la imagen mafiosa de la así llamada clase política. Jimmy Morales, que no provenía de una larga tradición de mafias políticas, pudo representar aceptablemente ese papel.
No hay que olvidar que su profesión es la actuación; de ahí que el papel de presidente honesto fuera uno más de los tantos que representó en su vida. Pero la realidad, siempre obstinada y pertinaz, comenzó a golpear.
En estos momentos pareciera que esa misma prensa que hace unos meses lo levantó, ahora comienza a bajarle el dedo. Son muchos los desaciertos que se le señalan, y los medios de comunicación no dejan pasarle ni uno. ¿El tacuche le queda grande? Sí y no.
No caben dudas que Jimmy Morales no es un estadista, que no tiene el tacto de un político hecho a las lides que esa actividad implica, que su mundo no ha sido la administración de la cosa pública (con todos los vicios y mañas que eso pueda implicar). Pero ¿acaso tenían ese tacto los otros candidatos de las elecciones pasadas?
Que “el tacuche le queda grande” podría significar que no está a la altura de las circunstancias. ¿Lo estará entonces el vicepresidente, que sí es un político “de profesión” y conoce de esos vicios y mañas? (se le acusa del vaciado del seguro social de la Universidad de San Carlos, por ejemplo) Esto abre la interrogante, entonces, de qué significa gobernar un país, y más aún, fuerza a preguntar: ¿gobierna realmente el presidente o los poderes más arriba señalados?
Por lo pronto el actual primer mandatario se rodeó de gente de su partido (el FCN-Nación) ligada a la guerra contrainsurgente, a las violaciones de derechos humanos que se dieron durante ese conflicto, al genocidio. Ese grupo, que sigue siendo un factor de poder –no de tanta importancia como los antes mencionados– pareciera que mueve los hilos del actor. Sus no muy afortunadas declaraciones corren por cuenta propia.
Ahora bien: la desafortunada situación que sufre la amplia mayoría de la población, con pobreza y exclusión, epidemia de delincuencia y falta de oportunidades, ¿se debe al presidente? Si asumiera Jafeth Cabrera –cosa que hoy no parece impensable a partir del descrédito que comienza a sufrir el presidente– ¿mejorarían las cosas? Y si, imaginariamente, el presidente fuera el uruguayo José Mujica, ¿sería distinta la situación?
Desde el retorno de la democracia en 1986 pasaron ya nueve presidentes; Jimmy Morales es el décimo. Con alguno de ellos, ¿cambió la situación de pobreza del 60% de la población que vive con el equivalente a 2 dólares diarios? ¿Con algunos de ellos terminó el racismo, el patriarcado, la falta de tierras para los campesinos? Dicho de otro modo: ¿a quién le queda el tacuche? ¿Es cuestión de “sercha” o todo esto estará más allá del presidente de turno?