¿Elogio
de la marihuana?
Marcelo
Colussi
¿Por qué en algunos pocos países ya ha pasado a ser legar fumarse un
cigarro de marihuana mientras que en otros, la gran mayoría, eso es delito? Del
mismo modo podríamos preguntar: ¿por qué, salvo en algunos países musulmanes
(Arabia Saudita, Afganistán, Irán, Sudán, Bangladesh, Yemen) beber bebidas alcohólicas
no es delito sino que, por el contrario, se promueve insistentemente? Se trata
de complejos asuntos político-sociales y culturales donde están en juego
infinidad de variables que tienen que ver con el proyecto humano subyacente, y
con enmarañados procesos en torno a relaciones de poder.
Parto por hacer una primera aclaración, innecesaria quizá para los
fines teóricos del presente texto, pero éticamente importante: no soy
consumidor de marihuana (sólo una vez en mi vida la probé), pero la convivencia
diaria con muchos jóvenes –de distinta extracción social– por motivos de
trabajo, y el tener hijos adolescentes, me permite ver que hoy el uso de esta
sustancia pasó a ser una “necesidad” casi obligada en muy buena parte de las
poblaciones juveniles.
Una segunda aclaración –esta sí importante a los fines conceptuales de
lo que se intenta transmitir– es que de ningún modo se pretende hacer una
apología de la sustancia psicoactiva “cannabis sativa”, comúnmente conocida
como marihuana, la droga ilegal más consumida en el mundo en la actualidad
(según datos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito
-UNOCD-). El hecho de titular el presente texto como “elogio” no es sino una
provocación: en realidad, no se está haciendo una defensa cerrada de su uso
como panacea (de hecho, como droga utilizada con fines recreativos, puede
llegar a tener peligrosos efectos dadas ciertas circunstancias, y no deja de
ser una puerta de entrada para sustancias adictivas mucho más dañinas) sino que
se busca abrir una problematización a ese complejo campo de lo legal y lo
prohibido, del ejercicio de los poderes y del mantenimiento de una sociedad
basada en el lucro de unos sobre la explotación de las mayorías y la injusticia
humana que eso conlleva.
Partimos de la base que “droga” es cualquier sustancia que se introduce
en el cuerpo humano modificando el equilibrio natural, ya sea con un fin
terapéutico (lo que se conoce habitualmente como medicamento o fármaco) o recreativo/ceremonial
(lo que popularmente llamamos “drogas”: sustancias con principios psicoactivos
que modifican el aspecto conductual de quien las ingiere). En ese sentido, la
marihuana es una droga, la más popular y consumida de todas. Y, por cierto, en
la gran mayoría de países, hoy por hoy ilegal.
Drogas
que modifican el estado psicoafectivo de quienes las consumen ha habido siempre
en la historia de la Humanidad, en todas las culturas, desde hongos
alucinógenos hasta el alcohol etílico de vegetales fermentados, pasando por un
largo listado. La ¿necesidad? de huir de la crudeza de la vida cotidiana parece
repetirse siempre; de ahí que esas sustancias han aparecido ininterrumpidamente
a lo largo de nuestro transcurrir como especie. Ahora bien: en el transcurso
del siglo XX, en medio de un mundo ya globalizado y capitalista en su
totalidad, estas drogas van pasando a ser un negocio más. Como en este sistema
todo es mercadería lucrativa, las sustancias psicoactivas (entre las que habría
que incluir al alcohol etílico también) fueron y siguen siendo un gran negocio.
Viendo los daños colaterales que esas mismas sustancias pueden provocar,
también en el curso del siglo pasado van apareciendo las primeras restricciones
a su comercialización. Hoy, el negocio de esas drogas (las legales como el
alcohol, o incluso el tabaco) y las ilegales (la marihuana y toda la cohorte
que viene tras ella) es una de las grandes actividades económicas de la
humanidad. “Las drogas constituyen actualmente el mercado de productos ilegales más
grande del mundo, un mercado fuertemente ligado a actividades criminales de
lavado de dinero y corrupción”, informa la UNOCD.
