Se viene el Mundial de Brasil
Fútbol profesional: una
crítica necesaria
Marcelo Colussi
¡Fútbol, pasión
de multitudes! De eso no caben dudas. El fútbol es, hoy por hoy, el deporte más
difundido a nivel mundial. Que sea o no el más bonito de todos, no es el
propósito de estas breves líneas discutirlo. Para sus fanáticos, obviamente lo
será. Sin dudas tiene algo de atractivo, porque sus seguidores se cuentan por millones,
y van en aumento. Años atrás era cosa sólo "de hombres"; hoy son innumerables
las mujeres que también lo siguen con pasión, o incluso lo practican. Lo
importante a rescatar ahora es que -y en esto podemos estar totalmente de acuerdo-
resulta por lejos el más popular.
Para jugarlo no
se necesitan aparatos especiales, costosos o sofisticados. Cualquiera, hasta
con un símil de pelota, (una pelota de papel, de trapo, una piedrita, una lata
vacía) lo puede practicar. Cualquier espacio se presta para hacer las veces de
campo de juego: el patio de la escuela, un terreno desmalezado en el medio de
la selva, el lobby de un hotel, etc. Dado que es tan versátil y ofrece tantas
posibilidades, todos -y todas- desde niñitos hasta viejos, gorditos, fumadores
y espantos (incluidos los que pateamos con las dos piernas... al mismo tiempo)
podemos jugarlo.
Seguramente
todos hemos escuchado alguna vez, dicho por nuestros mayores, que "fútbol
era el de antes". Y siempre es posible evocar algún maestro pasado como
criterio y garantía de tal afirmación: Di Stefano, Pelé, Maradona. Seguramente
en unos años se podrá rememorar como ícono de la "época de oro" a Zidane,
Ronaldo, Messi o algún futuro fenómeno que, en estos precisos momentos, está
recién aprendiendo a dar sus primeros pasos.
La forma de
jugar el fútbol cambia, así como cambia todo, como cambian los estilos, las
modas, las tendencias. No pretendemos aquí hacer una valoración de esto. Para
quien conoció, muchas décadas atrás, partidos donde se veían como cosa normal
10 goles, ver un planteo defensivo actual, un resultado 0 a 0, un partido
definido a penales, puede resultar deprimente. Pero pese a que "el fútbol
de antes era mejor" (como más de alguno dirá), la cantidad de población
mundial que llega a él es cada vez mayor, y no sólo en términos absolutos,
obviamente, dado el crecimiento de la masa humana mundial: las transmisiones
televisivas de encuentros de fútbol tienen las audiencias planetarias más
inconmensurables. Países donde años atrás no se conocía este deporte, ahora
organizan campeonatos internacionales. Nadie deja de conocer alguno de los
nombres de los jugadores de moda, aunque no se conozca el del presidente del
país vecino, o el actual Premio Nobel de la Paz, por dar algún ejemplo.
El fútbol es en
la actualidad, por lejos, el espectáculo más consumido. El aumento siempre
constante de fútbol por dondequiera (programas especializados, ropa afín,
escuelas de fútbol para niños, sistemas de pronósticos de resultados multimillonarios,
contratos por cantidades impensables, etc., etc.), su presencia omnímoda en los
medios de comunicación, en la cultura dominante, en la cotidianeidad mundial,
justamente por su magnitud -¿"desmedida" podríamos decir?- abre algunos
interrogantes. Debatir sobre eso es lo que pretendemos hacer con las presentes
líneas.
Su promoción no
está acompañada de una genuina política de desarrollo deportivo -"fútbol
para todos, salud para todos" o algo por el estilo-. En todo caso, el sacrosanto
mercado regulará sus movimientos, sus acomodaciones. Algún crack podrá fichar
por sumas astronómicas (de ahí que numerosos padres ven en las escuelas de
fútbol un pasaporte para una posible "salvación" económica, según los
talentos des sus vástagos), pero la gran mayoría está condenada a ser el gordito
o el fumador que envidia a estos pocos afortunados dotados y los mira por
televisión, para hablar de ellos al día siguiente.
El fútbol, como
todos los deportes -quizá más que todos- dejó hace mucho tiempo de ser un
pasatiempo, un entretenimiento dominguero. Pretender desandar ese camino en un
mundo hoy globalizado donde todo, absolutamente todo, se mide en términos de
beneficio económico, es quimérico, ingenuo, estúpido. Pero al menos se puede
intentar no perder de vista el fenómeno en su magnitud global: el fútbol (este
circo romano moderno), además de negocio fabuloso, ha pasado a ser una cortina
de humo, un mecanismo de control social, de una dimensión increíble.
