Marcelo Colussi
Resumen
Los cultos evangélicos se han expandido por
todos los países latinoamericanos, por supuesto también en Guatemala, con una
velocidad vertiginosa en estas últimas décadas. Ello es llamativo, dado que
aparecieron simultáneamente en todos estas sociedades con patrones comunes en
lo que, pareciera, se trata de un intento de detener los avances de una iglesia
católica preocupada por las injusticias sociales con su "opción
preferencial por los pobres" que levantó la Teología de la Liberación
luego del Concilio Vaticano II a inicios de la década de los 60 del pasado
siglo. Analizados pormenorizadamente, evidencian más un discurso
político-moralista que opera como control social que un llamado espiritual.
Palabras
claves
Iglesia, espiritualidad, control social, contención,
contrainsurgencia.
Abstract
The evangelical cults have expanded all Latin American countries, of
course also in Guatemala, with breakneck speed in recent decades. This is
striking, since it appeared simultaneously in all these societies with common
patterns in which, it seems, is an attempt to stop the progress of a Catholic
church concerned about social injustice with its "preferential option for
the poor" that raised Liberation Theology after Vatican Council II to the
early 60s of last century. Analyzed in detail, demonstrate more political-moral
discourse that social control operates as a spiritual calling.
Key words
Church,
spirituality, social control, containment, counterinsurgency.
____________
I
Desde
hace ya algunos años Guatemala, al igual que todos los países de la región
latinoamericana, se encuentra virtualmente bombardeada por innumerables grupos
religiosos de denominación evangélica. El fenómeno merece una especial mención,
dado que comporta ribetes de orden más sociopolíticos que específicamente religiosos.
Ya
en la década de los '60 del pasado siglo había comenzado este proceso, pero
desde el advenimiento al poder político en los Estados Unidos de América de
Ronald Reagan y el ala ultra conservadora de los republicanos hacia los años '80,
se agiganta convirtiéndose en una estrategia política claramente definida. De
hecho aparece mencionado como un mecanismo a implementar en los Documentos de
Santa Fe I y II, base ideológica de este proyecto de derecha del poder estadounidense.
Surge casi como una contrapropuesta ante el avance de la Teología de la
Liberación de la Iglesia Católica y su compromiso social a través de la opción
por los pobres.
Las
iglesias evangélicas tradicionales (adventista, bautista, presbiteriana, etc.) tienen
ya una larga historia en Guatemala de, al menos, un siglo. Por lo pronto, y en
más de una ocasión, han desarrollado actitudes pastorales de mayor compromiso
social que la Iglesia Católica. Esto, seguramente, atendiendo a sus orígenes
históricos, proviniendo de sociedades más liberales y muchas veces enfrentadas
a la curia romana. Su incidencia cuantitativa en la población, de todos modos,
ha sido relativamente modesta, sin haberse propuesto nunca una
"cruzada" para captar feligresía.
Ahora
bien: la proliferación de los grupos evangélicos que ha tenido lugar en estas
últimas tres décadas llama la atención por varios motivos. Ante todo –asumiendo
una actitud de respeto hacia cualquier expresión religiosa, no importa cuál sea–
lo más importante a remarcar es que este movimiento, justamente, no constituye
una expresión religiosa.
Toda
esta corriente surgió –fríamente pensada como estrategia de manejo y control
social– para cumplir con un cometido no espiritual. Es una forma de desconectar,
neutralizar las preocupaciones terrenales más concretas, y eventualmente las
respuestas que se le puedan dar. Poniendo el énfasis en una cuestionable espiritualidad
casi enardecida y apelando a una moralina simplificante, estas iniciativas se mueven
hábilmente llenando vacíos en los sectores más humildes y desprotegidos de las
sociedades más pobres.
Es
claro que actúan según un mapeo de potenciales zonas conflictivas: aparecen y
se desarrollan en los países y en las regiones más pobres, donde menor
presencia estatal se verifica, y donde es más altamente probable que pueden
darse reacciones a esas situaciones estructurales de injusticia y postergación.
