La etnización de la izquierda Guatemalteca, una
nueva historiografía
Por Julio Valdez
Catedrático de la Escuela de Ciencia Política
Universidad de San Carlos de Guatemala
Eran los años más
cruentos de los combates entre la guerrilla urbana y el Ejército de Guatemala a
mediados de los años setentas cuando según Mario Payeras los nuevos milicianos
en la ciudad eran presentados en una ceremonia donde prevalecían tejidos indígenas
junto con otros elementos simbólicos que intentaban unir la concepción de clase
de la lucha con la solidaridad hacia el indio explotado, dicha imagen terminó
ser forjada con la narrativa del libro Me llamó Rigoberta Menchú, así me nació
la conciencia, donde una mujer indígena construye su identidad como cristiana
simbiótica (cosmogónica y colonial) junto con su desarrollada conciencia de
clase nacida en las fincas algodoneras de la costa sur o con el racismo
inhumano de la ciudad, y luego asume como parte de su rol histórico la lucha
contra el opresor que adicionalmente ha sido ubicado como parte de una etnia
minoritaria “occidentalizada” y racista.
Cuando las
organizaciones insurgentes descubren en las masas indias potencial para la
llamada lucha de masas que poco a poco se desdibujaba en la ciudad por el
aumento de las capas medias, llegan a la misma conclusión a la que habían
llegado los sacerdotes “bien intencionados” del siglo XVI y XVII, que para que
el mensaje de la lucha de clases, la alianza obrero campesina y la guerra
popular prolongada se entendiera era necesario incluir colores y sonidos
étnicos, algo que podría hoy en día leerse como cosmético en tanto que mucha
intelectualidad seguía planteando que lo cultural era producto de la dominación
de las élites.
Contradictoriamente
lo que el Estado ofreció a los mismos indígenas alzados era el reconocimiento
de su existencia proveyéndoles poder a nivel local, incluso el mismo gobierno
acusado de genocidio decidió ir más allá al convocar a un consejo integrado con
criterios étnolinguisticos que por supuesto no paso de ser un órgano sin poder
ni representatividad, como los que existen en la actualidad.
La izquierda
guatemalteca que navegaba en las aguas de la lucha de clases, el nacionalismo
proletario (frente a la visión dominante del imperialismo) y la etnoconciencia
(en veces principista y otra folklórica) ciertamente las visiones que en el
nuevo sujeto revolucionario el indio politizado no podía caber ideas
segregacionistas frente al llamado poder ladino que adicionalmente era élite
económica.
La visión del
futuro, cuando alcanzasen el poder resultaba algo bizarra, porque mientras las
visiones del PGT seguían planteando que el indio estaba en proceso de
desindianizarse en la medida que abandonaba el colonialismo que lo había
alienado, otras visiones como las de Guzmán Bockler dibujaba a un indio mucho
más “indianizado” con mayor conciencia de su identidad y resistiendo la
imbatida colonial y al ladino como su representante, una revolución vestida con
los colores y diseños típicos, claro está, poco se hablaba de sus referentes
culturales menos revolucionarios como sería su religiosidad cosmogónica,
discurso cercano a Fannon que planteaba una descolonización paulatina pero
radical de la conciencia, este planteamiento poseía una gran debilidad en tanto
que la colonia, tal y como lo concebía Severo Martínez y, con la cual coincido,
había construido socioculturalmente al indio, por lo tanto la descolonización
era desconocer nuevamente los elementos que su pretendida identidad con los
ancestros católicos y servidores públicos.
La década de los
ochentas, un hecho ahora aceptado por muchos académicos, plantea la derrota
estratégica de los movimientos revolucionarios, los años de discusión sobre los
elementos revolucionarios contenidos en los movimientos sociales pasa a un
segundo orden, surgen las primeras organizaciones de víctimas de la barbarie
estatal, con ello la discusión discurre por otras vías, nace el indio víctima
de la violencia que no se presente como contrainsurgente sino como racista, sin
aparente razón más que el racismo heredado de la colonia.
¿Acaso una cuestión
de Frentes?
Al final de la
década de los ochentas e inicios de los noventa, el conflicto armado mermo
muchísimo de aquellos años donde la movilización masiva era la constante.
Las organizaciones
insurgentes desarrollan dos frentes como parte de su estrategia de
sobrevivencia y luego de negociación, mantener presencia militar en campo y
luego incidir a nivel diplomático para que las deficiencias en campo pudieran
compensarse con audiencias a nivel internacional que ocasionalmente pudieran
incidir en una solución a favor de los insurgentes, el modelo lo planteaba las
ofensivas diplomáticas de la oposición nicaragüense los meses antes de julio de
1979 cuando incluso el gobierno de Jimmy Carter en Estados Unidos le da la
espalda al régimen de Somoza y junto con el gobiernos de todo el mundo, sin
este aislamiento la guerra hubiera cobrado miles de vidas más.
El ejemplo se tomó
en cuenta sobre todo después de las campañas de contrainsurgentes de 1982, para
la diplomacia insurgente era necesario un sujeto víctima que jugara
perfectamente el papel de su historicidad negada. La intelectualidad en el
exilio ayuda a forjar la imagen, incluso por encima del indígena guerrillero
que había sido construido por la contrainsurgencia.
Para desarrollar al
sujeto víctima era necesario desmilitarizarlo de lo contrario la pasividad
activa del mismo podría ser contraproducente, se desmilitarizó discursivamente
las áreas indígenas y se convirtieron en campos de tiro libre del Ejército
Nacional.
