Marcelo Colussi
Venezuela
está bajo asedio. Todas las fuerzas de la derecha conspiran contra la
Revolución Bolivariana. Los acontecimientos están tomando un giro que puede
desencadenar en algo trágico (guerra civil con intervención de fuerzas
extranjeras). Pero ¿por qué?
Podrían
apuntarse dos elementos: uno nacional, otro internacional (totalmente interconectados
el uno con el otro): tanto para la oligarquía venezolana como para la clase
dirigente de Washington, la aparición de un gobierno que habla un lenguaje
populista y que se permitió reflotar ideas socialistas (“socialismo del siglo
XXI”), constituyeron siempre una insoportable afrenta.
Por
otro lado –quizá esto es determinante– el país caribeño alberga
inconmensurables reservas de petróleo, de momento las más grandes conocidas del
mundo. Para la geoestrategia del imperio esos hidrocarburos son vitales; que
estén bajo un subsuelo que no es el propio es casi un accidente: tarde o
temprano querrán apropiárselos.
La
combinación de esos factores (gobierno “díscolo” para la visión de derecha y
fuente petrolera fabulosa) han puesto las cosas al rojo vivo estos últimos
años.
Venezuela
viene viviendo desde 1998 un proceso bastante especial: sin ser una revolución
socialista ortodoxa, con la llegada de Hugo Chávez al poder político comenzaron
a darse una serie de cambios importantes en las correlaciones de fuerzas
sociales. El “pobrerío” empezó a experimentar sustanciales mejoras en sus
niveles de vida, y el país en su conjunto entró en un período de transformación,
de movilización político-social. Los altos precios internacionales del petróleo
permitieron esos movimientos.
La
aparición de Chávez y la Revolución Bolivariana (quizá confusa, ambigua en su
definición ideológica, pero con una clara intención popular) permitió la
sobrevivencia de Cuba, que venía sufriendo su tremendo “período especial”, y
alentó la propagación de gobiernos de relativa centro-izquierda en
Latinoamérica. A partir de ella, fue ganando fuerza la idea de una nueva
integración de la región por fuera de los marcos del salvaje neoliberalismo.
Así fue como la propuesta del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) –un
gran tratado de libre comercio para todo el continente liderado por Estados
Unidos– fue desechado, reemplazándoselo por ideales de una nueva integración
más progresista. Ello no impidió que Washington pudiera poner en marcha, no
obstante, tratados comerciales binacionales, pero no pudo avanzar el proyecto
original que convertía a todo su “patrio trasero” en una virtual colonia,
controlada militarmente por más de 70 bases desplegadas en la región con
tecnologías bélicas de punta.
Esa
“piedra en el zapato” que representó la Revolución Bolivariana para los planes
geoestratégicos de la gran potencia del Norte marcaron las relaciones de la
Casa Blanca con todos los gobiernos progresistas de la región, pero
especialmente con Venezuela: tales experiencias quisieron ser barridas desde el
inicio porque constituían un “mal ejemplo” para otros pueblos.
Dicha
tensión imprimió su sello en las relaciones políticas estos últimos años,
siendo Venezuela el principal enemigo a vencer. Intentos para detener el
proceso bolivariano hubo innumerables, desde golpe de Estado a paros
petroleros, manipulación para movilizar a sectores antichavistas a “calentar la
calle”, llamados a la desobediencia civil, provocaciones varias, escaramuzas
militares en la frontera con Colombia, difusión de la imagen del presidente
Maduro como un tonto intrascendente, generación de climas de ingobernabilidad.
Desde algún tiempo, la guerra económica fue la principal arma. El mercado negro
y el consecuente desabastecimiento generalizado así como la inflación inducida
han marcado el ritmo del gobierno de Nicolás Maduro. De ese modo la economía
cotidiana se ha visto profundamente trastocada, haciendo cada vez más difícil
del día a día de los venezolanos. Ello, obviamente, complica las cosas. Y las
complica mucho. El objetivo es lograr la desesperación de la población, para
forzar salidas igualmente desesperadas (algo así se hizo en Chile en 1973, durante
la presidencia de Salvador Allende, preparando las condiciones para el
sangriento golpe de Estado de Augusto Pinochet).
Con
la salida de Cristina Fernández viuda de Kirchner en Argentina reemplazada por
el conservador Mauricio Macri y con el golpe palaciego dado en Brasil contra la
presidenta Dilma Roussef para sacar del medio las propuestas progresistas del
Partido de los Trabajadores, el camino comienza a despejarse para acometer de
lleno contra la Revolución Bolivariana. Ahora el discurso de la derecha se
siente ganador: “las izquierdas están derrotadas”, es su canto triunfal. Se
está preparando el aislamiento internacional del gobierno de Maduro, presentándolo
como un dictador enfrentado al Congreso, mientras aparecen voces que llaman a
la intervención de la OEA para detener este presunto “estado calamitoso” del
país.