Actúan, en ese sentido, como claras y sopesadas estrategias
contrainsurgentes. Paños de agua fría, mecanismos de contención, colchones
suavizadores, podría llamárseles.
En una sociedad como la guatemalteca, con más de la mitad de su
población por debajo de la línea de la pobreza que establece Naciones Unidas y
lejísimo de poder cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio, debatiéndose
entre tanta miseria y falta de salida para sus grandes mayorías, a los sectores
que se benefician de esa situación y pretenden perpetuarse sin que se dé ningún
cambio estructural, estas iglesias fundamentalistas le vienen como anillo al
dedo. Así como también le son totalmente funcionales a los planes
geoestratégicos de la potencia del Norte que nos toma como su virtual "patio trasero". Para la
política hemisférica de Washington todo lo que sea contestatario, foco de
rebeldía, una voz que se levanta en contra de algo, etc., es potencialmente
peligroso, pues podría poner en tela de juicio el statu quo. Por ello, sin dudas, esos movimientos presuntamente religiosos o
espirituales terminan yendo más allá de ello para pasar a ser movimientos
políticos. Incluso, movimientos políticos con sustento y respuestas económicas.
Y lo más trágico del asunto: sin que quienes los engrosan lo sepan ni lo
sientan como tal.
En otros términos, son instrumentos para sectores de poder que no desean
el más mínimo cambio. Hay iglesias históricas a las que les preocupa las causas
de la pobreza (por ejemplo: muchas denominaciones evangélicas tradicionales),
pero justamente esas iglesias no crecen. La pobreza, por cierto, no es un
designo divino; por el contrario, tiene causas muy concretas: son las
injusticias de nuestras sociedades, la violación sistemática a los derechos
humanos, la explotación lisa y llanamente, amparada muchas veces en el racismo
que atraviesa a la sociedad guatemalteca de cabo a rabo. Pero a la población
–léase "la
feligresía"– no se le permite ver todo esto, y más bien se la induce sólo a resolver
sus problemas personales puntuales en su espacio inmediato, nunca con
perspectiva de futuro ni con un criterio de comunidad, de colectividad. Se
busca así que la "salvación" sea individual sin importar a costa de qué. En tal sentido, el mensaje
de estos grupos neopentecostales pasa a ser una respuesta política, social y
económica antes que un genuino planteamiento religioso-espiritual.
El
discurso con que se presentan es sencillo, esquemático, rápidamente asimilable.
En realidad no hay precisamente un mensaje teológico o espiritual en su tejido;
antes bien proponen una visión casi maniquea de la realidad, basada en una peligrosa
y cuestionable simplificación moralista de las cosas: "buenos" y "malos".
El demonio juega un papel de trascendental importancia en su lógica. Se mueven como sectas, apelando a un
fanatismo, a un fundamentalismo intolerante que, a veces, puede sorprender.
Desde
la experiencia guatemalteca podríamos encontrarle distintas explicaciones a
este complejo fenómeno. Por un lado, las ciencias sociales nos indican que las
religiones son un producto construido, un reflejo de las crisis económicas,
políticas, sociales y culturales de quienes las practican. Es decir: las
religiones las realizan personas con nombre y apellido, con necesidades, que tienen
un lugar concreto en la vida, que sufren, que en muchas ocasiones no encuentran
salidas a los grandes problemas de la vida. Por fuera de la discusión si los
dioses –independientemente que puedan ser una construcción humana, una "proyección"
diría el psicoanálisis– existen o no (eso es una aporía sin solución en
términos discursivos; hay más de 3,000 dioses registrados. ¿De cuál de ellos
hablamos?), las religiones sí son terrenales, bien terrenales. Son, en
definitiva, instituciones basadas en el ejercicio de poderes. "Las
religiones no son más que un conjunto de supersticiones útiles para mantener
bajo control a los pueblos ignorantes", dijo un teólogo de monta como el
italiano Giordano Bruno –lo cual, valga aclarar, le valió la hoguera– (En Seperiza Pasquali, 2004). O, siendo más cáusticos: "La religión existe desde que el primer
hipócrita encontró al primer imbécil" (En Eskubi Arroyo, 2008), según escribió el iluminista y agnóstico Voltaire.
