Marcelo
Colussi
Ante
la asunción de un nuevo gobierno suele decirse: “beneficio de la duda”, dando a
entender así que hay un tiempo prudencial de espera para ver cómo se
desenvuelve. En otros términos: no se lo puede juzgar a priori, antes que empiece a actuar; hay que esperar que dé sus
primeros pasos para valorarlo.
En
ese sentido, también con el recién asumido presidente Jimmy Morales podría
decirse que hay un tiempo prudente de espera. No se lo podría juzgar aún, con
una semana de instalado: habría que permitir que dé sus primeros pasos para
poder establecer una valoración de su obra de gobierno. ¿Beneficio de la duda
entonces?
En
un sentido: sí. Veamos qué hace. Pero en otro sentido: ¡no, en absoluto! Aquí
no hay ninguna duda de lo que representa esta nueva administración. Aquí no hay
ningún beneficio a su favor, dándole tiempo a que nos muestre sus bondades. Ello,
por dos motivos.
En
primer término: por lo que se ha visto hasta ahora en estos pocos días de
asumido, por la forma en que llega al poder, por el equipo que lo acompaña, por
la evidente y patética falta de programa político, por la improvisación que
pareciera cundir en toda la administración, ¿qué podría esperar el campo
popular de este nuevo gobierno? ¿Qué perspectiva real de mejoramiento se
avizora?
En
segundo lugar: esta administración, como cualquiera otra de las que conocemos
en el marco de la democracia formal que se viene reproduciendo desde hace tres
décadas, ¿qué puede ofrecer de nuevo?
Ambas
preguntas tienen respuesta negativa. ¿Por qué motivo habríamos de darle un
tiempo para que nos demuestre sus “bondades”? Por el contrario todo,
absolutamente todo indica que con el presidente Morales no habrá sino más de lo
mismo. ¿Por qué habría de ser distinto acaso?
El
actual presidente fue un intento de cierre de las protestas del año 2015; una
salida “controlada” a la crisis que se vivió. El pedido de lucha frontal contra
la corrupción que comenzó a circular el año pasado en las protestas cívicas fue
el toque final para sacar de circulación a las cabezas visibles de algunas de
las estructuras mafiosas enquistadas en el Estado. Esas mafias no se han
desarticulado íntegramente, en modo alguno; pero el mensaje que los factores de
poder (alto empresariado nucleado en el CACIF y Embajada de Estados Unidos)
enviaron a la población fue de desarticulación de esa cultura corrupta,
representada por la llamada “clase política”.
Las
elecciones fueron el intento de cierre de esa maniobra, con la elección de una
figura no ligada a la corrupción endémica de los políticos profesionales. Jimmy
Morales es, de ese modo, el producto de una jugada político-mediática: “Ni
corrupto ni ladrón”, ofrecía en su campaña. ¿Por qué esperar que, en esencia,
fuera algo distinto?
La
lucha contra la corrupción –nuevo “caballito de batalla” que parece haber
pergeñado el poder imperial de Washington para la región, lo que le puede
permitir remover presidentes díscolos a su política– dio como resultado a un
Jimmy Morales como paladín de la supuesta transparencia. Pero desde el inicio
vamos mal, dado que el comediante de marras no parece ser el perfil más
comprometido con los problemas sociales, según lo que se desprende de su
popular programa televisivo, cargado de racismo y sexismo y sus moralejas
finales, todo un “regaño” más propio de pastor evangélico que análisis crítico
de los problemas nacionales.
Antes
de comenzar a andar, ya varios de los personajes elegidos por el presidente
electo mostraron su verdadero perfil: las personas designadas evidenciaron un
pasado turbio, ligado a violación de derechos humanos, a falta de
transparencia. Tanto por presiones de diversos sectores así como los
provenientes de la propia Embajada, esas nominaciones debieron dar marcha
atrás.
El
gabinete que finalmente asumió siguió mostrando los vicios de siempre: la
Ministra de Comunicaciones Sherry Ordóñez, por ejemplo, presenta deudas con el
fisco, acto poco transparente que pone en cuestión toda la prédica de campaña.
Y el Jefe de Seguridad del presidente guarda lazos con los años de la
represión. Pero esto es solo una pequeña muestra. Sin dudas que el actual
gobierno no es en nada distinto de los anteriores. ¿Cómo podríamos creernos que
con un slogan publicitario se puede combatir un fenómeno tan complejo como la
corrupción?
De
todos modos, la cuestión es más honda. Morales es la salida controlada de una
crisis de gobernabilidad, y en modo alguno representa un cambio en la
estructura real del país. De hecho, ningún presidente dentro de los marcos de
la controlada democracia formal –capitalista– puede ir más allá de los que le
impone el mercado y quienes controlan efectivamente las palancas del poder
(banqueros, iniciativa privada, multinacionales). Por eso es imprescindible no
confundir nunca eso: ¿qué puede esperarse de Jimmy Morales o de cualquier
presidente dentro del actual esquema? ¿Sería muy distinto si hubiera ganado
Sandra Torres?
“Más
de lo mismo” significa que el sistema imperante cambia su gerente cada cuatro
años, y punto. De ese gerente ¿por qué esperar algún cambio mágico? Jimmy
Morales es un buen actor, y probablemente represente aceptablemente bien su
papel de “mandatario” por un tiempo. Aunque lo más probable es que ese tiempo
sea muy corto, porque la crisis estructural del sistema cada vez es más
indetenible.
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