Marcelo
Colussi
No puedo dar los detalles precisos, sino
simplemente hacer saber que recibí esta carta. Con mi pobre alemán me permití
hacer la traducción, y como creo que esto es muy importante, hago circular el
texto de marras en su versión española.
Trabajadores del mundo:
Las fuerzas de la derecha internacional
festejan alborozadas estos 25 años de la Caída del Muro de Berlín. Pero se
equivocan. ¿Qué festejan en realidad? ¿El fin del socialismo?
La historia, contrariamente a como dijo ese
apologista del sistema de apellido Fukuyama hace algunos años atrás, no ha
terminado. ¿De dónde saldría tamaño disparate? La historia continúa su paso sin
que sepamos hacia dónde va. Hoy, sin temor a equivocarnos, dadas las
características que ha tomado el sistema capitalista internacional,
perfectamente podría estar dirigiéndose hacia la aniquilación de la especie
humana, dado el afán de lucro imparable que lo alimenta, y que bien podría
llevar al holocausto termonuclear de activarse todas las armas de destrucción
masiva que existen sobre la faz del planeta. O también, dado ese afán
insaciable de obtención de ganancia que no puede eliminar, a la destrucción del
planeta por el consumo irracional que se está llevando a cabo.
Las fuerzas de la derecha cantan victoriosas su
supuesto triunfo, pero en realidad no hay ningún triunfo. Como escribí alguna
vez en mis años mozos, siendo discípulo del Profesor Hegel: el amo tiembla
aterrorizado delante del esclavo porque sabe que inexorablemente tiene sus días
contados.
¿Qué quise decir en su momento con esta frase,
algo enigmática quizá, antes de ponerme a estudiar economía política para luego
redactar el Tomo I de El Capital? Pues no es nada complicado: aparentemente el
sistema capitalista “triunfó” de manera inexorable sobre las experiencias
socialistas que se estaban construyendo, siendo la demostración palpable de
ello la caída de este muro de la que ahora se cumplen 25 años. Supuestamente,
según la fanfarria con que esa derecha presenta las cosas, la misma población
alemana del este, “sojuzgada” por el yugo socialista, habría derrumbado el tal
muro para “liberarse” y acceder a las bondades del capitalismo. ¡Pamplinas!
Puras pamplinas, estupideces con que los actuales medios masivos de
comunicación presentan las cosas.
En realidad lo que esta derecha, por ahora
ganadora, festeja es que el Amo, para tomar la metáfora hegeliana (léase: la
clase capitalista) alejó por un tiempo el fantasma que la persigue (la clase
trabajadora y la posibilidad que alguna vez la misma se organice, abra los ojos
y la expropie, tal como pasó varias veces durante el siglo XX, en Rusia, en
China, en Cuba). Es decir: la clase por ahora dominante (industriales,
banqueros, terratenientes) sabe que está sentada sobre un barril de pólvora;
sabe que los trabajadores del mundo (obreros industriales urbanos –que fue lo
que yo más estudié en su momento–, campesinos, trabajadores explotados de toda
índole, sub-ocupados y desocupados –lo que yo en otro tiempo llamé
Lumpenproletariät, es decir: población excluida y marginalizada) en algún
momento van a explotar.
La historia de la humanidad, y también la
historia del capitalismo, se los muestra. Las clases oprimidas aguantan (porque
no tienen otra alternativa, porque están sojuzgadas, reprimidas brutalmente a
veces, manipuladas en otras ocasiones). Aguantan hasta que, llegado a un punto
de la acumulación de contradicciones, estalla un período de violencia
revolucionaria, transformándose las relaciones de poder, pasando la propiedad
de los medios de producción de una clase a otra. Esto la derecha lo sabe. Sabe
muy claramente que la propiedad privada de esos medios es un saqueo legalizado;
sabe con precisión milimétrica que no puede dejar ni por un segundo de cuidar
esa propiedad, asentado en una explotación inmisericorde. Sabe que si se
descuida, si deja de proteger a capa y espada sus privilegios, las grandes
mayorías excluidas se levantan. Por eso, día a día, minuto a minuto, no dejan
de controlar y evitar que los trabajadores se organicen, piensen, conozcan la
verdadera realidad. Por eso los embrutecen con dádivas: es decir, el viejo pan
y circo de los romanos.
Pero esa derecha sabe que el barril de pólvora
sobre el que está sentada puede explotar, lo cual significaría perder sus
privilegios de clase. De hecho, eso ya sucedió varias veces el siglo pasado.