II
Una sociedad pobre, con mucha marginación, con fuertes problemas de
seguridad ciudadana, con marcada discriminación étnica, tal como es la cruda
realidad en Guatemala, se refleja en el ejercicio de la religión que practica.
La gente siempre necesita alguna explicación a las realidades que le toca
vivir, y las religiones vienen a cumplir esa misión (explican lo inexplicable,
podría decirse). Sirven como una guía hacia el futuro. Más aún en una sociedad
conflictiva, atravesada por la desigualdad y la violencia, la población
necesita consumir bienes religiosos que le ayuden a sobrevivir, a soportar
tanto sufrimiento. Otra alternativa es el alcohol, por lo que cobra sentido lo
dicho en su momento por el Premio Nobel Miguel Ángel Asturias: "En
este país sólo borracho se puede vivir". En ese orden de cosas no podríamos
acercarnos al fenómeno del neopentecostalismo sólo negándolo o alabándolo, sino
que debemos entender qué significa como expresión social.
Por otro lado hay que destacar que las religiones tienen su propio
discurso, su propia forma de organizarse, su propia práctica. Por tanto,
existen religiones institucionalizadas, jerarquizadas; y eso, de alguna manera
también influye en la dinámica de las sociedades. En América Latina la religión
más estructurada es la Iglesia Católica Romana, que está presente por estas
tierras desde el momento mismo del inicio de la Conquista. De hecho, la derrota
de los pueblos originarios a manos europeas a inicios del siglo XVI tiene como
una de sus aristas principales la conquista espiritual, la evangelización
forzada. En tal sentido, la Iglesia Católica tiene una larga historia, una sólida
estructura, un discurso homogéneo que se ha impuesto ya largamente en las "mentes" y los "corazones". Su influencia en la vida de los países es muy visible, en las
distintas manifestaciones sociales, en las políticas de los gobiernos, en la
moral cotidiana. Sus valores son aceptados por todos. Si bien se declara el
laicismo por parte del Estado, la religiosidad católica domina ampliamente el
panorama cultural. En su mayoría la población de nuestro continente sigue
siendo católica romana por toda una tradición de siglos. Cuando aparecen todas
estas expresiones neopentecostales, aparece una disputa de espacios con la
Iglesia Católica; definitivamente se trata de luchas de poderes bien terrenales
por espacios concretos de influencia. Si las religiones tocan lo espiritual,
definitivamente las iglesias se ocupan de poderes muy terrenales, defendidos a
capa y espada.