La víctima se
colectiviza, no existe individualidad más que para las narrativas personales
como la recopilada por Elizabeth Burgos en su libro Me llamo Rigoberta Menchú ,
así me nació la conciencia, incluso en este trabajo la protagonista sigue
defendiendo su identidad cristiana y luego la combina con una alta conciencia
de clase que entre veces parece ubicarse por encima de su identidad cultural en
tanto que no asume más que reivindicaciones economicistas que eran
prácticamente el programa de la organización en la que militaba.
El asunto de los
frentes externo e interno, en el caso del conflicto armado en Guatemala, llego
a principio de la década de los noventas a tomar caminos completamente
separados porque mientras que en el campo de batalla la lucha armada había sido
completamente delegada a las montañas a nivel internacional el conflicto se
había convertido en una matanza sin sentido, esto provocó desde el inicio de la
campaña a favor del Premio Nobel de la Paz de 1992, al menos dos años antes,
que la narrativa dibujara a un indígena sin defensa y a las guerrillas como
fantasmas, estos no podían ser asociados en el campo de las masacres porque
proporcionaba argumentos a favor de la visión de la derecha local militarista,
y que además en el exterior el análisis simplista del conflicto ubicaba a los
militares como nazis despiadados.
Toda la década de
los ochentas los reveses militares fueron compensados con la utilización de la
imagen indígena como víctima más que como actor de resistencia activa, esto
culmina precisamente con el Premio Nobel de la Paz en 1992 donde lógicamente la
guerra en el frente interno estaba completamente perdida. La movilización
indígena en torno de los proyectos de revitalización cultural que partían de la
denuncia de la destrucción del tejido social (aproximación académica que
intentaba mostrar los impactos culturales de la contrainsurgencia) en la lógica
insurreccional intentaba revitalizar las bases comunitarias (movimiento de
masas) perdidas ya sea por la violencia contrainsurgente o por el enorme
desanimo hacia una insurrección armada que no tenía futuro.
¿Una izquierda
étnica en Guatemala?
Hay que partir de
una variable que se olvida regularmente se obvia en el análisis del conflicto
armado en Guatemala, la participación de los indígenas se produce en el
transcurso de él y no fue impulsado por ellos, dicho en otras palabras, quienes
consideren que el conflicto fue producto de la marginalidad histórica pueden
estar cayendo en imprecisiones ya que no existen registros de que los indígenas
se hayan levantado en armas antes de la llegada de la guerrilla marxista,
liderada por ladinos clase medieros a inicios de la década de los setentas.
La connotación
cultural de las organizaciones insurgentes no se desarrolla sino hasta que se
ha producido la derrota estratégica de 1982 contradictoriamente, lo que
pretendía ser un salto cualitativo en realidad fue una llamada de emergencia a
la derrota estratégica a la cual hace mención Mario Payeras, incluso
intelectuales como David Stoll afirmaba que la publicación del libro de
Elizabeth Burgos sobre Rigoberta Menchú en 1983 sirvió para prolongar un
conflicto que estaba prácticamente finiquitado a favor del Estado, pero al
haber llevado el drama de los indígenas a nivel internacional lo que provocó
fue el aislamiento del gobierno guatemalteco y por lo tanto el conflicto armado
entro en un desangramiento a gotas que finalizaría hasta 1996 y del cual la guerrilla
saldría librada a partir que la historiografía se centro más en señalar “el
genocidio” cometido por el ejército.
Entre el año 82 a
85 se producen la divulgación masiva del libro de Elizabeth Burgos a nivel
internacional, mucha de la opinión desarrollada en universidades, grupos de
base cristianos y organizaciones sociales en una diversidad de países donde se
realizaban colectas de dinero a favor de las víctimas de la barbarie del
Estado, pero adicionalmente sirvió para presionar a esas mismas organizaciones
insurgentes para que hicieran evidente su adscripción étnica.
Después de 1992
cuando la campaña a favor de la entrega del Premio de la Paz había rendido
frutos, se declara igualmente el Decenio de los pueblos indígenas por parte de
las mismas Naciones Unidas, que da pie al apoyo de muchas organizaciones
civiles de corte indígena y que en el transcurso de la década de los noventas
asume la identidad política Maya.
Son estas
organizaciones las que al final ponen sobre la mesa el tema de la pertinencia
étnica en un Estado y nación futura, pero a diferencia de las organizaciones de
masas de corte de clase como eran los sindicatos y el mismo CUC se distancian,
por razones diplomáticas y hasta estratégicas de que se les asocie a
estructuras insurgentes que para este entonces ya disponían de un buen número
de gestores de apoyos financieros para Ongs en el sur de México y Guatemala.
El proyecto
revolucionario logra su mejor definición en las discusiones acaecidas en el
marco del Encuentro Continental de Resistencia Indígena y Popular que se
desarrolla en la ciudad de Quetzaltenango en 1992, lo cultural y lo clasista se
unen en manifestaciones que juntaban por primera vez desde las manifestaciones
de mineros de Ixtahuacan de 1977.