Por eso mismo, ante el retroceso que sufrió el primer Estado obrero del mundo,
la llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, las fuerzas de la
derecha cantaron victoria, mostrando el derribamiento del Muro de Berlín como
la caída de las ideas socialistas. Dicho de otra manera: como están tan
aterrorizados con la posibilidad que los trabajadores reaccionen alguna vez, se
permitieron mostrar ese incidente como el fracaso inexorable de las ideas
socialistas. Pero ello no es sino una demostración del pavor que sienten a ser
expropiados. De ahí que lo presenten como un triunfo apoteósico y que cierra de
una vez la historia.
No hay dudas que con la involución que
sufrieron las primeras experiencias socialistas del mundo (la Unión Soviética
se desintegró, China se abrió al mercado capitalista, Cuba quedó flotando en el
aire como pudo), el capitalismo internacional avanzó groseramente sobre las
conquistas de los trabajadores obtenidas a fuerza de sacrificio en décadas y
décadas de lucha. Por eso ahora ese sistema, que se autopresenta como ganador y
única salida posible, se permite explotar más aún que hace un siglo atrás. Hoy
día se perdieron conquistas sindicales, se hacen contratos sin prestaciones
laborales, no se respeta la jornada laboral de ocho horas, se expolia sin la
menor pudicia y se entroniza la figura del “ganador”.
No hay dudas, para tratar de concluir la
referida cita que hice más arriba, que el sistema sabe que ya le va a llegar el
turno, que su cabeza, igual que la del monarca francés en 1789, rodará por el
polvo. Por eso festeja este triunfo parcial –que, sin dudas, hizo retroceder
mucho al campo popular en estos últimos años– como un triunfo absoluto,
queriendo presentar las cosas como que con el Muro de Berlín derribado terminó
la explotación, y por tanto el ideal revolucionario socialista de
transformación social.
Pero los trabajadores del mundo siguen siendo
explotados, más que antes incluso, apaleados, reprimidos. ¿Por qué no habrían
de reaccionar? Tal vez hoy día, hay que reconocerlo, los partidos comunistas
están un tanto despistados. Mis ideas –que, en realidad, no son mías, sino
producto de una reflexión científica (¡no digan “marxismo” sino materialismo
histórico!)– se han querido presentar como anticuadas, fracasadas, “pasadas de
moda”. Nada más contrario a la verdad.
Mientras siga la explotación en el mundo (y esa
es la esencia del sistema capitalista) habrá quien proteste, quien alce la voz,
quien busque organizarse para cambiar la situación. Que hoy día esa
organización y los programas políticos al respecto estén golpeados, es una
cosa. Pero pretender que se esfumaron, que los explotados quedarán contentos y
felices con su condición de tales, que las injusticias cesaron porque el
sistema ganó esta batalla, es un craso error.
No hay que olvidar que el capitalismo, como
proyecto económico-político, comenzó a surgir en los siglos XII y XIII, allá en
la Liga de Hansen, y demoró varias centurias hasta poder tomar mayoría de edad
constituyéndose en sistema dominante, casi a fines del siglo XVIII, tanto en
Francia e Inglaterra como en los nacientes Estados Unidos de América. Las
experiencias socialistas no tienen ni 100 años de vida. ¡No olvidarlo! Cantar
victoria porque se ganó una batalla es de mal guerrero. Lo único que demuestra
es que sí, efectivamente, ese Amo tiembla porque sabe que ya le va a llegar su
guillotina…, aunque en este momento se sienta ganador.
Los 25 años que ahora se pretenden festejar no
son sino una demostración que el sistema capitalista no tiene salida. Se
festeja el triunfo de la explotación y la injusticia. Si el sistema tuviera
“responsabilidad social empresarial”, como parece que ahora se puso de moda
decir, debería echarse a llorar por el descalabro absoluto que ha creado. Para decirlo
sólo con dos ejemplos, lapidarios y terminantes por cierto: en estos momentos
–créanme que sigo muy de cerca estos acontecimientos y estoy perfectamente
informado– la humanidad produce un 45% más de los alimentos necesarios para
nutrir a los 7.300 millones de almas que pueblan el mundo, y vergonzosamente la
principal causa de muerte sigue siendo nada más y nada menos que ¡el hambre!
¡Infame!, no caben dudas. Y para terminar: la principal actividad de la especie
humana, la que más ganancias genera desde el punto de vista capitalista, la
vanguardia de la ciencia y de la técnica es la producción de armamentos. Es
decir: la defensa a muerte de los privilegios de algunos. ¡Más patético
todavía!
Por tanto, camaradas, los insto a que no nos
dejemos confundir por estos cantos de sirena: la derecha no festeja un triunfo
sino que sigue estando en guerra, y con miedo, porque sabe que los
trabajadores, tarde o temprano, reaccionaremos.
Hoy, como hace un siglo y medio, la consigna no
es lamentarse por la paliza recibida recientemente ni quedarse embobados viendo
la televisión. Sigue siendo como escribí con Federico en 1848: “No hay nada que
perder más que las cadenas. Por tanto: ¡uníos!”
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