Aunque todas estas nuevas religiones no son las oficiales, constituyen
una oferta válida, cada vez más asimilada y presente en la cotidianeidad
normal. En ciertas regiones –curiosamente los lugares más explosivos: el campo,
conde décadas atrás actuaba el movimiento revolucionario armado, y en las
barriadas populares de las ciudades, siempre los posibles focos de
conflictividad social– son una alternativa que se les ofrece a los católicos
(curiosamente también: siempre los sectores pobres). Los nuevos cultos
evangélicos hablan de una democratización de acceso a la Biblia, contrariamente
a como pasa en la Iglesia Católica, donde sólo el clero está en condiciones de
acceder y explicar el texto bíblico. Como la gente necesita, o al menos
aprovecha casi como bálsamo, un acceso directo a lo divino, por esa necesidad
de búsqueda de respuestas ante la crudeza de la vida, esa oferta neopentecostal
tiene mucha aceptación. Dado que la gente común, a través de esos nuevos
cultos, puede acceder a los textos sagrados de modo directo, eso trae cada vez
más seguidores. Es gente que busca acercarse a lo sacro como explicación de su
vida, de su futuro. Si la Iglesia Católica niega el contacto directo con todo
ese campo, estas nuevas expresiones neopentecostales lo permiten, lo favorecen
y estimulan. Por tanto, enormes cantidades de población van volcándose hacia
ellas como alternativa. Por otro lado, también facilita ese paso el hecho que
ahí no hay un clero tan impenetrable como en la Iglesia Romana. Las nuevas
iglesias no exigen una gran formación teológica para sus pastores (de hecho,
muchos son semi-analfabetas y conocen muy superficialmente el texto bíblico,
más allá de rigurosas hermenéuticas forjadas en años de seminario ascético);
cualquier persona de pueblo que se pone al frente de un grupo, sin estudios
bíblicos profundos, sin estudiar hebreo, latín ni griego, puede hacerse pastor
con facilidad.
La inmensa mayoría de la población no busca explicaciones especialmente
sofisticadas, exégesis complejas con traducciones directas del arameo, sino
respuestas concretas a sus necesidades diarias. Y esas iglesias sin dudas, a su
modo, las ofrecen. Por eso las poblaciones, en muy buena medida, se van
sintiendo identificadas con esa oferta, con un pastor del pueblo que habla su
mismo idioma. De ahí el crecimiento enorme de todo este fenómeno en nuestros
países latinoamericanos. No está de más recordar que la Iglesia Romana ha
resentido esta significativa merma de feligreses, y también de sacerdotes
(¿cuántos jóvenes están dispuestos hoy al celibato?); de ahí que ha ido tomando
formas propias de las iglesias neopentecostales, para volver más accesible y
cotidiano el credo –la misa en latín y con el sacerdote de espaldas a la gente ya
quedaron en la historia, y sin dudas no volverán. Por el contrario, no es nada
improbable que el Vaticano termine por incluir a la mujer en el oficio
religioso, y que incluso revise la abstinencia sexual de sus pastores–).
Guste o no (la izquierda política, por ejemplo, mira absorta este
crecimiento exponencial de seguidores neoevangélicos y este muy bien realizado
trabajo de hormiga en los sectores populares), hasta ahora el
neopentecostalismo se ha identificado con los sectores pobres de la sociedad. Eso
es algo muy importante que tienen estos grupos: de la noche a la mañana
confieren reconocimiento, autorrealización a las personas que comienzan a
profesar esos cultos. Lo hacen sentir alguien importante, lo sacan del
anonimato. Inclusive –dato nada despreciable– constituyen un muy poderoso
instrumento para sacar del alcoholismo a gran cantidad de varones, logro que la
población femenina no deja de reconocer y valorar grandemente. Todo eso pesa
mucho en una sociedad como la guatemalteca donde hay tanta marginación, tanta
miseria y exclusión social. Con gente tan golpeada que necesita tanto un apoyo,
es fácil que esa oferta religiosa se expanda y crezca entre los sectores más
humildes.
Y más aún: sabido es que en los peores años del eufemísticamente llamado
Conflicto Armado Interno (mejor designado como guerra interna), mucha población
de las áreas rurales, fundamentalmente del Altiplano donde se dieron las peores
masacres, vio en estas nuevas iglesias un salvoconducto que les permitió
sobrevivir. En otros términos: por distintos motivos enormes masas de población
históricamente excluida se volcó a los nacientes cultos como válvula de escape,
como huida de realidades crudísimas (¿qué son las drogas, cualquier droga, sino
eso: escapatorias, evasivos, anestesias ante grandes dolores?).