Sin embargo, y aún
cuando los dirigentes de aquel renacer revolucionario no lo reconozcan
abiertamente, la visión de cambios políticos sin respaldo militar era ya
visualizado, ¿Cómo impulsar cambios radicales sin el respaldo con armas? Bueno…
hay contextualizar de nuevo que ese 1992 se termina de firmar los acuerdos de
paz entre la guerrilla mejor organizada de toda América Latina (hasta ese
entonces) el FMLN y el gobierno de derecha de ARENA, adicional al hecho de que
en Nicaragua el sandinismo había perdido las elecciones presidenciales frente a
la Unión Nacional Opositora encabezada por Violeta Barrios, en pocas palabras
la retaguardia estratégica de la guerrilla local había sido neutralizada y solo
contaba con líneas de abastecimiento provenientes de los campos de refugiados
en México que igualmente para ese año 92 ya habían firmado un Acuerdo de
Reasentamiento en Guatemala, el gobierno despojo, por primera vez, del discurso
de dignificación de las víctimas del conflicto a las organizaciones insurgentes
y se negocian millones de dólares para compra de fincas, proyectos productivos
y asistencia técnica.
Frescas están las
imágenes del levantamiento armado de 1994 en Chiapas a cargo del Ejercito
Zapatista de Liberación Nacional, EZLN que en una acción coordinada toman cinco
cabeceras municipales en Chiapas, frontera noroccidental de Guatemala. Aquellos
guerrilleros que salen en todos los noticieros del mundo y en Guatemala eran
fisonómicamente iguales a los pobladores del occidente guatemalteco, sin
embargo las imágenes dejaban ver una diferencia casi abismal, la voluntad de
lucha y la elevada moral de combate, hombres y mujeres muertos en Altamirano y
a la par machetes y fusiles de palo, esto evidentemente, por un corto tiempo
eleva la moral de los luchadores indígenas, ¿es posible tomar el poder? ¿es
posible pensar en una nación indígena?, el sueño se derrumba tan solo días
después cuando el Ejercito Federal de México emprende una violenta ofensiva,
(corrió el rumor que combatientes centroamericanos estaban apoyando a los
zapatistas, el intelectual prontamente afirmó: “ahí, donde se encuentra la
debilidad del Estado existe el caldo de cultivo para la ingobernabilidad”, “es
posible que los combatientes sin empleo y con formación militar encuentren
campo propicio para actividades internacionalistas en las regiones más pobres
de la frontera sur”, prontamente los comandantes guerrilleros que gozaban sino
de la hospitalidad si de la complacencia del gobierno afirmaron que no era su
política apoyar este tipo de luchas en donde les estaban dando hospedaje, una
razón más para que la intelectualidad disidente en el exilio y la naciente
intelectualidad indígena se desmarcaran de los guerrilleros guatemaltecos.
Lo que siguió a la
retirada zapatista a las montañas, agrego nuevas líneas de audiencia a nivel
internacional, esto obliga nuevamente a los locales a radicalizar sus
discursos, en la región mesoamericana no hay más maya que los mayas
guatemaltecos y deja ver prontamente un discurso en forma de programa, sin
exclusiones, combate frontal al racismo, y la temida autonomía que al final los
zapatistas se ganaron por encima de los cadáveres de sus mártires muertos con
lanzas y fusiles de madera, este zapatismo había logrado en menos tiempo
reconocimiento nacional e internacional y con muchos menos muertos de lo que
los guatemaltecos hicieron en toda la década de los ochenta.
En realidad para la
comandancia general de URNG el ejemplo zapatista era contraproducente y
probablemente alentó la aceleración de las negociaciones, primero porque ya
antes los comandantes habían vivido “desviaciones etnicistas” dentro de las
filas insurrectas falta recordar lo acontecido con el MRP Ixim a inicios de los
ochentas e incluso la utilización de la fuerza contra ellos por parte de las
mismas filas del EGP y por otro lado el ver a un dirigente como Marcos delegado
como vocero o como simple encargado militar de un consejo de indígenas era
simplemente inconcebible, por otro lado cabía la probabilidad de que en el
avance político ideológico que estaban teniendo las tendencias etnicistas a
inicios de la década de los noventa se pudiera producir un putch de los
combatientes que ya para ese entonces eran muy pocos.
La figura del
“ladino consecuente” no concordaba con las relaciones interculturales que se
daban con lógicas militares dentro de las filas insurgentes, por otro lado el
Estado había avanzado en materia de fortalecimiento institucional con enfoque,
al menos cosmético, multicultural por ejemplo la Academia de Lenguas Mayas,
donde precisamente se reivindica el termino maya surge en 1986, precisamente el
año en que Vinicio Cerezo, candidato de la Democracia Cristiana Guatemalteca
gana las elecciones generales e inaugura la llamada era democrática en
Guatemala que llega hasta nuestros días; este gobierno inicia muchos procesos
que arrebatarían consignas en el campo a la guerrilla, como era la
descentralización, la creación de ministerios de Desarrollo y de cultura además
de la neutralidad activa del Estado frente a los conflictos regionales, el
fortalecimiento del ente encargado de vigilar los comicios electorales y otras
más .
No logramos ubicar
el momento preciso en las organizaciones insurgentes, al menos en su cúpula,
reconocen su derrota militar y por lo tanto se dedican a mantener vivo el mito
del guerrillero en la montaña, un guerrillero propagandizado por encima de las
diferencias culturales, la cobertura periodística dada a las negociaciones de
paz no mostraban a indígenas dirigentes ni como comandantes, hecho que siempre
representó una dificultad de relaciones públicas, pero se compensaba con el
creciente número de organizaciones mayas que poco a poco señalaban que ningún
“ladino” podía adjudicarse su representación.
