Marcelo
Colussi
En
el último mes Guatemala ha entrado en un proceso singular, único en su
historia. Después de un prolongado letargo político y de desmovilización social
de años, la población parece haber despertado.
De
todo lo que está pasando se podrá decir mucho y se sacarán conclusiones diversas.
Como en todo proceso social, siempre complejo y contradictorio, hay fuerzas
encontradas, y las lecturas posibles del fenómeno pueden ser incluso
antitéticas. De hecho, se juegan aquí, en todas estas movilizaciones, proyectos
políticos disímiles. Si queremos decirlo en clave marxista (supuestamente
“pasada de moda” el día de hoy), se sigue evidenciando ahí la eterna lucha de
clases (¡que no pasó de moda!)
Si
alguien pensó, por ejemplo, que esto era una situación pre-revolucionaria, o el
inicio de la revolución socialista… ¡pobrecito! Este estado de movilización, de
participación ciudadana, de rebeldía cívica que ha venido creciendo, es un
entrecruzamiento de factores. Se ha dicho por allí que tras todo esto no es
ajena la mano de Washington y su proyecto de “golpes suaves” (movimientos
dizque democráticos para revertir situaciones políticas no favorables a la Casa
Blanca). Ello es posible, aunque no tengamos los suficientes elementos a la
mano para demostrarlo fehacientemente. También es cierto que la reacción
popular al conocerse el caso de La Línea fue espontánea. Y surgió donde quizá
nadie lo esperaba: en los sectores de clase media urbanos.
Lo
cierto es que las movilizaciones iniciaron y fueron creciendo. La indignación
está en la gente; eso es una completa realidad, de no ser así, ese estado de
protesta no se hubiera amplificado de la forma que lo hizo. Y sin ningún lugar
a dudas, la indignación se dejó ver. Los miles y miles de personas que están
asistiendo a la(s) plaza(s) –también se dan en ciudades de los departamentos–,
los cartelones (geniales en muchos casos) que fueron apareciendo, el
descontento que no para de crecer, permiten ver que hay más que manipulación de
“revoluciones soft” pergeñadas por
especialistas en comunicación social y guerra de cuarta generación.
No
está claro cómo seguirá todo esto. Como mínimo, podría decirse que hay dos
opciones claras: partiendo de la base que hoy, distinto a años atrás en plenos
gobiernos militares y represores, no existe –al menos en principio– la opción
de la abierta represión, las fuerzas de la derecha (empresariado representado
por el CACIF, embajada de Estados Unidos, oligarquía en su conjunto) están
buscando por todos los medios bajar los ánimos de la protesta.
Se
destapó algo de la corrupción reinante en el Estado (algo, porque hay mucho
más, y eso es histórico, no nace con el actual gobierno), por un puro choque de
intereses entre un capital tradicional y un nuevo “capital emergente” (ligado,
justamente, al crimen organizado y estructuras mafiosas). Haber hecho público
lo de La Línea posiciona a la oligarquía tradicional y a la Embajada como
quienes toman la iniciativa sobre las mafias (Pérez Molina, Baldetti y todo su
séquito de narcoactividad y crimen organizado). Si eso despertó la reacción, la
profunda indignación de la población, es una cosa. Ir más allá (protestas que
pidan cambios estructurales y no sólo terminar con la corrupción) es algo que a
la derecha le aterra, y que ya está neutralizando (las reformas planteadas van
en ese sentido: cambiar algo para que no cambie nada de fondo).
La
otra opción es profundizar estas movilizaciones. La cuestión es quién y cómo lo
hace. Evidentemente no hay mucho espacio para ello; la izquierda está
fragmentada, desprestigiada; la posibilidad de articulación de este clima de
descontento con otras luchas (contra la minería depredadora, por
reivindicaciones laborales, por mejoramiento en las condiciones generales de
vida) se ve casi imposible hoy. Ante este panorama, muy probablemente estas
protestas podrán dar como resultado una depuración del gobierno (quizá termine
renunciando el presidente, como ya lo está insinuando el CACIF), y reforma
electoral de por medio se llegue a las elecciones. ¿Más de lo mismo luego?
Probablemente crezca mucho el voto nulo y la abstención. Quizá “no le toque” a
Baldizón. Todo eso está por verse. Cambios estructurales: obviamente no.
¿Qué
lecciones deja todo esto? ¡Por supuesto que no es la revolución socialista!,
pero permitió sacarse el miedo de encima. Es probable que el avance político
sea muy pequeño ahora. De todos modos, permitir ver a la población que sólo
protestando se pueden conseguir avances político-sociales es una buena escuela.
Esto, en todo caso, es preparatorio de nuevas luchas: se aprendió a no quedarse
callado.
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