III
Pero también se da el fenómeno entre la clase media alta y alta. Ahí se
acerca gente de "éxito". Es decir: todas estas iglesias ofrecen los
caminos para la autorrealización y el éxito personal, por tanto dan algo que la
gente entiende mucho más, que necesita mucho más que lo que ofrece la Iglesia
Católica. De ahí que tengan tantos seguidores. Esas recetas son prácticas,
resuelven, ayudan. O al menos, así lo siente la gente. A la población más
excluida, la hace sentir que vale. Y a la gente de clase media y alta le
posibilita realmente, en algunos casos al menos, tener éxito empresarial con
sus iglesias. Surgen así, entonces, las llamadas mega-iglesias.
Por cierto, existe una desarrollada teología de la prosperidad. Por todo
esto, estas expresiones tienen una gran demanda en nuestros países
latinoamericanos, tienen un terreno fértil para crecer y expandirse. Cosa que
no se da tanto en los países ricos del Norte, donde la población tiene más
resueltos los diversos aspectos de la vida. Ahí tienen más arraigo las iglesias
protestantes históricas, o el catolicismo (por cierto, también a la baja). Si
es cierto que se trata de estrategias de dominación pensadas en las usinas
ideológicas de los poderes imperiales en tanto mecanismos de control social, es
obvio que esta gente sabe lo que hace. ¡Y lo hace muy bien!
Otro factor que debe tenerse en cuenta para analizar todo este fenómeno
nos hace ver que la gente ya no encuentra respuesta satisfactoria en las
instituciones religiosas tradicionales, por lo que busca nuevas expresiones. La
población ya está aburrida de tanto sacramentalismo, de tanta formalidad, por
eso busca nuevas opciones alternativas (¿convence a muchos hoy el llamado a la
abstinencia sexual hasta el casamiento? ¿Realmente se apega a la realidad
social del país el llamado a la no-realización del aborto siendo Guatemala uno
de los países de Latinoamérica con mayor porcentaje de esa práctica, siempre en
términos de ilegalidad? (Barillas, 2012). Eso no significa que ya no haya más
espiritualidad, sino que lo que sucede es que la gente quiere una relación
distinta con lo espiritual, más personal, más directa. Por eso lo encuentra más
en estos grupos neopentecostales, así como también se siente más identificada
con las nuevas expresiones de la Iglesia Católica, tal como son los grupos
carismáticos (un remedo ¿mercadológico? de los cultos neoevangélicos). Todo
esto explica el auge de estas nuevas iglesias en una América Latina, y en
particular una Guatemala con la guerra interna más cruenta de la región
–200,000 muertos, 45,000 desaparecidos, impunidad campante y persistente– que
ha perdido las utopías políticas de años atrás, que no tiene referentes, que
tiene como meta un llamado moralista y apocalíptico para "parar de sufrir", pero sin
mayores alternativas más allá de ese grito de desesperación. Ante todo eso, la gente quiere predictibilidad, saber qué va a pasar,
saber adónde va.
Ahora
bien, la pregunta que se abre, y que no deja de provocar sorpresa, se refiere
al porqué de su tan amplia aceptación, infinitamente mayor que la de cualquier
propuesta política de izquierda. No cabe ninguna duda que en estos alrededor de
30 años en los cuales estos movimientos evangélicos fundamentalistas vienen
desarrollándose, su crecimiento ha sido gigantesco. Tanto que en muchas ocasiones
están a la par –y en algunos casos superan– el poder de convocatoria de la
tradicional Iglesia Católica (toda una institución en Latinoamérica, y sin
dudas también en Guatemala, con cinco siglos de presencia y actor
principalísimo en esta historia).
Obviamente
su oferta llena un vacío; de otra manera –como es el caso de otras propuestas
religiosas existentes: mormones, testigos de Jehová, islamismo, budismo– no
encontrarían el eco que efectivamente tienen.
Actualmente,
quizá ante la falta de propuestas políticas globales alternativas, ante el
descrédito acrecentado día a día de los partidos tradicionales, estas sectas
ocupan un lugar cada vez más preponderante en la vida social de los sectores
pobres, tanto en Latinoamérica como en lo que puede constatarse en Guatemala.
