Marcelo
Colussi
Venezuela está en guerra. Hace largo
tiempo que lo está, pero en estos últimos meses todo indica que esa guerra
entró en una fase nueva. Para quienes la provocan, pareciera que apuestan a que
este sea el momento final de ese enfrentamiento. Es decir: una guerra que tiene
que tener un desenlace; y como en toda guerra, uno de los bandos en pugna debe
alzarse vencedor, pero para el caso –según lo que se desprende de los actuales
acontecimientos– aplastando al derrotado, no negociando sino neutralizándolo
totalmente, no dejando espacio para la reacción.
“Donde
hay balas sobran las palabras”, pudo leerse alguna vez en una pinta
callejera anónima cuando el inicio de una dictadura sangrienta, una más de
tantas que poblaron la región latinoamericana. Cuando se pasa de las palabras,
los símbolos, la búsqueda de consenso, al hecho concreto (las balas, la
violencia descarnada, la intervención armada y sanguinaria), lo único que
cuenta es la fuerza bruta. En Venezuela pareciera que se va hacia esto.
Ahora bien: llegar al uso de la fuerza bruta,
al menos en términos de las dinámicas socio-políticas, no es algo sencillo,
requiere de preparaciones. Las guerras no surgen por generación espontánea. Son
posibles, sin dudas, (“la violencia es la
partera de la humanidad”, dijo Marx) pero las poblaciones, o las fuerzas
armadas, no hacen uso de la violencia solo por un presunto “espíritu agresivo”
siempre listo a entrar en acción: es necesario un condicionamiento
social-político-ideológico-cultural que prepare las condiciones. Solo porque sí
(salvo un caso de trastorno mental: un psicótico o un psicópata por ejemplo)
nadie mata a su vecino. La moral social, la culpa se impone. Los llamados
“normales” (aquellos que estructuralmente somos neuróticos) nos regimos por
normas de convivencia; las podemos transgredir circunstancialmente, pero en
términos generales las respetamos. El respeto a la norma nos contiene.
¿Cómo es posible que alguien mate a otro
ser humano? Hay que despersonalizar a esa víctima: hay que transformarla en un
“enemigo”, una cosa sin valor, un “malo de la película”. Solo así alguien
“normal” puede saltar una regla básica como es la prohibición del asesinato y
permitirse ver al otro como “peligro”, un “enemigo” deshumanizado (sin nombre,
sin historia, sin sentimientos), pudiéndole quitar la vida sin culpa. Cuando en
la guerra se mata a otro, nadie se siente un asesino: en todo caso, en nombre
de determinados ideales (defensa de la patria, causa justiciera, etc.),
cualquiera, dadas las circunstancias, puede empuñar un arma y aniquilar a otro
ser humano. Más aún: la guerra premia a quien más “enemigos” mata. Se es un
héroe de la patria, se le condecora; de ahí que, terminada la guerra, es tan
difícil hacer ese pasaje hacia un nuevo mundo de legalidad y respeto al otro
donde, si se mata, se es un delincuente[1].
Para que haya violencia física desatada,
organizada, planificada sistemáticamente (para que haya balas, en otros
términos), es necesario preparar las condiciones que permitan no ver al otro
como un ser humano sino como un “enemigo”, un peligro, un posible atentado
contra mi propia seguridad, una cosa maligna. Para lograr eso existen las
llamadas operaciones psicológicas (guerra de cuarta generación, como se le ha
dado en llamar recientemente). En otros términos: la Psicología, en tanto
ciencia, a favor de un proyecto de dominación (lo que la transforma en mera
tecnología ideologizada, en práctica vasalla al servicio del poder, quitándole
su pretendida seriedad científica).
“Una
masa perpetuamente balanceándose al borde de la inconsciencia, pronta a ceder a
todas las sugestiones, poseyendo toda la violencia de sentimiento propia de los
seres que no pueden apelar a la influencia de la razón, desprovista de toda
facultad crítica, no puede ser más que excesivamente crédula”[2],
anunciaba a inicios del siglo XX el iniciador de la Psicología de las
multitudes, el francés Gustave Le Bon. A partir de esos fenómenos, los años
posteriores nos fueron confrontando con la aplicación práctica de esos
principios. Así, el Ministro de Comunicaciones del régimen nazi, el alemán Joseph Goebbels, padre de la
manipulación mediática moderna, pudo decir:
“¿A quién debe dirigirse la propaganda: a los intelectuales o a la masa menos
instruida? ¡Debe dirigirse siempre y únicamente a la masa! (...) Toda propaganda debe ser popular y situar
su nivel en el límite de las facultades de asimilación del más corto de
alcances de entre aquellos a quienes se dirige. (…) La facultad de asimilación de la masa es muy restringida, su
entendimiento limitado; por el contrario, su falta de memoria es muy grande.