De acuerdo al documento “Operation Venezuela Freedom-2” del Comando Sur de Estados Unidos, firmado
por su titular el almirante Kurt Tidd, filtrado recientemente y aquí presentado en su traducción española (http ://misionverdad.com/la-guerra-en-venezuela/operacion-venezuela-freedom-2-el-documento ), la injerencia de Estados Unidos es total en este plan de
desestabilización.
“Es indispensable destacar que
la responsabilidad en la elaboración, planeación y ejecución parcial (sobre
todo en esta fase-2) de la Operación Venezuela Freedom-2 en los actuales
momentos descansa en nuestro comando [Comando Sur de los Estados Unidos: SOUTHCOM], pero el impulso de
los conflictos y la generación de los diferentes escenarios es tarea de las
fuerzas aliadas de la MUD [Mesa de la Unidad Democrática, la oposición de
derecha] involucradas en el Plan, por eso nosotros no asumiremos el costo de
una intervención armada en Venezuela, sino que emplearemos los diversos
recursos y medios para que la oposición pueda llevar adelante las políticas
para salir de Maduro”. (…) “Para arribar a [la] fase terminal, se
contempla impulsar un plan de acción de corto plazo (6 meses con un cierre de
la fase 2 hacia julio-agosto de 2016); como señalamos, hemos propuesto en estos
momentos aplicar las tenazas para asfixiar y paralizar, impidiendo que las
fuerzas chavistas se pueden recomponer y reagruparse. Hay que valorar
adecuadamente el poderío del gobierno y su base social, que cuenta con millones
de adherentes los cuales pueden ser cohesionados y expandirse políticamente. De
allí nuestro llamado a emplearnos a fondo ahora que se vienen dando las
condiciones. Insistir en debilitar doctrinariamente a Maduro, colocando su
filiación castrista y comunista (dependencia de los cubanos) como eje
propagandístico, opuesta a la libertad y la democracia, contraria a la
propiedad privada y al libre mercado. También doctrinariamente hay que
responsabilizar al Estado y su política contralora como causal del
estancamiento económico, la inflación y la escasez”.
Más
claro: ¡imposible! Se habla incluso de plazos concretos, el próximo julio o
agosto. El plan está en marcha desde hace largo tiempo. Ya en el 2013 un
informe del Director Nacional de Inteligencia de Estados Unidos, James Clapper,
lo enunciaba palmariamente: “Explotar la
alta inflación del país, la carencia de alimentos, la escasez de energía y los
galopantes índices de delincuencia.” Algunos años después vemos los efectos
de estas iniciativas. Sin dudas la población (incluso la chavista) está
desesperada. La escasez, la inflación, la falta de energía eléctrica o de agua
potable no dan tregua. No sabemos qué vendrá ahora exactamente, pero los
tambores de guerra no auguran nada bueno. Más aún si vemos las inmediatas
reacciones de Rusia y China brindado apoyo militar al gobierno bolivariano en
el medio de estas provocaciones. Es evidente que la Guerra Fría nunca terminó.
Por
una cuestión de dignidad mínima, debemos oponernos enérgicamente a esta
maniobra de la derecha, más internacional que venezolana. Si cae la Revolución
Bolivariana podemos asistir a un baño de sangre dentro del país, y ni se diga
si el conflicto se expande fuera de sus fronteras. El odio de clase acumulado y
las revanchas políticas pueden estallar en una horrible carnicería de
proporciones desconocidas dentro de Venezuela. Por ello mismo no podemos
permanecer callados ante lo que se está fraguando.
Pero
por otro lado el intervencionismo extranjero es un nefasto mensaje para los
pueblos del mundo: ratifican que el gran capital manda omnímodo y hace lo que
le plazca (en este caso llenándose la boca con las altisonantes palabras de
“libertad” y “democracia”… y quedándose las empresas privadas con el petróleo
venezolano). Pero por último, y peor aún, si esos planes de desestabilización
sucedieran, la derecha podrá cantar victoriosa mostrando que el socialismo es
un “experimento fracasado”, con lo que una vez más podría reeditar aquello de
“la historia ha terminado”, no dejando alternativas al campo popular.
Por
todo ello, en defensa de los más elementales principios de dignidad humana,
opongámonos rotundamente a estas arteras maniobras y denunciemos los planes de
desestabilización que se gestan contra la República Bolivariana de Venezuela.
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