En realidad no solucionan ningún aspecto práctico/concreto en la vida de
millones de pobladores del área. Pero insuflan una fuerza espiritual que
permite seguir soportando las penurias ("¿opio de los pueblos?")
Nunca más oportunas las palabras de un ideólogo estadounidense, padre
intelectual de los Documentos de Santa Fe que mencionáramos, y arquitecto de
las políticas contrainsurgentes de Washington, el polaco nacionalizado
estadounidense Zbigniew Brzezinsky: "En la sociedad actual, el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de
millones de ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el radio de acción
de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo
las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón" (Brzezinsky, 1968).
Los grupos de poder saben lo que hacen, sin dudas; y por algo han
delineado estas nuevas religiones, hechas a la medida de las necesidades de las
sociedades donde proliferan. Si alguien maneja todo esto, es el planteamiento
neoliberal. Es decir: la competencia, el individualismo, la idea que las
personas valen en tanto consumen, y cuanto más consumen más valen. Todo eso lo
transmiten de manera funcional, bien organizada y presentada estas nuevas
expresiones religiosas. La Iglesia Católica, luego del Concilio Vaticano II,
dio un gran vuelco en su posición tradicional comenzando a tomar partido por
los excluidos con su llamada "opción preferencial por los pobres". La
Teología de la Liberación fue la expresión acabada de todo ese movimiento en el
seno de la Iglesia, de esa nueva ideología y posición para la vida pastoral.
Por eso surgen como respuesta beligerante esos documentos de Santa Fe, con la
clara intención de frenar ese avance hacia lo popular. Es así que aparecen
estas nuevas iglesias, para restarle presencia e influencia a la Iglesia
Católica por medio de una estrategia de distracción con estos cultos,
desorganizando, desmovilizando a la gente, buscando insensibilizar en relación
a las causas de la pobreza. Igualmente oportunas también las palabras ya
citadas de Giordano Bruno y de Voltaire; ¿podría acaso caber alguna duda
respecto a las intuiciones de estos finos pensadores?
Buscaron, y buscan hoy día, despolitizar totalmente a las personas,
quitan todas las responsabilidades cívicas poniendo el énfasis exclusivamente
en cuestiones divinas despreocupándose de las cosas terrenales, de los
problemas económicos y políticos. En su prédica insisten siempre en que la
política es mala, no sirve, por lo que hay que dejar todo eso en manos de
políticos profesionales que son los que supuestamente saben del tema. Ello es
congruente con la idea de debilitar y achicar los Estados nacionales. Ahí
aparece entonces toda la prédica neoliberal, de una manera bien presentada,
engañosa, disfrazada de discurso religioso. Ese es el pensamiento real que se
esconde detrás de todo este neopentecostalismo. En definitiva: se busca
mantener el privilegio de unos pocos a partir de la pobreza de las grandes
mayorías, haciendo que la gente no advierta todo ello, quedándose simplemente
con la idea que las injusticias "son voluntad de dios". En otras
palabras: para tener "éxito" en la vida hay que seguir a estas nuevas
iglesias, las injusticias no existen y el "triunfo" es siempre
producto de un proyecto individual de autosuperación. Ese es el mensaje que se
pasa veladamente. Los que se preocupan por las injusticias terrenales no
sirven, son "perdedores", están "pasados de moda". Con
estas nuevas iglesias se logra hacer que la gente no piense en el mediano ni en
el largo plazo; se logra hacer interesar al público sólo en lo inmediato. En
otros términos, suena muy parecido a la psicología del adicto: resolver las
cosas aquí y ahora, como pura descarga puntual, sin medicaciones, sin proyecto
a largo plazo, sin historia. ¿No funcionan de la misma manera los medios
masivos de comunicación? Curiosa coincidencia. Basta revisar lo apuntado por un
intelectual orgánico al sistema como el recién citado Brzezinsky.
