Marcelo
Colussi
“Si tengo un
libro que piense por mí, un pastor que reemplace mi conciencia moral, un médico
que se encarga de mi dieta y salud, y así, sucesivamente, no necesitaré del
propio esfuerzo.”
Immanuel Kant
Palabras
preliminares
También podríamos titular este texto como “Se venden tesis
para graduarse”, o “¡Viva la corrupción! Hacia una cultura del plagio”. Lo que
queremos provocar aquí es una reflexión en torno al modelo de sociedad que
estamos construyendo con las tecnologías “hedonistas” que, día a día, pareciera
van entronizándose sin retorno. Copiar íntegramente un texto y colocarlo dentro
de otro cuando estamos estudiando, puede ser una maravilla técnica que nos
ahorra engorrosos esfuerzos. Pero, ¿qué pasa cuando eso se convierte en el
delito de plagio?
Para un porcentaje creciente de personas en el mundo es ya
un lugar común en su cotidianeidad el “copia y pega” (o “copy and paste”, como suele decírsele con frecuencia, evidenciando
así la presencia anglosajona que rige buena parte de nuestra vida actual en
cualquier punto del planeta).
Esto es algo reciente, de apenas unos años para acá, yendo
de la mano de la explosión de la era informática. En las generaciones
inmediatamente anteriores a las actuales, aquellas que no conocieron aún la
computadora ni el internet, las que aún utilizaban la máquina de escribir (si
tenían la dicha de ser alfabetizadas, claro está), no era siquiera remotamente
pensable el fenómeno (aunque también se hacía plagio, claro está).
Sin dudas se trata de un “fenómeno social”, de una
formación cultural que va más allá de una práctica puntual determinada, de una
moda o de un hábito irrelevante condenado a pasar sin pena ni gloria. No, nada
de eso: todo indica que estamos ante una nueva matriz cultural. Sin ánimo de
ridiculizarlo, podría decirse que el “copia y pega” llegó para quedarse.
Pero, entonces: ¿qué es este dichoso “copia y pega”? ¿Este
“control c – control v” que aparece
por todos lados?
La incorporación de las nuevas tecnologías cibernéticas en
espacios crecientes de nuestra vida cotidiana tiene un valor tremendo, quizá
similar a la aparición del fuego, de la agricultura, de los metales, la rueda o
la máquina de vapor, esos elementos que sin lugar a duda son hitos definitorios
de nuestra historia como especie. Al igual que pasó con todos estos grandes
eventos, la aparición de la computación y su uso cada vez más masivo en la
cotidianeidad, a lo que se agrega el internet como su complemento obligado,
definen un nuevo perfil de sociedad, de modo de relacionarnos, y sin dudas
también, de sujeto.
Las llamadas TIC’s –tecnologías de la información y la
comunicación– tienen hoy una fuerza creciente y son las que marcan el camino en
lo que cada vez más se conoce e impone como “sociedad de la información”.
Sociedad, por cierto, que sigue siendo profundamente asimétrica, desbalanceada,
y por tanto injusta, donde muy buena parte de la población planetaria aún no
tiene resueltos problemas ancestrales (el hambre, la vivienda, el acceso a
satisfactores básicos) y donde estas innovaciones no llegan: mientras la
informática define cada vez más la marcha de los grupos que fijan la vanguardia
de la especie humana, mucha gente aún no dispone de energía eléctrica, no tiene
acceso a un teléfono, y más aún, sigue siendo analfabeta. Hoy por hoy, no más
de un 20% de la población planetaria usa internet, pero no obstante esas
profundas asimetrías, estas tecnologías crecen a velocidades vertiginosas y,
como dioses omnipotentes, fuerzan a seguirles no importa a qué precio. El mito
del “progreso infinito, sin retorno” se ha impuesto y no tiene marcha atrás.