Que esas drogas son dañinas a
la salud, incluida la marihuana, no es ninguna novedad. Por eso aclarábamos que
no se trata de hacer su apología, su panegírico, sino de entender el fenómeno
en su complejidad y tratar de entrever qué agendas ocultas puede haber en todo
ello. Plantearse un “mundo libre de drogas”, tal como
bienintencionadamente muchos lo hacen, es encomiable. De todos modos, siendo
realistas y teniendo en la mano los conocimientos que las ciencias sociales
modernas y con criterio crítico nos proporcionan, como mínimo habría que abrir
algún cuestionamiento a esa propuesta. Si hoy día, y desde hace ya varias
décadas, la narcoactividad se amplía continuamente, ello quiere decir algo: o
bien que la sociedad está cada vez más necesitada de este tipo de “placeres”
dañinos (mecanismos de huída de la realidad), o que hay agresivas políticas de
fenomenales grupos de poder que fomentan ese consumo. O, complejizando el
asunto, estamos ante una combinación de ambos factores, lo cual hace
infinitamente más complicado su estudio, y más aún, su solución en tanto problema.
Lo que sí
resulta inexorablemente cierto es que lo que años atrás –quizá cinco o seis
décadas, un par de generaciones en términos socio-demográficos– era una
“extravagancia”, un toque distintivo de grupos muy delimitados (la bohemia,
algunas sub-culturas marginales) en la sociedad global de hoy pasó a ser una
mercadería más. Ilegal en la gran mayoría de países, por cierto; pero
mercadería consumida en cantidades fabulosas, y siempre en aumento. De ahí que
la marihuana –retomando la primera aclaración que hacía– ha pasado a ser una
mercadería más de las tantas cosas consumibles, fundamentalmente en la población
joven. Ello se repite en países de alto poder adquisitivo (el Norte próspero)
como en los pobres del Sur.
Evitar el consumo de estos evasivos (la marihuana, digamos también el
alcohol etílico o toda la serie de productos novedosos que no dejan de surgir
en el transcurso del siglo XX y que se sigue acelerando en el XXI: cocaína,
heroína, drogas sintéticas, etc.) parece imposible. Esa necesidad de huída de
la realidad, de búsqueda de “paraísos” placenteros, habla de nuestra humana
condición, de nuestras estructurales debilidades y flaquezas. Y si en algunos
países musulmanes, como apuntábamos más arriba, el alcohol está severamente
prohibido, ello no hace sino ratificar el hecho que la especie humana tiene un
borde transgresor que siempre nos lleva a buscar esa “manzana prohibida”.
Apología de la marihuana, o de ninguna otra droga psicoactiva que
altere nuestro sistema nervioso central: ¡no! Pero su satanización tampoco nos
lleva a ningún lado. Prohibirlas y poner los más drásticos castigos para quien
ose consumir esos productos vetados, definitivamente no sirve, porque no impide
el consumo. La debilidad y la flaqueza que hace parte de nuestra condición
aparecen siempre, y de alguna manera (transgresión de por medio) se consigue la
sustancia “evasiva”. En las cárceles, por ejemplo, si se endurecen los
controles y realmente no entra ninguna droga, los privados de libertad
“inventan” la forma de conseguir sustancias psicoactivas, y así llegan a fumar…
¡telarañas! Es un ejemplo, pero vale. Por otro lado, el endurecimiento de las
prohibiciones –la experiencia lo demuestra– sólo consigue impulsar mercados
negros. Recordemos la tristemente Ley Seca en la década de los años 20 del
pasado siglo en Estados Unidos.
¿Qué hacer entonces?
“Con el desarrollo a ultranza del capitalismo en su etapa
imperialista, que en esta fase de la globalización hunde en la miseria a la
mayoría de la población mundial, muchos pueblos de importante economía agraria
optan por los cultivos de coca, amapola y marihuana como única alternativa de
sobrevivencia. Las ganancias de estos campesinos son mínimas. Quienes
verdaderamente se enriquecen son los intermediarios que transforman estos
productos en substancias psicotrópicas y quienes los llevan y realizan en los
mercados de los países desarrollados, en primer lugar el de Estados Unidos de
Norteamérica. Las autoridades encargadas de combatir este proceso son fácil
presa de la corrupción, pues su ética sucumbe ante cualquier soborno mayor de
50 dólares.
Gobiernos, empresarios, deportistas, artistas, ganaderos
y terratenientes, militares, políticos de todos los pelambres y banqueros se
dan licencias morales para aceptar dineros de este negocio que genera grandes
sumas de dólares provenientes de los drogadictos de los países desarrollados. El
capitalismo ha enfermado la moral del mundo haciendo crecer permanentemente la
demanda de estupefacientes, al mismo tiempo que las potencias imperiales
ilegalizan ese comercio, dada su incapacidad para producir la materia prima. El
ejemplo del mercado de la marihuana en los Estados Unidos es plena evidencia.