Por lo tanto, toda propaganda eficaz debe limitarse a algunos puntos fuertes
poco numerosos, e imponerlos a fuerza de fórmulas repetidas por tanto tiempo
como sea necesario, para que el último de los oyentes sea también capaz de
captar la idea”[3]. En otros términos, su famosa frase que
lo resume: “Miente, miente, miente, que
algo queda”.
Esa suerte de “psicología”, si así puede
llamársele, esa técnica de manipulación, esa herramienta diabólica al servicio
de la dominación y la explotación, dio como resultado una “ingeniería humana”
dedicada al control social de grandes mayorías. De esa cuenta, un ideólogo de
la derecha conservadora estadounidense, el polaco-norteamericano Zbigniew
Brzezinsky, lo dijo magníficamente: “En
la sociedad tecnotrónica el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de
millones de ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el radio de acción
de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo
las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón”[4]
Las guerras se preparan. En Venezuela, hoy
día se está preparando una guerra; o más aún: ya está en curso una guerra, de
momento mediático-psicológica, preparándose condiciones para –muy
probablemente– una posterior intervención armada.
¿Por qué esta guerra? La misma no se puede
entender solo por causas endógenas: debe verse en el marco de lo que significa
ese país y el papel jugado globalmente por la principal potencia capitalista
mundial: Estados Unidos. Lo que mueve todo esto es la afanosa, imperiosa
necesidad de la gran potencia por el petróleo.
Las reservas de oro negro que tiene
Venezuela aseguran un aprovisionamiento para la economía estadounidense para
todo lo que resta del presente siglo, considerando aún el aumento geométrico de
la demanda. Eso es vital para el funcionamiento de la primera economía
capitalista (el petróleo mueve el mundo), y vital para las grandes
multinacionales petroleras que lucran con ese negocio, estadounidenses
principalmente, y también europeas. “Así
como los gobiernos de los Estados Unidos [y otras potencias capitalistas] necesitan las empresas petroleras para
garantizar el combustible necesario para su capacidad de guerra global, las
compañías petroleras necesitan de sus gobiernos y su poder militar para asegurar el control de yacimientos de petróleo
en todo el mundo y las rutas de transporte” (James Paul, Global Policy Forum).
Dicho más claramente aún: la guerra que se
libra en Venezuela es la guerra de unos grandes pulpos comerciales que no
quieren perder un hiper rentable negocio que les asegurará miles de millones de
dólares por muchas décadas. Guerra que se articula, igualmente, con una derecha
nacional que fue siempre la burocracia administradora y testaferra de esas
compañías, y que ahora, con la Revolución Bolivariana en curso, se encuentra
desplazada.
Ahora bien: no se puede invadir Venezuela
de un día para otro. Hay que crear el clima para que el gobierno
nacionalista/socialista actual (iniciado por Hugo Chávez, continuado por
Nicolás Maduro) se aleje del poder. Hasta ahora, todas las maniobras
desplegadas (por el gobierno de Estados Unidos, por la derecha vernácula, por
el coro conservador que acompaña esas iniciativas a lo largo del mundo)
fracasaron. Pero la guerra iniciada a principios de este año parece que está
logrando otros resultados. Es más que probable que el Departamento de Estado,
en Washington, ya tenga trazados todos los planes que seguirán, con sus
distintas variantes. Todo indica que lo que se viene puede ser mortal para el
proceso bolivariano. Van por la cabeza de Maduro, van por terminar de una buena
vez con todo ese proceso, van por las inconmensurables reservas de la franja
del Orinoco. Lo que comenzó es una brutal guerra psicológico-mediática. Steven
Metz dice sin ambages en qué consiste la misma: “Generalmente busca generar un impacto psicológico de magnitud, tal
como un shock o una confusión, que afecte la iniciativa, la libertad de acción
o los deseos del oponente; requiere una evaluación previa de las
vulnerabilidades del oponente y suele basarse en tácticas, armas o tecnologías
innovadoras y no tradicionales”[5].
Hace meses que esto se viene haciendo en Venezuela.
Seguramente las actuales acciones están
preparando la nueva fase: la necesidad de intervención de una fuerza militar
internacional, probablemente de la OEA, quizá de la ONU, que intente “reinstalar la democracia perdida”. La
avanzada mediática a que asistimos, que ya lleva meses, ha ido creando la
matriz necesaria. La prensa, que ya no es el cuarto poder, que ya subió
de categoría (pues es quien fija realmente la agenda político-cultural, las
prioridades, la que moldea la bendita “opinión pública”), viene presentando la
situación venezolana como un caos, un desastre generalizado donde se combinan
escasez económica, crisis política y, más recientemente, virtual guerra civil,
ya con alrededor de 50 muertos. “Venezuela
se enfrenta ahora a la inestabilidad económica, social y política significativa
debido a la rampante violencia, la delincuencia y la pobreza, la inflación
galopante, la grave escasez de alimentos, medicinas y electricidad”,
anunciaba el general John Kelly ante el Comité
Senatorial de Servicios Armados del Congreso el 12 de marzo de 2015. Un año
después, el Almirante Kurt Tidd, Jefe del Comando Sur, informaba en
Washington que “Venezuela atraviesa un período de inestabilidad significativa el año en
curso debido a la escasez generalizada de medicamentos y comida, una constante
incertidumbre política y el empeoramiento de la situación económica”.
