Marcelo
Colussi
No soy español. ¡Pero soy habitante de este
mundo!, lo cual me confiere el absoluto derecho de tomar la palabra sobre este
asunto. ¿O acaso vamos a seguir pensando que estos problemas son sólo de índole
nacional? ¡¡No, en absoluto!! Estas son cuestiones que tocan a toda la
Humanidad.
Por respeto a nuestra especie, por un decoro
mínimo que debemos tener, no podemos dejar pasar esta aberración de las
monarquías como un dato insignificante. No sé si es el principal problema
actual de la Humanidad (¡por suerte hay cosas más importantes!), pero hablar de
ellas no deja de ser una oportunidad para hablar de nuestras miserias y
proponer alternativas pensando en un mundo mejor (definitivamente lo actual
está muy lejos de ser lo ideal; un mundo con reyes de “sangre azul”, además de
injusto, es infinitamente desatinado, absurdo, irracional).
¿Monarquías en pleno siglo XXI? Eso es como
preguntar si seguimos con el cinturón de castidad, o el derecho de pernada.
¿Podremos volver hoy al Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, a la
cacería de brujas, a la idea de sangre azul? ¿Vamos a premiar a los hidalgos
que se ufanan de no trabajar, exhibiendo entonces uñeros de plata como símbolo
de su holgazanería aristocrática? Como mínimo, todo esto suena absurdo, por
decirlo con términos suaves. ¡Pero algo de eso se está tramando en España en
estos momentos!
Parece realmente inconcebible que hablándose
de democracia, o más aún: dando recomendaciones de cómo ser democráticos
(fustigando a Cuba o Venezuela para el caso), las dinámicas políticas en este
país puedan llevar hoy a pensar en continuar con una práctica tan antidemocrática
como la sucesión hereditaria de un monarca.
“La monarquía hereditaria es una concepción política
tan profunda que no está al alcance de todas las inteligencias el comprenderla”, se permitió decir Ernest Renan en el siglo XIX.
¿No constituye eso una profunda ofensa a todos los seres humanos? Quienes nos
oponemos a estos sátrapas, a estos parásitos que viven a todo lujo a partir del
trabajo de otros, ¿somos unos imbéciles entonces?
Entre muchos europeos –pues no sólo el
católico reino borbónico de España persiste en estas tradiciones–, distinto al
Medio Oriente en el que las casas reales sí mandan, las monarquías son
formaciones casi decorativas, donde el poder político efectivo pasa a años luz
de sus majestades. El poder económico de las empresas capitalistas modernas las
ha desplazado del centro de la dinámica social. En muchos de estos países, no
obstante, el monarca resulta clave para mantener la unidad de la nación como
centro aglutinador de la concordia de las sociedades plurales de sus
territorios. Si bien en muchas de estas monarquías republicanas diversos
sectores de la población ven en las casas reales rémoras vergonzantes de un
pasado feudal que se resiste a terminar y un gasto absolutamente superfluo en vividores
prescindibles, según indicadores de quienes han estudiado el fenómeno, en más
de algún país buena parte de la misma población no querría perder su estatuto
de reino. Así sean como comidilla para paparazzi
y medios periodísticos escandalosos, junto a gente que aborrece a estos
parásitos acostumbrados al dolce far
niente (el descarado “no hacer nada”), hay súbditos que aman a sus
monarcas. Definitivamente, en la viña del señor hay de todo, y al esclavo le es
más fácil pensar con la cabeza del amo… que cortarle la cabeza, como hicieron
los franceses en 1789.
Lo que está claro es que hoy día, momento
de la razón y la técnica –al menos, según se declara oficialmente– es un
despropósito seguir hablando de democracia (¡gobierno del pueblo!) y promover
un rey por vía hereditaria. Más aún en España, cursando la peor crisis
económica de su historia. ¿Cuánto cuesta la casa real al bolsillo de sus
súbditos? Pero ahí quiero levantar la voz como ciudadano latinoamericano:
¡también a nosotros, en las ex colonias del Imperio Castellano, nos cuesta!,
porque buena parte de la renta de nuestros países va a parar al llamado Primer
Mundo, y así se solventan cacerías de elefantes de elegantes majestades que no
hacen otra cosa que pavonearse y asistir a frivolidades banales. Por tanto
¡¡también tengo derecho a protestar y oponerme a esta monstruosidad en ciernes
programada para el 19 de junio!! No lo coronen en mi nombre…, pero además tengo
derecho a exigir que eso no se haga, por injusto, irracional, abominable y
antipático.
España ha dado cosas fabulosas a la
historia de la Humanidad, desde el inmortal Quijote (el segundo libro más
vendido del mundo) a la música, desde humanistas de peso a artistas de la más
encumbrada talla. ¿Podemos permitir que se hunda en la más bochornosa
ignominia, en el risible descrédito y la frívola pamplina de continuar con esa
tradición de parasitismo coronando un nuevo rey?
¡Debemos exigir con toda la energía
del caso no volver a los monarcas! Suficientes problemas serios tienen España y
el mundo para tener que gastar energía en tamañas sandeces.
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