La versión de que
el indígena había quedado entre dos fuegos, a raíz de las aseveraciones del antropólogo
norteamericano David Stoll comienzan a tener más audiencia, claro con las
respectivas lecturas a nivel local, se afirmaba que este conflicto, a pesar de
contar entre combatientes y víctimas civiles de mayoría étnica la razón del
conflicto dejaba de ser visualizado como de incumbencia de “los pueblos
originarios”, incluso no tuvieron empacho en afirmar que los ladinos los habían
utilizado en ambos bandos.
Del clasismo al
esencialismo
¿Qué fue primero
las organizaciones mayas o su institucionalización de Ong?, no cabe la menor
duda que muchas nacieron siendo ongs porque había financiamiento disponible,
cuando estas logran poco a poco su independencia financiera y discursiva
comienzan como los arboles que esparcen su semilla a volar, prontamente las criticas
en torno a los liderazgos monoculturales adquieren relevancia, adicionalmente a
que el nuevo indigenismo comenzaba a esbozar la idea del retorno al pasado
idílico prehispánico, no solo bastaba nacer en comunidades indígenas o tener el
uso del idioma local sino que además debía de pensar en consecuencia, se retoma
nuevamente la crítica al proceso de evangelización iniciado por los españoles y
continuado por los norteamericanos durante las campañas contrainsurgentes.
El proyecto maya
tenía que tener una estructura ideológica propia, que la separase del racismo
de derecha e izquierda, por su parte las organizaciones insurgentes que ya
veían el fin del conflicto y el inicio de un proceso de incorporación a la
legalidad, especialmente la electoral, deciden quedarse con las bases indígenas
que aún seguían la línea del pensamiento de clase, donde indio era sinónimo de
pobre-explotado-campesino, las demás tendencias más intelectuales ya no asumían
la ecuación idiomática y se concentraron en el ideal de la construcción de
república Maya, donde las diferencias lingüísticas se superaran en torno a la
creación de una mega identidad india.
Uno de los asideros
más importantes del nacionalismo indio fue precisamente el Consejo Mundial de
Pueblos Indígenas CITI en sus siglas en ingles. Con sede en Canadá en 1975 ya
proclamaba la autodeterminación de los pueblos indios en relación a aquellas
naciones que les fueron impuestas durante la colonia, dichos conceptos fueron
asumidos con el tamiz del conflicto de clases que las organizaciones
insurgentes desarrollaban en el occidente, pero no fue hasta la ofensiva
diplomática de finales de la década de los ochentas que el ala étnica de la
insurgencia acude a tal instancia para sumar apoyo a la campaña por el Premio
Nobel de la Paz de 1992, aquí también acude la CITI o Consejo Internacional de
Tratados Indios, que a pesar del nombre más cercano a la política gubernamental
norteamericana de relación con los pueblos tribales, al ser un organismo
internacional consultivo de la NNUU asume el discurso indígena de centro y sur
América a pesar de haber mucha distancia en cuanto a su desarrollo histórico.
La intelectualidad
florece en este discurso, incluso en la Guatemala del postconflicto asumen
puestos de gobierno en lo que otros intelectuales como Alvaro Pop describen
como la ventanilla indígena, o las secretarias especiales con la que el Estado
presentaba sus avances ante la omniprencia de los donantes internacionales, y
que contradictoriamente esta apoya con sendos financiamientos incluso se logran
ubicar a profesionales varios indígenas que se han formado en los programas de
profesionalización que florecieron después del nobel de 1992.
Las vertientes
intelectuales del nuevo indigenismo en su definición política Maya posee dos corrientes,
las locales y las externas, la primera como ya mencionamos antes, surge del
desanimo con las visiones economicistas y clasistas de la izquierda armada y
luego con el influjo de millones de dólares en apoyos para proyectos de
revitalización cultural, frente a esos proyectos los discursos fueron
adquiriendo mayor radicalismo, se trae a colación las posturas del académico
Carlos Guzmán Bockler, formado en la Francia de 1965 que debatía las tesis de
Fannon y con los recuerdos frescos de la guerra en Indochina y Argelia, aparece
con su máxima “el ladino es una invención”, el radicalismo con un alto grado de
racismo esencialista plantea la transformación del orden liberal racial en la
Guatemala aún concebida como colonial.
Para el
esencialista su visión del conflicto era contradictoriamente el de un indígena
en medio de un conflicto de ladinos que fue utilizado como carne de cañón por
ambos lados, que además no les interesaba los aspectos relacionados a su
“cultura milenaria”.
Poco a poco el
discurso esencialista se separa de la visión de clase y se forma como una
visión alterna, con la marginalidad político electoral de la izquierda
postconflicto su pobre visión de un indio clase es superada por el de un indio
místico, heredero de un pasado majestuoso dibujado por arqueólogos cuentistas
que intentan elevar la autoestima cultural con un pasado idílico.
Resulta interesante
que para 1990, dos años antes del otorgamiento del Premio Nobel de la Paz, pero
con su nombre en el listado de candidatos, surgen los primeros pronunciamientos
públicos de organizaciones indígenas que exigen su participación en las pláticas
de paz entre el gobierno y la URNG, a este pronunciamiento el Estado siempre
respondió limitadamente en tanto que sostenían que su objetivo, más que
consensos nacionales, era que los insurgentes depusieran las armas, estos por
su parte pretendían, tardía y onegisticamente hablando, que se creyera que
ellos respondían a las demandas populares, los indígenas organizados por su
parte ya sostenían abiertamente que este no era su conflicto, aspecto que
debilitaba la posición insurgente en el exterior y la cual nunca pudieron
fortalecer porque entre después de 1992 su mejor rostro indígena renunció a la
representatividad diplomática y postergó su participación política
inmediatamente después de 1996.