Por ser tan grande la demanda en sus propios territorios
como voluminosa la cantidad de dólares que por este concepto salen del marco de
sus fronteras, erigen el eslabón de producción en su enemigo estratégico, en
grave amenaza para su seguridad nacional. Olvidan sus propios postulados del
libre mercado: la oferta en función de la demanda, descargando su soberbia
contra los campesinos que trabajan simplemente por sobrevivir pues están
condenados por el neoliberalismo a la miseria del subdesarrollo. El
narcotráfico es un fenómeno del capitalismo globalizado [… y como alternativa]
exhortamos a legalizar el consumo de narcóticos. Así se suprimen de raíz las
altas rentas producidas por la ilegalidad del este comercio, así se controla el
consumo, se atienden clínicamente a los fármaco-dependientes y liquidan
definitivamente este cáncer. A grandes enfermedades grandes remedios”,
decían en su documento “Legalizar el consumo de la droga, única alternativa
seria para eliminar el narcotráfico” en el año 2000 las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia -FARC-.
Podía decirse casi a modo de conclusión de todo esto que la humana
necesidad de buscar alguna vía de “escape” al malestar intrínseco de la vida,
algún alivio al sufrimiento que implica la cotidianeidad, lo hemos buscado –y
probablemente sigamos haciéndolo– en estas salidas mágicas que nos hacen volar,
que inventan realidades menos crudas, más placenteras, tal como son los efectos
que producen las drogas. ¡O las religiones! En ese sentido tiene absoluta
vigencia la expresión de Marx “la
religión es el opio de los pueblos”. En definitiva, con drogas o con
religiones, buscamos salidas mágicas. El hedonismo, en tanto búsqueda de placer
por sobre cualquier otra cosa, es lo que está a la base de esa tendencia que
podemos tener (todos, cualquiera de nosotros) a consumir estas sustancias
psicoactivas (de marihuana en adelante, pasando por cualquier cosa, telarañas,
thinner inhalado o las más refinada sustancia sintética). Si no fuera así, no
podría explicarse el aumento sideral en la narcoactividad que viene
registrándose ininterrumpidamente desde hace años (es el negocio que más está
creciendo).
Sabido esto, una vez más la pregunta: ¿qué hacer entonces? Prohibir su
consumo no lleva más que al mercado negro y a una actividad subterránea que
produce circuitos criminales, siempre cargados de suma violencia. La propuesta
de legalizar el consumo –y ahí habría que empezar una enorme serie de
consideraciones, pero teniendo la legalización siempre como el norte– es la más
humana de las salidas. La “menos mala” quizá (porque reprimir no termina con el
consumo), pero por eso mismo, la más esperanzadora.
¿Por qué legalizar?
Asumiendo que las drogas, al menos en este momento histórico del
desarrollo de la Humanidad, llenan una necesidad (“flaqueza estructural”
digamos; si no, nadie las consumiría), pero más aún: teniendo en cuenta que esa
necesidad se ha manipulado y mercadeado de un modo monstruoso haciendo de los
narcóticos una mercadería más, fundamentalmente en las poblaciones jóvenes,
abordar el problema nos pone ante un complejo campo socio-sanitario, ¡pero no
policíaco-militar!
Que se ha mercadeado, y se lo sigue haciendo de un modo cada vez más
sutil apelando a las más refinadas técnicas de promoción comercial, no caben
dudas. Como dijimos más arriba: lo que antes constituía una rareza cultural,
hoy es ya casi un producto de primera necesidad en muchos círculos. Incluso se
ha ido construyendo toda una cultura de aceptación de las drogas, a punto que
para pertenecer a diversos colectivos, hay que consumir. Ya no asustan, no
espantan, no están estigmatizadas. Esto difiere de grupo social, de país, de
“nicho de mercado”, dicho en términos mercadológicos. La marihuana es la droga ilegal
más popular (hasta un 5% de la población adulta mundial, UNOCD), puesto que
grandes masas (de jóvenes en lo fundamental) –ricos y pobres, varones y
mujeres, intelectuales críticos y banales consumistas, de izquierda o de
derecha, etc.– la consumen. Pasó a ser un baluarte, un símbolo: en cualquier
sitio se puede conseguir un vendedor, cosa que décadas atrás no sucedía.