Los campeonatos mundiales ponen en evidencia de un modo
particularmente grotesco lo que ha pasado a ser el fútbol profesional en
nuestra aldea global: un fabuloso mecanismo de control social. Sería ingenuo
pensar que el Campeonato Mundial, esa parafernalia mediática que cada cuatro
años crea un escenario ilusorio de 30 días de duración (hay propuestas de
hacerlo de cada dos años), sirve a los poderes fácticos para hacer o dejar de
hacer lo que son sus planes geoestratégicos de dominación a largo plazo. No
necesitan de él para invadir países, para aumentar el precio de los
combustibles o para desviar la atención sobre la catástrofe medioambiental en
curso debida al mismo modelo insostenible de desarrollo, sólo por dar sólo
algunos ejemplos. Si hay "lavado de cerebro" de parte de las clases dominantes -¡y
definitivamente la hay!- ello no se realiza porque durante un mes se inunden
las pantallas de televisión con partidos de fútbol y media humanidad ande
hablando sólo de los astros de moda, de cuánto ganan en cada fichaje o del
nuevo modelo de ropa deportiva. El proyecto es más insidioso, más maquiavélico:
se trata de controlar en el día a día, abrumando con partidos y más partidos, y
más campeonatos y más ligas… ¿Cuántas horas diarias de fútbol consume por televisión
un habitante promedio? ¿Mejora eso de algún modo su relación con el deporte?
¿Por qué ese crecimiento exponencial del fútbol profesional -amateur ya no existe, es casi una pieza
de museo- en todo el mundo?
No hay dudas que, al igual que todo gran evento de proporciones
enormes, puede funcionar puntualmente como distractor de masas, tal como
también lo puede ser la boda real o la muerte de alguna estrella de la música
pop, por ejemplo. No otra cosa fue el que organizara la dictadura militar
argentina en 1978, con el que se intentó lavar la cara en su sangrienta guerra
sucia, o el de la Italia fascista de 1934, en el que se buscaba a toda costa disciplinar
y mantener ocupada a una clase obrera demasiado "rebelde". De todos modos quedarse con la
estrecha idea que estos campeonatos son las cortinas de humo de gobiernos
dictatoriales es ver sólo un lado del asunto, y quizá sesgadamente. En todo
caso, los Mundiales evidencian de un modo especial el papel que en la moderna
cotidianeidad ha pasado a desempeñar el fútbol profesional. En forma creciente,
desde mediados del siglo pasado, y sin detenerse, aumentando cada vez más, el
negocio del fútbol sirve como "opio de los pueblos". Ello no es decisión de quienes estamos condenados a
consumirlo en forma pasiva sentados ante un televisor sino de grandes poderes
que fijan el curso de lo que sucede en nuestro atribulado mundo.
El fútbol -o
más bien, su manipulación vía medios masivos de comunicación- da la ilusión de igualar
clases sociales (ricos y pobres, explotadores y explotados se abrazan tras la camiseta
de su selección nacional o su equipo preferido), distrae, aleja
preocupaciones... o al menos lo pretende. Que es gran negocio, es innegable (lo que mueve globalmente
cada año representa la decimoséptima economía mundial). Lo que sí puede
deducirse es que poderes globales de largo aliento que están más allá de las
administraciones gubernamentales de turno, también lo aprovechan como droga
social, como anestesia. El Mundial no es sino una dosis un poco más fuerte del "pan y circo" cotidiano al que nos someten, con dos,
tres o más partidos diarios durante los 365 días del año, y con una cantidad de
torneos que ya cuesta memorizar. ¿Cuántos partidos y cuántas copas se están
disputando en este momento, cuando estamos leyendo estas páginas? ¿Cuántos
millones de personas están ahora prendidos a un televisor (o radio, o pantalla
de computadora quizá) siguiendo una transmisión de fútbol, anestesiados,
embobados si queremos decirlo así?
Si algo podemos criticar con fuerza no es el fútbol como
deporte (¡que vivan todos los deportes, por supuesto!, y ojalá todos
practiquemos alguno -e invitamos que sea fútbol, porque creemos que es muy
bonito-) sino todo el circuito político-económico que ha ido formando su
profesionalización creciente así como su utilización en tanto mecanismo de control
de masas, ahora ya a nivel planetario. Los Mundiales son sólo una pildorita de
esa medicina.
Hoy día pareciera imposible pensar en desprofesionalizar el
gran circo del fútbol, pues eso implicaría chocar con poderes monumentales. Por
ello, sin dudas; pero vale la pena abrir la crítica sobre todo esto. ¿O
preferimos quedarnos sentados ante la pantalla y mañana comentar el partido del
caso con los amigos, repitiendo el circuito sin sentido crítico y dejando que
se amasen fortunas a nuestras espaldas?
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