Del guerrero a la
victima
Si hay algo que el
juicio por genocidio ha dejado a Guatemala ha sido un antes y un después, y aún
cuando para la opinión pública parezca un caso de guerrilleros y militares, por
las aristas de la discusión esta visión poco refleja la realidad.
Los discursos que
se entrelazan entre víctimas y victimarios, entre agredidos y agresores supone
una realidad plana construida artificialmente. El argumento étnico en boca de
antropólogos políticamente correctos ha salido nuevamente a relucir, entre un
sentido de denuncia y otro de mea culpa.
Entre víctimas y
victimización hay una gran diferencia, mientras que la primera es una condición
impuesta que en el contexto de conflicto armado construyó, como es
característico en los conflictos civiles la mayoría de las víctimas son
precisamente civiles la mayoría no armados, la segunda se constituye como un
cuerpo ideológico, con discursos que ponen a la víctima en el centro, amplia el
horizonte de lo que es y no es, y más interesante aún, dibuja al otro como el
causante, el victimario que no admite gradaciones, la victimización es una
construcción ideológica-política.
Para ubicarlo en el
contexto histórico observemos el desarrollo de la campaña a favor del
otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a la señora Rigoberta Menchú, el tema
de la denuncia sobre las violaciones a los derechos humanos a la población
indígena (que aún no ha desarrollado totalmente el discurso de la identidad
política maya) es dispuesto en las agendas políticas de las agencias de
cooperación internacional y en los organismos multilaterales. La denuncia
evidentemente conllevaba la presentación de la víctima para que ella hablara
por sí sola, de hecho es evidente el ejemplo de la misma Rigoberta Menchú, que
a diferencia de todos los demás galardonados por el mismo premio el criterio de
mayor peso para otorgárselo (más allá de su limitada vida diplomática) fue su
“representatividad de un pueblo victima”(contradictoriamente el comité de Nobel
le otorga el premio al pueblo de Guatemala y a ella en su representación
suponiendo que los indígenas eran todo el pueblo de Guatemala).
El criterio
paternalista que aplicaron las agencias de cooperación era apoyar a que esos
mismos pueblos pudieran superar su “rezago histórico” como elemento interesante
durante buena parte de la década de los ochentas y noventas universidades y
comunidades religiosas habían visto desfilar indígenas llevados por
organizaciones “solidarias” para que brindaran sus testimonios de dolor, y en
otras audiencias hablaban de resistencias especialmente entre estudiantes o sindicalistas
que requerían de discursos más determinados, de hecho la misma Rigoberta Menchú
en su relato de vida “Me llamo Rigoberta Menchú, así me nació la conciencia”
afirma que había resistido levantado trampas (estilo Vietnam) en los caminos
contra el Ejército guatemalteco, esto evidentemente paso a un segundo plano.
En determinado
momento el público que sentía empatía por el dolor humano aportó más recursos
por las víctimas por razones humanitarias y solidaridad cristiana, el discurso
victimicista comenzó a rendir más que aquel que mostraba indígenas guerreros,
de hecho tampoco las organizaciones político militares de izquierda estaban
interesadas en desarrollar el componente étnico del conflicto, aun cuando
reconocían las contradicciones sociales, estaban conscientes que las
estructuras de poder dentro de las mismas organizaciones clandestinas estaban
lideradas por mestizos citadinos, con una empatía hacia el “indio” en tanto
clase y no por su cultura, incluso algunos consideraban a aquella como lo hizo
Severo Martínez Pelaez, como reminiscencia de la colonia.
De la victimización
se pasó a la revitalización cultural bajo el argumento que el mundo y Guatemala
tienen cuentas pendientes con ellos, que es necesario recuperar lo arrebatado y
no lo perdido, la victimización ya no solo es el recuento de dolores sino en
determinados momentos recurre al rencor como argumento incluso basado en
esencialismos milenaristas, evocan una nueva religiosidad “políticamente
correcta” cosmogónica.
Pareciera ser que
el victimicismo sirvió con doble propósito, atacar al ejército y al Estado
diplomáticamente y para desdibujar el papel de los grupos insurrectos en
aquellas áreas donde se produjeron el mayor número de víctimas mortales. De
pronto las consignas ya no tenían que ver con el anuncio de la victoria final
el advenimiento de la revolución, sino con el señalamiento del ejercito asesino
y genocida, ciertamente hay que señalar que dicho señalamiento fue ganado a
pulso, sin embargo mucho de estos discursos preparaban el postconflicto en
tanto que aquellos que estaban siendo desmovilizados no podían ser encauzados
en foros de derechos humanos, deja a la sociedad civil, que era un conjunto de
ongs con financiamiento externo, el papel de dilucidar “el pasado”, pero
también construye un imaginario que serviría a las tendencias ahora definidas
como esencialistas que parten de pasados imaginados y construidos en la
actualidad que vislumbran incluso ideales de Nación con autonomías (la
construcción tomada de la España post franquista) la etnocentrismo llevado a su
máxima expresión pero más como un ideal intelectual en tanto la inexistencia,
aún, de elites económicas locales con conciencia étnica, hasta ahora estas
tendencias siguen dependiendo del flujo de apoyos financieros externos.