El ámbito de la informática, por tanto, va definiendo
nuestro mundo, nuestra vida, nuestra forma de movernos en ese mundo. Cada vez
más la computadora y una conexión a la red de redes, el internet, moldean
nuestra humana existencia. Para infinidad de cosas (informarnos, divertirnos,
producir, realizar compras, buscar amigos, hacer el amor, calcular la
trayectoria de una nave espacial o separar la basura orgánica de la inorgánica,
etc., etc.…) dependemos cada vez más de su uso. Tal como parece indicar esa
tendencia, dentro de no muchas generaciones habremos asistido a cambios
profundos, seguramente irreversibles, en las características generales de
nuestra cultura teniendo a estas tecnologías como eje definitorio de lo que
hacemos y dejamos de hacer. Por ejemplo, según estimaciones de la UNESCO,
dentro de no muchos años lo que entendemos por educación formal tradicional
basada en la institución escolar presencial habrá cambiado perdiendo
protagonismo frente a estas nuevas modalidades virtuales, no siendo nada
improbable que la escuela física, en todos sus niveles, vaya tendiendo a su
desaparición. Así como sucederá –o ya está sucediendo– con los documentos
impresos. El periódico y el libro pareciera que están condenados a su
desaparición en un tiempo no muy lejano. De hecho, la prensa escrita y la
correspondiente industria gráfica que la soporta no crecen; por el contrario,
grandes diarios del mundo van extinguiéndose. Y el libro virtual, de momento
lentamente, ya comienza a perfilarse como la nueva modalidad. ¿En cuántos años
más pasará a ser pieza de museo, como ya lo son hoy grandes inventos de la
modernidad, como el telégrafo, la máquina de escribir, el diskette? ¿Ya está
pasando eso, incluso, con el correo electrónico, superado por las llamadas
redes sociales?
La pantalla de una computadora, tal como van las cosas,
será nuestro marco de referencia total, donde miraremos todo, donde nos
educaremos desde nivel preescolar hasta los doctorados, y de la que
dependeremos en forma creciente para todo. Y aunque mucha gente en el mundo aún
no tiene siquiera energía eléctrica, mucho menos acceso a una computadora e
internet, de todos modos también pasa a depender de esa cultura global asentada
en los chips y en lo multimediático. Las guerras en el África, por ejemplo, en
buena medida tienen que ver con la búsqueda de coltán para los
microprocesadores, aunque los niños africanos no tengan idea qué es un chip ni un satélite geoestacionario.
Una rápida conclusión que puede extraerse de lo dicho es
que, merced a esa primacía de lo audiovisual, cada vez leemos menos. Leemos
menos o, quizá, leemos de otra manera. La erudición intelectual ya no se
expresará a partir de cuántos libros se llevan leídos sino de la cantidad de
información que se maneja. La cultura de lo virtual, de la pantalla de los
multimedia, marca el camino (hoy día: pantalla plana de plasma líquido de alta
definición, tanto de una computadora personal como de una portátil, o de una
tabla, las cuales van dejando atrás lentamente al omnipotente televisor; o de
un teléfono móvil inteligente, ya más cercano a una central de procesamiento de
datos que a un aparato para hablar a distancia, sin contar con las nuevas
modalidades que el mercado irá ofreciendo –obligando a consumir, mejor dicho–).
En ese clima audiovisual dominante es que se inscribe la cultura del “copia y
pega”.
El
omnipresente “copia y pega”
Con las nuevas tecnologías informáticas, definitivamente
leemos menos. O al menos, leemos menos libros. Si a mediados del siglo XX,
cuando nacía la televisión, Groucho Marx pudo decir sarcásticamente de ella que
“sin dudas es muy instructiva… porque
cada vez que la prenden, me voy al cuarto contiguo a leer un libro”, hoy
día el peso de la cultura audiovisual es inconmensurable y, quizá parafraseando
al agudo humorista estadounidense, podríamos decir que nos la pasamos “copiando
y pegando”, pues ya no nos vamos al cuarto contiguo a leer.
Hay que reconocer que la cultura que traen estas nuevas
tecnologías de la información y la comunicación sin dudas agradan, son muy
amigables, entran muy fácilmente en el público. ¿Quién de los que ahora están
leyendo este texto no ha jugado alguna vez juegos electrónicos? ¿Se habrán
apasionado quizá? ¿Cuántos no se han apasionado por ellos dedicándole horas, o
dedicado horas a bajar pornografía restándole tiempo a la lectura? Con toda
neutralidad y desapasionamiento hay que reconocer que lo audiovisual penetra
mucho, quizá más que la lectura. La universalización del documento impreso que
posibilitó la imprenta moderna disparó la alfabetización por todo el mundo. Fue
en ese marco que Cervantes hizo decir a don Quijote que “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Verdad
incontrastable, sin dudas. Verdad de la época en que era impensable un “copia y
pega”. Pero más aún se divulgó, se impuso y cambió la manera de relacionarse
con el mundo el ámbito de lo audiovisual. La lectura se popularizó y se
universalizó en estos últimos siglos, pero mucho más lo hizo la cultura
derivada de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. No en
todas las casas hay libros… ¡pero sí hay televisores! Como van las cosas,
podríamos decir que no en todas las casas en un futuro habrá libros, ¡pero sí
computadoras con conexión a la red! Y la tendencia dominante indica que es más
fácil que una cultura ágrafa, de las que todavía existen algunas pocas en el
mundo confinadas en parajes remotos, en general en la espesura de selvas
tropicales (los antropólogos calculan alrededor de cien pueblos que aún se
mueven en el pre-neolítico, sin agricultura), pueda pasar con mayor comodidad a
la computación y al internet que a la cultura del libro impreso. En muchos
países “sub-desarrollados” no se mejora la dieta alimenticia… ¡pero se tiene
teléfono celular!