Los cultos neopentecostales no son ingenuos, saben a dónde apuntan y qué
proyecto conllevan. No hay dudas que hay manos invisibles en su puesta en
marcha. Y a esto se podría agregar algo más: ahí está ligado también el tema
del narcotráfico, otro de los grandes poderes paralelos, no sólo en nuestro
país sino en la arquitectura global del actual "sistema-mundo", como
diría Wallerstein.
En Guatemala hay cerca de 20 mega-iglesias. Estos grandes templos
fabulosos, siempre construidos con la más alta tecnología y pagados al más
estricto contado, estricto dinero efectivo, abre interrogantes. ¿Quiénes están
detrás de todas estas iniciativas? Da para reflexionar, sin dudas. ¿Podría
pensarse, eventualmente, en lavado de dinero? Estamos hablando de construcciones
de muchos millones de dólares. Debe estarse alerta ante estos mecanismos; hay
que sensibilizarse ante estas manipulaciones: aquí hay manos invisibles que
utilizan tendenciosamente, con agendas ocultas bien precisas, un supuesto
mensaje religioso. Ahí no sólo hay religión, o más aún, ahí no hay nada de
religión: hay otros intereses políticos e ideológicos de grupos que no quieren
que cambien sus privilegios.
No
hay dudas que millones de seres humanos encuentran en estas prácticas un alivio
–independientemente que podamos leerlo como engañoso, tergiversador,
maquiavélico si se quiere, en tanto sabemos la agenda oculta que lo alienta–.
El desafío que se abre para un discurso (y una práctica) comprometidos –digámoslo
así, aunque pueda sonar ostentoso– con la verdad, o con un cambio, con una
transformación social, es: ¿qué hacer ante esta avalancha de "fe"?
¿De qué manera oponerle alternativas válidas, coherentes? El desafío de buscar
esos caminos está abierto. Valga el presente escrito como una provocación en
esa dirección.
_______________
Bibliografía
Barillas, B. (2012) El Aborto en la ciudad de
Guatemala, un problema social y religioso. Tesis doctoral. Guatemala: Universidad Panamericana,
Facultad de Teología.
Bossi, F. Documentos de Santa Fe
I, II y IV. Versión electrónica en español disponible en: http://www.oocities.org/proyectoemancipacion/documentossantafe/documentos_santa_fe.htm
Brzezinsky, Z. (1968) The Technetronic Society, en Encounter, Vol. XXX, N°. 1.
Colussi, M., Rocha, J.L. y Muñoz, P. (2011) Medios de comunicación y procesos políticos
en un mundo global. Guatemala: Universidad Rafael Landívar, Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales.
Dussel, E. (1995) Resistencia
y esperanza. San José: CEHILA.
Eskubi Arroyo, J.M. (2008) Aportaciones al debate religioso. Disponible en versión electrónica
en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=62938
Jaimes Martínez, R. (2012) El
neopentecostalismo como objeto de investigación y categoría analítica. En
Revista Mexicana de Sociología, Vol. 74, N°. 4. Versión electrónica disponible en:
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-25032012000400005
Martínez Okrassa, C. (2006) Apuntes
de historia de la iglesia desde las víctimas de Centro América. Guatemala:
Carlos Martínez Okrassa.
Seperiza Pasquali, I. (2004) Sobre
Giordano Bruno. Disponible en versión electrónica en:
http://mm2002.vtrbandaancha.net/soli8.html
Similox, V. (2010) El crecimiento
de las iglesias Evangélicas en Guatemala: Una mirada Socio-religiosa. Guatemala:
Concejo Ecuménico Cristiano de Guatemala.
* Aparecido originalmente en la Revista
“Análisis de la Realidad Nacional”, N° 55, del Instituto de Problemas Naciones
de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
No hay comentarios:
Publicar un comentario