¿Territorialidad o
reservas indias?
Desde que se
desarrolló todo el concepto de “lucha por el territorio” que va de la mano con
la “resistencia” a los mega proyectos, al saqueo de recursos naturales y otros
conceptos que se sumaron al programa de lucha de las izquierdas
latinoamericanas, de hecho el tema de la territorialidad es el discurso más
étnico que la izquierda local ha desarrollado, lo cual supone un paso
cualitativo en tanto que cuestiona el orden liberal de división territorial,
pero además encierra una inconveniencia la perenne resistencia, existe el
reconocimiento explícito que la lucha por el poder central es casi imposible
por lo que se descentraliza en el regionalismo que sumado a conceptos
cosmogónicos como el de la Madre Tierra intenta sentar las bases de
resistencias al modelo propugnado por el Estado, el problema es que en un
gobierno de izquierda los tratamientos desde el liberalismo no se diferencian
mucho, el caso más sonado seria el Tipnis (Territorio Indígena y Parque
Nacional Isiboro-Secure) de Bolivia o el proyecto de explotación petrolera en
el parque Yasumi en Ecuador.
En las innumerables
declaraciones de las organizaciones mayas se ha remarcado en un concepto
complicado de establecer “derecho ancestral” que se puede interpretar como lo
que históricamente les pertenece y con él que han desarrollado relaciones
cosmogónicas “sagradas” en el lenguaje esotérico maya con su entorno ambiental,
evidentemente esto no es generalizable en tanto que el modelo de explotación
capitalista basado en la propiedad privada de la tierra subsiste desde hace más
de cien años y al cual muchísimos indígenas se avocan, es más, durante buena
porción del conflicto armado interno la propiedad sobre la tierra era una
reivindicación.
La nueva izquierda
étnica asume que el indígena está ligado a la tierra, este es un elemento
cultural casi innato, pero se le dificulta definir en qué modalidad, en la
comunal o la individual, en la ancestral o la actual, si se asume que es
comunal obvio es que son estos los intereses que privan, luego asumen que los
derechos sobre el territorio es “ancestral” no privado, por lo que la visión
que prevalece es aquella que va más allá del cristianismo liberal que tiene más
de 100 años de existencia e intenta asirse a la visión milenarista, la
ancestral ¿hasta qué punto? En la colonia o antes de ella.
El concepto de la
territorialidad en la práctica política ligada a la visión de izquierda
postmoderna tiene más asidero en la visión de las reservaciones indias de
mediados del siglo XIX en Estados Unidos y Canadá. Que partían de la
delimitación territorial y reconocimiento de pequeños autogobiernos tribales,
claro está dichas delimitaciones fueron cambiando en tanto los intereses de la
nación industrial fueron avanzando, es claro que dichos territorios no eran
concebidos como los territorios de la América Latina, aquellos eran hatos de
caza, pastizales de búfalos, bosques y páramos, en estas localidades además de
la connotación natural el verdadero valor de uso era la tierra en función productiva
agrícolamente hablando o para la pequeña ganadería, por lo tanto, la visión de
sui generis de la corrección política en realidad busca, otra vez asumir que
indígena es sinónimo de campesino, y por lo tanto adscrito a ella como el valor
más importante de su cultura.
Guatemala
desarrolló el concepto de municipio (dentro de esos municipios existen
comunidades más pequeñas, aldeas, caseríos y parajes) o pequeños gobiernos
locales que se ubicaban dentro de territorios más extensos, este concepto es parejo
para toda la población indígena y la definida como mestiza. Un grupo etno-
lingüístico como el Kiché posee varios municipios, algunos más homogéneos que
otros lingüísticamente hablando, al interior de ese grupo hay cristianos
católicos (devotos de varias imágenes), evangélicos (Pentecostales, Bautistas,
Testigos de Jehová, Séptimo Día, Luteranos, anabaptistas y otras que se nos
pueden escapar) tradicionalistas (cosmogónicos en sus diversas ramas tantas
como grupos étnicos hay en Guatemala) hasta los que no tienen ninguna religión,
por lo tanto el tema de territorialidad como esa visión cosmogónica se vuelve
difusa, es por eso que la izquierda ha optado por asumir la visión más cercana
al mundo campesino (como una herencia de la visión clasista original) y los
esencialistas mayas asumen aquella como “la visión” como una forma fácil de
simplificar las diferencias conceptuales que se han formado de comunidad a
comunidad, de congregación a congregación religiosa.
Desde finales del
siglo XIX el esquema liberal, implementado forzosamente, la privatización de
las tierras comunales, con lo que miles de productores de café, pequeños,
medianos y grandes se beneficiaron, hoy en día no hay comunidad “indígena” en
Guatemala que no conviva con la propiedad privada, vaya, de hecho uno de los
grandes reclamos en la política agraria es la certeza y acceso a la tierra en
propiedad, y contradictoriamente eso no se objeta en los movimientos
reivindicativos de la territorialidad.