Ante el primado del “copia y pega” que se va imponiendo,
una primera reacción –no de las generaciones jóvenes, hay que recalcar– es un
grito de alarma: “¡se lee cada vez menos! ¡Sólo se copia y se pega! ¿Dónde
iremos a parar?” A un joven, a alguien nacido y criado en la cultura informática
de estos últimos años (un llamado “nativo digital”), a alguien que se le hace
más común buscar una palabra desconocida en una enciclopedia virtual con algún
motor de búsqueda que consultar un diccionario de papel yendo a una biblioteca,
seguramente no le parece nada descabellado copiar y pegar lo que vio en una
pantalla. En definitiva: ¿por qué habría de parecerle así?
No puede decirse, de ningún modo, que las sociedades basadas
en estos nuevos soportes de las llamadas tecnologías de punta, tecnologías de
la información y la comunicación, sean menos educadas que las que se formaron
en la cultura libresca de la modernidad capitalista. Esa visión no es sino la
expresión de un concepto bastante restringido, que toma como referente la
modernidad europea, donde la imprenta y la alfabetización marcaron una época,
pero que no son el único modelo posible. Sin dudas la popularización de la
lectura representó un avance fenomenal en la historia de la humanidad, en tanto
universalizó los saberes, pero es un poco limitado pensar que sólo la cultura
basada en la lectura de papeles es válida, o incluso: “la mejor”. Existen
muchas posibilidades para desarrollar los saberes. La computadora y el internet
son instrumentos válidos, interesantes, prometedores, por lo que sería tonto
pensar que sólo producen “copiadores” y “pegadores” vacíos. Plantearlo así es,
como menos, ingenuo –por no decir equivocado–.
Aunque ello es un riesgo posible, sin dudas. Y no debe
dejar de considerárselo. Por el solo hecho de ser novedosa, una tecnología no
forzosamente es buena, mejor que la anterior. Hoy, en el medio de una ya más
que impuesta cultura consumista ávida de novedades, existe la tendencia a
endiosar los productos nuevos, el último grito del mercado. Sabemos que eso no
necesariamente significa mejoramiento. Significa, ante todo –y muchas veces
sólo– buenas ventas para el fabricante. De todos modos, más allá de la moda que
pueda haber en juego (las multinacionales que manejan los mercados imponen el
consumo voraz de nuevos equipos de computación, nuevos programas, nuevas
tecnologías “exitosas”, con una velocidad cada vez más vertiginosa), en sí
mismo estos avances no son, para decirlo de un modo quizá demasiado
simplificado, ni buenos ni malos. Son instrumentos. Lo cierto es que la
profundidad y masividad de las nuevas técnicas informáticas y comunicacionales
son tan grandes que, sin lugar a dudas, marcan caminos difíciles de evitar.
Academia y
“copia y pega”
Poner el grito en el cielo porque ahora, por ejemplo, los jóvenes
“sólo copian y pegan” es, como mínimo, discutible. ¿Acaso antes de la aparición
de estas tecnologías cibernéticas todo el mundo producía teoría? ¿Acaso la
erudición era el pan nuestro de cada día en cada estudiante o en cada graduado
en cuanta aula había en el planeta? La existencia de libros, ¿asegura que todo
el mundo tiene acceso a ellos? Sabemos que el analfabetismo sigue siendo una
cruda realidad en el mundo, y sabemos también que pese a que existan cantidades
de libros dando vueltas por el planeta, aunque tengamos la posibilidad de
leerlos, no todos leemos (se prefiere quizá hablar, o hacer deporte, o mirar
televisión pese a la crítica de Groucho Marx, o pasar horas en alguna red social),
o leemos mal, o leemos lo mínimo indispensable. Por lo pronto el auge
monumental de las llamadas redes sociales nos confronta con horas y horas
diarias dedicadas al solaz audiovisual pero no a la lectura, o a la lectura
crítica propiamente dicha. El hecho que Twitter, una de las más populares redes
sociales, admita textos de no más de 150 caracteres dice mucho.
No está de más recordar que los libros que más se venden
hoy día a nivel mundial son los de autoayuda. Algo así como, valga la
comparación jocosa,… horóscopos. ¿Somos tan falibles, débiles y mediocres que
necesitamos esos apoyos? Bueno… pareciera que sí, a estar con las ventas reales
constatables. La cultura del libro, o de documentos en papel (también se leen
diarios, pero no olvidar que en muy buena medida se leen las páginas
deportivas, las policiales, y también los horóscopos) no asegura una excelencia
académica. Leyendo papeles no hay “copia y pega”, pero también puede haber
mucha mediocridad.
