Marcelo Colussi
“Desnudamos [a Daniel Ortega] de su falso ropaje revolucionario, no es más
de izquierda, es un nuevo potentado, alumno aventajado del Fondo Monetario y de
las políticas más duras del capitalismo salvaje”.
Hugo
Torres, guerrillero sandinista
Daniel Ortega, candidato del Frente
Sandinista de Liberación Nacional, se encamina hacia un cómodo triunfo en las
elecciones de Nicaragua. Por tercera vez consecutiva será presidente de esa
nación. ¿Qué significa eso?
En el ámbito de la democracia
representativa, que en la esfera política domina ampliamente hoy en todo el
mundo, que un mandatario se relija no es precisamente un problema. Lo de Ortega
puede ser cuestionable, pues forzó la Constitución y se ha venido convirtiendo
en una suerte de “nuevo Somoza”. Ahora, en un acto de nepotismo, coloca a su
esposa, Rosario Murillo, como candidata a vicepresidenta, y a sus hijos en
puestos claves de la administración. Por otro lado, merced a argucias legales,
se sacó de encima cualquier oposición, llegando a las elecciones de ayer
prácticamente como único candidato.
Además, en un acto que también contradice
las formas “políticamente correctas” de estas democracias formales, no hubo
observadores electorales, sino apenas algunos invitados especiales. Todo ello
ha llevado a la derecha (interna e internacional) a denostar estas elecciones,
por considerarlas viciadas. “Farsa electoral”, se la ha declarado.
Que Estados Unidos o una derecha
recalcitrante en cualquier país se preocupe por esta falta de transparencia no
es el problema. Las elecciones de mañana en Estados Unidos son tan viciadas, o
más, que las nicaragüenses. Y el fraude en esa nación, más allá de sus actuales
pomposas declaraciones en nombre de la libertad y la democracia observando el
proceso nicaragüense, no es algo raro. Recuérdese la elección que ganó Al Gore en
el 2000 sobre Bush hijo, negociada luego a espalda de los electores.
Lo que sí preocupa es lo que se viene
haciendo en Nicaragua en estas dos administraciones en que Daniel Ortega fue
presidente, y lo que vendrá a partir de esta nueva reelección. Por lo pronto, veamos
estos dos íconos incontrastables que hablan por sí solos: el Banco Mundial y el
ex comandante de la Contra, Edén Pastora. Ambos ponderan la labor del otrora
guerrillero revolucionario Daniel Ortega.
Daniel Ortega, junto a su hermano Humberto,
fue un militante revolucionario, antisomocista, antiimperialista. Pero los
tiempos cambian. Una combatiente revolucionaria histórica del proceso
sandinista, la comandante Mónica
Baltodano, dijo alguna vez en una entrevista, en el año 2008:
“Argenpress: En Nicaragua gobierna hoy una
administración que tuvo que ver, largos años atrás, con una revolución popular.
¿Es el actual gobierno una propuesta de izquierda?
Mónica Baltodano: Me apena reconocerlo, pero no es el caso. El actual
gobierno de Nicaragua usa algunas veces un discurso izquierdista, una
estridencia en la palabra que nada tiene que ver con su práctica real, muy
distante con un proyecto de izquierda. Por el contrario, en Nicaragua se
fortalecen y enriquecen los banqueros y la oligarquía tradicional y grupos
económicos de ex revolucionarios convertidos en inversionistas, en comerciantes
y especuladores. Se fortalecen los sectores más reaccionarios de la jerarquía
católica, se eliminan derechos humanos esenciales como el de las mujeres al
aborto terapéutico.”
Lo que esta incorruptible luchadora decía
algunos años atrás, siendo diputada opositora al claudicante Frente Sandinista
que se aburguesó con la despreciable “piñata” de 1990 [léase: robo descarado de
los bienes del Estado], tiene vigencia para el momento actual. Las políticas
asistenciales que Ortega está llevando a cabo son parches, como toda política
asistencial (beneficencia, en definitiva). Es cierto que en sus últimos dos
gobiernos bajó el nivel de pobreza alarmante, de 42% a 30%. Pero eso no tiene
nada que ver con una propuesta socialista. El poder popular que años atrás,
durante la Revolución de 1979 se había comenzado a construir, hoy brilla por su
ausencia. La demagogia populista la ha reemplazado. Y si el Banco Mundial
felicita los “logros económicos” del actual proceso sandinista, algo anda mal. Ortega
no es Somoza…, pero parece.
¿Qué diría Carlos Fonseca, uno de los
fundadores del Frente Sandinista, revolucionario marxista inclaudicable, de
esto que está pasando ahora en Nicaragua? Se espantaría, sin dudas.
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