Las reservas
indias, en Estados Unidos, no eran concebidas como el cúmulo de propiedades
privadas en manos indias, de haberlo sido hoy en día ya no existirían, sino a
base de consejos tribales donde las decisiones son tomadas según la tradición
pre-europea, pero eso no existe en Guatemala donde los campesinos pequeños y
medianos productores buscan la profundización del esquema de propiedad privada
y al hacerlo, y creo que sin proponérselo, caen en el esquema de mercado, que
es uno de los argumentos que utilizan los grandes proyectos de Palma Africana,
las minas y la misma hidroeléctrica en Santa Cruz Barillas para su expansión.
El nuevo discurso
étnico de la izquierda tiene que ver con territorialidad porque los demás le
han sido despojados.
Epílogo
No todas las
reivindicaciones étnicas son de izquierda
Con la inclusión
del discurso étnico al conflicto armado interno, la izquierda intelectual
construye una serie de preceptos que serían de mucha utilidad para explicar las
razones de los indígenas en el conflicto permeando siempre la visión etnocentrica
como respuesta al peso del racismo institucional del Estado.
Se vuelve a la
vieja tesis de Guzmán Bockler en cuanto a que el ladino no poseía identidad
cultural frente a un indígena heredero de los antiguos mayas, frente al relato
de Rigoberta Menchú, la décadas subsiguientes vieron nacer a un nuevo
revolucionario universitario clasemediero, uno que renegaba de su propia
cultura ya que ubicaba en arrebatos de autoculpa responsabilidad en lo que
miles de indígenas vivían a diario, es así como nace la ecuación simplista del
indio = victima = revolucionario, se asumía en una miopía extrema que todo lo
que aquel sujeto victimizado podía proponer era válido sobre todo si era
relacionado a la “realidad de las comunidades”, a esta ola de
autoculpabilización se unieron decenas o centenas de norteamericanos y europeos
políticamente correctos que incluso apoyarían las campañas de concientización
en aquellos países.
Corría el año 1991
octubre para ser más precisos, cuando se produjo el Encuentro Continental de 500
años de Resistencia Indígena, Negra y Popular (durante el encuentro se agregó
el término negro) que era la contra respuesta a la serie de celebraciones que
se estaban produciendo con tinte oficialista por parte de España y algunos
gobiernos americanos, es necesario resaltar que el esfuerzo de traer a
Guatemala a cientos de delegados de toda América y otras partes del mundo para
discutir sobre los impactos de la colonización europea, paradójicamente, no se
podría haber llevado a cabo sin el financiamiento de una decena de agencias en
su mayoría europeas.
Aquel encuentro
estuvo plagado de comunicados, conferencias, discusiones en torno renacer del
movimiento indio latinoamericano que se asumía una larga data de historias de
resistencia contra la dominación europea. Una joven Rigoberta Menchú todavía
como activista de la RUOG (representación unitaria de la oposición
guatemalteca) parte integrante del aparato diplomático de URNG, e incluso un
joven dirigente sindical cocalero al que los medios no pusieron mayor atención
y que al cabo de los años llegaría ser presidente de Bolivia.
Aquel evento
congrego a cientos de militantes y activistas en una Guatemala donde sonaban
los disparos de la guerrilla de izquierda en varias partes del altiplano, muy
cercano a la ciudad de Quetzaltenango. Aún así el evento se desarrollo a lo
largo de casi una semana sin mayores incidentes.
Claro era el
respaldo brindado que muchos activistas le daban a las agrupaciones
revolucionarias de izquierda que aún estaban en la “montaña”, y dejaban prever
que cuando se produjera la “unidad” la victoria del pueblo llegaría. Hay que
reconocer que mucho de este encuentro se produce gracias a la gestión de las
recientemente surgidas, organizaciones mayas, que aprovecharon la enorme
cantidad de recursos que se fluyeron producto de la declaración del decenio de
los pueblos indígenas en Naciones Unidas, y luego claro, por el peso de la
diplomacia más cercana a la visión de “liberación”.
En los siguientes
años, las organizaciones mayas se profesionalizaron, con decenas de líderes
formados en universidades nacionales y extranjeras, que contradictoriamente
forma a una extracción de clase media indígena, la profesional, con las mismas
preocupaciones y deseos de las clases medias más mestizadas en las ciudades,
que se devanan por la seguridad, mejor educación para los hijos, estabilidad
laboral, mayores fuentes de esparcimiento, y sobre todo el deseo innegable a la
movilización social.
La diferencia de
esta facción de clase es que al crecer al amparo de las instituciones públicas
y privadas (Ongs con financiamiento extranjero en un 100%) es que había la
predisposición de mantener un discurso de segregación cultural, algo que
mantuviera viva la denuncia de exclusión y pobreza que se mantiene sobre la mayor
parte de la población indígena en Guatemala.
El concepto de
desarrollo con pertinencia cultural implementado en la década de los noventas
intentaba llevar elementos de desarrollo que paliaran la espantosa pobreza pero
que además fortaleciera lo que los nuevos profesionales mayas y antropólogos
locales definían como “cultura milenaria” mucha de ella desarrollada a la par
de la misma exclusión y de las bondades de la cultura occidental.
Con la
proliferación de las ongs mayas se produce una discusión subrepticia entre los
que se asumían como defensores de lo maya desde lo cultural (de donde proviene
la exclusión lingüística, costumbres y valores) y los que asumían la defensa de
lo maya como clase (de donde proviene la pobreza, analfabetismo, mortandad y demás)
dicha discusión lejos de zanjarse, se volvió en argumento para proyectos, ya
que ambas tendencias obtienen fondos de fuentes distintas y a veces de las
mismas que en determinado momento suelen ser pragmáticas.