¿Guión ya establecido?
En el Documento “Plan para intervenir a
Venezuela del Comando Sur de Estados Unidos: Operación
Venezuela Freedom-2”, de inicios del 2016 –guión de la novela
ya escrita– puede leerse como algunas de las acciones a seguir: “(…) c) Aislamiento internacional y
descalificación como sistema democrático, ya que no respeta la autonomía y la
separación de poderes. d) Generación de un clima propicio para la aplicación de
la Carta Democrática de la OEA”.
La crisis de escasez está generada por la
especulación y el mercado negro implementados por el mismo empresariado local;
la crisis política es una artera maniobra de las fuerzas políticas de derecha,
nucleadas en la Mesa de la Unidad Democrática –MUD–, financiadas y
teledirigidas por la Casa Blanca; y la virtual situación de guerra civil es un
escenario fabricado por bandas de matones a sueldo y francotiradores que aterrorizan
a la población. La imagen que todo ello posibilita ir creando, interna e
internacionalmente, es de desastre humanitario, de ríos de sangre, de situación
de ingobernabilidad absoluta.
La situación no es ingobernable, pero esa
guerra psicológica lleva a que lo sea. Las muertes de personas –entre ellos, un
joven chavista linchado por hordas antichavistas–, la quema de unidades de
transporte, los ataques a edificios gubernamentales, son reales, sin duda. Su
magnificación, la forma en que se presentan, los artificios que logran las
tomas televisivas que muestran “cientos y
cientos de miles de personas hastiadas del régimen castro-comunista del
dictador Maduro” han logrado disociar/esquizofrenizar la opinión pública
global (la venezolana en principio, la planetaria luego), para pedir a gritos
una “solución”.
La población, como siempre, queda en el
medio, víctima de esa manipulación. Lo que decía Goebbels hace casi 100 años, o
lo que la Psicología de las Multitudes ya entreveía en los albores del siglo XX
(“las masas son increíblemente
manipulables, las masas se mueven por sentimientos primitivos”) permite
crear las condiciones para que las multinacionales roben una vez más un petróleo
que no les pertenece (tal como hicieron y siguen haciendo en Medio Oriente o en
el África).
¿Qué sigue ahora en la Revolución
Bolivariana de Venezuela? Todos los indicios muestran que el plan de la Casa
Blanca sigue los patrones de lo hecho ya en Irak o en Libia, donde se
“inventaron” guerras civiles que permitieron derrocar a los “dictadores”
correspondientes: Saddam Hussein y Mohamed Khadafi. La guerra psicológica
prepara el escenario para, luego, derrocar al gobernante de turno utilizando la
fuerza bruta (“donde hay balas sobran las
palabras”). Los fantasmas de la Guerra Fría se siguen agitando igual que
hace 60 años, y lamentablemente, la población sigue “comprando esos espejitos
de colores”.
Como campo popular, oponer otra guerra
psicológica de igual cuño es imposible (y éticamente despreciable). La prensa
veraz –que por supuesto existe– no puede ante esa prensa comercial mundial que
“miente, miente, miente” porque sabe
que “una mentira repetida mil veces se
transforma en una verdad”. Quizá, como decía aquella pinta de ese país
latinoamericano, se acabó el tiempo de las palabras y es hora de las acciones.
¡Organización popular! ¡Fuerzas armadas fieles a la revolución y población
preparada para hacer frente a lo que venga! Tal vez no hay otra alternativa. Si
no, el precio a pagar puede ser muy alto.
[1] “Terminada la guerra volvió el soldado a
casa. Pero no tenía ni un mendrugo. Vio a alguien con un pan, y lo mató. ¡No
debes matar!, dijo el juez. ¿Por qué no?, preguntó el soldado”, elocuente
poema de Wolfgang Borchet.
[2] Le Bon, G. (2004) “Psicología de las masas. Estudio
sobre Psicología de las multitudes”. Buenos Aires: La Editorial Virtual.
[3] Goebbels, J. En un artículo publicado el 30 de abril de
1928 en “Der Angriff”, órgano de prensa del Nacional Socialismo.
[4] Brzezinsky, Z. (1968). The Technetronic Society. En Encounter, Vol. XXX, No. 1
(Enero).
[5]
Metz, S. En Bartolomé, M. (S/F) “Las guerras asimétricas y de cuarta generación dentro del pensamiento
venezolano en materia de seguridad y justicia”.