Ahora bien: debe hacerse notar que la tecnología, en sí
misma, tiene un valor instrumental, no es “buena” ni “mala”. En todo caso,
depende de para qué se la usa. De todos modos, las TIC’s tienen la
particularidad de haber creado una cultura sumamente particular. Por supuesto,
resuelven interminables problemas de la vida cotidiana. He ahí su
extraordinario portento, por supuesto. Pero al mismo tiempo inauguran una
civilización que puede llamar a la reflexión. En relación a la lectura, no son
lo que más la fomente precisamente. Por el contrario, la entrada triunfal y sin
cuestionamientos del “copia y pega” a nuestras vidas debe abrir preguntas:
¿vamos bien por ese camino?
Vale hacerse la pregunta porque en el ámbito académico
esta nueva modalidad ya ha dado lugar a numerosos procesos más rayanos en el delito
que en la construcción de gloriosos avances. Son muchos los personajes
(presidentes, ministros, jueces, connotados políticos, personalidades públicas)
que han incurrido en el omnímodo “copia y pega”, encontrando como respuesta… el
escarnio que les costó el puesto o la defenestración: Annette Schavan y Karl Theodor zu Guttenberg
en Alemania, Jorge Glas en
Ecuador, Victor Ponta y Pál Schmitt en
Hungría, Manuel Baldizón en
Guatemala, Alejandro Blanco y Manuel Cervera en
España, Vladimir Gruzdev y Pavel Astajov en Rusia, María Salomé Sánchez en Colombia, César Hinostroza Pariachi
en Perú. Estos son ejemplos de personas con ribetes públicos; casos de
desconocidos seguramente deben contarse por decenas, o cientos. Para muestra:
lo que a mí también me sucedió (y me incluyo entre los desconocidos, con el
agregado de no ser, precisamente, de los más brillantes en términos académicos).
En el año 2008 publiqué una pequeña reflexión sin mayores pretensiones
científicas en el portal Rebelión: Migraciones, ¿un problema en el siglo XXI?.
Años después encuentro que un trabajo de tesis de grado de una
universidad de la ciudad de Loja, Ecuador (tenida por la “capital cultural del
país”), en el año 2010, hace uso de buena parte de ese material mío. ¿Plagio?
En definitiva: esta tendencia actual del “copy-paste” que han instaurado las
nuevas diosas tecnológicas no es sino un aspecto instrumental. Las tecnologías,
en sí mismas, no son sino eso: herramientas, ayudas para la vida. La cultura
virtual que se va imponiendo a pasos agigantados no es éticamente valorable
como positiva o negativa. Es un ámbito que se abre. Puede dar lugar a la más
mediocre masificación manipulada desde los centros de poder –¿no es eso lo que
instauró la escuela moderna masificada con el uso del libro acaso, una
institución productora y reproductora del sistema capitalista?– o puede dar
lugar también a una instancia liberadora, como el sitio electrónico donde ahora
aparece este material. Pero no puede dejarse de mencionar con la más enérgica
fuerza del caso que el hedonismo implícito en estas tecnologías digitales
facilita demasiado la improductividad. Si uno de los sitios más visitados por
estudiantes (¡y también profesores!) tiene por nombre nada más y nada menos que
“El Rincón del Vago”, ello nos puede alertar sobre lo
que está en juego: no siempre las tecnologías de avanzada son ventajosas.
¿Acaso fomentar el plagio es ventajoso? ¿Debería yo, por ejemplo, promover un
juicio porque fui plagiado o, quizá más académica y científicamente, llamar a
la reflexión sobre el peligro en juego?
Ojalá, en todo caso, copiemos y peguemos todo lo que pueda
ayudar a abrir los ojos, a fomentar pensamiento crítico. Pensemos en el borde
que existe entre aprovechar una tecnología (¡la cantidad de fichas hechas a
mano que nos puede ahorrar el copia y pega es fabuloso!) y el delito. El
capitalismo mafioso y corrupto actual, basado en las finanzas, la especulación,
la guerra y la narcoactividad como sus pilares fundamentales (¿delito?) ¿se
corresponde también con una cultura mafiosa y corrupta como puede ser la del
“copia y pega”? Si es así, leamos de nuevo muy concienzudamente la cita del
epígrafe. Y reflexionemos que si dejamos de pensar por nosotros mismos, alguien
más lo hará por nosotros. ¿Hacia eso vamos? La cuestión es: ¿quién pensará por
nosotros? La respuesta puede ser escalofriante.