La relectura de la
historia desde el posicionamiento etnocentrico que paradójicamente es
presentado contra hegemónico en realidad se ha convertido en hegemónico en un
ambiente académico poco desarrollado como el guatemalteco donde la
intelectualidad indígena desarrolla conceptos de purismo racial y cultural que
no distan en mucho con planteamientos fascistas
Por otro lado la
izquierda, por definición clasista, en Guatemala ha mantenido un noviazgo con
pelas y con romances idílicos, los mestizos clase medieros que cuestionan el
liberalismo burgués y el conservadurismo eclesial, encuentran en la narrativa
de resistencia india una cantera de significados necesarios para encajar en la
rebeldía contra el sistema.
Los últimos años el
discurso étnico agrego un concepto, que no es nuevo, pero sí bastante útil para
recontextualizar la resistencia frente al sistema, la lucha por la
territorialidad, que viene a ser el regreso al concepto de soberanía cultural
que tenían los pueblos indígenas prehispánicos y pro-liberales, pero en ese
punto y como una bocanada de aire el perfeccionado discurso esotérico de la
cosmovisión maya, que agrega a aquel concepto de soberanía territorial el
concepto sagrado, que no permite discusión racional, y ubica al Estado en la
lógica del colonizador.
Nunca llegue a
entender como el discurso de izquierda de clase, entre veces ateo y anti
clerical, encuentra en el esoterismo una causa por la cultura, mal suponiendo
que todo lo que devenga de “la cultura indígena” es por definición resistencia
y obvian que la mayor cantidad de la población indígena es cristiana, con un
porcentaje menor de sincretismo, y menos aún la netamente cosmogónica, o que
hubo más de un millón de indígenas movilizados en la patrullas de autodefensa
civil. Creo que cuando hablamos de espiritualidad y conciencia política, a
pesar de estar conectados en una misma dimensión, son dos cosas distintas, y no
siempre la espiritualidad proporciona los elementos necesarios para la
definición ideológica, al menos incluyente. Lo maya en su amplia definición
cosmogónica se plantea como algo por encima de la práctica religiosa cristiana,
que ampliamente conocemos, y se define ahistóricamente, como si no hubieran
pasado 520 años de cristianización católica y evangélica (diferenciadas una de
la otra)
No cuestiono la
lucha por la soberanía del territorio per se sino los discursos gravitados que
terminan siendo igual de esencialistas que el mismo liberalismo salvaje y
saqueador. La izquierda por su parte termina siendo huérfana de causas, asume
todas aquellas que tengan como componente la lucha contra el Estado, sin mayor
cuestionamiento, sin aportar nada más que comunicados de apoyo, con un
romanticismo que cae en la apología
Bibliografía
• Arenas Bianchi,
Clara, Hale, Charles, Palma Murga, Gustavo. ¿Racismo en Guatemala? Guatemala,
AVANCSO 1999
• Bastos, Santiago.
Camus Manuela. Los Mayas de la capital. Guatemala, FLACSO 1995
• Benitez Manaut,
Raúl. La teoría militar y la guerra civil en El Salvador. San Salvador UCA
editores 1989
• Burgos, Elizabeth.
Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia. México, siglo veintiuno
editores, 5ta. Edición, 1989
• Carro, Iñaki. Del
cielo a la montaña. Guatemala, Magna Terra Editores 2010
• Early, John. The
Maya and catholicism: an encounter of wordviews. Gainesville: University Press of Florida, 2006
• Fanon, Frantz.
Los condenados de la tierra. México, Fondo de Cultura económica, 1963
• Guzmán, Böckler,
Carlos. Colonialismo y revolución. México, Siglo veintiuno editores, 1975
• Le Bot, Yvon. La
guerra en tierras mayas. México, Fondo de cultura económica, 1995
• Macias, Julio
Cesar. La guerrilla fue mi camino. Guatemala, Piedra Santa, 1997
• Martínez, Pelaez,
Severo. La patria del Criollo, Guatemala, Editorial Universitaria 1971.
• Martínez Pelaez.
Severo. Motines de Indios. México, Ediciones en Marcha 1991
• Méndez Ruiz,
Ricardo. Crónica de una vida. Guatemala, Artemis Edinter 2013
• Palencia Frener,
Sergio. Fernando Hoyos y Chepito Ixil 1980-1982. Guatemala, Serviprensa 2013
• Payeras, Mario. El
trueno en la ciudad. México, Juan Pablos editor, 1987
• Los fusiles de
octubre. México, Juan Pablos Editor, 1991
• Los días de la
selva. La Habana, Casa de las Américas. 1980
• Porras Castejon,
Gustavo. Las huellas de Guatemala. Guatemala, PROPAZ, 2008
• Partido
Guatemalteco del Trabajo. Programa de la Revolución Popular. Guatemala 1970
• Santa Cruz
Mendoza, Santiago. Insurgentes Guatemala la paz arrancada. Buenos Aires, Editores independientes
de Chile, 2004
• Stoll, David.
Rigoberta Menchu and the Story of All Poor Guatemalans. Westview Press Boulder, Colorado, EE.UU 1999.
• Taracena Arriola,
Arturo. Etnicidad, estado y nación en Guatemala 1808-1944. Guatemala CIRMA 2002
Nueva Guatemala de
la Asunción
Msc. Julio Valdez
Agosto 2013