Pero pese a este consumo fabuloso, siempre en aumento, el sistema en su
conjunto, más allá de la declaración de “flagelo” con que se suele presentar el
asunto, hace un combate muy singular del problema. Si se tratara de un tema
socio-sanitario, ¿por qué, como dice el documento de las FARC, se castiga
básicamente al productor de la materia prima, al campesino que produce las plantas
de donde se extraen las sustancias base, o al consumidor final, al usuario
ocasional o al drogodependiente? (que, llegado a un punto, no es sino un
paciente en relación enfermiza con un tóxico, pero nunca un criminal). ¿Por qué
la “guerra contra las drogas” se hace sólo con armas letales y ejércitos
armados hasta los dientes y no, por ejemplo, con ejércitos de médicos,
psicólogos, trabajadores sociales, comunicadores? “Los principales
beneficiarios de la guerra contra las drogas son los presupuestos de las
fuerzas armadas, la policía y las cárceles así como de otros sectores
relacionados al área de tecnología e infraestructura”, señalaba la UNOCD).
La Comisión Global de Políticas sobre Drogas, integrada
por los ex presidentes de México, Ernesto Zedillo; de Brasil, Fernando Henrique
Cardoso; de Colombia, César Gaviria, y de Suiza, Ruth Dreifuss, así como por
personalidades internacionales tales como el ex Secretario de Estado de Estados
Unidos George Shultz, el ex Jefe de la Reserva Federal también de Estados
Unidos, Paul Volcker y el ex Secretario General de la Organización de Naciones
Unidas, el ghanés Kofi Annan, además de numerosos académicos y activistas
sociales, evaluó en el 2011 que tal como se venía llevando adelante, con ese
espíritu militarista y prohibicionista, “la
guerra global a las drogas ha fracasado, con consecuencias devastadoras para
individuos y sociedades alrededor del mundo. Cincuenta años después del inicio
de la Convención Única de Estupefacientes, y cuarenta años después que el Presidente
Nixon lanzara la guerra a las drogas del gobierno norteamericano, se necesitan
urgentes reformas fundamentales en las políticas de control de drogas
nacionales y mundiales. Los inmensos
recursos destinados a la criminalización y a medidas represivas orientadas a
los productores, traficantes y consumidores de drogas ilegales, han fracasado
en reducir eficazmente la oferta o el consumo. Las aparentes victorias en
eliminar una fuente o una organización de tráfico son negadas casi instantáneamente
por la emergencia de otras fuentes y traficantes. Los esfuerzos represivos
dirigidos a los consumidores impiden las medidas de salud pública para reducir
el VIH/SIDA, las muertes por sobredosis, y otras consecuencias perjudiciales
del uso de drogas. Los gastos gubernamentales en infructuosas estrategias de
reducción de la oferta y en encarcelamiento reemplazan a las inversiones más
costo-efectivas y basadas en la evidencia orientadas a la reducción de la
demanda y de los daños”. [Las] “políticas
de drogas deben basarse en los principios de derechos humanos y salud pública” [teniendo
como principal medida de éxito] “la
reducción de daños a la salud, a la seguridad y al bienestar de los individuos”
(Comisión Global de Políticas de Drogas -CGPD-, 2011).
Todo indica que si
efectivamente se quiere tomar el tema de las drogas, empezando por la
marihuana, como un verdadero problema de salud –y por cierto lo es, porque no
hay ninguna droga inocua, desde los esteroides hasta la terrible heroína–
llenar de policías y soldados la sociedad militarizando todo y criminalizando
al consumidor, no resuelve nada. Decíamos que no hacemos elogio de la
marihuana, ni de ninguna droga, porque no hay ninguna que no presente
consecuencias dañinas. De hecho, el cannabis no es tan inocente, si bien es
menos dañino que el tabaco de cigarro común; pero no deja de tener
consecuencias negativas, más aún que el LSD o el éxtasis. La cuestión
fundamental, más allá del grado de “peligrosidad” de la sustancia en juego, es
que todas las drogas deben ser abordadas como problema sanitario, psicosocial,
político-cultural. De ahí que pensar alternativas novedosas como la
descriminalización y su legación es un interesante camino a transitar.
Si
la narcoactividad crece de tal manera es porque hay grupos de interés (¡enormes
y poderosísimos grupos de interés!) que buscan que el negocio crezca… y que
siga en la ilegalidad. Legalizarlo podría hacer perder una buena tajada,
obviamente. En el Prólogo que hace el ex
presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso al libro “Políticas sobre drogas
en Portugal. Beneficios de la Descriminalización del Consumo de Drogas”, de
Artur Domosławski del año 2012, donde se analiza el fenómeno en ese país donde
el consumo de cannabis para usos recreativos fue legalizado, puede leerse que “Toda la evidencia disponible demuestra, más allá de cualquier duda, que
las medidas punitivas por sí solas, sin importar su severidad, no logran la
meta de reducir el consumo de drogas. Peor aún, en muchos casos la prohibición
y el castigo tienen desastrosas consecuencias. La estigmatización de los
consumidores de drogas, el miedo a la represión policial y el riesgo a
enfrentar procesos penales, hacen mucho más difícil el acceso al tratamiento. […] Existe un amplio consenso
mundial de que la “guerra contra las drogas” ha fracasado, y que es momento de
abrir un amplio debate sobre alternativas viables y nuevas soluciones”.
Es obvio entonces, por lo que vamos viendo, que legalizar el consumo de
drogas puede ser una vía mucho más sana que seguir reprimiendo, si es que se
quieren buscar alternativas reales a todo esto. Pero llevar adelante una medida
así toca fabulosos poderes –que no son sólo las mafias encargadas del trasiego
de las sustancias del punto de producción al consumidor final– por lo que el
asunto es claramente un tema político y social. ¿Por qué cuesta tanto promover
estas legalizaciones? Porque mantener en la ilegalidad es el negocio de esos
grandes poderes.
La llamada “guerra contra las drogas”, tal como se lleva adelante en la
actualidad, no es sino una estrategia de grandes poderes, incluido Washington,
que sirve para 1) generar enormes ganancias a quienes lucran con cualquier
guerra y 2) una coartada perfecta para mantener bajo control a grandes
extensiones del planeta a partir del proyecto de dominación estratégico que
lidera la Casa Blanca, amparándose en esta “noble” tarea de combatir un flagelo.
La guerra contra las drogas no busca en realidad terminar con el
consumo, ni mucho menos. Alimenta la industria bélica y posibilita actuar (al
proyecto de dominación estadounidense básicamente) allí donde tiene intereses
estratégicos (recursos naturales: petróleo, agua dulce, biodiversidad). Años de
guerra frontal contra las drogas no lograron terminar con la producción, el
tráfico y mucho menos el consumo de estupefacientes. Por el contrario –lo vemos
con la marihuana como ejemplo arquetípico– su consumo sigue aumentando.
Valen aquí palabras de Noam Chomsky para graficar la situación: “El movimiento de los negros llegó a su
límite en cuanto se convirtió en un asunto de clase. La clase media de minorías
raciales representaba cierta amenaza para la hegemonía blanca. Por lo tanto, a
finales de los años setenta las autoridades empezaron a ‘reaccionar’ con la
“reinstitución de la criminalización de la población negra. El instrumento que se
utilizó para recriminalizar a la población negra fueron las drogas.
[…] La guerra contra las drogas es un
fraude, un fraude total. No tiene nada que ver con las drogas. […] En lo que ha sido exitosa la guerra contra
las drogas es en criminalizar a los pobres. Y los pobres en EE.UU. resultan ser
en su mayoría negros y latinos”.
Quizá, no
sin cierta cuota de resignación, hay que aceptar que las drogas cumplen un
cometido en la dinámica humana, al menos en el sujeto que somos hoy, falibles y
atravesados por conflictos. Igual que las religiones, “ayudan” a sobrevivir. Si
a eso se le suma que hay quienes aprovechan esa humana tendencia para
desarrollar allí un enorme negocio dadas las reglas de juego dominantes
(sistema capitalista), el campo de la narcoactividad no va a desaparecer nunca,
sino que se refuerza. La represión del consumo evidencia que no da mayores
resultados, pues el mismo no baja. Entonces pensar inteligentemente en quitarle
el atractivo de la transgresión, de “fruta prohibida” a las drogas, logrando su
legalización –ya lo es el alcohol, ¿por qué no hacerlo con la marihuana?– es
tal vez la única salida posible para evitar que esto siga aumentando.
El llamado
no se hace desde un moralismo simplista. Se hace desde una profunda convicción
en que debe construirse una sociedad donde lo más importante no sea el lucro
personal sino el interés colectivo.
_______________
Bibliografía
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